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sábado, 21 de abril de 2007

EL PARAISO PERDIDO // JOHN MILTON // LIBROS 6-7-8

EL PARAISO PERDIDO // JOHN MILTON // LIBROS 6-7-8


LIBRO SEXTO.
SUMARIO.
CONTINÚA Rafael su narración. Refiere a Adán cómo Miguel y
Gabriel tuvieron orden de marchar el frente de los Ángeles buenos contra
las legiones rebeldes. Descripción del primer combate en el Cielo.
Satanás y sus legiones se retiran al favor de la noche. Junta éste un consejo,
inventa máquinas infernales, que en el combate siguiente causan
algún desorden en el ejército de Miguel, pero al fin los Ángeles buenos
arrancan y arrojan sobra ellas montes y riscos que las sepultan. Aumentándose
más y más el desorden, el Eterno envía a su Hijo, a quien estaba
reservado el honor de aquella victoria. Llega al campo de batalla, revestido
del poder de su Padre, y prohibiendo a sus Ángeles que tomen parte
en ella, avanza él sólo sobre su carro y se precipita, con el rayo en la
mano, sobre las legiones enemigas, que, desordena y destroza en el
momento; las persigue hasta la extremidad del Cielo y las precipita en el
fondo del abismo, que su Divina justicia les había preparado. Después
de éste triunfo vuelve el Mesías a su Padre.
«Por la espaciosa etérea llanura
»Siguió toda la noche su camino
»El intrépido Abdiel, raudo volando,
»Sin que intentase el enemigo bando
»Estorbarle. Por grados, ya la oscura
»Sombra al albor cedía matutino
»De la aurora, que abría presurosa,
»Con sus dedos de rosa,
»Al sol las puertas de oro del oriente.
»En el monte de Dios, una honda cueva
»Hay, cerca de su trono, desde donde,
»Alternativamente
»La noche sale, sin parar, o el día.
»Este esparce gozoso su luz nueva,
»Cuando la noche tímida se esconde
»En su seno, y la noche, cuando él entra,
»Por los aires su negro carro guía.
»Jamás el día con la noche encuentra,
»Al entrar ni al salir, pues sus dos puertas,
»Cuidan las Horas de tener abiertas,
»Y al paso que uno de ellos sale fuera
»Por la una, por la opuesta entra a carrera
»Huyendo su contrario. De este modo,
»La hermosa variedad completa todo
»El deleite del Cielo. Mas, ya ahora
»Con la temprana luz, que el Cielo dora,
»Ve Abdiel cubiertas todas las distantes
»Empíreas llanuras de banderas,
»Caballos, carros y armas fulminantes,
»Y reconoce al punto las guerreras
»Milicias celestiales ordenadas,
»Que vestidas de acero cristalino,
»Despedían centellas inflamadas,
»Relámpagos y fuegos, deslumbrando
»La vista, un mar de luz representando,
»Llegado aquel guerrero peregrino
»Al campo, como Dios todo sabía,
»De las noticias que él darle podía,
»Entre los Serafines se coloca,
»Puesto que en el ejército le toca,
»Allí, con entusiasmo recibido,
»Todos le aplauden, todos le rodean,
»De cerca al noble siervo ver desean
»Que fiel a su Señor, con encendido
»Celo, tales peligros ha arrostrado.
»Por un impulso general llevado
»Ante el Eterno trono, entre festivas
»Aclamaciones y gozosos vivas,
»Triunfante se presenta a su adorado
»Rey divino, y de en medio de la densa,
»Nube de oro, que templa de su inmensa,
»Luz los fulgores, una majestuosa
»Voz de este modo le habla cariñosa:
»¡Animo, amigo fiel de tu alto Dueño,
Animo! que has salido de tu empeño
De modo, que equivale a una victoria
Ilustre lo que has hecho. ¡Con qué aliento
No has sostenido mi Divina gloria!
Tu conducta ha de ser un monumento,
De tu constancia, eterno. Tú has sabido
Ser aun más que valiente;
A mil afrentas viles hacer frente,
Sin alterarte; afrentas tan crueles,
Que al tormento más duro han excedido,
Con mi aprobación sola satisfecho,
A los ultrajes has opuesto el pecho.
¡Ve pues, ahora, seguido de mis fieles
Guerreros, ve a domar esos furores
Que con tanta nobleza despreciaste,
De una turba de esclavos, conjurada
Contra su dueño! ¡ Lleva los terrores
Adónde los insultos encontraste!
¡Duro, la rebelión castiga osada
De esos ingratos, que mis sacras leyes
Desprecian, y no quieren por sus Reyes
Ni A mi Verbo, ni a mí! ¡Parte volando
También, bravo Miguel! ¡Tú, que constante
Con tal celo me sirves, toma el mando
De mis tropas, y oprime esa arrogante
Plebe! ¡La irresistible fuerza acabe
Lo que indultar en la bondad no cabe!
Y tú, Gabriel amado, a mis soldados
Haz que estas nuevas órdenes conozcan,
Y a Miguel por su Jefe reconozcan.
¡Id, por mi justa cólera guiados,
¡No haya paz, no haya tregua, ni indulgencia
Para esos fementidos conjurados
¡Castigad, confundid sus delincuentes
Tramas, armad los brazos vengadores
De fuego y hierro! ¡todos los rigores
Prueben de mi justicia, la violencia
De un Dios airado, ya que mis clementes
Bondades despreciaron! ¡Arrojadlos
De los fines del Cielo! ¡Despojadlos
De la felicidad Ya la sentencia
Se ha pronunciada. El Caos tiene abierta
Para admitirlos, sus eternas puertas,
Y el Infierno sus bocas insaciables,
Aguardando esas víctimas culpables. »
»Apenas habla, nubes tenebrosas
»El santo monte esconden, torbellinos
»Furiosos braman, y columnas de humo,
»Mezcladas con ardientes remolinos
»De llamas, lo rodean. Espantosas
»Señales de que la ira del Dios sumo
»Se ha despertado. No menos horrible,
»Atruena los contornos invisible
»La etérea trompeta. A sus acentos,
»Y al compás de celestes instrumentos,
»Del eterno los fieros escuadrones,
»Ordenados siguiendo sus pendones,
»En silencio profundo van marchando,
»La guerra y la venganza respirando.
»Los Jefes, por las filas discurriendo,
»Con el desnudo acero dirigiendo
»La concertada marcha, en la brillante
»Armadura, en el aire y fulminante
»Vista, parecen Dioses que han tomado
»Las armas por un Dios mas elevado:
»¡Por el Mesías! Nada su divino,
»Ardor puede estorbar en el camino.
»Montes, peñascos, ríos, encrespadas
»Olas del vasto mar alborotado,
»Simas profundas, selvas dilatadas,
»Mundos enteros, todo lo superan,
»Nada rompe sus filas arregladas.
»Ni el viento ni el relámpago pudieran
»La presteza igualar del fiero vuelo
»Con que se avanzan, sin tocar al suelo
»Tal, para darte idea, los alados
»Pueblos en escuadrones separados,
»A tu presencia el vuelo dirigieron,
»Cuando a que los nombrases acudieron.
»Conforme del Empíreo se alejan,
»Con vuelo infatigable
»Los celestes guerreros, atrás dejan,
»Una multitud varia, innumerable,
»De provincias, de reinos y de estados,
»Que si con vuestra tierra comparados
»Fuesen, ésta con toda su atmósfera,
»Junto al menor, pequeña pareciera.
»En fin al horizonte, ven delante,
»Por la parte del norte, una llanura,
»Que a lo lejos figura
»Un vasto mar de fuego coruscante.
»Conforme se aproximan, admirados
»Ven una mies de hierro de afilados
»Dardos, un bosque inmenso entretejido,
»De banderas, escudos y morriones,
»Cuyo vario grabado colorido
»Mostraba del orgullo los blasones.
»A Satanás, al enemigo osado
»De Dios conocen, que con su malvado,
»Ejército a ellos viene dirigido,
»Proyectando asaltar el mismo día
»El monte santo, y a su Eterno dueño
»Usurparla celeste monarquía:
»Tal de aquel temerario era el empeño.
»¡Proyecto vano! Presto a sus expensas
»Reconocieron el y sus inmensas
»Legiones que era un necio infausto sueño.
»Nosotros, por el pronto penetrados
»De honor profundo, el paso detuvimos,
»Al ver contra el Señor el detestable
»Delirio de aquel pueblo innumerable,
»Los Ángeles contra Ángeles armados,
»El Cielo contra el Cielo: los que fuimos,
»Hasta entonces hermanos, reputados
»Hijos de un común padre, que dichosos,
»De unos mismos derechos disfrutando,
»En un mismo banquete, la ambrosía
»Y el néctar, embriagados de alegría,
»Saboreamos unidos, amorosos,
»Y fraternales himnos acordando
»Con las sonoras liras, ensalzando
»Al Dios, que nos hacía venturosos,
»¡Divididos, armados, implacables,
»Hacernos guerra! ¡Pero se ha acabada
»Aquel tiempo feliz! Ahora, con vario
»Horrendo tono, gritos espantables,
»De rabia suenan de uno y otro lado.
»Al centro del ejército contrario,
»Sobre un carro que al sol en lo brillante
»Disputa, con terrible y majestuosa
»Presencia, en pie aparece el arrogante
»Satanás: una nube luminosa
»De fieros Querubines le rodea,
»Que armada de oro puro, centellea.
»Al suelo salta furibundo al vernos,
»Y ordena todo para acometernos.
»Ambas huestes están ya cara a cara,
»Un estrecho intervalo las separa:
»¡Intervalo terrible,
»Que hace el próximo encuentro más horrible
»A la imaginación. Entrambas frentes
»En líneas sin término seguidas,
»A modo de dos muros relucientes,
»El Cielo inmenso ocupan extendidas,
»Los aceros calando,
»Y una a otra con la vista amenazando.
»Antes que la señal de la batalla
»Se dé, cual torre enorme que a un violento
»Terremoto con torpe movimiento
»Se agita, Satanás se avanza al frente
»De sus legiones. Una fina malla
»Le cubre todo, de resplandeciente
»Oro, topacios, perlas, encarnados
»Rubíes, y diamantes, hermanados
»Con arte primoroso.
»Sufrir no puede Abdiel el orgulloso
»Aire de su rival. Hacia él se avanza,
»Blandiendo fiero la acerada lanza,
»Y a pesar suyo, al ver su majestuoso
»Semblante, sorprendido,
»De esta manera exclama enfurecido:
»¡Qué es lo que veo, Dios eterno y justo?
¡Cómo puede aun brillar tu sello augusto
En esa frente, en donde la insolencia
Ha ocupado el lugar de la inocencia!
¡Cómo puede el delito revestirse
De ese porte divino!
Pero de esas reliquias del destino,
Que antes gozó, no tiene que aplaudirse.
En vano su soberbia endurecida
Le hace alzar tan osado la cabeza.
Ya que de él la razón no ha sido oída,
De mi brazo, tal vez, la fortaleza
Le hará otro efecto. Tengo de mi parte
La justicia, ¡oh mi Dios! y has de dignarte
También de concederme la victoria.
Con ambas cosas, es cierta mi gloria,
Y el temerario, por mis pies hollado,
Conocerá, de rabia devorado,
Lo que es la fuerza, a la justicia unida. »
»Esto dicho al Arcángel, que al mirarle,
»Renovando la furia concebida
»En la anterior disputa, va a encontrarle,
»Se acerca, y de este modo le provoca:
»¡Conque te vuelvo a hallar, vil sedicioso!
En vano, alucinado por tu loca
Presunción, en tus fuerzas confiabas,
Y en tu elocuencia: en vano esperanzabas
Al Cielo seducir con tu engañoso
Proyecto, o de tu Dios hollar la corte
Indefensa. ¿Pensabas que en el Norte
Sin saberlo él, tus tramas urdirías,
Y fácilmente le sorprenderías?
¡Estúpido! ¿Y a quién? A aquel terrible
Dios, a quien ocultarse es imposible,
A quien todo lo ve, lo considera,
Que es dueño en un momento, según quiera,
De producir ejércitos enteros
En número mayor que los guerreros
Que tú cuentas, o de una sola ojeada,
Si por sí se bajase a combatirte,
Cual te sacó primero de la nada,
A la nada de nuevo reducirte,
A ti, tus armas, carros, y bridones,
Banderas, y soberbios escuadrones,
O sepultaros en la noche eterna.
Ya ves que seducir no has conseguido
A todos: que no falta quien discierna,
No obstante tu malvada hipocresía,
Tus funestas astucias: que ha tenido
Tu Dios vasallos nobles que fielmente
Su causa abracen. Poco lo creía
Esa orgullosa turba de villanos,
De su número ufanos,
Ni tú el primero, cuando con ardiente
Celo, solo y sin miedo, os hice frente.
La época de cumplirse ya ha llegado
Los males que yo os he pronosticado,
Y en que vas, aunque tarde, a costa tuya
A aprender, sin que el día se concluya,
Que el sabio a la razón debe agregarse,
Aunque a la multitud vea extraviarse.
Está bien, ¡Serafín desconocido!
¡Pero infeliz de ti!, -replica fiero
Satanás: -estoy muy agradecido
A tu vuelta: con eso, tú el primero
Espiarás tu audacia; tú que, fuiste
El que en aquel senado majestuoso
De tantos Dioses, solo te atreviste
A levantar el grito sedicioso.
¿A qué hablas de amos ni de omnipotentes?
Tales bajezas no reconocemos
Mis guerreros ni yo: como valientes
Nuestros sacros derechos sostendremos:
Sí: contra vuestro Dios, contra vosotros.
Mas celebro, repito, que a nosotros
Vuelvas: una esperanza, según veo,
Lisonjera, tu aliento ha despertado.
Sin duda habrás contado
Conseguir de mis ruinas un trofeo.
Acércate, cobarde fugitivo,
Acércate; que sepan mis rivales
Por ti, con qué agasajo a sus iguales
En mi campo recibo.
Antes, con todo, porque no se queje,
Ni tú, ni otro cual tú, de que te deje
Sin respuesta formal, por un momento
Dilato el castigar tu atrevimiento.
Lo confieso, hasta ahora yo creía,
Perdona mi altivez, que consistía
En la libertad sola nuestra dicha
Celeste; pero veo, por desdicha,
Que ese Dios sujetar ha conseguido
A una esclavitud dura y vergonzosa
La parte, a la verdad, más numerosa,
Mas también la más vil, de todo el Cielo.
Rebaño a la bajeza reducido,
¿Qué premio os da por vuestro humilde celo?
Insípidos placeres, y canciones,
Son vuestra ocupación, vuestras virtudes;
El manejo de liras y laúdes,
Vuestras evoluciones
Militares. Así tiene pagado
Un ejército entero de cantores,
O por mejor decir, de aduladores
Eternos, a ensalzarle destinado
Ven, pues, con esa valerosa gente
A embestirnos; verás cómo mis bravos
Guerreros os enseñan prontamente
La diferencia que hay de los esclavos
De un déspota, al aliento belicoso
De un pueblo libre, fiero y generoso.
-Tú sí, responde Abdiel, -tú sí que debes
Avergonzarte de la vil cadena
Que arrastras: tú, que de la odiosa,
Soberbia eres esclavo, y que te atreves
De bajeza a graduar la más gloriosa
Obligación. Tu injuria, a boca llena,
Como, por Dios, también es rechazada
Por la naturaleza horrorizada:
Ambos dicen que debe estar sujeto
Todo viviente al ser el más perfecto,
Y obedeciendo a la naturaleza,
Sé que a Dios obedezco. La grandeza
De Dios y su bondad son imperiosos
Títulos, que el respeto
Y la obediencia exigen; aunque fuera
Un hado ciego, como blasfemaste,
Yo sus decretos todopoderosos,
El que a todos nosotros el ser diera,
Aquel Dios, y no el hado que inventaste,
Siendo el primero en la sabiduría,
También en el poder serlo debía
«¡Hablas de servidumbre! ¿Y quién es siervo,
Sino el que escoge un amo tan protervo
Cómo él? ¿El que desleal, abandonando
A su dueño, insultando
A su bondad, emplea aquel talento
Que le debe, cual lo haces tú al presente,
En ser de la maldad el instrumento?
¿Que eres tu mismo mas que un miserable
Esclavo de la envidia detestable
Que el bien que perder te hizo tu insolente
Soberbia en tu interior ha producido?
¡Calumniador blasfemo! de esa fiera
Lengua infernal los ímpetus modera:
Ve a reinar al abismo: él es tu nido.
El Cielo es para Dios, y su divina
Protección basta para que triunfemos,
Y a ti, y toda esa turba sujetemos
A las duras cadenas que os destina.
Para Satanás son, como el glorioso
Imperio para el Todopoderoso.
Cobarde fugitivo me has llamado,
Dándome de valor sabias lecciones;
Aprovecharlas quiero, y de contado
A mi maestro traigo apuestos dones.»
»Al decir esto, su terrible espada
»Cae cual rayo sobre el reluciente
»Morrión de Satanás rápidamente,
»Y junta al pecho su cabeza osada.
»Ni la vista, ni el mismo pensamiento,
»Aun menos el broquel, podido hubiera
»Precaver la presteza del violento
»Golpe, que le aturdió de tal manera,
»Que después que diez pasos sin sentido,
»Retrocedió, en el suelo arrodillado,
»Cayera totalmente, sí en su lanza
»Enorme no se hubiera sostenido.
»Tal un erguido monte, a la pujanza
»De un terremoto súbito, que un lado
»De sus hondos cimientos ha arrancado,
»Cae hacia, aquella parte con estruendo,
»A medias en sus ruinas envolviendo
»Los árboles robustos, que poblaban
»Sus faldas, y su cumbre coronaban.
»Los rebeldes se turban al mirarle
»De aquel modo; mas luego aquella afrenta
»Del Jefe principal, su rabia aumenta,
»Y acuden presurosos a librarle.
»De los nuestros se ven en los semblantes,
»En el aire, y los ojos fulminantes,
»Los ardientes deseos de la gloria,
»La ansia de combatir: presto el gozoso
»Clamor de la esperanza belicoso,
»Pronóstico infalible de victoria
»La señal pide: la trompeta suena
»Por orden de Miguel, y el aire atruena
»El hosanna triunfal de boca en boca.
»Con el mismo valor, pero espantando
»Con su tristeza y su mirar furioso
»El enemigo ejército, cortando,
»Rápido el aire, con el nuestro choca.
»Retumba el vasto espacio al tumultuoso
»Combate, con clamores formidables,
»Con estruendo cual nunca se había oído
»En los campos del Cielo deleitables,
»Hasta aquel día, y tiembla estremecido
»El universo todo. A la manera
»De un fuego subterráneo, que escondido,
»A un tiempo dos volcanes encendiera,
»Un furor mismo inflama
»Entrambos campos, con horrible llama;
»Densas nubes de flechas abrasadas
»Silbando suben rápidas, y luego,
»Sobre los combatientes apiñadas
»Lloviendo, forman sobre su cabeza
»Una horrorosa bóveda de fuego
»Trémula gime la naturaleza,
»Y con sordo bramido,
»Responde el hondo abismo conmovido,
»Si vuestra tierra entonces existiera,
»Al eco solo, perecido hubiera.
»¿Y habría de esto que admirarse acaso,
»Al encuentro, al horrísono fracaso
»De miles de millones de furiosos
»Ángeles entre sí, tan poderosos,
»Que uno solo bastaba, si quisiese,
»Para arrojar veloz del firmamento
»Cualquiera de esos orbes luminosos,
»Con tan fácil impulso por el viento,
»Cual si una leve piedra o dardo fuese?
»¿Y qué destrozo, en la naturaleza
»Ya turbada, no hubiera producido
»Al cabo, del combate la braveza?
»¡Qué desorden, qué horribles convulsiones
»No hubieran agitado, aun las regiones
»Del Cielo, si el Señor compadecido,
»A tal horror un término no diera!
»¿Y quién sino él ponérselo pudiera?
»Cada escuadra es allí una innumerable
»Hueste: equivale a un escuadrón entero
»Cada Jefe: cada ínfimo guerrero
»Es un Jefe completo: es suficiente
»Cualquiera a gobernar con admirable
»Ciencia las maniobras complicadas
»De un ejército inmenso; sabiamente
»Formar, o desplegar las apretadas
»Y móviles columnas, de mil modos;
»Abrir, cerrar, o dilatar ligeras,
»Con táctica acertada, las hileras,
»Y dirigir los movimientos todos,
»Necesarios al arte de la guerra.
»Una alma, un solo espíritu se encierra
»En cada cual de entrambos belicosos
»Ejércitos, un solo y mismo aliento:
»Cada uno arregla, y pone en movimiento
»Ordenado sus cuerpos numerosos.
»En ellos, el terror no halla cabida
»Ni el cobarde abatido pensamiento.
»Firme en su puesto, cada cual olvida
»Intrépido el peligro, y no dejara
»De sostenerlo, aunque se desplomara
»Sobre él el orbe, cual si consistiera
»Sólo en su esfuerzo la batalla fiera
»¡Cuántas hazañas, dignas de memoria
»Eterna, en aquel campo se perdieron,
»Entre la muchedumbre confundidas!
»Ni de aquellas que más sobresalieron:
»Te hará yo ahora la prolija historia.
»Te dije en general, que enardecidas
»Las tropas, ya estribando
»En el sólido suelo, combatían
»De pie firme; ya rápidas volando
»Al través de los aires cristalinos, :
»Oscuras como negros torbellinos,
»O espantosas tormentas, se embestían
»Con fuerza imponderable.
»Al oír el ruido horrible, a la implacable
»Rabia de ambos ejércitos, dirían
»Que la mitad del universo ardiendo,
»A la otra media, igualmente abrasada.
»Estaba con furor acometiendo.
»Fluctuaba, en la batalla encarnizada,
»Aun la victoria, cuando el orgulloso
»Satanás, que se había señalado
»Con hechos a cual más maravilloso,
»Sin que hasta entonces nadie a su pujanza
»Hubiese resistido, ve admirado,
»En medio de sus tropas, un guerrero
»Que, haciendo en ellas un estrago fiero,
»Ancha calle se abría. Hacia él se avanza:
»Era Miguel, que con furor horrendo,
»Con la misma presteza
»Que un rayo, baja, sube, deshaciendo
»A cada golpe de su enorme lanza
»Un batallón, entero.
»A ella, Satanás cauto, la firmeza
»Opone de su escudo fulminante,
»Tres veces guarnecido de diamante.
»Miguel a su llegada, su guerrero
»Furor suspende. A un golpe solo espera
»Aquella guerra concluir, hollando
»El fiero Jefe del contrario bando,
»Y de cualquier manera
»Encadenarle, con lo que tendrían
»Fin los males que al Cielo destruían
»Dándole, pues, una siniestra ojeada,
»Así confunde su soberbia osada:
«¡Ángel del mal, autor de una sangrienta
Guerra que nunca ha sido conocida
De la paz sempiterna en la morada;
Guerra funesta al Cielo, a Dios odiosa,
Cuyos males, que ya no tienen cuenta,
Todos caerán sobre tu fementida
Cabeza! Sólo tú, la deliciosa
Tranquilidad de nuestra venturosa
Patria con tus infamias has turbado.
Tú, la naturaleza has afligido,
Y en su inocente seno has derramado,
Un enjambre mortífero de males.
Tú, un número infinito de leales
Siervos, a tu Señor desconocido,
En enemigos suyos has trocado,
Sus corazones de pureza llenos
Inficionando atroz, con los venenos
De la malicia que en el tuyo anida.
»¡Parte! En vano quisieras en el Cielo,
Ver la fraternal guerra repetida.
Dios, para siempre, de sus apacibles
Regiones te destierra, de este suelo,
Que habitan la concordia y el consuelo,
Y contigo destierra la furiosa
Discordia, las horribles
Y sordas tramas, las conspiraciones,
Y hasta el rastro menor de tus traiciones.
¡Parte! ¡Lleva contigo a tu espantosa
Cárcel todos los malos y delitos,
Y esa inmensa familia de proscritos!
El Infierno está pronto a recogeros.
¡Corre! Allá, entre sus llamas y terrores,
Podréis a vuestro espacio entreteneros
En oír los formidables
Gritos de la discordia, y los furores
Para vuestros oídos agradables.
¡Marcha! antes que de un bote de mi lanza
Te destroce, o que Dios, cuya venganza
Es lenta, pero cierta, la adelante,
Y a todos os sepulte en el instante
En tal sima de males, que su fuerte
Brazo invoquéis, para que os dé la muerte.
-Vano es, replica Satanás, tu intento
De infundir miedo al que en valor te excede,
Con amenazas que se lleva el viento.
Quien a tu Dios no teme, ¿cómo puede
Temerte a ti?¿ Has logrado por ventura,
Con todas tus bravatas, que espantado
De tu furia, haya huido ni un soldado?
¿No ha sostenido cada cual su puesto,
En la refriega dura,
Con el mayor valor? Y si ha caído
Por un azar funesto,
¿No ha caído con gloria? Has pretendido,
Que me armo yo por una causa injusta.
Los intereses de esta causa augusta
(Así la de unos héroes llamarse,
Merece) creo deben arreglarse
Por las armas, y no por parlerías,
Con que has juzgado nos asustarías
Sí: por sola la fuerza triunfaremos,
O pronto de ese Cielo deleitoso
Un nuevo Infierno haremos.
Si no reinare, en el imperio odioso
Del abismo a lo menos tendré el gusto
De no ser un esclavo; la sublime
Libertad gozaré, sin que el injusto
Tirano la envilezca, que os oprime.
Y me será mi suerte tolerable.
Tu entre tanto, ¡enemigo despreciable!
Ven, une a tu valor la fortaleza
De ese a quien llamas Todopoderoso;
Sabe que lejos de sentir flaqueza,
Lejos de huir, de hallaros deseoso
Aquí vine, y después de derrotados,
Si de la fuga os salva la presteza,
Hasta el pie de su trono irá a buscaros.»
»Cesan de hablar, y empieza la espantosa
»Contienda; pero daros no es posible
»A vosotros, humanos, una idea
»De aquellos altos hechos, que no sea
»Muy remota. Su historia prodigiosa,
»Que aun en nuestro lenguaje es indecible,
»¿Cuál lo será en el vuestro? ¿Y a qué objeto
»Terreno acudirá, que comparable
»Ser pueda a aquella escena formidable,
»Y de ella os haga hacer algún concepto?
»¿Cómo, en fin, elevar la torpe, oscura
»Inteligencia humana a tal altura?
»En las armas, el aire y la grandeza,
»Dos Dioses belicosos parecían,
»A decidir entre ellos destinados
»La causa de los Cielos encontrados.
»A un tiempo entrambos, que en la fortaleza
»A solo Dios cedían,
»Círculos de relámpagos formando
»Vastos, con los aceros ya desnudos
»En los aires, se acercan cautamente,
»Poniendo freno a su ímpetu valiente,
»Horribles resplandores fulminando.
»Dos anchos soles llevan por escudos,
»Que el uno contra el otro reflejando,
»El horizonte inflaman; sus fulgores
»Llenan de espanto a los espectadores,
»Que rápidos en círculo se alejan,
»Y campo espaciosísimo les dejan,
»De la conmoción misma temerosos
»Del aire: pues si pueden a menores
»Objetos compararse sus furiosos
»Choques, al referirlo se diría
»Que otro trastorno igual no se vería,
»Aun cuando en guerra la naturaleza,
»Dos astros enemigos, que viniesen
»De dos puntos opuestos, se embistiesen
»Con horrenda fiereza,
»En medio de los aires encendidos,
»Al fuerte estruendo de sus repetidos
»Choques, el orbe todo amedrentando,
»Y aun al remoto Cielo amenazando.
»Ya levantado el brazo, cuya horrible
»Fuerza no tiene par en lo visible,
»Inferior a aquel sólo
»Que del Cielo estrellado
»La bóveda encorvó de polo a polo,
»Cada uno de ellos, que a acabar aspira
»De un golpe solo la sangrienta guerra,
»Mide de arriba abajo con cuidado
»Al terrible enemigo, y diestro gira
»Antes de herir la formidable espada,
»Que ya cruzando, a la enemiga cierra
»El paso, ya de punta prolongada,
»La hace también cruzar: rápidamente,
»Se embisten, se retiran: el ardiente
»Furor por puntos crece: el ruido aterra
»Al inquieto concurso: la esperanza
»De uno y otro partido está en balanza,
»Y algún tiempo indecisa la victoria.
»De Miguel al acero, al fin la gloria
»De lograrla se debe: a aquella espada
»De la armería celestial sacada.
»Satanás le dirige ya impaciente
»Una estocada tal, que su pujante
»Fuerza horadara el peto relumbrante
»De Miguel; mas la para diligente,
»Y al golpe dado por su fuerza inmensa,
»Hecha pedazos, salta centelleando
»De aquel monstruo la espada: en el instante
»Miguel la suya tiende, y penetrando
»El broquel, sin que sirva de defensa
»Todo el triple refuerzo de diamante,
»Y la dura coraza guarnecida,
»De fuerte malla, una profunda herida
»En el costado le abre. Da un bramido
»Satanás, que jamás había sentido
»Dolor igual al que el divino acero
»Le ha causado, que aturde al campo entero
»Por más que está impaciente de vengarse.
»No pudiendo del suelo levantarse
»Se revuelca en el polvo, blasfemando
»Sobrevive, con todo, al golpe fiero,
»Tal es de nuestros seres celestiales
»El privilegio: cual los materiales,
»Aunque una etérea esencia disfrutando
»Heridos pueden ser, mas no morirse.
»Su espíritu vital, que siempre dura,
»Los vivifica, su interior fomenta,
»Hace que vuelvan pronto a reunirse
»Las fibras divididas, y los cura.
»Mas el primer dolor aun atormenta
»A Satanás, que está desfallecido;
»Tanta es la copia de la sangre pura,
»Que sus celestes venas han perdido.
»Por todas partes, sus soldados fieles
»Corren a socorrerle: en sus broqueles
»Le levantan, al carro reluciente,
»Sangre aun en abundancia derramando,
»Afligidos le llevan prontamente,
»Y el campo de la gloria abandonando,
»En paraje seguro y solitario
»El reposo le dejan necesario
»De vergüenza y de rabia consumido,
»Despedazado de remordimientos,
»Disfrutar el descanso no podía.
»Se indigna al verse hollado, envilecido,
»Avergonzado, y crecen sus tormentos
»Considerando que ha sido vencido
»Por un siervo del Dios a quien quería
»Igualarse, y soberbio despreciaba.
»La batalla entretanto continuando,
»Más de un guerrero fiel se señalaba
»En nuestra sacra hueste. Allí tronando
»Gabriel delante de sus estandartes
»Derramaba el terror: por todas partes
»El enemigo atropellado huía.
»Feroz, Moloch entonces se presenta,
»Y con sus mismas tropas se ensangrienta,
»Para estorbar su fuga: pretendía
»Nada menos el bárbaro orgulloso
»Que vencer a Gabriel, aprisionarle,
»Y en su triunfo pomposo,
»A su brillante carro encadenarle,
»A vista del Monarca sanguinario.
»Gabriel airado venga prontamente
»Las, blasfemias de aquel fiero adversario
»De todo bien, contra el Omnipotente.
»Un tajo tan horrible le asegura,
»Que parte de la frente a la cintura,
»Su vasto cuerpo. El monstruo dolorido,
»Sus miembros destrozados arrastrando,
»Huye, y levanta al Cielo el alarido,
»Hecho la burla de los que insultaba.
»A una ala del ejército peleando
»Uriel, a Rafael acompañaba:
»Ambos eterna gloria consiguieron
»Contra dos tronos del contrario bando,
»Cubiertos de armaduras de diamante,
»Adremelech, con Asmodeo unido,
»A entrambos a sus pies los abatieron.
»Atravesó el acero fulminante
»De Uriel a Adremelech; y un fuerte tajo
»De Rafael, a Asmodeo dirigido,
»El hombro y diestro brazo le echó abajo.
»Los dos rebeldes, que con arrogancia
»Se jactaron de ser a Dios iguales,
»Rabiosos reconocen la distancia
»Que hay de él a unos vasallos desleales
»¡Cuántas hazañas, cuántos prodigiosos
»Sucesos, dignos de inmortal memoria,
»Y cuántos nombres de héroes famosos
»Referiría! Pero ¿qué interesa
»Del Cielo a los felices moradores
»El aura vana de una frágil gloria?
»Llenos de los magníficos honores
»De que su Dios no cesa
»Un punto de colmarlos, no desean
»Otros. Tampoco ceden los rivales
»Nuestros en la batalla, porque sean
»Menos valientes, sino porque armados
»Por una mala causa, son privados
»Del favor que dispensa a sus leales
»Guerreros la Divina Providencia.
»Con todo, hacen terrible resistencia;
»Pero ya está borrada su memoria
»De los fastos del Cielo; así en mi historia.
»Sus nombres callar. Los ha perdido
»Su soberbia, castíguela el olvido;
»Que nunca puede hallar la gloria entrada
»En donde la injusticia está alojada.
»Ahora, por todas partes dispersados,
»Huyen sus batallones consternados.
»No se halla ya en el campo el belicoso
»Aparato: por todo su espacioso
»Ámbito no se ven más que tendidos
»Guerreros, armas rotas, destrozados
»Carros, dardos, caballos esparcidos;
»Todo huye, todo cede a la terrible
»Mano que cae sobre ellos invisible.
»Sembraron la discordia con denuedo,
»Y ahora recogen la vergüenza y miedo.
»No así aquellos soldados valerosos
»Del Monarca del Cielo: victoriosos
»Y alegres, con un orden admirable,
»Rauda avanza su hueste incontrastable,
»De sus brillantes armas arrojando
»Llamas, los enemigos ahuyentando:
»Como en sus pechos la virtud habita,
»Aunque al cansancio cedan un momento
»Algunos de ellos, su valor excita,
»Y vuelven a seguir con nuevo aliento.
»Mas, ya de aquel teatro lastimoso
»Horrorizado el Sol, a su morada
»Huye: viene la Noche acompañada
»Del Silencio, y aplaca el belicoso
»Alboroto, cubriendo a los furores
»Con su venda, la vista encarnizada
»En su sombra, vencidos, vencedores,
»Campo y sangrientas ruinas envolviendo
»La tímida Quietud la va siguiendo,
»Y a su apacible aliento todo calla,
»En medio de despojos, que sangrientos
»Son de su inmortal gloria monumentos,
»Los nuestros sobre, el campo de batalla
»Hacen alto. Cercanas y distantes
»Disponen centinelas vigilantes,
»Y guardias que aseguren el reposo
»A sus, cansados miembros. Entre tanto,
»Satanás, recobrado de su herida,
»Sus fugitivas tropas, del espanto
»Poseídas, reuniendo presuroso,
»Con ellas marcha a su anterior guarida.
»De vergüenza, de rabia devorado,
»El descanso y el sueño echa en olvido.
»Entre las sombras, junta su escogido
»Consejo, y ocultando con cuidado
»Su profundo dolor, de esta manera
»Habla: «¡Guerreros! esta memorable
Batalla, haya sido como se quiera
Su éxito, es una prueba, incontestable
De lo que pueden vuestros valerosos
Ánimos. Defensores generosos
De vuestra libertad, podéis gloriaros
De que vuestros tiranos no han podido,
A pesar de su número crecido,
A su yugo insufrible sujetaros.
Pero no es esta dicha únicamente
El objeto a que aspiro. Aunque apreciemos
El honor, olvidarnos no debemos
Del imperio: sin éste, inútilmente
El otro conservar procuraremos;
Pues que el honor, unido a la flaqueza,
Poco tiempo sostiene su entereza.»
Este día ha empezado la gloriosa
Carrera vuestra. En él habéis sabido
Adónde llega vuestra prodigiosa
Fuerza, como también que en adelante
Siempre podréis lo que hoy habéis podido,
Y aun quizá más, pues que es ya hecho constante
Que ese Dios orgulloso, imaginario,
Que tanto ha deseado a su arbitrario
Dominio reducirnos, todo el resto
De su poder ha echado en este día,
Por conseguir el triunfo; que ha supuesto
Por cierto que su empeño lograría,
Y que no lo ha logrado: así, es visible
Que no es tan infalible,
Como antes lo creímos, su presciencia,
Y que ha agotado, sin lograr su intento,
Toda su decantada omnipotencia.
Verdades ambas que el mayor aliento
Han de infundirnos para lo futuro.
Es cierto, no lo niego, que en apuro
Fin la batalla de hoy hemos estado.
¿Pero qué hay que extrañarlo, en un momento
En que desprevenido y mal armado
El ejército nuestro se encontraba,
Y al enemigo todo le sobraba?
»Hemos visto hoy que, es ese Dios falible.
Otro día veremos que es vencible;
También hemos sacado otra preciosa
Ventaja, y es, saber que nuestra vida
Es inmortal, y que ninguna herida
Puede privarnos de ella, por furiosa
Que sea: aunque pedazos nos hiciera,
Nuestra naturaleza los juntara
Al punto, y el vigor nos restaurara.
Por lo que nuestra pérdida es ligera,
Y si algunos dolores toleramos,
Como antes de pelear ya nos hallamos.
Busquemos, pues, ahora la manera
De tener armas que proporcionadas
Sean al valor nuestro, y en fin cuales
Convienen a unos seres inmortales,
Dejando las inútiles, usadas,
De flechas, dardos y otras; que con esto,
Mejor suerte quizá tendremos presto.
Sobre todo, sepamos si el astuto
Enemigo, de algunas ignoradas
Armas puede servirse, averiguando
Cuáles son, y robarle procurando
El secreto de hacerlas. Grande fruto
Conseguiremos, sólo con habernos
Enterado bien de ellas; pues siquiera
Cuando nuestro arte hacerlas no pudiera,
De su efecto podremos precavernos.
Extiéndase también nuestra consulta,
A investigar si alguna causa oculta,
A la pérdida que hoy hemos sufrido,
No obstante el valor nuestro, ha concurrido.
En fin, todo el talento que tenemos,
Como hace el enemigo, aprovechemos,
Bien persuadidos de que en su alto trono
Le obligaremos a mudar de tono.
Explique, pues, cada uno libremente
Lo que sobre esto juzgue conveniente.»
»Acabó, y un celeste Potentado
»Se levanta del medio del senado.
»Mesiroch es su nombre, y su figura
»Sangrienta y maltratada, manifiesta
»Por sí sola el rigor de la funesta
»Batalla; destrozada la armadura,
»Roto el morrión, la cara desmayada
»Y a fuerza de aflicción desencajada,
»Dan a entender lo mucho que ha sufrido:
» Mas se esfuerza con todo, y dirigido
»A Satanás, con un suspiro ardiente
»Y débil voz le dice lo siguiente:
»¡Magnánimo guerrero! ¡Incontrastable
Apoyo del legítimo derecho
Que tenemos al título glorioso
De Dioses, y a rehusar un yugo odioso;
Que el primero, contra ese formidable
Tirano que nos pone en tan estrecho
Apuro, nos sostienes animoso!
No es dable que con armas desiguales
Podamos resistir a esos mortales
Enemigos: nosotros padecemos
De las heridas: ellos protegidos
Por un encanto, de que no tenemos
Idea, nuestros golpes escarnecen,
Conservan su vigor y no padecen.
Por más que seamos Dioses, oprimidos
De dolores, no es dable hagamos frente,
Largo tiempo a guerreros impasibles
Aun los más fuertes, necesariamente
Serán por los más débiles vencidos.
Puede uno resistir a los sensibles
Ímpetus de placer; de ellos privarse.
Por cierto tiempo; y aún eternamente
Tal vez, de sus encantos separarse,
Pues sin ellos, en una dulce calma
Que su viveza turba, queda el alma:
Mas vivir con dolores insufrible.
Entre todos los males
Es el único mal, el más terrible:
Toda constancia cede, a sus fatales
Embates; presto su ímpetu violento
Se nos lleva las fuerzas y el aliento.
Aquel, pues, que ingenioso un medio inventa,
Para poder vencer nuestros rivales,
Llegándolos a herir, como el valiente
Caudillo a quien la libertad debemos,
Merecerá que todos le ensalcemos
Con elogios y honores inmortales.
-Tienes razón, -»responde con modesto
Rostro el infernal Jefe; -pero admira
Que esa invención difícil que has propuesto
Digna del celo ardiente que te inspira,
Descubierta la tengo,
Y a daros cuenta del hallazgo vengo:
¿Quién aquí podrá haber tan distraído,
Que al ver el suelo etéreo en que estamos,
De tanto don precioso enriquecido,
De tantas plantas, flores de ambrosía,
De oro brillante y fina pedrería,
Que a nuestros pies a cada paso huyamos,
No conozca que de esta tierra el seno
Ha de estar necesariamente lleno
De materias sutiles, inflamables,
Que bien que a nuestros ojos invisibles,
Por un elemental fuego movidas,
En secreto, estos frutos elaboran,
Les dan su consistencia y los coloran?
Cuando aquellas materias que comprime
La tierra, en sus entrañas escondidas,
De la mansión oscura
Al aire exterior salen, es segura
Su inflamación, al punto que se arrime
Una chispa tan sola, y encendidas,
Es tan súbita y grande su violencia,
Que nada puede hacerlas resistencia,
Como que son de aquel material mismo
Que alimenta las llamas del abismo.
»Esta materia, en granos trabajada,
Y en tubos de metal bien apretada,
Puesto un sólido globo a la salida
Del tubo, en que se encuentra comprimida,
Aplicado, por un respiradero,
El fuego a la materia combustible,
El globo arrojará. con tan horrible
Fuerza, que barra un escuadrón. Entero.
¿Qué digo? Si en un risco tropezara,
Como un débil cristal lo destrozara.
Tan formidable trueno a la terrible
Explosión acompaña, que el denuedo.
Del más bravo convierte en torpe miedo.
Prevengámonos, pues, de estas fatales
Armas, que harán creer al orgulloso
Enemigo que al Todopoderoso
Hemos robado el rayo, el que confieso
Es la sola arma que, por sus mortales
Furiosas llamas, con razón ha impreso
En nosotros temor. Pues que destreza
No nos falta, y tenemos materiales,
En esta invención útil trabajemos,
Y el rayo con ventaja supliremos.
»Mas nos es necesaria la presteza;
La obra no es larga, y antes que mañana
De la aurora veáis la luz temprana,
Acabada estará, y todo dispuesto
Para que haga el efecto más funesto,
Y quede nuestra pérdida vengada.
Desechad pues, alegres, los temores:
Pronto del nuevo invento artificioso,
A costa de esa gente escarmentada,
Os pasmará el estrago prodigioso.
Creed que seréis siempre vencedores,
Mientras a Satanás tengáis al frente.
Recobrad el aliento y la esperanza,
Y vamos a enseñar a ese potente
Amo de todo el orbe, sin tardanza,
Que con armas iguales,
Somos, como él, Deidades celestiales,
Y que no saldrá siempre victorioso.»
»Así habló Satanás, introduciendo
»Del nuevo rayo el uso pernicioso:
»¡Arma pérfida, horrenda, que a la muerte
» De alas de fuego rápidas vistiendo, más improviso y fuerte,
»Y más inevitable hace su daño!
»¡Invento aborrecible! ¡No es extraño
»Que Satanás te hallara,
»Y que con tanto ardor te propagara!
»E1 mismo Dios ahogó en su nacimiento
»Este invento malvado,
»Y si lo toleró posteriormente,
»Fue para que sirviese de instrumento
»A su justa venganza, ya cansado
»De las maldades con que el insolente
»Linaje de los hombres inundaba
»El mundo, y su bondad menospreciaba
»Desde entonces, cual nueva y atroz peste,
»Efecto de la cólera celeste,
»Aquel rayo informal en las batallas
»Destrozó los guerreros, las murallas
»Hizo volar, y fuegos abrasados
»Llovió sobre los pueblos consternados.
»Desde entonces, el hombre delincuente,
»Que los rayos del cielo solamente
»Temía, sufre en la sangrienta guerra
»Otros harto más crueles de la tierra.
»En fin, Satanás triunfa, todo el mundo
»Se anima, y un feliz suceso espera.
»Admiran la invención, pero a primera
»Vista cada uno de ellos se figura
»Que, sin tener ingenio tan fecundo
»Como su Jefe, en ella dado hubiera.
»Así nuestro amor propio nos engaña,
»De modo que la cosa más oscura
»Nos parece, después que se ha inventado,
» Tan clara, que juzgamos cosa extraña
»Que a nuestro vivo ingenio haya escapado.
»Todos salen, y la orden ejecutan:
»El trabajo gozosos se disputan,
»Innumerables brazos empleando
»Y el suelo de alto a bajo trastornando;
»Encorvados arrancan de la tierra,
»Cuanta materia conducente encierra,
»Una sustancia informe aun y grosera;
»De una costra espumosa a la manera,
El salitre y el nitro humedecidos,
De los cuales del arte la destreza
Templa con calor lento la crudeza,
»Y que después a polvos reducidos,
»Con azufre y carbón amalgamados,
»Y en granos muy menudos convertidos,
»Al uso horrible quedan preparados.
»En tanto, otros, de rocas y metales,
»Los globos, de tamaños desiguales,
»Labran que han de barrer con fuerte truene
»Y de ruinas sembrar todo el terreno
»Por donde pasen; o hacen los fatales
»Tubos de duro bronce, que a la fiera
»Muerte deben abrir larga carrera.
»Otro escuadrón también vuela ligero
»Por el campo, y el seco junco encuentra,
»Que en lo interior por el respiradero
»Del tubo, en él el fuego reconcentra.
»Todos se mueven: todos afanados
»Trabajan, y la noche silenciosa
»Con su sombra los cubre cuidadosa,
»Para que ser no puedan espiados.
»En fin, sus obras todas concluidas
»Están antes que brillen los albores
»De la aurora, y las armas prevenidas
»Son a sus esperanzas superiores.
»Apenas entre tanto el matutino
»Fulgor de lo visible abre la escena,
»Cuando la celestial trompeta suena,
»Y convoca a las armas al divino
»Ejército: cada uno por su parte
»Armado, forma bajo su estandarte,
»De ardor lleno. A las luces que aparecen
»Del sol, ya las alturas coloreando,
»Las tersas armas de oro reflejando,
»Como un incendio inmenso resplandecen.
»Una porción de aquellos más ligeros
»Ángeles, a distancia los primeros
»Avanzan, de las cumbres registrando
»De los montes si acaso aparecía
»El enemigo, que aun no se veía
»En la vasta llanura, deseosos
»De averiguar sus miras, intenciones,
»Pasos y belicosas prevenciones,
»Si huye, vuelve o adónde se retira:
»Mientras que por los campos espaciosos,
»Ansioso cada cual los ojos gira,
»Ven ondear a lo lejos sus banderas,
»Y hacia ellos dirigirse sus guerreras
»Legiones. Uno de los más veloces.
»Zophiel, el aire corta, y dando voces:
»A las armas, exclama, compañeros!
Ahí está el enemigo. Hemos creído
Que huía, y vele que a embestirnos viene:
Gana de ahorrarnos una marcha tiene.
Mirad de su vanguardia los primeros
Escuadrones: notad el atrevido
Aire con que se acercan: al instante
Vestid vuestras corazas de diamante,
Vuestros morriones: empuñad las fieles
Espadas, y reunidos los broqueles
De oro, formad impenetrable muro;
Que si yo no me engaño, ha de ser duro
Y sangriento el combate de este día,
No una lluvia ligera de perdidos
Tiros, sino un granizo de, encendidos
Dardos, una tormenta abrasadora:
El riesgo es digno de la valentía
Vuestra: ¡á las armas pues, esta es la hora!»
»Así el celeste joven les advierte,
»Y aun más les dice su corazón fuerte.
»Todo se mueve, todo en apretados
»Batallones avanza diligente.
»A la vista se muestran de repente
»Los fieros enemigos, que callados,
»Formando un cuadro espeso, a paso lento
»A ellos vienen marchando,
»El tren entre sus filas arrastrando,
»Con pesado y oculto movimiento,
»De aquellos nuevos rayos espantosos,
»Que esconden en el centro cuidadosos.
»Estando ya ambas haces en presencia,
»Hacen alto un instante;
»Entonces, Satanás sale delante
»De las filas, y dice a sus legiones:
«¡Camaradas! ¡con cuánta complacencia
Os anuncio que ya ha llegado el día
Feliz en que las crueles dimensiones,
Que tanto agitan vuestra patria y mía,
Se terminen! Abrid vuestras hileras:
Que el Cielo sea testigo
De nuestras amorosas y sinceras
Disposiciones a una paz estable:
Que las vea al momento el enemigo:
No se aguarda sin duda a nuestro amable
Recibimiento. Prono un amistoso
Tratado nos traerá, a más del reposo,
La dicha, con la guerra incompatible.
Generosos en tanto, aunque rivales,
Abridles vuestros brazos fraternales,
Y anunciadles a gritos la plausible
Noticia de la paz que proponemos,
Y con qué condiciones la queremos,
Que todos las perciban claramente. »
»Dichas en alta voz estas dolosas,
»Palabras, se abre el espacioso frente
»Del cuadro, y ordenados,
»Su van doblando todos a ambos lados.
»Al formar las dos alas espaciosas,
»Dejan un gran vacío, en que extendida
»La vista, descubrimos sorprendidos
»Tres órdenes de tubos: suspendidos
»Sobre movibles ruedas, presentaban
»La boca hacia nosotros dirigida,
»Horizontal, aquellos desmedidos
»Tubos, y oscuros, nos amenazaban.
»A cada uno cercano,
»La señal aguardando, se veía
»Un Ángel vigilante, en cuya mano
»Derecha un junco por la punta ardía.
»Nosotros, ignorantes del engaño,
»Estábamos! mirando atentamente,
»Con diversión, el aparato extraño,
»Cuando del mudo bronce, interrumpiendo
»El silencio, a una seña, con la ardiente
»Vara cada Ángel a un oído toca,
»A un extremo del tubo practicado
»Y en el momento, con horrible estruendo,
»Cada una arroja por la fiera boca
»El rayo que en su seno está encerrado,
»Con relámpago vivo, y negra nube
»De humo, que dilatada al Cielo sube.
»Parten al mismo tiempo, destrozando
»Las entrañas de aquellos encendidos
»Tubos, miles de globos escondidos
»De hierro, cual granizo temeroso
»De vivo fuego, rápidos silbando,
»La espantosa batalla comenzando.
»De aquella atroz tormenta a la violencia,
»Con estrago horroroso,
»Sobre el Arcángel el Querubín rueda,
»El Ángel sobre el Ángel: nadie queda
»En pie no hay o su furia resistencia
»De nada les valió, aquella pujante
»Firmeza, a la de un monte semejante,
»Que por naturaleza disfrutaban.
»¡Ah! La fuerte armadura que llevaban,
»En lugar de servirles de segura
»Defensa, fue un fatal impedimento.
»A no haberse encontrado embarazados
»Con sus arneses ricos y pesados,
»A su arbitrio, mudando de figura
»Sus esencias, sutiles más que el viento,
»Cual átomos, con pronto movimiento
»Hubieran evitado fácilmente
»Los estragos de aquel granizo ardiente;
»Pero en fin, todo cede a su braveza:
»En vano separarse, y abrir paso
»Procuran: de los globos la presteza
»Lo estorba, y amenaza otro fracaso
»Nuevo la doble fila, que preñada
»De otra nube de rayos, preparada
»A vomitarlos, a una seña espera.
»Con todo, su valor aun no tolera
»Ni la idea de fuga, y en pie puestos
»Los más de ellos, no obstante sus heridas,
»A aguardar la tormenta están dispuestos.
»Satanás, que supone ya vencidas
»Nuestras tropas, su ruina escarneciendo,
»A sus soldados dice: -»Esos famosos
Guerreros, que hacia aquí con tal coraje
Venían, ya parece que del viaje
Se van arrepintiendo,
O al ver la paz tan próxima gozosos,
Como tan diestros en ligeras danzas,
Esos pasos extraños y mudanzas!
Nuevas para esta fiesta han discurrido;
Pues aunque en su aire tímido dirían
Que de nuestro agasajo desconfían,
Con tal franqueza y con tan encendido
Amor aquí los hemos recibido,
Que una injusticia inverosímil fuera
Que tal recelo en ellos existiera;
Mas con todo, por sí estos pensamientos
Los acongojan, creo conveniente
Que las proposiciones repitamos,
Y él son de nuestros dulces instrumentos
Les anuncie de nuevo el impaciente
Ardor con que abrazarles deseamos:
Que bien seguro estoy de que ni en danza
Ni en fuga pensarán, y su confianza
Volviéndonos, tranquilos a los lazos
No se negarán ya de nuestros, brazos. »
»Con la misma ironía le contesta
»Belial: -«No extraño que a la desconfianza
Y al temor esa gente este dispuesta.
Ella es ligera y débil, y el tratado
Que les han presentado
Artículos tenía de tal peso,
Y cláusulas también en tanto exceso
Duras, que no era dable, que a primera
Prueba, su vanidad las digiriera:
Mas, como están ya de ellas instruidos,
Y han podido a su gusto examinarlas,
A su repetición darán oídos,
Y no se negaran quizá a aceptarlas;
»Así sus dos cabezas orgullosas,
»De su primer derrota la memoria
»Olvidan, y con sátiras jocosas
»Cantan antes de tiempo la victoria;
»Mas no fue su delirio duradero:
»Pronto, el vigor perdido recobrando
»Los nuestros, y venganza respirando,
»Van a buscar dispersos, con ligero
»Vuelo, por todas partes, armas tales
»Que puedan destruir las infernales
»Máquinas, y su rabia en el momento
»Se las da: arrancan de su firme asiento
»Enormes riscos, elevadas peñas,
»Vastos montes enteros con sus breñas,
»Bosques y ríos: rápidos volando
»Con ellos en la mano hasta una altura
»Inmensa y sobre el campo balanceando,
»De allí con fiero impulso, y con segura
»Mira, los lanzan sobre el tren horrendo,
»En una misma ruina confundiendo
»Las huestes enemigas aterradas.
»Porque debo advertirte que en el Cielo,
»Así como sucede en vuestro suelo,
»Dios, para que aumentara su belleza
»La variedad, llanuras dilatadas
»Dispuso, corno bosques deliciosos,
»Montes, fuentes y ríos caudalosos,
»Y cuanto adorna la naturaleza.
»¿Pero cómo graduaros el espanto
»De las tropas contrarias, cuando vieron
»Nuestros guerreros, de los cuales tanto
»Se burlaron, cubrir los horizontes
»Con tal furia, y las cumbres de los montes
»Vueltas de arriba abajo descubrieron
»Que sobre sus cabezas suspendidas,
»Iban a despeñarse? Consternados
»Los ven caer sobre ellos, sin que puedan
»Estorbarlo. En sus ruinas sepultados,
»Con sus máquinas fieras destruidas,
»En un momento muchos de ellos quedan.
»Todo lo arrasa aquella lluvia horrible
»De enormes masas que, cual nieve espesa,
»El vasto campo de inundar no cesa.
»Arrojadas con ímpetu indecible,
»Todo lo cubren: no se oye otra cosa
»Que clamores penados y gemidos
»De los que bajo de ellas oprimidos
»A librarse se esfuerzan vanamente:
»Sin fruto, a la tormenta procelosa
»Los escudos oponen y armaduras;
»Hechas pedazos, sus abolladuras
»Mismas hieren cruelmente
»A sus míseros dueños: cada instante
»Con más furor la tempestad se cierra.
»Las máquinas, las tiendas, los guerreros,
»Cuanto encuentra delante,
»Tanto bajo su peso horrendo entierra.
»En fin, los que han logrado con ligeros
»Vuelos de ella esquivarse,
»O que, heridos, aun pueden manejarse,
»Imitan nuestro ejemplo: por el viento,
»Montes con montes rápidos chocando,
»Bosques con bosques vuelan al momento,
»Una lóbrega bóveda formando
»Sobre el campo, que todo lo oscurece.
»Con las tinieblas la batalla crece,
»La vasta confusión, los gritos fieros,
»Los ayes y quejidos lastimeros.
»Consigo mismo en guerra parecía:
»Que el Caos obstinado combatía;
»Ruina con ruina, horrores con horrores,
»Espanto con espanto, batallaban.
»Y a la naturaleza sus furores
»De total destrucción amenazaban.
»La patria misma nuestra, el alto Cielo,
»Que ya temblaba se viniera al suelo,
»Si el Padre celestial, que deseoso
»De señalar su amor a su querido
»Hijo y de darle el triunfo más glorioso.
»Aquel estrago había permitido,
»Seguro de que al punto que quisiera
»Haría que cesase, no se hubiera
»Resuelto a terminarlo. Desde el trono
»En que reside, envuelto en resplandores,
»Quiere colmar de su Hijo los honores,
»Y al rival, que conspira con encono
»Implacable contra él, hacer patente
»Que con él parte toda su eminente
»Autoridad, derechos y grandeza,
»Como de su poder la fortaleza,
»Y a su diestra volviendo el majestuoso
»Rostro, así dice a su Hijo venturoso:»
¡Noble imagen, descanso y gloria mía,
Cuyo brillo invisible
Mi resplandor divino hace visible!
¡Tú, mi Hijo Eterno, mi sabiduría!
Ya dos de nuestros días celestiales
Llevan de duración esas fatales
Discordias, esas lides tan crueles
Que sostiene Miguel con nuestros fieles
Soldados: tú conoces los primeros
Héroes de esos choques lastimeros,
Miguel y Satanás, ambos rivales
El nacimiento, y en valor iguales,
Excepto la notable diferencia
Que en favor de Miguel, la inobediencia
De aquél hace: pelear los he dejado,
El rigor de mis leyes suspendiendo,
Y a Satanás, cual si inocente fuera,
Como a todo su ejército malvado,
Casi en su vigor todo manteniendo,
Porque a nuestra grandeza convenía
Que esta guerra espantosa ver hiciera
Adónde llega su soberbia impía,
Como la fe sincera.
De Miguel y los suyos: sobre todo,
Para glorificarte de este modo,
Haciendo que tu brazo omnipotente
Abata solo a todo ese insolente
Ejército, y mostrar así que nada
Resistir puede a tu justicia airada.
Ves a qué extremo llega ya su furia:
Esa lluvia de montes arrancados,
De ríos, y de bosques encontrados,
Que hacen temblar aun la celeste curia.
»Ya este desorden, si se prolongara,
El universo todo devastara:
Es tiempo de cortarlo; te he escogido
Para que aplaques la fatal tormenta
De estos dos tristes días: el tercero
Es tuyo. De mi fuerza revestido,
Marcha; a esos sediciosos escarmienta.
Imponles el severo
Castigo merecido: que, de susto
Y de rabia temblando,
Sepan que están debajo de tu mando;
Que eres su Dios, su Rey, su Juez augusto.
Lleva contigo todo mi guerrero
Equipaje, mis flechas afiladas,
Mi temeroso acero,
Mis rayos y centellas abrasadas:
Sube sobre mi carro formidable,
Que hace de horror estremecer el Cielo:
Ve con rápido vuelo,
Sigue, hiera, confunde esa culpable
Raza: a ninguno tu furor perdone,
Que estas felices playas abandone:
Que aprendan, en la noche sempiterna
El respeto que, deben a mi eterna
Palabra, y los perpetuos dolores
Con que sé castigará los traidores. »-
»Dice, y del Hijo excelso la divina
»Claridad con sus brillos ilumina,
»Uno en otro su imagen reflejando,
»Y de luces los Cielos inundando.
»El Hijo entonces, a su Padre Eterno
»Contesta así, con el amor más tierno:
«¡Oh fuente de mi ser incomparable!
¡Tú, supremo poder de los poderes,
El primero, el mayor, más excelente
Más santo, como el único adorable
Entre todos los seres,
Ante el cual humillada toda frente
Se inclina!, Tú a mí me has comunicado
La gloria, y como a ti me has ensalzado,
Yo con igual amor corresponderte
Sé, y es toda mi dicha complacerte.
Pues que tú depositas en mi mano
Tus rayos, ya a mi sólo pertenece
Ejecutar tus voluntades santas,
La victoria verás presto a tus plantas.
Agradarte es mi gozo soberano:
¡Feliz en la ocasión que se me ofrece,
Si al paso que a la fácil guerra vuelo
Por ti, algún riesgo hiciera ver mi celo!
Tomo, pues, el poder que tú has querido,
Darme, mas solamente
Para defensa tuya; complacido
En recibirlo, aun más en devolverlo
Lo estaré, cuando tú quieras tenerlo,
Y yo en tu seno de él eternamente
Disfrute, sin hallarnos precisados
A castigar con él otros malvados.»
Tu resplandor, tu gloria, en mí resaltan.
Lo que amas amo: lo que tú aborreces
Odio; y a mi respeto aquellos faltan
Que no te rinden todo el que mereces.
Es deber mío y bienaventuranza,
Como a tu amor, servir a tu venganza,
Tu hijo ha de ser tu imagen acabada.
Parto: de tu poder mi diestra armada,
Presto echará del Cielo esos ingratos,
Contra quienes tus justas leyes claman,
Que con impíos fementidos tratos
Han turbado su paz, a las funestas
Cadenas del Infierno, que dispuestas
A oprimirles, sus víctimas reclaman.
Ellos, que tú asociaste a tus supremas
Felicidades y que de diademas
Celestes coronaste, que dichosos
Fueran permaneciendo virtuosos,
Y el peso de sentir van de tus mortales
Iras, que con audacia han provocado:
Una vez su delito castigado,
No tendrás sino súbditos leales
Que te amen y te adoren, y el primero
De ejemplo servirá a su amor sincero.»
»Esto diciendo, del derecho lado
»Del Padre se levanta, y le saluda,
»Inclinando su cetro, cariñoso.
»Apenas ahuyentada la sombría
»Noche, el remoto Oriente el color muda,
»Al brillo de la aurora, el tercer día,
»Cuando terrible, a un huracán furioso
»En el rápido estruendo semejante,
»Sale el paternal carro fulminante,
»Vencedor siempre y de la gloria ansioso,
»Por sí solo impelido,
»Sin que le tiren: un poder secreto
»En su interior produce el mismo efecto.
»De cuatro Querubines precedido,
»Vuela; cada uno cuatro luminosas
»Caras tiene, y sus alas inflamadas
»Están todas sembradas
»De ojos que en resplandor a las estrellas
»Vencen. Con otros brillan las fogosas
»Ruedas: ondea, en ellos reflejando,
»La luz del sol celeste, confundiendo
»La vista, y al correr, vivas centellas
»Y torrentes de llamas despidiendo
»Van, todo cuanto encuentran abrasando.
»Del magnífico carro el vasto asiento,
»Más limpio que el cristal, y transparente,
»En hermosura excede al firmamento.
»Encima de él un trono está eminente
»En que el zafiro celestial, mezclado:
»Con el ámbar más puro, resplandece,
»Y los vivos colores oscurecen
»De que el iris soberbio está adornado.
»El Hijo del Eterno, revestido
»De armas aun más brillantes, más hermosas,
»De las armas que el Padre le ha cedido,
»Y en que el Cielo agotó sus milagrosas
»Artes, sube en el carro poderoso.
»Con las ardientes alas extendidas
»Con que el águila cierne su orgulloso
»Vuelo. sobre las nubes levantado,
»La Victoria está atenta en pie a su lado:
»De flechas guarnecidas
»De triple horrendo trueno,
»El carcaj y trisulcos rayos, lleno,
»Del hombro, del Señor esta pendiente,
»Revuelto en llama ardiente
»Y funesta, un espeso torbellino
»De humo oculta con noche tenebrosa
»El semblante divino,
»Relámpagos horribles despidiendo
»Y negros surcos en el aire abriendo.
»A una enorme distancia, la espantosa
»Venida de aquel carro formidable
»Se divisa, que siguen presurosos
»Diez mil y diez mil carros belicosos
»Con orden admirable,
»Hacia uno y otro lado divididos.
»Aun el trono celeste y azulado
»En que aquel triunfador viene sentado
»Chispea al fiero ardor de su implacable
»Ira. Los Querubines encendidos
»En sus veloces alas lo sostienen
»Y del Señor las órdenes previenen,
»Con indecible rapidez volando,
»El pensamiento mismo atrás dejando
»Llega: apenas su ejército percibe
»El resplandor lejano, conociendo
»A su dueño, embriagado de alegría,
»Su tristeza pasada despidiendo,
»Un nuevo ser recibe
»Y todos los peligros desafía.
»Ya del Mesías brilla el victorioso
»Estandarte, en el éter desenvuelto
»A la voz de Miguel; el prodigioso
»Número de escuadrones, que revuelto
»Y disperso cubría el espacioso
»Campo, se ordena: un regocijo santo,
»Inefable. Sucede al negro espanto.
»De Dios a la presencia, a sus asientos,
»Vuelven los montes de ellos, arrancados,
»Los bosques y campiñas reverdecen,
»Dan saltos de alegría los collados:
»Se coloran, y esparcen sus alientos
»Balsámicos las flores: aterrados,
»El Desorden y Horror desaparecen:
»Se calman los turbados elementos,
»Y a los pies del Autor de su belleza,
»Dulce sonríe la naturaleza.
»Al ver aquel poder, estremecidos
»Los enemigos tiemblan, mas no obstante.
»No se dan por vencidos.
»A los riesgos que tienen por delante
»Su desesperación sola los lanza,
»En ella cifran toda su esperanza:
»Las reliquias reúnen de su gente,
»Y a su flor rebeldes hacen frente.
»Así de la soberbia los venenos
»Los hacen delirar, de juicio ajenos.
»¡Soberbia cruel, que nunca ser domada
»Puede, y que contra Dios ahora enconada,
»Unida con la envidia, los devora,
»Al ver que, a excepción de ellos, todo adora
»Su excelsa majestad! Empedernidos,
»Los prodigios que ven, lejos de hacerles
»Fuerza, no sirven más que a endurecerlos
»De nuevo: piensan sólo, embravecidos.
»En arrancar el cetro de su mano,
»O si la adversa suerte hiciese vano
»Su esfuerzo furibundo,
»En las ruinas del mundo,
»Por su furor deshecho, sepultarse.
»Nadie piensa en huir, ni en humillarse;
»O reinar, o morir, a una voz claman.
»Entre tanto; el Señor a sus queridos
»Guerreros, que a ambos lados extendidos,
»Con aplausos vivísimos le aclaman,
»A una seria callados,
»Dirige estas palabras:
«¡Oh soldados
Leales! descansad de la fatiga
Habéis con valor noble defendido
Mis derechos; el Cielo ha recibido
Con placer vuestro obsequio: ese glorioso
Valor debisteis a su mano
Mas a él fielmente habéis correspondido.
Basta con ese esfuerza generoso
Que habéis hecho: entregaos al reposo:
Aunque es preciso que esos delincuentes
Sean, como merecen, castigados,
Y esos combates queden terminados,
No quiero el Cielo ya vuestros valientes
Brazos emplear en esto:
A hacerlo por sí mismo está dispuesto.
Dios solo debe su desobediencia
Castigar, pues que a él sólo han ofendido,
Y ninguna asistencia
Su brazo omnipotente necesita:
Estad tranquilos, pues; si su precita
Soberbia a Dios así ha desconocido,
Dios mismo hará visible,
Castigándola, el peso inconcebible
De su justicia. A su Hijo han ultrajado,
Y por mí mismo deba ser vengado.»
La envidia con que miran mi grandeza
Es la que ha dado causa a sus traiciones:
Sé todas sus perversas intenciones,
Y hasta qué extremo llega su vileza.
De mi celeste Padre los favores,
El trono que conmigo ha dividido,
Y el supremo poder que me ha cedido
Sobre ellos, su soberbia han humillado
De modo, que han querido a los horrores
De la guerra exponerse, antes que darme
El culto que debían tributarme,
Y contra mi concordes se han armado.
Ya, pues, mi tolerancia se ha acabado:
Verán a quién la gloria pertenece.
Y el poder. Puesto que su audacia crece
Con la indulgencia, y que tan sólo cuentan
Con la fuerza y poder, que su malicia
No aprecia la virtud ni la justicia,
Yo haré que de su Dios el poder sientan,
Y conozcan también adónde alcanza
Su fuerza y el terror de su venganza,
Cuando ya a la bondad la puerta cierra.
Pues quieren que la suerte de la guerra
Sea de sus derechos la medida,
Sea ella sola la que los decida.»
»A estas palabras su furor se enciende;
»Relámpagos arrojan sus miradas.
»Parten los Querubines al momento,
»Cubriendo con las alas levantadas
»La deslumbrada vista: el carro hiende
»Rápido el aire: tiembla el firmamento
»Conmovido al impulso temeroso:
»Todos volando van. El impetuoso
»Bramido de uno y otro opuesto viento,
»Ni el choque de dos huestes disputando
»El campo, ensangrentadas batallando,
»Ni el fragor de un volcán, cuando la llama
»Su seno rompe, igualan al estruendo
»Con que el carro veloz corre, se inflama,
»Sobre las ruedas rápidas rugiendo:
»Semejante a la noche tenebrosa,
»En su horror más profundo,
»El Señor precipita furibundo
»El carro fiero de la prodigiosa
»Altura, adonde está más apiñado
»El enemigo. Cual devastadora
»Llama, todo lo asuela y lo devora.
»Bajo el eje abrasado,
»Y las enormes ruedas centelleantes,
»Se estremecen del éter las distantes
»Playas, el orbe y el profundo Infierno:
»Todo, menos el trono del Eterno.
»Para empezar la guerra, a su llegada
»Mil dardos, o mejor diré, mil rayos
»Arroja de una vez su diestra armada,
»Y otros tras de ellos de romper no cesan,
»Cuyas ardientes puntas atraviesan
»Los corazones, lánguidos desmayos
»E indecibles dolores produciendo
»En los que toca el fuego venenoso.
»El enemigo aquel estrago viendo,
»Aterrado las armas arrojando,
»Por todas partes huye presuroso,
»Un asilo buscando.
»Serafines, Arcángeles, pendones,
»Caballos, carros, armas, y morriones
»Destroza el carro, con furor rodando,
»Bajo su peso. -«¡Cese esa espantosa
Tormenta! ¡Caed, montes, sepultadlos!
¡De su vista furiosa
En las entrañas vuestras ocultadnos!»
»Claman los que huyen sin parar corriendo.
»Con no menos ardor, los van siguiendo
»Los cuatro Querubines, que al triunfante
»Carro abren paso rápidos delante.
»Del sinnúmero de ojos esparcidos
»En sus alas, de aquellos extendidos
»Por las ruedas del carro fulgurante,
»Diluvian llamas: es cada, uno horrible
»Viva fuente de fuego inextinguible
»Con su Eterno Señor de inteligencia
»Parece que dividen su pujanza
»Como también su cólera y venganza.
»Los guerreros contrarios se retraen,
»Confundidos, de toda resistencia
»Lánguidos, totalmente acobardados
»Las armas de las manos se les caen:
»Perecieran bien, presto aniquilados
»Si de orden del Señor lo detuviera
»La Victoria su vuelo y suspendiera
»Los rayos que en las manos ya tenía
»Para dar fin de aquella raza impía
»Su dueño Eterno no quiere acabarlos
»Sino de las mansiones celestiales
»De la paz, al abismo desterrarlos:
»Indemnes pues, así, de los mortales
»Últimos tiros de sus rayos fieros,
»Cual tímido ganado huyen ligeros,
»Procurando ganar la delantera
»Al veloz carro, hasta que a la frontera
»Del Cielo llegan. Mas el espanto
»Les da; pero a sus pies ven de repente
»Un inmenso, profundo y temeroso
»Abismo, en cuyo centro tenebroso,
»Divisan tristes la mansión del llanto,
»El Infierno voraz: la fugaz gente
»Retrocede al instante horrorizada.
»El formidable abismo tiene al frente,
»A espaldas de su Dios la diestra armada,
»Ya adelanto, ya atrás, de terror llenos
»Fluctúan, sin saber determinarse:
»El rayo los rechaza a la ribera,
»Y los precisa al fin a despeñarse.
»Con los ojos cerrados, en los senos
»Insondables de aquella sima fiera,
»Del Cielo caen, de una horrenda altura,
»Y aun cayendo, terrible los apura
»Con sus rayos la mano inexorable
»De Dios, sin dejar tregua a su execrable
»Casta. Aun allí los sigue sin sosiego,
»Con sus dardos horrísonos de fuego.
»Tiembla el abismo a aquel tumulto horrible:
»Se conmueve hasta el centro más profundo,
»Al arrojarse en él todo aquel mundo
»De víctimas y de armas, imposible
»De numerar, a cuyos alaridos
»Responden de sus ecos los gemidos.
»Juzga que el Cielo se halla en tal. trabajo,
»Que arruinado sobre él se viene abajo,
»Y, él mismo con el, susto repentino,
»Sin duda huido hubiera, si el destino
»Sus cimientos no hubiese allí clavado,
»Y sobre él todo el orbe fabricado.
»Nueve días enteros, a millones,
»Y nuevo noches, sin cesar rodaron
»Revueltas las atónitas legiones.
»Al alboroto, tímidas temblaron
»Del Caos insensible las regiones;
»Pero al fin, del Infierno la espantable
»Sima , su digno asilo, la insaciable
»Boca abriendo, los traga, y rechinando,
»Vuelve a cerrarse sobre su cabeza.
»Con eterna tormenta está bramando,
»Un mar de fuego oscuro, que circunda
»Toda la redondez de la profunda
»Cárcel, horror de la naturaleza,
»En que tiene el Dolor establecida
»Su silla, y con la noche tenebrosa,
»La Desesperación aun más odiosa,
»Y a todos lados cierra la salida.
»No estaba así la patria que perdieron:
»¡El Cielo! Libre de la escandalosa
»Guerra que en él movieron,
»En dulce paz, ya exentos sus confines
»De rebeldes, los himnos, los festines
»Y la pompa renacen. La dulzura
»Crece de su éter es su luz más pura,
»Y su techo divino
»Recobra su azul suave y cristalino.
»Vuelve entonces el Hijo del Eterno,
»Vencedor de la liga del Infierno,
»Glorioso a los palacios celestiales;
»Vuela el carro, y los Ángeles en coros
»Le acompañan alegres, con sonoros
»Aplausos y con cánticos triunfales.
»El triunfo es sólo de su Soberano;
»Mas de su Rey la gloria dividiendo,
»Su palma celestial lleva en la mano
»Cada uno, y en el próspero camino,
»Llenos de resplandor van repitiendo:
»¡Bendito seas, triunfador Divino,
Rey de Reyes, Señor de los Señores,
Hijo de Dios; a ti son los loores!
¡Oh Príncipes, abrid las, eternales
Puertas de las mansiones inmortales!»
»A ellas llega, rodeado de luz viva,
»Con toda la brillante comitiva
»El Señor, al compás de los cantares
»Celestes de millares de millares
»De Espíritus, que vuelan diligentes
»A su encuentro. De par en par patentes
»Las puertas de oro se abren. Majestuoso
»Entrando, va a sentarse al diestro lado,
»En el trono del Todopoderoso:
»Sus rayos le devuelve, y de su amado
»Padre gozando todos los honores,
»Divide sus eternos resplandores.
»Ya ves que, como dije, me he servido,
»En mi historia, de símiles terrenos,
»Bien que de aquellos hechos muy ajenos;
»Sin ellos, no me hubieras entendido
»De Dios te he relatado la victoria,
»Sobre unos seres de ingratitud llenos.
»¡Adán! para bien tuyo en la memoria
»Tenla siempre presente.
»Satanás, con la envidia más ardiente,
»Os mira, y aliviado se creyera
»De su mal, si en su ruina os envolviera.
»Con ansia anhela de su Dios vengarse:
»Quisiera a sus secuaces dar consuelo,
»Colmando de desgracias vuestro suelo:
»Nada menos pretende que saciarse
»De afrontar al Señor, y a aquel inmundo
»Funesto abismo trasladar el mundo:
»De su furor es menester guardarse:
»Témele. Advierte que es imponderable
»La astucia de ese bárbaro enemigo,
»Y su ira con vosotros implacable.
»Prevenlo a tu mujer: sirve de abrigo
»A ¡su flaqueza: Dios ha castigado
»Los soberbios rebeldes, que han faltado
»A sus leyes; su ejemplo considera
»Y de, tu Dios las órdenes venera. »

LIBRO SÉPTIMO
SUMARIO

RAFAEL explica a Adán cómo y para qué, se ha criado el mundo.
Le dice como Dios, después de haber echado del Cielo a Satanás y a
sus Ángeles, declaró el designio que tenía de producir otro mundo, y
otras criaturas para habitarlo. Refiere que Dios envió a su hijo para
hacer la obra de los seis días, y como los Espíritus celestes celebraron
su creación, y acompañaron el triunfo del Hijo de Dios al volver al
Cielo.
¡Baja, inmortal Urania, benigna
Del alto Cielo! ¡Inspira a mi sonora
Lira una melodía de ti digna!
Llega apenas tu voz a mis oídos,
Cuando un sublime rapto mis sentidos
Enajena: me arrojo adonde hasta ahora
El famoso caballo del Parnaso
Jamás osó elevar su noble vuelo.
Y si tu me proteges, ¿qué recelo
Puedo tener de un mísero fracaso?
¿Eres tú, sacra Musa, por ventura
Un nombre vano, fabulosa hechura
De la imaginación, como lo fueron
Aquellas nueve hermanas que tuvieron
Su templo de Helicón en la pendiente
Cumbre, y bebiendo en la Castalia fuente
Con dulces sueños nos entretuvieron?
¡No, hija ilustre del Cielo, no naciste
En poéticas selvas sus variados
Delirios y ficciones precediste.
Antes que ellos naciesen, ¡cuánto hacía
Que tú, a tu hermana la sabiduría,
Con tus acentos tiernos y sagrados,
Dulcemente hechizabas,
Y aun al Eterno mismo deleitabas!
¡Vuelve, pues, hacia mí! ¡Si con osado
Vuelo, subir me hiciste al elevado
Empíreo, aunque mortal, y recrearme
Con su éter claro, ayuda ahora a bajarme
Desde aquellas alturas celestiales
A mis remotos campos paternales!
¡Tú en todos los peligros me serviste
De guía y de broquel, y me trajiste
Salvo hasta aquí, después de haber bebido
Del Cielo que he corrido
El sacro fuego en su primer origen!
Mis vuelos al presente se dirigen,
Yo ya a aquellas regiones apartadas,
De los pies de los hombres nunca holladas,
Sino a esfera más baja y más segura
De transitar que aquella enorme altura;
A esta tierra a que el sol en su carrera
Diaria da una corta vuelta entera;
Mas, a su estrecho círculo ceñido,
No por eso será menos ardiente
Mi canto, ni de menos armonía,
Antes entre las sombras escondido,
Mucho más tierno mi melancolía
Lo hará en un tiempo en que mí patria gente
A la fiera discordia está entregada.
¡Siglo de disensiones y sangrientos
Combates! ¡Quizá yo con mis lamentos
Dulces suspenderé tu arrebatada
Furia algún breve rato, o cuando menos,
Conseguiré dar tregua a la tristeza
De mi cruel ceguera, los fatales
Gritos adormecer de mis rivales,
Y mi asilo librar de los venenos
Que en él verter intenta su fiereza!
Mi asilo solitario. en que privado
De la luz grata vivo... Mas ¿qué he hablado?
¡Solitario!... ¿No me haces compañía,
Divina Urania, Tú mí inteligencia
Inspiras con tu plácida presencia,
Sea cuando la noche al mundo arrulla
Sea cuando su luz derrama el día
Y al silencio sucede ya la bulla
En el despierto mundo: ¡tu asistencia
Imploro! Anima con tu noble encanto
El débil tono de mi helado canto.
A mi humilde retiro
Trae los pocos amigos que aún el giro
De los años voraz y los diversos
Azares de mi vida me han dejado,
Y que siempre con gusto oyen mis versos
Pues todo lo demás me ha abandonado,
Sé todo el mundo para mí piadosa;
Pero lejos de mí la bulliciosa
Alegría, los juegos insultantes
Y la embriaguez torpe y turbulenta
De las modernas turbas de Bacantes.
Las del antiguo tiempo, con sangrienta
Rabia, del triste Orico sofocaron
En los Rifeos montes los acentos;
De aquella dulce voz, a que pararon
Silenciosos los vientos,
Que los raudos torrentes escucharon
Y atrajeron las fieras y las breñas.
Su último canto enterneció las peñas,
Al paso que Calíope, gimiendo,
Salvar no pudo a su hijo del horrendo
Furor de aquella tropa delirante.
Mas tú que no eres un fingido sueño
Como ella, oh Musa, baja en este instante
Del alto Cielo: acude prontamente
A sostenerme en este nuevo empeño:
¡Dime lo acaecido en el siguiente
Tiempo, después que aquel Ángel afable,
Rafael, al primer padre provino
Del pecado, y castigo irrevocable
De Satanás, y de que igual destino
Terrible al mismo Adán le amenazaba,
Si en medio de las frutas excelentes,
Tan exquisitas como diferentes,
Que hervían en aquel jardín precioso,
La del árbol fatal probar osaba;
Y no sólo a él, sino es al numeroso
Pueblo de sus futuros descendientes,
Al que en su culpa y pena envolverla!
Sentado al lado de Eva, Adán oía
La interesante historia,
Que exacta se grababa en su memoria,
Y con el pensamiento recorría
Todos aquellos hechos milagrosos,
Los reveses terribles sucedidos,
Del Cielo los secretos misteriosos,
Y concebir al cabo no podía
De qué modo en el Cielo, en la morada
De la paz, la discordia, los reñidos
Debates, y el mortal y negro encono,
Hasta el pie mismo del Eterno trono
Habían conseguido abrirse entrada;
Pero el castigo de los fementidos
Ángeles, repentino y espantoso,
Y sus ligas y guerras concluidas,
Cómo al Cielo, así a su alma perturbada
Volvieron la alegría y el reposo:
Con todo, las noticias adquiridas
No le bastaban: más y más ansioso
De sabor, especialmente quería
Averiguar el modo con que habla
Sido criado el orbe, con qué intento,
Su época, la del vasto firmamento;
Cuánto su vida había precedido
En el Edén y en todo el extendido
Universo, y al fin, todo cuanto era
Conexo con su suerte venidera.
Cuanto más oye, tanto más anhelo
Tiene de oír. Así en el verde suelo,
por donde culebrea un cristalino
Arroyuelo, rendido del camino
El viajero, y de sed acongojado,
Sobre sus puras aguas inclinado,
Después que a medias aplacó su ardiente
Aridez, encantado considera
Los dulces juegos con que su corriente
Por las guijas resbala con gracioso
Murmullo, y de sus ondas codicioso,
Cuanto más bebe, más beber quisiera;
Tal a Adán la encendida sed aflige
De saber, y al Arcángel se dirige,
Así diciendo, en tono agradecido
y respetuoso: «¡Cuán sublime y nuevo
»Es lo que tu hasta aquí me has referido?
»Tal es el gusto que en oírte pruebo,
»La admiración, que estoy enajenado.
»¿Qué fuera, pues, si, el velo levantases
»A tanto alto secreto sepultado
»En tu celeste pecho, que aun ignoro,
»Y todas mis tinieblas disipases?
»Para este objeto, tu bondad imploro,
»Oh de mi, Eterno Dios fiel mensajero,
»Que has venido a advertirnos del odioso
»Lazo de ese enemigo artificioso.
»Cuando Dios nos dio el ser, su verdadero
»Único fin sin duda no habrá sido
»Otro, que el de que fieles le adoremos,
»Y como a proporción que claramente
»Le conozcamos crecerá el ardiente
»Amor nuestro, y mayor será el rendido
»Culto que a su grandeza tributemos,
»No extrañes que desee conocerle,
»Y los bienes que de Él he recibido
»Saber, para poder agradecido
»Cada día más fiel corresponderle.
»Ya, pues, que con tan gran benevolencia
»En nosotros y en nuestra descendencia
»No te desdeñas de prestarte grato,
»Atiende a nuestros votos respetuosos.
»Habla, acaba, descubre á, los terrenos
»Sentidos nuestros esos prodigiosos
»Misterios que no menos
»Que a vosotros, tal vez a los humanos
»Importan: dime, ¿qué arte ha construido
»Esa bóveda arqueada del lucido
»Inmenso firmamento?
»¿Qué fuegos esos son que, tan lejanos
»De nosotros, circulan apacibles,
»De los cuales los hay casi invisibles
»A nuestros ojos, y quizá sin cuento;
»Otros que, no brillando aun en la oscura
»Noche, son a su alcance imperceptibles?
»Explícame, ¿cómo es que una aura pura
»Por todo el vasto espacio derramada
»Y a los Cielos y esferas abrazada,
»Circundando, a pesar de su blandura.
»Los sostiene en su asiento y asegura?
»¿Por qué el Señor, dejando su reposo
»Eterno, hizo salir del tenebroso,
»Caos tan tarde el orbe? Dime el punto,
»En fin, en que dio el ser a este conjunto
»De maravillas, si es que Dios consiente
»Que llegue a nuestros débiles oídos
»¡La relación de asuntos tan subidos.
»No pretendo sondear con imprudente
»Anhelo sus decretos reservados.
»Y augustos, sino sólo que me instruyas
»De algunas admirables obras suyas,
»Y de aquellos secretos ignorados,
»Que me puedas decir; sin otro objeto
»Que el de rendirle culto más perfecto.
»Aun queda largo rato,
»Antes que el Sol remate su carrera.
»En el Ocaso, y aunque ya estuviera
»Para apagar su luz, a tu mandato
»En los aires su carro pararía,
»Y atento referir te escucharía
»Cómo él mismo, saliendo de repente
»De las tinieblas, se quedó admirado,
»De ver su resplandor y hallarse al frente,
»Del reciente universo colocado;
»Y aun cuando por oírte apresurara
»La Noche su carrera, y se asomara,
»Curiosa con su corte refulgente,
»La luna a los balcones del Oriente,
»El silencio y el sueño velarían,
»Y hechizados te oirían
»Contar cómo del fondo de la nada
»Fue producida la naturaleza;
»De sus términos cuál es la grandeza.
»Y el tiempo y fin con que ha sido criada
»La aurora llegará, y embebecidos.
»De tu boca pendientes estaremos:
»Concluirás, y engañados aun creeremos,
»Oír de tu voz los plácidos sonidos. »
Así al celeste huésped suplicaba
Adán, y aquél diciendo contestaba:
»Gustoso a tu modesto ruego cedo
»Mas ¿cómo de las obras portentosas
»Del Rey del Cielo darte una luz puedo?
»Su gloria al hombre oprime,
»Y aun la lengua seráfica sublime,
»Por más que de expresiones majestuosos
»Use, de ella, no da cabal idea:
»Con todo, te diré lo que me sea
»Permitido y a ti pueda servirte
»De utilidad: misterios prodigiosos
»Que su bondad se digna descubrirte,
»Para ti y tu linaje provechosos.
»De su gloria eternal en las brillantes
»Sombras ocultos duermen los restantes.
»Allí, depositada la futura
»Serie de los sucesos, invisible
»Hasta su tiempo a toda criatura,
»Sólo para sus ojos es visible.
»Intento vano fuera y temerario
»El de sondear aquel celeste abismo.
»Para nada tampoco es necesario,
»Pues que sin riesgo alguno, el fruto mismo
»Te ofrece el vasto cuadro que patento
»La tierra está a tus ojos ostentando
»Al paso que juicioso examinando
»Vayas sus maravillas, más ardiente
»Será tu amor a su Hacedor divino.
»Es preciso que el alma se alimente
»Como el cuerpo, no obstante que es diverso
»El sustento, según es el destino
»Vario que tienen en el universo:
»Mas con todo, igualmente moderado
»Debe ser para entrambos, arreglado
»Por la razón; pues si es beneficioso
»Su uso, es siempre su abuso peligroso.
»Oye ahora: después que aquel impuro
»Arcángel (Lucifer era nombrado
»Cuando en el Cielo, refulgente y puro
»Entre todos los Ángeles brillaba,
»Y como el sol, el resplandor oscuro
»De los astros sus luces eclipsaba);
»Después que Satanás (así nombrarle
»Debo ahora) hubo arrastrado en su caída
»A la rebelde turba seducida
»Que se atrevió en su culpa a acompañarle,
»Que quedó en el Infierno sepultado,
»Y el Hijo del Eterno remontado
»En triunfo al Cielo, de laurel ceñido,
»Con inmortales himnos recibido,
»El asiento glorioso hubo ocupado;
»Al ver llegar su Padre sus guerreras
»Tropas en orden, bajo sus banderas.
»Vuelto a él, le dice:» «Ya el justo castigo
Se ha impuesto a ese enemigo:
Se lisonjeó que con su hueste impía
La montaña del sacro testamento,
Donde está de mis rayos el asiento,
Y mi cetro y corona usurparía.
El suceso ha salido muy distinto
De lo que se jactaba su osadía:
El Cielo vomitó de su recinto
Los rebeldes, y nunca a su dichosa
Morada volverán. Más numerosa
Es aún la muchedumbre de leales
Servidores que parte no han tenido
En sus tramas fatales,
Y celosos en todas ocasiones
A nuestras leyes han obedecido.»
Tenemos pues, vasallos a millares,
Que nos respeten, y en nuestros altares
Nos inciensen y den adoraciones;
Con todo, el enemigo, que de cierto
Los que perdimos sabe, estará ufano
De que ha dejado este lugar desierto.
Quiero privar aun de este timbre vano
A ese pueblo perverso:
Criaré de una vez otro universo,
Que poblará de innumerables gentes,
Todas de un solo padre descendientes;
Gozosas vivirán en aquel suelo,
Y su fe y su obediencia a mi sagrada
Ley, con el tiempo la feliz entrada
Les abrirá del Cielo.
»Así la tierra con indisolubles
Lazos se unirá al Cielo, y los volubles
Tiempos del mismo modo a la inmovible
Eternidad. Yo el Padre y Soberano
Seré de todos, y mis principales
Vasallos seréis siempre, oh mis leales
Ángeles, que dejando esta apacible
Mansión, con tal valor al inhumano
Enemigo en el campo combatisteis.
El Cielo es vuestro: bien lo merecisteis.
Tú, Hijo mío, mi verbo, mi traslado,
Quiero que el nuevo plan ejecutado
Sea por ti: ¡ve, pues! ¡Que a tu imperante
Voz sola a la luz salga en el instante!
Para esto te he infundido mi Divino
Poder: toma hacia el Caos tu camino
Pon fin a su incesante antigua guerra:
De una palabra, el Cielo de la tierra
Separa. Hasta ahora, nada limitaba
Del vacío el abismo incalculable,
Y mi inmensidad sola lo llenaba.
Yo soy: nadie es sin mí: solo, dispongo
De todo: hago: destruyo: quito y pongo:
Sujeto el azar mismo a orden estable:
Contengo lo posible, y no hay otro hado,
Que aquello que yo tengo decretado.»
»Habla el Padre, y el Hijo presuroso
»Ejecuta. El reflejo luminoso
»Del relámpago, el rápida torrente,
»La ligereza del airado viento,
»De los veloces tiempos la corriente,
»Y aun en su esencia, el mismo movimiento,
»Son nada, con la fuerza y la presteza
»De su palabra: manda, y ya está hecho.
»¿Pero cómo es posible que tu estrecho
»Alcance entender pueda la grandeza
»De aquellas obras tan maravillosas?
»Apenas el decreto se había oído
»Del Cielo en las moradas venturosas,
»Cuando todo él, de este himno repetido
»Resonó: «Gloria a Dios en las alturas,
Y paz inalterable a las futuras
Generaciones del linaje humano.
Gloria a nuestro Monarca soberano,
Cuya ira poderosa, a los injustos
Rebeldes arrojó de su presencia,
De la mansión eterna de los justos
Y abatió su sacrílega insolencia.
Gloria al Señor, cuya sabiduría
Benigna saca bienes de los males,
Y que en lugar de aquella turba impía,
Va a criar otros seres racionales
Que merezcan las sillas que ha perdido.
Gloria al fecundo Dios, que en sus oscuras
Cunas prepara para las futuras
Edades otros mundos a millones,
Que acrecienten sin fin el escogido
Pueblo que le tributa adoraciones.
»Entre tanto que el Cielo así cantaba,
»La obra maravillosa comenzaba:
»Dios viene armado de su Omnipotencia
»La majestad en su Divina frente
»Brilla, unida a la calma inalterable,
»De la sabiduría inseparable:
»Del amor puro la benevolencia,
»En él luce también, dulce y ardiente.
»El Padre celestial se ve admirado,
»Todo entero en sus ojos retratado.
»Alrededor del Hijo, presurosos
»Espíritus sin número volaban,
»Arcángeles, Virtudes, Querubines,
»Tronos y Serafines;
»Todos halados: miles de fogosos
»Carros, también con alas, lo escoltaban,
»Que entre montes de bronce, reservados
»Para tales funciones, se guardaban:
»Tren celestial, cuya magnificencia
»No hallaba, en cuanto existe, competencia.
»De un interior espíritu animados,
»Ellos por si, la augusta seña viendo,
»Vuelan sobre sus ejes abrasados,
»Al triunfal carro del Señor siguiendo.
»A la marcha pomposa,
»Abre el Cielo sus puertas, que volviendo
»Sobre sus goznes de oro,
»Producen una música armoniosa,
»Digna de oírse en el celeste coro.
»Sale el Señor con toda su brillante
»Comitiva por ellas, y constante,
»Todos sus pasos sigue apresurada
»La Gloria. Ya el espíritu Divino,
»Para sacar el orbe de la nada,
»Ha preparado el próspero camino:
»A los fines del Cielo al fin llegado,
»Para el carro. A su vista, el dilatado
»Caos está sin fondo:
»Desde allí, de una ojeada a lo más hondo
»Penetra, en tanto que su comitiva,
»Fija en la altura, ve con la más viva.
»Admiración aquella sima fiera,
»Océano espantable sin ribera,
»En tinieblas sumido,
»De perpetuas tormentas conmovido,
»Y cuyas olas, sin cesar bramando,
»Como horribles montañas elevadas,
»A los muros del Cielo encaramadas,
»Los están sediciosas asaltando.
«¡Silencio, olas furiosas! ¡Parad, viento!
»Les dice la palabra Omnipotente:
»Ya está todo callado y obediente:
»El abismo detiene aún sus alientos.
»Sobre las alas de los Serafines
»Sentado entonces, rápido desciende
»De su extensión a recorrer los fines,
»Y el Caos diligente y respetuoso
»Le abre al punto su seno tenebroso.
»Su séquito con él las sombras hiende,
»Deseoso de ver dar la existencia
»Al orbe y de admirar la Omnipotencia
»De su Dios en aquella obra pasmosa.
»Para la marcha, y en la poderosa
»Mano toma el compás, que se conserva
»En el tesoro eterno, y se reserva
»Sólo para medir, en ocasiones
»Iguales, del espacio las regiones
»Una punta de aquel compás brillante
»De oro, en el punto céntrico asegura,
»Y el otro inmenso brazo, en el distante
»Vacío circulando, la figura
»Del nuevo mundo en sus tinieblas graba.
»Apenas de trazar su vuelta acaba:
»Existe, ¡oh mundo, dice, limitados
Al círculo que yo te he señalado!
¡Sus términos ocupa exactamente,
Sin pasar de ellos! » «Instantáneamente,
»A su voz nace todo este visible
»Universo, los Cielos y la tierra
»Materiales, y todo cuanto encierra
»Su ámbito; pero todo en una horrible
»Mezcla confuso; sólo era una enorme
»Masa indigesta, informe,
»Que con lóbregas olas enlutaba
»Un tenebroso mar, en que fluctuaba.
»Mas ya el Divino espíritu, tendidas
»Sus criadoras alas encendidas
En su seno la vida, y fecundando
»El Caos. Brota la naturaleza:
»En orden, poco a poco su belleza
»Asoma: se segrega todo impuro
»Germen, todo mortífero, indigesto,
»Principio, y va a parar al fondo oscuro
»Del abismo: colocase en su puesto.
»Cada cosa: atraídos mutuamente,
»El ser se junta al ser, la simpatía
»Los une, al paso que con excelente
»Orden los hace huir la antipatía
»Uno de otro, en el todo resultando
»Que sus partes se vayan arreglando.
»Vuela el fuego: ligero sube el viento:
»Y el orbe de la tierra más pesado,
»Cual si fuera en un sólido cimiento,
»En su azul extensión queda fijado.
»Dijo el Eterno entonces a la nada:
»¡Haya luz!» y la luz quedó criada.
»¡Tu, oh luz, del éter puro quinta esencia!
»¡Tú, la hija primogénita preciosa
»De toda la existencia!
»¡Tú, de que es Dios la sacra única fuente,
»¡Que de rayos ceñida
»Con tu presencia hermosa,
»Al universo, aun muerto, dando vida,
»Al punto de las puertas del Oriente,
»Tú gozosa carrera comenzaste,
»Seguida, hasta que al Sol, que todavía
»En la nada yacía,
»Con tus dorados brillos adornaste!
»Dios te vio, te aplaudió, y de la enlutada,
»Sombra mandó que fueses separada.
»A aquélla nombró Noche, y a ti Día.
»¡Tú, con gratos fulgores,
»Y la Noche con fúnebres vapores,
»Cumplíais ambos vuestro ministerio,
»Uno y otro hemisferio
»Con periódico turno visitando
»Así del Día nuevo las primicias
»Brillaron, y aun el Cielo sus delicias
»A la tierra envidió, mientras gozosos
»Los Ángeles, sus himnos entonando
»Triunfales y armoniosos
»En honra del Criador, cuya sencilla
»Voz brotar hizo tanta maravilla,
»La niñez de los siglos admiraban,
»Y el joven Universo ponderaban.
»Dijo entretanto el Hacedor divino,
«¡Sepárense del húmedo elemento
Las ondas, unas de otras! ¡Su camino
Eleve parte de ellas a la altura
Del aire, y salga a luz un firmamento
Que de las inferiores las divida!»
»De una bóveda vasta en la figura,
»El firmamento de éter transparente
»Cerca toda la tierra de repente,
»Y en dos mares el agua repartida,
»Sobre él, ligero el uno se sostiene,
»Y a manera de azul líquido velo,
»Sirve para templar la luz del Cielo,
»Como el otro en la tierra se mantiene
»A leyes inmutables los sujeta
»Dios, y a un tiempo completa
»Con ellos la firmeza del reciente
»Edificio del mundo. Al tempestuoso
»Abismo, que aunque entonces en reposo
»Por su orden especial, en adelante,
»Vuelto a su alteración, naturalmente
»Podía ser vecino peligroso,
»Lo trasladó del mundo muy distante.
»Al Cielo dio de Firmamento el nombre,
»Y en coro el día y noche, que del hombre,
»Las futuras edades comenzaron,
»Su segundo periodo cantaron.
»El orbe de la tierra hecho ya estaba,
»Mas, cual débil embrión, aun vegetaba
»De las entrañas, escondido,
»Por ondas prolíficas nutrido,
»Cuando dijo el Criador con imperiosa
»Voz: -«¡Reuníos, ondas! ¡Id corriendo
A la madre espaciosa
Preparada, y descúbrase la tierra!»
»El mar en el instante huye, y se encierra
»En su profunda madre, descubriendo
»Sus calvas frentes los excelsos montes:
»Rodeados de vapores nebulosos,
»A los celajes suben orgullosos,
»Dominando los claros horizontes:,
»Al paso que ellos hacia el Cielo ascienden,
»Los huecos valles rápidos descienden
»A lo profundo, madres dilatadas
»Procurando a las aguas, que encantadas
»De hallar aquel abrigo, a reunirse
»Corren en él: al pronto, débilmente,
»Como las gruesas gotas que en la ardiente
»Canícula derrama algún nublado,
»Y en el polvo no tardan en sumirse,
»Pero dentro de poco, reforzado
»Su número, a la voz del poderoso
»Hacedor, a su puesto señalado
»Cada cual rueda, hasta que al fin unidas,
»En grande cantidad, formando erguidas
»Y líquidas montañas, con furioso
»Ímpetu caminando apresuradas,
»Unas a otras se siguen ordenadas
»¡Como aquellos celestes escuadrones
»De que hice la pintura, refiriendo
»De la angélica guerra las acciones,
»Que al son de la trompeta, en apretadas
»Hileras uno al otro iban siguiendo.
»Así en fila, en arroyos o en torrentes,
»Con murmullo incesante o con estruendo,
»Las cristalinas huestes diligentes
»Vienen, unas tras de otras, caminando,
»Las ondas a las ondas empujando.
»Otras fuentes también precipitadas
»Caen de un alto risco a una profunda
»Sima con ruido horrible;
»Su onda en el hueco rebosando, inunda
»Los contornos; llanuras dilatadas
»Por un canal que se abre, en apacible
»Arroyuelo trocada, culebreando
»Recorre, enriquecerse procurando
»Con otros arroyuelos que un destino
»Igual hace le salgan al camino.
»En vano las montañas y los duros
»Riscos se oponen a que sus corrientes
»Se incorporen; el uno, en sus oscuros
»Cimientos introduce sus hirvientes
»Ondas, y con empeño tal los mina,
»Que al cabo de algún tiempo los arruina
»El otro, más soberbio y caudaloso,
»Amontona sus aguas de manera,
»Que embistiendo con ímpetu furioso
»Rompe o derriba todo, y su carrera
»Sigue, sin encontrar ya resistencia
»Forma de estos arroyos la afluencia
»Ríos que en vastas madres, con pomposa
»Marcha, conducen por la polvorosa
»Tierra sus aguas, y que acrecentando
»Su caudal sin cesar, con abundantes
»Fuentes o arroyos, que se les agregan,
»Por ignorados reinos transitando,
»De su nativo suelo al fin distantes,
»A sumergirse en el abismo llegan
»A las agua del globo destinado,
»Que mar por el Eterno fue nombrado.
»Continuó Dios diciendo: -«¡Verde hierba,
Cubre la tierra! ¡Alegres praderas,
Frutales abundantes y sombrías
Selvas, brotad! ¡Que tenga de reserva,
Cada árbol, cada planta, su simiente
En si misma!» »A esta voz, la dilatada
»Superficie del globo, anteriormente,
»Infecunda, desierta, despojada
»De adornos, se presenta de repente
»De nueva y rica gala revestida.
»La verde hierba cubre la extendida
»Llanura, el hondo valle, el empinado
»Monte: en el vasto campo perfumado.
»El arbusto hace alarde del pomposo
»Recién nacido lujo, desplegando,
»Sus hojas y sus flores,
»Y con primor, hermana sus colores:
»La hiedra aprieta al álamo frondoso
»Con millares de brazos: arrastrando
»Por el suelo la parra, va buscando
»Igual apoyo; cuando en él tropieza
»Con sus corvos zarcillos agarrada,
»Hasta la espesa copa se endereza,
»Y entre las verdes hojas, sus pendientes
»Y morados racimos, orgullosa
»A los ojos ostenta: la dorada
»Espiga sus inmensos batallones,
»Erizados de picas relucientes,
»Ordena presurosa:
»Se arman, por otra parte, la enredada,
»Zarza y el duro espino de aguijones,
»Al paso que los árboles gigantes
»Las faldas de los montes arrogantes,
»Dominan, encumbrados en la altura,
»Esparcen con su sombra la frescura.
»Más humildes los árboles frutales,
»Bañados por los húmedos cristales
»De un arroyuelo, pueblan la llanura,
»Y ciñen de los ríos las undosas
»Riberas, ofreciendo liberales
»Al alcance del hombre sus sabrosas
»Frutas. Así la tierra, de los Cielos
»Hecha la imagen, ocasiona celos
»A su belleza, y es vuestra morada
»Digna de ser con ellos comparada:
»Mas las nubes no habían aun llovido,
»Ni la tierra, aun inculta, conocía
»La labor; el rocío las suplía,
»Con fecunda humedad, del encendido
»Suelo las venas áridas templando,
»Las hierbas, cual las plantas, refrescando,
»Y las semillas tiernas encerradas
»En él, por mano del Señor criadas,
»Que el tercer día entonces terminando
»Vio, y aprobó las obras que hecho había.
»El cuarto no fue menos prodigioso:
«¡Existid, dijo, turba innumerable
De astros! ¡Diferenciad, con inmutable
Período alternado, el claro día
De la, noche! ¡El calor beneficioso
Derramad sobre el mundo, y de señales
Para medir los tiempos y los años,
Servid perpetuamente a los mortales!»
»Varios en brillos como en los tamaños
»Y en las distancias, nacen al momento,
»Y pueblan el desierto firmamento.
»Dos de ellos, para el globo más brillantes,
»Y grandes por estar menos distantes,
»Abren, del veloz tiempo la carrera,
»De la Corte magnífica escoltados
»De todos los restantes, que ordenados
»Los siguen por el éter. Cada esfera
»De aquellas tiene su distinto nombre,
»Que sólo sabe Dios; mas para el hombre
»Impuso en general a todas ellas
»El mismo nombre que les dais de Estrellas.
»La Noche se admiró al ver su enlutado
»Velo de tantas luces salpicado,
»Que por turno sobre él resplandecían,
»O en sus fúnebres pliegues se escondían,
»A su dominio términos poniendo,
»Y también los del día reduciendo.
»Dios las vio, y mereció su complacencia
»De aquel adorno la magnificencia.
»¿Y qué obra material hay más hermosa,
»Entre las que su mano poderosa
»Hizo, que el Sol? Este astro, que radiante
»Eclipsa con su viva eterna lumbre
»Toda la incalculable muchedumbre
»De esferas inflamadas,
»Por mano del Señor en el distante
»Inmenso campo de la luz sembradas
»Como polvo menudo,
»Al principio fue un globo tenebroso,
»Enorme en el tamaño, y esponjoso,
»Mas, del Oriente apenas la luz pudo
»Romper las puertas, e inundar el orbe.
»Cuando la mayor parte de ella absorbe
»Por sus poros el astro, y penetrada
»Su enorme masa, queda transformada
»En un globo de fuego refulgente,
»En el cual la luz toda recogida
»Al fin tiene su silla establecida:
»Es su templo sagrado, su eminente
»Soberbio alcázar, su perenne fuente
»Apresurados, con sus urnas de oro,
»Sus vasallos brillantes, a ella corren
»A llenarlas del líquido tesoro
»De sus lucientes fuegos. Aun aquellos
»Globos que inmensas órbitas recorren
»De él tan remotos, que un punto invisible
»Parecen en el Cielo, los destellos
»De sus vivos fulgores a porfía
»Se reparten, no obstante su indecible
»Distancia, y cada cual nutre su esfera.
ȃl, soberbio, impaciente, la barrera
»Rompió el primero del alegre día,
»Y de su ardiente trono de topacio
»Por la extensión inmensa del espacio
»Del Cielo, hasta los fines apartados,
»Arrojó de su disco fulminante
»Mares de resplandores abrasados.
»Las Pléyadas abrían su triunfante
»Marcha, y la blanca Aurora desplegaba
»De sus plateados velos la hermosura.
»Ver a la parte opuesta se dejaba,
»Vivo espejo del Sol, la Luna llena,
»Resplandeciendo con la luz ajena
»De aquel astro, y aprisa tras la oscura
»Noche al otro hemisferio se ausentaba.
»Á, su carro de nácar majestuoso
»Seguía un pueblo de Astros numeroso.
»Con ella la Quietud y el Sueño huían
»Del Bullicio y Afán, que al matutino
»Albor apresurados acudían.
»Mas, cuando terminado su camino,
»Con sus últimos rayos el Sol dora
»El Poniente, la plácida lumbrera
»Con la Noche de nuevo sale fuera,
»Y tras de ésta la turba encantadora
»De Estrellas, que brillantes
»Llenan su oscuro seno de diamantes,
»Al paso que, su sombra protectora
»Aprovechando, al mundo silencioso
»Vuelven de nuevo el Sueño y el Reposo
»Así entonces la Tarde y la Mañana,
»Con nuevas galas cada cual ufana,
»Su belleza hechizadas admiraron,
»Y la cuarta jornada terminaron
»Mas, de Dios la palabra el mar profundo
»Hace ya con sus órdenes fecundo:
«¡Poblad, peces, el húmedo elemento!
¡Naced de él, aves, y habitad el viento!
¡Vivid, reptiles! dijo.» Las pintadas
»Aves cortan ya el aire, y las pesadas
»Ballenas bogan por las espumosas
»Ondas, entre bandadas numerosas
»De peces de mil géneros distintos,
»Que brotan de sus hondos laberintos.
»Dios los ve, los aprueba y los bendice:
»¡Creced, multiplicad, ¡oh peces! dice:
¡Los reptiles, las aves igualmente
Crezcan, y multipliquen en la tierra!»
»Para este fin tenía preparados
»En el vasto recinto que el mar cierras
»A más del alimento competente,
»Golfos, islas, estrechos y bahías,
»Y otros puestos, los más proporcionados,
»A fin de que del mar los moradores,
»Sus infinitas crías
»Hacer pudiesen sin que los furores
»De todas las tormentas lo estorbasen.
»Y así sin fin su especie perpetuasen.
»Apenas, con efecto, la extendida
»Capacidad del mar contener puede
»La multitud que habita desmedida
»De pueblos escamosos en su seno,
»Variados con los más bellos colores,
»Que a la que hay en el aire y tierra excede
»Por todas partes se presenta lleno
»De diestros o incansables nadadores.
»Unos, hábiles buzos, zambullidos
»Pasean sus arenas esparcidos;
»Otros, formando huestes numerosas,
»Giran sobre sus ondas populosas,
»Surcándolas con rumbos diferentes:
»Estos, pacen ansiosos las recientes
»Marinas plantas; otros, con joviales
»Retozos, entre selvas de corales
»Corren, o bien del sol al encendido
»Rayo, avivan su hermoso colorido:
»Aquellos, adornados de brillantes
»Perlas, la agua del mar en sus flotantes
»Conchas beben: alguno, su pequeña
»Góndola; cual piloto diestro, guía
»Bajo el abrigo de una enorme pena:
»Otros, juntos formando una viviente
»Cadena, con paciencia noche y día
»Aguardan que a su alcance, la encrespada
»Ola traiga la presa, deseada:
»Allá se ven saltar ligeramente
»En tropas los delfines, encovados
»De los líquidos montes en las cumbres.
»Las vagabundas focas sus costumbres.
»A pesar de su lerda corpulencia.
»Imitan con retozos continuados
»Y alegres brincos, sobre la eminencia
»De las ondas, y más cuando se aumenta
»Su hervor con una próxima tormenta.
»El Rey del mar, el animal gigante,
»La Ballena, entre todos dominante
»Por su grandeza, el Leviatán horrendo,
»Ya en las olas de espaldas extendiendo
»Su longitud, parece un elevado
»Promontorio de lejos; ya una inmensa
»Aleta desplegando a cada lado,
»Que es una isla flotante se diría.
»Tiene por boca un antro, cuya densa
»Profundidad no deja entrar el día
»Aunque la tenga abierta, totalmente,
»Y al paso que ella sorbe la onda amarga.
»Cada ventana, en saltadora fuente
»Convertida, hacia el Cielo la descarga.
»Las lagunas, las aguas pantanosas
»Tienen también familias bulliciosas
»Que las habiten y que con viviente
»Aliento las animen. Sus riberas
»Hormiguean de pueblos de ligeras
»Avecillas que, rotas ya las duras
»Cáscaras de los huevos en que estaban
»Mientras sus tiernas madres empollaban,
»Han logrado salir de sus oscuras
»Cárceles; al principio despojados
»De plumas, y aun endebles, en sus nidos
»Los pajarillos, para el alimento
»Al paternal cariño están fiados
»Mas, de brillantes alas revestidos,
»Dentro de poco cortarán el viento
»A bandadas su patria abandonando,
»Y el sol, cual vastas nubes enlutando.
»De tales suciedades desdeñosa,
»Sobre alguna alta y solitaria peña
»Anida siempre la Águila orgullosa,
»Y de un aislado cedro la alta mole
»Ofrece a la pacífica Cigüeña
»Cómoda habitación para su prole.
»Hay también otras aves que las olas
»Del éter acostumbran surcar solas;
»Pero las hay que al barruntar la fría
»Estación del invierno, en compañía
»Numerosa reunidas anualmente,
»Formadas en triángulo volando,
»Del aire cortan las regiones vanas
»En busca de otra tierra más caliente;
»Dividiendo el cansancio, mutuamente
»Se ayudan las etéreas caravanas,
»Vastos mares y montes transitando
»Hasta llegar al término del viaje.
»Así en negras escuadras, asombrando
»El cielo a su pasaje,
»Más allá de las nubes, las ligeras
»Grullas volando van a otras riberas
»Remotas a apearse con estruendo,
»Mientras que los frondosos bosquecillos
»De un pueblo innumerable están hirviendo
»De inquietos y graciosos pajarillos
»Que de una en otra rama en incesante
»Movimiento con cantos diferentes
»Y alegres interrumpen su constante
»Silencio, los colores relucientes
»De sus hermosas plumas ostentando,
»Y el verdor de los árboles variando.
»Apenas callan, cuando el tenebroso
»Bosque resuena con el doloroso
»Quejido de la tierna Filomena,
»Que el sueño deja por cantar su pena:
»El astro de la noche, con oído ,
»Atento, para al canto melodioso,
»Y su dolor divide enternecido.
»Fomentando también las productoras;
»Semillas, brota el húmedo elemento
»Una multitud de aves nadadoras,
»A que da la morada y el sustento;
»En los azules lagos y en las fuentes,
»Y arroyuelos la blanda pluma bañan
»De sus regazos, y el cristal empañan
»De las ondas, buscando diligentes
»Alimento en su fondo cenagoso.
»Al frente de estas aves, majestuoso
»Boga el Cisne, sirviéndole, extendidos
»En el agua, de remos
»Los dedos de los pies, entre sí unidos
»Con unas fuertes y flexibles telas
»De piel, y haciendo de sus alas velas,
»Muchas veces del aire a los extremos
»Fines con vuelo poderoso sube,
»Sus húmedas moradas desdeñando,
»Y la remota tierra atrás dejando,
»Se confunde con una blanca nube.
»Otros, a aquellos elevados puestos
»Prefieren, con deseos más modestos,
»Habitar en la tierra sosegados:
»El Gallo entre ellos majestuoso luce
»Cierto de su valor y su belleza,
»Garboso, levantada la cabeza,
»Que coronan penachos matizados,
»Entre los que purpúrea reluce
»Su diadema real, lento pasea,
»Y sobre el cuello erguido, el oro ondea.
»De su pluma, en madejas extendida;
»De sus altivos ojos despedida
»Al mirar, viva luz relampaguea:
»Cual sonoro clarín la voz exhala
»Que las horas pacíficas señala
»De la nocturna sombra, y de la aurora
»Es sabida puntual despertadora,
»Del día anuncio, canto de victoria.
»Y grito del amor y de la gloria.
»El solo, junta en sí la gallardía,
»El valor, la hermosura y la viveza.
»Nada de más completo, hasta aquel día.
»Respiró en toda la naturaleza.
»Con todo, envanecido pretendía
»El Pavo real en punto a la belleza
»Excederle, los ojos rutilantes
»De su azulada cola desplegando,
»Que adornan los colores relumbrantes
»Del Iris. En aquellos reflejando.
»El Sol mismo, envidioso, la hermosura
»Ve retratarse de su luz más pura,
»Y juntar las estrellas sus fulgores
»A los vivos matices de las flores
»De la tierra, en la rueda milagrosa.
»De esta manera, el agua y sus orillas
»Se animan, y su vuelta luminosa
»El quinto día acaba,
»Que vio nacer tan grandes maravillas,
»Al comenzar el sexto, resonaba
»El Cielo con armónicos loores
»De todos sus gloriosos moradores,
»Al Eterno Señor, que de este modo
»Dijo: -«¡Oh tierra! ¡fecúndese tu lodo,
Y produzca vivientes
Animales, de especies diferentes!»
»La tierra oye su voz: ya se preparan
»Sus escondidos senos: de animados
»Cuerpos se cubre, cual si despertaran
»De un sueño en que estuviesen sepultados:
»Gozando de repente del aliento,
»Por todas partes bullen al momento
»Perfectos, y en los sexos apareados:
»Se organiza la tierra, y se fecunda
»El polvo: el bosque umbroso, la profunda
»Cueva, producen hijos: y sin cuento
»Otros de los zarzales y las breñas,
»Como de las montañas y las peñas,
»Saltan: hierven los valles y collados
»De habitadores: cúbrense los prados.
»De animales, que pacen la florida
»Yerba, en verdes tapices extendida,
»O andan errantes junto a las corrientes.
»Ondas de los arroyos y las fuentes.
»Los hay que a toda sociedad contrarios,
»Viven generalmente solitarios,
»Al paso que otros, por naturaleza
»Menos silvestres, la aman, y constantes
»Gozan unidos con sus semejantes
»De la dulzura de su compañía.
»Cada instante del suelo se endereza
»Una nueva familia, que yacía
»Informe: el Lince, el Lobo, y el manchado
»Tigre, ya de su cuna polvorosa
»Totalmente formados van saliendo:
»El subterráneo Topo, revolviendo
»La tierra en que ha nacido, ya ha elevado
»A orillas de su cueva tenebrosa,
»Montoncillos de aquella que ha excavado
»El pecho, la cabeza, y las terribles
»Zarpas saca el León sobre la tierra:
»Las corvas uñas con furor afierra
»En ella, y hace esfuerzos increíbles:
»Al fin, despedazando el suelo duro,
»Fuera se lanza, así como un cautivo
»Que forzar logra el calabazo oscuro,
»Por largo tiempo su sepulcro vivo,
»Y huye al desierto rápido, rugiendo,
»La empolvada melena sacudiendo
»De un salto, el listo Gamo sale fuera,
»Y el Ciervo, coronado de ramaje
»De agudas puntas, toma la carrera,
»Apenas ha nacido, a aquel paraje
»En que más de algún bosque la espesura
»De un sosegado asilo lo asegura.
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»Entre tanto, en la tierra sumergido
»El animal terrestre más pesado,
»El macizo Elefante, torpemente
»Se agita por sacar su desmedido
»Coloso, y con los miembros que ha librado,
»Levantando una espesa polvareda,
»Consigue finalmente
»Abrir el paso franco a lo que queda.
»Cual las yerbas del campo numerosos,
»Los ganados inundan los umbrosos
»Valles y las colinas, revestidos
»De sus útiles lanas, resonando
»Por los lejanos ecos sus balidos.
»Aquella servil vida despreciando
»La montés Cabra, busca el eminente
»Risco, y sobre su cima está pendiente.
»De la tierra y del agua a competencia
»Oriundo, el espantoso Cocodrilo,
»Entre uno y otro asilo,
»Duda a cuál ha de dar la preferencia.
»Por un rasgo aun más sabio y admirable
»De prodigalidad y omnipotencia,
»Por todas partes nace, brota, inunda
»La tierra, como el agua, la fecunda
»Familia innumerable
»De diversos insectos y gusanos.
»Dios, del barro más fino, con sus manos
»Divinas fabricó las delicadas
»Fibras de sus endebles cuerpecillos:
»Unos, apenas de sus huevecillos
»Salen, de alas provistos matizadas,
»Vivientes flores por el aire giran,
»Los colores, los visos que se admiran
»En el Iris, brillando en miniatura
»Sobre ellos, acrecientan su hermosura.
»No es tan bella la misma primavera,
»Cuando en sus atavíos más se esmera.
»Otros, nacen desnudos, y con pena
»En tortuosos dobleces, por la arena
»Arrastran lentamente,
»Mientras que el Dragón fiero y la Serpiente
»Monstruosa desenvuelven, con horrendo
»Ímpetu, de sus cuerpos los enormes
»Círculos, por el suelo resbalando,
»O tendidas al aire las disformes
»Alas, van con estruendo
»Por sus llanuras líquidas saltando.
»¿Y cómo, ¡oh parco insecto! he de olvidarte,
»Tú, que de un antro oscuro, y de un sustento,
»Común y corto, sabes contentarte,
»¡Próvida Hormiga! que con fundamento
»Puedes servir de regla y de dechado
»Para dar leyes a cualquier Estado?
»¡Tu que en tu pueblo tienes repartida
»La autoridad entre tus numerosos
»Ciudadanos, que simples y juiciosos.
»Sin peligro disfrutan la cumplida
»Dulzura del poder, que la severa
»Igualdad hace conservar entera!
»De ellos tal vez, vuestras generaciones
»Humanas, entre sus vicisitudes,
»Sacarán utilísimas lecciones.
»Con que aprendan las públicas virtudes
»A luz salen también las laboriosas
»Abejas, feliz pueblo, que en espacios
»Ceñidos sabe fabricar hermosas
»Ciudades, y magníficos palacios,
»Como si fueran de materia dura,
»De blanda cera, y abundantes fuentes
»De miel dorada y pura;
»Al paso que los Zánganos ociosos,
»Sólo para el regalo diligentes,
»El Estado empobrecen, devorando
»Lo que ellas, con penosos
»E incesantes afanes, van ganando.
»¿Mas por qué he de seguir la inagotable
»Descripción, si me consta que a tu vista
»Con orden, admirable
»Todos los animales su revista
»Pasaron; que sus clases estudiaste,
»Y por sus propiedades los nombraste?
»Entre ellos conociste a la Serpiente,
»Y sus mañas notaste exactamente:
»No hay animal quizá más peligroso
»Por su astucia, que indica su tortuoso
»Modo de andar: se irrita con frecuencia
»A su amo mismo no perdona su ira
»Furiosa, y los ardientes ojos gira;
»Mas presto se apacigua, o con prudencia
»Disimulando, su furor esconde,
»Y a su voz obediente corresponde.
»Con todo, será fiel a tu mandato,
»Mientras no seas a tu Dios ingrato.
»Aun brillaba del día la belleza,
»Y aplaudían los Cielos la grandeza
»De su, alto Dueño: las recién nacidas
»Esferas, por su brazo Omnipotente
»Una vez impelidas,
»Por la órbita a cada una señalada
»Volaban todas incesantemente:
»La tierra, enamorada
»De su propia hermosura,
»Dulce se sonreía,
»Y el mundo, al ver la multitud viviente,
»De su fecundidad se sorprendía:
»El agua, el aire, el monte y la llanura,
»Todo es fértil. Cuadrúpedos, reptiles,
»Peces, aves, insectos los más viles,
»Andan, nadan, el aire con su vuelo
»Surcan, o arrastran lentos por el suelo;
»Pero aun esta obra grande está incompleta
»Un ser la falta para ser perfecta,
»Un ser cuyas facciones ilumine
»Una vislumbre de su Autor augusto,
»Que racional a los demás domine,
»Y que intérprete sacro de la muda
»Naturaleza, a tributar acuda,
»De respeto y de amor, el culto justo,
»A él, en nombre de todos adorando,
»Y nuevos beneficios impetrando.
»El Padre Eterno entonces, al querido
»Hijo amorosamente dirigido,
»Y al Espíritu Santo, dice: -«Hagamos
El hombre a nuestra imagen, que presida
A cuanto existe en la recién nacida
Tierra.» Es inútil que nos detengamos
»En esta narración: tú en fin naciste.
»El mismo, complacido, en tu figura
»Trasladó, al Vivo su Divina hechura,
»Solo entonces te viste;
»Mas tardó poco su paternal mano
»El extraer de ti otro ser humano,
»Esa fiel y amorosa compañera,
»Y después os habló de esta manera:
¡Vivid, creced, multiplicad, oh esposos
Felices! ¡Dominad sobre la tierra!
Peces, aves y bestias, cuanto encierra
Os doy: ¡pobladla de hijos numerosos!»
»Sea el lugar cual fuera en que criado
»Fuiste, puesto que entonces todavía
»Nombre a lugar ninguno se había dado,
»Te acordarás, Adán, que el mismo día
»En mis brazos te traje a este admirable
»Jardín, en que compiten la agradable
»Muchedumbre de flores olorosas.
»Y la de frutas varias y sabrosas
»Pues de esas flores todas, de esa fruta.
»A tu arbitrio disfruta,
»Su benéfico dueño te lo ha dado
»Todo; pero ten cuenta que ha exceptuado
»E1 árbol pernicioso
»Del bien y el mal. Por él, fuera el odioso
»Imperio de la muerte introducido:
»Es su fruta mortal: del Cielo la ira
»Se atrae el que atrevido
»La toca: el que la come, al punto espira
»Sé, pues, en tus deseos contenido.
»Por último, el Señor sus obras viendo,
»En ellas su belleza propia admira,
»Y aquella sexta tarde concluyendo,
»Como la sexta aurora,
»Las celebra con música sonora.
»Completo el edificio milagroso,
»Destina el día séptimo al reposo
»El Hijo Eterno, no cual necesario
»Para él, pues sin cansarse, hacer pudiera
»Millares de Universos, si quisiera,
»Sino como un efecto misterioso
»De su grandeza, y hacia su santuario
»Celeste vuelve. Desde aquel distante
»Paraje, quiere ver su obra flamante,
»En que nada hay aun que no sea digno
»De que la mire plácido y benigno,
»Y contemplar su imperio, acrecentado
»Con la nueva provincia que ha criado.
»Al Cielo, pues, triunfante el carro sube
»Con toda la gloriosa comitiva,
»Que detrás de él, vestida de luz viva.
»Parece una brillante inmensa nube.
»A lo lejos, se escuchan los acentos
»De innumerables voces e instrumentos
»Celestes, con que aplauden el hermoso
»Nuevo dominio de su Rey glorioso.
»El universal himno (que tú oíste
»Sin duda) aquella marcha acompañaba.
»Y la naturaleza lo entonaba.
»También precisamente percibiste
»Del espacio la dulce melodía,
»Que a los coros del Cielo respondía;
»Los soles en el éter se pararon,
»Y atónitos la música escucharon.
«Vele aquí, vele, el Criador potente
Cantaba cuanto existe, acordemente
Que ha dado el ser a la naturaleza.
¡Puertas del Cielo, abrios con presteza!
¡Recibid al Señor, que ya ha cumplido
Su decreto inmortal, que el día sexto
La fábrica del mundo ha concluido,
Y vuelve en triunfo a su elevado puesto
¡Fije en él todo ser sus esperanzas,
Y cántele perennes alabanzas!
¡Bendiga todo su magnificencia,
Igual a su poder e inteligencia!
El, es de nuestra dicha única fuente
Inmortal, gloria de sus escogidos:
En su presencia somos admitidos
Cual si un hermano nuestro sólo fuera,
Él mismo, su morada permanente
Hacer entro sus Angeles se digna:
Nuestro interés cual suyo considera:
A toda hora podremos su benigna
Gracia implorar, llevar a los humanos
Los bienes y los dones de sus manos,
Y traerle, en cambio, sus agradecidas
Alabanzas, sus súplicas rendidas,
Con los inciensos que le den leales.
¡Abríos, pues, oh puertas eternales!
¡Unid con tiernos lazos invisibles,
A los Cielos la tierra, a Dios el hombre!
¡Que el universo atónito se asombre,
Y aplauda estos prodigios ¡indecibles!»
»Así del Caos vencido celebraban
»La fiesta, y de su excelso Rey cantaban
»El triunfo, los celestes habitantes.
»Se acerca, y por sí solas las brillantes
»Puertas eternas de las venturosas
»Mansiones se abren, y huyen temerosas
»A una mirada suya a cada lado.
»A su entrada, espacioso,
»Un camino de estrellas empedrado,
»De polvo de oro, cual si fuera arena,
»Cubierto, se presenta luminoso.
»Tal en noche serena
»Admiras encantado la extendida
»Láctea vía, de astros embutida,
»Que cual chispas movibles,
»Apenas a tus ojos perceptibles
»En número infinito resplandecen,
»Y confundidos a la vista ofrecen
»Una brillante faja prolongada,
»De polvos menudísimos sembrada
»De plata reluciente:
»Entra la comitiva finalmente,
»Acompañando al vencedor Divino,
»Hollando aquel magnífico camino.
»Mas la séptima tarde ya despliega
»Sus sombras sobre Edén: se desvanece
»La luz por grados: hacia el mar undoso
»Vuelve a bajar el carro majestuoso
»Del Sol, y anuncia ya la Noche ciega
»El Oriente, que aprisa se oscurece.
»En aquel punto llega,
»El Hijo del Eterno a la invisible
»Cima del Monte santo,
»Que de rayos, relámpagos y densa
»Oscuridad cercada, hasta una inmensa
»Altura sube, y es la inaccesible
»Basa del trono excelso: en él, al canto
»De su Divino Padre, toma asiento
»El Vencedor glorioso. El Padre había
»A su Hijo en la grande obra acompañado,
»Sin hacer movimiento
»Del santuario en que siempre residía.
»Tal es el privilegio reservado
»A solo Dios, que se halla sin moverse
»En todas partes, y sin extenderse
»Llena todo, o mejor diré, contiene
»El universo entero, y lo sostiene:
»Como que es el autor y el fin de todo,
»Con su Hijo resolvió la forma y modo
»Con que habla de dar el ser al mundo.
»Después que hubo en seis días concluido
»Sus obras, volvió el séptimo al profundo
»Feliz reposo nunca interrumpido
»Hasta entonces, y quiso que aquel día
»En adelante fuese consagrado
»A su culto, y por todos celebrado.
»Con efecto, el descanso y la alegría
»Vueltos al Cielo, todo ya respira
»Un nuevo ser. Los Ángeles dichosos
»Disfrutan de sus ocios deleitosos:
»Las voluptuosas cuerdas de la lira,
»Las cítaras, los órganos sonoros,
»Y del dulce laúd la melodía,
»Acompañando a los celestes coros,
»Derramaban torrentes de armonía.
»De balsámicas flores inundadas,
»Esparcen las regiones encantadas
»Del Cielo deliciosos y vitales
»Aromas, dignos de los inmortales:
»Humean los inciensos, y el sagrado
»Monte rodeando, forman un nublado
»Que cándido se eleva y oloroso
»Hasta los pies del Todopoderoso.
«¡Salve, oh Jehová! cantaba el Cielo unido
¡Más grande vuelves que cuando vencido
El rebelde, su turba sumergiste
En el abismo! ¡Entonces destruiste,
Y ahora has producido!
Si términos no tiene tu potencia,
No los conoce tu beneficencia.
¡Contra tus enemigos la primera
Usaste! ¿Y cómo resistir pudiera
Su audacia a un rayo tuyo, a un a mirada?
¿De qué le sirvió, pues, su sediciosa
Liga, por su soberbia lisonjeada?
Seducir a tus siervos esperaron,
Y en su mente ambiciosa,
Tu imperio despoblar se figuraron.
¡Esperanza engañosa!
Airado de tu asiento te levantas,
Y ya están aterrados a tus plantas
Con el luciente solio que perece,
De cada uno, tu trono se engrandece.
¡Mas tú, Señor, del mal el bien sacaste
¡Tú ese globo criaste,
De un bello y cristalino mar cercado
Para mansión del hombre deleitosa.
Cercano al Cielo! ¡En su ámbito grabaste
Tu Omnipotencia! ¡Cuánto has dilatado
La extensión de su esfera, y qué abundosa
La superficie has hecho! El que lo vea
Con tal gracia en los aires suspendido,
No ignorará la mano a que ha debido
Su ser. ¡Qué luz tan clara le rodea!
¡Tú de sus resplandores le vestiste,
Y de un diadema de astros le ceñiste!
Si desiertos aun tienes otros mundos
Por miras que postrados adoramos,
Algún día, por seres que ignoramos,
Los veremos poblados y fecundos.
Por ti, perpetuos viajes repitiendo,
Se van la noche y día sucediendo.
¡Tú prodigaste dones a millares
A ese mundo reciente,
Que a más de un vasto y fértil continente.
Tiene su sol, sus islas y sus mares!
El es el digno imperio, noble herencia
Del hombre, en quien tu suma inteligencia
Grabó su imagen, y cuyo destino
Es el de honrar a su Hacedor divino,
Amarle, corno es justo,
Y obedecerle cual Monarca augusto;
Sujetar a su mano
La tierra, el mar, el aire, el encendido
Fuego, súbdito suyo ser rendido,
Y del orbe Monarca soberano.
A su ejemplo, sus nobles descendientes,
Prolongada su casta en las edades,
Irán a tus altares, reverentes,
A tributarte inciensos, tus bondades
Loando. ¡Cuán feliz será su suerte,
Si saben fieles siempre obedecerte!
»Así cantaban, y los numerosos
»Vastos ecos, los cantos venturosos
»Repitiendo a porfía,
»Los aplausos doblaban de aquel día,
»Al descanso del Cielo destinado.
»Los prodigios de Dios te he relatado:
»De este reciente mundo, de su gloria
»Monumento, una breve y fiel historia,
»Y cuanto precedió vuestra existencia
»Por su turno sabrá la descendencia
»Vuestra, de padres a hijos trasladada,
»La narración que tengo ya acabada;
»Pero a ti, Adán, si más saber quisieres,
»Te instruiré de cuanto tú pudieres
»Comprender, y decir permita el Cielo
»De sus secretos, Para tu consuelo.»

LIBRO OCTAVO.
SUMARIO

ADÁN hace a Rafael diversas preguntas sobre los movimientos de
los cuerpos celestes. Recibe una respuesta ambigua, y una exhortación
para que prefiera instruirse de cosas que puedan serle más útiles. Conviene
en ello, y para detener a Rafael, le cuenta sus primeras ideas después
de su creación, el modo con que fue trasladado al Paraíso terrenal,
y su conversación con Dios acerca de su soledad. Cómo consiguió una
compañera. Cuál fue su gozo al verla. Rafael le da sobre esto una lección
útil, y se vuelve al Cielo.
Así a Adán el Arcángel instruía:
Acabó, y a su voz aun atendía.
Vuelto en sí al fin, cual de un sueño agradable,
Le dice: «¿Qué favor hay comparable,
»¡Oh Espíritu celeste, al que me has hecho?
»Han llenado mi pecho,
»Las grandes maravillas que has contado,
»De gozo y gratitud. ¡Qué ansia tenía
»De oírlas! Hasta ahora no me había
»Hecho cargo de cuánto debe el Cielo,
»La tierra y yo al Señor, que nos ha dado
»La existencia. Ya gracias a tu celo,
»Estoy de sus bondades penetrado.
»Con todo, hay una cosa que aun ignoro,
»Sobre la cual tu explicación imploro.
»Al ver esta obra digna del divino
»Arquitecto, ese mundo que comprende
»Los cielos y la tierra, si examino
»De ésta el tamaño, que es casi invisible
»Respecto a la grandeza inconcebible
»Del firmamento, mi razón no entiendo,
»Cómo existiendo en la naturaleza
»¡Orden tan admirable, se ha podido
»Destinar ese número pasmoso
»De estrellas, de un tamaño desmedido,
»En que está derramada la belleza,
»Sólo a dar luz al globo tenebroso
»En que habitamos: a un grano de arena.
»¿Merecía la pena
»Objeto semejante
»De que para él se hiciese esa brillante
»Bóveda inmensa, y que una vuelta diera
»Tan rápida y enorme, cada día?
»Cuando en su interior mi alma considera
»La sabia economía
»Con que obra la suprema inteligencia,
»Aunque no opuesta a su magnificencia,
»No puede concebir que haya querido
»Prodigar tal grandeza y movimiento,
»Sólo con el intento
»De alumbrar este globo reducido.
»¿Necesitaba el Todopoderoso
»De ese exceso de lujo, tan ocioso
»Al parecer, para que se admirara,
»O en el debido aprecio se tuviera
»Su poder? ¿No es acaso la más rara
»Desproporción, la de que nuestra esfera
»Terrestre y chica, inmóvil y orgullosa,
»Vea ocuparse toda esa espantosa
»Muchedumbre de estrellas en rodearla,
»Cual si fuera su reina, y obsequiarla,
»Sus días y sus noches arreglando;
»Ellas que, en tanto grado aventajando
»A la tierra, parece que debieran
»Aun de su servidumbre desdeñarse?
»¿Y no pudiera aquélla procurarse,
»Sin que la imponderable vuelta dieran,
»Con más facilidad la necesaria
»Claridad, y su varia
»Temperatura, una órbita corriendo
»Pequeña, y sobre su eje revolviendo?
»¿Cuánto más natural, menos extraño
»Esto sería, que esa perdurable
»Revolución de globos de un tamaño
»Tan grande, por un átomo impalpable?»
Así habló Adán, y al ver que iba a tratarse
De asuntos tan sublimes, la modesta
Eva juzga del caso retirarse,
Y antes que el Ángel diese, su respuesta
Parte: encanta su gracia y hermosura,
Y aun más encanta su alma casta y pura.
Va a ver sus frescas flores y arbolitos,
A cuidar de sus plantas y exquisitos
Frutos, que a colorearse han comenzado.
Todo lo mira y lo visita ansiosa.
A su llegada, el bosque, el verde prado
Se alegran; cada flor se abre gozosa:
Sus verdes hojas mueven los lozanos
Árboles, adivinan su presencia,
Y susurrando esperan ya sus manos.
No carecía de la inteligencia
Que la era necesaria
Para ser, como Adán, depositarla
De los altos secretos celestiales,
Pues, aunque en el carácter desiguales.
Eva ingenio y razón como él tenía,
Y no menos un ánimo curioso;
Mas su corazón tierno prefería
Saberlos por la boca de su esposo,
A que el Arcángel de ellos la instruyera.
Por más vivo placer con que lo oyera.
El amor que a su esposo profesaba,
Su familiaridad y su ternura,
La sincera confianza, y la dulzura
De sus conversaciones,
La atraían de modo, que aguardaba
Ansiosa semejantes ocasiones
De hablar con él, pues que satisfacía
Su cariño, y a un tiempo conseguía
Saber lo que impaciente deseaba,
Y en su instrucción, mezclada de caricias
Inocentes, tenía sus delicias.
¡Edad feliz! ¡En dónde está al presente
Aquel cariño tan leal y puro,
La confianza inocente
Y mutua, que formaba el más seguro
Lazo entre los esposos! ¡Han volado
Con la casta inocencia,
Y en ficciones y celos se han trocado!
Eva, entonces feliz, con su presencia
Augusta los jardines adornaba,
toda su extensión la tributaba,
Como a su reina, humilde vasallaje:
Sediento en tanto de saber, oía
Su esposo a Rafael, que así decía:
«¿Conque quieres, Adán, hacer un viaje
»Mental al Cielo, y de sus admirables
»Misterios instruirte? Son laudables
»Y justos tus deseos, pues que es cierto
»Que Dios mismo aquel grande libro ha abierto,
»Para que cual lucientes y sencillas
»Letras, los astros, en sus azuladas
»Páginas, cuenten de sus maravillas
»La historia, y que los seres racionales,
»Siempre que al Cielo eleven sus miradas,
»La lean, y con ella los cabales
»Cálculos de los tiempos, variaciones
»De los días, los años y estaciones,
»Y de su pompa, para en adelante,
»El retorno periódico y constante.
»Pero en cuanto a saber si el sol circunda
»Con su órbita a la tierra, y ésta queda
»Se está, o si él no se mueve, y ella rueda
»En torno de él, ¿a ti que te interesa?
»Créeme, deja estar en su profunda,
»Noche aquello que el Cielo no te expresa,
»De modo que tú puedas comprenderlo.
»Es prueba que no quiere, que a entenderlo
»Llegues: a ti te toca únicamente
»Adorar sus secretos reverente,
»Y no inquirir lo que él se ha retenido
»Ríe el Señor de los esfuerzos vanos
»Que han de hacer con el tiempo los humanos
»Para saber lo que él les ha escondido.
»Ve en lo futuro mil imitadores
»Necios de su poder y de su ciencia
»Divina, que metidos a criadores,
»A varios nuevos mundos la existencia
»Darán en su extraviada fantasía,
»Y a los astros querrán servir de guía,
»Sus giros con el dedo señalando,
»Sus propiedades y usos arreglando.
»Cada uno, satisfecho,
»Construirá, destruirá el celeste techo,
»Enredará las órbitas cruzadas,
»Las desenredará con ordenadas
»Suposiciones, y su movimiento
»Pretendiendo explicar, dará tormento
»A los Cielos y tierra con arrojo,
»Para hacer que caminen a su antojo,
»Mientras que sabia la Naturaleza
»Su curso continuando, al atrevido
»Astrónomo, y al plan que ha discurrido,
»Los arrebate con igual presteza.
»Tu curiosidad sola bastaría
»Para inferir la de tus descendientes.
»Ves con admiración que cada día
»Esas masas de luz a tu morada
»Dan una vuelta entera diligentes
»Y que ella se mantiene sosegada:
»Pues advierte que no por la grandeza
»Se mide de los cuerpos la nobleza:
»Este globo terrestre en que tú habitas,
»Fecundo, lleno de tan exquisitas
»Producciones, aunque es tan reducido
»En cotejo del sol que le ilumina,
»Debe en nobleza serie preferido,
»Pues que este astro no es más que un cuerpo,
»De fuego, tan estéril como inmenso: denso
»Y si a ti quien el uso se destina
»De aquel gran luminar principalmente,
»Se compara, ¿que son sus materiales
»Brillos, respecto de las celestiales,
»Luces de tu inmortal y pura mente?
»Y en cuanto a ese edificio ilimitado
»De los Cielos, si tal extensión tiene
»Y es tanta su belleza,
»No es solamente porque así conviene
»A la magnificencia del que ha dado
»El ser a toda la naturaleza,
»Sino para que el hombre se persuada
»Que vive en casa ajena, en la que nada
»Puede ocupar sino un alojamiento,
»Pequeño, aunque disfrute de su hermosa
»Vista y de su influencia provechosa,
»Y de esto infiera que ese firmamento
»Brillante, y las esferas esparcidas
»En sus vastos confines,
»Se habrán hecho también para otros fines,
»Y con miras para él desconocidas.
»Alaba, pues, ¡oh bóveda suntuosa,
»Que en tu circunferencia
»Abrazas de los aires la espaciosa
»Inmensidad, la inconcebible ciencia
»Y el poder sumo de tu Autor divino!
»Y tú, ¡oh ser racional! que peregrino
»Vives en esta habitación terrena,
»Al ver esa extensión del Cielo, llena
»De maravilla tanta,
»La vista respetuosa a Dios levanta:
»Agradece, y adora,
»Y lo que Él de ti esconde, humilde ignora
»Todas esas estrellas, que rodean
»Con vuelo incalculable, en solo un día,
»Tu pequeña y terrestre monarquía,
»Y a distancia infinita centellean,
»Dios es quien las dirige y las gobierna
»Y el que las hace, siendo materiales,
»En su rápida marcha casi iguales
»A nosotros. Yo mismo, de la eterna
»Mansión del Cielo cuando amanecía
»Salí, y a este jardín al mediodía
»Solo llegué: es verdad que del divino
»Palacio media mucho más camino
»Que, el que en mil siglos puede hacer el cielo
»Alrededor de vuestro estrecho suelo.
»Tampoco has de pensar que es imposible
»Que den los astros esa inconcebible
»Vuelta, pues Dios su omnipotencia extienda
»A lo que, fuera de Él, nadie comprende.
»En lo demás, todo esto es un secreto
»Que se reserva: debes con respeto
»Admirarlo, adorarlo,
»Pero nunca atrevido investigarlo.
»Quizá ese Sol que con su fluido inunda
»Los aires, está inmóvil en el centro
»Del mundo, y todo cuanto le circunda
»Hace mover en torno de él volando,
»Atrayendo a su encuentro
»Y alternativamente rechazando
»Esos globos oscuros, en grandeza
»Varios, como en distancia y ligereza,
»Que remotos a veces distinguimos
»De su disco, y a veces advertimos
»Cercanos, que nadando, suben, bajan,
»Y sin jamás cansarse,
»En huir lejos de él, o en acercarse,
»Por turnos fijos, sin cesar trabajan.
»Seis desde aquí divisas de diverso
»Tamaño, que sus luces de él reciben
»Y con su influjo continuado viven.
»Y si para explicar del universo
»El plan, supones que se está en su asiento
»Quieto, cual digo, el Sol, y que al contrario
»Des a la Tierra un triple movimiento,
»A saber: sobre su eje uno diario,
»Otro anual, a aquel astro circundando,
»Y otro de aspecto, oblicua cambiando,
»Nada entonces tendrá de embarazoso
»Aquel orden: el astro luminoso
»Del día, inmóvil se ahorrará tan grande
»Viaje, y el estrellado firmamento,
»Quieto sobre su firme fundamento,
»No será menester suponer que ande
»Una órbita tan vasta cada día,
»Incomprensible a vuestra fantasía.
»Esta suposición, los fenómenos
»Explicará del Cielo claramente
»Y todos los planetas que de ajenos
»Resplandores se alumbran, igualmente
»Sobre su eje volteando,
»Y hacia el sol cada día ambas mitades
»Por turno presentando,
»Harán cesar cuantas dificultades
»De la sombra y la luz las variaciones
»Causan, como el periódico camino
»De los diversos tiempos y estaciones.
»Por lo que toca al singular destino
»De cada esfera, fuera del que tiene
»Conexión con el vuestro, no conviene
»Revelároslo. Dios os lo ha ocultado
»Por causas que sin duda ha reservado,
»Y de nada saberlo os serviría
»Sino de contentar una vacía
»Curiosidad. Quizá las ha poblado
»De remotos vivientes
»De millares de clases diferentes.
»De las que no formáis siquiera idea;
»Pero sea cual sea,
»Estad seguros que, aunque de animales
»Estén aquellos mundos habitados,
»Siempre habrá entre ellos entes racionales
»Que dominen, y a quienes destinados
»Estén, y que éstos, sean los que fueren,
»Serán según y como procedieren
»Tratados. Si a Dios, justos, adoraren
»Y obedecieren, vivirán dichosos;
»Pero si sus preceptos quebrantaren,
»Padecerán castigos rigurosos;
»Pues todo ser que tenga inteligencia
»Debe a Dios de su amor y su obediencia
»Dar pruebas, y criarle no ha podido
»Sino a fin que le dé culto rendido;
»Pues de su alta grandeza desdijera
»Que para otro que él mismo los hiciera.
»Mas, sea que el brillante
»Astro del día inmóvil se mantenga;
»Sea que en torno de la tierra tenga
»Que andar volteando, sin cesar errante;
»Sea que todo el Cielo este en reposo,
»Y que desde el Oriente presuroso
»Al Occidente ruede, sin pararse,
»Vuestro mundo, cercando la abrasada
»Masa del Sol, volviendo a comenzarse
»Cada año, la grande órbita, asignada
»A su camino, que con él llevados
»Sin sentirlo seguís arrebatados;
»Sea cual fuere, en fin, lo que sobre esto
»El eterno Hacedor haya dispuesto,
»Trata tú solamente de adorarle,
»Admirar sus prodigios, y dejarle
»Que disponga del orbe como quiera,
»Sin salir atrevido de tu esfera.
»Conténtate con esta deliciosa
»Mansión, con esas frutas y esas flores,
»Y con tu Eva querida, aun más hermosa
»Ese es tu mundo. En cuanto a los lejanos
»Astros, planetas, y sus moradores,
»Si los hay, su gobierno y sus costumbres,
»Fíalos a las manos
»Del Señor, que sin ti sabrá regirlos
»Y como más convenga dirigirlos:
»Abandónale humilde las techumbres
»Celestes, y disfruta de los bienes
»Que de sus manos recibidos tienes. »
Dijo. Refrena Adán juiciosamente
De vana ciencia la codicia ardiente,
Y así contesta: -«¡Intérprete del Cielo!
»¡Cuánto placer me ha dado la dulzura
»De tu discurso! ¡A cuánto prodigioso
»Misterio, de que yo ni aun conjetura
»Tenía, te has dignado alzar el velo,
»Para saciar mi entendimiento ansioso
»Con lo que puede serle provechoso!
»De una frívola ciencia el arrojado
»Ímprobo anhelo, de mi venturosa
»Vida tal vez hubiera perturbado
»La quietud deliciosa,
»Si yo de el seducirme me dejara;
»De esa fuente de error, de incertidumbre
»Y de inquietudes, se dignó, apiadado,
»Ahorrarnos el Señor la pesadumbre,
»Si el término que de ella nos separa
»Nuestra curiosidad respetar sabe,
»Y no vuela a buscarla a aquel funesto
»Remotísimo asilo en que la ha puesto.
»Mas, ¡cuán difícil es que el hombre acaba
»De reprimir esta pasión inquieta!
»Serán pocos aquellos que sujeta
»La tengan; los demás, sus temerarios
»Ímpetus seguirán, escudriñando
»Mas allá de los términos debidos
»Los misterios, para ellos escondidos,
»Hasta que por sus varios
»Errores finalmente escarmentando,
»De la vida en la escuela dolorosa,
»Desgraciados aprendan cuán dañosa
»Es la ansia de saber lo que supera
»De la humana razón la estrecha esfera,
»Y a sí mismos se digan: no hay más ciencia
»Verdadera, que amar a Dios, sin verle,
»Adorarle, y gozar lo que debemos
»A su beneficencia:
»Nuestro deber, escrito ya tenemos
»De la vida en el libro: de leerlo
»Tratemos solamente: y si logramos
»Esto, de lo demás caso no hagamos.
»¡Triste del que pasar más adelante
»En el saber, pretenda! Lo restante
»No es para el hombre más que un vano sueño,
»Un delirio engañoso,
»Impracticable y temerario empeño,
»De un orgullo tan necio como ocioso,
»Una ambición fatal, una locura,
»Que para los oficios de la vida
»Le inutiliza, haciendo que prefiera
»Una sombra de gloria, una fingida
»Instrucción, a la dicha más segura
»Que Dios le proporciona en su carrera.
»Dígnate, pues, bajar, Ángel piadoso,
»Del tema celestial e incomprensible
»Para mí, que ha propuesto mi ambicioso
»Anhelo, a lo que me es inteligible,
»Y útil a un tiempo: tú me has referido
»Cuanto mi nacimiento ha precedido,
»Los combates del Cielo, las gloriosas
»Victorias de las huestes valerosas;
»¿Podré yo lisonjearme, por mi parte,
»De que mi propia historia a interesarte
»Llegue, si tú la ignoras? En tal caso,
»Como el sol no ha llegado aun al ocaso,
»Contártela podré, y de esta manera
»Prolongará tu sociedad amable.
»Tú reparas sin duda que, quisiera
»Aquí tenerte siempre. Es indudable
»Que tal es mi deseo. Se diría
»Que mientras que tu dulce compañía
»Gozo, estoy en los Cielos. El jugoso
»Fruto de la alta palma es a mi ardiente
»Y seco paladar menos sabroso,
»Cuando vuelvo del campo fatigado
»Y la hambre y sed aplaco juntamente
»Con su bálsamo grato, que el sonido
»De tu agradable voz lo es a mi oído.
»De aquel fruto estoy pronto fastidiado;
»Pero de tus discursos el consuelo,
»Cuanto más lo disfruto más lo anhelo.
»¡Padre de los humanos!» Le responde
El Ángel, con aquel tono adorable
Que sólo a un ser del Cielo corresponde:
»Oírte discurrir es también gusto
»Para mi corazón muy apreciable.
»Dios ha grabado su retrato augusto
»En tu frente: se explica por tu boca:
»Sus celestes tesoros te Prodiga,
»Tanto por lo que toca
»Al cuerpo, como al alma: se ha esmerado
»Con el mayor primor su mano amiga
»En darte, como a su obra predilecta,
»Según su ser, la perfección completa:
»Ama en ti su dechado,
»Y aunque el Cielo nosotros habitemos
»Y tú la Tierra, todos le debemos
»El mismo amor, la propia providencia.
»Somos en su servicio compañeros,
»Y os dotó con igual magnificencia,
»Aunque en nobleza somos los primeros,
»Cuéntame ahora tu historia, pues el día
»De, que tú a luz saliste, yo me hallaba
»Muy apartado del celeste coro,
»Y así el detalle de aquel hecho ignoro.
»De una celeste escolta en compañía,
»Remoto, en aquel tiempo visitaba.
»De orden de Dios, la cerca del horrendo
»Abismo del Infierno. Se temía
»Que aquella cárcel Satanás forzara
»Con sus rebeldes tropas, y saliendo
»A espiar el mundo que se estaba haciendo,
»La venganza divina provocara,
»Y el rayo desde el Cielo despedido,
»Entre sus ruinas el recién nacido
»Universo envolviese;
»No porque en realidad romper pudiese,
»Sin tolerancia oculto de Dios mismo,
»Las puertas de la cárcel del abismo,
»Sino por convenir a la grandeza.
»De Dios, para humillar al insolente
»Enemigo, que fuese su fiereza
»Reprimida por seres a él iguales,
»Ejecutores de sus celestiales
»Decretos, y no emplear su omnipotente
»Mano en aquella impura y débil gente.
»Marchábamos, y aun lejos de la puerta
»Todos nuestros sentidos desconcierta,
»El eco de los míseros gemidos,
»De tantos malhadados, consumidos
»En medio de las llamas vengadoras.
»¡Qué diferencia de sus lamentables
»Blasfemias, a los cantos deleitables
»La dulce paz en éstas, la alegría
»General e Inefable, presidía;
»Mas en aquel lugar desventurado
»Sólo se oye sonar el doloroso
»Quejido del delito castigado,
»Y el crujir del azote temeroso.
»Cumplida la orden, nos apresuramos
»A huir de tal horror, y a nuestro asiento
»Celeste regresamos
»La tarde de aquel día, que contento
»Con sus obras el Todopoderoso,
»Solemnemente consagró al reposo.
»Por esto no asistí a tu nacimiento;
»Mas referirlo tú me has prometido,
»Y con igual placer que me has oído
»Contar los hechos que lo precedieron,
»Oiré aquellos que a ti te acaecieron.
»¿Cómo podré, responde, Adán, contarte
»De qué manera comenzó mi vida,
»Sí yo mismo lo ignoro? Mas, por darte
»Gusto, y por alargar la apetecida
»Sociedad tuya, te daré sincera
»Cuenta de lo que yo tengo presente
»En la memoria, de mi edad primera.
»Sin saber cómo, repentinamente,
»Como aquel que turbado, sin sentido
»Se despierta del sueño más profundo,
»Recién nacido me encontré en el mundo;
»Atónito los ojos entreabriendo,
»Sobre un prado florido
»Recostado me hallé, reconociendo
»Mi existencia, y en mi mismo fijado,
»Me examiné curioso y admirado:
»Pronto un blando vapor que me cubría
»Se fue, al calor del sol, desvaneciendo
»Miro en contorno relucir el día,
»Distingo el azul puro, la elevada
»Bóveda de los Cielos, el distante
»Astro, de donde nace la brillante
»Claridad, en los aires derramada.
»Levantarme deseo;
»Obedientes los miembros al instante
»Se mueven con extraño mecanismo,
»Y en flexibles columnas empinado,
»A mi arbitrio mi cuerpo balanceo,
»Por medios ignorados de mi mismo.
»Diviso entonces todo el dilatado
»Horizonte, los montes, las llanuras,
»Un sin fin de vivientes criaturas,
»Los árboles, las yerbas, y me abismo
»Lleno de gozo en nuevas reflexiones:
»Vuelvo la vista a mi naturaleza,
»Admiro las hermosas proporciones
»De mi cuerpo, su forma y ligereza:
»Ando, lo muevo todo con presteza.
»Voy, vengo, cada instante más suspenso.
»Pero ¿quién soy? ¿De dónde aquí he venido?
»El ser que tengo. ¿A quién se lo he debido?
»¡Más me confundo, cuanto más lo pienso!
»Al Cielo y a la tierra lo pregunto
»Nadie respondo: todo aquel conjunto
»De seres está mudo:
»Oigo el murmullo de una fuente, y dudo
»Si responde: me arrimo, no la entiendo:
»Percibo las sencillas
»Voces de las canoras avecillas,
»Y de otros animales los balidos,
»Pero yo su lenguaje no comprendo:
»Están para él cerrados mis oídos.
»Al paso que no pierdo una palabra.
»De las que mi flexible lengua labra
»Y con tal claridad, que me parece
»Que sólo con el nombre que me ofrece
»Se explica exactamente cada cosa.
»En tanto ella articula presurosa,
»Sin que yo sepa cómo, y con asombro
»Naturalmente cada cosa nombro.
»Los Cielos y la tierra, los cristales
»De las fuentes, los varios animales
»Que cubren las campiñas retozando,
»Los árboles frondosos balanceando
»Sus verdes copas, el sonoro acento
»De las aves y el dulce movimiento
»Vital de toda la naturaleza,
»Me tienen embargado de alegría.
»¡Oh sol exclamo, que la luz del día
»Benéfico derramas en el mundo,
»Que su extensión revistes de belleza,
»Y que la vida con calor fecundo
»Le repartes! ¡Oh tú, terrestre esfera,
»Mi morada risueña y hechicera,
»Espesos bosques, montes elevados,
»Pomposos ríos, deliciosos prados,
»Y tú también, oh turba alegre y lista
»De vivientes, que ocupas a mi vista
»Los campos, ya corriendo, ya volando,
»Del más puro deleite disfrutando!
»Decidme, os lo suplico, ¿por ventura
»Sabríais quién aquí me ha colocado,
»A quién debo yo el ser? ¿Por conjetura
»Siquiera lo diréis? No me lo he dado
»Ciertamente a mi mismo. Es indudable
»Que hay algún ser supremo, a cuya amable
»Bondad le debo, y que de mí escondido,
»Quiere ser solamente conocido
»Por sus dones. ¿En dónde a ese piadoso
»Bienhechor podré hallar? Su poderoso
»Brazo me ha dado vida y movimiento:
»Por él escucho, veo, y de manera
»Desde el primer momento
»Me ha hecho feliz, que aun cuando yo tuviera
»Mil vidas que ofrecerle en sacrificio.
»No pagaría tanto beneficio.
»Decidme, pues, ¿adónde he de buscarle?
»Dónde lograré verle y adorarle?
»Todo calla. Cansado finalmente
»De andar por el jardín vasto vagando.
»Mil remotos parajes registrando,
»Sobre la verde grama blandamente
»Me tiendo, bajo de la sombra oscura
»De un bosque, a disfrutar de la frescura.
»Acude allí a cerrar con delicada
»Mano, a la luz, mi vista fatigada
»El dulce sueño, por la vez primera,
»Por grados me enajeno, y mis sentidos
»Suave y lentamente adormecidos
»Se apagan, como si otra vez volviera
»A sumirme en la nada.
»Por más que interiormente lo percibo,
»Siento en aquella plácida violencia
»Tal placer, que no la hago resistencia.
»Mas pronto en mi delirio me apercibo
»En confuso que aun gozo de la vida.
»Se me presenta una desconocida
»Persona, de hermosísima figura:
»Mí alma, que al contemplarla se asegura
»De que existe, de gozo se estremece.
»Levántate me dice; tú, que un día
El padre debes ser de los humanos,
Ven; la felicidad misma te guía
A la mansión que a ti te pertenece.
El amor la hizo con sus propias manos:
Sus jardines, sus frutas, sus hermosas
Flores, aguardan tu llegada, ansiosas.»
»Apenas acabó, mi mano asiendo,
»Entrambos, en el aire sostenidos,
»Sus ondas sutilísimas hendiendo,
»Dulcemente volamos,
»Sin hollar en los campos extendidos,
»Por los cuales rasantes resbalamos,
»La tierna hierba, mas que una ligera
»Sombra, que sus extremos recorriera.
»En la alta cumbre de un monte me deja,
»Y de mí al punto rápido se aleja.
»Aquella cumbre admiro, coronada
»De una verde arboleda majestuosa.
»Alrededor de mi doy una ojeada,
»Y veo llena toda la espaciosa
»Tierra de flores, fruto, y verdura.
»Todo es risueño, alegre, delicioso;
»Todo fecundidad, todo frescura
»Respira, y cotejando a aquel precioso
»Jardín, que allí a los ojos se me ofrece
»Lo que antes vi, es un hórrido desierto.
»Avanzo en él: mi mano ya aparece,
»Ansiosa, apoderarse del tesoro,
»De mil pendientes bellas frutas de oro.
»Las va a coger, y en esto me despierto.
»¡Cuál es mi admiración cuando reparo,
»Que no ha sido ilusión el sueño raro,
»Sino un anuncio cierto, y que poseo
»Todo lo que ha pintado a mi deseo!
»A aquel vergel entonces me, encamino,
»Cuando, en el centro de su fresca sombra.
»Un resplandor. que brilla repentino
»A mis ojos, me asombra.
»Era Dios, sí: Dios mismo el que veía,
»El que benigno se me aparecía.
»Un dulce espanto de mi religioso
»Corazón se apodera: presuroso
»A sus plantas me postro, y reverente,
»De alegría y respeto penetrado,
»Le adoro. Por su mano prontamente
»Me siento levantar, y con agrado
»Inefable, me dice: »Aquel amigo
Que deseabas ver, está contigo.
Soy yo. Cuanto aquí ves, cuanta belleza
De este recinto encierra la grandeza,
Cuanto a tus pies florece,
Cuanto vegeta en él, respira y crece,
Te doy: es todo tuyo. El hemisferio
De la tierra será tu vasto imperio.
Cultiva esos vergeles: dispón de ellos
A tu gusto: disfruta de sus bellos
Y delicados frutos, sin recelo
De que los escasee el fértil suelo,
Cuya fecundidad maravillosa
Excederá tu voluntad ansiosa;
Mas repara que el árbol de la ciencia
Cerca está (allí lo ves) del de la vida.
Te prohibo que pruebes su homicida
Fruta. Es la señal sola de obediencia,
La única muestra de agradecimiento
Que te impongo. Con ella me contenta
El precepto es bien fácil, y sería
La muerte el precio de tu rebeldía.
Tú, tus hijos, y todo tu linaje,
Desterrados, en pena del ultraje,
De este feliz jardín a una desierta
Ingrata tierra, vuestra triste vida
De penas y dolores afligida
Arrastraríais, hasta que la incierta
Hora de fallecer presta llegara,
Y el lóbrego sepulcro os reclamara.»
»Dice, y su ceño majestuoso, oscuro.
»Tal terror en mi imprime,
»Que sólo aquel recuerdo de horror llena
»Mi corazón, por más que estoy seguro
»Que a mi voluntad libre nada oprime,
»Y que a mi arbitrio evitaré la pena,
»Evitando el hacerme delincuente.
»Sucedió pronto, en su divina frente,
»Al tono formidable,
»A la serenidad, la encantadora
»Dulzura, y con bondad consoladora
»Siguió así: »Padre de un innumerable
Linaje, este recinto limitado
Yo es el Imperio sólo destinado
A obedeceros todo ese espacioso
Orbe que ha hecho mi brazo poderoso,
Y cuanto abarca su circunferencia,
La tierra, el agua, el aire, es vuestra herencia.
Para siempre os lo doy desde este día,
Y quiero que las aves y animales,
Que en él habitan, sean los leales
Súbditos de tu vasta monarquía,
Que como a Rey supremo, vasallaje
Te rindan, que ahora mismo a este paraje
Tengan, te reconozcan, y a cada uno
Des un nombre, a sus prendas oportuno;
Solos de la agua a los habitadores
Dispenso de que te hagan los honores.
»Dijo, y en el momento, circundado
»Me veo de una turba inconcebible
»De cuadrúpedos y aves, dividida
»En una multitud de diferentes
»Familias. En el suelo arrodillado
»Cada animal terrestre, con sensible
»Expresión me asegura su rendida
»Obediencia: las aves diligentes,
»Cerniéndose en los aires, ordenadas
»En señal de homenaje, las pintadas
»Alas alrededor de mí batiendo,
»Con un discorde bullicioso estruendo
»De cantos, de gorjeos, de distintos
»Gritos, por su Monarca me publican.
»Por sus clases atento discurriendo,
»A todas ellas doy nombres, que explican
»Sus diversas costumbres, sus instintos:
»Interiormente Dios me los dictaba:
»Un vacío con todo inexplicable,
»Mi corazón inquieto contristaba.
»Dueño de tanto bien inestimable,
»Alguna cosa para ser dichoso
»Me faltaba. Mi gozo, solitario,
»No era completo. Al fin, me determino
»A abrir mi pecho, a mi Hacedor divino.
«¡Oh Padre, exclamo, bienhechor piadoso
Perdona si descubro temerario
A tus ojos la pena que me aflige,
A pesar de los bienes que poseo,
Que tú con tal bondad me has prodigado,
Y que exceder debieran mi deseos:
Nada de ti mi corazón exige,
Sino que lo disculpes: tú me has dado
El ser, la vida: debo a tus bondades,
Nunca agotadas, mil felicidades.
¿Cómo mi gratitud he de explicarte?
Ignoro ya qué dulce nombre darte,
Para mi tierno amor y mi respeto,
Ninguno me parece suficiente
No obstante, a pesar mío es imperfecto
Todo mi gozo, si con un querido
Ser, semejante a mi, no lo divido:
En vano colmas generosamente
Mi corazón de tanto don precioso:
No puedo ser a solas venturoso.»
»A estas palabras mías, con dulzura
»Inefable me dice: «¿Qué? ¿te apura
El estar solo en medio de los bienes
Que a tu disposición sin tasa tienes?
¿No te basta esta tierra deliciosa,
Tan fecunda de flores y de frutos,
Y esa infinita variedad hermosa
De tantas aves y de tantos brutos,
Que vienen a obsequiarte reverentes,
Con sus alegres juegos inocentes,
Como a su Rey? Si no pueden hablarte
En tu lengua, sus gritos y balidos
Son un idioma para tus sentidos,
En que, si los atiendes, explicarte
Sus ideas podrán, y entretenerte.
Entre su instinto y tu razón, se advierte
Esencial diferencia; mas con todo
El instinto la imita de algún modo,
Y cierta sociedad te proporciona.
Contento, pues, con tu agradable suerte,
Tus inquietos deseos abandona.
A tus sagradas leyes obediente,
En tus manos me pongo totalmente,
-Repliqué; -mas, pues toda mi esperanza
En tu amor paternal está cifrada,
Permíteme que implore tu sagrada
Bondad de nuevo, con filial confianza.
De la tierra el imperio te he debido:
Por Rey supremo me has establecido
De todos los vivientes animales:
Mas, ¿podré hallar entre ellos por ventura
Siendo en naturaleza desiguales,
Un solo amigo? No: la amistad pide
La igualdad natural, la simpatía
En el pensar, recíproca ternura,
Un interés común que haga que olvide
Cada uno el suyo propio, analogía
En el placer y en las inclinaciones.
Busca cada animal, en consecuencia
Al que tiene con él correspondencia
Así, jamás unirse los leones
Se ver con las ovejas ni los peces
Con las cantoras aves ni el ligero
Corcillo con el lobo carnicero:
¿Cuánto menos el hombre, que mil veces
Es a ellos superior, hallar pudiera
Uno que digno de su amistad fuera?
-Ya veo, -me responde cariñoso,
Que sólo un ser, en todo semejante
A ti, puede llenar tu pecho amante.
Mas dime: ¿no me tienes por dichoso?
Yo lo soy: sin embargo, me mantengo
Solo en la eternidad; y jamás tengo,
Ni hallaré ser alguno que igualarse
Pueda a mí, ni a mi amor proporcionarse.
Cuanto existe, conmigo comparado,
Es, con una infinita diferencia,
Menos que un vil gusano, cotejado
Con la más superior inteligencia.
-¡Mi Dios! -le repliqué, -tus escondidos
Misterios adorando humildemente,
Nunca escudriñaré con atrevidos
Ojos lo que tú ocultas a mi mente:
Tú mismo, bien lo sabes, me inspiraste
La ambición generosa y permanente
De ser perfecto: la comunicaste
Sólo al hombre, pues todo otro viviente
De los que el mundo habitan, no podía
Ser capaz de ella, porque carecía
De la razón, y no siendo posible
Que aquella perfección, que es asequible
En su especie, consiga el hombre siendo
Solo, es preciso que en la compañía
De otro igual suyo viva, que sirviendo
De apoyo a su flaqueza,
De su ser desenvuelva la energía:
¡Tú solo a ti te bastas! Tu infinita
Perfección de crecer no necesita;
Mas no es lo mismo la naturaleza
Del hombre limitada,
Y débil, que acrecienta su existencia
Cuando la halla en otro hombre trasladada;
Fuera de si saliendo, en él renace,
Y, en ver la imagen suya se complace.
Tú al contrario, que el último y primero
Has existido en las eternidades,
Solo y sin heredero,
Serás feliz en todas las edades.
Mas ¿cómo tus vasallos tu grandeza
Alcanzar pueden? Pues lo mismo digo
De los míos. ¿Acaso la pobreza
De su instinto permito que conmigo
Traten, como si fueran racionales?
¿Podré abatirme hasta sus materiales
Apetitos, que arrastran por el suelo?
Perdona, si por ti mismo colmado
De gracias, y a otras miras animado,
De mi ambición levanto más el vuelo.
-Esa ansia generosa de elevarte,
Yo mismo aplaudo, -dijo: -examinarte
He querido, por ver si conocías
Tu propia dignidad: aunque sabías
Apreciar esa turba de vivientes
Bestias, que yo te di por dependientes,
Era preciso que la inteligencia
Se extendiese a pesar la diferencia
Que hay entre ellos y tú: veo con gusto
Que tú te estimas en tu precio justo.
Esto me basta: tu razón no yerra:
Un intervalo inmenso, dividido
Te tiene de los seres que a la tierra
Un bajo instinto abate: tú has bebido
En mi pecho los rayos celestiales.
Una alma has recibido
Que mira todo con intelectuales
Ojos, y que no debe ser tratada
Como a la tierra sólo destinada:
Previne tus deseos. No he buscado
El objeto que tengo preparado,
A fin de que te sirva en esta vida
De consuelo, en la turba numerosa
De racionales, sólo producida
Para servir al hombre en la espaciosa
Redondez de esto globo: yo he querido
Ver si sabrías estimar la hermosa
Criatura que había ya escogido
Para unirla contigo. Esta excelente
Compañera estará presto a tu lado,
Será tu mitad cara: dulce fuente
De gozo para ti: tu fiel traslado:
Después de mi, tu bien el más amable;
Sobre mis demás obras admirable.»
»Calló, y sus resplandores me oprimieron
»De, modo, que quedó desfallecido.
»Sus celestes palabras absorbieron
»Toda mi mortal fuerza, y sin sentido
»Me vi en el suelo. Mi naturaleza.
»De aquella suma gloria la grandeza
»Yo pudo resistir, y deslumbrada,
»Cedió al enorme peso desmayada.
»Fatigado, invoqué del dulce sueño,
»Para aliviarme, el eficaz beleño,
»Que cerrando mis ojos con oscuro
»Velo, me socorrió en aquel apuro:
»Mis ojos solos, pues que quedó abierto
»Ancho camino al ánimo despierto,
»Que aunque con el reposo se consuela.
»Del cuerpo, concentrado siempre vela.
»Se presenta ¡oh prodigio! de repente
»A mi vista, la misma misteriosa
»Figura que habla visto anteriormente
»En sueños, y con mano primorosa,
»Sin el menor dolor mi pecho abriendo,
»Me saca una costilla ensangrentada,
»Y con rara destreza, reuniendo
»Los labios de la herida dilatada,
»Sana la deja, cual si nunca hubiera
»Existido: después con la ligera
»Mano, de una costilla la transforma
»En un completo cuerpo, que en la forma.
»Total, al cuerpo mío se parece;
»Pero tan delicado y tan hermoso,
»Que lo visible todo en su espacioso
»Recinto, no me ofrece
»Cosa que pueda hacerle competencia.
»En el sexo también se diferencia
»Del mío: en su semblante peregrino
»Resalta un resplandor casi divino:
»Dirían, que en él toda su belleza
»Unió en pequeño la naturaleza.
»Vi aquella incomparable criatura;
»Sus ojos despedían una pura
»Llama, que inundó mi alma de alegría:
»Un mundo todo nuevo aparecía,
»A los míos: el suelo más florido;
»El aura, más suave y deliciosa.
»En esto, veo que huye presurosa;
»Me despierto, y exclamo, sorprendido
»Al ver realmente lo que había creído
»Sueño: «Detente: no huyas, ¡oh celeste
Maravilla! ¡De nuevo a presentarme
Vuelvo tu hermoso rostro, y consolarme!
¡Vuelve a mí, si no quieres que me cueste
Toda mi dicha! ¿Cómo la tendría,
Si una vez que te he visto, te perdía?
¿Y qué deleite disfrutar pudiera
Si de ti para siempre careciera?
¡Vuélvete! ¡Compadece mi quebranto!
¡No me abandones a un eterno llanto!»
»Vuelo entonces tras de ella con presteza:
»La alcanzo, y me parece su belleza,
»Despierto, tan perfecta cual brillaba
»Cuando en mi feliz sueño la admiraba:
»Toda cuanta hermosura está esparcida
»En las; demás criaturas, reunida
»Al lado de, la suya, se eclipsaba.
»Condesciende en volver. Interiormente
»El mismo Dios, el Todopoderoso
»(Su mucho amor vi entonces evidente)
»La mueve a que se venga con su esposo
»La da a entender lo que era la unión pura
»Del matrimonio, de sus dulces lazos
»Toda la fuerza y toda la ternura,
»Y que en mis castos brazos
»La dicha únicamente encontrarla.
»Yo entretanto, sirviéndola de gula,
»Apresuradamente
»Hacia mi alojamiento la llevaba,
»Y al ver belleza tal me enajenaba.
»El Cielo está en sus ojos: en su frente,
»Junto el candor con la inocencia habita.
»El menor movimiento de su airoso
»Cuerpo, la admiración más dulce excita,
»Desenvolviendo el talle majestuoso:
»Con semblante risueño
»Las gracias todas, y el amor volando
»Con el placer, la van acompañando,
»Y la forman un séquito brillante,
»Como a su Reina. Yo no soy ya dueño
»De mí mismo, y exclamo agradecido:
«¿Conque ya, ¡oh Dios benigno! está delante
De mi encantada vista aquel tesoro
Que tu bondad me había prometido?
Al verlo, mi perdón de nuevo imploro
Por la audacia de habértelo pedido;
Pues su riqueza mi esperanza excede,
Y mi corazón débil jamás puede
Corresponder a tu beneficencia.
¡Con qué ventajas y con qué indulgencia
Aquel triste momento has compensado
En que, severo, al parecer, conmigo,
Desatendiste a mi ruego osado
Y hablaste sólo de ira y de castigo!
Permite, pues, que explique en lo posible
Mi amor ardiente, mi agradecimiento
A ti ¡mi tierno Padre! que sin cuento
De bienes me llenaste, y que sensible
Por último a mi suplica rendida,
Me has dado, con mi esposa, nueva vida.
La llenaste de gracia y de hermosura:
No se halla otra tan bella criatura:
De mi propia sustancia la formaste,
Y mi imagen en ella retrataste:
Me amo a mí mismo en ella, y a ella quiero
En mí; pues su ser mío considero.
A su padre y su madre, el tierno esposo
Dejará en adelante, no dudoso,
Por su mujer: enajenado padre,
Adorará en sus hijos a su madre:
Ambos un corazón serán y una alma,
Con los lazos de amor encadenados,
Y gozarán en deliciosa calma
Una felicidad misma hermanados.»
»Eva oye estas palabras, y modesta,
»Como recién nacida y fresca rosa,
»Lejos de saborear con orgullosa
»Vanidad mis elogios, manifiesta
»Su obediencia, y responde con dulzura.
»Rendida y vergonzosa,
»A la dulce expresión de mi ternura.
»En presencia del Dueño Soberano
»De cuanto existe, con augusta forma,
»Yo la di, ella me dio su casta mano:
»Acto que deberá servir de norma
»A nuestros más remotos descendientes.
»Celebró toda la naturaleza
»Nuestra unión: cual testigos, los lucientes
»Astros brillaron con mayor viveza:
»Por presenciarla, el Cielo silencioso
»Suspendió un rato el curso majestuoso:
»El aura misma plácida y serena,
»En su lengua nos dio la enhorabuena:
»Los pájaros sus cantos duplicando,
»Las cristalinas aguas murmurando.
»El enlace aplaudieron,
»Y ejemplo a todos los, vivientes dieron.
»Los collados, los valles repetían
»De aquel festivo día los acentos:
»Los árboles con dulces movimientos
»Se inclinaban: las flores olorosas
»Sus coloridos senos descubrían:
»El Zéfiro, sus alas extendiendo
»Emulas de las rosas,
»Ansioso sus perfumes recogiendo
»De una en otra volaba,
»Y sus bellos matices avivaba.
»Cual nube densa, al estrellado techo
»Sube el precioso incienso reunido,
»De los olores del jardín florido,
»Y Dios mismo bendice el nupcial lecho
»Mientras con suave músico gorjeo
»El ruiseñor el himno de himeneo
»Canta, y vuela la estrella vespertina,
»Sus teas a encender con la divina
»Llama, con el sagrado
»Fuego, que puro por la vez primera
»Extrae de su esfera
»Brillante, a tales usos destinado.
»Mis riquezas, mi suerte venturosa
»Te he referido: ves cuán generosa
»La mano del Eterno me ha colmado
»De bienes, mis deseos previniendo.
»Con todo, lo que siento, francamente
»Te diré: los deleites terrenales
»Van para mí su mérito perdiendo
»Con el uso, exceptuando únicamente
»El tierno trato de mi esposa amada.
»Los restantes placeres, desiguales
»Son ya a la grande idea que formada
»Tenía de ellos: el suave canto
»De las pintadas aves, de las fuentes
»El susurro, el aroma delicioso
»De las llores, los jugos excelentes
»De las sabrosas frutas, que antes tanto
»Lisonjeaban mi gusto codicioso,
»Ya me fastidian: sólo mi querida
»Eva es siempre el deleite de mi vida.
»Ardí al ver su belleza casta y pura:
»Ardí al ver de sus ojos la hermosura:
»Ardo, cuando a mi vista se presenta;
»De los demás objetos no hago cuenta.
»¡Cual es, pues, el poder, cuál la ignorada
»Fuerza de una sonrisa, de una ojeada!
»Tal vez del cuerpo la delicadeza,
»Hará que ella no tenga la firmeza,
»La madurez que al hombre tocó en suerte.
»Quizá también ser algo menos fuerte.
»La idea, que en su pecho está grabada
»De la justicia y de la ley sagrada
»Que en mi imprimió
»El señor obediente profundamente,
»Pues que la destinó a ser dependiente
»De mi, y para una cándida obediencia,
»Ni mi carácter, ni mi inteligencia
»Tener necesitaba:
»Una clara razón, a una inocentes
»Docilidad, unida, la bastaba.
»Del Dios que a ambos nos hizo, con efecto,
»Sé que no es un retrato tan perfecto
»Como yo; no se ve en su rostro hermoso
»Aquel aire del hombre majestuoso,
»En que la seria autoridad respira:
»Mas, lo confieso, a fuerza de hermosura,
»Cuando hacia mí la amable vista gira,
»Mis sentidos deslumbro, de manera
»Que, casi sin dudar, dudar seme figura
»Que como es bella, así ha de ser juiciosa.
»Del imperio que ejerce en mí, segura,
»No abusa de él; mas siempre que cualquiera
»Ocasión se presenta, en que dudosa
»Mi razón titubea, su ingeniosa
»Idea sigo en todo, que hasta ahora
»Jamás encontré errada; ¿y quién pudiera
»No ceder a su gracia encantadora?
»Yo no sé en que consiste;
»Pero es cierto que nunca se resiste
»La más sana razón a la hechicera
»Viveza suya: todo lo domina
»Y lo subyuga: en vano determina
»Mi alma hacerse violencia,
»Y oponer una justa penitencia,
»Al atractivo que su fantasía
»Da a sus consejos: no hay sabiduría
»Que no quede vencida, por más grave
»Que se precava, a la elocuencia suave
»De aquella boca amable, cual facunda.
»En su debilidad, su imperio funda
»Sobre mi, y se asegura mi respeto.
»Con su timidez misma: ¡inconcebible
»Virtud de un atractivo irresistible!
»Así componen su pomposa corte,
»El poder y el temor, con que sujeto
»Tiene cuanto la cerca. El inocente
»Pudor la guarda, y su resplandeciente
»Séquito adornan, con brillante porte,
»Todas las gracias juntas: se diría
»Que el Cielo se ha esmerado
»En hacerla perfecta, y la ha criado,
»No para obedecer, cual yo creía,
»Sino para reinar. ¿Y acaso cabe
»El dominar a un ser que encantar sabe?»
A estas palabras, con severa frente
Responde Rafael: «Nunca imprudente
»De error al Cielo acuses,
»Que cuantas calidades necesitas
»Para tu noble fin, te ha concedido,
»El te prodigará otras infinitas
»Gracias, con tal que de ellas tú no abuses.
»La razón, sobre todo, has recibido
»De su bondad, que fiel siempre a tu lado
»Te guarde y te dirija: si juicioso
»La obedeces, jamás abandonado
»De ella serás: el Todopoderoso
»A Eva dio la hermosura y halagüeño
»Rostro, a fin que el consuelo disfrutaras
»De su sociedad dulce, y la estimaras.
»De ella haz tu amiga; pero no tu dueño:
»Tu dignidad no olvides: tu sublime
»Rango conoce. Aquel que no se estimo
»En lo que vale, no debe quejarse
»De ver de sus derechos despojarse,
»Y de perder la ajena
»Estimación. Exige, pues, prudente,
»Sin rigor, el respeto que es debido
»A tu ser superior. Tu esposa es buena:
»Tus derechos sostén constantemente
»Y con dulzura: sacarás partido
»De su debilidad, y la cordura
»Vencedora será de la belleza.
»Podrás sin riesgo amarla con ternura,
»Y también complacerla sin flaqueza.
»Si al contrario, a tal punto te deslumbras.
»Dejándote arrastrar de su atractivo,
»Que a un vergonzoso mando la acostumbras,
»Serás, antes de mucho, ejemplo vivo
»De la vileza a que el error conduce.
»Y de los grandes males que produce.
»Ella de gobernarte se hará un juego
»Y tú, embriagado y ciego,
»Por sus ojos verás únicamente.
»¿Y se atreve a insinuar el aliciente
»De unos viles placeres sensuales,
»El Rey del mundo, de razón dotado?
»¿Acaso a los más torpes animales
»No se asemeja en ellos? ¿Degradado
»Estaría, de modo que pusiera
»Su dicha en tal bajeza, y prefiriera
»Esta a aquellos deleites inmortales
»A que está por su cuna destinado?
»¡En lo permita el Cielo!
»Que ella halle en ti su guía y su consuelo.
»Tu corazón domina, y totalmente
»Dominarás el suyo. Un inocente
»Y legítimo amor al hombre eleva,
»Y en lugar de abatirle, alto le lleva
»En sus alas de fuego desde el suelo
»De este globo hasta el Cielo,
»Y de las criaturas materiales,
»De Dios a los fulgores eternales.
»A esto Adán le contesta sonrojado:
«¿Crees que de Eva estoy enamorado
»Sólo por el placer que su belleza,
»Material me ocasiona? Tal bajeza
»Al nivel de los brutos me pondría.
»Sé que es, entre los hombres, más augusto
»Más noble, el casto lazo de himeneo;
»Más sagrados sus fines; sus deberes
»Más serios y más santos: que sería,
»Olvidarlo, el desorden más injusto.
»Mas lo que en Eva veo,
»Que más me hechiza, si sincero quieres
»Que te hable, son los dones admirables
»De que Dios la ha colmado: sus amables
»Gracias; de su candor la negligencia;
»De su voz el acento melodioso,
»Y su mismo silencio cariñoso;
»Su noble orgullo, y los inapreciables
»Encantos de su tierna complacencia:
»Nuestra dicha es común: en todo acordes
»Nuestros deseos; y en nuestras concordes
»Ocupaciones reina la armonía,
»La deliciosa paz y la alegría.
»¡Dulce acuerdo! ¡La música hechicera
»Del seráfico canto a los oídos
»Es menos lisonjera
»Que lo es tu suavidad a mis sentidos!
»Ya ves, oh Rafael, que la nobleza
»Sé unir con el amor. Eva me agrada.
»Es cierto; mas desdeño la bajeza
»De una alma, en servil lazo esclaviza:
»Sé conocer el bien y practicarlo:
»Lo es el amor, tú mismo de aprobarlo
»Te dignaste; tú propio este sistema
»Dijiste que guiaba a la suprema
»Felicidad, y me añadiste luego
»Que, en las alas de fuego
»Del amor ensalzada,
»Penetra el alma la inmortal morada;
»Pero rendido tu amistad imploro,
»Para que un breve rato aun sacrifiques,
»Y un secreto me expliques,
»Qué me importa saber, y qué aun ignoro.
»¿Se ama en el Cielo? ¿Cuáles los amores
»Son, en tal caso, de sus moradores
»¿Consisten en miradas cariñosas,
»En tiernas expresiones? ¿Mutuamente
»Os arrojáis de lejos amorosas
»Llamas, o bien un corazón ardiente
»Con otro une sus rayos luminosos,
»Y ambos uno a otro se hacen venturosos?»
Con aquel encarnado que colora
La rosa y que a los Cielos pertenece,
Rafael dice: «Tu humildad merece
»Que yo te explique lo que tu alma ignora
»En este punto. En el celeste asiento
»Todos somos felices. ¿Y podría
»Haber felicidad si amor no había?
»De nuestra dicha, pues, el fundamento
»Es el amor. Aun tus inclinaciones
»En la unión pura de los corazones
»Estriban; mas los lazos corporales,
»Que cual pesados hierros entorpecen
»Vuestras almas, nosotros no tenemos.
»Libres y totalmente espirituales,
»Estorbos tales no se nos ofrecen:
»En las llamas de un puro amor ardemos.
»Como un rayo de luz a otro se une,
»Con otro ser él nuestro se reúne,
»Y, en él con Dios, a cuya unión divina
»Toda otra pura unión nos encamina.
»En él unidos todos, embriagados
»De amor, vivimos bienaventurados.
»Vosotros, por el cuerpo comprimido.
»Jamás podéis pasar de los sentidos.
»Pero adiós; pues que ya la noche oscura,
»A extender sus chapuces se apresura.
»Ama a Dios: su ley guarda; sé juicioso,
»Y serás cada día más dichoso.
»Todos los ciudadanos inmortales
»Sus ojos sobre ti tienen abiertos.
»Tus virtudes, tus vicios, tus aciertos,
»O tus errores, cubrirán el Cielo
»De nuevos brillos o de los fatales
»Lutos del más amargo desconsuelo.
»Libre naciste, y tus descendientes
»Te deberán la dicha o desventura.
»Guárdate de seguir los perniciosos
»Consejos de algún pérfido enemigo;
»De la razón escucha los prudentes
»Dictámenes, y así tu alma, segura
» Y libre de los lazos peligrosos,
»Tendrá a Dios por su padre y por su amigo.»
Así acaba, y al verle levantado,
»¡Adiós, amigo celestial y amado,
-»Le dice Adán; -tú, a quien el Soberano
»Ha enviado hacia sus súbditos rendidos,
»Dile que le amaré siempre constante:
»Eva me imitará, y en adelante
»Tampoco olvidaré tu trato humano,
»Tu amable gracia en estos divertidos
»Discursos, y el insigne beneficio
»Que nos ha hecho en admitir benigno
»Hospedaje de ti tan poco digno.
»Puesto que vuelves a la eterna gloria,
»Sénos siempre propicio,
»Y nuestros votos ten en la memoria.»
De hablar en este punto remataron,
Y uno y otro marcharon,
Adán hacia su verde alojamiento,
Rafael más allá del firmamento.

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