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domingo, 22 de abril de 2007

EL PARAISO PERDIDO // JOHN MILTON // LIBROS 11-12

EL PARAISO PERDIDO // JOHN MILTON // LIBROS 11-12



LIBRO UNDÉCIMO .

SUMARIO


El hijo de Dios intercede por nuestros primeros padres, que confiesan
su culpa; presenta sus oraciones a su Padre, que las oye, peor que
declara que deben salir desterrados del Paraíso. Envía a Miguel, con una
guardia de Querubines para echarlos de él, y se encarga que para su consuelo
les revele su suerte futura y la de su descendencia. Adán, entre
tanto, hace observar a Eva algunos signos funestos. Sale al encuentro de
Miguel, que le anuncia su destierro. Lamentos de Eva con este motivo.
Adán suplica su revocación, y al fin se somete. El Ángel le coloca sobre
una altura del Paraíso, y le descubre en una visión lo que debe suceder
hasta el diluvio.
Como el dulce rocío matutino
Por los áridos campos se derrama,
Así del seno del amor divino,
Suave desciende la celeste llama
De la gracia, a los pechos afligidos
De Adán y de su esposa,
Y sus remordimientos y gemidos
En consuelo convierte y esperanza.
Rendidos oran, y la poderosa
Oración, que acompañan la confianza
Y el sincero dolor, rápida vuela
Los vastos campos de la luz cortando.
En sus flamantes alas sostenida,
Al templo del Eterno dirigida:
De ser de él rechazada no recela,
Con la infalible protección contando
Del Pontífice Sumo que allí habita,
Hijo de Dios, y Dios y medianero
Entre el hombre y su Padre, que ejercita
Su sacerdocio eterno, intercediendo
Por el linaje humano, y ofreciendo
A su Padre los ruegos que sincero
Le dirige. Llevados por sus manos
A su Padre, aunque en sí ningún aprecio
Merezcan, a sus ojos soberanos
Al punto adquieren infinito precio.
Así la oración de uno y otro esposo,
Envuelta en aquel humo puro y denso
Que del altar eterno del incienso
Asciende, ofrece al Todopoderoso.
«¡Padre mío! le dice, tu propicia
»Vista sobre mí vuelve: la primicia
»Te ofrezco de tus gracias: el rendido
»Dolor de un corazón arrepentido:
»El propósito fiel: la fervorosa
»Oración confiada y respetuosa,
»Frutos divinos, aun más agradables
»A ti, que cuantas frutas admirables
»El Edén deleitoso producía,
»Que el hombre aun inocente te ofrecía.
»Han subido estos ruegos fervorosos,
»Del altar de oro entre los olorosos
»Sacros perfumes, y los he admitido
»Como un sincero fruto
»Del arrepentimiento, y un tributo
»De gloria que yo mismo he bendecido.
»Recibe, pues, del hombre las rendidas
»Oraciones, por tu Hijo conducidas.
»Pues que por los humanos ser, yo quiero
»Víctima, sacerdote y medianero,
»Les consagro desde hoy mi vida y muerte.
»Justos o delincuentes, de su suerte
»Yo me encargo; yo haré que sean puras
»Sus buenas obras, y de las impuras
»Satisfará mi sangre la indulgencia:
»El suplicio de un Dios, en los derechos
»Los restablecerá de la inocencia.
»Con todo, mientras duren los estrechos
»Límites puestos a su mortal vida,
»Se verán por los males angustiados.
»Que sufran el castigo resignados:
»Que mueran; pues que yo, de tu clemencia
»Nunca pretenderé sea abolida,
»Sino sólo aliviada, la sentencia.
»Pero llegará un día en que conmigo,
»Borrada de sus culpas la memoria,
»Unidos, como yo lo estoy contigo,
»A la dicha renazcan y a la gloria.
»Todo cuanto me pides, oh Hijo amado,
»Responde el Padre eterno, está otorgado.
»Mi justicia y mi piedad han decidido
»La suerte de los hombres; pero deben,
»¡Desterrados salir de ese florido
»Edén en que aun habitan; que se lleven
»Consigo su impureza y su quebranto,
»Pues ni culpas ni penas aquel santo
»Suelo permite. Sí: esos malhechores
»Habitar deben ya en otros lugares
»Menos puros; usar de otros manjares
»Más groseros, pues que ellos del inmundo
»Pecado han sido los introductores.
»Los que con él han contagiado el mundo,
»Que paguen de algún modo esos perjuicios
»El hombre recibió en su nacimiento
»De mí, entre otros, dos grandes beneficios,
»A saber, que feliz e inmortal fuera.
»Perdida ya su dicha, si siguiera
»Siendo inmortal, sería su tormento
»Interminable: así, por piedad pura,
»Le he señalado un término en que muera,
»Y breve: si él aprovecharlo sabe;
»Si a mis preceptos leal, triunfa glorioso
»En el combate cruel, está segura
»Su recompensa para cuando acabe.
»Al salir, como el oro refinado,
»Del crisol doloroso
»De las tribulaciones que ha pasado,
»Su alma sublime, suelta
»Del inocente barro en que está envuelta,
»Pasará a un lugar puro sin tardanza,
»Por la calma habitado y la esperanza,
»Hasta que llegue el venturoso día,
»En que mis numerosos escogidos
»Completen nuestra corte reunidos.
»El Cielo ha visto ya su rebeldía
»Castigada, y la tierra delincuente
»La pena ha de sufrir correspondiente.
»Este rigor hará que los humanos
»Observen mis preceptos soberanos.»
Dice, y su Hijo, inclinado, acatamiento
Le hace: al punto resuena
La celeste trompeta, cuyo acento
Sonoro el Cielo dilatado llena:
La misma es que después en la alta cumbre
Del Sina, envuelta en espantable lumbre,
Al bajar el Eterno, aterró tanto
De Israel acampado al pueblo santo,
Y la propia también que en lo futuro
Hará salir los muertos del oscuro
Sepulcro, cuando en llamas consumido
Exhale el mundo el último gemido.
Apenas del Señor ha publicado
El heraldo celeste con robusto
Pecho el decreto augusto,
Cuando de nuevo el Cielo se estremece
Al son de la trompeta replicado,
Que repetido por los ecos crece.
Los hijos de la luz, los deliciosos
Vergeles de amaranto presurosos
Dejando, y las orillas deleitables
Del río de la vida, en que bebiendo
El néctar puro, alegres disfrutaban
De la felicidad, vienen corriendo
Al templo eterno: sus innumerables
Turbas aquel vasto ámbito llenaban,
Y silencioso cada uno adorando
A Dios, su silla de aro iba ocupando.
De esta manera entonces, del divino
Eterno trono, de donde el destino
Del universo pende, a su luciente
Celeste corte habló el Omnipotente:
«¡Hijos míos! habéis visto que, ansioso
»De saber todo, el hombre ha pretendido
»De su alto Dueño conseguir la ciencia.
»Puede estar orgulloso
»De ese conocimiento que ha adquirido
»Del bien y el mal, con su desobediencia.
»¡Cuán cara ha de costarle esa soñada
»Ventaja! Más feliz hubiera sido
»El triste, en mantenerse en la ignorancia.
»Inevitable en su alma limitada,
»Que en dejarse cegar por su jactancia.
»Víctima al fin de los remordimientos,
»Desengañado ahora
»De su locura, mi piedad implora
»Con sincero dolor: si sus lamentos
»Compadeciendo, yo lo perdonara
»Desde luego, del árbol de la vida
»Quizá también el fruto le tentara,
»Y un fatal beneficio para él fuera
»Que, haciéndose inmortal, de su afligida
»Y miserable suerte la carrera
»Funesta para siempre prolongara.
»Toma, pues, oh Miguel, una escogida
»Hueste de Querubines:
»Con ellos ve, y que guarden vigilantes
»Del Edén en contorno los confines:
»No escuches la piedad: parte, y destierra
»A aquellos dos profanos habitantes
»De su sagrada y venturosa tierra;
»Pero no te armes de un ceño severo:
»Al paso que castigues al culpable,
»No agraves más su suerte miserable.
»Trátale en lo posible con dulzura:
»De sus remordimientos el sincero
»Clamor a mí ha llegado: si se humilla
»Su corazón, y observa con sencilla
»Obediencia mis leyes, su amargura
»Tira a suavizar, con la esperanza
»De una futura y próspera mudanza
»Indícales de lejos el sagrado
»Medianero, a salvarlos destinado.
»Ve, pues: cerca de guardias prontamente
»A Edén; desnuda tu resplandeciente
»Espada; que, centellas inflamadas ,
»Vibrando, cierre todas las entradas:
»Cuida que el Angel infernal astuto,
»De seducir al hombre no haga prueba
»Con ese otro ahora más funesto fruto,
»Y su hambre y sed sacrílega no mueva.
Así acaba, y Miguel en el instante,
Ordenada su escuadra fulminante,
Parte: cada guerrero cuatro frentes
Presenta, y en las alas relucientes,
Como en sus cuerpos, brillan encendidos
Miles de vivos ojos esparcidos,
Nunca cerrados, que con fácil vela
Hacen eterna, exacta centinela.
En esto, la mañana ya nacía,
Y perlas en las flores esparcía:
A los perfumes que éstas exhalaban,
Los de las oraciones se mezclaban
Que humilde Adán al Todopoderoso
Dirigía. Su pecho, desmayado
Hasta entonces, de un nuevo y vigoroso
Calor por grados siente ya animarse,
Y el gozo en su interior equilibrado
Con la tristeza, opone en la balanza
A su temor, un rayo de esperanza.
Más tranquilo, a su esposa así a explicarse
Comienza, y como bálsamo escogido
Su discurso conforta su afligido
Corazón: «¡Oh Eva, dice, cuántos bienes
»A la piedad de nuestro Dios debemos!
»Cuantos tiene tu esposo, cuantos tienes,
»Son suyos. ¿Y con que pagar podemos
»Tanta bondad? Mas ya que no alcanzamos
»A agradecerle como deseamos,
»Le aplacaremos con la fervorosa
»Oración, consagrándole rendidos
»Nuestros dos corazones afligidos.
»Una sincera lágrima es bastante
»Para apagar de pronto en su piadosa
»Mano la llama de su fulminante
»Rayo. Yo mismo soy de ello testigo;
»Cuando en tu compañía con mi ruego
»Busqué poco hace en su piedad abrigo,
»Notar me pareció que desde luego
»Aclaraba su ceño nebuloso
»Y se nos sonreía bondadoso.
»Me volvió desde entonces la esperanza,
»Y de la paz con ella la bonanza;
»Aun oigo la promesa milagrosa,
»Aquella su expresión consoladora:
«Una mujer será de la orgullosa
Serpiente con el tiempo vencedora.»
»Esta palabra, que en aquel momento
»Borró de mi memoria un miedo helado
»Propio de la ocasión, ahora, aliviado
»Mi corazón, de nuevo ya a mi oído
»Suena. Aquel mismo débil instrumento,
»Por el que el hombre ha sido seducido,
»De su venganza servirá al intento.
»Temía antes la muerte, y ahora excita
»Mis esperanzas. ¡Tú, mi esposa amada,
»Eva, madre bendita
»Del humano linaje, destinada
»A restaurar el mundo, cuán gozoso
»Te doy de madre el titulo glorioso!»
Eva, bajos los ojos, con modesta
Expresión le responde: «¡Amado esposo!
»¿Cómo puedes tratar con tal ternura
»A la autora funesta
»De tu ruina, a la misma que nacida,
»Para hacerte feliz, por su locura
»Te puso en tan horrible desventura?
»Eva, que trajo al mundo la homicida
»Muerte, ¿es creíble que aun le de la vida?
»La ignominia era el único salario
»Competente a mi exceso temerario,
»No esos amables títulos honrosos:
»Pero de ese jardín en que dichosos
»Hasta ahora hemos vivido,
»Cuyo suelo, ya ingrato, endurecido
»Desde hoy, a fuerza sólo de sudores
»Corresponder podrá a nuestras labores,
»Es ya hora que cuidemos,
»Y qué día tan triste nos espera,
»Tras de una noche entera
»De desvelo cruel, en que no habemos
»Hecho más que llorar. Desentendida,
»Con todo de estas penas, ya la aurora,
»Exacta en despertarlos, viene ahora,
»Del bullicio seguida,
»A desterrar el Plácido reposo,
»La entrada abriendo al astro luminoso.
»Vamos, pues, Caro Adán, al olvidado
»Trabajo: en adelante, de tu lado
»Jamás me apartaré: en tu compañía
»La noche me verá, me verá el día.
»Y ahora, supuesto que el Señor tolera,
»Que este hermoso paraje aún habitemos,
»Por mucho, qué nos cueste, procuremos
»Que fructifique. Dios no nos hubiera
»Dejado en él si amor no nos tuviera.
»Perdimos otros bienes más preciosos,
»Mas contentos con éste, no amarguemos
»Su goce con recuerdos dolorosos.
Así Eva, humilde y tierna, discurría
Con Adán. Mas ¡cuál era la tristeza
De éste al ver toda la naturaleza
Mudada, y que a sus ojos no ofrecía
Mas que motivos de terror y duelo!
La alba apenas colora
Los campos con su luz alegre y pura,
Cuando asoma una nube asoladora
Que la oscurece con espeso velo;
Una águila feroz, desde la altura
Del inflamado y tenebroso Cielo
Se precipita sobre dos brillantes
Aves, que huyen al punto, y corta el viento
Tras de ellas. El león busca ya hambriento
La presa y deja los enmarañados
Bosques, al descubrir en los distantes
Campos dos cervatillos: aterrados
Con su vista, hacia Edén rápidamente
Huyen; pero el no menos diligente,
Corre tras de ellos, con furor rugiendo.
Con los ojos Adán los va siguiendo,
Y de aquellos agüeros afligido,
A su tímida esposa así se explica:
«Ya lo ves, Eva, el Cielo multiplica
»Las señales, de que aun está encendido
»Su enojo. Si el Eterno silencioso
»Se mantiene, repite el espacioso,
»Mundo alrededor nuestro, con gemido,
»El grito de la muerte, que en nuestra alma
»Penetra, y con terrores nos desvela.
»El Señor por ventura se recela,
»De que entregados a una falsa calma,
»De que hemos de morir nos olvidemos,
»Y con esto hace que lo recordemos.
»Por más que nuestra muerte se difiera,
»Del seno de la tierra producidos,
»Un día en el seremos recogidos:
»Esta suerte infalible nos espera.
»Mas ¿cuál será este día? ¿Que camino
»Conducirá, por la región desierta
»De la vida, a cada uno a aquel destino?
»Una lóbrega nube nos lo oculta,
»Y estos crueles objetos más abulta.
»Todo es dudoso; mas la muerte es cierta,
»Testigos esos tristes moradores
»De la tierra y del aire, cuya huida,
»Que has visto, a un mismo asilo dirigida,
»Tal vez no habrá evitado los furores,
»La rapidez de sus perseguidores.
»También lo es esa noche que oscurece
»La luz del día apenas aparece.
»Pero mira al ocaso: en este instante,
»¿Ves que la oscuridad de una brillante
»Luz se reviste, como el más hermoso
»Día, y en pompa dirigir parece
»Lentamente hacia aquí, en un luminoso
»Carro, algún diputado
»Celestial, a nosotros enviado?
No se engañaba: el escuadrón divino,
Luciente, se acercaba a su destino.
Al paso que se aleja
Del Cielo, un surco de resplandor deja
En los líquidos aires, hasta tanto
Que, de Edén para sobre el monte santo.
¡Cuán grata aquella escena hubiera sido
Para ti, Adán, si los remordimientos,
Las inquietudes y los sentimientos
De la vergüenza no hubieran roído
Tu corazón, tu vista amortecido!
No fue tan majestuosa
La visión de Jacob, cuando del Cielo
Vio pendiente la escala misteriosa,
Y bajar hasta el suelo
Las escuadras angélicas formadas,
De inmortales fulgores inflamados.
El Arcángel radiante,
Manda a su escolta cerque en el instante
Al Edén, y él, calando la espesura
Del monte, a Adán divisa en la llanura.
Adán le ve venir, y estremecido
De un terror santo, dice así a su esposa:
»Eva, prevénte a oír una embajada
»Celestial: estará determinada
»Nuestra suerte, o tal vez habrá querido
»De nuestro Dueño la bondad piadosa
»Darnos alguna tregua. Allá en la cima
»Del monte, advierte aquella nube de oro,
»Que a ella ha traído del celeste coro
»Una escuadra: repara
»Que solo hacia nosotros se aproxima
»Un guerrero, que de ella se separa.
»El aire noble, el majestuoso porte,
»Indican que algún grande potentado
»Es de la empírea corte.
»Nada noto en sus ojos que motivo
»Nos dé de recelar; mas su semblante,
»Sin embargo, no tiene aquel agrado
»De Rafael, aquel dulce atractivo
»Con que nos encantaba. Yo, adelante
»A recibirle voy, con el respeto
»Que se debe a su clase y a su aspecto:
»Tu aquí espera apartada.»
Se encamina, y el sacro mensajero,
En figura de un hombre, la elevada
Cuesta baja: a intimar viene el severo
Decreto del Señor; mas con dulzura
Su resplandor templando,
Porque Adán totalmente no se espanto.
De una fuerte y magnífica armadura
Guerrera está vestido, y su presencia
Es heroica: al viento van ondeando
De su manto de púrpura brillante
Los vastos pliegues. Ni remotamente
Competir pudo en la magnificencia
Con aquélla, la púrpura luciente
Que se labraba en la soberbia Tyro,
De aquel pez famosísimo extraída
Y hasta tres veces con primor teñida.
Ni tampoco en riqueza la igualaron
Los bellos trajes que en el vasto giro
Del Asia voluptuosa trabajaron
Para los reyes y los más famosos
Héroes, cuando de sus belicosos
Triunfos, brillando de esplendor y gloria,
En la paz celebraban la memoria.
Su varonil belleza, presentaba
La juventud florida,
A la prudencia de la edad unida:
En el hermoso tahalí brillaba
El celeste Zodiaco, y pendiente
De él traía el acero fulminante.
Terror del arrogante
Satanás, que cual viva llama ardía,
Y la terrible lanza en su valiente
Derecha mano rayos despedía.
Adán, ambas rodillas en el suelo
Hincadas, le saluda humildemente.
El ministro del Cielo,
Guardando su elevada jerarquía,
Sin volverle el saludo ni inclinarse,
De esta manera comenzó a explicarse:
«Tus oraciones la piedad divina
»Admitir se ha dignado. Dios pudiera
»Castigar sus derechos ofendidos
»Por medio de una muerte repentina,
»Agradécele, pues, que la difiera.
»De bondad lleno, tiempo quiere darte
»Para que con mil frutos escogidos
»De virtudes, redimas por tu parte
»E1 exceso fatal de haber probado
»Aquel que con rigor te habla vedado.
»A este precio te arranca del horrible
»Abismo del Infierno; mas desde ahora
»Jamás habitarás este apacible,
»Jardín, pues que el Señor de él te destierra.
»Obedece rendido sin demora:
»Parte lejos de aquí, por ese mundo
»Un asilo a buscan eterna guerra
»Haz a su vasto y árido terreno:
»Con tu sudor lo volverás fecundo:
»Naciste en él, y su maternal seno
»Te dará mientras vivas alimento,
»Y después de tu muerte alojamiento.
A este discurso, Adán, mudo de espanto,
Se siente helar la sangre. Eva, escondida
No muy lejos de allí, en lo más secreto
De un bosquecillo, oído este decreto
De su destierro, de un mortal quebranto
Al punto enajenada, su guarida
Descubre con sollozos y clamores,
Que aumentan de su esposo los dolores.
«¡Oh golpe para mi ánimo afligido,
»Gritaba Eva, más cruel que el de la muerte!
»¡Conque ya no hay recurso, he de perderte,
»Oh deliciosa tierra! ¡Edén querido,
»Felices campos en que yo he nacido,
»Envidiados del Cielo, he de dejaros!
»¡Ay triste! En medio de mis dolorosas
»Penas me lisonjeaba de habitaros,
»De haceros dividir mis lastimosas
»Quejas y mis lamentos,
»Y ahora, mi corazón desconsolado
»Llevará sólo los remordimientos,
»La memoria de haberos profanado
»¡Oh vosotras, objetos preferidos
»Por mi cariño, flores hechiceras,
»Adiós! no me veréis ya a las primeras
»Muestras del día, vuestros encogidos
»Cálices presentará los lucidos
»Rayos de un sol benigno; tiernamente
»Cultivar vuestra infancia; con frecuente
»Riego animar vuestros desfallecidos
»Retoños, y sembrar vuestra escogida
»Semilla, para daros nueva vida
»En una prole bella y numerosa.
»¿Quién desde aquí adelante sabrá diestra
»Dar el terreno a cada tribu vuestra
»Propio para criarla más hermosa?
»¿Quién nombres os dará, correspondientes
»A vuestras calidades diferentes?
»¿Quién os tendrá el amor que yo os tenía
»Cada mañana, con afán corría
»A cuidaros: la tarde me encontraba
»Con vosotras: la noche me privaba
.Sola de vuestra dulce compañía:
»Con las aguas de Eden de refrescaros
»Cuidaba: sólo puedo ya regaros
»Con lágrimas amargas de mis ojos.
»¡Adiós, pues, para siempre, amadas flores.
»Vuestros dulces perfumes y colores
»No hallaré en otra parte: una desierta
»Región sí, que de espinas y de abrojos,
»Como mi corazón, esté cubierta.
»Y tú, que de guirnaldas me esmeraba
»En adornar, a cual más primorosa,
»¡Triste de mí! cuando aun era dichosa,
»¡Oh nupcial lecho! ¡cuán lejos estaba
»De pensar que jamás te dejaría!
»¡Adiós te queda! ¡Desgraciado día!
»¿A qué climas, qué yermos espantosos
»Iremos a extraviarnos?
»¿Acaso tierra habrá que pueda darnos
»Los frutos de este suelo deliciosos?
»¿Que alimentos ahora encontraremos
»Que puedan reemplazar los que perdemos?
»¡Adiós Edén! Un sueño lisonjero,
»Fue tu goce, tan poco duradero.»
Al oír de estas quejas la amargura,
Consolarla procura
El divino ministro, interrumpiendo
Sus dolorosos gritos, y diciendo:
«No llores, Eva; lleva con paciencia
»Las pérdidas que bien has merecido.
»No abandones con tanta renitencia
»Unos bienes que tuyos nunca han sido.
»Parte: sola no vas, sigue a tu esposo:
»Si amándole, con él dividir sabes
»Tus penas, serán mucho menos graves,
»Y tu destierro menos trabajoso:
»Con él encontrarás en cualquier suelo
»Tu patria, y de tus males el consuelo.
»Al oírlo, Adán se calma, y resignado
Así dice al celeste diputado:
«¡Oh tú, cualquier que seas, eminente
»Ciudadano del Cielo,
»Que das a conocer con tu presencia,
»De tu dignidad suma la excelencia,
»Cómo has sabido con bondad prudente,
»Al ejercer tu oficio riguroso,
»Suavizar bien su efecto doloroso!
»Si no hubieras tenido esa indulgencia,
»El decreto fatal que hemos oído
»El fin de nuestra vida hubiera sido.
»¿Y qué mayor desgracia era posible
»Nos sucediese? ¿Qué otro más terrible
»Golpe que ese destierro? ¡Desgraciados!
»A esta patria feliz acostumbrados,
»A estos campos celestes, su segura
»Posesión nuestras penas consolaba.
»En nuestra desventura,
»Era el único bien que nos quedaba.
»¡Y perderlo! ¡Y huir! ¿adónde iremos
»A dar con nuestros días lamentables?
»Fuera de este recinto, no hallaremos
»Otra cosa que yermos espantables,
»Extraños totalmente
»Para nosotros, como lo seremos
»Para ellos. ¡Ah! ¡Si yo esperar pudiera
»Que ese dueño, que adoro tan clemente.
»A mis humildes ruegos atendiera,
»Con qué ardor a sus plantas me postrara
»Y a implorarlo de nuevo me animara!
»Mas ¿qué harían mis súplicas rendidas?
»¡Ah! son ya tardas para ser oídas.
»Fuera sólo oponer mi flaco aliento
»Al fiero impulso de un deshecho viento;
»Y mis instancias, lejos de aplacarle,
»No harían, puede ser, mas que indignaría.
»Humilde, pues, la justa providencia.
»De mi Dios obedezco: lo que siento
»Más al dejar esta feliz morada,
»Esta mi patria amada,
»Es verme desterrar de su presencia
»Divina. Si a lo menos permitiese
»Que, para alivio de tan cruel ausencia,
»De tiempo en tiempo a este jardín volviese
»Su sacro suelo todo correría,
»Y en los lugares en que se ha dignado
»Dejarse ver de mí, con el agrado
»De un padre cariñoso,
»Con el mismo fervor le adoraría.
»Por todas partes buscaría ansioso
»Los rastros de los dones y favores
»Que me ha hecho, registrando los primores;
»De sus obras divinas, y podría
»A mis tiernos hijuelos, reunidos
»Alrededor de mí, que con delicia
»Me oirían, de, ellos dar la útil noticia,
»Y en sus pechos dejarlos esculpidos.
»Sobre esa excelsa cumbre, les dijera
»(Jamás se borrará de mi memoria),
»A, mí se apareció por la primera,
»Vez, con toda la pompa de su gloria.
»Entre esos verdes pinos, con frecuencia
»Su voz oí: gocé de su presencia
»En aquella arboleda: en la ribera
»De aquel arroyo, recibió benigno
»Mi humilde vasallaje.
»Delante de mis hijos alzaría
»Entonces un altar, en el paraje
»Mismo, que fuese un permanente signo
»De nuestro amor y humilde rendimiento
»De las piedras y céspedes haría
»Del mismo arroyo el sacro monumento
»Sobre aquella ara rústica, las flores
»Y la mirra escogida, sus olores
»Uniendo, un puro incienso a la grandeza
»De Dios daría la naturaleza.
»Mas, en esos desiertos nebulosos,
»En esos climas fríos que debemos
»Ir a habitar, ¿en dónde encontraremos
»De su augusta presencia los preciosos
»Vestigios, de sus dones los sagrados
»Recuerdos? De su vista desterrados,
»Objetos de su cólera seremos.
»Mas ¿qué digo? Algún rayo de alegría
»Templa al presente la tristeza mía:
»Dices que aun nos perdona, que difiera
»Nuestra muerte, que quiere
»Que en numerosos hijos renazcamos
»Si su ira justamente nos castiga,
»Su piedad con dulzura nos mitiga
»La pena. Aun de la dicha disfrutamos
»De poderle adorar, bien que remotos,
»Y de esperar que en los desiertos cotos
»De ese lóbrego mundo adonde vamos,
»De su benigna luz alguna pura
»Vislumbre aclare nuestra suerte oscura.
»Destierra un miedo que al Señor ofende,
»Le respondo Miguel: ¿piensas acaso
»Que su presencia augusta no se extiende
»Mas que al terreno escaso
»De ese jardín? Su inmensidad contiene
»Y llena el universo: el soberano
»Cetro del aire y de las hondas tiene.
»Y la terrestre esfera está en su mano:
»Por él respira el hombre: de él recibe
»Cuanto alienta, la vida, y en él vive.
»Si de Edén el imperio te ha entregado,
»¿Creerás que a él esté el suyo limitado?
»La capital del mundo hubiera sido
»Tu jardín, si no hubieras delinquido,
»Y tu noble y fecunda descendencia
»De innumerables pueblos, esparcida
»Por todo el mundo, hubiera concurrido
»Aquí, para prestarte la obediencia,
»Como a su padre y rey a ti debida.
»Tu crimen te privó de estos derechos,
»Y os debéis ahora dar por satisfechos
»De que tenga el Eterno la indulgencia
»De dejaros vivir tranquilamente
»En un terreno en que, aunque menos puro,
»Hallaréis alimento suficiente
»Para vosotros y vuestro futuro
»Linaje. Sobre todo, aunque invisible,
»Como en todo lugar, allí presente,
»Dios oirá vuestros ruegos bondadoso:
»Vuestra naturaleza corruptible
»Sostendrá, y os hará menos penoso
»El triste curso de la mortal vida.
»Ahora, para instruirte y libertarte,
»Antes de tu salida
»De aquí, de tus terrores infundados,
»De orden del Cielo voy a revelarte
»En perspectiva exacta, mas ligera,
»La suerte a que estáis tú y tu venidera,
»Raza, aun la más remota, destinados.
»Veras en ella unas vicisitudes
»Extrañas: una mezcla inconcebible
»De dichas y desgracias: levantadas
»A veces hasta el Cielo las virtudes.
»Las viciosas pasiones sepultadas
»Por su turno en el cieno más horrible:
»El bien cerca del mal, con indecible
»Confusa liga: el orbe gobernado
»En partes, por las leyes del Eterno,
»Y en otras, torpemente subyugado
»Bajo el tirano imperio del Infierno:
»Uno al otro la tierra disputando,
»Consiguiendo, o cediendo la victoria.
»Si todos estos cuadros registrando,
»Los imprimieres bien en tu memoria.
»Tu orgullo contendrán con provechoso
»Terror, y enseñarán a tu firmeza
»Varonil a que lleves moderado
»Los, bienes y los males sin flaqueza,
»Y de una incierta suerte con reposo
»Siguiendo el curso vario, el temeroso
»Ultimo día veas resignado.
»¿Ves aquel alto monte? Subiremos
»A su cumbre, y en tanto que tu esposa
»Se entrega al sueño, que mi cuidadora
»Mano sobre sus ojos ha vertido,
»En grueso, desde allí recorreremos
»Por todo el orbe, a nuestros pies tendido,
»La suerte que a los hombres se destina.
»Contigo voy adonde me encamina,
»Tu bondad, dice Adán: ya mi constante.
»Ánimo corre intrépido delante
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633
»De todos cuantos malos conjetura:
»Sea cual sea su peso, los recibo,
»Y con valor trepando por la dura
»Senda que seguir debo mientras viva,
»Arribare, por mucho que trabaje,
»Con feliz calma al término del viaje.»
Entrambos van en el instante mismo
Adonde se ha de abrir el negro abismo
De lo futuro. Al fin de Edén estaba
La alta cumbre que al orbe dominaba,
Y una serenidad inalterable.
Y perpetua su asiento allí tenía.
No fue tan alto y claro aquel famoso
Monte adonde el tirano detestable
Del Infierno, con bárbara osadía,
Llevó a1 Hijo del Todopoderoso,
Y desde donde, sin saber quién
Le mostró toda la terrestre esfera.
Una por una cada monarquía;
Su poder y riqueza; y orgulloso
De seducirle con su ardid perverso,
Las ofreció al Señor del universo.
Adán de allí la vista ya extendía,
Un espacio infinito divisando;
Pero como debía ir registrando
Objetos más distantes y mayores,
Que habían de exigir ojos mejores
Que los suyos, Miguel su vista corta,
Por la terrestre niebla oscurecida,
Con un celeste bálsamo conforta,
Y después, con dos gotas de la clara
Agua del sacro río de la vida,
Como el cristal más puro se la aclara.
Una llama por ella de repente
Pasa, y su alma ilumina interiormente.
Mas tanta luz le deja deslumbrado,
Y su vigor de tal modo quebranta,
Que cae desmayado.
El Ángel de la mano le levanta,
Y su valor anima, así diciendo:
«Toda esa muchedumbre que estás viendo
»De infelices, de ti es originada
»Y por sola tu culpa condenada.
»Oh crimen contagioso cual fecundo,
»De cuántos otros llenarás el mundo.»
Adán en esto ve un campo espacioso,
Cubierto de un enjambre numeroso
De segadores: al opuesto lado
Un rebaño extendido por un prado,
Y cotos que las tierras dividían
Va que los varios dueños poseían.
En el campo feraz que se segaba,
Sobre la verde yerba se elevaba
En medio un altar rústico, y en su ara
Una porción de espigas, recogida
Sin elección alguna, y ofrecida
Como primicia por la mano avara
De un dueño escaso, que contra su gusto
Al Cielo paga aquel tributo justo.
Sus sudores el campo han fecundado,
Y aun de sudor su rostro está inundado.
En aquel mismo instante,
Con modesto semblante,
Está un pastor en otro altar cercano
Presentando al Eterno lo más sano
Y más lucido de su numeroso
Rebaño: sobre ramos inflamados
Arden los intestinos, y mezclados
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635
El humo y el vapor del oloroso
Incienso, todo junto, como nube
Cándida, al Cielo sube.
Cae de pronto un rayo luminoso
Sobre el altar, e indica al inocente
Que ha recibido favorablemente
Su sacrificio el cielo.
El otro, menos digno igual consuelo
No dio al mezquino dueño, que rabioso
De envidia, un grueso canto arrebatando.
Corre, lo arroja contra el virtuoso
Pastor, y le abre una mortal herida.
Cae el justo, y si, sangre derramando,
Pierde con ella su inocente vida.
A esta desgracia, Adán, horrorizado,
Al Ángel dice: «¿Que furor malvado,
»Sin respetar las aras ni el augusto
»Dios que en ellas se adora, se ha atrevido
»A verter esa sangre santa y pura,
»A privar de la vida a ese hombre justo?
»Y es éste aquel amparo, por ventura,
»Que Dios a la virtud ha prometido?
»Su guía le responde tristemente:
»Hijos tuyos, oh Adán, esos rivales
»Son entrambos; mas ¡oh cuán diferente,
»De cada uno es la suerte! Ese piadoso
»Pastor, dotado de las celestiales
»Gracias, víctima muere del furioso
»Odio que le juró su mismo hermano.
»Devorado de envidia el inhumano,
»A1 verle por su Dios favorecido,
»Todo respeto y ley echó en olvido.
»De su delito pagará la pena
»A su tiempo ese cruel, al que enajena,
»Cual ves ya, el roedor remordimiento,
»Y le hace revolear en el sangriento
»Suelo, su horrible exceso deplorando
»Y de obtener perdón desesperando.
»Entonces podrá ver por experiencia
»Cómo venga un Dios justo la inocencia.
»¡Oh monstruo! exclama Adán, ¡rabia implacable,
»En la causa y efectos execrable!
»¡Conque, testigo de tan dura suerte,
»Sin sufrirla aun, sé ya lo que es la muerte!
»Este es, pues, el camino
»Que ha de pasar el hombre desgraciado
»Para volver a su primer destino.
»¡Oh muerte, que con sólo haber mirado
»Tu muestra me pareces tan horrible,
»Es preciso que seas insufrible!
»¡Oh desgraciada vida,
»Aun es más dolorosa tu salida!
»Destierra ese temor, cobra tu aliento,
»Le dice el Ángel; es lo que ahora viste
»De un fratricidio cruel la imagen triste:
»Te aterró el espectáculo sangriento;
»Mas no siempre la muerte tan terrible
»Aparato presenta a los vivientes:
»Todo hombre a parar va a su alojamiento
»Tenebroso; mas Dios por diferentes
»Sendas los lleva: lo que más sensible
»Se hace en aquella fúnebre morada,
»Es la tristeza y luto de su entrada;
»Mas para todos es un paradero
»Indispensable. El afilado acero,
»Del uno, antes del término debido,
»Corta la vital trama;
»Otro muere en las ondas sumergido;
»A aquél consume la encendida llama;
»A otros acaba la hambre; y la abundancia
»A muchos más, abriendo ancha carrera
»A la desenfrenada intemperancia,
»De la cual nacen casi cuantos males
»Son para los humanos tan fatales.
»Eva la abrió la entrada la primera
»Con su ejemplo y sus hijos desgraciados,
»Serán por ella misma castigados.
»Ven, registra ese asilo lamentable
»De los dolores: nota ese espantable
»Enjambre de variados y crueles
»Males, que en mil aspectos horrorosos
»Llenan, ministros de la muerte fieles,
»La gran capacidad de sus inmundos
»Muros, y con los mismos ponzoñosos
»Hálitos de los muertos, inficionan
»A un número mayor de moribundos.
»Dentro de esos dominios temerosos,
»Es donde se amontonan
»Cuantas penas padecen los humanos
»La rabia, con los ojos centelleantes.
»Del delirio los ímpetus insanos:
»La locura, variando por instantes
»Mil ideas extrañas:
»El cólico, torciendo las entrañas
»Doloridas: la piedra, atormentando
»Las úlceras roedoras, destrozando
»Los cuerpos a porfía:
»La amarilla vigilia, con hundidos
»Ojos: la tos ferina, los oídos
»Estremeciendo: la melancolía,
»Con lánguido mirar: al apurado
»Asma siempre alentando, y siempre ahogado.
»La hidrópica hinchazón: la consumida
»Tisis: el fiero hervor de la encendida
»Calentura: el catarro, encrudeciendo
»Los humores, y el pecho endureciendo
»De la acre gota los intolerables,
»Dolores; y entre tantas formidables
»Calamidades, la devastadora
»Peste, que sola más vidas devora
»En un breve momento,
»Que en muchos días su escuadrón sangriento.
»Mira los infelices, entregados
»A esos crueles verdugos, revolcarse,
»Torcerse de dolor desesperados:
»Repara que no cesan de quejarse,
»De gemir, de gritar continuamente:
»Cada sexo su clase diferente
»Tiene de males; las edades cuentan
»Los suyos, que a cada una la atormentan
»El terror, las angustias, y la loca
»Desesperación, corren presurosas
»De cama en cama, van de boca en boca
»Excitando las quejas lastimosas:
»La muerte cruel las sigue, y su homicida
»Arma vibrando, a veces suspendida
»La tiene, y sorda a todos los clamores,
»Cien veces, cual abrigo el más propicio,
»Por sus víctimas tristes invocada,
»De oírlos lamentar regocijada,
»A proporción que crecen sus dolores,
»En prolongar se esmera su suplicio.
»¡Ah! ¡Qué mortal feroz será al que tanto
»Colmo, de malos no derrita en llanto!.»
Al ver tales horrores,
Adán, por más que nada ha recibido
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De la mujer, pues que es de Dios nacido,
Se siente desmayar, gime, suspira,
Y helado de terror al Cielo mira.
Un torrente de lágrimas inunda
Sus ojos, y con voz desfallecida,
A su aflicción profunda
Abre en estas palabras la salida.
«¡Oh suerte horrenda! ¡Oh raza desdichada!
»¡Parad, crueles tormentos!
»Ya que quiera el Señor que perezcamos,
»¿Por qué hacernos morir en tantas veces?
»¡Oh tú, con tales ansias invocada.
»Ven, Muerte, a socorrernos! Los momentos,
»Hasta verte llegar, tristes contamos.
»Si tu espantosa copa hasta las heces
»Ha de ser por los hombres consumida
»¿Para qué se nos dio, o se nos impuso,
»El yugo intolerable de esta vida?
»O darla de una vez, o en el confusa
»Abismo, de la nada,
»Dejar nuestra fatal casta olvidada.
»¿Formó Dios estos flacos edificios
»De nuestros cuerpos, para entretenerse
»En destruirlos a fuerza de suplicios?
»¿Ignora que por sí han de disolverse?
»¡Ah! Si el hombre previera,
»Al ser en este mundo introducido,
»Los males que le aguardan en la vida,
»De la cuna asustado atrás volviera.
»¡Oh Dios que le criaste! Por malvado
»Que sea, ¿cómo es dable hayas querido
»Borrar tu misma imagen, esculpida
»En su rostro? ¿Ese timbre le habrás dado
»Sólo por adornarle
»Cual víctima, y al fin sacrificarle?
»Adán, replica el Angel: engañado
»Habías, e injusto: el hombre delincuente,
»De su rango caído enteramente,
»Ya de Dios nada tiene. Cuando hollaste
»Su precepto, a los brutos te igualaste,
»Separándote de él. En aquel punto
»En que se entregó el hombre a su grosero
»Apetito, borrado el fiel trasunto,
»La imagen del Señor, a su torpeza
»Le abandonó, y así tu lastimero
»Dolor no desfigura
»Ya las facciones de su imagen pura,
»Sino sola tu vil naturaleza.
»Bien, dice Adán; ti Cielo me someto,
»Y a volver a la tierra me sujeto;
»¿Mas para qué esa muerte, cuyo horrible
»Ceño me atemoriza? ¿Faltaría,
»Para pasar a su morada fría,
»Otra senda más corta y apacible?
»¿No podía ella misma disfrazarse,
»Y menos espantosa presentarse?
»Pues sólo en ti consiste el despojarla,
»Replica el Angel, de ese fiero aspecto;
»Tu puedes fácilmente transformarla
»En un suave sueño: ten sujeto
»Tu apetito: disfruta parcamente
»De todo lo terreno: haz que presida
»La modesta templanza a tu comida:
»Que el comer y el beber, no a tu golosa
»Ansia se arreglen, sino solamente
»A tu necesidad, a una juiciosa
»Justa moderación: de esta manera,
»De la vida alargada la carrera,
»Cuando llegue tu día,
»Sin dolor, sin tormento, ni agonía
»Penosa, por la tierra reclamado
»Con la marca del Cielo,
»Será tu muerte un sueño sosegado.
»Cual la madura fruta cae al suelo
»En el otoño, o cede fácilmente
»A la mano al cogerla, dulcemente
»Caerás también, de días buenos lleno
»Tú, de la tierra en el maternal seno.
»Será después que la vejez helada
»Haya venido: ya tu frente arada
»De arrugas estará, y la tez oscura,
»De la juventud toda la frescura
»Florida habrá perdido:
»La cabeza nevada
»Blanqueará, y tu vigor desfallecido,
»Cual los mismos sentidos embotados,
»No podrán saborear ya los usados
»Placeres. Aun tu sangre empobrecida
»En las rígidas venas,
»Algunas gotas conservará apenas
»Del bálsamo suave de la vida.
»Árida el alma misma y abrumada,
»De la juventud pierde marchitada
»La alegría, y mirando cual quimera
»Lo actual, en lo futuro nada espera.
»Convengo, dijo Adán, pues me aseguras
»Que nos impone la naturaleza
»De esta pesada carga la dureza,
»Que en adelante, de mis amarguras
»No prolongará mi alma los sensibles
»Recuerdos, antes bien, su diligente
»Cuidado cifrará en hacer sufribles
»Las penas de esta vida dolorosa,
»Y en aguardar, lo más tranquilamente
»Que pueda, su catástrofe penosa.
»No debes con exceso amar la vida,
»Le responde Miguel, ni aborrecerla:
»Con tu odio, la tendrías oprimida:
»Mucho afecto, podría corromperla:
»¡Triste el que la detesta, y desgraciado
»El que a ella ciegamente está entregado!
»Mientras vivieres, virtuosamente
»Tira a vivir; esto es lo suficiente:
»Deja que el Cielo con lo demás cargue,
»Y que abrevio tu vida, o que la alargue:
»Pasemos ahora a más alegre escena.»
Dice: y a aquella vista dolorosa,
Otra sucede al punto deleitosa:
Se deja ver una campiña llena
De tiendas de campaña, de colores
Varios, y alrededor en las praderas,
Muchedumbre de ovejas, de terneras
Y de vacas lozanas, despuntando
La tierna hierba y olorosas flores:
Más cerca, los oídos encantando,
Sus acentos armónicos unían.
Oboes y laúdes melodiosos:
Otro mortal entre, ellos, se ocupaba
En recorrer con dedos primorosos
Un clave, cuyos ecos competían
Con los de una arpa, que otro manejaba,
De unas en otras rápido saltando
Las cuerdas. Entre todos, ya apurando
Las notas, ya con sabia y moderada
Lentitud arreglándose en los varios
Tonos, o concordantes o contrarios,
Ya con una reunión arrebatada
De sonidos distintos,
Forman mil agradables laberintos.
El fuego ruge allá en la fragua ardiente,
Y el pesado martillo sobre el duro
Yunque retumba, en que un ahumado herrero,
Con incansable apuro,
Doma el hierro rebelde. Diestramente
Pule otro el bronce, cual sí fuese acero,
Sea que aquel metal, un encendido
Fuego las densas selvas devorando,
En su mineral haya derretido,
Y sus negros conductos destrozando,
Este, por algún antro haya salido
Derramado, los campos abrasando,
Sea que los torrentes
Subterráneos, con rápidas corrientes,
Sus basas arrancando a las oscuras
Entrañas de los montes, esparcidas
Las hayan arrojado en las llanuras:
Lo cierto es que ya en hoyas prevenidas,
Por diversos canales
Corren hirviendo a hundirse los metales:
Enfriados en la tierra,
De su masa, el artífice industrioso
Forma el corte de una hacha, de una sierra
Los roedores dientes, o un arado,
A abrir profundos surcos destinado.
Otros, dan al macizo y luminoso
Material mil labores diferentes,
A otras obras más finas conducentes
Que trabajan con arte primorosa.
En esto, ven bajar de una elevada
Cumbre otra bella tribu numerosa
De hombres, que llenos de un ardiente celo,
Viene a propagar la ley sagrada
Del Señor, el amor a los humanos,
Y del culto de Dios los soberanos
Ritos, del orbe por el vasto suelo:
Adán los va siguiendo con la vista.
De las tiendas en esto, alegre y lista,
De jóvenes hermosas
Una turba escogida
Sale, de oro y de púrpura vestida.
Sus brillantes adornos, sus preciosas
Galas, ceden con todo a su belleza:
Forman diversos bailes, en que airosas
Lucen todo su garbo y ligereza:
Algunos cantan, o la dulce lira
Tañen. Aquellos sabios que aún admira
Adán, por sus encantos seducidos
Arden, y con los ojos encendidos
De impura llama, las están mirando,
La virtud y los Cielos olvidando.
Escoge al punto cada cual la dama
Cuyo atractivo más su pecho inflama:
Cada uno del deleite al aliciente
Su alma abandona, hasta que llega la hora,
En que caído el sol al occidente,
Resplandece la estrella protectora
De los amantes, y un pronto himeneo
Enlazándolos, colma su deseo:
El himeneo, que divinizado
En aquel tiempo antiguo, por primera
Vez, con cánticos sacros celebrado
Fue en aquella ocasión. La placentera
Solemnidad, banquetes abundantes,
Acompañados de la deliciosa
Música, que repiten los distantes
Ecos terminan. Todos la gloriosa
Tierna conquista aplauden, y acabada
La función general esta dispuesto
Por cada tienda, privativa fiesta,
En que es con igual gozo celebrada:
En todas, la algazara y la alegría
Sigue, de aquel solemne y fausto día.
Al ver tal diversión, tantos gozosos
Bailes, cantos, banquetes abundosos,
Tantas preciosas galas, tantas flores;
Tal es la fuerza de los seductores
Atractivos, que Adán alucinado
Los terrores de su alma ha desterrado.
»¡Oh Ángel, exclama, por quien yo he leído
»Los secretos del Cielo,
»Con que risueños cuadros el consuelo
»Has derramado en mi animo afligido!
»Mi corazón ya se abre a la esperanza
»No me habías mostrado todavía
»Si no objetos de horror y de venganza;
»Mas por fin, a mi vista has ofrecido
»Otros, que acuerdan, llenos de alegría,
»La dicha ya perdida al alma mía.»
El Ángel interrumpe, así diciendo:
»¡Oh tu, que, de tu culpa prescindiendo,
»Eres la obra sublime, el fiel traslado
»Humana del Señor que te ha criado!
»¡Teme, a esas apariencias atendiendo,
»Dejarte seducir! Esos asilos
»De los dulces delirios amorosos,
»De placeres y cantos voluptuosos,
»Al parecer felices y tranquilos,
»Serán del vicio y crimen madrigueras.
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646
»Un día saldrán de ellos almas fieras
»Que mancharán sus violentas manos
»Con sangre de sus míseros hermanos
»A raudales vertida.
»Bien es verdad que de las industriosas,
»Artes, alivio de la humana vida,
»Serán los inventores
»Mas soberbios, ingratos, sus dichosas
»Invenciones, cual partos celebrando
»De su vivaz ingenio únicamente,
»¡Negarán al Eterno los loores
»Que por ellas le deben, e irritando
»Con tal deslealtad su enojo ardiente,
»Pagarán algún día
»Su negra ingratitud y su osadía
»Distinguirá, con todo, la hermosura
»Su descendencia. Esas mujeres que ahora,
»De tan bella figura
»Ves, cuya gracia es aun más seductora,
»De un himeneo casto las delicias
»Desdeñarán, y la alegría vana,
»La bulliciosa vanidad mundana,
»Al doméstico gozo prefiriendo,
»Se entregarán sin freno a las caricias
»Del vicio; y esos sabios distinguidos
»Con el nombre sagrado
»De hombres de Dios, en fuego impuro ardiendo
»Por ellas, como has visto pervertidos,
»Todo honroso pudor abandonado,
»A su atractivo inmolarán su gloria.
»Y esta indigna victoria
»Que sobre la virtud logre el inmundo
»Vicio, ¡qué males no acarreará al mundo!
Adán al oírle, llora amargamente,
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647
Y el placer que ha gozado aquel momento,
De aumentar sirve su anterior tormento.
«¡Oh que ignominia, exclama: ¡los secuaces
»De la virtud dejarse torpemente,
»Y tan pronto, engañar por los falaces
»Atractivos del vicio, y olvidarla!
»¿Cómo es posible que dejar de amarla
»Pueda el que en algún tiempo la ha querido?
»¡Ah! lo veo; comió la seducida
»Mujer aquella fruta prohibida,
»Y de su ingratitud son las fatales
»Precisas consecuencias, el olvido
»De la virtud y todos esos males.
»No, no la acuses exclusivamente
»El Ángel le replica. ¿Por ventura
»El hombre indócil, que con tal flaqueza
»Su hecho imitó, fue menos delincuente?
»Como dotado de mayor cordura,
»Lejos de complacerla con bajeza
»Debió impedir que de él se separara,
»Y el precepto por sí guardar fielmente,
»Aunque ella a quebrantarlo se arrojara.
»Mas mira ahora una nueva perspectiva,
»Aun de más; extensión y más activa.»
Vastos dominios, campos cultivados
Se ven: la pompa de las populosas
Ciudades, templos, torres orgullosas,
Palacios de diversas estructuras,
Reyes, campeones, héroes armados,
A las sangrientas lides preparados:
Su talla gigantesca, su guerrero
Lujo y sus espantosas cataduras
Terror infunden: unos, afilados
Dardos arrojan, otros, con ligero
Artificioso freno, los fogosos
Bridones guían por los polvorosos
Campos, y raudos al combate avanzan.
Los peones también a él se abalanzan:
Ambos campos están ya batallando,
La sangre humana a ríos derramando
A otro extremo, una tropa de feroces
Soldados Adán nota, que veloces,
Con horrible algazara,
De ovejas y de vacas numerosos
Rebaños, todos de belleza rara,
Consigo traen, que han sido robados
Por su violencia a los floridos prados.
Lejos ya de sus pastos deliciosos,
El dolor de dejarlos, con balidos
Tiernos explican o con sus bramidos;
Aterrados huyendo los pastores,
El campo con sus gritos y clamores
Atruenan: otra escuadra bien armada
A su socorro vuela en el momento:
Alcanzando a los fieros robadores,
Una batalla empeñan obstinada:
Se mezclan, se rechazan, un sangriento
Diluvio riega el prado en que pastaba
El ganado pacífico y que hollaba
Tranquilo: de cadáveres y heridos,
De armas rotas, de dardos esparcidos,
La tierra y verde yerba está cubierta,
Y a poco, el bello suelo sólo ofrece
A la llorosa vista una desierta
Tierra, que la sorprende y la entristece.
De un sitio el espectáculo espantable
Sucede a aquella serio temerosa
De combates. Se ve una populosa
Fuerte ciudad, cercada y embestida
Por una multitud innumerable
De feroces guerreros:
Los unos, la subida
Con escaleras a sus altos muros
Intentando, por ellas trepan fieros
Otros, de aquel terreno los oscuros
Senos, diestros mirando,
Se van a las murallas acercando:
Y otros, al descubierto, con los duros
Arietes, a sus masas embistiendo,
Ya las arruinan con horrible estruendo.
Con valor se defienden los sitiados:
Una tempestad ciega de apiñados
Dardos, flechas y piedras diligentes
Hacen llover sobre los sitiadores:
Acompañan sulfúreos torrentes
De fuego, que con furia despedidos,
Los devoran, sobre ellos dirigidos:
La discordia, la rabia, sus furores
Ejercen, precediendo a la homicida
Muerte, con el destrozo entretenida.
Unos graves heraldos entre tanto,
Por la cana vejez endurecidos,
Mas que, con todo, reprimir el llanto
Apenas pueden, con el cetro usado
En mano, a fuerza do sus repetidos
Ruegos, al fin reunir junto a las puertas
De la ciudad consiguen el senado:
A los viejos se agrega una guerrera
Turba, se habla, disputa y delibera:
Fluctúan aun inciertas
Las opiniones: brama enfurecido
El Pueblo, que quisiera de repente
Ver aquel grande asunto decidido:
Un sabio entonces cuya edad madura
Pasó su primavera, y al estío
Ya toca, se presenta entre la gente,
Y arrebatado por su celo pío,
Les habla con vigor y con dulzura
De virtudes, de leyes, de obediencia,
De un Dios justo, del crimen juez severo,
Apoyo y vengador de la inocencia.
Los oyentes, del último al primero,
Todos, jóvenes, viejos, desdeñosos
Lo escuchan, y por último rabiosos,
Arman contra el las homicidas manos:
Dios entonces de aquellos inhumanos
Le libra, enviando una encendida nube
Que por los aires le arrebata, y sube:
Al verlo, el triste Adán llora y suspira:
«¿Qué mortales son esos, embriagados
»De sangre humana? dice ¿Quien inspira
»Tal furor en sus pechos obstinados?
»Son de la destrucción tal vez feroces
»Ministros, o no son sino es atroces
»Monstruos que han usurpado la figura
»Humana? ¡Cómo! ¿el hombre, esa criatura
»Nacida para el bien, es el villano
»Asesino ¡el hombre, y el hermano,
»Lo es del hermano ¡Oh crimen! ¡Oh sangriento
»Delirio! Mas quien es ese virtuoso
»Noble varón que el Todopoderoso
»De su furor libró con tal portento?
»Tu has visto, le responde el diputado
»Del Cielo, los fatales
»Lazos que a un pueblo impío han agregado
»Una tribu piadosa, al torpe vicio

»La virtud: de estos nudos desiguales,
»La discordia funesta es el monstruoso
»Fruto, y a un mismo tiempo es el suplicio.
»De ese enlace, tan raro corno odioso,
»Han nacido en el mundo unos mortales
»Bárbaros, que en la cuna se juraron
»Eterna enemistad: de ésta tomaron
»Principio la discordia turbulenta;
»La ambición insaciable,
»Seguida de la prole innumerable
»De males que produce; la sangrienta
»Victoria de la muerte precedida,
»Del triste luto y destrucción seguida;
»Y la rabia feroz encarnizada,
»Que del valor el nombre usurpa osada.
»Tales son los famosos vencedores,
»De los cuales al hijo embebecido
»El tierno padre contará la historia,
»Cual si la más gloriosa hubiera sido;
»Aquellos decantados triunfadores
»Que la lisonja al templo de memoria
»Destinara; los héroes famosos,
»De los míseros hombres sus hermanos
»Protectores potentes y gloriosos,
»Mejor diré, verdugos y tiranos!
»Yo ahí esos Dioses. Hijos de otros tales
»Dioses, a quienes cultos celestiales
»La ceguedad del hombre ha tributado.
»La sangre, los destrozos solos fueron
»Las causas que estas honras los trajeron;
»Y el hombre mismo, al fin desengañado,
»Su nombre, que duro algunas edades
»Con el rumor de sus atrocidades,
»En el desprecio dejará olvidado.
»Aquel varón que vistos, eminente
»En virtudes y celo, y que elocuente.
»A un pueblo injusto corregir quería.
»Es tu séptimo nieto, y un celoso
»Amigo de lo justo, el más virtuoso
»De su tiempo: es el solo que oponía
»Un muro firme a aquella raza impía.
»Por eso Dios, en un desconocido
»Paraíso lo tiene prevenido,
»Para que al fin del mundo, a penitencia
»Llame a tu pervertida descendencia.
»Así, cual viste, en una reluciente
»Nube, fue por los aires de repente
»A aquel lugar llevado,
»En donde vive bienaventurado,
»Interin llega el tiempo en que el segundo
»Destino ya cumplido que en el mundo
»Le espera, para siempre la presencia
»Goce de Dios: tal es de la inocencia:
»El premio, y ahora en otra escena observa,
»Cuál es el que al pecado se reserva.»
Mudada con efecto totalmente
Vuelve la escena de la paz brillante:
La fiera guerra, su espantosa frente
De bronce oculta y ya su voz tonante
A la tierra no tiene amedrentada:
Los bailes, los festines, las canciones,
A una loca alegría
Hacen por todas partes compañía,
Y a la disolución dan libre entrada:
Se desenfrenan todas las pasiones
Voluptuosas: los vicios más bestiales
La extensión de la tierra escandalizan,
Y cual virtudes ya se solemnizan:
Despreciados los sacros naturales
Lazos del matrimonio, sin misterio
A la lealtad insulta el adulterio:
La torpe embriaguez y la insaciable
Gula, de la lascivia el fuego inflaman.
En vano todos los derechos claman:
Se mira como objeto despreciable
La justicia, y al Cielo desafía
Con alta cara la blasfemia impía:
Entonces aparece un venerable
Varón anciano, que con voz austera,
Su moral santa opone por barrera,
De los vicios al rápido torrente:
A toda aquella corrompida gente
Manifiesta la cólera divina:
Les amenaza de una pronta ruina:
Les muestra el rayo, sobre su cabeza
Ya suspendido, pero inútilmente:
Lejos de corregirse, su impureza
Aumenta cada día. Al fin, perdida
La esperanza de ver tan obstinada
Generación perversa corregida,
Hacia una alta montaña se endereza,
De antiguos fuertes pinos coronada:
Se ocupa allí, con ánimo constante,
En hacer construir una flotante
Arca inmensa: prescribe su figura,
Su longitud, su latitud y altura:
La arca se eleva, y en sus divisiones,
Todos los frutos de las estaciones
Recoge a su designio conducentes.
Luego a su hueco oscuro y espacioso,
Por voluntad del Todopoderoso,
A la voz del anciano, diligentes
Un par de cada especie de viviente,
Animales, que el aire y tierra habitan,
Un refugio a buscar se precipitan.
El mismo, habiendo en vano
Anunciado a los pueblos las postreras
Amenazas del próximo castigo,
Escarnecido, cual si fuera insano,
De la arca al fin se recogió al abrigo,
Con su mujer, sus hijos y sus nueras,
Y cerró desde adentro toda entrada.
La atmósfera, hasta entonces sosegada,
Se turba por momentos:
Con furor silba el Austro, y cuantos vientos
Llovedores dormitan reservados,
Del Cielo en los terribles arsenales:
Se amontonan tormentas y nublados,
En los aires de denso vapor llenos:
Se inflama el horizonte con fatales
Meteoros, y aun tiempo oscurecido,
Queda en fúnebre noche convertido:
Por todas partes, formidables truenos
Retumban sin cesar: con ominosa
Luz, los vivos relámpagos descubren,
De un polo al otro, momentáneamente
Todo el horror que las tinieblas cubren:
Se precipita a ríos espantosa
La lluvia más espesa, interpolada
Con otra lluvia ardiente
De exhalaciones, rayos y centellas:
El vasto firmamento, interceptada
La claridad del sol y las estrellas,
No es ya más que una bóveda enlutada,
Un lóbrego desierto,
Que Cierra más la noche, y acrecienta
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El horror de la lluvia y la tormenta.
El mar, al cual las puertas se han abierto
Saltando fiero desde su profunda
Sima, se arroja rápido, bramando,
Los valles con los montes igualando.
Por todas partes, la ancha tierra inunda
La agua devastadora: de su esfera
La superficie es ya sólo un inmenso
Piélago sin ribera:
El arca, encima de él, rompiendo el densa
Diluvio como cúspide elevada,
Por las olas en vano atormentada,
Firme, con arreglados movimientos,
Flota, y se ríe de ellas, y los vientos.
Entre tanto en la tierra sumergida
Nada queda con vida
De cuanto allí, respira: no han podido
Salvarse ni aun los hombres que han logrado
A algún excelso monte haber subido,
Pues las aguas los han sobrepujado
Todos, y muchos de ellos se han hundido;
En los palacios de los poderosos
Reyes, nadan ahora los marinos
Monstruos; sirven las calles y caminos
De sendas a los peces escamosos.
De un sepulcro común en los horrores.
Enterrando a los hombres, sus honores,
Sus placeres, su orgullo, sus riquezas,
Y de su enorme lujo las grandezas,
El agua lava, y purga desde luego,
Un mundo profanado;
Hasta que en lo futuro, por el fuego
Quede, cual debe estar, purificado.
Todo perece, pues, todo se arruina:
Sólo la débil arca, la esperanza
Del mundo, que gobierna la divina
Piedad, burla del agua la pujanza.
Al ver aquel desastre temeroso,
Oh Padre de los hombres, ¡qué penoso
Diluvio de amargura
Convirtió tu esperanza en noche oscura!
Al ver tu descendencia aniquilada
Con la tierra, en las hondas sepultada,
Se heló tu sangre, y el extremo espanta
Aun del alivio te privó del llanto.
¡Infeliz! de los males que veías
Que devastaban la naturaleza,
El peso todo sobre tu cabeza
Abrumada sentías.
Miguel con todo, con benigno celo,
Le levanta del suelo,
En que le ve caer desfallecido,
Y suavizar procura,
Con expresiones llenas de ternura,
Las horribles escenas que ha tenido
A su vista: consigue finalmente,
A fuerza de bondad, que su afligido
Hecho, desahogue así, con voz doliente:
»¿Por qué mostrarme, ¡oh Dios! ese futuro
»Tejido de desgracias indecible?
»¿Para qué haber rasgado el velo oscuro
»De mí ignorancia dulce y apacible?
»¿A qué mostrarme la desgracia ajena,
»La ruina de mi triste descendencia?
»¿No era bastante la desgracia mía?
»¡Suerte cruel! hasta ahora me reía
»El pecho tu memoria, mas tu pena
»¡Cuánto más crece con la, fatal ciencia
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»De lo que han de sufrir mis desdichados
»Hijos, y del horrendo
»Medio con que han de ser aniquilados!
»¡Y quizá siglos estaré sufriendo
»Este tormento! ¡Adiós, dulce reposo,
»Suave sueño! ¡adiós todo consuelo!
»¡El fin de mi progenie doloroso
»Ha acabado de echaros de este suelo?
»¡Ve mi aflicción, Dios justo, a quien imploro
»Aun no existen los males que, yo lloro;
»Pero de ser no dejan efectivos,
»Pues han de serio en tiempos sucesivos,
»Sin haber de evitarlos esperanza:
»¡Infeliz el que alcanza
»A prever sus tormentos venideros!
»A sufrirlos comienza en el instante,
»Cual si ya entonces fuesen verdaderos.
»¡Funesta previsión, que únicamente
»Sirves de hacer sentir como presente
»El dolor de nosotros aun distante!
»Pero ¿qué digo? En la total ruina
»Del humano linaje, ¿a quién la triste
»Voz de mi desconsuelo se encamina?
»¡Todo habrá perecido! ¡Y si, aun resiste
»Alguno de los míos a la fiera
»Desolación, y se mantiene vivo
»En algún alto punto de la esfera,
»Con fatiga trepando fugitivo
»De risco en risco, o ya en algún oscuro
»Antro escondido, lejos que de apuro
»Salga, de hambre y de miedo consumido.
»Para muerte más cruel habrá vivido!
»¡Ah! yo me lisonjeaba que, apagado
»De la inhumana guerra el rayo horrendo.
»Para siempre la paz restableciendo,
»Del hombre el hombre amado existiría,
»Y el hombre, por el hombre consolado,
»De una vejez tranquila gozaría;
»Mas ¿cuánto en mi esperanza me he engañado?
»La misma paz, origen es fecundo
»De más sangrienta plaga para el mundo.
»La de la guerra, a algunos limitaba
»Su furor, y ésta a todos los acaba.
»Mas dime, oh santo guía, las fatales
»Causas de tantos y tan crueles males,
»Y si tan general su influjo ha sido,
»Que mi raza del todo se ha extinguida.
»Aprende, dice el Ángel, su futura
»Suerte. Aquellos intrépidos mortales
»De robusta estatura,
»De lujo y de deleites embriagados,
»Con su fortuna al parecer contentos,
»Que vistes al principio, y que sedientos
»De sangre, unos contra otros irritados,
»Después a hierro y fuego se envistieron
»Haciéndose una guerra carnicera,
»Eterno nombre conseguir creyeron
»Con sus hazañas; mas la verdadera
»Gloria estaba muy lejos de sus almas:
»De su victoria atroz eran las palmas
»Las muertes, los destrozos, los lamentos
»De los tristes vencidos los tormentos.
»De este honor engañoso
»Con todo satisfechos, no tardaron
»En trocar de su orgullo la fiereza,
»De la blanda molicie en la bajeza,
»Y no se avergonzaron
»De pasar desde el carro victorioso,
»Al lecho del deleite voluptuoso.
»Del ocio, de los vicios, prontamente
»Las envidias, las crueles disensiones,
»En medio de la misma paz nacieron,
»Y tras de ellas las más viles pasiones.
»Por Dios abandonados justamente,
»En una dura esclavitud cayeron,
»En la que, por el vicio embrutecidos
»Los opresores y los oprimidos,
»Cual sus costumbres, su valor perdieron;
»Estos, y aquella turba de tiranos
»Perversos, que de humanos
»Nada tenían sino la apariencia,
»Víctimas de la más brutal licencia,
»De Dios, de la virtud, de la justicia,
»Y de todas las leyes se olvidaron.
»Tales progresos hizo la malicia,
»Que hasta los mismos sabios se extraviaron.
»En esto, sobre aquella noche oscura
»De corrupción, descuella de repente
»Un hijo de la luz, una alma pura,
»Que la virtud predica al universo,
»Que solo, en medio de un pueblo perverso,
»Opone su firmeza a la corriente
»Del vicio; los placeres, los honores,
»La ignominia y las penas despreciando,
»Al crimen orgulloso avergonzando,
»Y haciendo guerra a todos los errores,
»Infunde en el impío un saludable
»Temor; demuestra a todos cuán amable
»Es la justicia; enseña aquella estrecha
»Senda que al Cielo mismo va derecha,
»Y que huellan en dulce compañía,
»La virtud, la inocencia, y la alegría;
»Pero la multitud proterva y necia
»Le insulta, le escarnece y le desprecia.
»Mas Dios, a cuya vista está patente
»El corazón del hombre, prontamente
»Al justo va a vengar de tanta ofensa:
»Le mandará construir un arca inmensa,
»Y cuando él con sus hijos, y elegidos
»Animales, que el mundo nuevamente
»Han de poblar, en ella estén metidos,
»El Cielo, ejecutor de la divina
»Venganza, los depósitos abriendo
»Inmensos de aguas que su cristalina
»Bóveda está en su espacio sosteniendo.
»Con el diluvio universal, que viste.
»Cubrirá el mundo y cuanto en él existe.
»A un Edén llevará el mismo camino:
»¡Adiós, jardín! ¡Adiós, monte divino!
»Su río manso, vuelto en turbulento
»Mar, los vergeles que antes fecundaba
»Con su corriente brava,
»Ahora, arrancados de su firme asiento.
»Arrastrará dispersos, en las cimas
»De sus soberbias olas, a otros climas,
»Dejando en su lugar una desierta
»Isla, de breñas ásperas cubierta,
»Cuyas riberas sirvan de moradas
»De los monstruos del mar a las manadas,
»Mas, dejada, esta escena formidable,
»Vuelve la vista atenta
»A otra que sea menos lamentable.»
Ve en esto Adán calmarse la tormenta,
Cambiar los vientos, y las ondas fieras
Ir bajando del Cielo a sus riberas,
Las nubes huir del aquilón helado,
Y calmada su furia procelosa,
El mar ya por orillas circundado:
Sus olas se nivelan; su espaciosa
Superficie parece un claro espejo,
Y despide a lo lejos el reflejo
Del día; absorbe el sol con sus ardores
Gran parte de ella, en húmedos vapores.
Las esparcidas aguas, lentamente
Hacia el mar se retiran silenciosas:
La tierra disminuye la corriente
De sus arroyos, y las caudalosas
Ondas con que sus ríos se han hinchado,
Abriéndolas sus simas tenebrosas.
Todo calla. Ya el arca solitaria,
Largo tiempo juguete de la varia
Dirección de las olas, ha parado
En la cumbre del piélago, elevada
Sobre la cima de un excelso monte,
A un descollado risco asemejada
Del Althos, dominando el horizonte.
Las altas sierras, de los procelosos
Abismos sacan sus peladas frentes
Por grados, mas sus faldas, de frondosos
Bosques pobladas, en su fondo aun yacen.
Así en el mar, escollos eminentes,
Contra los que sus olas se deshacen,
Al aire elevan su penacho erguido
Y en ellas lo restante está escondido.
Los últimos torrentes precipitan,
Sus aguas ya en el mar, que, furibundo.
Las extranjeras ondas que le agitan,
De su seno sepulta en lo profundo.
De la arca entonces, el prudente anciano.
Para ver si la tierra el océano
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Inunda aún, o está ya descubierta,
Suelta el cuervo el primero,
Y después la paloma, mensajero
Más fiel, que al pronto circular volando,
Intimidada, a descubrir no acierta
Dónde poner el pie; mas alargando
El vuelo, vuelve al fin a la querencia,
Y en el pico una verde fresca rama
De olivo trae, que la paz proclama
Del Cielo con la tierra Esta ha salido
Ya de las aguas: la arca en diligencia
Vuelve al mundo su huésped escogido
y todos sus vivientes refugiados.
El anciano y sus hijos, elevados
Los ojos y las manos hacia el Cielo,
Al Eterno dan gracias fervorosos;
Pronto el Señor aumenta su consuelo
Fijando en los celajes nebulosos
Ese arco inmenso que resplandeciente
El horizonte abraza, matizado
De los siete colores más preciosos:
La púrpura, el azul y el reluciente
Oro, entre ellos se ven. Lo ha destinado
Por prenda del perdón que al afligido
Mundo en lo venidero ha concedido
Al ver Adán el arco luminoso,
Adora alegre al Todopoderoso:
«Si creo al Cielo, exclama, viviremos
»En nuestra prole amada:
»Por ese justo, y cuanto se ha salvado,
»Restablecer veremos
»El mundo, a mejor suerte reservado,
»Y en él su noble raza perpetuada:
»Dios, como justo y bueno, a los humanos,
»Ha querido probar; a los profanos,
»De sus sagradas leyes transgresores,
»Ha envuelto del diluvio en los horrores
»Pero el justo respira;
»El ha podido solo aplacar su ira,
»Y su raza fecunda y mejorada
»Restaurará la tierra devastada:
»Mas dígnate explicar menudamente
»Los misterios que en ese milagroso
»Arco ha ocultado el Todopoderoso,
»Si que lo sepa juzgas conveniente.
»Brilla en él toda su magnificencia
»Y su dulzura, y si mi inteligencia
»Débil consulto, al ver lo acaecido
»Antes en el diluvio, yo creyera
»Que indica que el Señor ha suspendido
»Aguas inmensas en la azul esfera.
»No te engañas, Adán, en tu supuesto,
»Le responde Miguel: Dios ha calmado
»De su furor el moribundo resto:
»Antes miró a la tierra: vio admirado
»Reinar con insolencia audaz el vicio,
»Y de arrepentimiento penetrado
»Asoló su magnifico edificio:
»Castigó a los perversos; mas, piadoso,
»Al justo protegió, y su temeroso
»Rayo apagó al instante,
»A fin de que en su prole reviviera:
»No, no se soltarán en adelante:
»Los torrentes del Cielo, ni otra fiera
»Lluvia devastará ese renacido
»Mundo, puesto que Dios lo ha prometido;
»Y así, cuando en los Cielos se presente
»Ese arco inmenso, aviva tu esperanza
»Y lee en su extensión resplandeciente
»Del Cielo con la tierra la alianza.
»Desde hoy ni un solo instante
»Dejarán de seguir su orden constante
»Los tiempos, días, años y estaciones,
»Y su curso apacible y arreglado
»Todas esas magníficas legiones
»De astros, hasta el momento señalado
»Para que el fuego de su oculta fuente
»Salga y devore al mundo en un ardiente
»Diluvio. Entonces, del sepulcro oscuro
»Dios sacará otro Cielo aún más puro,
»Y nueva tierra, en que sus escogidos
»Vivan eternamente reunidos.»


LIBRO DUODÉCIMO.

SUMARIO.

MIGUEL expone a Adán en una narración los sucesos posteriores al
diluvio. Le anuncia el linaje particular de Abrahán como aquel ha de
nacer el Redentor del linaje humano. Añade su encarnación, su muerte,
y demás misterios, y el estado de la Iglesia hasta su segunda venida.
Adán, consolado, da gracias a Miguel, y baja del monte en su compañía.
Despierta Eva, que había dormido todo aquel tiempo, pero que había
sido consolada también con sueños favorables. Miguel los coge a entrambos
de la mano, y los conduce fuera del Paraíso. Ven detrás de ellos
la espada de fuego fulminante, y los Querubines que rodean el Paraíso,
para impedir su entrada.
Cual caminante que de su jornada
Suspende la fatiga cuando ardiente
El sol divide en dos partes el día;
Tal el Ángel suspende la empezada
Relación que hechizado Adán oía;
Y así después la sigue nuevamente:
«Viste salir un mundo de las manos
»Del Eterno; con todos sus insanos
»Habitantes le viste sumergido,
»Y después a su ser restituido,
»Ocupado por nuevos pobladores;
»Mas no lo has visto todo: los portentos
»Del Eterno, sus vivos resplandores,
»Tu limitada vista deslumbraron:
»Voy a decirte los acaecimientos
»Que tus ojos entonces no alcanzaron:
»Escucha, pues, su interesante historia.
»Y guárdala indeleble en tu memoria
»Mientras que esos segundos habitantes
»Del mundo, entre sepulcros y ruinas
»Aun en pequeño número, y errantes,
»Anduvieron, teniendo las divinas
»Venganzas a su vista, escarmentados,
»Adoraron a Dios, y le sirvieron;
»Sus descendientes, ya más numerosos.
»Como en las artes más adelantados,
»Cultivando terrenos abundosos,
»En paz, copiosas mieses recogieron:
»La parra por las uvas abrumada
»Se dobló, y al olivo la pesada
»Carga oprimió del fruto delicado
»Lo mejor del ganado,
»De las ricas cosechas lo escogido,
»Las puras y abundantes libaciones
»Las flores, los altares, el rendido
»Culto formaban con que al soberano
»Dueño adorando de las estaciones,
»Imploraban sus gracias y sus dones.
»En las varias familias el humano
»Linaje dividido, cultivaba
»Las virtudes, y sólo disfrutaba
»De placeres tan simples como puros
»En su mesa inocente,
»Ni embriaguez ni lujo se veían:
»Las armas y los muros
»Solo contra las fieras le servían:
»La paternal autoridad, la fuente.
»Era de las sencillas justas leyes.
»De todos los gobiernos eran fijos
»Los términos: los hijos
»Eran vasallos, y los padres reyes:
»Mas pronto mudó todo: un hombre fiero,
»Cazador atrevido, fue el primero
»Que, arrebatado de ambición insana.
»De otros hombres feroces sostenido,
»De la violencia y del terror valido,
»Bajo un yugo arbitrario y duradero
»Logró oprimir la sociedad humana:
»El dar la muerte fue para él un juego,
»Una víctima, el hombre que opusiera
»La menor resistencia a cualesquiera
»De sus caprichos: con el hierro en mano,
»La guerra ejecutando a sangre y fuego
»Estableció en el mundo aquel odioso
»Imperio, y en él fue el primer tirano
»Su loco orgullo, al Todopoderoso
»Insultó cara a cara, pretendiendo
»Ser también Dios: cual de una rebeldía
»Castigaba al que no le obedecía;
»Y a él, rebelde al Señor que le ha criado,
»Sobre el castigo que padece horrendo,
»En las historias, para lo futuro,
»El nombre de rebelde le ha quedado.
»Desde cerca de Edén, su victoriosa
»Potencia extenderá, hasta la espaciosa
»Occidental llanura, en donde oscuro
»Hay un profundo abismo, cuyo seno,
»Hasta la vasta boca hierve lleno
»De encendido betún: por el respira
»El Infierno, y un río caudaloso
»De aquella glutinosa horrible llama,
»Por las campiñas del contorno gira,
»Y cuanto encuentra en su carrera inflama,
»O en las honduras duerme con reposo;
»El material de allí saca abundante
»Para hacer una torre, que levante
»Y en las nubes esconda su orgullosa
»Cabeza: empieza al punto: consolida
»El betún, las arenas reuniendo
»Con fuerte trabazón, la mole erguida:
»Ya comienza a elevar su prodigiosa
»Masa, a admirar al mundo destinada:
»La apresura el Rey bárbaro, queriendo
»Que su poder ostente, y su memoria
»Eternice: su fin sólo es la gloria;
»Que sea justa, o no, le importa nada.
»Tal es su intento: mas el invisible
»Dios, que ocultando al hombre su terrible
»Majestad, acostumbra a visitarle,
»Cuando la necia empresa considera
»Desde el Cielo, a que suba más no espera,
»La obra. No pueden menos de causarle
»Risa aquellos ridículos rivales
»De su poder, y conteniendo su ira,
»Como tenían todos los mortales.
»Sólo un idioma, de repente inspira
»Otro a cada familia diferente
»Su memoria trastorna de manera,
»Que olvidando del todo
»Su común lengua en la sustancia y modo,
»Cada uno de ellos juzga que realmente
»Se explica en ella, y no en otra extranjera.
»Se oye un murmullo de desconocidas
»Palabras, una jerga incomprensible
»De acentos y de voces confundidas;
»Nadie se entiende, todo el mundo clama,
»Y cuanto más se esfuerzan, más horrible
»Confusión se levanta, más se inflama
»La impaciencia de todos: si pretenden
»Entenderse por señas, se acrecienta
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»El tumulto, y aun menos se comprenden:
»Por calmarlos en vano se porfía:
»Crece más la algazara y gritería.
»Cesa el trabajo, la discordia aumenta,
»En todas partes cunde,
»Y el desorden con ella se difunde:
»Toda la gente al fin desesperada,
»Abandona la torre decantada:
»Lo aplaude el Cielo, y en la humana historia
»Para eterna memoria,
»Torre de confusión será nombrada.»
Del paternal cariño arrebatado,
Exclama Adán entonces: »¡Oh execrable
»Opresor! ¡Oh tirano insoportable!
»¿Conque un déspota osado
»Bajo un yugo cruel tendrá licencia
»De oprimir a mí amada descendencia?
»¿Cuáles son sus derechos? Dios ha puesto
»Bajo el imperio de los racionales
»Las aves, los pescados y animales,
»Todo cuanto respira; mas por esto,
»No ha dado al hombre sobre sus hermanos
»Dominio alguno: iguales los humanos
»En todo, no conocen ni reciben
»Leyes sino del Ciclo, por quien viven.
»Sólo Dios es su Rey, y ese atrevido,
»Que una ambición inextinguible enciende,
»Y con cetro de bronce les oprime,
»Más que a ellos, a su eterno ducho ofende.
»Cuyo dominio usurpa fementido.
»Esa obra, para el hombre tan sublime,
»De su orgullo ridículo resulta,
»La frente osada al Cielo levantando,
»Las tormentas y truenos desafiando,
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»A Dios en su palacio mismo insulta.
»Si, Miguel le responde; a ese insolente
»Opresor aborreces justamente;
ȃl ha turbado de la paz amable
»La dulzura, y al hombre ha despojado
»De aquella libertad inestimable
»Que antes gozaba; mas cuando engañado
»Por la torpe ilusión de tus sentidos
»Faltaste tú el primero a los debidos
»Respetos, y a tu Dios no obedeciste,
»Aquella augusta libertad perdiste.
»Y contigo tus hijos la perdieron.
»Hija de la razón y la inocencia,
»Sus compañeros fieles, con su ausencia
»Huyó, y sus privilegios fenecieron,
»Pues sólo en su juiciosa compañía
»Aprovechar la libertad podía
»A los hombres, y de ella separada
»Fuera disolución desenfrenada:
»Así, cuando dejaron el gobierno
»Del hombre esclavo ya de sus pasiones.
»Determinó el Eterno
»Que una sujeción útil, y fundada
»Sobre leyes severas y prudentes,
»Que arreglase del hombre las accione,
»Bajo una humana autoridad, hubiera,
»Que amparo fuese de los inocentes,
»Al paso que a los malos reprimiera.
»Tal fue el origen de las monarquías.
»Y otros muchos gobiernos, que en los días
»Posteriores los hombres adoptaron
»A proporción que se multiplicaron;
»Mas Dios a veces, cuando la malicia
»De los pueblos, sin freno abandonados
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»A los vicios, provoca su justicia,
»Permite que en cruel opresión giman,
»A un tiránico yugo esclavizados.
»No extrañes, pues, que opriman
»A esos tus descendientes los injustos
»Caprichos de ese déspota orgulloso:
»No sucediera, si ellos fueran justos.
»La esclavitud comienza en el momento
»En que la virtud falta; es el tormento
»Que el Señor destinó al hombre vicioso,
»Pues a falta de déspotas humanos,
»En sus pasiones tiene sus tiranos.
»¿Quieres otros ejemplos? Cuidadoso
»Repara a ese hombre impío, que nacido
»Del que en el arca al mundo ha revivido,
»Echado atrás todo filial respeto,
»De su padre desnudo hizo el objeto
»De sus escarnios: él y su futura
»Prole, en castigo, esta sentencia dura
»Recibieron: »Seréis perpetuamente
»Siervos de siervos de vuestros hermanos.»
»Así la humana gente,
»Del viejo mundo la virtud perdiendo,
»Víctima de los vicios, y los vanos
»Errores, en excesos incurriendo,
»Mayores aun que los de sus abuelos,
»Cansará la paciencia de los Cielos,
»Y Dios la entregará a sus vergonzosos
»Deseos, apartando sus piadosos
»Ojos de aquellos hombres pervertidos,
»De aquellos hijos desagradecidos.
»Con todo, escoge un pueblo, descendiente
»Venidero de un justo, y le asegura
»Por medio de su padre su ternura.
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del Eufrates residía
»Este varón virtuoso, que un prudente.
»Juicio a las demás prendas reunía,
»En misterioso sueño, de repente,
»Dios sus altos intentos le revela:
»Deja, le dice, patria y parentela,
Y sígueme obediente a otras regiones:
Yo te liaré padre de un pueblo escogido,
En quien mi eterno amor he establecido,
Y de un número inmenso de naciones.
»Se levanta, se fía en su divina
»Guía: Dios mismo, sí, lo estoy mirando,
»Con su benigna mano le encamina:
»Cuanto en el mundo amaba abandonando,
»Con fe constante, al fin el delicioso
»País de Canaán huella, que tenía
»Contaminado ya la idolatría.
»De esta voz aun ignoras el sentido:
»Sabe, pues, que ha de ser tan horroroso,
»El extremo a que llegue en los humanos
»La malicia bestial, que prostituído
»De Dios el nombre, adoraran los frutos
»De la tierra, las piedras y los brutos,
»Y aun las más viles obras de sus manos:
»Mas el Santo viajero ha suspendido
»Ya su marcha prolija:
»Mira cuál de Siquem en la llanura,
»Junto a Amorek sus pabellones fija.
»Allí Dios le renueva su segura
»Promesa, y aun lo añade que habitantes,
»Serán de aquella tierra sus triunfantes
»Hijos. Pero tu mismo al Norte extiende
»La vista ahora, hacia Hemat, que allí situado,
»Limita a Canaán por aquel lado;
»Y para que te, enteres más, atiende
»A conocer los sitios por los nombres
»Que para entonces les darán los hombres,
»Al Mediodía tienes la espaciosa
»Región desierta, que la deleitosa
»Fértil tierra termina:
»Del monte Hermón los llanos al Oriente
»La limitan, y el mar al Occidente:
»¿Ves aquella alta cumbre? Es el Carmelo;
»Monte feliz, en donde la divina
»Fuente tiene el Jordán, que el rico suelo
»Fecundo riega, y sirve de barrera
»Contra toda invasión de la guerrera
»Gente oriental. Pues esa afortunada
»Región dominarán los descendientes
»De aquel grande varón, y dilatada
»Será su posesión en adelante,
»De Senir a las sierras eminentes:
»¡De aquel feliz Senir! (guarda constante
»Su nombre en tu memoria): allí el Eterno
»En tu linaje bendecirá al mundo:
»De él saldrá el Salvador, que Cielo y tierra
»Vengará del Infierno,
»Y hollará en la Serpiente aquel inmundo
»Espíritu que os hizo tan cruel guerra.
»Mas Dios estos sucesos misteriosos
»A tus ojos oculta todavía:
»Abrahán (que este es el nombre que tenía
»Aquel justo, por cuyos numerosos
»Nietos será esta tierra dominada)
»Establece ya en ella su morada.
»Del tiempo mismo las vicisitudes
»No borrarán allí de sus virtudes

»Su hijo y su nieto, ya por la firmeza
»De su fe, ya también por la pureza
»De su conducta, igualarán su gloria.
»Doce hijos contará su venturoso
»Nieto, que un día el suelo delicioso,
»De Canaán dejará, por la fecunda
»Tierra que el Nilo con arreglo inunda.
»Mira ese río allá, que con pomposo
»Curso, cubre de Egipto la llanura
»Inmensa, y con el cieno provechoso,
»Las más ricas cosechas la asegura:
»Regada así, lo que le queda de agua,
»Por siete bocas en el mar desagua.
»Viendo que una hambre general destruye
»El país en que habita, Jacob huye
»A refugiarse a su feliz ribera:
»Su hijo le llama allí, a quien su sincera
»Fe y su pureza, desde el cautiverio,
»Subieron al más alto ministerio
»De aquella poderosa monarquía.
»Establecido el padre en su terreno
»Con su prole, murió de días lleno:
»Su familia creciendo cada día,
»En pocos años fue tan numerosa,
»Que a un nuevo Rey llegó a ser sospechosa.
»Al temor dando oídos y a la envidia,
»La ley del hospedaje con perfidia
»Quebranta, de crueles vejaciones,
»De un cúmulo espantoso
»De trabajos los carga, y con horrible
»Crueldad condena a todos los varones
»Que nazcan de ellos a una irremisible
»Muerte. Entonces el Todopoderoso,
»Compasivo, suscita dos hermanos
»Para librarlos de tan inhumanos
»Perseguidores. Desde allí, cargado
»De los tesoros del amedrentado
»Egipcio injusto, aquel pueblo escogido
»Marcha al país que Dios le ha prometido.
»Mas fue para este viaje necesario
»Que el Señor obligase al temerario
»Monarca, con su brazo omnipotente,
»A que al fin los dejase libremente
»Ir de aquel reino idólatra y profano.
»Moisés y su hermano,
»Destinados a ser sus salvadores,
»Fueron de orden de Dios de embajadores
»A persuadir primero a aquel insano
»Y obstinado Monarca a que dejara
»Que de Egipto su pueblo se ausentara:
»Nada hizo efecto en su corazón duro:
»Del poder del Eterno revestido,
»Manda Moisés, y toda la corriente
»Agua de Egipto, en sangre de repente
»Vuelve: el aire se cubre de un oscuro
»Nublado de mosquitos extendido:
»Hierve todo aquel suelo
»De animales inmundos, que ya a vuelo,
»Ya caminando, inundan a millares
»Las casas, los palacios, los lugares.
»Grazna el sapo asqueroso aun en la mesa
»Del Rey, y hasta en la púrpura el impuro
»Voraz insecto es un tormento duro,
»Cual para la soberbia vergonzoso.
»Por orden de Moisés, con todo, cesa
»En un día el conjunto temeroso
»De aquellas plagas; mas la misma muerte
»De tantos importunos animales,
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676
»Es luego causa de otro mal más fuerte:
»Inficionan el aire sus fatales,
»Hálitos ponzoñosos, de tal modo,
»Y las aguas, que corro el reino todo
»Una peste cruel: de la murada
»Ciudad hasta la choza más aislada,
»Hiere sin distinción la plaga fiera,
»Que crece a proporción de su carrera,
»Los príncipes, los nobles, los villanos
»Los niños, los mancebos, los ancianos.
»A edad ninguna o condición perdona:
»La sangre, los humores inficiona,
»Con úlceras malignas devorando
»Las gangrenadas carnes, o elevando
»Encima de ellas lívidos tumores:
»Los cadáveres de hombres y ganados
»Yacen en confusión amontonados:
»La hambre la sigue: ya sus precursores,
»Granizos, piedras, fieros huracanes,
»Del labrador ansioso los afanes,
»Destruyendo, los campos han corrido.
»Vivas nubes de insectos voladores
»Aun lo que su furor no ha destruido
»Lo roen; frutos, plantas, verde yerba,
»Nada el voraz ejército reserva.
»Desaparece el día de repente:
»Opone el aire al sol nieblas impuras,
»Que pronto en condensadas en oscuras
»Nubes, enlutan su resplandeciente
»Luz, de manera que a la sombra dando
»Cuerpo, y toda la atmósfera ocupando,
»Cubren a los Egipcios de palpables
»Tinieblas. Un silencio temeroso,
»Vasto, cautiva todo el populoso »Reino: pero es bien pronto interrumpido
»Por gritos, por clamores espantables,
»Sollozos y alaridos lastimeros,
»De todas las familias desoladas:
»El Ángel de la muerte cruel ha herido
»En una noche todos sus primeros
»Hijos: desde el palacio del malvado
»Monarca, hasta las chozas olvidadas,
»Todos, sin excepción, han perecido.
»Con tan horribles males consternado,
»La obstinación suspende el orgulloso
»Faraón, y consiente en su partida.
»Mas pronto en aquella alma endurecida
»El despecho renueva su furioso
»Empeño. Como el hielo que en el fuego
»Se derrite, si de él lo apartan, luego
»Su dureza recobra, así pasado
»El primer susto, aquel Rey obstinado
»A su malicia vuelve. Vuela al punto
»Con poderoso ejército, que junto
»Tiene ya, a perseguir al fugitivo
»Pueblo, para traerlo muerto o vivo.
»Del Hebreo a la marcha el mar se opone,
»Y va por sus espaldas se dispone
»Faraón a embestirle, cuando el Cielo
»Dividiendo sus aguas procelosas,
»En seco deja su profundo suelo:
»Por él sigue aquel pueblo su camino,
»Teniendo a cada lado un cristalino
»Y alto muro, que forman respetuosas
»Las ondas: a su espalda una brillante
»Columna de una condensada nube,
»Que interpuesta al Egipcio, al Cielo subo,
»De noche los alumbra; pero oscura
»De día, ya siguiéndolos constante,
»Ya de su multitud llevando el frente,
»Del amparo de Dios los asegura:
»También de pabellón contra el ardiente
»Sol, les sirvió, y de gula en la desierta
»Arabia, que a sus ojos ya está abierta.
»Dios, sobre la columna colocado
»Su trono, en aquel lance, al irritado
»Tirano opone el lado tenebroso
»De ella, y estorba con su impenetrable
»Noche, que a alcanzar lleno aquel medroso,
»Pueblo, a su esclavitud acostumbrado:
»Mas con todo, a pesar de la espantable
»Sombra, el Monarca huella sin recelo,
»Del dividido mar el seco suelo.
»Llegada el alba, el Dios de la victoria
»A él se vuelve, rodeado de su gloria:
»Mira al Egipcio: tiembla: un repentino
»Desorden, sus formados escuadrones,
»Jefes, guerreros, carros y bridones,
»Revuelve en un confuso remolino:
»Tiende entonces Moisés la milagrosa
»Vara, ¡oh terror! El mar, dando un bramido
»Horrísono, por uno y otro lado
»Vuelve con todo el peso suspendido
»De su onda procelosa :
»A dar sobre el ejército espantado:
»Sobre él se cierra, y en sus espumosos
»Líquidos montes, rápido envolviendo
»Al Monarca y sus trenes belicosos,
»Cual plomo, al fondo de su sima oscura
»Precipitados, hallan sepultura.
»Todo perece: el pueblo hebreo viendo,
»De la opuesta ribera aquella horrible
»Catástrofe, su grato culto ofrece
»Al Eterno, que así le favorece.
»Huella de Canaán el apacible
»Suelo al fin, y se cumple su deseo,
»Mas lo cuesta un larguísimo rodeo,
»Porque el prudente Jefe que guiaba
»Sus tribus, de exponerlas recelaba
»En el camino recto a los sangrientos
»Ataques de los pueblos que tenían,
»Que atravesar, y que en la guerra hacían
»Ventaja a sus Hebreos, que nacidos
»Esclavos de los amos mas violentos
»Además de faltarles la experiencia
»De las armas, en ánimo abatidos,
»No podían hacerles competencia.
»Sus manos a una vil cadena usadas,
»Manejar no sabían las espadas.
»A paso lento pues, y con incierto
»Rumbo, a atravesar tiran el desierto.
»Mas, ya arreglando el culto, y una santa
»Policía en su marcha, se levanta
»Su nuevo imperio: un número de ancianos
»Es por sus doce tribus escogido,
»Que forme su senado, y con sus sanos
»Consejos, a Moisés, en el temido
»Cargo de gobernar, constante asista:
»Dios, que sobre ellos su piadosa vista
»Tiene, es su Rey, legislador supremo,
»Y tal es su bondad y amor extremo,
»Que sus leyes por sí mismo establece:
»Bajo sus pies, la cumbre se estremece
»Del Sina, en medio de una densa nube
»De humo, que recto por los aires subo,
»Con relámpagos vivos centelleando,
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680
»Y con estruendo horrísono tronando:
»De una trompeta el fúnebre sonido,
»El terror acrecienta repetido.
»El pueblo todo, alrededor postrado,
»Oír su voz espera amedrentado:
»El Señor, de aquel trono majestuoso
»Rodeado del nublado tenebroso,
»Como Dios les intima las sagradas
»Leyes, que como padre tiene dadas:
»Los derechos civiles establecen,
»Unas y otras al culto pertenecen.
»Mas su divina voz, y la grandeza
»De su gloria, no puede la flaqueza
»De aquel pueblo sufrir, y así, oprimido
»De terror, desde lejos con rendido
»Ruego a Dios pide que se digne hablarle,
»Por Moisés, que menos asustado
»Podrá oírle, y sus leyes trasladarlo.
»Todo en el mismo instante está calmado:
»Cesan los truenos, callan los sonidos
»De la trompeta. Dios únicamente
»Quiso enseñar a aquellos abatidos
»Seres, que es por sí el hombre insuficiente
»Para tratar con él; pero entre tanto
»Que venga el Medianero eterno y santo,
»Suple Moisés, y apoya los rendidos
»Votos, por los mortales exhalados;
»Anuncia su venida y su brillante
»Reino, que cantarán en adelante
»En sus sonoras liras los sagrados
»Profetas, de un santo estro penetrados;
»E1 establece en fin su culto y leyes,
»Y Dios es el primero de sus Reyes.
»De oro puro y de cedro construido,
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681
»E1 santuario, a los ojos escondido
»Del pueblo, guarda la arca misteriosa
»Donde el solemne título reposa
»Del acto en que el Señor perpetuamente
»Hace alianza con la hebrea gente,
»Y está sellado por su propia mano.
»Dos Querubines, sobre el alto plano
»De la arca arrodillados, con respeto
»Profundo, adoran el sagrado objeto
»De que es figura. Al frente del tremendo
»Propiciatorio, en que el Señor reside,
»Siete lámparas siempre están ardiendo
»Por todo el rededor del dilatado,
»Tabernáculo, al arca destinado,
»Una nube se extiende, que despide
»Resplandecientes luces, mientras dura
»La noche, al paso que día oscura,
»Sirve de velo a aquel templo divino,
»A no ser cuando el pueblo su camino
»Sigue; que entonces, puesta al frente, guía
»La marcha de su campo noche y día.
»Pero ya llega al fin de sus deseos,
»A la tierra que Dios le ha prometido.
»¿Contaré sus combates, sus trofeos,
»Tanto, enemigo bárbaro vencido?
»Basta decir que de su Jefe al celo
»Y viva fe, obedece el mismo Cielo.
»Manda parar la luna; en el instante
»Para. Detente, dice, ¡oh sol brillante!
»Se detiene, y testigo de su gloria,
»De alumbrar se envanece su victoria.
»Así será bendita
»La venturosa raza israelita,
»Que este nombre tendrá también la hebrea
»Nación, después que a Canaán posea.
»¡Oh intérprete del Cielo! ¡Qué bien sabe
»Tu bondad, dice Adán, en cuanto cabe,
»Calmar mis penas, con la lisonjera
»Vista de mejor suerte venidera
»Sobre todo, me anima esa dichosa
»Posteridad de Abrahaán, de Dios querida,
»Que con tantos sucesos distinguida
»Del culto guardará la religiosa
»Tradición: mas modera mi alegría
»Esta duda: el Señor no la daría,
»Tal ley, al parecer nimia y severa,
»Si en mil clases de culpa no incurriera;
»Y si así es, ¿cómo el Dios del universo
»Podrá habitar con pueblo tan perverso?
»Adán, responde el Ángel, tú pecaste,
»Y todo tu linaje contagiaste.
»A precaver los males destinada,
»Lo que prueba esa ley tan rigurosa
»Es el grado en que está desordenada
»Del hombre la razón: el mismo freno
»Duro que impone, muestra la espantosa
»Malicia, y variedades del veneno
»De la culpa: mas no da medio alguno
»Que para su expiación sea oportuno.
»En vano sacrificios de animales
»Para este fin prescribe a los mortales:
»Ni aquella sangre vil, aunque inocente,
»Ni la del hombre mismo delincuente,
»Basta a satisfacer solo un pecado.
»Siendo un Dios infinito el ultrajado,
»La malicia en la ofensa es infinita,
»Y así para soldarse, necesita
»De una infinita víctima que quiera
»Satisfacerla. Sí: es indispensable
»Que un ser eterno emprenda esta admirable
»Difícil obra, y por el mortal muera;
»Que por el vicio la virtud padezca;
»Que el bueno, por el malo a Dios se ofrezca,
»Y el justo, del injusto la injusticia
»Pague, y de toda culpa la malicia.
»Así, el hombre culpado
»Quedará en paz, absuelto y rescatado.
»Cuando en fin llegue el tiempo competente,
»Por la verdad, la sombra reemplazada.
»Será, y la oscuridad de los sentidos,
»Con abundantes rayos esparcidos
»De la fe por la antorcha refulgente.
»Se verá en un momento iluminada:
»De la noble virtud el amor puro
»Sucederá al impulso mal seguro
»Del servil miedo, y la filial ternura
»A la obediencia involuntaria y dura
»Que a la esclavitud sola pertenece.
»Tal será de los tiempos el futuro
»Orden. Esos tributos que ahora ofrece
»El hombre en expiación de sus defectos,
»Cual su culto simbólico imperfectos,
»Una preparación son solamente
»Para otra ley más suave y excelente
»Que anuncian, cual la aurora, el claro día
»Así, ese Jefe tan favorecido
»De Dios, y de su pueblo tan querido
»Moisés, con toda su sabiduría
» Y virtud, en la tierra Cananea
»No lo introducirá como desea:
»Esta satisfacción está guardada
»A Josué, figura del divino
»Jesús, que en los errores de esta vida,
»En los desiertos de esta desolada:
»Tierra, abrirá a los hombres el camino
»De la celeste patria, antes cerrado.
»A orillas del Jordán, en la extendida
»Feraz región que el Cielo le ha entregado,
»El Hebreo, del campo delicioso
»De mieses y de olivos coronado,
»De su parra a la sombra, con reposo
»Disfruta ya, y celebra las sagradas
»Fiestas, al santo culto destinadas,
»Hasta el día fatal en que ofendido
»El Cielo nuevamente, le abandone
»A las naciones que antes ha vencido;
»Mas pronto, arrepintiéndose sincero,
»Logrará que el Eterno le perdone.
»Su piedad le dará jueces primero,
»Y después reyes. De estos, el segundo,
»En toda clase de virtud fecundo,
» Religioso y guerrero,
»De la tierra temido, será amado
»Del Cielo. El Señor mismo lo ha jurado,
»Y le ha dicho: «El imperio que ahora fundo
»No acabará ni cuando acabe el mundo:
»Será eterno.» Describen la grandeza
»De aquel reino, y perpetua firmeza,
»Sin término ensalzando sus loores,
»Los sagrados cantores.
»Un hijo de David (y no te asombro
»Que Dios ya así, como mortal, le nombro)
»El mismo que el Señor ya te ha anunciado
»Que al universo todo ha de dar leyes,
»La esperanza del mundo, por los Reyes
»Acatado, y él mismo el más glorioso
»Monarca, como el último; que eterno,
»A ninguno otro dejará el gobierno
»Ni las insignias de su poderoso
»Reino, es el que, vertiendo su preciosa
»Sangre, inundará al hombre de consuelo,
»En unión amistosa
»Reconciliando con la tierra el Cielo.
»Antes que el reine, sucesivamente
»Habrá otros muchos reyes, de los cuales
»Uno, el más opulento y eminente
»En la sabiduría, a los mortales
»Monarcas dando ejemplo, a la sagrada
»Arca, en lugar de aquella dilatada
»Nube que en el desierto la escondía
»De la vista curiosa a la osadía,
»Es el que la construirá primero un templo
»De una magnificencia sin ejemplo:
»Sus sucesores, unos son virtuosos,
»Otros, del país tiranos voluptuosos,
»Profanan con orgullo temerario
»No sólo el trono, sino aun el santuario,
»Hasta que ya cansada la paciencia
»Del Señor, de los reyes las malvados
»Castigue, y de su pueblo la insolencia:
»Sus provincias entonces, sus ciudades,
»Sus reyes, sacerdotes y riqueza
»El juguete serán de la fiereza
»De la misma nación cuyos abuelos
»Quisieron elevar hasta los Cielos
»La ridícula torre, y confundidos,
»Fueron del mundo mismo escarnecido.
»Ellos el nombre, de la vergonzosa
»Confusión derivado, a la orgullosa
»Babilonia darán, de un formidable
»Imperio corte, en donde esclavizado
»Vivirá setenta años el culpable,
»Hebreo, de su patria desterrado,
»Como sus sacerdotes y sus reyes
»Sin templo, y bajo de tiranas leyes.
»Entonces, el Señor les dará oído,
»Y de su situación compadecido,
»La fiera Babilonia, de la cumbre
»De su gloria sacrílega abatiendo,
»Y otro imperio sobre ella estableciendo,
»Los sacará de aquella servidumbre,
»Renovando con ellos el sagrado
»Pacto que había al Rey David jurado.
»Ya vueltos a sus campos paternales,
»Al Eterno con himnos de alegría
»Gracias dando, su templo restablecen,
»Y sus aras, sirviéndole leales.
»En su humilde pobreza, con su pía.
»Devoción sus virtudes permanecen;
»Pero, creciendo en número y riqueza,
»La ambición se despierta, y la torpeza
»Del vicio: la discordia se introduce,
»Y espantosos desórdenes produce:
»Los sacerdotes, que por los humanos
»Rogar debían y elevar sus manos
»Puras al Cielo, los ministros siendo
»De la paz, al contrario con horrendo
»Furor la guerra excitan: las sagradas
»Aras gimen, al verse ensangrentadas:
»El templo es profanado, es invadido
»El trono, y de David desconocido
»E1 real linaje. Así la Providencia
»Lo permitía, para que olvidada.
»Del ungido de Dios la descendencia
»Que de David traía, destinada
»A aquel trono, nacer pobre pudiera,
»Y oscuro cual si un niño vulgar fuera;
»Mas una nueva estrella en el Oriente
»Su excelsa curia anuncia refulgente:
»Del fin del mundo, a aquella luminosa
»Señal, corren los Magos a adorarle;
»Por Dios, por Rey, por hombre, a tributarlo
»En incienso, oro y mirra la preciosa
»Señal de su rendido vasallaje:
»Unieron los pastores inocentes
»Con los de aquellos reyes su homenaje.
»Eclipsando a los astros relucientes,
»Les anuncian los Ángeles del Cielo
»Que Dios, vestido de la carne el velo,
»En un pesebre mísero ha nacido.
»Todos ellos, gozosos,
»El himno natalicio en las alturas
»Celestes entonando, presurosos
»Los pastores acuden al sabido
»Paraje, aquel Dios niño celebrando
»Que de una Virgen las entrañas puras,
»Sin dejar de ser Virgen, han parido,
»Y en el establo pobre está llorando,
»De quien Dios es el Padre,
»Y uJohn Milton donde los libros son gratis
688
na hija tuya inmaculada madre:
»Crece aquel niño, vive, al fin muriendo,
»Y al trono paternal después subiendo,
»En él de inmortal gloria coronado,
»Reinará eternamente, y su reinado,
»De vuestras dichas manantial fecundo,
»Comprenderá a los Cielos como al mundo.»
Así el Ángel benigno da consuelo
A Adán, que ya rasgado el denso velo
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Que la futura suerte lo ocultaba
De su linaje, de admirar no acaba
De la piedad divina la grandeza,
Y así a exhalar su inmenso gozo empieza:
«¡Oh profeta de bienes indecibles!
»¡Qué no te debo! Me has hecho visibles
»Misterios que entender yo no podía
»Y en que la dicha está del mundo y mía.
»Salve, ¡oh Virgen sagrada y venturosa,
»Gloria de mi linaje, en quien reposa
»La esperanza del mundo! ¡Salve, oh santa
»Hija mía! ¡A tu Dios tu puro seno
»Digno hospedaje da de gracias lleno!
»Contendrás al que el Cielo no ha podido
»Contener! ¡Por ti sola se levanta
»Al Cielo mi linaje antes perdido!
»¡Al Hijo del Eterno tú has formado,
»Bajo el cual Satanás caerá aterrado!
»Mas, ¿con qué herida, cuándo y de qué modo?
»Es natural que tú lo sepas todo.
»Los combates que has visto, le respondo.
»Miguel, no han sido más que una figura,
»De otros combates de que ni aun una idea
»Puedes tener, y toda conjetura
»Que de éstos por aquellos te aventures
»A hacer, es imposible que no sea
»Trocada; así, en formarla no te apures.
»Otra especie de lucha ese terrible
»Enemigo requiere, incomprensible,
»Para ti, superior a la flaqueza
»Del hombre. Reconoce su fiereza
»En que en el mismo tiempo en que arrojado
»Del Cielo fue, y al golpe desmayado,
»Le sobró fuerza aún para abatirte
»A sus plantas, vencido, y destruirte.
»El mismo a quien con tu desobediencia
»Ultrajaste, por más que esté ofendida
»Su Majestad, te curará la herida,
»Mas no aniquilará su omnipotencia.
»A Satanás, sí sólo los perjuicios
»Que causó al hombre con sus artificios,
»Y aun para esto es precisa una preciosa
»Víctima: pues que tú, ¡oh mortal! ¿quién eres
»Para dar el rescate desmedido
»Por el Rey de los reyes exigido
»Aun cuando con tu prole numerosa
»Mil veces, no una sola, perecieres?
»Sólo el hijo de Dios puede ese peso
»Soportar. El la muerte que tu exceso
»Merece sufrirá, y únicamente
»A ese precio podrá ser expiado
»Tu crimen, a tu prole trascendente.
»Por librarte, será Dios inmolado.
»Se vestirá de la naturaleza
»De hombre para sufrir tu merecido
»De pecados ajenos oprimido,
»Y cubierto de oprobios y bajeza,
»El juez del mundo se verá juzgado
»Por su pueblo homicida;
»Y cual facineroso sentenciado,
»En una infame cruz dará la vida.
»Tal será el inhumano, indigno trato
»Que hará a su Salvador el hombre ingrata
»A su último suspiro, correspondo
»La tierra con temblor, el Cielo esconde
»Su luz, se aplaca la ira del Eterno,
»Se confunde el monarca del Infierno:
»Cada gota de sangre que derrama,
»Es río inmenso de celeste llama
»Que el mundo de sus culpas purifica
»Y en él gracias divinas multiplica.
»Mas ya de consumar el sacrificio
»Llega el momento: al bárbaro suplicio
»Cede, agoniza, muere; mas la muerte
»Aquel cautivo fuerte
»No podrá largo tiempo en sus helados
»Brazos tener: apenas llega la hora
»En que comienza ya a asomar la aurora
»Del tercer día, cuando quebrantados
»Del lóbrego sepulcro los cerrojos,
»De él sale vivo, vencedor, triunfante,
»Mil veces más brillante
»Que el astro de la luz. Vibran sus ojos
»Y Rayos de pura llama. Al breve sueño
»Como hombre se entregó; de él se despierta
»Como Dios, cual supremo único dueño
»Del universo. Ocupa el negro espanto,
»Al verle entrar por la forzada puerta
»A toda la infernal mansión del llanto,
»Y le cede, temblando, los mortales
»Justos que en sus cadenas retenía.
»Tiembla la Muerte y suelta rechinando
»La presa que ya estaba devorando.
»Resuena el Cielo de himnos inmortales:
»El mundo todo inunda la alegría.
»Mas, antes de volver al trono eterno,
»Desea el vencedor, cual padre tierno,
»Ver aún a sus discípulos queridos
»Y enjugar de sus ojos afligidos
»Las lágrimas, dejándoles su gloria
»Para consuelo impresa en su memoria.
»Corno los compañeros voluntarios
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»De sus penas, y ya depositarios
»De sus altos secretos, por su medio
»Quiere al mundo dictar, para remedio
»De sus males, sus leyes saludables.
»Que la tierra corriendo infatigables,
»Con sus santos ejemplos las prediquen,
»Con su voz las enseñen y publiquen
»Y con las sacras ondas del bautismo,
»Arrostrando como él a la homicida
»Muerte y a los furores del abismo,
»Laven el hombre, a expensas de su vida.
»No es sola de Abrahán la descendencia
»La que será a la salvación llamada,
»Pues que toda tu raza dilatada
»Gozará de la misma preeminencia.
»Por todos muerto el Cristo, del fecundo
»Manantial de su sangre, la sagrada
»Fe beber se podrá por todo el mundo,
»Y de su ley siguiendo los brillantes
»Fulgores, el camino de la vida
»Andarán las naciones más distantes
»Formando una familia reunida.
»A los Cielos al fin sube triunfando,
»Y al común enemigo, al tenebroso.
»Satanás en los aires encontrando
»Al momento le prende, le encadena,
»Trémulo, atado al carro victorioso
»Le arrastra. Sufre intolerable pena
»El orgulloso monstruo al verse expuesto
»A la vista del Cielo, en tan funesto
»Ignominioso estado.
»El triunfador, de gloria coronado,
»Con el cetro en la mano, al luminoso
»Trono del Padre Todopoderoso
»Sube, y en él, a su derecho lado,
»Da principio a su próspero reinado
»Un día vendrá, en fin, en que un horrendo
»Incendio el frágil mundo consumiendo,
»De lo alto de los aires, revestido
»De su justicia y de su omnipotencia,
»Dará, a vista del Cielo estremecido,
»A los vivos y muertos la sentencia,
»A los justos premiando,
»Y a los malos severo condenando.»
Pasmado Adán, y aun tiempo enternecido
Al oír tales prodigios, concluido
El discurso, a Miguel, así se exprime:
»¡Oh exceso de piedad el más sublime,
»Que hace nacer el bien del mismo centro
»Del crimen! ¡Cuánta más grandeza encuentro
»En esa obra de amor incomprensible,
»A un infinito Dios sólo posible,
»Que en la que hizo sacando de la oscura
»Noche, de una palabra, la luz pura!
»¿Debo llorar yo acaso mi delito
»Por el que mi linaje fue proscrito,
»O aplaudirme de un mal que ha producida
»Tanto bien, que con Dios ha reunido
»Por tan estrechos lazos los humanos,
»Y ha hecho llover los dones soberanos
»Con tal exceso sobre su flaqueza,
»Que ha deificado su naturaleza,
»Por el cual ha vencido
»La piedad del Señor a su justicia,
»Y su bondad divina a la malicia
»Del hombre en tantos grados ha excedido?
»Mas, si siempre han de ser menos los justos
»Escogidos respecto a los injustos,
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693
»Cuando ese Salvador, en su eminente
»Trono, de nuestra tierra esté ya ausente,
»¿Quién los protegerá contra la impía
»Inmensa turba, llena de osadía,
»De los malvados? La doctrina pura
»De su maestro, llena de dulzura,
»Que al mal no opone más que la paciencia,
»¿No los entregará sin resistencia
»Como mansos corderos,
»A la crueldad de aquellos hombres fieros?
»Destierra, dice el Ángel, tu infundado
»Temor: es cierto que estarán expuestos
»Los buenos al furor y a los funestos
»Lazos de un mundo siempre conjurado
»Contra ellos; mas el Dios que los ampara
»Les dará los auxilios prometidos:
»Cuidará cual pastor de su grey cara.
»Su espíritu divino, a sus queridos
»Hijos enviará que les consuele,
»Y que en guardarlos poderoso velo,
»En sus pechos grabando
»Su ley santa, y sus almas inflamando
»Del fuego de su amor, de una admirable
»Y santa fortaleza,
»Al mundo y al Infierno formidable:
»Animado por él el hombre justo,
»Los peligros verá venir sin susto,
»Sufrirá los dolores sin flaqueza,
»Y sin horror la muerte. Ya estoy viendo
»Aquella multitud de generosos
»Mártires, que en amor divino ardiendo,
»Del mundo arrostrarán los más odiosos
»Baldones, el furor de los tiranos,
»De su valor sublime sorprendidos;
»Y todos sus tormentos inhumanos,
»A su constancia cederán vencidos:
»Una santa esperanza los alienta,
»Y así, por más que el cuerpo débil sienta
»Las torturas, sus almas, superiores
»A la fuerza, desprecian los dolores:
»Los verdugos, cansados,
»En silencio las víctimas admiran
»Que entre sus manos lentamente espiran,
»Y Dios benigno aplaude a sus soldados.
»El fuego que encendió en el escogido
»Gremio de sus Apóstoles amados,
»Será por todo el orbe difundido:
»Pasará de sus santos corazones,
»A las remotas bárbaras naciones:
»Sujetarán a Dios con el bautismo,
»A los que antes su nombre blasfemaban,
»A los que los tiranos del abismo
»Infernal a su arbitrio dominaban.
»Mas ¿qué mucho, si el soplo del Dios vivo,
»El Espíritu Santo, descendiendo
»En inflamadas lenguas, con su activo
»Fuego sus corazones encendiendo,
»Sobre el firme valor que les influye,
»Y el don de hacer prodigios, de repente
»De todos los idiomas les instruye?
»Corren el orbe de una en otra gente,
»Los milagros de Cristo predicando,
»Su verdad con los que hacen confirmando
»Los pueblos convencidos
»Abandonan gozosos las Deidades
»Falsas, que un largo número de edades
»Adoraron, y prestan sus rendidos
»Cultos a Jesucristo: no contentos
»Aquellos Apostólicos varones
»Con esto, duraderos monumentos
»De su predicación a las naciones
»Dejan en sus escritos. De esta suerte,
»La religión florece hasta su muerte.
»Entretanto que viven, los errores
»Intimidados callan; pero apenas:
»Fallecen, cuando brotan mil ajenas
»Y perversas doctrinas, mil horrores,
»Hijos de la viciada fantasía
»Del hombre, o de la impía
»Sugestión del Infierno: se oscurece
»La fe en algunas tierras, y padece
»Sus tormentas, mas poco duraderas,
»Las calma el mismo que las ondas fieras
»Del mar sujeta; pero cada día,
»Del mundo y sus ministros la porfía
»Debilita la fe, aunque no la apague;
»Hace que se propague
»El vicio; degeneran los humanos;
»Oprime a la inocencia la injusticia:
»A la virtud corrompe la malicia,
»Y aun los más que se alaban de cristianos
»Sólo el nombre conservan, y su vida
»Indica lo contrario, pervertida.
»En fin, el día llega temeroso
»En que el Hijo del Todopoderoso,
»En las alas del viento,
»De los buenos a hacer discernimiento
»Y de los malos, irritado vuelve:
»Arde el Cielo, y la tierra se disuelve
»En cenizas: en estas, al instante
»Que al malo ha sentenciado
»Y a los buenos su premio ha destinado
»Apaga para siempre el fulminante
»Rayo, y asienta sobre la firmeza
»De la eternidad misma, la dulzura
»De la felicidad y paz futura,
»Imperturbable como su grandeza.
»¡Oh! le replica Adán, celeste guía,
»¡Qué no te debo yo! ¡Con qué presteza
»Has mostrado a la torpe vista mía,
»Has abierto del tiempo venidero
»El curioso volumen todo entero!
»De los siglos el rápido torrente
»Delante de mis ojos ha corrido,
»Hasta el punto, feliz en que, concluido
»Su señalado curso, se presente
»La eternidad inmensa, las ruinas
»Del tiempo hollando. Allí veo espantado
»Un abismo, un espacio ilimitado
»Que mí ánimo confunde; mas no obstante,
»Gracias a tus divinas
»Instrucciones, en esa incomprensible
»Oscuridad, así de los humanos
»Como de Dios, sé de hoy en adelante
»Cuanto a un mortal ingenio es asequible,
»Y se que mi razón haría vanos
»Esfuerzos, si enterarse pretendiera
»De lo que no se incluye en esa esfera.
»Basta: desde hoy, ¡oh Dios omnipotente
»Mi oficio será amarte,
»Mi única ocupación la de adorarte
»Y de observar tu ley exactamente:
»¡Sé mi padre, mi guía y mi consuelo!
»Tu con tierno desvelo,
»Nos miras; nuestras súplicas previenes:
»A tus divinos ojos son iguales
»Todos tus hijos: haces que los bienes
»Al cabo siempre triunfen de los males:
»Cuando quieres, en fuerza la flaqueza
»Transformas, y conviertes en grandeza
»La pequeñez, en ciencia la ignorancia,
»Y en sólida firmeza la inconstancia,
»Tu ejemplo me ha enseñado
»Que en este mundo todo hombre es soldado
»Que sean cuales fueron del dudoso
»Combate el fin y el premio que le espera,
»Su obligación primera
»Es la de pelear siempre valeroso
»En los asaltos de esta desgraciada
»Vida, de tempestades agitada.
»Haz, pues, que en tu ley santa y viva muera
Así, por conclusión, Miguel responde:
»Temer a Dios, amarle y admirarlo,
»Es todo lo que a ti te corresponde
»Y en lo que pendo tu sabiduría.
»Aun cuando el Cielo examinar pudieras,
»Y a fuerza de estudiarle,
»Siendo tu ingenio igual a tu porfía,
»Estrella por estrella conocieras;
»Aunque el vasto y profundo mar midieses,
»Y cuanto en su escondido seno cría,
»O subiendo a la altura
»Del aire, sus espacios recorrieses,
»Explicases sus raros meteoros,
»O fuesen tuyos todos los tesoros
»Y cetros de los reyes, ¿por ventura
»Fueras en realidad más poderoso,
»Más sabio o más dichoso?
»De tu felicidad la rica herencia
»No adquirirás con una vana ciencia:
»En tu conducta sola se afianza,
»Y no consiste sino en las virtudes:
»Ten una fe la más constante y viva,
»Una firme esperanza,
»Acompañadas de la llama activa
»Del santo amor, que aun las solicitudes
»Terrenas purifique, adorno, anime,
»Y a Dios, tu sola bienaventuranza,
»Al Punto el vuelo elevarás sublime
»Con el deseo, en tanto que realmente
»Para siempre segura
»La goces más allá del firmamento.
»Mas llega la hora de que de esta altura
»Bajemos: en los aires ya impaciente
»Está el celeste campo en movimiento,
»Y la espada que al frente fuego lanza,
»De que nos retiremos sin tardanza
»Hace señal. Despierta ahora a tu esposa:
»Alegres sueños, mientras ha dormido
»La paz han vuelto a su ánimo afligido,
»Y con resignación su dolorosa
»Pena sabrá sufrir: dala tú parte
»De cuanto se ha dignado revelarte
»El Cielo: graba la feliz historia
»Del destino del hombre en su memoria:
»Dila que de una Virgen el fecundo
»Seno, el divino Redentor del mundo
»Dará a luz. Hasta el término apartado
»De vuestra mortal vida,
»Fidelidad guardaos mutuamente;
»Pues una misma suerte os ha juntado,
»Vivid, llorad la culpa cometida,
»Consolaos y amaos tiernamente.
»La dicha encontrareis al fin del duro
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»Destierro tolerad, pues, lo presente,
»Y fijad la esperanza en lo futuro.
Dice, y del monte bajan al instante:
A despertar su esposa presuroso
Adán corre delante;
Pero ya de sus ojos el reposo
Lejos huido había,
Y al ver la alegre prisa que traía,
Que la confirme un sueño suyo espera,
Y se adelanta a hablar de esta manera:
«¡Amado esposo! Nuestro eterno dueño,
»A veces nos instruye aun en el sueño
»Desde que de mis ojos afligidos
»Se apoderó y de todos mis sentidos,
»En él se me ha mostrado nuestra suerte:
»Ven, pues, que pronta estoy a obedecerte,
»Y a seguirte fielmente a todas partes
»Contigo, ni la fuerza, ni las artes
»De Satanás recelo.
»¡Conque ya es nuestro el mundo y aun el Cielo,
»Conseguido el perdón de mi pecado!
»¡Triste de mí! por sola mi flaqueza
»Te perdiste; por ella, al doloroso
»Destierro te ves ahora condenado
»Del Edén venturoso,
»De una vida infeliz a la dureza.
»Con todo, en medio de los males crueles
»Que mi corazón tanto desconsuelan,
»De un Dios piadoso las promesas fieles,
»¡Con qué dulce esperanza le consuelan!
»El Salvador del mundo, ¡oh qué alegría!
»De nuestra raza nacerá algún día.»
No la responde Adán, porque ha perdido
La voz del nuevo gozo enternecido.
Mas ya habiendo bajado la colina
Los alcanza Miguel, y la divina
Guardia en el aire líquido estribando,
Sus puestos repartida ya ocupando.
Cual sobre una laguna algún ligero
Vapor, entre las sombras rutilante,
Dejando un solo rastro pasajero,
Sigue de noche al rústico viandante
Que hacia su techo vuelve apresurado,
De la labor del campo fatigado;
Tal cada Ángel de lejos aparece.
Y cortando los aires, resplandece:
Entre ellos brilla la terrible espada,
Que en las Celestes aguas fue templada,
Como el astro fatal cuya extendida,
Cola surca los Cielos encendida,:
De su rastro temido, reluciente,
El mal influjo todo el orbe siente.
La atmósfera inflamada
Se llena de mortíferos vapores,
Cuyo fuego no igualan los ardores
Del ecuador, en la África abrasada:
A Adán, de la triste Eva en compañía.
De la mano Miguel al muro guía
Del Oriente: a su puerta al alta los deja.
El vuelo torna, rápido se aleja, y se
Pierde de vista por el viento.
Quedados solos ya los dos esposos,
A mirar tristemente a los hermosos
Vergeles vuelven, que hasta aquel momento
Disfrutaron, y dan la última ojeada,
De dolor llenos, a su patria amada.
Mas, mientras se detienen dulcemente,
Reparan a la parte del Oriente,
Brillar por todas partes, no distantes,
Espadas, lanzas, armas fulminantes,
Que el aire cual meteoros encienden;
Que es ya hora de salir tristes comprenden,
De su querido Edén, y sollozando,
Su suelo delicioso abandonando,
Ya fuera de las puertas, la dulzura
De la esperanza viene a su amargura
A dar consuelo. Ya tienen delante,
A su elección patente el orbe entero:
Animosos, con paso más ligero
Se adelantan, por Dios mismo guiados:
Su bondad suma alienta, y su constante
Protección a los dos desventurados
Guarda de riesgos y los da consuelo:
Vueltos con todo al venturoso suelo,
De él se despiden aun, con dolorosos
Gemidos, pero al cabo, encaminados
Por la extensión inmensa, y apoyados
Uno al otro, se alejan silenciosos.

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