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domingo, 29 de abril de 2007

LAS TECNICAS DE CONTROL MENTAL DE LAS SECTAS Y COMO COMBATIRLAS // Cap.:1-2

Las técnicas de control mental de las sectas y cómo combatirlas
Steve Hassan


Dedico este libro a las personas de todo el mundo que alguna vez se han visto privados de su libertad, con la esperanza de poder aliviar sus sufrimientos.


Índice

Apéndice: Los ocho criterios de Lifton sobre el control mental
Prólogo: de Margaret T. Singer
Capítulo 1:
Asesoramiento en abandonos: los antecedentes
Capítulo 2: Mi vida en la Iglesia de la Unificación.
Capítulo 3: La amenaza: las sectas de control mental en la actualidad
Capítulo 4: Comprender el control mental
Capítulo 5: Psicología de la secta
Capítulo 6: Evaluación de las sectas: cómo protegerse a uno mismo
Capítulo 7: Asesoramiento en abandonos: libertad sin coacción
Capítulo 8: Cómo prestar ayuda
Capítulo 9: Cómo vencer el control mental de una secta
Capítulo 10: Estrategias para la recuperación
Capítulo 11: El siguiente paso



PRÓLOGO

El teléfono sonaba con insistencia. El reloj marcaba las 4.30 de la mañana. Resultaba muy difícil comprender lo que el reportero de The Berkeley Gazette me decía por el auricular: "Margaret, odio tener que molestarte tan temprano, pero acabamos de enterarnos de que Jim Jones ha decidido apretar el gatillo allá en Guyana. Me he pasado toda la noche en una casa de Berkeley hablando con ex miembros del Templo de, la Gente y con parientes de las personas que están en Jonestown. Aquí hay una madre cuyo marido y su hijo de doce años están allí, y se encuentra desesperada.
No sabemos si están todos muertos o si hay supervivientes. Ya sé que te dije que no atendieras a ex miembros del Templo de la Gente por el peligro de las amenazas que los llamados de Jones profieren contra los antiguos miembros, pero estas personas necesitan hablar contigo y recibir ayuda por lo que ha sucedido".
Ya amanecía cuando subí los peldaños vigilados por sombríos policías de Berkeley, puestos en estado de alerta ante el temor de que Jones hubiera dado «órdenes» a los miembros de la zona para acabar con los desertores cuando decidiera el final de la «noche blanca», nombre que había dado al momento, tantas veces ensayado, en que dispondría que todos sus seguidores se envenenaran.
El reportero, mi hijo (que también es periodista) y unos cuantos oficiales de policía me habían advertido que no ofreciera mis habituales servicios gratuitos de consulta a los ex miembros del Templo de la Gente, a pesar de que desde hacía mucho tiempo yo ofrecía estos servicios a antiguos miembros de sectas. Al parecer, Jones utilizaba a sus «ángeles» para vengarse de sus seguidores que le hablan abandonado y de quienes les habían ayudado.
La mujer cuyo marido e hijo fueron identificados entre los muertos de Jonestown era sólo una entre muchos. Pasé horas y días en reuniones y charlas con diversos supervivientes que regresaban desde Guyana al área de Bay e intentaban rehacer sus vidas después del holocausto guyanés. Estaban el abogado Tim Stoen y su esposa Grace, cuyo joven hijo había sido mantenido cautivo por Jones y asesinado en Jonestown. Estaban los miembros del equipo de baloncesto que habían escapado de los suicidios y asesinatos en masa. Estaba la niña de nueve años que había sobrevivido a pesar de que una mujer le cortó la garganta antes de suicidarse en Georgetown, Guyana, siguiendo las órdenes de muerte masiva impartidas por Jones. Estaba Larry Layton, reclamado por los tribunales de dos países bajo la acusación de matar al representante Leo J. Ryan y a otras personas en el aeropuerto de Guyana en cumplimiento de las órdenes de Jones.
Empecé a trabajar con ex miembros de sectas unos seis años antes de los sucesos de Jonestown, y continúo haciéndolo en la actualidad. He prestado atención psicológica a más de 3.000 personas que estuvieron en sectas. He escrito sobre este trabajo y he hablado con grupos de legos y profesionales de muchos países acerca de los programas de modificación de pensamiento, programas de adoctrinamiento intensivo, sectas y temas afines.
Mi interés por los efectos de los programas de modificación de pensamiento comenzó cuando trabajé en el Instituto de Investigación del Hospital Militar Walter Reed después de la guerra de Corea. En aquel entonces conocí y colaboré con Edgar H. Schein, doctor en Filosofía, Robert J. Lifton, doctor en Medicina, y Louis J. West, doctor en Medicina, pioneros en el estudio de los efectos de los programas de adoctrinamiento intensivo. Yo me dedicaba a los estudios de seguimiento de los ex prisioneros de guerra. Entrevisté a soldados que durante mucho tiempo fueron prisioneros de los chinos, y participé durante varios años en gran parte de los programas de modificación del pensamiento conceptual. Al igual que Steve Hassan en este libro, he descrito en reiteradas ocasiones las necesidades específicas de las personas que han sido sometidas a dichos programas y he insistido en la falta de conocimientos de la mayor parte de los ciudadanos y profesionales de la salud mental sobre los procesos, efectos y consecuencias de estar sometido a programas de modificación de pensamiento.
Steve Hassan ha descrito clara y convincentemente cómo se induce el control mental. Ha incluido sus experiencias personales en una secta y los conocimientos prácticos que ha adquirido a lo largo de doce años de asesoramiento a personas que se hablan encontrado en situaciones de control mental, junto con las teorías y conceptos de la literatura científica. El libro está vivo gracias a los ejemplos tomados de la vida real.
Por primera vez, un experto en ayuda para abandonar las sectas describe paso a paso los métodos actuales, las secuencias y las directrices de su trabajo y de cómo actúa con las familias y las personas sometidas a control mental. Se basa en diversos trabajos académicos en los campos de modificación de pensamiento, persuasión, psicología social e hipnosis para ofrecernos el marco teórico de cómo se consigue el control mental.
La asesoría para abandonar las sectas es una profesión nueva, y Steve Hassan explica la clase de consejos éticos y educativos que él y otros como él han desarrollado. Ha empleado mucho tiempo y toda su capacidad literaria y sus conocimientos para conseguir que este libro fuera una contribución muy importante al tema, El lector es llevado desde los primeros contactos telefónicos de Steve con familias desesperadas hasta el resultado final de sus intervenciones. Estas técnicas y tácticas de asesoramiento están social y psicológicamente bien desarrolladas. Son éticas y contribuyen a la consecución de la madurez. Pese a ser cada vez más necesarios son muy pocos los consejeros que están de verdad bien preparados y cuentan con la experiencia adecuada. No ofrecen lo que psicólogos y psiquiatras garantizan, ni tampoco pueden reemplazar a estos o a otros profesionales de la salud mental. El asesoramiento en abandono de sectas es un campo especial que requiere conocimientos, técnicas y métodos específicos, así como un alto grado de habilidad.
Este libro tendrá una gran resonancia. Cualquiera que tenga un familiar o un amigo que se haya comprometido con un grupo que emplea procedimientos de control mental lo encontrará útil. También será de provecho para cualquier individuo, pues muestra lo vulnerables que somos todos a las influencias y advierte que el control mental no es un mito sino que existe en realidad.
Debemos prestar atención al potencial destructivo y al terrible impacto que la utilización del control mental por parte de grupos con motivaciones egoístas pueden tener en muchos sectores de la sociedad. Este libro satisface una necesidad y es merecedor de una amplia audiencia.
MARGARET T. SINGER, Ph. D.
Profesora Adjunta, Departamento de Psicología
Universidad de California, Berkeley, California
Galardonada con el Leo J. Ryan Memorial Award



CAPÍTULO 1

Asesoramiento en abandono: los antecedentes

Por fin: una oportunidad para relajarme, olvidar el trabajo y disfrutar de una reunión social con los amigos. Tal vez conozca a unas cuantas personas nuevas en esta fiesta.
-Hola. Me llamo Steve Hassan. Encantado de conocerle. (Espero que a nadie se le ocurra preguntarme cuál es mi trabajo.)
La pregunta: -Y usted, ¿a qué se dedica? (¡Oh, no, otra vez no!)
La excusa: -Trabajo por mi cuenta.
-¿Haciendo qué? (No hay escapatoria.)
-Soy asesor en abandono de sectas. (Aquí vienen las cincuenta preguntas.)
-¿De verdad? Es muy interesante. ¿Cómo es que se metió en ,eso? ¿Me podría decir por qué...?

Desde febrero de 1974, he estado involucrado con los problemas causados por los cultos destructivos. Fue cuando me reclutaron en la «Cruzada por un mundo»,1 un grupo pantalla de la Iglesia de la Unificación, también conocidos como los Moonies. Después de dos años y medio como miembro de la secta, fui desprogramado tras sufrir graves lesiones en un accidente automovilístico.
Desde entonces he estado comprometido activamente en la lucha contra las sectas destructivas. Me he convertido en un terapeuta experimentado profesionalmente y viajo a cualquier parte donde mi ayuda sea de verdad necesaria. Mi teléfono suena a todas las horas del día. Mis clientes son personas que por una razón u otra han sufrido daños emocionales, sociales y, algunas veces incluso físicos por sus relaciones con sectas destructivas. Ayudo a esas personas a recuperarse y a iniciar una nueva vida. Mi forma de abordar el asesoramiento les permite realizar la transición de una manera que evita la mayor parte de los traumas que presentan con las técnicas más rigurosas conocidas con el nombre de «desprogramación».
Yo prefiero llamar a mi trabajo «asesoramiento en abandono» para distinguirlo de la «desprogramación» y de otras formas de asesoramiento que se practican en la actualidad. El trabajo es intensivo y me compromete por entero con la persona y con su familia, algunas veces durante días enteros. Denomino a estos periodos intensivos «intervenciones». Por lo general, soy capaz de ayudar a una persona a conseguir una impresionante recuperación de su identidad original. Dado que sólo un puñado de personas en todo el mundo realizan un trabajo similar con miembros de sectas destructivas, este libro revela, por primera vez, la mayoría de los aspectos significativos de esta profesión única.
Tras haber visto que las sectas destructivas socavan de forma deliberada la forma democrática de vida, también soy un activista en la protección de los derechos de las personas. Estoy especialmente interesado en el derecho de todo el mundo a conocer cómo las sectas destructivas utilizan técnicas extraordinariamente complejas para reclutar, retener y explotar a las personas productivas y de gran talento. Durante los últimos doce años, mi activismo y mi trabajo como terapeuta se han centrado en estos problemas.
Mi vida como asesor en abandono de sectas a menudo me hace sentir como si estuviera en medio de un campo de batalla. En los siete años que llevamos juntos, Aureet ha tenido que soportar en nuestro hogar las situaciones más increíbles que se puedan imaginar. A pesar de que intento ajustar el número de casos atender sólo a una cantidad razonable de clientes por semana, planificar únicamente una o dos intervenciones al mes, mis planes tan bien estructurados siempre se ven alterados por algún acontecimiento inesperado.
Un viernes por la noche, Aureet y yo regresamos tarde a casa después de haber estado con unos amigos. Escuché las llamada. registradas en el contestador automático. Había cuatro. Cuando volví a escucharlas, resultaron ser todas de una familia de Minnesota. «Por favor, llámenos a la hora que sea», decía en la grabación una voz de mujer. «Nuestro hijo se ha afiliado a los Moonies. El próximo lunes se marchará con ellos a Pennsylvania, a un taller de trabajo de tres semanas de duración. Está haciendo el doctorado en Física en el MIT. Por favor, conteste nuestra llamada.»
Les llamé de inmediato, y estuve hablando con los padres durante casi una hora. Se habían enterado de que su hijo se había integrado en una organización llamada C. A. R. P. (Collegiate Association for the Research of Principles).* Efectuaron unas cuantas averiguaciones y descubrieron que C. A. R. P. era el brazo internacional de la Iglesia de la Unificación para reclutar estudiantes.2 Estuvimos todos de acuerdo en que no había tiempo que perder.
* Asociación Colegial para la Investigación de Principios. (N. del T.)

Discutí la situación con los padres. Trazamos un plan de acción. Al día siguiente, cogerían el vuelo de las 6.45 de la mañana a Boston. Irían al apartamento de su hijo, le llevarían a un restaurante y evaluarían su situación. El éxito o el fracaso dependían de lo unido que estuviera Bruce con sus padres y de lo lejos que hubieran ido los Moonies en su adoctrinamiento. ¿Habrían llegado al punto en que podían hacerle rechazar a su familia por «satánica»? Tanto la madre como el padre me aseguraron que conseguirían hablar con él. Yo no estaba tan seguro, pero convine en que valía la pena intentarlo. Por mi experiencia con los Moonies, presentía que si Bruce iba a esas tres semanas de adoctrinamiento, quedaría, a partir de ese momento, enganchado a la mentalidad del grupo.
El siguiente paso sería que los padres convencieran a Bruce para que hablara conmigo. Yo dudaba de que pudieran conseguirlo. Los Moonies son muy eficaces a la hora de convencer a la gente de que los antiguos miembros de la secta son satánicos y que incluso el simple hecho de estar en su presencia puede resultar peligroso.3 Por el momento, todo lo que yo podía hacer era esperar.
A la mañana siguiente grabé un programa sobre sectas para la televisión, algo que hago con frecuencia en diversos lugares del país. Después de la grabación, cancelé todos mis compromisos para el resto del día. Los padres de Bruce me llamaron desde aeropuerto de Boston. Habían llegado bien y se disponían a ir apartamento de su hijo. Repasamos nuestra estrategia una vez más. Crucé los dedos.
Dos horas después sonó el teléfono. Se las habían arreglado para llevarlo a un restaurante chino que no estaba lejos de su casa. Bruce aceptaba reunirse conmigo. Cogí todo lo que se me ocurrió que podía enseñarle -expedientes, fotocopias de artículos, libros-, lo arrojé al interior del coche y conduje hasta el restaurante.
Cuando llegué y me reuní con la familia, las caras de los padres reflejaban preocupación y desconsuelo. Bruce ensayó una tímida sonrisa y estrechó mi mano. Pero para mí estaba muy claro que en esos momentos pensaba: «¿Puedo confiar en este tipo ¿Quién es?»
Me senté con ellos en el reservado y empecé a preguntar Bruce acerca de su propia persona y de si tenía alguna idea de motivo que habla impulsado a sus padres a viajar desde Minneapolis. Al cabo de una hora, después de plantear suficientes cuestiones como para formarme una opinión bastante acertada de su estado mental, decidí arriesgarme y formular la gran pregunta.
-¿Te han hablado ya del juramento de servicio? -quise saber.
Él negó con un movimiento de cabeza y pareció sorprendido
-¿Qué es eso?
-Oh, se trata de una ceremonia muy importante que los miembros practican cada primer domingo de mes y en los cuatro días sagrados que tiene el grupo -respondí-. Los miembros hacen tres reverencias hasta tocar con la cara el suelo, frente a un altar con un retrato de Sun Myung Moon, y recitan un juramento de seis puntos por el que se comprometen a ser fieles a Dios, a Moon y a la madre patria... Corea.
-Está de broma.
En ese momento supe que Bruce saldría adelante. Pude comprobar que todavía no se hallaba sometido por completo al control mental del grupo, supe que respondería positivamente al resto de información que pensaba proporcionarle acerca del líder del grupo, el multimillonario industrial coreano Sun Myung Moon. En primer lugar le hablé de hechos relacionados con los Moonies sin mencionar para nada el control mental: la condena de Moon por fraude fiscal, el informe del Congreso sobre las conexiones de los Moonies con la CIA coreana, sus presuntas actividades ilegales..
-Sabe, he estado buscando a alguien como usted desde hace varios meses -dijo Bruce después de escucharme-. Fui a hablar con el capellán del MIT para pedirle información, pero no sabía nada sobre el tema.
Bruce todavía era capaz de pensar por sí mismo, pero, en mi opinión, había estado a punto de ser reclutado. Su participación en los talleres de trabajo de tres y siete días le habían preparado para el programa de veintiún días. Cuando yo era un adepto, la práctica común después de este último programa era pedirle a los reclutados que donaran el dinero de sus cuentas bancarias, que se mudaran a la casa de los Moonies y que se convirtieran en miembros plenos.
Bruce y yo pasamos los dos días siguientes analizando otras informaciones, mirando vídeos y hablando del control mental y las sectas destructivas. Para gran alivio de sus padres, al fin anunció que no iría al taller de trabajo. Empleó muchas horas en fotocopiar pilas de documentos, y deseaba hablar con otros estudiantes reclutados en el MIT. Hizo una nueva visita al capellán y le narró la experiencia. Una semana más tarde, el capellán me llamaba para saber si yo podía mantener una breve charla informativa con los directivos del colegio.
Este caso fue fácil y tuvo un final feliz. La familia detectó a tiempo el cambio de personalidad de su hijo; descubrieron que el C.A.R.P. era una fachada de los Moonies y encontraron a otras personas que les pusieron en contacto conmigo. Su rápida actuación les permitió ayudar a su hijo con eficacia y prontitud.
Las llamadas telefónicas que recibo son por lo general variaciones de la misma solicitud de ayuda. Un hijo o una hija, hermana o hermano, marido o mujer, madre o padre, novia o novio, tiene problemas. Algunas veces, él o ella acaban de ser reclutados; en otras ocasiones, la llamada se refiere a alguien que ha estado en una secta durante muchos años.
Es relativamente fácil tratar con alguien que aún no está totalmente adoctrinado, como en el caso de Bruce. Sin embargo, la mayoría de las personas que me llaman se enfrentan al problema desde hace tiempo. Algunos casos son auténticas urgencias; otros, en cambio, requieren una aproximación más lenta y metódica. Urgencias como las de Bruce son un tanto arriesgadas porque no se dispone de tiempo para ir preparado. No obstante, he aprendido que a menudo es necesario actuar con rapidez. Si alguien se ve involucrado en una situación de control mental, en ocasiones la diferencia de unas pocas horas puede resultar crucial.
Por alguna razón que desconozco, las peticiones de ayuda parecen llegar en oleadas; sólo unas cuantas al día durante un tiempo, y luego, de repente, diez o quince llamadas diarias. A pesar de que he viajado al extranjero para ayudar a personas afiliadas a sectas, paso gran parte de mi tiempo en viajes por Estados Unidos y Canadá. Más de una vez me he encontrado en un tren o en un avión sentado junto a un miembro descontento de alguna secta destructiva. Durante el encuentro, he descubierto que la persona quería disponer de mayor información sobre cómo cambiar su vida. Siempre les ofrezco gratuitamente esta información. Estos encuentros son «mini-intervenciones». Empleo en ellos las mismas técnicas de escuchar y aconsejar que en las intervenciones más importantes, sólo que les dedico menos tiempo.
Mi trabajo tiene dos partes: asesorar individualmente y alertar al público en general sobre el fenómeno de las sectas. Creo que sensibilizar a la opinión pública acerca del problema que representa el control mentales el único camino para moderar el crecimiento de estos grupos. Resulta relativamente fácil prevenir a la gente sobre las cosas de las que deben tener cuidado, aun si sólo escuchan a medias la radio mientras están lavando los platos. Es mucho más difícil y complicado sacar a alguien de una secta cuando ya está metido en ella. A veces tengo la impresión de que por cada persona que consigo alejar de una secta, ellos reclutan a un millar de nuevos adeptos.
Creó que la única solución al daño que se inflige a la gente en las sectas destructivas es «inmunizar» a la población en general contra los grupos de control mental. El medio más efectivo para conseguirlo es brindarle al público la información sobre la forma de actuar de tales grupos. La resistencia individual aumenta si la persona sabe con qué debe tener cuidado cuando se halla frente a un reclutador. Con este propósito doy conferencias y seminarios, y aparezco en programas de televisión y de radio en todas las ocasiones posibles. Esta es también la razón por la que escribo el presente libro.

Sectas: una pesadilla real

Si alguien me hubiera dicho cuando estaba en la escuela que los 34 años sería un experto en sectas, hubiera considerado que se trataba de una idea ridícula. Yo quería ser poeta y escritor, pensaba que algún día llegaría a ser profesor de inglés. Si esa persona me hubiera asegurado que mis clientes serían personas a quienes se les había mentido sistemáticamente, abusado físicamente, estimulado a romper sus vínculos con familiares y amigos, e inducido a trabajar en empleos que les ofrecían pocas o nulas posibilidades importantes para su desarrollo personal o profesional, me hubiera reído en su cara e incluso hubiera pensado que estaba conjurando una imagen del totalitarismo tomada del 1984 de George Orwell.
El mundo en general no se ha convertido en la pesadilla que Orwell describía: un lugar donde la «policía mental» mantenía un estado de control absoluto sobre la vida emocional y mental de los ciudadanos, y donde era un crimen actuar y pensar de forma independiente, e incluso enamorarse. Sin embargo, en un número siempre creciente de organizaciones de todo el mundo, 1984 se ha hecho realidad: el respeto básico por el individuo ha dejado de existir sin más, y se induce gradualmente a las personas a pensar y a comportarse de un modo similar a través de un proceso de control mental. Como resultado, se convierten en seres dependientes por completo del grupo; pierden su capacidad para actuar según su propia voluntad, y a menudo son explotados en beneficio de los fines políticos o económicos del grupo. Cualquier grupo que utilice el engaño para la consecución de sus fines -ya sean éstos, en su orientación aparente, religiosos o seculares-, es para mi una secta destructiva.
El mundo de 1984 era un eco lejano de mi infancia en el mundo americano de la clase media. Crecí en el seno de una familia judía conservadora en Flushing, Queens, Nueva York. Era el menor de tres hijos y el único varón. Recuerdo con claridad cómo ayudaba a mi padre en la tienda que tenía en Ozone Park. Mi madre, maestra de arte en un instituto, me crió en un ambiente cálido y cariñoso, y siempre me brindó su apoyo incondicional. Recuerdo los tiempos de la niñez y me veo a mí mismo más como un solitario que como un ser participativo. Si bien siempre he tenido varios amigos íntimos, jamás me he sentido cómodo con los grupos estudiantiles. El único grupo al que en realidad pertenecía era el equipo de baloncesto de la sinagoga. Después del bachillerato, decidí seguir una carrera en artes liberales en el Queens College, lugar donde me encontré por primera vez con los reclutadores de los Moonies. Antes de que supiera lo que estaba sucediendo, mi mundo sufrió un cambio dramático.

¿Quiénes son los Moonies?

La Iglesia de la Unificación (cuyo nombre completo es la Asociación del Espíritu Santo para la Unificación de la Cristiandad Mundial) es una de las más grandes y, desde luego, la más visiblemente destructiva secta en Estados Unidos. La organización está bajo el dominio total de su líder absoluto, Sun Myung Moon, un hombre de negocios nacido en Corea que en 1982 cumplió una condena de trece meses de cárcel en la prisión federal de Danbury, Connecticut, por fraude fiscal.
Durante la década de los setenta, los miembros de este grupo tenían una presencia habitual en la mayor parte de las ciudades norteamericanas, Se apostaban en las esquinas y vendían flores, golosinas, muñecos y diversos objetos, mientras se dedicaban activamente a reclutar jóvenes en los colegios y universidades. Bien arreglados, corteses y perseverantes, los Moonies proliferaron durante años al tiempo que eran objeto de fuertes criticas en la prensa de casi todas partes. En lo que a los medios periodísticos se refiere, la Iglesia de la Unificación y sus seguidores se esfumaron en los ochenta. La verdad es, sin embargo, que la organización Moon se hizo aún más compleja y aumentó el número de grupos religiosos, políticos, culturales y económicos que le sirven de pantalla. Debido a que la Iglesia de Unificación mantiene las cifras de sus miembros en el más riguroso secreto, resulta imposible determinar un número fiable que represente la cifra de adeptos. Si bien los líderes de la Iglesia declaran que los miembros' en Estados Unidos suman treinta mil (y alrededor de tres millones en todo el mundo), yo calculo que las cifras son mucho más bajas. Probablemente, hay unos 4.000 norteamericanos y otros 4.000 extranjeros (muchos casados con miembros norteamericanos) que trabajan actualmente en Estados Unidos.

Otro aspecto todavía poco conocido de la Iglesia de la Unificación, es que sus miembros justifican el uso de la superchería para reclutar a los nuevos adeptos. Cuando yo era reclutador de los Moonies, también utilizábamos la presión psicológica para convencer a los miembros de que entregaran a la Iglesia todas sus pertenencias materiales y su fortuna. A los miembros se les integra en talleres de trabajo donde son adoctrinados concienzuda mente en las creencias de la Iglesia, y pasan por la típica experiencia de conversión en la cual se someten al grupo. Como resultado, se convierten en seres con una dependencia total de grupo para el soporte económico y emocional, y pierden su capacidad para actuar con independencia del, mismo. Subordinados ¿estas condiciones, se exige a los miembros que trabajen durante muchas horas, que duerman muy poco, que se alimenten con una comida de ínfima calidad y rutinaria, a veces durante semanas, y que soporten innumerables sufrimientos en aras de su «crecimiento espiritual». Se les impide que establezcan relaciones estables con miembros del sexo opuesto, y sólo se pueden casar de acuerdo con las disposiciones establecidas por el mismo Moon o sus acólitos. Algunas veces se les ordena que participen en manifestaciones políticas y otras actividades en pro de causas, candidatos y funcionarios públicos que cuentan con el apoyo de Moon y su organización. Si no pueden soportar la presión, comienzan a cuestionar la autoridad de sus líderes o se apartan del grupo, se les acusa de estar bajo la influencia de Satanás y son sometidos a presiones aún mayores en problemas de readoctrinamiento. Yo sé que todo esto es cierto. Yo fui un líder en la secta Moon.

¿Qué es el control mental?

Hay muchas formas diferentes de control mental, y la mayoría de la gente piensa en el lavado de cerebro en cuanto escucha el término. Mas para el propósito que persigue este libro -ayudarle a usted a reconocerlo y a protegerse a sí mismo y a otras personas de los grupos que lo emplean- el «control mental» puede ser entendido como un sistema de influencias que desbarata la identidad del individuo (creencias, comportamiento, forma de pensar y emociones) y la reemplaza por una nueva, En la mayoría de los casos, esta nueva identidad es de tal naturaleza que la identidad original la rechazaría con todas sus fuerzas si pudiera saber de antemano lo que le espera en el futuro.
En este libro me referiré a los usos negativos del control mental. No todas las técnicas de control mental son intrínsecamente malas o antiéticas; en algunas, la manera en que son empleadas es lo realmente importante. El dominio del control siempre debe pertenecer al individuo. Está muy bien, por ejemplo, utilizar la hipnosis para conseguir que una persona deje de fumar, siempre y cuando el hipnotizador permita que el deseo y el control para dejar de fumar estén en manos del cliente y no intente desplazarlos hacia sí mismo.
En la actualidad, existen numerosas técnicas de control mental que son muchísimo más complejas que las técnicas de lavado de cerebro utilizadas en la segunda guerra mundial y en la guerra de Corea. Algunas incluyen formas encubiertas de hipnosis, mientras que otras se instrumentan a través del entorno social; muy rígido y controlado, de las sectas destructivas. Sobre todo, hay que tener presente que el control mental es un proceso muy sutil. He incluido una información más amplia sobre el control mental en el capitulo 4, y también algunas guías básicas para reconocer los signos del control mental cuando se practica en un grupo. Todos los grupos mencionados en este libro como sectas destructivas que utilizan técnicas de control mental han merecido tal calificativo después de una minuciosa investigación. Sería injusto acusar a un grupo de practicar un control mental antiético sin una base sólida para hacerlo. No tengo ningún remordimiento al referirme a la Iglesia de la Unificación como una secta destructiva. Los antecedentes del grupo hablan por sí mismos, ya que se trata de un grupo político muy controvertido que ya ha sido objeto de una profunda investigación por parte del Congreso.

Las numerosas caras de la Iglesia de la Unificación

¿Cómo se inició este grupo? Uno de los mejores resúmenes de la historia de los primeros años de la Iglesia de la Unificación se encuentra en el Informe Fraser, publicado el 31 de octubre de 1978, por el Subcomité de Organizaciones Internacionales del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Bajo la presidencia de Donald Fraser, representante demócrata por Minnesota, el comité llevó a cabo la investigación que sacó a la luz muchos hechos, desconocidos hasta entonces, sobre la organización Moon, entre los que figuraban la vinculaciones de la Iglesia de la Unificación con la Agencia Central de Inteligencia Coreana (CCIA). La investigación expuso ante la opinión pública el hecho de que la Iglesia de la Unificación no sólo es un grupo de creyentes sino también una organización política con un programa político muy activo. El Informe Fraser narra la historia de los comienzos de la organización Moon:
A finales de los años cincuenta, el mensaje de Moon fue recibido favorablemente por cuatro jóvenes oficiales del ejército coreano que hablaban inglés, lo que tiempo después facilitó importantes contactos con el gobierno coreano surgido después de 1961. Uno era Bo Hi Pak, que se había incorporado al ejército de la República de Corea en 1950. Han Sang Keuk [...] se convirtió en asistente personal de Kim Jong Pil, artífice del golpe de Estado de 1961 y fundador d la CCIA. Kim Sang In abandonó el ejército en mayo de 1961, se unió a la CCIA y se convirtió en intérprete de Kim Jong Pil hasta 1966. En aquel año Kim Sang In volvió a su puesto de oficial de la CCIA, más tarde llegó a ser el jefe de la delegación de la CCIA en la Ciudad de México. Era amigo íntimo de Bo Hi Pak y partidario de la Iglesia de la Unificación. El cuarto, Han Sang Kil, era agregado militar En la embajada de Corea en Washington a finales de los sesenta. Informes gubernamentales lo vinculan con la CCIA. Al abandonar el sevicio en el gobierno coreano, Han se convirtió en secretario personal de Moon y tutor de sus hijos.
Inmediatamente después del golpe, Kim Jong Pil fundó la CCI y supervisó la creación de una base política para el nuevo régimen Un informe no evaluado de la CIA, fechado en febrero de 1963, señalaba que Kim jong Pil había «organizado» la Iglesia de la Unificación cuando era director de la CCIA y que había utilizado a la Iglesia de la Unificación como un «instrumento político».
Fred Clarkson, que cita este informe en el número de la primavera de 1987 de CovertAction Information Bulletin (Boletín Informativo de Actividades Encubiertas), una revista que publica política de las organizaciones de inteligencia y grupos políticos extremistas, va más allá y dice:
A pesar de que el Informe Fraser hace notar que «organizar» no debe confundirse con ,«fundar», dado que la Iglesia de la Unificación «fundada» en 1954, el Informe Fraser señala que «... una gran cantidad de datos, independientes unos de otros, y tanto en este como en otros informes, indican que Kim Jong Pil y la organización Moon tenían una relación de apoyo mutuo» así como que Kim utilizaba la Iglesia de la Unificación con fines políticos».
Es digno de mención el hecho de que tanta gente se viera involucrada con la Iglesia sin saber absolutamente nada acerca de los antecedentes de la misma o los de Moon. Desde luego, si yo hubiera sabido que estaba vinculada con la CCIA o que en 1967 Moon había establecido relaciones con Yoshi Kodama, uno de los jefes de la Yakuza, la red japonesa del crimen organizado, jamás me hubiera unido a ellos. Pese a que la historia de la teología de la Iglesia de la Unificación es demasiada complicada para detallaría aquí, cabe destacar como punto principal de la misma que Sun Myung Moon es el nuevo Mesías y que su misión es establecer un nuevo «reino» en la Tierra. Sin embargo, muchos ex creyentes, como yo mismo, han observado que la visión que tiene Moon de ese reino es de un marcado acento coreano. Durante los dos años y medio de mi período en la Iglesia, me di cuenta de que los puestos más altos en la jerarquía (los más cercanos a Moon) eran accesibles sólo para los coreanos, con los japoneses en segundo lugar. Los miembros norteamericanos como yo estábamos en el tercer escalón. Los adeptos creen, como creía yo, que la donación de su tiempo su dinero y su esfuerzo está contribuyendo a la salvación del mundo. Lo que no perciben es que son víctimas del control mental.
Sin embargo, es imposible tener un cuadro completo de Moon y su influencia si sólo se mira a la Iglesia de la Unificación, a pesar de lo mucho que allí hay para ver. De hecho, Moon ha desarrollado un complejo entramado que abarca empresas comerciales y organizaciones no lucrativas en su Corea natal, en Estados Unidos, y en muchos otros países, con un interés especial en América Latina. Moon ha emprendido negocios que van desde la exportación de ginseng a la fabricación de fusiles M-16, y en Estados Unidos ha puesto en marcha varios «grupos de estrategas» y diversas organizaciones para promover una variedad de conferencias y programas de intercambio cultural (tanto científicos, académicos y religiosos como legales). Tal vez la empresa que está más visiblemente conectada a Moon en Estados Unidos es el The Washington Times, un periódico con una respetable tirada que ronda los 100.000 ejemplares y que tiene una considerable influencia en Washington. Ronald Reagan, cuando era presidente, declaró muchas veces que era su periódico predilecto y que lo leía a diario. Han Sang Keuk y Bo Hi Pak son dos altos ejecutivos del Times.
El hilo conductor que enlaza todas las actividades de la organización Moon, tanto dentro como fuera de la Iglesia de la Unificación, es la decidida postura anticomunista de Moon. Para explicarlo de una manera sencilla, los Moonies creen que los cristianos y los ciudadanos del mundo no comunista están enzarzados en una lucha a muerte con las fuerzas satánicas del comunismo materialista. Si Estados Unidos y los otros países no luchan contra el comunismo, se volverán débiles y sucumbirán. La única salvación para el mundo reside en Moon y en el establecimiento de una forma teocrática de gobierno que reemplace a las democracias seculares.
De no haber sido por la investigación del subcomité del Congreso y el trabajo del representante Donald Fraser, es muy posible que Moon hubiera reclutado a muchos norteamericanos más, con lo que habría aumentado su poder aún más deprisa. Yo estoy satisfecho de haber entregado a los miembros del subcomité Fraser una copia de El Maestro habla, una serie de discursos privados de Moon reservada a los líderes y miembros de la Iglesia de la Unificación, que fue presentada como evidencia en la investigación. Uno de los discursos que se incluyó en el informe corresponde a 1973 y en él Moon dice: «Cuando llegue nuestro tiempo, deberemos contar con una teocracia automática que gobierne al mundo. Así que no podemos separar el campo político del religioso. [...] La separación entre la religión y la política es lo que Satán más desea»
La creencia declarada de Moon en la necesaria fusión de religión y política subraya los compromisos de su organización, a lo largo de los años, con una extensa variedad de grupos de extrema derecha. En la actualidad, su principal brazo político es una organización conocida con las siglas CAUSA, que fue fundada en 1980 después de una gira por América Latina del hombre que es la mano derecha de Moon, Bo Hi Pak. En 1983 se constituyó una rama norteamericana, y desde entonces CAUSA se ha extendido a todos los continentes del planeta, ofreciendo seminarios para personas que ocupan puestos dirigentes. De acuerdo con Fred Clarkson: «El principal objetivo de CAUSA es ofrecer un educación anticomunista desde una perspectiva histórica. El antídoto de CAUSA contra el comunismo es "diosismo", que no es más que la filosofía de la Iglesia de la Unificación sin la mitología moonista».
A finales de la década actual, los Moonies continúan con la expansión de sus esferas de influencia y poder. Al parecer, Moon está tratando de comprar su camino hacia la legitimidad mediante el préstamo o la donación de millones de dólares a las causa conservadoras. Su estrategia de «servir y ayudar a las personas hasta hacerlas dependientes y entonces controlarlas» parece que todavía le resulta fructífera.
Sin embargo, no todo es de color de rosa para el grupo. Según el informe Knight-Ridder de Frank Greve, «los vendedores a domicilio de los Moonies [en Japón], mediante la utilización de tácticas de venta ilegales, estafaron a los compradores de sus baratijas religiosas, amuletos y talismanes, más de 165 millones de dólares en el período comprendido entre 1980 y 1987. Se supone que esta cifra se corresponde con el monto total del dinero que tuvieron que pagar por las 14.579 demandas presentadas por los centros de defensa del consumidor gubernamentales y por abogados particulares. El informe [facilitado por el Colegio de abogados japonés] estima que sólo el uno porciento de las víctimas de fraude al consumidor presentan una demanda, y concluye que los 165 millones son únicamente "la punta del iceberg".
De acuerdo con Greve, la mayor parte de las víctimas son «mujeres que han tenido en la familia un caso de muerte por accidente o de enfermedad incurable, que se han quedado viudas o se han divorciado, o que han sufrido un aborto». Al parecer, hay quien ha pagado más de 100.000 dólares por urnas, pagodas u otros amuletos, persuadido por los vendedores Moonies de que «los librarían de los espíritus malignos que les atacaban».
Es muy probable que al menos una parte de estas ganancias ilegales haya sido enviada a Estados Unidos para financiar el The Washington Times, que está dirigido a los políticos conservadores. Alrededor de 200 millones de dólares ya han sido invertidos en este periódico,28 pero hasta el momento el negocio no ha producido beneficios. Sin embargo, el diario sirve a su auténtico propósito: permitir a Moon el acceso a los círculos de poder de la política norteamericana.
La Iglesia de la Unificación es la secta destructiva por antonomasia. No obstante, hay otros muchos grupos que sostienen extrañas doctrinas teológicas y cuyos miembros se entregan a prácticas que, para mucha gente, resultan totalmente ridículas. ¿Son todos estos grupos «sectas destructivas»?
De ninguna manera. Los Estados Unidos de América siempre han sido una tierra donde la libertad de pensamiento y la tolerancia de los diferentes credos han florecido bajo la protección de la Primera Enmienda de la Constitución. La vida política y religiosa norteamericana es tan diversa como en cualquier otro país del mundo. Las bases para esta diversidad se, encuentran en el principio de respeto a los derechos del individuo que están escritos en la Constitución. Aunque cueste de creer, en los últimos veinticinco años han surgido en la sociedad estadounidense organizaciones que violan sistemáticamente los derechos de sus miembros, les someten a múltiples formas de abuso y les hacen menos capaces de actuar y de pensar como adultos responsables. Para la personas que se adhieren a dichas organizaciones, el resultado es el daño no sólo en su autoestima sino también, a menudo, en su sentido de identidad. Sus vínculos con las demás personas se ver asimismo afectados, y en algunos casos pierden por completo el contacto con sus familiares y amigos durante largos períodos de tiempo.
El daño que resulta de vivir en una secta puede no ser evidente de inmediato para familiares o amigos, e incluso en las etapas iniciales- para alguien que conozca a dicha persona por primera vez. Pero las más variadas formas de violencia, desde la más primarias a las más sutiles, son el resultado inevitable. Algunos miembros de las sectas destructivas sufren abusos físicos en el período de adhesión, en forma de palizas o violaciones, mientras que otros simplemente padecen el engaño de largas horas de trabajos pesados y monótonos -de quince a dieciocho horas diarias, año tras año-. En esencia, se convierten en esclavos con pocos o ningún recurso, personal o económico, para abandonar grupo, y éste hace todo lo posible para retenerlos mientras resulten productivos. En el momento en que caen enfermos o dejan de producir, a menudo se les expulsa del grupo.
Por lo general, los grupos que realizan estas prácticas son, en apariencia, asociaciones respetables. Las sectas que utilizan control mental apelan a muchos y diferentes impulsos humanos.
Las sectas religiosas, que son las más conocidas, se centran en los dogmas religiosos. Las sectas políticas, que aparecen con frecuencia en las noticias, se estructuran alrededor de una teoría política muy pobre. Las sectas psicoterapéuticas/educacionales, que ha gozado de gran popularidad, proclaman que aportan a sus miembros «conocimiento interior» y «cultura». Las sectas comerciales juegan con los deseos de las personas de obtener carreras prestigiosas y lucrativas. Ninguna de estas sectas destructivas puede cumplir lo que promete; a la larga todas enganchan a sus miembros y destruyen su autoestima.
Las sectas destructivas ocasionan los más variados daños a sus adeptos, y, lo demostraré con varios casos reales incluyendo el mío propio. No es fácil recuperarse del daño sufrido como miembro de una secta destructiva, pero es posible. Mi experiencia demuestra que se pueden dar algunos pasos definitivos para aprender a ayudar, a un amigo o a sí mismo, para volver a una vida productiva normal. El control mental de las sectas no tiene por qué ser permanente.

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CAPITULO 2


Mi vida en la Iglesia
de la Unificación

Desde que era un niño, siempre he sido muy independiente Quería ser escritor y poeta, pero durante mis años de colegio luchaba por dar con una carrera que me permitiera ganar el suficiente dinero para realizar mis sueños. Mi enfrentamiento con la vida se agudizó por la depresión en que caí tras la ruptura de mi noviazgo en enero de 1974. Me preguntaba a mí mismo si alguna vez llegaría a encontrar mi verdadero amor. Siempre he sido un ávido lector, y por aquel entonces comencé a leer muchos libros de psicología y filosofía. A través de los escritos de G. 1. Gurdjieff y P. D. Ouspensky, me interesé en lo que era presentado como un conocimiento antiguo y esotérico. Mucho de lo que leí describía la condición natural del hombre como «dormida» ante la verdad, y necesitada de alguien espiritualmente más avanzado que le guiara hacía niveles más altos de concienciación. La sugerencia de que era imprescindible unirse a una escuela espiritual estaba implícita en aquellos libros.
A los 19 años, presentía que jamás sería feliz como hombre de negocios, dedicado toda mi vida a ganar dinero. Deseaba conocer las respuestas a preguntas más profundas. ¿Existe Dios? Y si existe, ¿por qué permite tantos sufrimientos? ¿Qué papel debía desempeñar yo en el mundo? ¿Podía hacer algo que significara una diferencia? En aquel entonces, sentía una enorme presión por hacer algo que fuera una gran contribución a la humanidad. Durante toda mi vida me habían repetido lo inteligente que era y lo mucho que conseguiría cuando fuera adulto. Al año siguiente obtendría mi título, y no me quedaba mucho tiempo por delante.
Ya me había convertido en «padre adoptivo» de una pequeña niña en Chile a la que enviaba dinero cada mes. Decidí que ser escritor era el mejor caminó para mí, así que me dediqué a escribir. Sin embargo, pensaba que no era suficiente. Miraba el mundo y veía tanta injusticia social, corrupción política y problemas ecológicos que me parecía que yo tenía muy poco que ofrecer. Era consciente de mi deseo de que las cosas cambiaran, pero no sabía qué camino debía seguir para conseguirlo.
Un día, mientras leía un libro en la cafetería de la unión estudiantil, se acercaron a mi mesa tres atractivas mujeres de origen japonés y un hombre italoamericano. Iban vestidos como estudiantes y llevaban libros. Me preguntaron si podían compartir mi mesa. Asentí, y pocos minutos después estábamos conversando amigablemente. Dado que yo disponía de un descanso de tres horas entre clases, me quedé con ellos y proseguimos la charla Me comentaron que ellos también eran estudiantes y que pertenecían a una pequeña comunidad de «jóvenes de todas partes del mundo». Me invitaron a que fuera a visitarles.
El semestre acababa de empezar y yo quería hacer nuevos amigos, así que, aquella misma noche, después de clase, fui hasta su casa. Al llegar, me encontré con un animado grupo de unas treinta personas procedentes de media docena de países. Les pregunté si formaban un grupo religioso. «Oh, no, en absoluto», me contestaron, riéndose. Me dijeron que formaban parte de algo llamado la Cruzada por Un Mundo, dedicada a superar las barreras culturales entre los pueblos y a combatir los importantes problemas sociales que tanto me preocupaban.
«Un mundo donde las personas se traten los unos a los otros con amor y respeto», pensé para mis adentros: «¡Qué idealistas son estas personas!».
Disfruté con las estimulantes conversaciones y la atmósfera de entusiasmo de la reunión. Estas personas se relacionaban entre sí como si fueran hermanos, y resultaba evidente que se consideraban parte de una familia global. Parecían muy felices con sus vidas. Tras mi depresión del mes anterior, me sentía vigorizado con toda aquella energía positiva. Regresé a mi casa creyéndome afortunado por haber conocido a gente tan encantadora.
Al día siguiente me crucé con Tony, el hombre que me había abordado en la cafetería. «¿Disfrutaste de la velada?», me preguntó. Le contesté afirmativamente. «Oye», continuó Tony, «esta tarde Adri, que es de Holanda, dará una breve conferencia sobre algunos interesantes principios de la vida, ¿por qué no te dejas cae por allí?»
Al cabo de unas horas, escuchaba la conferencia de Adri. Era un tanto vaga y simplista, pero agradable, y yo estaba de acuerdo con casi todo lo que dijo. Sin embargo, el contenido de su discurso no explicaba por qué todos los integrantes del grupo parecía siempre tan felices. Sentía que o bien había algo que no andaba bien en mí, o que ellos tenían algo excepcional. Me picaba la curiosidad.
Acabé por regresar al día siguiente, y en esta ocasión otra persona dio una charla sobre el origen de todos los problemas que tenía planteados la humanidad. La conferencia era de un tono claramente religioso; trataba de Adán y Eva y de cómo fueron corrompidos por una interpretación errónea del amor en el Jardín del Edén. En aquel momento no me di cuenta de que mis preguntas jamás eran contestadas, y no sospeché que me estaban manipulando deliberadamente. Sin embargo, me sentía un tanto confuso y manifesté la intención dé no volver a las reuniones.
En cuanto pronuncié estas palabras, pareció que sonara una alarma entre todos los presentes. Cuando salí de la casa y subí a coche, una docena de personas aparecieron a la carrera, en el aire helado de febrero, con los pies descalzos (era una costumbre quitarse los zapatos en el interior de la casa) y rodearon mi automóvil. Dijeron que no permitirían que me marchara hasta que no les prometiera que volvería a la noche siguiente. «Esta gente debe de estar loca», pensé, «quedándose aquí fuera descalzos con e frío que hace, sin chaquetas, reteniéndome sólo porque les caigo bien». Después de unos minutos, accedí más que nada porque no quería sentirme culpable de que alguno de ellos pillara un resfriado, Una vez que les di mi palabra ya no podía echarme atrás, a pesar de que no me apetecía volver.
Cuando me presenté el jueves por la noche, me vi halagado por todos durante toda la velada. Esta práctica, como aprendí luego, se llama «bombardeo amoroso». Una y otra vez me repetían que era una magnífica persona, lo bueno, lo listo, lo dinámico que era, y así sin parar. No menos de treinta veces me invitaron a que les acompañara a «un fin de semana fuera de la ciudad para un retiro en una hermosa zona al norte del estado».
Una y otra vez les respondí que los fines de semana trabajaba de camarero y que no podía ir. Antes de marcharse me presionaron tanto que les prometí que si se presentaba la ocasión de un fin de semana libre, les acompañaría Como no disfrutaba de un sábado ni un domingo libre desde hacía más de un año y medio, estaba convencido de que no tendría que cumplir mi promesa.
Al día siguiente, telefoneé a mi jefe en la oficina de banquetes de Holiday lnn para que me informara de mis compromisos para el fin de semana. Él me dijo: «Steve, no te lo vas a creer, pero la boda ha sido suspendida esta misma tarde. ¡Tómate el fin de semana libre!» Yo me quedé boquiabierto. ¿Era una señal de que debía acompañarles en la salida del fin de semana? Me pregunté qué hubieran hecho Gurdjieff o Ouspensky en mi situación. Habían dedicado años a la búsqueda de un conocimiento superior. Llamé a las personas de la casa y me fui con ellos el viernes por la noche.

Mi adoctrinamiento: cómo me convertí en Moonie

Cuando atravesábamos las altas y negras verjas de hierro forjado de la finca multimillonaria en Tarrytown, Nueva York, alguien se arrimó a mi hombro y me dijo: «Este fin de semana tendremos un taller de trabajo conjunto con la Iglesia de la Unificación». Mi reacción inmediata fue plantearme una serie de preguntas que en ese momento no expresé en voz alta. ¿Taller de trabajo? ¿Iglesia? ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué nadie me habló antes de esto? ¿Cómo puedo regresar a Queens?
Nos llevaron en manada desde la furgoneta hasta una pequeña estructura de madera resguardada entre grandes árboles. Experimentaba una sensación de temor. «Oye, de verdad que me gustaría volver a Queens», le dije a uno de los miembros, un joven de cabellos rubios con la sonrisa enganchada a la cara.
«¡Oh, venga, te lo pasarás muy bien!», me respondió, palmeándome la espalda. «De todas manera, no hay nadie que vuelva a la ciudad esta noche». Decidí sacar el mejor partido posible de la situación y no montar una escena. Subimos las escaleras y entramos en una habitación que, según supe después, había sido el estudio de un artista. Una gran pizarra colgaba de la pared del fondo. En un rincón había varios montones muy bien ordenados de sillas de metal plegables.
Transcurridos unos minutos, ya nos habían dividido en varios grupos pequeños. Los líderes nos entregaron unas hojas de papel y lápices, y pidieron que dibujáramos un cuadro con una casa, un árbol, una montaña, un río, el sol y una víbora. Nadie preguntó el porqué; simplemente obedecimos todos. (Mucho tiempo después aprendí que este ejercicio es una forma de test de proyección de personalidad utilizado para sondear los pensamientos íntimos del individuo.)
Nos fuimos presentando por turnos mientras estábamos sentados con las piernas cruzadas en el suelo del hermoso recinto que forma parte de una extensa finca con una enorme mansión que había sido comprada, según me enteré más adelante, a la familia Seagram. Nos hicieron cantar canciones folklóricas mientras permanecíamos sentados en el suelo. Yo me sentía avergonzado por lo infantil que resultaba todo, pero a nadie más parecía importarle. La atmósfera del momento, con todos aquellos jóvenes entusiastas que cantaban, me trajo cálidos recuerdos de los campamentos de verano. Aquella noche fuimos conducidos hasta las literas instaladas en la planta alta de un garaje reformado, y los hombres y las mujeres ocuparon habitaciones separadas. Conciliar el sueño resultaba casi imposible No sólo estábamos apretujados, sino que para colmo había dos que roncaban profundamente. Demasiados para pensar que estaba en un campamento de verano. Los otros recién llegados y yo pasamos la noche en blanco.
Por la mañana, vino uno de los animosos jóvenes del grupo de la casa de Queens y conversó conmigo. Me dijo que él también se había sorprendido un poco ante las cosas extrañas que habla visto y oído en su primer taller de trabajo. Me rogó que no adoptara una actitud cerrada y que les diera a «ellos» la oportunidad de exponerme lo que él llamó el Principio Divino. «Por favor, no los juzgues hasta tener la oportunidad de escuchar todo el asunto», me suplicó Me dijo también que si me marchaba ahora lo lamentaría durante el resto de mi vida.
Su voz estaba imbuida de tanto misterio e intriga que disipó mis sospechas al tiempo que despertaba mi curiosidad. «Ahora», me dije, «tendré por fin las respuestas a todas mis preguntas.» Esto al menos era lo que yo creía.
Poco después, nos hicieron practicar unos minutos de calistenia antes de tomar el desayuno. Luego, cantamos más canciones.
Cuando nos sentamos en el suelo, un hombre carismático de frío ojos azules y voz penetrante se presentó y enunció las reglas seguir durante el fin de semana. Era el director del taller de trabajo. Se nos dijo que debíamos permanecer siempre en los pequeños grupos que nos habían asignado. No se podía pasear a solas por la finca. Las preguntas se formularían tan sólo después de que hubiera terminado la conferencia y cuando estuviéramos de nuevo con nuestro grupo. A continuación, presentó al conferenciante, Wayne Miller.
El señor Miller, un norteamericano a punto de cumplir los 30 vestido con traje azul, camisa blanca y corbata roja, irradiaba el encanto y la confianza de un médico de familia. A medida que su conferencia se prolongaba durante horas, comencé a sentirme muy incómodo. El taller de trabajo me resultaba demasiado extraño. Me caían bien la mayor parte de los presentes como individuos: eran alegres y bien intencionados estudiantes, como yo mismo. Pero me desagradaba el ambiente tan rígidamente estructurado, la atmósfera religiosa un tanto infantil y el haber sido engañado con respecto a la naturaleza del lugar. Cada vez que intentaba formular una objeción, me pedían que guardara mis preguntas para después de la conferencia. En el grupo pequeño la respuesta era invariable: «Es una buena pregunta. No la olvide porque será contestada en la próxima conferencia». Una y otra vez me decían que no debía juzgar lo que escuchaba hasta no haberlo oído todo. Mientras tanto, tenía que soportar una enorme cantidad de información sobre la especie humana, la historia, e. propósito de la creación, el mundo espiritual versus el mundo físico y muchas cosas más, la mayoría de las cuales se basaba en la aceptación de lo que se había dicho antes.
Todo el fin de semana estaba programado de la mañana a la noche. No había tiempo libre. No había ninguna posibilidad de estar a solas, Los miembros superaban a los recién llegados en una proporción de tres a uno, y nos mantenían sitiados, No se nos permitía hablar entre nosotros sin la presencia de uno de ellos. El primer día pasó, dejando mi sentido de la realidad más o menos intacto. Antes de que nos fuéramos a la cama, nos pidieron que contestáramos a unas hojas de «reflexión» concebidas para revelar todo lo que pensábamos y sentíamos. Inocentemente, las contesté. Pasé otra noche inquieta, pero estaba tan exhausto emocional y físicamente que conseguí dormir unas cuantas horas.
El segundo domingo, comenzó exactamente igual que el anterior. Pero ahora todos habíamos soportado 36 horas en aquel entorno tan febril y enloquecido, y parecía que hubiera transcurrido una semana. Empecé a interrogarme a mí mismo: «¿Hay algo que está mal en mi? ¿Por qué, al parecer, soy la única persona que cuestiona todas estas cosas? ¿Es algo tan profundo que está más allá de mi alcance? ¿No estoy preparado espiritualmente para comprender lo que me están enseñando?» Me propuse escuchar al señor Miller con mayor atención, y comencé a tomar notas.
Al atardecer del domingo, yo estaba más que dispuesto para iniciar el viaje de regreso a casa, pero transcurrían las horas y nadie hacía el menor gesto de marcharse. Por fin, pedí la palabra y dije que tenía que irme. «Oh, por favor, no te marches!», me rogaron varias personas. «¡Mañana es el día más importante!»
«¿Mañana? ¡Los lunes tengo que ir a clase!» Les expliqué que me resultaba imposible quedarme un día más.
El director del taller de trabajo me llevó aparte y me informó que todos los demás habían decidido quedarse el tercer día. «¿Nadie le dijo que se trataba de un taller de trabajo de tres días?», me preguntó.
«No», le respondí. «No hubiera venido de ninguna de las maneras si hubiera sabido que tenía que perderme un día de clases.»
«Bueno, dado que ya ha participado en las dos terceras partes, ¿no le interesa saber cuál es la conclusión final?», me preguntó, con tono de intriga. Mañana, me prometió, todo quedaría aclarado.
Una parte de mí sentía verdadera curiosidad por saber cómo acababa aquello. Además, dependía de estas personas para que me llevaran. No quería preocupar a la familia o a mis amigos con una llamada de urgencia para que vinieran a recogerme o, peor todavía, salir a la carretera para hacer autostop en una parte desconocida del estado, en mitad de la noche y en pleno invierno.
El lunes nos estimularon hasta un nivel emocional sin precedentes. El plato fuerte de las conferencias del día del señor Miller se titulaba: «La Historia de la Restauración». Pretendía ser un preciso y ajustado guión de los métodos de Dios para conducir a la humanidad al camino de Su intención original. «Es un hecho científicamente demostrado que existe una pauta que marca los ciclos recurrentes en la historia», declaró el señor Miller. A lo largo de horas y horas de conferencia, quedaba claro que todos estos ciclos apuntaban a una conclusión increíble: Dios había enviado a Su segundo Mesías a la Tierra entre los años 1917 y 1930.

¿Quién era este nuevo Mesías? Nadie de entre los presentes en el taller de trabajo podía decirlo.

Cuando llegó el momento en que estábamos listos para regresar a la ciudad, no sólo me sentía agotado sino también muy confuso. Me entusiasmaba la escasísima posibilidad de que Dios hubiera estado dirigiendo toda mi vida con el único fin de prepararme para este momento histórico. Otras veces, pensaba que todo el asunto era un engaño, una broma pesada. Sin embargo, nadie se reía. Una atmósfera de profunda seriedad reinaba en el estudio atestado. Recuerdo el parlamento final de la conferencia del señor Miller.
«¿Y qué si...? ¿Y qué si...? ¿Y que si... es verdad? ¿Podríais vosotros traicionar al Hijo de Dios?» El señor Miller lo preguntaba con voz apasionada, elevando su mirada con parsimonia mientras daba por concluida su conferencia. Por último, el director del taller se puso en pie y comenzó a rezar una plegaria muy emocionada acerca de que todos éramos los hijos perdidos de Dios y que necesitábamos mantener nuestras vidas. No dejaba de rezar, pidiendo que toda la humanidad dejara de vivir hundida en el egoísmo materialista y que volviera a Él. Pidió perdón reiteradamente por todas las veces a lo largo de la historia en que Dios había pedido a los hombres que cumplieran Su voluntad y había sido engañado. Por su parte, se comprometió a poner todo su empeño y dedicación. Su sinceridad era sobrecogedora. Uno no podía menos que sentirse conmovido.
Cuando la furgoneta llegó por fin, a altas horas de la noche, a la casa de la Cruzada por Un Mundo, yo estaba completamente agotado y sólo deseaba irme a mi casa y dormir. Pero aún no se me permitió marcharme. Jaap van Rossum, director de la casa, insistió en que me quedara y conversara con él durante un rato. Yo no veía la hora de marcharme, pero él se mostró inflexible. Se sentó a mi lado frente al fuego que ardía en el hogar y me leyó la biografía de un humilde hombre coreano del cual jamás había oído hablar antes: Sun Myung Moon. La historia contaba que Moon había tenido que sufrir tremendas penurias y tribulaciones para proclamar la verdad de Dios y luchar contra Satán y el comunismo. Cuando acabó con su lectura, Jaap me rogó que rezara por todo lo que acababa de oír. Me dijo que ahora yo era résponsable de la gran verdad que me habían enseñado. Si le volvía la espalda, jamás me lo perdonaría a mí mismo. Después, intentó persuadirme para que pasara la noche en la casa.
En mi interior gritaba: «¡Lárgate! ¡Lárgate! ¡Apártate de esta gente! ¡Necesitas tiempo para pensar!». Para poder escapar, grité:
«No! ¡Suelte mi maleta!», y salí a toda prisa de la casa. Sin embargo, me sentía culpable por haber sido grosero con unas personas tan sinceras y maravillosas. Volví a mi casa casi llorando.
Cuando llegué, mis padres (me lo dijeron tiempo después) pensaron que estaba drogado. Dijeron que presentaba un aspecto terrible: tenía los ojos vidriosos y, evidentemente, sufría una gran confusión mental. Intenté explicarles lo que acababa de suceder. Yo estaba agotado y hablaba de manera incoherente. Cuando les conté que el taller de trabajo estaba vinculado con la Iglesia de la Unificación, mis padres se trastornaron y creyeron que me disponía a convertirme al cristianismo. Su respuesta inmediata fue:
«Mañana mismo iremos a hablar con el rabino».
Por desgracia, mi rabino no había oído hablar jamás de la Iglesia de la Unificación ni tampoco' había tenido tratos con nadie que estuviera relacionado con una secta.. Pensó que yo estaba interesado en hacerme cristiano. No sabia qué hacer ni qué decir. Salí de allí diciéndome a mí mismo,: «La única forma que tengo de poner en claro todo este asunto es investigarlo por mi cuenta». No obstante, estaba asustado. Deseaba poder hablar con alguien que tuviera información del grupo pero que no fuera un adepto. En febrero de 1974, nadie que yo conociera había oído hablar de los Moonies.
Innumerables preguntas asaltaban mi mente. ¿Había estado Dios preparándome a lo largo de mi vida para la misión de ayudar a levantar el Reino del Cielo en la Tierra? ¿Era Sun Myung Moon el Mesías? Recé con fervor para que Dios me enviara una señal. ¿Era el Principio Divino la nueva verdad? ¿Qué debía hacer?
No se me ocurrió pensar, en mi estado de confusión, que me habían sometido a control mental,1 que tan sólo una semana antes no creía en la existencia de Satanás y que ahora tenía miedo de que estuviera influyendo en mis pensamientos.
Mis padres me aconsejaron que me mantuviera apartado del grupo. No querían que abandonara el judaísmo. Yo tampoco deseaba abandonarlo; yo quería hacer lo que fuera correcto. Pensé que si Moon era el Mesías, entonces estaría cumpliendo con mi herencia judía al seguirlo. A pesar de que mis padres se opusieran al grupo, yo creía que como persona independiente de diecinueve años de edad estaba capacitado para tomar mis propias decisiones en la materia. Deseaba hacer lo correcto. Los miembros del grupo me habían dicho que si lo hacía, podría interceder luego por mis padres y salvarles espiritualmente.
Después de varios días de oración, recibí lo que yo supuse que era una «señal». Incapaz de concentrarme en mis tareas estudiantiles, estaba sentado en el borde de mi cama. Me incliné para recoger uno de mis libros de filosofía y, al abrirlo al azar, leí un párrafo que decía que la historia pasa por determinados ciclos que ayudan a los seres humanos en su evolución hacia un plano superior. En aquel momento, creí que había tenido una expériencia espiritual. ¿Cómo era posible que hubiese abierto el libro precisamente donde estaba ese párrafo? Pensé que Dios me indicaba que prestara atención a las conferencias del señor Miller. Sentía que debía volver y aprender más acerca de este movimiento.

Se estrecha el lazo: me convierto en un «adepto»

Tan pronto como llamé al centro, me llevaron de inmediato a otro taller de trabajo de tres días. Cuando le pregunté a un miembro por qué no me habían dicho la verdad acerca del carácter religioso del movimiento, me respondió con otra pregunta: «¿De haberlo sabido antes, hubieras venido?». Tuve que admitir que no lo hubiera hecho. Me explicó que el mundo estaba controlado por Satanás desde el momento en que había engañado a Adán y Eva para que desobedecieran a Dios. Ahora, los hijos de Dios tenían que engañar a los hijos de Satanás para que siguieran la voluntad de Dios. Añadió: «Deja de pensar desde el punto de vista del hombre caído. Piensa en el punto de vista de Dios. Él desea ver su creación devuelta a Su idea original, el Jardín del Edén. ¡Esto es lo único que importa!» Más adelante, se hizo evidente que el «engaño celestial» era utilizado en todos los aspectos de la organización: reclutamiento, recolección de fondos, relaciones públicas. Dado que los miembros están tan imbuidos en cumplir con las metas asignadas, no hay lugar para la «vieja moralidad». El grupo utiliza la Biblia para «demostrar» que Dios perdona el engaño en diversas ocasiones a lo largo de la historia a fin de conseguir que Sus planes triunfen.2 Al aceptar el engaño que había sufrido yo mismo, estaba dispuesto a comenzar a engañar a otros.
A pesar de que el taller de trabajo era casi idéntico en contenido al de la semana anterior, sentía que en esta ocasión tenía que escuchar con la mente abierta y tomar apuntes. «La semana pasada me comporté como un cínico», pensé.
Esta vez, Miller pronunció una conferencia sobre el comunismo. Explicó que el comunismo era la versión satánica del plan ideal de Dios, aunque negaba la existencia de Dios. Era, por lo tanto, la religión de Satanás en la tierra y había que oponerse a ella con toda vehemencia. Afirmó que la última guerra mundial enfrentaría al comunismo con la democracia, y que ocurriría dentro de los próximos tres años (en aquel momento, hacia 1977), y que si los miembros del movimiento no trabajaban con el suficiente ahínco, se desencadenarían terribles sufrimientos.
Al final de aquellos tres días, el Steve Hassan que había entrado en el taller de trabajo había desaparecido, reemplazado por el nuevo «Steve Hassan». Me entusiasmaba pensar que yo era uno de los «elegidos» de Dios y que el camino de mi vida estaba ahora en la «auténtica senda». También experimentaba una amplia variedad de sentimientos; estaba sorprendido y también orgulloso de haber sido escogido para el liderazgo, asustado por la inmensa responsabilidad que caía sobre mis hombros, y exaltado emocionalmente al pensar que Dios estaba trabajando activamente para traer el jardín del Edén. No habría más guerras, ni más pobreza ni más destrucción ecológica. Sólo amor, verdad, belleza y bondad. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, una voz me decía que estuviera alerta, que siguiera cuestionándolo todo.
Después de aquel taller de trabajo, volví a Queens. Decidí mudarme a la casa local de los Moonies durante unos cuantos meses para acostumbrarme a su estilo de vida y estudiar el Principio Divino hasta llegar a comprometerme para el resto de mi vida. A las pocas semanas de vivir allí, conocí a un poderoso líder, Takeru Kamiyama,3 un japonés encargado de la Iglesia de la Unificación en la ciudad de Nueva York. De inmediato me sentí atraído hacia él. Me impresionó por su carácter tan espiritual y humilde. Deseaba aprender todo lo que pudiera de él.
En retrospectiva, me doy cuenta de que el señor Kamiyama me atrajo porque poseía unas cualidades muy diferentes a las que yo conocía desde niño. Era un visionario. Tenía mucho poder y posición. Mi padre, un sencillo empresario, me había repetido en incontables ocasiones que no existía la persona que pudiera cambiar el mundo. Kamiyama creía con todas sus fuerzas que una persona podía establecer una gran diferencia. Era muy religioso y emocionalmente expresivo. Mi padre, pese a ser un hombre sincero a su manera, en realidad no lo era. Al mirar atrás y analizar la relación, veo que le permití a Kamiyama ocupar el lugar de mi padre. El tipo de aprobación verbal y el afecto físico que buscaba en mi padre me lo dio este hombre, que supo utilizar esta ventaja emocional para motivarme y controlarme.
Se dio el caso de que yo fui el primer nuevo recluta del centro de Queens. Tan sólo un mes antes, el gran centro de Manhattan había sido dividido en ocho centros satélites dispersos por los diferentes distritos. Dado que yo era el primero, el señor Kamíyama aseguró que era una señal de que yo estaba destinado a ser un gran líder. Me convirtió en uno de sus doce discípulos norteamericanos, y supervisaba todo lo que yo hacía.
A pesar de que nunca me había gustado pertenecer a grupos, mi situación de privilegio en este grupo me hacía sentir especial. Gracias a mi relación con Kamiyama, tenía acceso al mismísimo Mesías -Sun Myung Moon-, que era la máxima figura paterna.

La vida con el «Padre»: me acerco a Moon

Sun Myung Moon es un hombre de baja estatura, complexión robusta y poseedor de un enorme carisma. Nació en 1920 en lo que en la actualidad es Corea del Norte. Se mueve con el porte de un pequeño luchador de sumo, y viste trajes de 1.000 dólares. Es un manipulador astuto y un gran comunicador, sobre todo con aquellos que han sido adoctrinados en la creencia de que él es el hombre más importante que existe sobre la superficie terrestre. Por lo general, Moon habla en coreano o japonés y utiliza los servicios de un intérprete. Me dijeron que lo hacía por razones «espirituales». Durante mi permanencia en la secta, asistí a más de cien de sus conferencias y participé en unas veinticinco reuniones de líderes presididas por él.
Los señores Moon y Kamiyama sabían cómo cultivar a sus discípulos para que fueran leales y bien disciplinados. Los miembros más altos de la jerarquía estaban entrenados para cumplir sus órdenes sin preguntas ni vacilaciones. Cuando estuve completamente adoctrinado, todo lo que yo deseaba hacer era cumplir con las instrucciones que me daban. Estaba tan comprometido que suprimí mi auténtico yo por la nueva identidad. Cada vez que lo recuerdo, me sorprendo de la manipulación de que fui objeto y de cómo yo manipulé a otras personas «en el nombre de Dios». También puedo ver con toda claridad que cuanto más alto subía en la jerarquía, más me corrompía; Moon nos estaba moldeando a su semejanza. De hecho, una vez explicó a los líderes que si permanecíamos fieles y realizábamos nuestras misiones correctamente, podríamos llegar a ser presidentes de nuestros respectivos países. Todos tendríamos automóviles Mercedes Benz, secretarios personales y guardaespaldas.
Aprendí a presentar las conferencias introductorias del Principio Divino a los tres meses de mi ingreso. Para ese entonces, ya había reclutado a dos personas que se convirtieron en mis «hijos espirituales», y se me ordenó que abandonara los estudios y el trabajo y que me fuera a vivir al centro. Me corté el pelo muy corto y comencé a vestirme con traje y corbata. A petición de un miembro más antiguo, realicé una «condición» de cuarenta días, un ejercicio de autopenitencia: abandoné a mis amigos y familiares durante cuarenta días, sin verlos ni comunicarme con ellos de ninguna manera.
Doné el dinero de mi cuenta bancaria al centro, y les habría dado mi coche si no hubiera estado a nombre de mis padres. Hube de abandonar a mi «hija adoptiva» chilena porque no tenía forma alguna de ganar el dinero que debía enviarle. Se me pidió que sacrificara mi «Isaac», un término utilizado por los Moonies para referirse a aquello que más estiman sus miembros. En mi caso era mi poesía. Tiré todo lo que había escrito (alrededor de 400 poemas).
Después de abandonar oficialmente los estudios, me enviaron al campus para reclutar a nuevos miembros. Los líderes me aseguraron que podía volver a la universidad al año siguiente para obtener mi licenciatura. Cuando les manifesté mi deseo de ser profesor, me informaron que la «familia», que es como llaman los miembros al movimiento, pensaba abrir su propia universidad dentro de unos años y que yo podría dar mis clases allí.
Se me ordenó que montara un club estudiantil oficial en el Queens College aunque yo ya no era estudiante. El club llevaría el nombre de Asociación Colegial para la Investigación de los Principios, o C.A.R.P. (Collegiate Association for the Research of PrincipIes). Al cabo de un par de semanas había cumplido mitarea y fui nombrado director del C.A.R.P. Pese a mis afirmaciones a los estudiantes de que el C.A.R.P. no tenía conexiones con otros grupos, yo recibía las instrucciones y los fondos del director de la Iglesia de la Unificación en Queens. Ofrecíamos conferencias gratuitas, lecturas poéticas, mítines políticos contra el comunismo y funciones cinematográficas gratis, mientras buscábamos miembros potenciales. Éramos la rama del C.A.R.P. con mayor éxito en el país.
Vivía envuelto en una especie de nube, exhausto, lleno de celo y sobrecargado emocionalmente. Sólo dormía entre tres y cuatro horas cada noche. Casi todo mi tiempo, durante aquel primer año, estuvo dedicado a reclutar nuevos miembros y a dar conferencias. De vez en cuando, salía con otros «recolectores de fondos» vendíamos flores y otros objetos en las calles- para mantener la casa y las actividades de la Iglesia de Nueva York. Aprendí cómo ayunar durante tres días bebiendo sólo agua. Más tarde, tendría que hacer tres tandas de ayuno de una semana cada una a base de agua, como parte de un proceso de purificación.
Durante mi pertenencia al grupo, estuve involucrado directamente en numerosas manifestaciones políticas, a pesar de que, por lo general, estaban organizadas por grupos pantalla. (La organización Moon ha utilizado, a lo largo de los años, cientos de estos grupos.4) Por ejemplo, en julio de 1974 fui enviado a una manifestación frente al Capitolio, con cientos de Moonies bajo la pancarta de «Oración y Ayuno Nacional por la Crisis del Watergate» para dar apoyo a Richard Nixon.
Antes de unirme a los Moonies, había mantenido largas discusiones con mi padre, en el comedor de casa, respecto a Nixon. Mi padre, un hombre de negocios, era por aquel entonces un firme partidario de Nixon. Yo, en cambio, siempre había sido de la opinión de que no se podía confiar en Nixon y de hecho, en más de una ocasión, durante la comida le había calificado de tramposo. Ahora, al calor de las oraciones inspiradas por Moon en pro de Nixon, llamé a mis padres desde Washington para hablarles del ayuno. Como mi padre siempre había apoyado a Nixon, pensé que estaría satisfecho.
Cuando le puse al corriente, mi padre dijo:
-Steve, tenias razón, ¡Nixon es un tramposo!
-Pero papá, es que no lo entiendes. ¡Dios quiere que Nixon sea presidente! -exclamé.
-Ahora sé que te han lavado el cerebro -replicó, irritado, mi padre-. El tipo es un tramposo.
Sólo después de abandonar el grupo pude reírme de la ironía de aquel súbito cambio de roles.
A fines de 1974, tomé parte en el ayuno de siete días ante la sede de las Naciones Unidas,5 en la semana en que la Asamblea General votaba si retiraba sus tropas de Corea del Sur por la violación de los derechos humanos. Sun Myung Moon se encargó personalmente de impartir las órdenes pertinentes. Nos dijo que no debíamos contarle a nadie que éramos miembros de la Iglesia de la Unificación y negar que tuviéramos motivación política alguna. A tal fin, creamos un grupo pantalla llamado Comité Americano para los Derechos Humanos de las Esposas japonesas de los Repatriados Norcoreanos, y conseguimos cierto éxito al desviar la atención de los delegados de las violaciones de los derechos humanos en Corea del Sur a los abusos perpetrados por Corea del Norte. Los delegados votaron en contra. Los Moonies se adjudicaron el triunfo y fuimos informados de que el gobierno surcoreano estaba satisfecho.
Estar tan cerca del «Mesías» resultaba muy estimulante. Me sentía tremendamente afortunado de formar parte de' este movimiento y me tomaba a mí mismo muy en serio por las repercusiones espirituales de todo lo que yo hacia. Pensaba que cada acción que realizaba tenía una gran repercusión histórica. Me esforzaba por convertirme en el «hijo» perfecto de los «Padres Verdaderos»,7 leal y obediente (estas dos virtudes eran valoradas por encima de todas las demás). Siempre hacía lo que me mandaban. Quería dar pruebas de mi lealtad, y fui sometido a prueba en muchas ocasiones por Kamiyama y otros líderes.
Como líder, pude ver y oír cosas de las que los miembros rasos no sabrían nada jamás. En una ocasión, a finales de 1974, Moon se llevó a varios de nosotros a inspeccionar unas fincas que había comprado en Tarrytown. Como siempre, nos dio una de sus habituales charlas. Sin embargo, ésta se me quedó grabada en la mente. «Cuando ostentemos el poder en este país», dijo, «reformaremos la Constitución y se castigará con la pena capital mantener relaciones sexuales con cualquier otra persona que no sea la asignada». Agregó que el sexo que no estaba centrado en Dios era el pecado más grande que se podía cometer; en consecuencia, si una persona era incapaz de sobreponerse a la tentación, lo mejor que se podía hacer por ella era despojaría de su cuerpo físico. De esta manera le haríamos un favor y sería mucho más fácil conducirle a la senda correcta dentro del mundo espiritual. Pensé en todas las personas casadas ajenas al movimiento que estaban destrozando sus cuerpos espirituales cada vez que mantenían relaciones sexuales, jamás dejé de pensar en el genocidio que podía desencadenarse si nos hacíamos con el poder en Estados Unidos.
Ser líder reportaba también otros beneficios. En una ocasión, Moon me regaló una estatuilla de cristal italiano hecha a mano y 300 dólares en efectivo. A menudo me permitía jugar al béisbol con su hijo y su aparente heredero, Hyo un Moon (en la actualidad director del C.A.R.P.) En dos ocasiones comí con Moon en su espléndida mesa. Llegué a desear el sentimiento de estar frente a cientos de personas y oficiar el servicio dominical o pronunciar una conferencia sobre el Principio Divino, de ver cómo los miembros me miraban como a una persona espiritual y maravillosa.
Incluso habla «milagros» en mi vida. Cierta vez, me enteré de que Moon había ordenado que todos los miembros norteamericanos participaran en un curso de entrenamiento en liderazgo que debía durar 120 días. Para mi gran sorpresa, Kamiyama intercedió ante Moon para que no me enviaran al curso. Fui conducido a la presencia de Moon -designado como «Padre» por los miembros- y antes de saber lo que estaba pasando, él puso su mano sobre mi cabeza y anunció que yo acababa de graduarme en el curso de 120 días. Cuando le pregunté a Kamiyama por qué había pedido mi exclusión del programa, respondió que el trabajo que yo realizaba en Nueva York era demasiado importante y que no deseaba perderme. Sentí que había logrado la aprobación del hombre a quien consideraba como el representante de Dios en la tierra.
Moon empleaba un estilo nuevo para motivar a los líderes, Al principio se mostraba amable con nosotros, comprándonos regalos o llevándonos a cenar o al cine. Luego, nos invitaba a su mansión y nos chillaba y reñia por lo mal que estábamos haciendo nuestro trabajo.
A Moon también le agradaba estimular al máximo el grado de competitividad entre los líderes para conseguir el mayor rendimiento. Escogía a alguien que tuviera mucho éxito en reclutar nuevos miembros o recolectar fondos (esto lo hizo conmigo) y lo presentaba como un modelo de perfección, avergonzando a los demás para que así rindieran más. Resultaba irónico comprobar que mientras la meta proclamada por Moon es la unificación del mundo, la mayoría de sus estrategias estimulaban el rencor y los celos entre los líderes, asegurando virtualmente la falta de unidad.
Cuando yo le conocí, Moon era un adicto al cine. Una de sus películas favoritas era Rocky, que según sus palabras había visto varias veces. En una ocasión memorable, nos dijo que todos nosotros debíamos tener la misma determinación que Rocky Balboa para derrotar a nuestro enemigo. Más adelante invertiría 48 millones de dólares en producir su propia película, Inchon, que trata del desembarco del general Douglas MacArthur en Corea para frenar la invasión comunista. A pesar de que Moon buscó actores como Laurence Olivier y Jacqueline Bisset, Inchon fue un fracaso. Era la película más cara de su época, y todas las críticas fueron desfavorables.
Al recordar todos estos episodios, creo que uno de los principales problemas de Moon como líder era su cortedad de miras. Siempre parecía estar más preocupado por los resultados inmediatos que por el futuro. Por ejemplo, su despreocupación por los aspectos legales y contables le llevaron a la cárcel. Las añagazas que utilizaba para comprar terrenos y empresas le granjeó enconadas enemistades en muchas poblaciones. Sus enredos políticos, como el apoyo de Nixon, le llevaron a ser conocido en todo el país, pero también alertaron a la sociedad sobre sus antecedentes y sus prácticas antiéticas. Esta falta de visión le ha causado enormes problemas a su organización a lo largo de los años.
En una nueva etapa, me convertí en el conferenciante principal de Manhattan y sufrí un extraño cambio en mi relación con otro norteamericano del grupo. Me designaron director asistente de la Iglesia de la Unificación en la sede nacional y se me ordenó trabajar con Neil Salonen, a la sazón presidente de la Iglesia de la Unificación de América. El señor Kamiyama me explicó que Salonen tenía que aprender a someterse al liderazgo coreano y japonés de la Iglesia, y que mí trabajo en el cuartel general consistiría en enseñarle' las «normas japonesas». Aquel mes, el cuartel general había sido trasladado de Washington D.C. a Nueva York para colocar al personal americano bajo un estricto control oriental.
En esta nueva posición, mi tarea consistía en reclutar nuevos miembros para los talleres de trabajo. Habían salido a la luz muchas de las actividades del grupo, y nos enfrentábamos a una especie de «persecución» pública sin cuartel. Nos identificábamos sinceramente con los primeros cristianos; cuanto más se oponía la gente a nosotros, más fortalecidos nos sentíamos. ,Por aquel entonces, los periódicos publicaron artículos sensacionalistas y la televisión emitió varios programas sobre los Moonies, lo que reforzó nuestras sospechas de que los comunistas estaban haciéndose con el control de Estados Unidos. Motivados aún más por este creciente miedo, continuamos con nuestras actividades de reclutamiento a un ritmo febril. Nos presionaban para que cada miembro reclutara por lo menos a una nueva persona al mes, y todos los miembros informaban cada noche a su jefe central de las actividades del día. Era como si fuésemos el ejército de Dios en medio de una batalla espiritual; los únicos que podíamos marchar al frente y luchar a diario contra Satanás.
Cuando Moon decidió, en 1976, pronunciar una conferencia en el Yankee Stadium, tuvimos que recaudar varios millones de dólares para la campaña de publicidad. Me enviaron con otros líderes norteamericanos a Manhattan y formamos un equipo modelo para conseguir fondos. Trabajábamos las veinticuatro horas del día. Estábamos constantemente en la calle, en los peores sitios que uno pueda imaginar. En una ocasión estuve a punto de ser asaltado en Harlem por un hombre armado con un garrote que me vio cuando vendía velas por la noche. Otro día, un hombre intentó robarme el dinero a punta de navaja. Dado que yo era un Moonie leal y disciplinado, no podía permitir que nadie se quedara con el dinero de Dios y me negué a entregarlo. Por suerte, conseguí escapar en ambas ocasiones.

Dormido al volante

Una de las ironías de mi experiencia con los Moonies consistía en que cuanto más alto ascendía en la organización,. más cerca estaba del agotamiento total, que al final sería la causa de mi abandono del grupo. Dado que tenía tanto éxito en la recaudación de fondos, me exigía a mi mismo hasta el límite una y otra vez. En aquellos días me preocupaba muy poco por mi persona. Lo único importante era trabajar tanto como pudiese para el «Padre». Por suerte, mi familia no me había olvidado y estaban muy preocupados por mi bienestar.
Cuando hube finalizado mi trabajo con el equipo recolector de fondos en Manhattan, me dijeron que mi familia intentaba secuestrarme y desprogramarme. Me enviaron en secreto a Pennsylvania y me dieron órdenes de no informar a mis familiares sobre mi paradero; la correspondencia debía recibirla en una dirección de otra ciudad. Años más tarde, después de haber abandonado el grupo, llegué a la conclusión de que me habían sacado de la ciudad con un engaño. Lo que los Moonies deseaban era que dejara de plantear una serie de objeciones bastante molestas acerca de la validez de los «paralelos en el tiempo» utilizados en la conferencia titulada «Historia de la Restauración». Yo había descubierto varias incongruencias que clamaban al cielo. Era peligroso que alguien con mi posición dentro de la organización formulara preguntas que no podían ser contestadas. Los otros líderes de grupo me infundieron tanto miedo a los desprogramadores que me olvidé de mis preguntas. Creía que mi supervivencia espiritual estaba amenazada.
Me hablan contado terribles historias sobre la desprogramación. Llegué a creer que los miembros del grupo eran secuestrados, golpeados y torturados por los desprogramadores: los soldados de elite de Satanás dedicados a destrozar físicamente a las personas para que perdieran su fe en Dios. Un par de miembros fueron enviados de gira por los diferentes centros para que narraran las experiencias que habían sufrido en manos de los desprogramadores a nuestros padres. A pesar de que en aquel entonces yo no me daba cuenta, cada nueva historia sobre la desprogramación era más exagerada que la anterior.
Tras un par de meses de recolectar fondos con un equipo de Pennsylvania, me encargaron de la recaudación en Baltimore. Mi comandante regional me ordenó que cada miembro recolectara un mínimo de 100 dólares diarios aunque para ello tuviese que estar en pie toda la noche. Yo contaba con un equipo «joven» formado por ocho personas inexpertas. Como un buen líder, yo tenía que dar ejemplo y acompañarlos a todas horas.
Exigía a mi equipo al máximo, y recaudaban más de 1.000 dólares diarios, en efectivo y libres de impuestos. Formaba parte de mis responsabilidades alimentar, vestir y alojar al equipo, a como encargar, pagar y recoger los artículos que entregábamos a la gente a cambio de sus donativos, y también recaudar el dinero cada noche y enviarlo a Nueva York dos veces por semana. Vendíamos chocolatinas, caramelos, rosas, claveles y velas. Los precios eran carísimos. Una caja de caramelos que no costaba más de treinta centavos, se vendía a dos dólares. Una flor de diez centavos la vendíamos a un dólar como mínimo, cuando no dos dólares.
La gente compraba estos artículos porque creían que estaba haciendo una donación a una causa benéfica. Nuestras conciencias habían sido reprogramadas según la escala de valores de Moon. Decíamos a la gente que patrocinábamos programas para la juventud cristiana: una mentira. Decíamos que dirigíamos centros para la rehabilitación de drogadictos: otra mentira. Declamo, que ayudábamos a los niños huérfanos: más mentiras. Según la inspiración del momento, inventábamos la mentira que más nos convenía para conseguir nuestros propósitos. Como pensábamos que salvar al mundo de manos de Satanás y establecer el reino de Dios en la Tierra era la tarea más importante, no considerábamos que en realidad estuviéramos mintiendo. Después de todo, excepto nosotros, todas las demás personas estaban controladas por Satanás, y correspondía a las «criaturas de Dios» quitarle el dinero a Satanás para entregarlo al Mesías de Dios, Sun Myung Moon. Creíamos a pies juntillas que con la venta de aquellos artículos estábamos salvando al mundo de Satanás y del comunismo, y que le estábamos dando a la gente la oportunidad de ayudar al Mesías en la creación del Jardín del Edén en la Tierra.
Alrededor de las 5.30 de la mañana del 23 de abril de 1976, conducía una furgoneta con la que iba a recoger al último miembro de mi equipo que habla pasado la noche recolectando fondos frente a una tienda que permanecía abierta noche y día. No había dormido en las últimas 48 horas, y viajaba solo. Por lo general, lo hacía acompañado para estar protegido contra el ataque de las fuerzas del mal, los «espíritus del sueño». Por ridículo que parezca ahora, yo creía que seres espirituales estaban a mi alrededor, esperando el momento para invadir mi cuerpo y poseerme. Todo esto formaba parte del adoctrinamiento del control mental.
Mantener la atención concentrada en los Verdaderos Padres era el único medio para alejar a los espíritus malignos. Si mi atención flaqueaba, podía ser dominado. Fobias como éstas servían para mantener la dependencia y disciplina de todos los miembros.
En esta ocasión iba demasiado confiado. Me quedé dormido y me desperté bruscamente. Todo lo que podía ver era la parte posterior de un enorme camión rolo al cual me aproximaba a gran velocidad. Pisé el freno, pero era demasiado tarde. El impacto fue terrible. La furgoneta quedó aplastada, y yo atrapado entre sus restos. El dolor resultaba insoportable, pero me era imposible hacer algo: no podía salir. Tuvieron que cortar la puerta. El equipo de emergencia empleó más de media hora en montar una polea que pudiese tirar de la barra de dirección y apartarla para disponer de espacio para sacarme de allí.
Todo lo que se me ocurría pensar en aquellos momentos era «Padre, perdóname» y «Aplastemos a Satanás». Una y otra vez repetía estas palabras para intentar centrar mi mente en Dios y suplicarle Su perdón. Pensaba que lo ocurrido era «espiritual», que me había enfrentado a Satanás en el mundo espiritual y que había sido derrotado, y que ésta era la causa del accidente y no el hecho de que no hubiera dormido en los dos últimos días. Como cualquier otro buen miembro de la secta me culpaba a mí mismo por no haber sido lo bastante «puro». Ni se me ocurrió pensar que tendría que haber dormido al menos mis habituales tres o cuatro horas por noche. Sentía que había sido escogido por Dios para esta misión santa y que había fallado.

La desprogramación: cómo volví a encontrarme a mí mismo

Después de dos semanas en el hospital y una intervención quirúrgica en mi pierna rota, recibí permiso de mis superiores Moonies para visitar a mi hermana Thea. Lo pude hacer por dos motivos:
Thea jamás se había opuesto abiertamente a mi vinculación con los Moonies, y yo era un líder de confianza, alguien cuya fe en Dios y en el grupo se creía absoluta.
El accidente, sin embargo, provocó que de forma sutil comenzaran a cortarse los lazos que me unían a los Moonies. En primer lugar, podía dormir, comer y descansar. En segundo lugar, al fin podía ver a mi familia. Mis padres y mi otra hermana, Stephani eran seres «satánicos» según los Moonies, pero yo todavía los amaba y deseaba convertirles. En tercer lugar, podía tomarme las cosas con más calma y pensar, pues estaba alejado del constante adoctrinamiento del grupo. En cuarto lugar, mis padres había decidido que me desprogramaran. En quinto, llevaba un yeso en la pierna desde la punta de los dedos hasta la pelvis, así que no podía moverme sin muletas. No podía oponer resistencia física ni tampoco huir.
Yo estaba sentado en el sofá del salón comedor de la casa de mi hermana cuando mi padre se presentó de improviso. Se sentó a mi lado y me preguntó cómo estaba. Cuando le respondí que me encontraba bien, se puso en pie. Cogió mis muletas y las llevó al otro extremo del salón mientras exclamaba: «¡Magnífico!» En ese instante aparecieron otras siete personas y anunciaron que habían venido para «hablarme de mi afiliación a la Iglesia de la Unificación». Me quedé asombrado, y luego comprendí que me habían atrapado.
Yo estaba muy bien adoctrinado, y de inmediato «supe» que el equipo de desprogramadores había sido enviado por el mismísimo Satanás. Por consiguiente, quedé muy sorprendido cuando demostraron ser personas amables y amistosas. Estuvieron varias horas hablándome de lo que ellos sabían que estaba mal en los Moonies. Como miembro juramentado, me resistía a escuchar sus palabras. Después de todo, los líderes de grupo me habían aleccionado sobre la desprogramación. No permitiría que Satanás me hiciera perder mi fe en Dios.
A la mañana siguiente, mi padre me dijo que iríamos a visitar a mi madre. Según pude saber tiempo después, lo que sucedía en realidad era que los Moonies habían llamado para averiguar por qué no me había presentado y estaban en camino para rescatarme. Como creía que mi madre se pondría de mi parte y acabaría con la desprogramación, me apresuré a coger mis muletas y me instalé en el asiento trasero del coche, con la pierna estirada. Mi padre conducía, y dos desprogramadores iban a su lado. Me enfurecí, sin embargo, cuando mi padre no tomó la salida de la autopista de Long Island que conducía a su casa. Aunque resulte difícil de creer, mi primer impulso fue intentar escapar partiéndole el cuello a mi padre. Pensé que era mejor matarlo que traicionar al Mesías. Como miembro, me habían dicho en repetidas ocasiones que era mejor morir o matar que abandonar la Iglesia.
No obstante, en aquel momento tenía plena confianza en que no podrían vencerme. Sabía que se me presentarían nuevas oportunidades de escapar, así que decidí no matar a mi padre. Cuando llegamos al apartamento donde debían continuar las sesiones de desprogramación, intenté resistirme por la fuerza a salir del coche. Amenacé a mi padre con mucha violencia, y le dije que me abriría las heridas y las dejaría sangrar hasta morir.
Mi padre se giró en su asiento y comenzó a llorar. Sólo había visto llorar antes a mi padre en una ocasión: cuando yo tenía quince años y murió mi abuela. Entonces, como ahora, sentí un nudo en la garganta y un gran peso en el corazón.
-Esto es una locura --dijo mi padre-. Dime, ¿qué harías tú si tu hijo, tu único hijo, se fuera a un taller de trabajo para pasar un fin de semana y de pronto desapareciera, abandonara la escuela, renunciara al trabajo, y se uniera a una organización un tanto dudosa?
Ésta fue la primera ocasión desde que me había unido a la secta que, por un momento, me permití pensar desde su punto de vista. Comprendía su dolor y su ira, y también su amor paterno; pero seguía creyendo que los comunistas le había hecho un lavado de cerebro.
-Supongo que haría lo mismo que estás haciendo tú -respondí, y lo decía de corazón-. ¿Qué quieres que haga? -le pregunté.
-Sólo que hables con estas personas -dijo--. Escucha lo que tienen que decir. Como padre, no puedo dormir por las noches sabiendo que no has escuchado a las dos partes.
-¿Durante cuánto tiempo? -quise saber.
-Cinco días -respondió.
-¿Y entonces qué? ¿Puedo volver a irme si lo deseo?
-Sí, y si quieres salir del movimiento, será tuya la elección.
Reflexioné sobre la propuesta. Yo sabía que lo que estaba haciendo era correcto. Sabía que Dios deseaba que permaneciera en el grupo. Conocía personalmente al Mesías, en carne y hueso. Me sabia el Principio Divino de memoria. ¿De qué podía tener miedo? Además, creía que así les demostraría a mis padres, de una vez por todas, que no me habían lavado el cerebro. Por otra parte, sabía que si permanecía con mis padres contra mi voluntad y luego escapaba, podrían obligarme a presentar una denuncia en su contra, y yo no quería hacer semejante cosa.
Acepté el acuerdo. Yo no intentaría escapar. Hablaría con ex miembros en el apartamento y escucharía lo que tuvieran que decir, tomándome todos los descansos que quisiera.
Los antiguos miembros no eran en absoluto como yo esperaba. Había supuesto, debido a mi entrenamiento, que serían fríos y calculadores, poco espirituales, amantes del dinero y agresivos. En cambio, eran cariñosos, comprensivos, idealistas, espiritual y me trataron con respeto. Como ex miembros, deberían haber mostrado infelices y atormentados por la culpa. No era así. Por el contrario, parecían muy felices y satisfechos de no estar en grupo y de ser libres para vivir su vida como quisieran. Todo eso resultaba muy contradictorio.
Yo fui una persona muy difícil de desprogramar. Me resistí, proceso mediante rezos y cánticos, y les respondía levantando barreras con negativas, racionalizaciones, justificaciones e ilusiones. Los ex miembros me enseñaron el libro de Robert Jay Lifton Thought Reform and the Psychology of Totalism [La reforma del pensamiento y la psicología del totalismo] y discutieron las técnicas y procedimientos utilizados por los comunistas chinos (¡el enemigo!) para lavarles el cerebro a sus prisioneros durante los años cincuenta. Me resultaba obvio que los procedimientos que usábamos en los Moonies era casi idénticos. La gran pregunta que me formulaba era: «¿Empleaba Dios las mismas tácticas que Satanás para conseguir un mundo ideal?». Pensar y razonar me resultaba tan difícil en aquellos momentos como caminar con el barro hasta la cintura.
Al cuarto día, hablaron de Hitler y el movimiento nazi. Compararon a Moon y su filosofía de la teocracia mundial con las metas globales de Hitler para el nacional-socialismo alemán. Recuerdo que en un determinado momento exclamé: «¡No me importa si Moon es igual que Hitler! ¡He escogido seguirle y le seguiré hasta el final!» Cuando me oí a mí mismo pronunciar estas palabras, un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Me contuve a toda prisa.
Por la mañana del último día de desprogramación, tuve la indescriptible experiencia de sentir cómo se abría mi mente, como si de pronto hubieran encendido una luz. Los antiguos miembros me leían uno de los discursos de Moon a los representantes del Congreso. Pensé: «Vaya víbora», cuando me leyeron las hipócritas palabras de Moon. Hablaba de que los norteamericanos eran demasiado listos para dejarse lavar el cerebro por un coreano, y de lo mucho que él respetaba a los norteamericanos. Yo le había oído decir, al menos una docena de veces, lo estúpidos, haraganes y corruptos que eran los estadounidenses, especialmente los políticos. Los tres americanos ex miembros, que estaban sentados frente a mi, me contaron uno tras otro cómo Moon les había lavado el cerebro. Les pedí a todos que salieran de la habitación. En comparación, el dolor del accidente no era ni la mitad del que sentía en ese momento. Lloré durante mucho rato. Alguien entró y me puso una compresa fría en la frente. La cabeza me latía con fuerza, y sentía corno si tuviera una gran herida abierta. Fue la noche más terrible de mi vida.

La recuperación: la vuelta a una vida normal

Tras reencontrarme conmigo mismo, un millón de preguntas danzaban en mi cabeza. ¿Cómo había podido llegar a creer que el Mesías era un industrial coreano multimillonario? ¿Cómo había podido renunciar a casi todos los principios éticos y morales? ¿Cómo había podido cometer tantísimas crueldades contra tanta gente? La fantasía en la que me había apoyado para inspirarme día tras día y mes tras mes se había evaporado. Lo que quedaba era una persona asustada y confusa, pero todavía orgullosa. Era como si me hubiera despertado de un sueño y no estuviese seguro de haber vuelto a la realidad, o como si hubiera caído de un rascacielos pero sin llegar a estrellarme contra el suelo.
Me embargaban muy diversas emociones. Estaba triste y echaba de menos a mis amigos del grupo, especialmente a mis «hijos espirituales», las personas que yo había reclutado. Me faltaba la excitación de sentir que lo que estaba haciendo era de una importancia cósmica. Echaba de menos la sensación de poder que confiere la sencillez mental. En aquel momento lo único que sabia era que tenía la pierna rota. Sentía una vergüenza tremenda por haberme dejado enredar por una secta. Mis padres ya me habían advertido que era una secta. ¿Por qué no les había hecho caso? ¿Por qué no había confiado en ellos? Pasaron semanas antes de que pudiera dar las gracias a mis padres. Y tuvieron que transcurrir meses antes de que pudiera referirme a los Moon como una secta.
Leí durante meses. Para mí, la cuestión más preocupante saber cómo se las habían arreglado los Moonies para convertir y adoctrinarme hasta tal punto que ya no podía pensar por mismo. Leía todo lo que caía en mis manos. Al principio, el a mismo de leer era tremendamente dificultoso. Durante años sólo había leído literatura Moonie. Me resultaba difícil concentrar y había momentos en que me quedaba con la mente en blanco sin comprender lo que leía.
Vivir en casa también presentaba sus dificultades. Estaba rr deprimido. Al tener la pierna enyesada, necesitaba ayuda par< de un lugar a otro, para comer e incluso para ir al bañó. No estaba acostumbrado a ser tan dependiente. Había sido el responsable de una casa y dirigido las vidas de ocho personas. Ahora un capitán sin soldados. Me sentía muy mal por la experiencia que le había hecho vivir a mí familia. Se comportaban maravillosamente bien conmigo, pero yo no podía evitar un tremendo sentimiento de culpa.
Me sentía aún más culpable por mi actitud como Moonie. Había mentido a muchas personas, las había manipulado, engañado e inducido a que abandonaran a sus familias, sus estudios y a sus amigos para que siguieran a un dictador en potencia. La culpa se convirtió en rabia conforme aumentaba mis conocimientos sobre el control mental.
Conseguí dar con el paradero de Robert Jay Lifton y conseguimos una cita en su apartamento de Manhattan. Él sentía curiosidad por saber por qué alguien podía tener tanto interés en un libro acerca de las técnicas chinas de lavado de cerebro que había escrito quince años antes, en 1961. Se sorprendió muchísimo cuando le describí, con todo lujo de detalles, lo que hacían los Moonies para reclutar nuevos adeptos y el funcionamiento de los talleres de trabajo de 3, 7, 21, 40 y 120 días, Exclamó: «Por lo que me cuenta, es mucho más complejo que las técnicas chinas los cincuenta. Es como una mutación híbrida de un virus maligno!».
Lifton cambió todas las perspectivas sobre mí mismo cuando me dijo: «Steve, tú sabes mucho más que yo sobre todo esto por que lo has vivido. Lo conoces en la práctica. Yo sólo lo sé en teoría y de segunda mano. Deberías estudiar psicología y aplicar lo que has aprendido en tus experiencias para poder explicárselo a otras personas». También me preguntó si quería compartir con él la autoría de un libro sobre control mental, un proyecto que no se pudo concretar. Me sentí halagado por el ofrecimiento y pensé que lo podríá hacer, pero todavía no era el momento apropiado para mí.

Salgo a la luz pública

Conocer a Lifton cambió mi vida. En lugar de examinarme a mí mismo y verme como un estudiante fracasado, un poeta sin poemas (lamentaba profundamente haber tirado aquellos cuatrocientos poemas cuando me lo pidieron) y un ex miembro de una secta, comprendí que tal vez había un destino más importante para mí. Por aquel entonces, a pesar de que ya no era un Moonie, de alguna manera aún pensaba en términos de blanco o negro: el bien contra el mal, nosotros contra ellos. El experto en lavados de cerebro más conocido del mundo pensaba que yo podía aportar una contribución muy importante, que mis experiencias podían servir .para ayudar a otras personas. En aquella época, comencé a asistir a reuniones donde se trataba de los problemas que acarreaban las sectas, y me abordaron numerosos padres que tenían hijos con los Moonies. Me preguntaban si podía hablar con sus hijos. Yo acepté.
Fue entonces, en 1976, cuando comencé en serio a dar los primeros pasos para convertirme en consejero profesional. En primer lugar, debía establecer el marco de mi trabajo; no había entonces alternativa alguna a la desprogramación a fondo. Había asistido a un breve cursillo como consejero estudiantil en la universidad antes de unirme a los Moonies. Yo mismo había sido desprogramado. El punto más importante a la hora de hablar con los miembros era que yo había sido un Moonie de alto rango, y sabia qué era lo que provocaba una respuesta en su interior. Estuve trabajando en desprogramación alrededor de un año. En un par de casos se podría haber hablado de secuestro por parte de los padres o de personas contratadas; la mayoría eran casos en que los miembros habían ido a su casa de visita y no les habían permitido marcharse. Algunos eran casos legales de ejercicio de la patria potestad, donde la familia recibe la custodia legal de su hijo adulto. Estas leyes ya no son aplicables. En mi opinión, conseguir que fueran abolidas es otra victoria de los abogados de las sectas.
Por fortuna, nunca me demandaron. Tuve éxito en la mayoría de los casos. Sin embargo, no disfrutaba con la tensión de una desprogramación a la fuerza, y deseaba buscar otros medios para ayudar a los miembros de sectas destructivas.
Después de un año de actuación pública, en el que di conferencias y participé en entrevistas en la radio y la televisión, decidí que, una vez más, necesitaba descubrir quién era. Abandoné mi vida de cazador de sectas y volví a la universidad. Escribía poesías, jugaba al baloncesto, salía con chicas, hacía de asesor en un par de agencias estudiantiles de la Universidad de Boston, y retomaba el contacto conmigo mismo.
Durante aquel tiempo, sin embargo, Moon estaba en la cresta de la popularidad. En el Congreso, el subcomité de Relaciones Internacionales estaba realizando una profunda investigación sobre las actividades de la CIA coreana en Estados Unidos y los esfuerzos de otros agentes coreanos para influir en las decisiones del gobierno de Estados Unidos. Acepté colaborar en las investigaciones del comité, siempre y cuando no me pidieran testimoniar públicamente. En realidad, no presté mucha atención al desarrollo de la investigación del «Coreagate», aparte de leer algún que otro artículo. Tenía la más absoluta confianza en que el gobierno revelaría a la opinión pública los entresijos del grupo Moon y que acabaría con él.
El informe final de la investigación incluía una sección de ochenta páginas dedicadas a los Moonies. El informe señalaba que la organización Moon «había violado sistemáticamente las leyes estadounidenses de impuestos, de inmigración, bancarias, monetarias y el Acta de Registro de Agentes Extranjeros, además de las leyes estatales y locales referentes al fraude en la beneficencia». Se pedía la formación de un grupo integrado por personal de las distintas agencias gubernamentales para seguir el proceso de recopilación de pruebas y procesar a Moon y a otros líderes de la Iglesia de la Unificación por sus actos delictivos. La minoría republicana del subcomité incluyó su propia declaración, que en uno de los apartados decía: «Resulta difícil de comprender por qué las agencias que dependen del Ejecutivo no tomaron las oportunas acciones pertinentes contra aquellas actividades de la organización Moon que son ilegales». Poco podía saber yo sobre los hechos que se producirían en el futuro próximo y que me llevarían a adoptar una posición mucho más pública.
El informe vio la luz el 31 de octubre de 1978. Tres semanas más tarde, el congresista por California Leo j. Ryan, miembro de la investigación del Coreagate, fue muerto a balazos en un aeropuerto cercano a Jonestown, Guyana, cuando intentaba ayudar a los miembros de otra secta, el Templo de la Gente, a escapar de los horrores del campo de Jim Jones. Vi las telenoticias sobre las novecientas personas que habían muerto porque el líder de la secta había enloquecido. Un sudor frío me corría por la espalda. Jamás había oído mencionar antes el Templo de la Gente, pero conocía a la perfección los mecanismos mentales de sus miembros.
Recordé las arengas que nos dirigía Moon, en las que nos preguntaba si estábamos dispuestos a seguirle hasta la muerte. Rcordé haber escuchado a Moon declarando que si Corea del Norte invadía a Corea del Sur, enviaría a los miembros de la Iglesia de la Unificación a combatir en primera línea para que Estados Unidos siguiera el ejemplo y entrara en una nueva guerra terrestre en Asia.
Pasé muchos días reflexionando sobre el problema de las sectas. Más que ninguna otra cosa, la masacre de Jonestown me indujo a convertirme de nuevo en un activista público. Acepté varias invitaciones para aparecer en televisión. Me ofrecieron la posibilidad de hablar en la audiencia pública del senador Robert Dole en el Capitolio, en 1979. Pero, en el último momento, todos los ex miembros de sectas que habían sido invitados a participar fueron retirados del programa. La audiencia fue un desastre.
Después de eso, la influencia política de Moon fue en aumento. Cuando Ronald Reagan llegó a la presidencia, los grupos controlados por Moon comenzaron a financiar el movimiento político de la Nueva Derecha en Washington. Al comprender que el gobierno federal no tenía ninguna intención de actuar contra los Moonies, decidí organizarme. Fundé un grupo llamado Ex Miembros Contra Moon, que se llamó más tarde Ex Moon, Inc. Convoqué conferencias de prensa, publiqué una revista mensual y concedí numerosas entrevistas. Había considerado la posibilidad de formar un grupo con antiguos miembros de diferentes sectas, pero decidí que tras la publicación de los resultados de la investigación del Congreso, sería mucho más efectivo centrarme en los Moonies. Envié un Acta de Libertad de Información, dirigido al Departamento de Defensa, en la que preguntaba por qué a una compañía propiedad de Moon, Tong II Industries, se le permitía fabricar fusiles M-16 en Corea cuando sólo el gobierno de Corea del Sur tenía permiso legal para hacerlo. ¿Formaba parte del gobierno coreano la organización Moon? ¿Estaba el Departamento de Defensa otorgándole un trato de favor? La solicitud fue rechazada basándose en que revelar tal información comprometía la seguridad de Estados Unidos. Hasta el día de hoy, no he conseguido averiguar la verdad.
Tenía claro que no deseaba realizar ninguna desprogramación más. Debía encontrar una manera de ayudar a las personas a que abandonaran las sectas que fuera menos traumática1 más barata y que no fuera ilegal. Había leído docenas de libros y miles de páginas -todo lo que podía encontrar-- acerca de la modificación del pensamiento, lavados de cerebro, cambios de actitud y persuasión, así como sobre el reclutamiento de la CIA y sus técnicas de adoctrinamiento. El siguiente y prometedor campo a explorar era la hipnosis.
En 1980, asistí a un seminario de Richard Band lor sobre la hipnosis que estaba basado en un modelo llamado Programación Neuro-Lingúistica (PNL) que habían desarrollado él y John Grinder. Quedé impresionado por lo que aprendí, pues me proporcionaba una llave para acceder a las técnicas mentales y para poder combatirlas. Empleé casi dos años en estudiar la PNL con todas las personas que trabajaban en su formulación y presentación. En cierto momento, me trasladé a Santa Cruz, California, para realizar un período de aprendizaje con John Grinder. Para aquel entonces, me había enamorado y contraído matrimonio. Regresé a Massachusetts cuando a mi esposa, Aureet, le concedieron una beca para ir a Harvard a trabajar en su tesis.
Sin embargo, comencé a preocuparme de lo ético que podía ser realizar una amplia campaña de mercado para promover el PNL como una herramienta para aumentar el poder. Por último, abandoné mi asociación con Grinder y empecé a estudiar los trabajos de Miltón Erikson, Virginia Satir y Gregory Bateson, en los que se basaba el PNL. Aprendí muchísimo sobre el funcionamiento de la mente y la manera de comunicarme más efectivamente con una persona. Estos estudios me brindaron la posibilidad de aplicar lo que sabía para ayudar a las personas atrapadas en las sectas. Descubrí que era posible analizar y crear un modelo para los procesos de cambio que se desarrollan cuando una persona ingresa en una secta y luego consigue abandonarla.
¿Qué factores individuales hacen que una persona sea capaz de alejarse de la psique sometida a control mental? ¿Por qué algunas intervenciones tienen éxito y otras no? ¿Qué ocurre en los procesos mentales de las personas que, sin más, abandonan las sectas? Comenzaron a aparecer unos patrones. Descubrí que quienes se marchaban sin más eran personas que habían conseguido mantener el contacto con individuos ajenos a la secta destructiva. Quedaba claro, pues, que si esas personas podían man-tener contacto con el exterior, podían comunicar una valiosa información susceptible de cambiar la vida de una persona traspasando las barreras mentales de la secta.
Era consciente de lo importante que habían sido para mí las lágrimas de mi padre. Y más importante aún, me daba cuenta de que él había sido capaz de invitarme a que me mirara a mí mismo desde su perspectiva y a reordenar mi información desde su punto de vista. Al analizar mi propia experiencia, reconocí que lo que más me había ayudado era mi propia voz interior y mis experiencias prácticas vividas en carne propia, sepultadas bajo todos aquellos rituales supresores del pensamiento como los cánticos y las oraciones y toda la represión emocional. En el fondo, mi verdadero yo no estaba muerto. Tal vez estaba atado y amordazado, pero estaba bien vivo. El accidente y la desprogramación me habían ayudado a moverme física y psicológicamente a un lugar donde podía estar en contacto conmigo mismo. No había duda de que mis propios ideales y fantasías sobre un mundo ideal me habían llevado a los Moonies, pero también de que estos mismos ideales me habían permitido, en última instancia, abandonar y condenar públicamente el control mental de las sectas.
Desde que obtuve la licenciatura de psicólogo consultor en 1985 en el Cambridge Colíege, he comenzado una nueva fase de mi vida. Además de la práctica psicoterapéutica y de mis actividades de educación púbIica~ he trabajado también como coordinador nacional de FOCUS, un grupo de apoyo para ex miembros de sectas que desean ayudarse mutuamente. Sobre todo, he trabajado para alertar al público sobre el hecho de que el probJema de las sectas destructivas no ha desaparecido en la medida que los jóvenes idealistas de los setenta se han ido convirtiendo en los nuevos profesionales de los ochenta. Las sectas destructivas van a la caza y captura de muchos tipos diferentes de personas y continúan captando nuevos adeptos, como demostraré a continuación.
Sin embargo, al tiempo que las sectas destructivas prosiguen su crecimiento, también crecen nuestros conocimientos sobre los procesos del control mental antiético. El campo del asesoramiento en abandonos se amplía conforme. un número creciente de profesionales de la salud mental, trabajadores sociales, doctores, abogados y personas de todas las extracciones, entre las que hay muchas que han perdido a algún miembro de la familia a manos de las sectas destructivas, adquieren conocimiento de la dinámica del control mental. Hay algunas pautas básicas para identificar a las sectas destructivas, protegerse a sí mismo del control mental y ayudar a otros a desembarazarse del yugo de su influencia. Este libro pretende proporcionarle a usted las llaves de este conocimiento.


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