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jueves, 20 de marzo de 2008

PARAISO .-- LA DIVINA COMEDIA -- DANTE -IIIª parte

PARAISO .-- LA DIVINA COMEDIA -- DANTE -IIIª parte


PARAÍSO

CANTO I

La gloria de quien mueve todo el mundo
el universo llena, y resplandece
en unas partes más y en otras menos. 3

En el cielo que más su luz recibe 4
estuve, y vi unas cosas que no puede
ni sabe repetir quien de allí baja; 6

porque mientras se acerca a su deseo,
nuestro intelecto tanto profundiza,
que no puede seguirle la memoria. 9

En verdad cuanto yo del santo reino
atesorar he podido en mi mente
será materia ahora de mi canto. 12

¡Oh buen Apolo, en la última tarea 13
hazme de tu poder vaso tan lleno,
como exiges al dar tu amado lauro! 15

Una cima hasta ahora del Parnaso 16
me fue bastante; pero ya de ambas
ha menester la carrera que falta. 18

Entra en mi pecho, y habla por mi boca
igual que cuando a Marsias de la vaina
de sus núembros aún vivos arrancaste. 21

¡Oh divina virtud!, si me ayudaras
tanto que las imágenes del cielo
en mi mente grabadas manifieste, 24

me verás junto al árbol que prefieres 25
llegar, y coronarme con las hojas
que merecer me harán tú y mi argumento. 27

Tan raras veces, padre, eso se logra,
triunfando como césar o poeta,
culpa y vergüenza del querer humano, 30

que debiera ser causa de alegría
en el délfico dios feliz la fronda 32
penea, cuando alguno a aquélla aspira. 33

Gran llama enciende una chispa pequeña:
quizá después de mí con voz más digna
se ruegue a fin que Cirra le responda. 36

La lámpara del mundo a los mortales 37
por muchos huecos viene; pero de ése
que con tres cruces une cuatro círculos, 39

con mejor curso y con mejor estrella 40
sale a la par, y la mundana cera
sella y calienta más al modo suyo. 42

Allí mañana y noche aquí había hecho 43
tal hueco, y casi todo allí era blanco
el hemisferio aquel, y el otro negro, 45

cuando Beatriz hacia el costado izquierdo 46
vi que volvía y que hacia el sol miraba:
nunca con tal fijeza lo hizo un águila. 48

Y así como un segundo rayo suele
del primero salir volviendo arriba,
cual peregrino que tomar desea, 51

este acto suyo, infuso por los ojos
en mi imaginación, produjo el mío,
y miré fijo al sol cual nunca hacemos. 54

Allí están permitidas muchas cosas
que no lo son aquí, pues ese sitio
para la especie humana fue creado. 57

Mucho no lo aguanté, mas no tan poco
que alrededor no viera sus destellos,
cual un hierro candente el fuego deja; 60

y de súbito fue como si un día
se juntara a otro día, y Quien lo puede
con otro sol el cielo engalanara. 63

En las eternas ruedas por completo
fija estaba Beatriz: y yo mis ojos
fijaba en ella, lejos de la altura. 66

Por dentro me volví, al mirarla, como
Glauco al probar la hierba que consorte
en el mar de los otros dioses le hizo. 69

Trashumanarse referir per verba
no se puede; así pues baste este ejemplo
a quien tal experiencia dé la gracia. 72

Si estaba sólo con lo que primero 73
de mí creaste, amor que el cielo riges,
lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste. 75

Cuando la rueda que tú haces eterna
al desearte, mi atención llamó
con el canto que afinas y repartes, 78

tanta parte del cielo vi encenderse
por la llama del sol, que lluvia o río
nunca hicieron un lago tan extenso. 81

La novedad del son y el gran destello
de su causa, un anhelo me inflamaron
nunca sentido tan agudamente. 84

Y entonces ella, al verme cual yo mismo,
para aquietarme el ánimo turbado,
sin que yo preguntase, abrió la boca, 87

y comenzó: «Tú mismo te entorpeces
con una falsa idea, y no comprendes
lo que podrías ver si la desechas. 90

Ya no estás en la tierra, como piensas;
mas un rayo que cae desde su altura
no corre como tú volviendo a ella.» 93

Si fui de aquella duda desvestido,
con sus breves palabras sonrientes,
envuelto me encontré por una nueva, 96

y dije: «Ya contento requïevi 97
de un asombro tan grande; mas me asombro
cómo estos leves cuerpos atravieso.» 99

Y ella, tras suspirar piadosamente,
me dirigió la vista con el gesto
que a un hijo enfermo dirige su madre, 102

y dijo: «Existe un orden entre todas
las cosas, y esto es causa de que sea
a Dios el universo semejante. 105

Aquí las nobles almas ven la huella 106
del eterno saber, y éste es la meta
a la cual esa norma se dispone. 108

Al orden que te he dicho tiende toda
naturaleza, de diversos modos,
de su principio más o menos cerca; 111

y a puertos diferentes se dirigen
por el gran mar del ser, y a cada una
les fue dado un instinto que las guía. 114

Éste conduce al fuego hacia la luna;
y mueve los mortales corazones;
y ata en una las partes de la tierra; 117

y no sólo a los seres que carecen
de razón lanza flechas este arco, 119
también a aquellas que quieren y piensan. 120

La Providencia, que ha dispuesto todo,
con su luz pone en calma siempre al cielo,
en el cual gira aquel que va más raudo; 123

ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,
nos lleva la virtud de aquella cuerda
que en feliz blanco su disparo clava. 126

Cierto es que, cual la forma no se pliega
a menudo a la idea del artista,
pues la materia es sorda a responderle, 129

así de este camino se separa
a veces la criatura, porque puede
torcer, así impulsada, hacia otra parte; 132

y cual fuego que cae desde una nube,
así el primer impulso, que desvían
falsos placeres, la abate por tierra. 135

Más no debe admirarte, si bien juzgo, 136
tu subida, que un río que bajara
de la cumbre del monte a la llanura. 138

Asombroso sería en ti si, a salvo
de impedimento, abajo te sentaras,
como en el fuego el aquietarse en tierra.» 141
Volvió su rostro entonces hacia el cielo.

CANTO II

Oh vosotros que en una barquichuela 1
deseosos de oír, seguís mi leño 2
que cantando navega hacia otras playas, 3

volved a contemplar vuestras riberas:
no os echéis al océano que acaso
si me perdéis, estaríais perdidos. 6

No fue surcada el agua que atravieso;
Minerva sopla, y condúceme Apolo
y nueve musas la Osa me señalan. 9

Vosotros, los que, pocos, os alzasteis
al angélico pan tempranamente
del cual aquí se vive sin saciarse, 12

podéis hacer entrar vuestro navío
en alto mar, si seguís tras mi estela
antes de que otra vez se calme el agua. 15

Los gloriosos que a Colcos arribaron
no se asombraron como haréis vosotros,
viendo a Jasón convertido en boyero. 18

La innata sed perpetua que tenía
de aquel reino deiforme, nos llevaba
tan veloces cual puede verse el cielo. 21

Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;
y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto
y vuela disparándose del arco, 24

me vi llegado a donde una admirable
cosa atrajo mi vista; entonces ella
que conocía todos mis cuidados, 27

vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,
«Dirige a Dios la mente agradecida
dijo que al primer astro nos condujo.» 30

Pareció que una nube nos cubriera,
brillante, espesa, sólida y pulida,
como un diamante al cual el sol hiriese. 33

Dentro de sí la perla sempiterna
nos recibió, como el agua recibe
los rayos de la luz quedando unida. 36

Si yo era cuerpo, y es inconcebible 37
cómo una dimensión abarque a otra,
cual si penetra un cuerpo en otro ocurre, 39

más debiera encendernos el deseo
de ver aquella esencia en que se observa
cómo nuestra natura y Dios se unieron. 42

Podremos ver allí lo que creemos,
no demostrado, mas por sí evidente,
cual la verdad primera en que cree el hombre. 45

Yo respondí. «Señora, tan devoto
cual me sea posible, os agradezco
que del mundo mortal me hayáis sacado. 48

Mas decidme: ¿qué son las manchas negras
de este cuerpo, que a algunos en la tierra
hacen contar patrañas de Caín?» 51

Rió ligeramente, y «Si no acierta
me dijo la opinión de los mortales
donde no abre la llave del sentido, 54

punzarte no debieran ya las flechas
del asombro, pues sabes la torpeza
con que va la razón tras los sentidos. 57

Mas dime lo que opinas por ti mismo.»
Y yo: «Lo que aparece diferente,
cuerpos densos y raros lo producen.» 60

Y ella: «En verdad verás que lo que piensas
se apoya en el error, si bien escuchas
el argumento que diré en su contra. 63

La esfera octava os muestra muchas luces, 64
las cuales en el cómo y en el cuánto
pueden verse de aspectos diferentes. 66

Si lo raro y lo denso hicieran esto, 67
un poder semejante habría en todas,
en desiguales formas repartido. 69

Deben ser fruto las distintas fuerzas 70
de principios formales diferentes,
que, salvo uno, en tu opinión destruyes. 72

Aún más, si fuera causa de la sombra 73
la menor densidad, o tan ayuno
fuera de su materia en la otra parte 75

este planeta, o, tal como comparte
grueso y delgado un cuerpo, igual tendría
de éste el volumen hojas diferentes. 78

Si fuera lo primero, se vería 79
al eclipsarse el sol y atravesarla
la luz como a los cuerpos poco densos. 81

Y no sucede así. por ello lo otro
examinemos; y si lo otro rompo,
verás tu parecer equivocado. 84

Si no traspasa el trozo poco denso, 85
debe tener un límite del cual
no le deje pasar más su contrario; 87

y de allí el otro rayo se refleja 88
como el color regresa del cristal
que por el lado opuesto esconde plomo. 90

Dirás que se aparece más oscuro 91
el rayo más aquí que en otras partes,
porque de más atrás viene el reflejo. 93

De esta objeción pudiera liberarte
la experiencia, si alguna vez lo pruebas,
que es la fuente en que manan vuestras artes. 96

Coloca tres espejos; dos que disten
de ti lo mismo, y otro, más lejano,
que entre los dos encuentre tu mirada. 99

Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda
te pongan una luz que los alumbre
y vuelva a ti de todos reflejada. 102

Aunque el tamaño de las más distantes
pueda ser más pequeño, notarás
que de la misma forma resplandece. 105

Ahora, como a los golpes de los rayos
se desnuda la tierra de la nieve
y del color y del frío de antes, 108

al quedar de igual forma tu intelecto,
de una luz tan vivaz quiero llenarle,
que en ti relumbrará cuando la veas. 111

Dentro del cielo de la paz divina 112
un cuerpo gira en cuyo poderío
se halla el ser de las cosas que contiene. 114

El siguiente, que tiene tantas luces, 115
parte el ser en esencias diferentes,
contenidas en él, mas de él distintas. 117

Los círculos restantes de otras formas 118
la distinción que tienen dentro de ellos
disponen a sus fines y simientes. 120

Así van estos órganos del mundo
como ya puedes ver, de grado en grado,
que dan abajo lo que arriba toman. 123

Observa atento ahora cómo paso
de aquí hacia la verdad que deseabas,
para que sepas luego seguir solo. 126

Los giros e influencias de los cielos,
cual del herrero el arte del martillo, 128
deben venir de los motores santos; 129

y el cielo al que embellecen tantas luces, 130
de la mente profunda que lo mueve
toma la imagen y la imprime en ellas. 132

Y como el alma llena vuestro polvo 133
por diferentes miembros, conformados
al ejercicio de potencias varias, 135

así la inteligencia en las estrellas
despliega su bondad multiplicada,
y sobre su unidad va dando vueltas. 138

Cada virtud se liga a su manera
con el precioso cuerpo al que da el ser,
y en él se anuda, igual que vuestra vida. 141

Por la feliz natura de que brota,
mezclada con los cuerpos la virtud
brilla cual la alegría en las pupilas. 144

Esto produce aquellas diferencias 145
de la luz, no lo raro ni lo denso:
y es el formal principio que produce, 147
conforme a su bondad, lo turbio o claro.» 148

CANTO III

El sol primero que me ardió en el pecho, 1
de la verdad habíame mostrado,
probando y refutando, el dulce rostro; 3

y yo por confesarme corregido
y convencido, cuanto convenía,
para hablar claramente alcé la vista; 6

mas vino una visión que, al contemplarla,
tan fuertemente a ella fui ligado,
que aquella confesión puse en olvido. 9

Como en vidrios diáfanos y tersos,
o en las límpidas aguas remansadas,
no tan profundas que el fondo se oculte, 12

se vuelven de los rostros los reflejos
tan débiles, que perla en blanca frente
no más clara los ojos la verían; 15

vi así rostros dispuestos para hablarme;
por lo que yo sufrí el contrario engaño 17
de quien ardió en amor de fuente y hombre. 18

En cuanto me hube dado cuenta de ellos,
creyendo que eran rostros reflejados,
para ver de quién eran me volví; 21

y nada vi, y miré otra vez delante,
fijo en la luz de aquella dulce guía
que, sonriendo, ardía en su mirada. 24

«No te asombre me dijo que sonría
de tu infantil creencia, pues tus plantas
en la verdad aún no has asentado, 27

mas vuelves a lo vano, como sueles:
lo que ves son sustancias verdaderas,
puestas aquí pues rompieron sus votos. 30

Mas háblales y créete lo que escuches;
porque la cierta luz que las aplaca
no deja que sus pies se aparten de ella.» 33

Y a la que parecía más dispuesta 34
para hablar, me volví, y comencé casi
como aquel a quien turba un gran deseo: 36

«Oh bien creado espíritu, que sientes
de los eternos rayos la dulzura
que, no gustada, nunca se comprende, 39

feliz me harías si me revelaras
cuál es tu nombre y cuál es vuestra suerte.»
Y ella, al momento y con ojos risueños: 42

«Puerta ninguna cierra nuestro amor
a un justo anhelo, como el de quien quiere
que se parezca a sí toda su corte. 45

Fui virgen religiosa en vuestro mundo;
y si hace algún esfuerzo tu memoria,
no ha de ocultarme a ti el ser aún más bella, 48

mas reconocerás que soy Piccarda,
que, puesta aquí con estos otros santos
santa soy en la esfera que es más lenta. 51

Nuestros afectos, que sólo se inflaman
con el placer del Espíritu Santo,
gozan del orden que él nos ha dispuesto. 54

Y nos ha sido dado este destino
que tan bajo parece, pues quebramos
nuestros votos, que en parte fueron vanos.» 57

Y dije: «En vuestros rostros admirables
un no sé qué divino resplandece
que vuestra imagen primera transmuta: 60

por ello en recordar no estuve pronto; 61
pero ahora me ayuda lo que has dicho,
y ya te reconozco fácilmente. 63

Mas dime: los que estáis aquí gozosos
¿deseáis un lugar que esté más alto
y ver más y ser más de Dios amigos?» 66

Sonrió un poco con las otras sombras;
y luego me repuso tan alegre,
cual si de amor ardiera al primer fuego: 69

«Aquieta, hermano, nuestra voluntad
la caridad, haciendo que queramos
sin más ansiar, aquello que tenemos. 72

Si estar más elevadas deseásemos,
este deseo sería contrario
a lo que quiere quien aquí nos puso; 75

lo cual, como verás, es imposible,
si estar en caridad aquí es necesse 77
y consideras su naturaleza. 78

Esencial es al bienaventurado
con el querer divino conformarse,
para que se hagan unos los quereres; 81

y así el estar en uno u otro grado
en este reino, a todo el reino place
como al Rey que nos forma en sus deseos. 84

Y en su querer se encuentra nuestra paz:
y es el mar al que todo se dirige
lo que él crea o lo que hace la natura.» 87

Vi claramente entonces cómo el cielo
es todo paraíso, etsi la gracia 89
del sumo bien no llueva de igual modo. 90

Mas como cuando sacia un alimento
y aún tenemos más ganas de algún otro,
que uno pedimos y otro agradecemos, 93

hice yo así con gestos y palabras,
para saber cuál fuese aquel tejido
que hasta el fin no labró su lanzadera. 96

«Perfecta vida y méritos encumbran 97
me dijo a una mujer por cuya regla
se visten velo y hábito en el mundo, 99

para que hasta el morir se vele y duerma
con esposo que acepta cualquier voto
que a su placer la caridad conforma. 102

Del mundo, por seguirla, jovencita
me escapé, refugiándome en sus hábitos,
y prometí seguir por su camino. 105

Hombres no al bien, al mal, acostumbrados,
luego del dulce claustro me raptaron.
Dios sabe cómo fue mi vida luego. 108

Y aquel otro esplendor que se te muestra
a mi derecha y a quien ilumina
toda la luz que brilla en nuestra esfera, 111

lo que dije de mí, también lo digo;
fue monja, y de igual forma le quitaron
de la frente la sombra de las tocas. 114

Mas cuando fue devuelta luego al mundo
contra su voluntad y buena usanza,
nunca el velo del alma le quitaron. 117

Esta es la luz de aquella gran Constanza 118
que engendró del segundo al ya tercero
y último de los vientos de Suabia.» 120

Así me dijo, y luego: «Ave María»
cantó y cantando se desvaneció
como en el agua honda algo pesado. 123

Mi vista que siguió detrás de ella
cuanto le fue posible, ya perdida,
se dirigió al objeto más querido, 126

y por entero se volvió a Beatriz;
pero ella fulgió tanto ante mis ojos,
que al principio no pude soportarlo, 129
y por esto fui tardo en preguntarle.

CANTO IV

Entre dos platos, igualmente ricos
y distantes, por hambre moriría
un hombre libre sin probar bocado; 3

así un cordero en medio de la gula
de fieros lobos, por igual temiendo;
y así estaría un perro entre dos gamos: 6

No me reprocho, pues, si me callaba,
de igual modo suspenso entre dos dudas,
porque era necesario, ni me alabo. 9

Callé, pero pintado mi deseo
en la cara tenía, y mi pregunta,
era así más intensa que si hablase. 12

Hizo Beatriz lo mismo que Daniel 13
cuando aplacó a Nabucodonosor
la ira que le hizo cruel injustamente; 15

Y dijo: «Bien conozco que te atraen
uno y otro deseo, y preocupado
tú mismo no los dejas que se muestren. 18

Te dices: "Si perdura el buen deseo,
la violencia de otros, ¿por qué causa
del mérito recorta la medida?" 21

También te causa dudas el que el alma
parece que se vuelva a las estrellas,
siguiendo la doctrina de Platón. 24

Estas son las cuestiones que en tu velle 25
igualmente te pesan; pero antes
la que tiene mas hiel he de explicarte. 27

El serafín que a Dios más se aproxima, 28
Moisés, Samuel, y aquel de los dos Juanes
que tú prefieras, y también María, 30

no tienen su acomodo en otro cielo
que estas almas que ahora se mostraron,
ni más o menos años lo disfrutan; 33

mas todos hacen bello el primer círculo,
y gozan de manera diferente
sintiendo el Soplo Eterno más o menos. 36

Si aquí los viste no es porque esta esfera
les corresponda, mas como indicando
que en la celeste ocupan lo más bajo. 39

Así se debe hablar a vuestro ingenio,
pues sólo aprende lo que luego es digno
de intelecto, a través de los sentidos. 42

Por esto condesciende la Escritura
a vuestra facultad, y pies y manos
le otorga a Dios, mas piensa de otro modo; 45

y nuestra Iglesia con figura humana
a Gabriel y a Miguel os representa,
y de igual modo al que sanó a Tobías. 48

Lo que el Timeo dice de las almas
no es similar a lo que aquí se muestra, 50
mas parece que diga lo que siente. 51

Él dice que a su estrella vuelve el alma,
pues desde allí supone que ha bajado
cuando natura su forma le diera; 54

y acaso lo que piensa es diferente
del modo que lo dice, y ser pudiera
que su intención no sea desdeñable. 57

Si él entiende que vuelve a estas esferas
de su influjo el desprecio o la alabanza,
quizá a alguna verdad el arco acierte. 60

Torció, mal comprendido, este principio
a casi todo el mundo, y así Jove,
Mercurio y Marte fueron invocados. 63

Menos veneno encierra la otra duda 64
que te conmueve, porque su malicia
no podría apartarte de mi lado. 66

El que nuestra justicia injusta sea 67
a los ojos mortales, argumento
es de fe, no de herética perfidia. 69

Mas como puede vuestra inteligencia
penetrar fácilmente esta verdad,
como deseas, he de darte gusto. 72

Aun cuando aquel que la violencia sufre
a quien la fuerza nada le concede,
no están por ello estas almas sin culpa: 75

pues, sin querer, la voluntad no cede,
mas hace como el fuego, si le tuerce, 77
aunque sea mil veces, la violencia. 78

Si se doblega, pues, o mucho o poco,
sigue la fuerza; y así hicieron éstos,
que al lugar santo regresar pudieron. 81

Si su deseo firme hubiera sido,
como fue el de Lorenzo en su parrilla, 83
o con su mano a Mucio hizo severo, 84

a su camino habrían regresado
del que sacados fueron, al ser libres;
mas voluntad tan sólida es extraña. 87

Y por esta razón, si como debes
la comprendes, se rompe el argumento
que te habría estorbado aún muchas veces. 90

Mas ahora se atraviesa ante tus ojos
otro obstáculo, tal que por ti mismo
no salvarías, sin cansarte antes. 93

Yo te he enseñado como cosa cierta
que no puede mentir un alma santa,
pues cerca está de la verdad primera; 96

y después escuchaste de Piccarda
que Constanza guardó el amor del velo;
y así parece que me contradice. 99

Muchas veces, hermano, ha acontecido
que, huyendo de un peligro, de mal grado
se hacen cosas que hacerse no debieran; 102

como Almeón, que, al suplicar su padre 103
que lo hiciera, mató a su propia madre,
y por piedad se hizo despiadado. 105

En este punto quiero que conozcas
que la fuerza al querer se mezcla, haciendo
que no tengan disculpa las ofensas. 108

La Voluntad absoluta no consiente
el daño; mas consiente cuando teme
que en más penas caerá si lo rehúsa. 111

Así, cuando Piccarda dijo aquello
de la primera hablaba, y yo de la otra;
y las dos te dijimos la verdad.» 114

Fluyó así el santo río que salía
de la fuente en que toda verdad mana;
así mis dos deseos se aplacaron. 117

«Oh amada del primer Amante, oh diosa,
cuyas palabras dije así me inundan,
y enardecen, que más y más me avivan, 120

no son mis facultades tan profundas
que a devolverte don por don bastasen;
mas responda por mí Quien ve y Quien puede. 123

Bien veo que jamás se satisface
sino con la verdad nuestro intelecto,
sin la cual no hay ninguna certidumbre. 126

Cual fiera en su cubil, reposa en ella
en cuanto que la alcanza; y puede hacerlo;
si no, frustra sería los deseos. 129

Por ello nacen dudas, cual retoños,
al pie de la verdad; y a lo más alto,
cima a cima, nos lleva de este modo. 132

Esto me invita y esto me da fuerzas
a preguntar, señora, reverente,
aún por otra verdad que me es oscura. 135

Quiero saber si pueden repararse
los votos truncos con acciones buenas,
que no pesaran poco en la balanza.» 138

Y Beatriz me miró, llenos sus ojos
de amorosas centellas tan divinas,
que, vencida, mi fuerza dio la espalda, 141
casi perdido con la vista en tierra.

CANTO V

«Si te deslumbro en el fuego de amor
más que del modo que veis en la tierra,
tal que venzo la fuerza de tus ojos, 3

no debes asombrarte; pues procede
de un ver perfecto, que, como comprende, 5
así en pos de aquel bien mueve los pasos. 6

Bien veo de qué forma resplandece
la sempiterna luz en tu intelecto,
que, una vez vista, amor por siempre enciende; 9

y si otra cosa vuestro amor seduce,
de aquella luz tan sólo es un vestigio,
mal conocido, que allí se refleja. 12

Quieres saber si con otras ofrendas,
halla reparo quien rompe su voto,
tal que en el juicio su alma esté segura.» 15

Así Beatriz principio dio a este canto;
y como el que el discurso no interrumpe,
prosiguió así sus santas enseñanzas: 18

«El don mayor que Dios en su largueza
hizo al crearnos, y el que más conforme
está con su bondad, y él más lo estima, 21

tal fue la libertad del albedrío;
del cual, a los que dio la inteligencia,
fueron y son dotados solamente. 24

Ahora verás, si tú deduces de esto,
el gran valor del voto, si se hace
cuando consiente Dios lo que consientes: 27

porque al cerrar el pacto Dios y el hombre
se hace holocausto de aquel gran tesoro,
que antes te dije; y lo hace un acto suyo. 30

¿Así pues qué reparo se hallaría?
Si piensas que usas bien lo que ofreciste,
con latrocinios quieres dar limosna. 33

Ya lo más importante te he explicado;
mas puesto que la Iglesia los dispensa
y esto a lo que te digo contradice, 36

en la mesa es preciso que aún te sientes,
pues el seco alimento que comiste,
para su digestión requiere ayuda. 39

Abre tu mente a lo que te revelo
y guárdalo bien dentro; pues no hay ciencia
si lo que has aprendido no retienes. 42

Dos cosas intervienen en la esencia 43
de este gran sacrificio: una es la cosa
que se ofrece; y la otra el pacto mismo. 45

Esta segunda nunca se cancela
si no es cumplida; y con respecto a ella
antes te hablé con toda precisión: 48

por ello los hebreos precisaron
el seguir ofreciendo, aunque la ofrenda
se pudiera cambiar, como ya sabes. 51

La otra, que te mostré como materia,
bien puede ser de un modo que no hay yerro
si por otra materia se permuta. 54

Mas la carga no debe transmutarse
libremente, y precisa de la vuelta
de la llave amarilla y de la blanca; 57

y sabrás que los cambios nada valen,
si la cosa dejada en la cogida
como el cuatro en el seis no se contiene. 60

Y por ello a las cosas tan pesadas
que la balanza inclinan por sí mismas,
satisfacer no puede otra ninguna 63

No bromeen con el voto los mortales;
sed fieles; mas no hacerlos ciegamente,
como Jefté ofreciendo lo primero; 66

quien hubiera mejor dicho "Mal hice",
que hacer peor cumpliéndolo; y tan necio
podrás llamar al jefe de los griegos, 69

por quien lloró Ifigenia su belleza,
y con ella las necios y los sabios
que han escuchado de tal sacrificio. 72

Sed, cristianos, más firmes al moveros:
no seáis como pluma a cualquier soplo,
y no penséis que os lave cualquier agua. 75

Tenéis el viejo y nuevo Testamento,
y el pastor de la Iglesia que os conduce;
y esto es bastante ya para salvaros. 78

Si otras cosas os grita la codicia, 79
¡sed hombres, y no ovejas insensatas,
para que no se burlen los judíos! 81

¡No hagáis como el cordero que abandona
la leche de su madre, y por simpleza,
consigo mismo a su placer combate!» 84

Así me habló Beatriz tal como escribo;
luego se dirigió toda anhelante
a aquella parte en que el mundo más brilla. 87

Su callar y el mudar de su semblante
a mi espíritu ansioso silenciaron,
que ya nuevas preguntas preparaba; 90

y así como la flecha da en el blanco
antes de que la cuerda quede inmóvil,
así corrimos al segundo reino. 93

Allí vi tan alegre a mi señora,
al encontrarse en la luz de aquel cielo,
que se volvió el planeta aún más luciente. 96

Y si la estrella se mudó riendo,
¡yo qué no haría que de mil maneras
soy por naturaleza transmutable! 99

Igual que en la tranquila y pura balsa
a lo que se les echa van los peces
y piensan que es aquello su alimento, 102

así yo vi que mil y aún más fulgores
venían a nosotros, y escuchamos:
«ved quién acrecerá nuestros amores». 105

Y así como venían a nosotros
se veía el placer que las colmaba
en el claro fulgor que desprendían. 108

Piensa, lector, si lo que aquí comienza
no siguiese, en qué forma sentirías
de saber más un anhelo angustioso; 111

y verás por ti mismo qué deseo
tenía de saber quién eran éstas,
cuando las vi delante de mis ojos. 114

«Oh bien nacido a quien el ver los tronos
del triunfo eternal fue concedido,
antes de que dejase la milicia. 117

de la luz que se extiende en todo el cielo
nos encendemos; por lo cual, si quieres
de nosotros saber, sáciate a gusto.» 120

De este modo una de esas almas pías 121
me dijo; y Beatriz: «Habla sin miedo,
y cree todas las cosas que te diga.» 123

«Bien puedo ver que anidas en tu propia
luz, y que la desprendes por los ojos,
porque cuando te ríes resplandecen; 126

mas no quien eres, ni por qué te encuentras
alma digna, en el grado de la esfera
que a los hombres ocultan otros rayos.» 129

Esto dije mirando a aquella lumbre
que primero me habló; y entonces ella
se hizo más luminosa que al principio. 132

Y como el sol que se oculta a sí mismo
por la excesiva luz, cuando disipa
el calor los vapores más templados, 135

al aumentar su gozo, se ocultó
en su propio fulgor la santa imagen;
y así me respondió, toda encerrada 138
del modo en que el siguiente canto canta.

CANTOVI

«Después que Constantino volvió el águila
contra el curso del cielo, que ella antes
siguió tras el esposo de Lavinia, 3

más de cien y cien años se detuvo
en el confín de Europa aquel divino
pájaro, junto al monte en que naciera; 6

a la sombra de las sagradas plumas
gobernó el mundo allí de mano en mano,
y así cambiando vino hasta las mías. 9

César fui, soy el mismo Justiniano
que quitó, inspirado del Espíritu,
lo excesivo y superfluo de las leyes. 12

Y antes de que a esta obra me entregara,
una naturaleza en Cristo sólo
creía, y esta fe me era bastante; 15

mas aquel santo Agapito, que fue
sumo pastor, a la fe verdadera
me encaminó con sus palabras santas. 18

Yo le creí; y claramente veo
lo que había en su fe, como tu ves
en la contradicción lo falso y cierto. 21

Y en cuanto que eché andar ya con la Iglesia,
por gracia a Dios le plugo el inspirarme
la gran tarea y me entregué de lleno; 24

y a Belisario encomendé las tropas,
quien gozó tanto del favor del cielo,
que fue señal de que en él reposara. 27

Ahora ya he contestado a tu primera
pregunta: mas me obliga a que te añada
su condición algunas otras cosas, 30

para que veas con cuánta injusticia se
mueve contra el signo sacrosanto
quien de él se apropia o quien a él se opone. 33

Mira cuánta virtud digno le hizo
de reverencia; ya desde la hora
en que murió Palante por su reino. 36

Sabes que en Alba tuvo su morada
más de trescientos años, hasta el día
que por él combatieron tres y tres 39

Y sabes lo que obró en siete reinados,
del mal de las Sabinas a Lucrecia,
venciendo en torno a los pueblos vecinos. 42

Y lo que obró llevado contra Breno
por los magnos romanos, contra Pirro,
y las otras repúblicas y príncipes; 45

donde Torcuato y Quincio, a quien dio nombre
su pelo descuidado, Fabios, Decios
ganaron fama que con gusto incienso. 48

Luego humilló el orgullo de los árabes 49
que tras Aníbal las alpestres rocas
de las que bajas tú, Po, atravesaron. 51

Bajo aquél, siendo aún jóvenes, triunfaron 52
Escipión y Pompeyo; y a ese monte
a cuyo pie naciste, le fue amargo. 54

Luego, cercano el tiempo en el que el cielo
quiso ordenar el mundo a su manera,
César por gusto de Roma lo obtuvo. 57

Y lo que obró desde el Varo hasta el Rin, 58
lo vio el Isara, el Era y lo vio el Sena
y los ríos que al Ródano engrandecen. 60

Lo que obró luego al marcharse de Rávena 61
y cruzó el Rubicón, fue tan aprisa
que ni pluma ni lengua alcanzarían. 63

Luego marchó con sus tropas a España,
luego a Durazzo, y tal golpe en Farsalia 65
dio, que hasta el Nilo se dolió del daño. 66

A Antandro y al Simoes, patria suya, 67
vio otra vez, y el lugar que a Héctor sepulta;
y partió para mal de Tolomeo. 69

De allí fue como un rayo contra Juba; 70
y desde allí se volvió al occidente
donde escuchó la trompa pompeyana. 72

Por lo que obró en las manos del siguiente, 73
en el infierno ladran Bruto y Casio,
y se dolieron Módena y Perugia. 75

Aún lo llora la triste de Cleopatra, 76
que, escapando de aquél, con la culebra
se dio la muerte atroz e inesperada. 78

Con él llegó a la orilla del mar Rojo, 79
con él en tanta paz al mundo puso,
que las puertas de Jano se cerraron. 81

Mas lo que el signo del que estoy hablando, 82
hizo primeramente y luego haría,
por el reino mortal al que subyuga, 84

se vuelve en apariencia oscuro y poco,
si en manos del tercer César la vemos
con vista clara y con afecto puro; 87

pues la viva justicia que me inspira,
le concedió, en las manos del que digo,
la gloria de vengar su santa cólera. 90

Y asómbrate de lo que digo ahora: 91
corrió después con Tito a hacer venganza
de la venganza del pecado antiguo. 93

Y al morder los lombardos a la Santa 94
Iglesia con sus dientes, Carlomagno
la socorrió, venciendo, con sus alas. 96

Ahora puedes juzgar a esos que antes
me escuchaste acusar, y sus pecados,
que son causa de todas vuestras penas. 99

Uno al signo común los amarillos 100
lirios opone, y otro se lo apropia,
y es difícil saber quién más se engaña. 102

Urdan los gibelinos, urdan tretas
bajo otro signo, que mal sigue a éste
aquel que de él aparta la justicia; 105

y que este nuevo Carlos no lo abata 106
con sus güelfos, mas tema de sus garras
que a leones más fuertes han vencido. 108

¡Muchas veces los hijos han llorado 109
por las culpas del padre, y no se crea
que Dios cambie su emblema por las lises! 111

Esta pequeña estrella se engalana
de los buenos espíritus activos
para que fama y honra les alcance; 114

y cuando a esto dirigen sus deseos,
desviándose así, más apagados
del verdadero amor los rayos sienten. 117

Mas comparar los méritos y el premio
de nuestra dicha también forma parte,
no viéndolos mayores ni menores. 120

Tal nos endulza la viva justicia
el afecto, y por ello no se puede
ya a la malicia nunca desviarlo. 123

Diversas voces cantan dulces notas;
tal los diversos grados de esta vida
dulce armonía en estas ruedas forman. 126

Y dentro de esta perla en la que estamos
luce la luz de Romeo, de quien 128
fue su gran obra mal agradecida. 129

Pero sus enemigos provenzales
no ríen; pues camina erradamente
el que se duele del bien de los otros. 132

Cuatro hijas tuvo, y las cuatro reinaron, 133
Raimundo Berenguer, y esto lo hizo
Romeo, un hombre humilde y peregrino 135

Y luego las calumnias le movieron a
pedirle las cuentas a este justo,
quien devolvió siete y cinco por diez, 138

tras de lo cual partió, viejo y mendigo;
y si el mundo supiera su coraje
mendigando su vida hogaza a hogaza 141
mucho lo alaba, y más lo alabaría.

CANTO VII

«Ossanna, sanctus Deus sabaoth,
superilunstrans claritate tua
felices ignes borum malacth!» 3

De este modo, volviéndose a sus notas,
escuché que cantaba esa sustancia,
sobre la cual doble luz se enduaba; 6

y reemprendió su danza con las otras,
y como velocísimas centellas
las ocultó la súbita distancia. 9

Dudoso estaba y me decía: «¡Dile!
Dile, dile decía a mi señora
que mi sed sacie con su dulce estilo.» 12

Mas el respeto que de mí se adueña
tan sólo con la B o con el IZ, 14
como el sueño la frente me inclinaba. 15

Poco tiempo Beatriz consintió esto,
y empezó, iluminándome su risa,
que aun en el fuego me haría dichoso: 18

«Según mi parecer siempre infalible,
cómo justa venganza justamente
ha sido castigada, estás pensando; 21

mas yo desataré pronto tu mente;
y escúchame, porque lo que te diga
te hará el regalo de una gran certeza. 24

Por no poner a la virtud que quiere
un freno por su bien, el no nacido,
se condenó a sí mismo y su progenie; 27

por lo cual los humanos muchos siglos 28
en el error yacieron como enfermos,
hasta que al Verbo descender le plugo, 30

y la naturaleza extraviada
de su creador, añadió a su persona,
sólo por obra de su amor eterno 33

Ahora atiende a lo que ahora se razona:
a su hacedor unida esta natura,
cual fue creada fue sincera y buena; 36

mas desterrada fue del Paraíso
estando sola, pues torció el camino
de la verdad y de su propia vida. 39

Y así la pena de la cruz, medida
con la naturaleza que asumiera,
aplicóse más justa que ninguna; 42

y así ninguna fue tan injuriosa,
si a la persona que sufrió atendemos,
a la que se juntara esa natura. 45

Mas tuvo un acto efectos diferentes:
plació una muerte a Dios y a los judíos;
hizo temblar la tierra y abrió el cielo. 48

Ya no te debe parecer extraño,
al escuchar que una justa venganza
castigó luego un justo tribunal. 51

Mas ahora veo oprimida tu mente
de un pensamiento en otro por un nudo,
que ardientemente desatar esperas. 54

Te dices: "Bien comprendo lo que escucho;
mas porque Dios quisiera, se me esconde,
de redimirnos esta forma sólo." 57

Sepultado está, hermano, este decreto
a los ojos de aquellos cuyo ingenio
en la llama de amor no ha madurado. 60

Y en verdad, como en este punto mucho
se considera y poco se comprende,
diré por qué este modo fue el más digno. 63

La divina bondad, que de sí aparta 64
cualquier rencor, ardiendo en sí, destella
las eternas bellezas desplegando. 66

Lo que sin mediación de ella destila 67
luego no tiene fin, porque su impronta
nunca se borra en donde pone el sello. 69

Lo que sin mediación llueve de ella
del todo es libre porque no depende
de la influencia de las nuevas cosas. 72

Más le placen, pues más se le asemejan;
que el santo amor que toda cosa irradia,
es más brillante en la más parecida. 75

Tiene ventaja en todos estos dones 76
la humana criatura, y si uno falta,
privada debe ser de su nobleza. 78

Sólo el pecado es el que la encadena
del sumo bien haciéndola distinta,
por lo que con su luz poco se adorna; 81

y a aquella dignidad ya nunca vuelve
si no llena el vacío de la culpa
con justas penas contra el mal deleite. 84

Vuestra naturaleza, al pecar tota
en su simiente, de estas dignidades,
como del paraíso, fue apartada; 87

sin poder recobrarla, si lo piensas
bien sutilmente, por ningún camino
que por estos dos vados no atraviese: 90

o que Dios solo generosamente
perdonara, o el hombre por sí mismo
diese satisfacción de su locura. 93

Ahora clava la vista en el abismo
del eterno saber, a mis palabras
cuanto puedas atentamente fijo. 96

No podría en sus límites el hombre
satisfacer, pues no puede ir abajo
luego con humildad obedeciendo, 99

cuanto desobediente quiso alzarse;
y es esta la razón que incapacita
a reparar al hombre por sí mismo. 102

A Dios, pues, convenía con sus medios
al hombre devolver la vida entera,
con uno digo, o con los dos acaso. 105

Mas pues la obra es tanto más querida
por quien la hace, cuanto más nos muestra
el pecho bondadoso del que sale, 108

la divina bondad que el mundo sella,
de proceder por todos sus caminos
gustó para volvernos a lo alto. 111

Y entre la última noche y el primero 112
de los días, un hecho tan sublime
por uno y otro, ni hubo ni lo habrá: 114

pues fue más generoso al darse él mismo,
para hacer digno al hombre de elevarse,
Dios, que si hubiera sólo perdonado; 117

y ningún otro modo le bastaba
a la justicia, si el Divino Hijo
no se hubiese humillado al encarnarse. 120

Ahora para calmar cualquier deseo,
vuelvo para aclararte sólo un punto
para que puedas, como yo, entenderlo. 123

Tú dices: "Veo el fuego, y veo el agua,
la tierra, el aire y sus combinaciones
que se corrompen y que duran poco; 126

y creadas han sido sin embargo;
por lo que, si es verdad lo que me has dicho
de corrupción debieran verse libres." 129

Los ángeles, hermano, y este puro 130
país en el que estamos, fueron hechos
tal como son, en su entera existencia; 132

pero los elementos que has nombrado
y aquellas cosas que proceden de ellos
de creada potencia toman forma. 135

Creada fue la materia que tienen;
creada fue la potencia formante
en los astros que en torno suyo giran. 138

Las luces santas sacan con su rayo
de su virtualidad y con sus giros
el alma de las plantas y los brutos; 141

pero sin mediación la vuestra exhala 142
la suprema bondad, y la enamora
de sí, tal que por siempre la desea. 144

Y deducir aún puedes de este punto
vuestra resurrección, si otra vez piensas
cómo la humana carne fue creada 147
al ser creados los primeros padres.»

CANTO VIII

Solía creer el mundo erradamente
que la bella Cipriña el amor loco 2
desde el tercer epiciclo irradiaba; 3

y por esto no honraban sólo a ella
con sacrificios y votivos ruegos
en su antiguo extravío los antiguos; 6

mas a Dione honraban y a Cupido,
por madre a una, al otro como hijo,
y en el seno de Dido lo creían; 9

y por la que he citado en el comienzo,
le pusieron el nombre a aquella estrella
que al sol recrea de nuca o de frente. 12

Hasta ella ascendí sin darme cuenta;
pero me confirmó que en ella estaba
el ver aún más hermosa a mi señora. 15

Y cual la chispa se observa en la llama,
y una voz se distingue entre las voces,
si una se para y otra el canto sigue, 18

en esa luz vi yo otras luminarias
dar vuelta más o menos velozmente,
acordes, pienso, a su visión interna. 21

De fría nube vientos no descienden,
tan raudos, ya visibles, ya invisibles,
que ni lentos ni torpes pareciesen 24

a quien hubiese esas luces divinas
visto venir, dejando aquella danza
que empezaba en los altos serafines; 27

y en los primeros que se aparecieron
tal hosanna se oía, que las ansias
de escucharlo otra vez nunca he perdido. 30

Entonces uno se acercó a nosotros 31
y dijo: «Estamos todos preparados
para darte placer y recrearte. 33

Girarnos con los príncipes celestes
con un mismo girar y una sed misma,
de la cual tú en el mundo ya cantaste: 36

«Los que moveis pensando el tercer áeio»; 37
y tal amor nos colma, que no menos
dulce, por complacerte, es el pararnos.» 39

Luego de haber mis ojos reverentes
puesto en mi dama, y que ella les hubiera
satisfecho mostrando su aquiescencia, 42

volviéronse a la luz que una tan grande
promesa había hecho, y: «Quiénes sois»
dijo mi voz de gran afecto llena. 45

¡Y cuánto y cómo vi que se crecía
con esta dicha nueva que aumentaba
su dicha, al dirigirle mi pregunta! 48

Dijo, así transformada: «Poco tiempo
del mundo fui; y si más hubiera sido,
muchos males que habrá, no los habría. 51

Mi contento no deja que me veas
porque brillando alrededor me oculta
como animal en su seda encerrado. 54

Mucho me amaste, y tuviste motivos;
pues si hubiese vivido, hubieras visto
de mi cariño más que sólo hojas. 57

Aquella orilla izquierda que al mezclarse 58
bañan el río Ródano y el Sorga,
por señor a su hora me esperaba, 60

Y aquel cuerno de Ausonia limitado 61
por Catona, por Baria, por Gaeta,
donde el Verde y el Tronto desembocan. 63

Ya lucía en mi frente la corona 64
de aquella tierra que el Danubio riega
cuando abandona la margen tedesca. 66

Y la hermosa Trinacria, que se anubla 67
entre Peloro y Pachino, en el golfo
que el ímpetu del Euro más recibe, 69

no por Tifeo sino del azufre, 70
aún hubiera esperado sus monarcas, 71
de Carlos y Rodolfo en mí nacidos, 72

si el mal gobierno, que atormenta siempre 73
a los pueblos sujetos no forzase
a gritar a Palermo: "Muerte, muerte." 75

Y si mi hermano hubiese esto previsto, 76
de Cataluña la pobreza avara
evitaría que daño le hiciese; 78

pues proveer debieran ciertamente,
él u otros, a fin de que a su barca
cargada, aún otra carga no se agregue. 81

Y su carácter que de largo a parco
bajó, precisaría capitanes
no preocupados de amasar dinero.» 84

«Puesto que creo que la alta alegría
que tu hablar, señor mío, me ha causado,
donde se inicia y cesa todo bien 87

la ves del mismo modo que la veo,
me es más grata; y también me causa gozo
pues contemplando a Dios la has advertido. 90

Gusto me diste, ponme en claro ahora,
pues me han causado dudas tus palabras,
cómo dulce semilla da amargura.» 93

Esto le dije; y él a mi «Si puedo
mostrarte una verdad, a tu pregunta
el rostro le darás y no la espalda. 96

El bien que todo el reino que tú asciendes 97
alegra y mueve, con su providencia
hace que influyan estos grandes cuerpos. 99

Y no sólo provistas las naturas
son en la mente que por sí es perfecta,
mas su conservación a un tiempo mismo: 102

por lo que todo aquello que dispara
este arco a su fin previsto llega,
cual se clava la flecha en su diana. 105

Si así no fuese, el cielo que recorres
tendría de este modo efectos tales
que no serían arte, sino ruinas; 108

y esto no puede ser, si los ingenios 109
que las estrellas mueven no son torpes,
y torpe aquel que las creó imperfectas. 111

¿Quieres que esta verdad te aclare un poco?»
Y yo: «No; pues ya sé que es imposible
que a lo que es necesario Dios faltase.» 114

Y él: «Dime, ¿no sería para el hombre
peor si no viviese en sociedad?»
«Sí respondí y la causa no preguntó.» 117

«¿Y puede ser así, si no se tienen
diversamente oficios diferentes?
No, si bien lo escribió vuestro maestro.» 120

Fue hasta aquí de este modo deduciendo;
y luego concluyó: «Luego diversas
serán de vuestros hechos las raíces: 123

por lo que uno es Solón y el otro es Jerjes, 124
y otro Melchisedec, y el otro aquel
que, volando en el aire, perdió al hijo. 126

La circular natura, que es el sello
de la cera mortal, obra con tino,
mas no distingue de uno al otro albergue. 129

Por eso ya en el vientre se apartaron
Esaú de Jacob; y de un vil padre
nació Quirino, a Marte atribuido. 132

La natura engendrada haría siempre
su camino al igual que la engendrante,
si el divino poder no la venciese. 135

Ahora tienes delante lo de atrás:
mas por que sepas que de ti me gozo,
quiero añadirte aún un corolario. 138

Si la naturaleza encuentra un hado
adverso, como todas las simientes
fuera de su región, da malos frutos. 141

Y si el mundo de abajo se atuviera
al fundamento que natura pone,
siguiendo a éste habría gente buena. 144

Mas vosotros hacéis un religioso 145
de quien nació para ceñir espada,
y hacéis rey del que gusta de sermones; 147
y así pues vuestra ruta se extravía.»

CANTO IX

Después, Bella Clemencia, que tu Carlos 1
las dudas me aclaró, contó los fraudes
que debiera sufrir su descendencia; 3

mas dijo: «Calla y deja andar los años»; 4
nada pues os diré, sólo que un justo
duelo vendrá detrás de vuestros males. 6

Y ya el alma de aquel santo lucero
se había vuelto al sol que le llenaba
como aquel bien que colma cualquier cosa. 9

¡Ah criaturas impías, necias almas,
que el corazón torcéis de un bien tan grande,
hacia la vanidad volviendo el rostro! 12

Y entonces otro de los esplendores 13
vino a mí, y que quería complacerme
el brillo que esparcía me mostraba 15

Los ojos de Beatriz, que estaban fijos
sobre mí, igual que antes, asintieron
dando consentimiento a mi deseo. 18

«Dale compensación pronto a mis ansias,
santo espíritu y muéstrame le dije-
que lo que pienso pueda en ti copiarse.» 21

Y aquella luz a quien no conocía,
desde el profundo seno en que cantaba,
dijo como quien goza el bien haciendo: 24

«En esa parte de la depravada 25
Italia que se encuentra entre Rialto 26
y las fuentes del Brenta y del Piave, 27

un monte se levanta, no muy alto, 28
desde el cual descendió una mala antorcha 29
que infligió un gran estrago a la comarca. 30

De una misma raíz nacimos ambos:
Cunizza fui llamada, y aquí brillo
pues me venció la lumbre de esta estrella. 33

Mas alegre a mí misma me perdono
la causa de mi suerte, y no me duelo;
y esto tal vez el vulgo no lo entienda. 36

De la resplandeciente y cara joya 37
de este cielo que tengo más cercana
quedó gran fama; y antes de extinguirse, 39

se quintuplicará este mismo año:
mira si excelso debe hacerse el hombre,
tal que otra vida a la vida suceda. 42

Y esto no piensa la turba presente 43
que el Tagliamento y Adigio rodean:
ni aun siendo golpeada se arrepiente; 45

mas pronto ocurrirá que Padua cambie 46
el agua del pantano de Vincenza,
porque son al deber gentes rebeldes; 48

y donde el Silo y el Cagnano se unen, 49
alguien aún señorea con orgullo,
y ya se hace la red para atraparle. 51

Llorará también Feltre la traición 52
de su impío pastor, y tan enorme
será, que en Malta no hubo semejante. 54

Muy grande debería ser la cuba
que llenase la sangre ferraresa,
cansando a quien pesara onza por onza, 57

la que dará tan cortés sacerdote
por mostrar su partido; y dones tales 59
al vivir del país se corresponden. 60

Hay espejos arriba que vosotros 61
llamáis Tronos, y Dios por medio de ellos
nos alumbra, y mis dichos certifican.» 63

Aquí dejó de hablar; y me hizo un gesto
de volverse a otra cosa, pues se puso
una vez más en la rueda en la que estaba. 66

El otro gozo a quien ya conocía 67
como preciada cosa, ante mis ojos
era cual un rubí que el sol hiriese. 69

Arriba aumenta el resplandor gozando, 70
como la risa aquí; y la sombra crece
abajo, al par que aumenta la tristeza. 72

«Dios lo ve todo, y tu mirar se enela 73
le dije santo espíritu, y no puede
para ti estar oculto algún deseo. 75

Por lo tanto tu voz, que alegra el cielo
con el cantar de aquellos fuegos píos
que con seis alas hacen su casulla, 78

¿por qué no satisface mis deseos?
No esperaría yo a que preguntaras
si me intuara yo cual tú te enmías.» 81

«El mayor valle en que el agua se vierte 82
sus palabras entonces me dijeron-
fuera del mar que a la tierra enguirnalda, 84

entre enemigas playas contra el curso
del sol tanto se extiende, que ya hace
meridiano donde antes horizonte. 87

Ribereño fui yo de aquellas costas
entre el Ebro y el Magra, que divide
en corto trecho Génova y Toscana. 90

Casi en un orto mismo y un ocaso
están Bugía y mi ciudad natal,
que enrojeció su puerto con su sangre. 93

Era llamado Folco por la gente
que sabía mi nombre; y a este cielo,
como él me iluminó, yo ahora ilumino; 96

que más no ardiera la hija de Belo, 97
a Siqueo y a Creusa dando enojos,
que yo, hasta que mi edad lo permitía; 99

ni aquella Rodopea que engañada 100
fue por Demofoonte, ni Alcides 101
cuando encerró en su corazón a Iole. 102

Pero aquí no se llora, mas se ríe,
no la culpa, que aquí no se recuerda,
sino el poder que ordenó y que provino. 105

Aquí se admira el arte que se adorna
de tanto afecto, y se comprende el bien
que hace que influya abajo lo de arriba. 108

Y a fin de que colmados tus deseos
lleves que en esta esfera te han surgido,
debiera referirte aún otras cosas. 111

Quieres saber quién hay en esa hoguera
que aquí cerca de mí lanza destellos
como el rayo de sol en aguas limpias. 114

Sabrás que en su interior se regocija
Raab; y en compañía de este coro, 116
en su más sumo grado resplandece. 117

A nuestro cielo, en que la sombra acaba
de vuestro mundo, aún antes que alma alguna
por el triunfo de Cristo, fue subida. 120

Convenía ponerla por trofeo
en algún cielo, de la alta victoria
obtenida con una y otra palma, 123

pues ella el primer triunfo de Josué 124
favoreció en la Tierra Prometida,
que poco tiene el Papa en la memoria. 126

Tu ciudad, que es retoño del primero 127
que a su creador volviera las espaldas,
cuya envidia ha causado tantos males, 129

crea y propaga las malditas flores 130
que han descarriado a ovejas y a corderos,
pues al pastor en lobo han convertido. 132

Por esto el Evangelio y los Doctores
se olvida, y nada más las Decretales
se estudian, cual sus márgenes indican. 135

De esto el Papa y la curia se preocupa; 136
y a Nazaret no van sus pensamientos,
allí donde Gabriel abrió las alas. 138

Mas pronto el Vaticano y otros sitios 139
elegidos de Roma, cementerios
de la milicia que a Pedro siguiera,
del adulterio habrán de verse libres.» 141

CANTO X

Con el Amor que eternamente mana 1
del uno al otro, contemplando al Hijo
la Potencia primera e inefable 3

cuanto en espacio o mente se concibe
con tanto orden creó, que estar no puede
sin gustar de ello aquel que vuelve a verlo. 6

Alza, lector, hacia las altas ruedas 7
con la mía tu vista, hacia aquel sitio
donde dos movimientos se entrecruzan; 9

y allí comienza a disfrutar del Arte
de aquel maestro que tanto lo ama 11
en sí, que nunca de él quita la vista. 12

Mira cómo de allí se aparta el círculo 13
oblicuo que conduce los planetas,
satisfaciendo al mundo que los llama. 15

Pues no siendo inclinado su camino,
vano sería el influir del cielo
y casi muerta aquí cualquier potencia; 18

y si más o si menos se alejara
girando, de la perpendicular,
se rompería el orden de los mundos. 21

Quédate ahora, lector, sobre tu banco,
meditando en aquello que sugiero,
si quieres disfrutar y no cansarte. 24

Te lo he mostrado: come tú ahora de ello; 25
que a ella reclama todos mis cuidados
esa materia de que soy escriba. 27

De la naturaleza el gran ministro, 28
que la virtud del cielo imprime al mundo
y es la medida, con su luz, del tiempo, 30

a aquella parte arriba mencionada 31
junto, giraba por las espirales
que le traen cada día más temprano; 33

y yo estaba con él; mas del subir 34
no me di cuenta, como aquel que nota,
tras la idea, de dónde le ha venido. 36

Era Beatriz aquella que guiaba
de un bien a otro mejor, tan raudamente
que el tiempo no medía sus acciones. 39

¡Cuán luminosa debería ser
por sí, la que en el sol donde yo entraba
no por color, por luz era visible! 42

Aunque costumbre, ingenio y arte invoque
no diría lo nunca imaginado;
mas puede ser creído y desear verlo. 45

Y si son bajas nuestras fantasías
a tanta altura, no hay por qué extrañarse;
que más que el Sol no hay ojos que hayan visto. 48

Tal se mostraba la cuarta familia 49
del Alto Padre, que siempre la sacia,
mostrando cómo espira y cómo engendra. 51

Y comenzó Beatriz: «Dale las gracias
al angélico sol, puesto que a éste 53
sensible te ha traído a gusto suyo.» 54

Nunca hubo un corazón tan entregado
a devoción y a someterse a Dios
prestamente con toda gratitud, 57

como yo al escuchar esas palabras;
y tanto todo en él mi amor se puso,
que a Beatriz, eclipsó en el olvido. 60

No se enfadó; mas se rió en tal forma,
que el esplendor de sus risueños ojos
mi mente unida dividió en más cosas. 63

Muchos fulgores vivos y triunfantes
vi en torno nuestro como una corona,
en voz más dulce que en rostro lucientes: 66

ceñida así la hija de Latona 67
vemos a veces, cuando el aire es denso,
y retiene los restos de su halo. 69

En la corte celeste que he dejado,
bellas y ricas se hallan muchas joyas
que no pueden sacarse de aquel reino; 72

y de éstas era el canto de las luces;
quien no tiende sus plumas a lo alto,
como de un mudo espera las noticias. 75

Luego, cantando así, los rojos soles
a nuestro alrededor tres vueltas dieron,
cual astros cerca de los polos fijos, 78

pareciendo mujeres que no rompen
su danza, más calladas se detienen
para escuchar la nueva melodía; 81

y escuché dentro de una de ellas: «Cuando
el rayo de la gracia, en que se enciende
un verdadero amor que amando aumenta, 84

tanto ilumina en ti multiplicado,
que por esa escalera te conduce
que nadie baja sin subir de nuevo; 87

quien te negase el vino de su bota
para tu sed, más libre no sería
que el agua de correr hacia los mares. 90

Quieres saber qué flores engalanan
esta guirnalda con que se embellece
la hermosa dama que al cielo te empuja. 93

Yo fui cordero del rebaño santo 94
que conduce Domingo por la senda
que hace avanzar a quien no se extravía. 96

Este que a mi derecha está más cerca
fue mi hermano y maestro, él es Alberto 98
de Colonia, y yo soy Tomás de Aquino. 99

Y si quieres saber de los demás
sigue con tu mirada mis palabras
dando la vuelta en este santo círculo. 102

Sale aquel resplandor de la sonrisa
de Graziano, que al uno y otro fuero 104
dio su ayuda, ganando el paraíso. 105

Quien cerca de él adorna nuestro coro
fue el Pedro que al igual que aquella viuda,
su tesoro ofreció a la Santa Iglesia. 108

La quinta luz, de todas la más bella, 109
respira tanto amor, que todo el mundo
saber aquí desea sus noticias; 111

dentro está la alta mente, en la que tanto
saber latió, que si lo cierto es cierto,
a tanto ver no surgió aún un segundo. 114

Ve la luz de aquel cirio, junto a ella 115
que aun en carne mortal por dentro supo
la angélica natura y sus oficios. 117

En la luz pequeñita está riendo
el abogado de tiempos cristianos
cuyos latines a Agustín sirvieron. 120

Ahora si el ojo de la mente llevas
de luz en luz tras de mis alabanzas,
ya de la octava te encuentras sediento. 123

Viendo todos los bienes dentro goza
el alma santa que el mundo falaz 125
de manifiesto pone a quien le escucha: 126

el cuerpo del que fue arrojada yace
allá abajo en Cieldauro; y a esta calma
vino desde el martirio y el destierro 129

ve más allá las llamas del espíritu
de Isidoro, de Beda y de Ricardo, 131
que en su contemplación fue más que un hombre. 132

Esa de la cual pasa a mí tu vista,
es la luz de un espíritu que tarde
meditando, pensaba que moría: 135

esa es la luz eterna de Sigiero 136
que, enseñando en el barrio de la Paja,
silogismo verdades envidiadas.» 138

En fin, lo mismo que un reloj que llama
cuando la esposa del Señor despierta 140
a que cante maitines a su amado, 141

que una pieza a la otra empuja y urge,
tintineando con tan dulces notas,
que el alma bien dispuesta de amor llenan; 144

así vi yo la rueda gloriosa
moverse, voz a voz dando respuesta
tan suave y templada, que tan sólo 147
se escucha donde el gozo se eterniza.

CANTO XI

¡Oh cuán vano el afán de los mortales,
qué mezquinos son esos silogismos
que las alas te arrastran por el suelo! 3

Tras de los aforismos o los Iura 4
iban unos, o tras del sacerdocio
o del mandar por fuerza o por sofismas. 6

tras negocios civiles o robando,
o envueltos en el gozo de la carne
se fatigaban, o en la vida ociosa, 9

cuando, de todas estas cosas libre,
con Beatriz por el cielo caminaba
de forma tan gloriosa recibido. 12

Después que cada uno volvió al punto
del círculo en el que antes se encontraba,
se detuvo, cual vela en candelero. 15

Y yo escuché dentro de esa lumbrera
que antes me había hablado, sonriendo, 17
palabras que le daban aún más lustre: 18

«Igual que yo con sus rayos me enciendo,
así, mirando en esa luz eterna,
adivino el porqué de lo que piensas. 21

Tú dudas y deseas que te aclare
con un lenguaje claro y manifiesto,
para entender aquello que te digo, 24

donde antes dije: «Por donde se avanza», 25
o donde dije: «No nació un segundo»;
y es necesario distinguir en esto. 27

La Providencia que gobierna el mundo
de modo que derrota a cualquier mente
creada, antes que llegue a ver el fondo, 30

para que caminase a su deleite
la esposa de quien quiso desposarla 32
con su bendita sangre a grandes voces, 33

sintiéndose más fiel y más segura,
dos príncipes mandó para ayudarla,
y en una cosa y otra la guiasen. 36

Todo en fuego seráfico uno ardía; 37
por su saber el otro fue en la tierra
de querúbica luz un resplandor. 39

De uno hablaré, si bien de ambos se habla
alabando a cualquiera de los dos,
puesto que a un mismo fin se encaminaron. 42

Entre Tupino y el agua que baja 43
de la cima escogida por Ubaldo,
fértil ladera pende de alto monte, 45

que el frío y el calor manda a Perugia
por la Puerta del Sol; y detrás lloran 47
Nocera y Gualdo su pesado yugo. 48

Por donde esta ladera disminuye
su pendiente, nacióle un sol al mundo,
como hace a veces éste sobre el Ganges. 51

Y así pues quien a aquel lugar nombrara
que no le llama Asís, pues esto es poco,
sino Oriente, si quiere ser exacto. 54

No se hallaba del orto muy distante, 55
cuando a la tierra por su gran virtud
logró hacer que sintiese algún consuelo; 57

que por tal dama, aún jovencito, en guerra 58
con su padre incurrió, a la cual las puertas
del gozo, cual a muerte, no abre nadie; 60

y ante toda su corte espiritual
et coram patrem a ella quiso unirse;
luego la amó más fuerte cada día. 63

Ésta, privada del primer marido, 64
mil cien años y más vivió olvidada 65
sin que nadie, hasta aquél, la convidase; 66

no valió oír que al lado de Amiclates
segura la encontró, al oír sus voces,
aquel que fue el terror del mundo entero; 69

ni le valió haber sido tan constante
y firme, que al quedar María abajo,
ella sobre la cruz lloró con Cristo. 72

Pero para no hablarte tan oscuro,
Francisco y la Pobreza estos amantes
has de saber que son de los que te hablo. 75

Su concordia y sus rostros tan felices,
amor y maravilla y gestos dulces,
inspiraban muy santos pensamientos; 78

tanto que aquel Bernardo venerable 79
se descalzó, y detrás de tanta paz
corrió, y corriendo tardo se creía. 81

¡Oh secreta riqueza! ¡Oh bien fecundo!
Egidio se descalza, el buen Silvestre, 83
tras del esposo, así a la esposa place 84

De allí se fue aquel padre, aquel maestro
con su mujer y su demás familia
que el humilde cordón ya se ceñía. 87

No le inclinó la frente la vergüenza
de ser hijo de Pietro Bernardone, 89
ni porque pareciera despreciable; 90

mas dignamente su dura intención
a Inocencio le abrió, y de aquél obtuvo 92
el permiso primero de su orden. 93

Después creciendo ya los pobrecillos
detrás de aquél, cuya admirable vida
mejor gloriando al cielo se cantara, 96

de segunda corona el Santo Espíritu
ciñó, por mediación de Honorio, aquel 98 Honorio II aprobó definitivamente la Orden en 1223.
santo deseo de este archimandrita. 99

Y después que, sediento de martirio,
en la presencia del Sultán soberbia
predicó a Cristo y quienes le siguieron, 102

y encontrando a esas gentes demasiado
reacias, para no estar inactivo,
volvióse al fruto del huerto de Italia, 105

en el áspero monte entre Arno y Tiber 106
de Cristo recibió el último sello,
que sus miembros llevaron por dos años. 108

Cuando el que a tanto bien le destinara
quiso hacerle subir al galardón
que él mereció por hacerse pequeño, 111

a sus hermanos, como justa herencia,
recomendó su dama más querida,
y les mandó que fielmente la amasen; 114

y de su seno el ánima preclara
quiso salir y volver a su reino,
y para el cuerpo otra caja no quiso. 117

Ahora piensa en quien fuese aquel colega 118
digno con él de mantener la barca
de Pedro en alta mar derechamente; 120

y este segundo fue nuestro patriarca;
por lo cual, quien le sigue, como él manda,
sabe que carga buenas mercancías. 123

Mas su rebaño, de nuevas viandas 124
se encuentra tan ansioso, que es difícil
que por pastos errados no se pierda; 126

y cuanto sus ovejas más se apartan
y más lejos de aquél vagabundean,
más tornan al redil faltas de leche. 129

Aún hay algunos que temen el daño
y a su pastor se estrechan; mas tan pocas
que a sus capas les basta poca tela. 132

Ahora, si te han bastado mis palabras
y si me has escuchado atentamente,
si recuerdas aquello que te he dicho, 135

en parte habrás tus ganas satisfecho
al ver por qué la planta se marchita,
y verás por qué causa yo te dije
"Que hace avanzar a quien no se extravía". 138

CANTO XII

Tan pronto como la última palabra
la bienaventurada llama dijo,
a girar comenzó la santa rueda; 3

y aún su vuelta no había completado,
cuando otra rueda giró en su redor,
uniendo canto a canto y giro a giro; 6

canto que tanto vence a nuestras musas
y sirenas en esas dulces trompas,
como la luz primera a sus reflejos. 9

Como se ven tras la nube ligera
dos arcos paralelos y de un mismo
color, cuando a su sierva envía Juno, 12

que aquel de fuera nace del de dentro,
al modo del hablar de aquella hermosa
que agostó Amor cual sol a los vapores, 15

haciendo que la gente esté segura,
por el pacto que Dios hizo a Noé,
que al mundo nunca más anegaría: 18

así de aquellas rosas sempiternas
las dos guirnaldas cerca de nosotros
giraba, respondiendo una a la otra. 21

Cuando la danza y otro gran festejo
del cántico y del mutuo centelleo,
luz con luz jubilosa y reposada, 24

a un mismo tiempo y voluntad cesaron,
como los ojos se abren y se cierran
juntamente al placer que les conmueve; 27

del corazón de una de aquellas luces 28
se alzó una voz, que como aguja al polo 29
me hizo volverme al sitio en que se hallaba; 30

y comenzó: «El amor que me hace bella
me obliga a que del otro jefe trate
por quien del mío aquí tan bien se ha hablado. 33

Justo es que, donde esté el uno, esté el otro: 34
y así pues como a una combatieron,
así luzca su gloria juntamente. 36

La milicia de Cristo, que tan caro
costó rearmar, detrás de sus banderas
marchaba escasa, lenta y recelosa, 39

cuando el Emperador que siempre reina 40
ayudó a su legión en el peligro,
por gracia sólo, no por merecerlo. 42

Y, ya se ha dicho, socorrió a su esposa
con dos caudillos, a cuyas palabras
y obras reunióse el pueblo descarriado. 45

Allí donde se alza y donde abre 46
Céfiro dulce los follajes nuevos,
de los que luego Europa se reviste, 48

no lejos del batir del oleaje
tras el cual, por su larga caminata,
el sol se oculta a todos ciertos días, 51

está la afortunada Caleruega
bajo la protección del gran escudo
del león subyugado que subyuga: 54

allí nació el amante infatigable 55
de la cristiana fe, el atleta santo
fiero al contrario y bueno con los suyos; 57

y en cuanto fue creada, fue repleta
tanto su mente de activa virtud
que, aún en la madre, la hizo profetisa. 60

Al celebrarse ya en la santa fuente
los esponsales entre él y la Fe, 62
la mutua salvación dándose en dote, 63

la mujer que por él dio asentimiento,
vio en un sueño ese fruto prodigioso
que saldría de aquél y su progenie; 66

y porque fuese cual era, aun de nombre, 67
un espíritu vino a señalarlo
del posesivo de quien era entero. 69

Fue llamado Domingo; y hablo de él
como del labrador que eligió Cristo
para que le ayudase con su huerto. 72

Bien se mostró de Cristo mensajero;
pues el primer amor del que dio prueba
fue al consejo primero que dio Cristo. 75

Muchas veces despierto y en silencio
lo encontró su nodriza echado en tierra
cual diciendo: «He venido para esto.» 78

¡Oh en verdad padre suyo venturoso!
¡Oh madre suya Juana verdadera, 80
si se interpreta tal como se dice! 81

No por el mundo, por el cual se afanan
hoy detrás del Ostiense y de Tadeo,
mas por amor del maná sin mentira, 84

en poco tiempo gran doctor se hizo;
por vigilar la viña, que marchita
pronto, si el viñador es perezoso. 87

Y a la sede que fue más bienhechora 88
antes de los humildes, no por ella,
por aquel que la ocupa y la mancilla, 90

no dispensas de dos o tres por seis,
no el primer cargo que libre quedara,
no decimas, quae sunt pauperum Dei, 93

sino pidió contra la gente errada
licencia de luchar por la semilla
donde estas veinticuatro plantas brotan. 96

Después, con voluntad y con doctrina,
emprendió su apostólica tarea
cual torrente que baja de alta cumbre; 99

y en el retoño herético su fuerza
golpeó, con más saña en aquel sitio
donde la resistencia era más dura. 102

De él se hicieron después diversos ríos 103
donde el huerto católico se riega,
y más vivos se encuentran sus arbustos. 105

Si fue tal una rueda de la biga
con que se defendió la Santa Iglesia
y su guerra civil venció en el campo. 108

bien debería serte manifiesta
la excelencia de la otra, que Tomás
antes de venir yo te alabó tanto. 111

Mas la órbita trazada por la parte 112
superior de su rueda, está olvidada;
y ahora es vinagre lo que era antes vino. 114

Su familia que recta caminaba
tras de sus huellas, ha cambiado tanto,
que el de delante al de detrás empuja; 117

y pronto podrá verse la cosecha
de tan mal fruto, cuando la cizaña
lamente que le cierren el granero 120

Bien sé que quien leyese hoja por hoja
nuestro Ebro, un pasaje aún hallaría
donde leyese: "Soy el que fui siempre." 123

Pero no de Casal ni de Acquasparta,
de donde tales vienen a la regla,
que uno la huye y otro la endurece. 126

Yo soy el alma de Buenaventura
de Bagnoregio, que en los altos cargos
los errados afanes puse aparte. 129

Aquí están Agustín e Iluminado, 130
los primeros descalzos pobrecillos
con el cordón amigos del Señor. 132

Está con ellos Hugo de San Víctor, 133
y Pedro Mangiadore y Pedro Hispano, 134
que con sus doce libros resplandece; 135

el profeta Natán, y el arzobispo 136
Crisóstomo y Anselmo, y el Donato 137
que puso mano en el arte primera. 138

Está Rabano aquí, y luce a mi lado 139
el abad de Calabria Joaquín 140
dotado del espíritu profético. 141

A celebrar a paladín tan grande 142
me movió la inflamada cortesía
de fray Tomás y su agudo discurso; 144
y conmigo movió a quien me acompaña.»

CANTO XIII

Imagine quien quiera comprender 1
lo que yo vi y que la imagen retenga
mientras lo digo, como firme roca 3

quince estrellas que en zonas diferentes
el cielo encienden con tanta viveza
que cualquier densidad del aire vencen; 6

imagine aquel carro a quien el seno
basta de nuestro cielo noche y día
y al dar vuelta el timón no se nos marcha; 9

imagine la boca de aquel cuerno
que al extremo del eje se origina,
al que da vueltas la primera esfera, 12

haciéndose dos signos en el cielo,
como hiciera la hija del rey Minos
sintiendo el frío hielo de la muerte; 15

y uno poner sus rayos en el otro,
y dar vueltas los dos de tal manera
que uno fuera detrás y otro delante; 18

y tendrá casi sombra de la cierta
constelación y de la doble danza
que giraba en el punto en que me hallaba: 21

pues tan distante está de nuestros usos,
cuanto está del fluir del río Chiana 23
del cielo más veloz el movimiento. 24

Allí cantaron no a Pean ni a Baco, 25
a tres personas de naturaleza
divina, y una de ellas con la Humana. 27

Las vueltas y el cantar se terminaron;
y atentas nos miraron esas luces,
alegres de pasar a otro cuidado. 30

Rompió el silencio de concordes númenes
luego la luz que la admirable vida
del pobrecillo del Señor narrara, 33

dijo: «Cuando trillada está una paja,
cuando su grano ha sido ya guardado,
a trillar otra un dulce amor me invita. 36

Crees que en el pecho del que la costilla 37
se sacó para hacer la hermosa boca
y un paladar al mundo tan costoso, 39

y en aquel que, pasado por la lanza
antes y luego tanto satisfizo,
que venció la balanza de la culpa, 42

cuanto al género humano se permite
tener de luz, del todo fue infundido
por el Poder que hiciera a uno y a otro; 45

por eso miras a lo que antes dije,
cuando conté que no tuvo segundo
quien en la quinta luz está escondido. 48

Abre los ojos a lo que respondo,
y verás lo que crees y lo que digo
como el centro y el círculo en lo cierto. 51

Lo que no muere y lo que morirá
no es más que un resplandor de aquella idea
que hace nacer, amando, nuestro Sir; 54

que aquella viva luz que se desprende 55
del astro del que no se desaúna,
ni del amor que tres hace con ellos, 57

por su bondad su iluminar transmite,
como un espejo, a nueve subcriaturas, 59
conservándose en uno eternamente. 60

De aquí desciende a la última potencia
bajando de acto en acto, hasta tal punto,
que no hace más que contingencias breves; 63

y entiendo que son estas contingencias
las cosas engendradas, que produce
con simiente o sin ella el cielo móvil. 66

No es siempre igual la cera y quien la imprime; 67
y por ello allá abajo más o menos
se traslucen los signos ideales. 69

Por lo que ocurre que de un mismo árbol,
salgan frutos mejores o peores;
y nacéis con distinta inteligencia. 72

si perfecta la cera se encontrase, 73
e igual el cielo en su virtud suprema,
la luz del sello toda brillaría; 75

mas la natura siempre es imperfecta,
obrando de igual modo que el artista
que sabe el arte mas su mano tiembla. 78

Y si el ardiente amor la clara vista 79
del supremo poder dispone y sella,
toda la perfección aquí se adquiere. 81

Tal fue creada ya la tierra digna
de toda perfección animalesca;
y la Virgen preñada de este modo; 84

de tal forma yo apruebo lo que opinas,
pues la humana natura nunca fue
ni será como en esas dos personas. 87

Ahora si no siguiese mis razones,
"¿pues cómo aquél no tuvo par alguno?"
me dirían entonces tus palabras. 90

Mas porque veas claro lo confuso,
piensa quién era y la razón que tuvo,
al pedir cuando "pide" le dijeron. 93

No te he hablado de forma que aún ignores 94
que rey fue, y que pidió sabiduría
a fin de ser un rey capacitado; 96

no por saber el número en que fuesen
arriba los motores, si necesse
con contingentes hacen un necesse; 99

no si est dare primum motum esse,
o si de un semicírculo se hacen
triángulos que un recto no tuviesen. 102

Y así, si lo que dije y esto adviertes,
es real prudencia aquel saber sin par
donde la flecha de mi hablar clavaba; 105

y si al "surgió" la vista clara tiendes, 106
la verás sólo a reyes referida,
que muchos hay, y pocos son los buenos. 108

Con esta distinción oye mis dichos;
y así casan con eso que supones
de nuestro Gozo y del padre primero. 111

Plomo a tus pies te sea este consejo,
para que andes despacio, como el hombre
cansado, al sí y al no de lo que ignoras: 114

pues es de los idiotas el más torpe,
el que sin distinguir niega o afirma
en el uno o el otro de los casos; 117

puesto que encuentra que ocurre a menudo
que sea falsa la opinión ligera,
y la pasión ofusca el intelecto. 120

Más que en vano se aparta de la orilla,
porque no vuelve como se ha marchado,
el que sin redes la verdad buscase. 123

Y de esto son al mundo claras muestras 124
Parménides, Meliso, Briso, y muchos,
que caminaban sin saber adónde; 126

Y Arrio y Sabelio y todos esos necios, 127
que deforman, igual que las espadas, 128
la recta imagen de las Escrituras. 129

No se aventure el hombre demasiado
en juzgar, como aquel que aprecia el trigo
sembrado antes de que haya madurado; 132

que las zarzas he visto en el invierno
cuán ásperas, cuán rígidas mostrarse;
y engalanarse luego con las rosas; 135

y vi derecha ya y veloz la nave
correr el mar en todo su camino,
y perecer cuando llegaba a puerto. 138

No crean seor Martino y Doña Berta, 139
viendo robar a uno y dar a otro,
verlos igual en el juicio divino; 141
que uno puede caer y otro subir.»

CANTO XIV

Del centro al borde, y desde el borde al centro 1
se mueve el agua en un redondo vaso,
según se le golpea dentro o fuera: 3

de igual manera sucedió en mi mente
esto que digo, al callarse de pronto
el alma gloriosa de Tomás, 6

por la gran semejanza que nacía
de sus palabras con las de Beatriz,
a quien hablar, después de aquél, le plugo: 9

«Le es necesario a éste, y no lo dice,
ni con la voz ni aun con el pensamiento,
indagar la raíz de otra certeza. 12

Decidle si la luz con que se adorna 13
vuestra sustancia, durará en vosotros
igual que ahora se halla, eternamente; 15

y si es así, decidle cómo, luego
de que seáis de nuevo hechos visibles,
podréis estar sin que la vista os dañe.» 18

Cual, por más grande júbilo empujados,
a veces los que danzan en la rueda
alzan la voz con gestos de alegría, 21

de igual manera, a aquel devoto ruego
las santas ruedas mostraron más gozo
en sus giros y notas admirables. 24

Quien se lamenta de que aquí se muera
para vivir arriba, es que no ha visto
el refrigerio de la eterna lluvia. 27

Que al uno y dos y tres que siempre vive 28
y reina siempre en tres y en dos y en uno,
nunca abarcado y abarcando todo, 30

tres veces le cantaba cada una
de esas almas con una melodía,
justo precio de mérito cualquiera. 33

Y escuché dentro de la luz más santa 34
del menor círculo una voz modesta,
quizá cual la del Ángel a María, 36

responder: «Cuanto más dure la dicha
del paraíso, tanto nuestro amor
ha de esplender en tomo a estos vestidos. 39

De nuestro ardor la claridad procede;
por la visión ardemos, y esa es tanta,
cuanta gracia a su mérito se otorga. 42

Cuando la carne gloriosa y santa
vuelva a vestirnos, estando completas
nuestras personas, aún serán más gratas; 45

pues se acrecentará lo que nos dona
de luz gratuitamente el bien supremo,
y es una luz que verlo nos permite; 48

por lo que la visión más se acrecienta,
crece el ardor que en ella se ha encendido,
y crece el rayo que procede de éste. 51

Pero como el carbón que da una llama,
y sobrepasa a aquella por su brillo,
de forma que es visible su apariencia; 54

así este resplandor que nos circunda
vencerá la apariencia de la carne
que aún está recubierta por la tierra; 57

y no podrá cegarnos luz tan grande: 58
porque ha de resistir nuestro organismo
a todo aquello que cause deleite.» 60

Tan acordes y prontos parecieron
diciendo «Amén» el uno y otro coro,
cual si sus cuerpos muertos añoraran: 63

y no sólo por ellos, por sus madres,
por sus padres y seres más queridos,
y que fuesen también eternas llamas. 66

De claridad pareja entorno entonces,
nació un fulgor encima del que estaba,
igual que un horizonte se ilumina. 69

Y como a la caída de la noche
nuevos fulgores surgen en el cielo,
ciertos e inciertos ante nuestra vista, 72

me pareció que en círculo dispuestas
unas nuevas sustancias contemplaba
por fuera de las dos circunferencias. 75

¡Oh resplandor veraz del Santo Espíritu!
¡qué incandescente apareció de pronto
a mis ojos que no lo soportaron! 78

Mas Beatriz tan sonriente y bella
se me mostró, que entre aquellas visiones
que no recuerdo tengo que dejarla. 81

Recobraron mis ojos la potencia
de levantarse; y nos vi trasladados
solos mi dama y yo a gloria más alta. 84

Bien advertí que estaba más arriba,
por el ígneo esplendor de aquella estrella,
mucho más rojo de lo acostumbrado. 87

De todo corazón, con la palabra
común, hícele a Dios un holocausto,
como a la nueva gracia convenía. 90

Y apagado en mi pecho aún no se hallaba
del sacrificio el fuego, cuando supe
que era mi ofrenda fausta y recibida; 93

que con tan grande brillo y tanto fuego
un resplandor salía de sus rayos
que dije: «¡Oh Helios, cómo los adornas!» 96

Cual con mayores y menores luces
blanquea la Galaxia entre los polos 98
del mundo, y a los sabios pone en duda; 99

así formados hacían los rayos
en el profundo Marte el santo signo
que del círculo forman los cuadrantes. 102

Aquí vence al ingenio la memoria; 103
que aquella Cruz resplandecía a Cristo,
y no encuentro un ejemplo digno de ello; 105

mas quien toma su cruz y a Cristo sigue,
podrá excusarme de eso que no cuento
viendo en aquel albor radiar a Cristo. 108

De un lado al otro y desde arriba a abajo
se movían las luces y brillaban
aún más al encontrarse y separarse: 111

así aquí vemos, rectos o torcidos, 112
lentos o raudos renovar su aspecto
los corpusculos, cortos y más largos, 114

moviéndose en el rayo que atraviesa
la sombra a veces que, por protegerse,
dispone el hombre con ingenio y arte. 117

Y cual arpa y laúd, con tantas cuerdas
afinadas, resuenan dulcemente
aun para quien las notas no distingue, 120

tal de las luzes que allí aparecieron
a aquella cruz un canto se adhería,
que arrebatóme, aun no entendiendo el himno. 123

Bien me di cuenta que era de altas loas,
pues llegaba hasta mi «Resurgi» y «Vinci»
como a aquel que no entiende, pero escucha. 126

Y me sentía tan enamorado, 127
que hasta ese entonces no hubo cosa alguna
que me atrapase en tan dulces cadenas. 129

Tal vez son muy atrevidas mis palabras,
al posponer el gozo de los ojos,
que si los miro, cesan mis deseos; 132

mas el que sepa que los cielos vivos
más altos más acrecen la belleza,
y que yo aún no me había vuelto a aquéllos, 135

podrá excusarme de lo que me acuso
por excusarme, y saber que no miento:
que aquí el santo placer no está excluido, 138
pues más sincero se hace mientra sube.

CANTO XV

La buena voluntad donde se licúa
siempre el amor que inspira lo que es recto,
como en la inicua la pasión insana, 3

silencio impuso a aquella dulce lira,
aquietando las cuerdas que la diestra
del cielo pulsa y luego las acalla. 6

¿Cómo estarán a justas preces sordas
esas sustancias que, por darme aliento
para que hablase, a una se callaron? 9

Bien está que sin término se duela
quien, por amor de cosas que no duran,
de ese amor se despoja eternamente. 12

Cual por los cielos puros y tranquilos 13
de cuando en cuando cruza un raudo fuego,
y atrae la vista que está distraída, 15

y es como un astro que de sitio mude,
sino que en el lugar donde se enciende
no se pierde ninguno, y dura poco: 18

tal desde el brazo que a diestra se extiende
hasta el pie de la cruz, corrió una estrella
de la constelación que allí relumbra; 21

no se apartó la gema de su cinta,
mas pasó por la línea radial
cual fuego por detrás del alabastro. 24

Fue tan piadosa la sombra de Anquises, 25
si a la más alta musa damos fe,
reconociendo a su hijo en el Elíseo. 27

«O sanguis meus, o superinfusa 28
gratia Dei, sicut tibi cui
bis unquam celi ianüa reclusa?» 30

Dijo esa luz llamando mi atención;
luego volví la vista a mi señora,
y una y otra dejáronme asombrado; 33

pues ardía en sus ojos tal sonrisa,
que pensé que los míos tocarían
el fondo de n ú gloria y paraíso. 36

Luego gozoso en vista y en palabras,
el espíritu dijo aún otras cosas
que no las entendí, de tan profundas; 39

Y no es que por su gusto lo escondiera,
mas por necesidad, pues su concepto
al ingenio mortal se superpone. 42

Y cuando el arco del afecto ardiente
se calmó, y se abajaron sus palabras
a la diana de nuestro intelecto, 45

la cosa que escuché primeramente
«¡Bendito seas fue tú, el uno y trino,
que tan cortés has sido con mi estirpe!» 48

Y siguió: «Un grato y lejano deseo,
tomado de leer el gran volumen
del cual el blanco y negro no se mudan, 51

has satisfecho, hijo, en esa luz
desde la cual te hablo, gracias a ésa
que alas te dio para tan alto vuelo. 54

Tú crees que a mí llegó tu pensamiento
de aquel que es el primero, como sale
del uno, al conocerlo, el seis y el cinco; 57

y por ello quién soy, y por qué causa
más alegre me ves, no me preguntas,
que algunos otros de este alegre grupo. 60

Crees bien; pues los menores y mayores
de esta vida se miran al espejo
que muestra el pensamiento antes que pienses; 63

mas por que el sacro amor en que yo veo
con perpetua vista, y que me llena
de un dulce desear, mejor se calme, 66

¡segura ya tu voz, alegre y firme
suene tu voluntad, suene tu anhelo,
al que ya decretada es mi respuesta!» 69

Me volví hacia Beatriz, que antes que hablara
me escuchó, y sonrió con un semblante
que hizo crecer las alas del deseo. 72

Dije después: «El juicio y el afecto, 73
pues que gozáis de la unidad primera,
en vosotros operan de igual modo, 75

porque el sol que os prendió y en el que ardisteis,
en su calor y luz es tan igual,
que otro símil sería inoportuno. 78

Mas querer y razón, en los mortales,
por causas de vosotros conocidas,
tienen las alas de diversas plumas; 81

y yo, que soy mortal, me siento en esta
desigualdad, y por ello agradezco
sólo de corazón esta acogida. 84

Te imploro con fervor, vivo topacio,
precioso engaste de esta joya pura,
que me quede saciado de tu nombre.» 87

«¡Oh fronda mía, que eras mi delicia
aguardándote, yo fui tu raíz!»: 89
comenzó de este modo a responderme. 90

Luego me dijo: «Aquel de quien se toma
tu apellido, y cien años ha girado
y más el monte en la primera cornisa, 93

fue mi hijo, y fue tu bisabuelo:
y es conveniente que tú con tus obras
a su larga fatiga des alivio. 96

Florencia dentro de su antiguo muro, 97
donde ella toca aún a tercia y nona,
en paz estaba, sobria y pudorosa. 99

No tenía coronas ni pulseras,
ni faldas recamadas, ni cintillos
que gustara ver más que a las personas. 102

Aún no le daba miedo si nacía
la hija al padre, pues la edad y dote
ni una ni otra excedían la medida. 105

No había casas faltas de familia; 106
aún no había enseñado Sardanápalo 107
lo que se puede hacer en una alcoba. 108

Aún no estaba vencido Montemalo 109
por vuestro Uccelatoio, que cayendo
lo vencerá al igual que en la subida. 111

Vi andar ceñido a Belincione Berti 112
con piel de oso, y volver del espejo
a su mujer sin la cara pintada; 114

y vi a los Nerli alegres y a los Vechio 115
de vestir simples pieles, y a la rueca
atendiendo y al huso sus esposas. 117

¡Oh afortunadas! estaban seguras 118
del sepulcro, y ninguna aún se encontraba
abandonada por Francia en el lecho. 120

Una cuidaba atenta de la cuna,
y, por consuelo, usaba el idioma
que divierte a los padres y a las madres; 123

otra, tirando a la rueca del pelo,
charloteaba con sus familiares
de Fiésole, de Roma, o los troyanos. 126

Entonces por milagro se tendrían 127
una Cianghella, un Lapo Saltarello,
como ahora Cornelia o Cincinato. 129

A un tan hermoso, a un tan apacible
vivir de ciudadano, a una tan fiel
ciudadanía, y a un tan dulce albergue, 132

me dio María, a gritos invocada; 133
y en el antiguo bautisterio vuestro
fui cristiano a la par que Cacciaguida. 135

Moronto fue mi hermano y Eliseo; 136
desde el valle del Po vino mi esposa,
de la cual se origina tu apellido. 138

Luego seguí al emperador Conrado;
y él me armó caballero en su milicia,
tan de su agrado fueron mis hazañas. 141

Marché tras él contra la iniquidad
de aquella secta cuyo pueblo usurpa,
por culpa del pastor, vuestra justicia. 144

Allí fui yo por esas torpes gentes,
ya desligado del mundo falaz,
cuyo amor muchas almas envilece;
y vine hasta esta paz desde el martirio. 147

CANTO XVI

Oh pequeña nobleza de la sangre,
que de ti se gloríen aquí abajo
las gentes donde es débil nuestro afecto, 3

nunca habrá de admirarme: porque donde
el apetito nuestro no se tuerce,
digo en el cielo, yo me glorié. 6

Eres un manto que pronto se acorta:
tal que, si no se agranda día a día,
el tiempo va en redor con las tijeras. 9

Con el «vos» que primero sufrió Roma, 10
y que sus descendientes no conservan,
comenzaron de nuevo mis palabras; 12

por lo cual Beatriz, que estaba aparte 13
la que tosió, al reírse parecía,
al primer fallo escrito de Ginebra. 15

Yo le dije: «Vos sois el padre mío;
vos infundís aliento a mis palabras;
vos me eleváis, y soy más que yo mismo. 18

Por tantos cauces llena la alegría
mi mente, y de sí misma se recrea
pues soportarlo puede sin fatiga. 21

Habladme pues, mi caro antecesor,
de los mayores vuestros y los años
que dejaron su huella en vuestra infancia; 24

decidme cómo era en aquel tiempo
el redil de san Juan, y quiénes eran 26
los dignos de los puestos elevados.» 27

Como se aviva cuando el viento sopla
el carbón encendido, así vi a aquella
luz brillar con mi hablar respetuoso; 30

y haciéndose más bella ante mis ojos,
así con voz más dulce y más suave,
mas no con este lenguaje moderno, 33

me dijo: «Desde el día en que fue dicho 34
"Ave", hasta el parto en que mi santa madre,
se vio libre de mí, que la gravaba, 36

a su León quinientas y cincuenta
y treinta veces este fuego vino
a inflamarse otra vez bajo sus plantas. 39

Mis mayores y yo nacimos donde
primero encuentra el último distrito
quien corre en vuestros juegcos anuales. 42

De mis mayores basta escucha esto:
quiénes fueran y cuál su procedencia,
más conviene callar que declararlo. 45

Todos los que podían aquel tiempo
entre el Bautista y Marte llevar armas,
eran el quinto de los que hay ahora. 48

Mas la ciudadanía, ahora mezclada
de Campi, de Certaldo y de Fegghine,
pura se hallaba hasta en los artesanos. 51

¡Oh cuánto mejor fuera ser vecino
de esas gentes que digo, y a Galluzzo
y a Trespiano tener como confines, 54

que tener dentro y aguantar la peste
de ese ruin de Aguglión, y del de Signa,
de tan aguda vista para el fraude! 57

Si la gente que al mundo más corrompe 58
no hubiera sido madrastra del César,
mas cual benigna madre para el hijo, 60

quien es ya florentino y cambia y merca,
a Simifonte habría regresado, 62
donde pidiendo su abuelo vivía; 63

de los Conti sería aún Montemurlo; 64
los Cerchi habitarían en Acona,
los Buondelmonti acaso en Valdigrieve. 66

Siempre la confusión de las personas
principio fue del mal de las ciudades,
cual del vuestro el comer más de la cuenta; 69

y más deprisa cae si ciega el toro
que el cordero; y mejor que cinco espadas
y más corta una sola muchas veces. 72

Si piensas cómo Luni y Orbisaglia 73
han desaparecido, y cómo van
Sinagaglia y Chiusi tras de aquéllas, 75

oír cómo se pierden las estirpes
no te parecerá nuevo ni fuerte,
ya que también se acaban las ciudades. 78

Tienen su muerte todas vuestras cosas,
como vosotros; mas se oculta alguna
que dura mucho, y son cortas las vidas. 81

Y cual girando el ciclo de la luna
las playas sin cesar cubre y descubre,
así hace la Fortuna con Florencia: 84

por lo cual lo que diga de los grandes
florentinos no debe sorprenderte,
que ya su fama en el tiempo se esconde. 87

Yo vi a los Ughi y a los Catellini, 88
Filippi, Creci, Orrnanni y Alberichi,
ya en decadencia, ilustres ciudadanos; 90

y vi tan grandes como los antiguos,
con el de la Sanella, a aquel del Arca,
y a Soldanieri y Ardinghi y Bostichi. 93

junto a la puerta, que se carga ahora 94
de nueva felonía tan pesada
que hará que vuestra barca se hunda pronto, 96

los Ravignani estban, de los cuales
descendió el conde Guido, y los que el nombre
del alto Bellinción después tomaron. 99

Los de la Pressa sabía ya cómo 100
gobernar, y tenía Galigaio 101
ya en su casa dorados pomo y funda. 102

Era ya grande la columna oscura, 103
Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci,
Galli y a quien las pesas avergüenzan. 105

La cepa que dio vida a los Calfucci
era ya grande, y ya fueron llamados
los Sizzi y Arrigucci a las curules. 108

¡Cuán altos vi a los que ahora están deshechos 109
por su soberbia! y las bolas de oro 110
con sus gestas Florencia florecían. 111

Así hacían los padres de esos que, 112
cuando queda vacante vuestra iglesia,
engordan acudiendo al consistorio. 114

Esa insolente estirpe que se endraga 115
tras los que huyen, y a quien muestra el diente
o la bolsa, se amansa cual cordero, 117

iba ascendiendo, mas de humilde origen;
y a Ubertino Donati no placía 119
que luego el suegro con ella le uniese. 120

Ya hasta el mercado había el Caponsacco 121
de Fiésole venido, y ciudadanos
eran ya buenos Guida e Infangato. 123

Diré una cosa cierta e increíble:
daba la entrada al recinto una puerta
que de los Pera su nombre tomaba. 126

Los que hoy ostentan esa bella insignia 127
del gran barón con cuya prez y nombre
la fiesta de Tomás se reconforta, 129

de él recibieron mando y privilegio;
aunque se ponga hoy junto a la plebe
quien la rodea con franja de oro. 132

Ya estaban Gualterotti e Importuni;
y aún estaría el Burgo más tranquilo,
ayuno de estas nuevas vecindades. 135

La casa en que naciera vuestro llanto, 136
por el justo rencor que os ha matado,
y puso fin a vuestra alegre vida, 138

era honrada, con todos sus secuaces: 139
¡Oh Buondelmonti, mal de aquellas bodas
huiste, y el consuelo nos quitaste! 141

Alegres muchos tristes estarían, 142
si al Ema Dios te hubiese concedido,
cuando llegaste allí por vez primera. 144

Mas convenía que en la piedra rota 145
que el puente guarda, hiciera un sacrificio
Florencia al terminarse ya su paz. 147

Con estas gentes, y otras con aquéllas,
vi yo a Florencia con tan gran sosiego,
que no había motivos para el llanto. 150

Con esas gentes yo vi glorioso
y justo al pueblo, tanto que su lirio
nunca al revés pusieron en el asta,
ni fue hecho rojo por las disensiones.» 153

CANTO XVII

Como acudió a Climene, a consultarle 1
de aquello que escuchara en contra suya,
quien remiso hace al padre aún con el hijo; 3

tal me encontraba, y tal lo comprendían
Beatriz y aquella luz santa que antes
por causa mía se cambió de sitio. 6

Por lo cual mi señora «Expulsa el fuego
de tu deseo dijo y que éste salga
por tu imagen interna bien sellado: 9

no para acrecentar lo que sabemos
al decirlo: mas para acostumbrarte
a que hables de tu sed, y otros te ayuden». 12

«Cara planta que te alzas de tal modo
que, cual saben los hombres que no caben
dos ángulos obtusos en un triángulo, 15

igual sabes las cosas contingentes
antes de que sucedan, viendo el punto
en quien todos los tiempos son presentes; 18

mientras que junto a Virgilio subía
por la montaña que cura las almas,
o por el reino difunto bajando, 21

dichas me fueron respecto al futuro
palabras graves, y aunque yo me sienta
a los golpes de azar como el tetrágono; 24

mi deseo estaría satisfecho
sabiendo la fortuna que me aguarda:
pues la flecha prevista daña menos.» 27

Así le dije a aquella misma luz
que antes me había hablado; y como quiso
Beatriz, fue mi deseo confesado. 30

No con enigmas, donde se enviscaba 31
la gente loca, antes de que muriera
el Cordero que quita los pecados, 33

mas con palabras claras y preciso
latín, me respondió el amor paterno,
manifiesto y oculto en su sonrisa: 36

«Los hechos contingentes, que no salen 37
de los cuadernos de vuestra materia,
en la mirada eterna se dibujan; 39

Mas esto no los hace necesarios,
igual que la mirada que refleja
el barco al que se lleva la corriente. 42

De allí, lo mismo que viene al oído
el dulce son del órgano, me viene
hasta mi vista el tiempo que te aguarda. 45

Como se marchó Hipólito de Atenas 46
por la malvada y pérfida madrastra,
así tendrás que salir de Florencia. 48

Esto se quiere y esto ya se busca, 49
y pronto lo han de ver los que esto piensan
donde se vende a Cristo cada día. 51

Se atribuirá la culpa a los vencidos,
como se suele hacer; mas el castigo
testimonio será de la verdad. 54

Tú dejarás cualquier cosa que quieras
más fuertemente; y. esto es esa flecha
que antes dispara el arco del exilio. 57

Probarás cuán amargamente sabe
el pan ajeno y cuán duro es subir
y bajar las ajenas escaleras. 60

Y lo que más te pesará en los hombros, 61
será la ruin y necia compañía
con la que has de caer en ese valle; 63

que ingrata, impía y loca contra ti
ha de volverse; mas al poco tiempo
ella, no tú, tendrá las sienes rojas. 66

De su bestialidad dará la prueba
su proceder; y grato habrá de serte
haber hecho un partido de ti mismo. 69

El refugio primero que te albergue
será la cortesía del Lombardo 71
que en la escalera tiene el ave santa; 72

que te dará tan benigna acogida,
que de hacer y pedir, entre vosotros,
antes irá el que entre otros el postrero. 75

Con él verás a aquel que fue signado, 76
tanto, al nacer, por esta fuerte estrella,
que hará notables todas sus acciones. 78

En él nadie repara todavía
por su temprana edad, pues nueve años
sólo esta rueda gira en torno suya; 81

mas antes que el Gascón engañe a Enrique, 82
de su virtud veremos los fulgores,
despreciando la playa y las fatigas. 84

Y sus magnificencias tan famosas
serán entonces, que sus enemigos
no podrán evitar el referirlas. 87

Pon la esperanza en él y en sus mercedes;
por él será cambiada mucha gente,
mudando condición rico y mendigo; 90

y llevarás escrito sin decirlo
en tu memoria de él»; y dijo cosas
que no creyese aun quien las escuchara. 93

Dijo después: «La explicación es esto
de lo que te fue dicho; ve las trampas
que se esconden detrás de pocos años. 96

Mas no quiero que envidies a tu gente,
pues sabrás que tu vida se enfutura
más allá que el castigo de su infamia.» 99

Cuando al callar mostró que concluido
ya había el alma santa el entramado
de la tela en que yo puse la urdimbre, 102

yo comencé lo mismo que el que anhela,
en la duda, el consejo de personas
que ven y quieren rectamente y aman: 105

«Bien veo padre mío, cómo aguija
contra mí el el tiempo, para darme un golpe
tal, que es más grave a quien más se descuida; 108

de previsión por ello debo armarme,
y si el lugar más amado me quitan,
yo no pierda los otros por mis versos. 111

Por el amargo mundo sempiterno,
y por el monte desde cuya altura
me elevaron los ojos de mi dama, 114

y en el cielo después, de fuego en fuego,
aprendí muchas cosas, que un agriado
sabor daría a muchos si las cuento; 117

mas si amo la verdad tímidamente,
temo perder mi fama entre esos hombres
que a nuestro tiempo han de llamar antiguo.» 120

La luz donde reía mi tesoro,
que allí encontré, centelleó primero,
como al rayo de sol un áureo espejo; 123

después me replicó: «Sólo a una mente,
por la propia vergüenza o por la ajena
turbada, será brusco lo que digas. 126

No obstante, aparta toda la mentira
y pon de manifiesto lo que has visto;
y deja que se rasquen los sarnosos. 129

Porque si con tu voz causas molestia
al probarte, alimento nutritivo
dejará luego cuando lo digieran. 132

Este clamor tuyo hará como el viento,
que las más altas cumbres más golpea;
y esto no poco honor ha de traerte. 135

Por ello se han mostrado a ti en los cielos,
en el monte y el valle doloroso
sólo las almas de notoria fama, 138

pues fe no guarda el ánimo que escucha
ni observa los ejemplos que escondidas
o incógnitas tuvieran las raíces, 141
ni razones que no son evidentes.»

CANTO XVIII

Se recreaba ya en sus reflexiones
aquel beato espejo, y yo en las mías,
temperando lo amargo con lo dulce; 3

y la mujer que a Dios me conducía
dijo: «Cambia de idea; porque estoy
cerca de aquel que lo injusto repara.» 6

Yo entonces me volví al son amoroso
de mi consuelo; y no he de referiros
el mucho amor que vi en sus santos ojos: 9

no sólo es que no fíe en mis palabras,
sino que la memoria no repite,
sin una gracia, lo que la supera. 12

Sólo puedo decir de aquel instante,
que, volviendo a mirarla, estuvo libre
mi afecto de cualquier otro deseo, 15

mientras el gozo eterno, que directo 16
irradiaba en Beatriz, desde sus ojos
con su segundo aspecto me alegraba. 18

Vencido con la luz de su sonrisa,
ella me dijo: «Vuélvete y escucha;
no está en mis ojos sólo el Paraíso.» 21

Como se ve en la tierra algunas veces
el afecto en la vista, si es tan grande,
que por él todo el alma es poseída, 24

así en el flamear del fulgor santo 25
al que yo me volví, supe el deseo
que tenía aún de hablarme un poco más, 27

y él comenzó: «En este quinto grado
del árbol de la cima, que da fruta
siempre y que nunca pierde su follaje, 30

hay almas santas, que en la tierra, antes
que vinieran al cielo, tan famosas
fueron que harían rica a cualquier musa. 33

Contempla pues los brazos de la cruz:
los que te nombraré aparecerán
como el rayo veloz hace en la nube.» 36

Por la cruz vi un fulgor que se movía
al nombre de Josué, nada más dicho;
no sé si fue primero el ver que el nombre. 39

Y al nombre de aquel grande Macabeo
vi que otro se movía dando vueltas,
y era cuerda del trompo la alegría. 42

Así con Carlo Magno y con Oriando
siguió dos luces mi mirar atento
como a su halcón volando sigue el ojo. 45

Después vi a Rinoardo y a Guillermo 46
y al duque Godofredo con la vista
por esa cruz, y a Roberto Guiscardo. 48

Yendo a mezclarse luego con los otros,
me mostró el alma que me había hablado
qué clase de cantor era en el cielo. 51

Me volví entonces hacia la derecha
para ver si Beatriz, o por su gesto
o sus palabras, mi deber mostraba. 54

Y contemplé sus luces tan serenas,
tan gozosas, que a los demás vencía
su semblante y al último que tuvo. 57

Y como por sentir mayor deleite
obrando bien, el hombre día a día
se da cuenta que aumenta su virtud, 60

así yo me di cuenta que girando
junto al cielo mi círculo crecía,
viendo aún más luminoso aquel milagro. 63

Y como se transmuta en poco rato 64
en blanca la mujer, cuando su rostro
de la vergüenza el peso se descarga, 66

tal fue en mis ojos, cuando me volví,
por su blancura la templada estrella
sexta, que en ella habíame acogido. 69

Yo vi en aquella jovial antorcha
el destellar del amor que allí estaba
signando el alfabeto ante nosotros. 72

Y cual aves que se alzan de la orilla,
casi alabando ya el haber comido,
hacen bandadas largas o redondas, 75

así en las luces las santas criaturas
al revolotear iban cantando,
haciéndose una D, una I, una L. 78

Al compás de su canto se movían;
y al formar luego uno de aquellos signos,
callaban deteniéndose un momento. 81

¡Oh pegasea diosa, que a los sabios 82
los haces gloriosos y longevos,
y ellos contigo a reinos y a ciudades, 84

ilústreme tu ayuda, y haz que muestre
tal como aparecieron sus figuras:
y en breves versos tu poder demuestra! 87

Se me mostraron cinco veces siete
unas vocales y otras consonantes;
y en cuanto se formaban las leía. 90

«DILIGITE IUSTITIAM», verbo y nombre 91
fueron los que primero se formaron;
«QUI IUDICATIS TERRAM», las postreras. 93

Luego en la eme del vocablo quinto
ordenadas quedaron; y tal plata
bañada en oro Júpiter lucía. 96

Y vi otras luces que a la parte alta
bajaban de la eme, y se quedaban
cantando, creo, el bien que las traía. 99

Luego, como al chocar de los tizones
ardientes, surgen chispas a millares,
donde los necios suelen ver augurios, 102

pareció que de allí surgían miles
de luces que subían, mucho o poco,
tal como el sol que las prendió dispuso; 105

y en su lugar ya quietas cada una,
vi de un águila el cuello y la cabeza
representada en el fulgor distinto. 108

Quien pinta allí no tiene quien le guíe,
sino que guía, y de aquél se origina
la virtud que a los nidos da su forma. 111

Las otras beatitudes, que dichosas
de enliliarse en la ema parecieron,
moviéndose siguieron la figura. 114

¡Oh dulce estrella, cuáles, cuántas gemas
me demostraron que nuestra justicia
es efecto del cielo que tú enjoyas! 117

Y yo pido a la mente en que comienza
tu virtud y tu obrar, que vuelva a ver
de dónde sale el humo que te nubla; 120

tal que se encolerice nuevamente
del comprar y el vender dentro del templo
murado con milagros y martirios. 123

¡O milicia de cielo que ahora miro,
ruega por los que se hallan en la tierra
detrás del mal ejemplo desviados! 126

Antes se hacía con armas la guerra;
y ahora se hace quitando a unos y a otros
el pan que a nadie niega el santo Padre. 129

Pero tú que borrando sólo escribes, 130
piensa que aún viven Pedro y Pablo, muertos
por la viña que ahora tú devastas. 132

Puedes decir: «Tan fijo está mi amor
en quien quiso vivir en el desierto
y fue martirizado por un baile,
que al Pescador y a Pablo desconozco.» 135

CANTO XIX

Apareció ante mí la bella imagen
con las alas abiertas, que formaban
las almas agrupadas en su dicha; 3

un rubí parecía cada una
donde un rayo de sol ardiera tanto,
que en mis ojos pudiera reflejarse. 6

Y lo que debo de tratar ahora
ni referido nunca fue, ni escrito,
ni concebido por la fantasía; 9

pues vi y también oí que hablaba el pico,
y que la voz decía «mío» y «yo»
y debía decir «nuestro» y «nosotros». 12

Y comenzó: «Por ser justo y piadoso
estoy aquí exaltado a aquella gloria
que vencer no se deja del deseo; 15

y dejé tan completa mi memoria
en la tierra, que abajo los malvados
aun sin seguir su ejemplo, la veneran.» 18

Como un solo calor de muchas brasas,
de entre muchos amores, de igual modo,
salía un solo son de aquella imagen. 21

Y entonces respondí. «Oh perpetuas flores
de la alegría eterna, que uno sólo
me hacéis aparecer vuestros aromas, 24

aclaradme, espirando, el gran ayuno
que largamente en hambre me ha tenido,
pues ningún alimento hallé en la tierra. 27

Bien sé que si en el cielo de otro reino
la justicia divina hace su espejo
veladamente el vuestro no la mira. 30

Sabéis que atentamente me: dispongo
a escucharos; sabéis cuál es la duda
que en ayunas me tuvo tanto tiempo.» 33

Como halcón al que quitan la capucha,
que mueve la cabeza y bate alas
ganas mostrando y haciéndose hermoso, 36

contemplé a aquella imagen, que con loas
a la divina gracia era formada,
con cantos que conoce el que lo goza. 39

Dijo después: «El que volvió el compás
hasta el confín del mundo, y dentro de éste 42
guardó lo manifiesto y lo secreto,

no podía imprimir su poderío
en todo el universo, de tal modo
que su verbo no fuese aún infinito. 45

Y esto confirma que el primer soberbio,
que de toda criatura fue la suma,
por no esperar la luz cayó inmaduro; 48

mostrando que cualquier naturaleza
menor, es sólo un corto receptáculo
del bien que no se acaba y no se mide. 51

Por lo cual nuestra vista, que tan sólo
ha salido de un rayo de la mente
de que todas las cosas están llenas, 54

no puede valer tanto por sí misma,
que no sepa que está mucho más lejos
su principio de lo que se le muestra. 57

Por eso en la justicia sempiterna
la vista que recibe vuestro mundo,
igual que el ojo por el mar, se adentra; 60

que, aunque en la orilla puede ver el fondo,
no lo ve en alta mar; y no está menos
allí, pero lo esconde el ser profundo. 63

No hay luz, si no procede de la calma
imperturbable; y fuera es la tiniebla,
o sombra de la carne, o su veneno. 66

Bastante ya te he abierto el escondrijo
que te escondía la justicia viva,
que con tanta frecuencia cuestionaste; 69

diciendo: "Un hombre nace en la ribera
del Indo, y no hay allí nadie que hable
de Cristo ni leyendo ni escribiendo; 72

y todos sus deseos y actos buenos,
por lo que entiende la razón del hombre,
están sin culpa en vida y en palabras. 75

Y muere sin la fe y sin el bautismo:
¿Dónde está la justicia al condenarle?
¿y dónde está su culpa si él no cree?" 78

¿Quién eres tú para querer sentarte
a juzgar a mil millas de distancia
con tu vista que sólo alcanza un palmo? 81

Cierto que quien conmigo sutiliza,
si sobre él no estuviera la Escritura,
su dudar llegaría hasta el asombro. 84

¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!
La voluntad primera, por sí buena,
de sí, que es sumo bien, nunca se mueve. 87

Sólo es justo lo que a ella se conforma:
ningún creado bien puede atraerla,
pero aquella, espiendiendo, los produce.» 90

Igual que sobre el nido vuela en círculos
tras cebar a sus hijos la cigüeña,
y como la contempla el ya cebado; 93

hizo así, y yo los ojos levanté,
esa bendita imagen, que las alas
movió impulsada por tantos espíritus. 96

Dando vueltas cantaba, y me decía:
«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,
tal es el juicio eterno a los mortales.» 99

Al aquietarse las lucientes llamas
del Espíritu Santo, aún en el signo
que a Roma hizo temible en todo el mundo, 102

volvió a decir aquél: «No sube a este
reino, quien no creyera en Cristo, antes
o después de clavarle en el madero. 105

Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"
y estarán en el juicio menos prope 107
de aquel, que otros que a Cristo no conocen; 108

serán por el etíope afrentados
cuando los dos colegios se separen,
los para siempre ricos y los pobres. 111

¿A vuestros reyes qué dirán los persas
al contemplar abierto el libro donde
escritos se hallan todos sus pecados? 114

La que muy pronto moverá las plumas
y que devastará el reino de Praga,
de Alberto podrá verse entre las obras. 117

La pena podrá verse que en el Sena
causará, la moneda falseando,
quien por un jabalí hallará la muerte. 120

La insaciable soberbia podrá verse,
que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,
sin poder aguantarse en sus fronteras. 123

Veráse la lujuria y vida muelle
de aquel de España y del de la Bohemia,
que ni supo ni quiso del valor. 126

Veráse al cojo de Jerusalén
su bondad señalada con la I,
y con la M el contrario señalado. 129

Veráse la avaricia y la vileza
de quien guardando está la isla del fuego,
donde Anquises su larga edad dejara; 132

en abreviadas letras su escritura
para dar a entender cuán poco vale,
que mucho anotarán en poco espacio. 135

Enseñará las obras indecentes
de su tío y su hermano, que una estirpe 137
tan egregia y dos tronos ensuciaron. 138

El que está en Portugal y el de Noruega
allí se encontrarán, y aquel de Rascia
que mal ha visto el cuño de Venecia. 141

¡Dichosa Hungría, si es que no se deja 142
mal conducir! ¡y dichosa Navarra,
si se armase del monte que la cerca! 144

Y creer se debiera como muestra 145
de esto, que Nicosia y Famagusta
se reprueban y duelen de su bestia, 147
que del lado de aquéllas no se aparta. 148

CANTO XX

Cuando aquel que da luz al mundo entero 1
del hemisferio nuestro así desciende
que el día en todas partes se consuma, 3

el cielo, que aquél solo iluminaba,
súbitamente vuelve a hacerse claro,
con muchas luces, que a una reflejan. 6

Recordé este fenómeno celeste,
cuando calló aquel símbolo del mundo
y de sus jefes su bendito pico; 9

pues que todas aquellas vivas luces
entonaron, luciendo aún más, cantigas
que se han borrado ya de mi memoria. 12

¡Oh dulce amor que de risa te envuelves,
qué ardiente en esos sistros te mostrabas,
de santos pensamientos inspirados! 15

Cuando las caras y lucientes piedras
de las que vi enjoyado el sexto cielo
sus angélicos sones terminaron, 18

creí escuchar el murmurar de un río
que claro baja de una roca en otra,
mostrando la abundancia de su fuente. 21

Y como el son del cuello de la cítara
toma forma, y así del orificio
de la zampoña por donde entra el viento, 24

de igual manera, sin tardanza alguna,
por el cuello del águila el murmullo
subió, cual si estuviese perforado. 27

Allí se tornó voz, y por el pico
salió en palabras, como lo esperaba
mi corazón, en donde las retuve. 30

«La parte en mí que ve y que al sol resiste 31
siendo águila mortal me dijo entonces-
ahora debes mirar atentamente, 33

pues de los fuegos que hacen mi figura,
esos por los que brillan mis pupilas,
son los más excelentes de entre todos. 36

Ese que en medio luce como el iris, 37
fue el gran cantor del Espíritu Santo,
que el arca trasladó de pueblo en pueblo: 39

ahora sabe ya el mérito del canto,
en cuanto efecto fue de su deseo,
por el pago que le ha correspondido. 42

De los cinco del arco de mis cejas, 43
quien del pico se encuentra más cercano,
consoló a aquella viuda por su hijo: 45

ahora sabe lo caro que resulta
el no seguir a Cristo, conociendo
esta vida tan dulce y su contraria. 48

Y aquel que sigue en la circunferencia 49
que te digo, en lo más alto del arco,
con penitencias aplazó su muerte: 51

ahora sabe que el juicio sempiterno
no cambia, aun cuando dignas oraciones
de lo de hoy abajo hace mañana. 54

El que sigue, conmigo y con las leyes, 55
bajo buena intención que dio mal fruto,
por ceder al pastor se tornó griego: 57

ahora sabe que el mal que ha derivado
de aquel buen proceder, no le es dañoso
aunque por ello el mundo se destruya. 60

Y aquel que está donde el arco desciende, 61
fue Guillermo, a quien llora aquella tierra
que a Federico y Carlos ahora sufre: 63

ahora sabe en qué modo se enamora
de un justo rey el cielo, y en el brillo
de su semblante así lo manifiesta. 66

¿Quién creería en el mundo en que se yerra 67
que el troyano Rifeo en este arco
fuese la quinta de las santas luces? 69

Ahora ya sabe más de eso que el mundo
no puede ver de la divina gracia,
aunque su vista el fondo no discierna.» 72

Como la alondra que vuela en el aire
cantando, y luego calla satisfecha
de la última dulzura que la sacia, 75

tal pareció la imagen del emblema
del eterno poder, a cuyo gusto
todas las cosas adquieren su ser. 78

Y aunque yo con mis dudas casi fuese
cristal con el color que le recubre,
no pude estar callado mucho tiempo, 81

mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?»
me impulsó a echar la fuerza de su peso:
por lo cual vi destellos de alegría. 84

Y luego, con la vista más ardiente,
aquel bendito signo me repuso
para que yo saliera de mi asombro: 87

«Ya veo que estas cosas has creído
pues yo lo digo, mas no ves las causas;
y te están, aun creyéndolas, ocultas. 90

Haces como ése que sabe de nombre
las cosas, pero si otros no le explican
su sustancia, él no puede conocerla. 93

Regnum caelorum sufre la violencia 94
de ardiente amor y de viva esperanza,
que vencen la divina voluntad: 96

no como el hombre al hombre sobrepuja,
mas la vencen pues quiere ser vencida,
y con su amor, así vencida, vence. 99

La primer alma y quinta de las cejas 100
ha causado tu asombro, pues las ves
pintando las angélicas regiones. 102

No dejaron sus cuerpos, como piensas,
gentiles, mas cristianos, con fe firme
en los pies por clavar o ya clavados. 105

Pues una del infierno, donde nunca
se vuelve al buen querer, tornó a los huesos;
y esto fue en premio de esperanza viva: 108

de una viva esperanza que dio fuerzas
a la súplica a Dios de revivirle,
para poder corregir su deseo. 111

El alma gloriosa de que hablo,
vuelta a la carne, en la que estuvo un poco,
creyó en aquel que podía ayudarla; 114

y creyendo encendióse en tanto fuego
de verdadero amor, que en su segunda
muerte, fue digna de estas alegrías. 117

La otra, por gracia que de tan profunda
fuente destila, que nadie ha podido
ver su vena primera con los ojos, 120

puso todo su amor en la justicia:
y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia
la vista a la futura redención; 123

y él en ella creyó, y no toleraba
la peste de su antiguo paganismo;
y reprendía a las gentes perversas. 126

Las tres mujeres que viste en la rueda 127
derecha le sirvieron de bautismo,
antes del bautizar más de un milenio. 129

¡Oh predestinación, cuán alejada
se encuentra tu raíz de aquellos ojos
que la causa primera no ven tota! 132

Y vosotros mortales, sed prudentes
juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos,
aún no sabemos todos los que elige; 135

y nos es dulce ignorar estas cosas,
y nuestro bien en este bien se afina,
pues lo que Dios desea, deseamos.» 138

Por la divina imagen de este modo,
para aclarar mi vista tan escasa,
me fue dada suave medicina. 141

Y como a un buen cantor buen citarista
hace seguir el pulso de las cuerdas,
por lo que aún más placer adquiere el canto, 144

así, mientras hablaba, yo recuerdo
que vi a los dos benditos resplandores,
igual que el parpadeo se concuerda,
llamear al compás de las palabras. 147

CANTO XXI

Volví a fijar mis ojos en el rostro
de mi dama, y mi espíritu con ellos,
de cualquier otro asunto retirado. 3

No se reía; mas «Si me riese
dijo te ocurriría como cuando
fue Semele en cenizas convertida: 6

pues mi belleza, que en los escalones
del eterno palacio más se acrece,
como has podido ver, cuanto más sube, 9

si no la templo, tanto brillaría
que tu fuerza mortal, a sus fulgores,
rama sería que el rayo desgaja. 12

Al séptimo esplendor hemos subido, 13
que bajo el pecho del León ardiente
con él irradia abajo su potencia. 15

Fija tu mente en pos de tu mirada,
y haz de aquélla un espejo a la figura
que te ha de aparecer en este espejo.» 18

Quien supiese cuál era la delicia
de mi vista mirando el santo rostro,
al poner mi atención en otro asunto, 21

sabría de qué forma me era grato
obedecer a rrú celeste escolta,
si un placer con el otro parangono. 24

En el cristal que tiene como nombre,
rodeando el mundo, el de su rey querido
bajo el que estuvo muerta la malicia, 27

de color de oro que el rayo refleja
contemplé una escalera que subía
tanto, que no alcanzaba con la vista. 30

Vi también que bajaba los peldaños
tanto fulgor, que pensé que la luz 32
toda del cielo allí se difundiera. 33

Y como, por su natural costumbre,
juntos los grajos, al romper del día,
se mueven calentando su plumaje; 36

después unos se van y ya no vuelven;
otros toman al sitio que dejaron,
y los demás se quedan dando vueltas; 39

me parecio que igual aconteciese
en aquel destellar que junto vino,
al llegar y pararse en cierto tramo. 42

Y aquel que más cercano se detuvo, 43
era tan luminoso, que me dije:
«Bien conozco el amor que me demuestras. 45

Mas aquella en que espero el cómo y cuándo
callar o hablar, estáse quieta; y yo
bien hago y, aunque quiero, no pregunto.» 48

Por lo cual ella, viendo en mi silencio,
con el ver de quien puede verlo todo,
me dijo: «Aplaca tu ardiente deseo.» 51

Y yo comencé así. «Mis propios méritos
de tu respuesta digno no me hacen;
mas por aquella que hablar me permite, 54

alma santa que te hallas escondida
dentro de tu alegría, haz que yo sepa
por qué de mí te has puesto tan cercana; 57

y por qué en esta rueda se ha callado
la dulce sinfonía de los cielos,
que tan piadosa en las de abajo suena.» 60

«Mortal tienes la vista y el oído,
por eso no se canta aquí –repuso-
al igual que Beatriz no tiene risa. 63

Por la santa escalera he descendido
únicamente para recrearte
con la voz y la luz que me rodea; 66

mayor amor más presta no me hizo, 67
que tanto o más amor hierve allá arriba,
tal como el flamear te manifiesta. 69

Mas la alta caridad, que nos convierte
en siervas de aquel que el mundo gobierna
aquí nos destinó, como estás viendo.» 72

«Bien veo, sacra lámpara, que un libre
amor le dije basta en esta corte
para seguir la eterna providencia; 75

mas no puedo entender tan fácilmente
por qué predestinada sola fuiste
tú a este encargo entre todas las restantes.» 78

Aun antes de acabar estas palabras,
hizo la luz un eje de su centro,
dando vueltas veloz como una rueda; 81

luego dijo el amor que estaba dentro:
«Desciende sobre mí la luz divina, 83
en ésta en que me envientro penetrando, 84

la cual virtud, unida a mi intelecto,
tanto me eleva sobre mí, que veo
la suma esencia de la cual procede. 87

De allí viene esta dicha en la que ardo;
puesto que a mi visión, que es ya tan clara,
la claridad de la llama se añade. 90

Pero el alma en el cielo más radiante,
el serafín que más a Dios contempla,
no podrá responder a tu pregunta, 93

porque se oculta tanto en el abismo
del eterno decreto lo que quieres,
que al creado intelecto se le esconde. 96

Y al mundo de los hombres, cuando vuelvas,
contarás esto, a fin que no pretenda
a una tan alta meta dirigirse. 99

La mente, que aquí luce, en tierra humea;
así que piensa cómo allí podrá
lo que no puede aun quien acoge el cielo.» 102

Tan terminantes fueron sus palabras
que dejé aquel asunto, y solamente
humilde pregunté por su persona. 105

«Álzanse entre las costas italianas 106
montes no muy lejanos de tu tierra,
tanto que el trueno suena más abajo, 108

y un alto forman que se llama Catria,
bajo el cual hay un yermo consagrado
para adorar dispuesto únicamente.» 111

Por vez tercera dijo de este modo;
y, siguiendo, después me dijo: «Allí
tan firme servidor de Dios me hice, 114

que sólo con verduras aliñadas
soportaba los fríos y calores,
alegre en el pensar contemplativo. 117

Dar solía a estos cielos aquel claustro
muchos frutos; mas ahora está vacío,
y pronto se pondrá de manifiesto. 120

Yo fui Pedro Damián en aquel sitio,
y Pedro Pecador en la morada
de nuestra Reina junto al mar Adriático. 123

Cuando ya me quedaba poca vida,
a la fuerza me dieron el capelo, 125
que de malo a peor ya se transmite. 126

Vino Cefas y vino el Santo Vaso 127
del Espíritu, flacos y descalzos,
tomando en cualquier sitio la comida. 129

Los modernos pastores ahora quieren 130
que les alcen la cola y que les lleven,
tan gordos son, sujetos a los lados. 132

Con mantos cubren sus cabalgaduras,
tal que bajo una piel marchan dos bestias:
¡Oh paciencia que tanto soportas! 135

Al decir esto vi de grada en grada
muchas llamas bajando y dando vueltas,
y a cada giro estaban más hermosas. 138

Se detuvieron al lado de ésta,
y prorrumpieron en clamor tan alto,
que aquí nada podría asemejarse; 141
ni yo lo oí; tan grande fue aquel trueno.

CANTO XXII

Presa del estupor, hacia mi guía
me volví, como el niño que se acoge
siempre en aquella en que más se confía; 3

y aquélla, como madre que socorre
rápido al hijo pálido y ansioso
con esa voz que suele confortarlo, 6

dijo: «¿No sabes que estás en el cielo?
y ¿no sabes que el cielo es todo él santo,
y de buen celo viene lo que hacemos? 9

Cómo te habría el canto trastornado, 10
y mi sonrisa, puedes ver ahora,
puesto que tanto el gritar te conmueve; 12

y si hubieses su ruego comprendido, 13
en él conocerías la venganza
que podrás ver aún antes de que mueras. 15

La espada de aquí arriba ni deprisa 16
ni tarde corta, y sólo lo parece
a quien teme o desea su llegada. 18

Mas dirígete ahora hacia otro lado;
que verás muchas almas excelentes,
si vuelves la mirada como digo.» 21

Como ella me indicó, volví los ojos,
y vi cien esferitas, que se hacían
aún más hermosas con sus mutuos rayos. 24

Yo estaba como aquel que se reprime
la punta del deseo, y no se atreve
a preguntar, porque teme excederse; 27

y la mayor y la más encendida
de aquellas perlas vino hacia adelante,
para dejar satisfechas mis ganas. 30

Dentro de ella escuché luego: «Si vieses 31
la caridad que entre nosotras arde,
lo que piensas habrías expresado. 33

Mas para que, esperando, no demores
el alto fin, habré de responderte
al pensamiento sólo que así guardas. 36

El monte en cuya falda está Cassino 37
estuvo ya en su cima frecuentado
por la gente engañada y mal dispuesta; 39

y yo soy quien primero llevó arriba
el nombre de quien trajo hasta la tierra
esta verdad que tanto nos ensalza; 42

y brilló tanta gracia sobre mí,
que retraje a los pueblos circundantes
del culto impío que sedujo al mundo. 45

Los otros fuegos fueron todos hombres
contemplativos, de ese ardor quemados
del que flores y frutos santos nacen. 48

Está Macario aquí, y está Romualdo, 49
y aquí están mis hermanos que en los claustros
detuvieron sus almas sosegadas. 51

Y yo a él: «El afecto que al hablarme
demuestras y el benévolo semblante
que en todos vuestros fuegos veo y noto, 54

de igual modo acrecientan mi confianza,
como hace al sol la rosa cuando se abre
tanto como permite su potencia. 57

Te ruego pues, y tú, padre, concédeme
si merezco gracia semejante,
que pueda ver tu imagen descubierta.» 60

Y aquél: «Hermano, tu alto deseo 61
ha de cumplirse allí en la última esfera,
donde se cumplirán todos y el mío. 63

Allí perfectos, maduros y enteros
son los deseos todos; sólo en ella
cada parte está siempre donde estaba, 66

pues no tiene lugar, ni tiene polos,
y hasta aquella conduce esta escalera,
por lo cual se te borra de la vista. 69

Hasta allá arriba contempló el patriarca
Jacob que ella alcanzaba con su extremo,
cuando la vio de ángeles colmada. 72

Mas, por subirla, nadie aparta ahora 73
de la tierra los pies, y se ha quedado
mi regla para gasto de papel. 75

Los muros que eran antes abadías
espeluncas se han hecho, y las cogullas
de mala harina son talegos llenos. 78

Pero la usura tanto no se alza 79
contra el placer de Dios, cuanto aquel fruto
que hace tan loco el pecho de los monjes; 81

que aquello que la Iglesia guarda, todo
es de la gente que por Dios lo pierde;
no de parientes ni otros más indignos. 84

Es tan blanda la carne en los mortales,
que allá abajo no basta un buen principio
para que den bellotas las encinas. 87

Sin el oro y la plata empezó Pedro,
y con ayunos yo y con oraciones,
y su orden Francisco humildemente; 90

y si el principio ves de cada uno,
y miras luego el sitio al que han llegado,
podrás ver que del blanco han hecho negro. 93

En verdad el Jordán retrocediendo, 94
más fue, y el mar huyendo, al Dios mandarlo,
admirable de ver, que aquí el remedio.» 96

Así me dijo, y luego fue a reunirse
con su grupo, y el grupo se juntó;
después, como un turbión, voló hacia arriba. 99

Mi dulce dama me impulsó tras ellos
por la escalera sólo con un gesto,
venciendo su virtud a mi natura; 102

y nunca aquí donde se baja y sube
por medios naturales, hubo un vuelo
tan raudo que a mis alas se igualase. 105

Así vuelva, lector, a aquel devoto
triunfo por el cual lloro con frecuencia
mis pecados y el pecho me golpeo, 108

puesto y quitado en tanto tú no habrías
del fuego el dedo, en cuanto vi aquel signo
que al Toro sigue y dentro de él estuve. 111

Oh gloriosas estrellas, luz preñada
de gran poder, al cual yo reconozco
todo, cual sea, que mi ingenio debo, 114

nacía y se escondía con vosotras
de la vida mortal el padre, cuando
sentí primero el aire de Toscana; 117

y luego, al otorgarme la merced
de entrar en la alta esfera en que girais,
vuestra misma region me cupo en suerte. 120

Con devoción mi alma ahora os suspira,
para adquirir la fuerza suficiente
en este fuerte paso que la espera. 123

«Ya de la salvación están tan cerca
me dijo Beatriz que deberías
tener los ojos claros y aguzados; 126

por lo tanto, antes que tú más te enelles,
vuelve hacia abajo, y mira cuántos mundos
debajo de tus pies ya he colocado; 129

tal que tu corazón, gozoso cuanto
pueda, ante las legiones se presente
que alegres van por el redondo éter.» 132

Recorrí con la vista aquellas siete
esferas, y este globo vi en tal forma
que su vil apariencia me dio risa; 135

y por mejor el parecer apruebo 136
que lo tiene por menos; y el que piensa
en el otro, de cierto es virtuoso. 138

Vi encendida a la hija de Latona 139
sin esa sombra que me dio motivo
de que rara o que densa la creyera. 141

El rostro de tu hijo, Hiperïón, 142
aquí afronté, y vi cómo se mueven,
cerca y en su redor Maya y Dïone. 144

Y se me apareció el templar de Júpiter 145
entre el padre y el hijo: y vi allí claro
las variaciones que hacen de lugares; 147

y de todos los siete puede ver
cuán grandes son, y cuánto son veloces,
y la distancia que existe entre ellos. 150

La era que nos hace tan feroces, 151
mientras con los Gemelos yo giraba,
vi con sus montes y sus mares; luego 153
volví mis ojos a los ojos bellos.

CANTO XXIII

Igual que el ave, entre la amada fronda,
que reposa en el nido entre sus dulces
hijos, la noche que las cosas vela, 3

que, por ver los objetos deseados
y encontrar alimento que les nutra
una dura labor que no disgusta , 6

al tiempo se adelanta en el follaje,
y con ardiente afecto al sol espera,
mirando fijo a donde nace el alba; 9

así erguida se hallaba mi señora
y atenta, dirigiéndose hacia el sitio
bajo el que el sol camina más despacio: 12

y viéndola suspensa, ensimismada,
me puse como aquel que deseando
algo que quiere, se calma en la espera. 15

Mas poco fue del uno al otro instante
de que esperara, digo, y de que viera
que el cielo más y más resplandecía; 18

Y Beatriz dijo: «¡Mira las legiones
del tyiunfo de Cristo y todo el fruto
que recoge el girar de estas esferas!» 21

Pareció que le ardiera todo el rostro,
y tanta dicha llenaba sus ojos,
que es mejor que prosiga sin decirlo. 24

Igual que en los serenos plenilunios
con las eternas ninfas Trivia ríe 26
que coloran el cielo en todas partes, 27

vi sobre innumerables luminarias
un sol que a todas ellas encendía,
igual que el nuestro a las altas estrellas; 30

y por la viva luz transparecía
la luciente sustancia, tan radiante
a mi vista, que no la soportaba. 33

¡Oh Beatriz, mi guía dulce y cara!
Ella me dijo: «Aquello que te vence
es virtud que ninguno la resiste. 36

Allí están el poder y la sapiencia 37
que abrieron el camino entre la tierra
y el cielo, tanto tiempo deseado.» 39

Cual fuego de la nube se desprende
por tanto dilatarse que no cabe,
y contra su natura cae a tierra, 42

mi mente así, después de aquel manjar,
hecha más grande salió de sí misma,
y recordar no sabe qué se hizo. 45

«Los ojos abre y mira cómo soy;
has contemplado cosas, que te han hecho
capaz de sostenerme la sonrisa.» 48

Yo estaba como aquel que se resiente
de una visión que olvida y que se ingenia
en vano a que le vuelva a la memoria, 51

cuando escuché esta invitación, tan digna
de gratitud, que nunca ha de borrarse
del libro en que el pasado se consigna. 54

Si ahora sonasen todas esas lenguas 55
que hicieron Polimnía y sus hermanas
de su leche dulcísima más llenas, 57

en mi ayuda, ni un ápice dirían
de la verdad, cantando la sonrisa
santa y cuánto alumbraba al santo rostro. 60

Y así al representar el Paraíso,
debe saltar el sagrado poema,
como el que halla cortado su camino. 63

Mas quien considerase el arduo tema
y los humanos hombros que lo cargan,
que no censure si tiembla debajo: 66

no es derrotero de barca pequeña
el que surca la proa temeraria,
ni para un timonel que no se exponga. 69

«¿Por qué mi rostro te enamora tanto,
que al hermoso jardín no te diriges
que se enflorece a los rayos de Cristo? 72

Este es la rosa en que el verbo divino 73
carne se hizo, están aquí los lirios 74
con cuyo olor se sigue el buen sendero.» 75

Así Beatriz; y yo, que a sus consejos
estaba pronto, me entregué de nuevo
a la batalla de mis pobres ojos. 78

Como a un rayo de sol, que puro escapa
desgarrando una nube, ya un florido
prado mis ojos, en la sombra, vieron; 81

vi así una muchedumbre de esplendores,
desde arriba encendidos por ardientes
rayos, sin ver de dónde procedían. 84

¡Oh, benigna virtud que así los colmas,
para darme ocasión a que te viesen
mis impotentes ojos, te elevaste! 87

El nombre de la flor que siempre invoco 88
mañana y noche, me empujó del todo
a la contemplación del mayor fuego; 90

y cuando reflejaron mis dos ojos
el cuál y el cuánto de la viva estrella
que vence arriba como vence abajo, 93

por entre el cielo descendió una llama
que en círculo formaba una corona
y la ciñó y dio vueltas sobre ella. 96

Cualquier canción que tenga más dulzura
aquí abajo y que más atraiga al alma,
semeja rota nube que tronase, 99

si al son de aquella lira lo comparo
que al hermoso zafiro coronaba
del que el más claro cielo se enzafira. 102

«Soy el amor angélico, que esparzo
la alta alegría que nace del vientre
que fue el albergue de nuestro deseo; 105

y así lo haré, reina del cielo, mientras
sigas tras de tu hijo, y hagas santa
la esfera soberana en donde habitas.» 108

Así la melodía circular
decía, y las restantes luminarias
repetían el nombre de María. 111

El real manto de todas las esferas
del mundo, que más hierve y más se aviva
al aliento de Dios y a sus mandatos, 114

tan encima tenía de nosotros
el interno confín, que su apariencia
desde el sitio en que estaba aún no veía: 117

y por ello mis ojos no pudieron
seguir tras de esa llama coronada
que se elevó a la par que su simiente. 120

Y como el chiquitín hacia la madre
alarga, luego de mamar, los brazos
por el amor que afuera se le inflama, 123

los fulgc>res arriba se extendieron
con sus penachos, tal que el alto afecto
que a María tenían me mostraron. 126

Permanecieron luego ante mis ojos
Regina caeli, cantando tan dulce
que el deleite de mí no se partía. 129

¡Ah, cuánta es la abundancia que se encierra
en las arcas riquísimas que fueron
tan buenas sembradoras aquí abajo! 132

Allí se vive y goza del tesoro
conseguido llorando en el destierro
babilonio, en que el oro desdeñaron. 135

Allí trïunfa, bajo el alto Hijo
de María y de Dios, de su victoria,
con el antiguo y el nuevo concilio 138
el que las llaves de esa gloria guarda. 139
CANTO XXIV

«Oh compañía electa a la gran cena
del bendito Cordero, el cual os nutre
de modo que dais siempre saciadas, 3

si por gracia de Dios éste disfruta
de aquello que se cae de vuestra mesa,
antes de que la muerte el tiempo agote, 6

estar atentos a su gran deseo
y refrescarle un poco: pues bebéis
de la fuente en que mana lo que él piensa.» 9

Así Beatriz; y las gozosas almas
se hicieron una esfera en polos fijos,
llameando, al igual que los cometas. 12

Y cual giran las ruedas de un reloj
así que, a quien lo mira, la primera
parece quieta, y la última que vuela; 15

así aquellas coronas, diferente-
mente danzando, lentas o veloces,
me hacían apreciar sus excelencias. 18

De aquella que noté más apreciada 19
vi que salía un fuego tan dichoso,
que de más claridad no hubo ninguno; 21

y tres veces en torno de Beatriz
dio vueltas con un canto tan divino,
que mi imaginación no lo repite. 24

Y así salta mi pluma y no lo escribo:
pues la imaginativa, a tales pliegues,
no ya el lenguaje, tiene un color burdo. 27

«¡Oh Santa hermana mía que nos ruegas
devota, por tu afecto tan ardiente
me he separado de esa hermosa esfera.» 30

Tras detenerse, aquel bendito fuego,
dirigió a mi señora sus palabras,
que hablaron en la forma que ya he dicho. 33

Y ella: «Oh luz sempiterna del gran hombre
a quien Nuestro Señor dejó las llaves,
que él llevó abajo, de esta ingente dicha, 36

sobre cuestiones serias o menudas,
a éste examina en torno de esa fe,
por lo cual sobre el mar tú caminaste. 39

Si él ama bien, y bien cree y bien espera,
no se te oculta, pues la vista tienes
donde se ve cualquier cosa pintada, 42

pero como este reino ha hecho vasallos
por la fe verdadera, es oportuno
que la gloríe más, hablando de ella.» 45

Tal como el bachiller se arma y no habla 46
hasta que hace el maestro la pregunta,
argumentando, mas sin definirla, 48

yo me armaba con todas mis razones,
mientras ella le hablaba, preparado
a tal cuestionador y a tal examen. 51

«Di, buen cristiano, y hazlo sin rodeos:
¿qué es la fe?» Por lo cual alcé la frente
hacia la luz que dijo estas palabras; 54

luego volví a Beatriz, y aquella un presto
signo me hizo de que derramase
afuera el agua de mi fuente interna. 57

«La gracia que me otorga el confesarme
le dije con el alto primopilo, 59
haga que bien exprese mis conceptos.» 60

Y luego: «Cual la pluma verdadera
lo escribió, padre, de tu caro hermano
que contigo fue guía para Roma, 63

fe es la sustancia de lo que esperamos, 64
y el argumento de las invisibles;
pienso que ésta es su esencia verdadera.» 66

Entonces escuché: «Bien lo has pensado,
si comprendes por qué entre las sustancias,
luego en los argumentos la coloca.» 69

Y respondí: «Las cosas tan profundas
que aquí me han ofrecido su apariencia,
están a los de abajo tan ocultas, 72

que sólo está su ser en la creencia,
sobre la cual se funda la esperanza;
y por ello sustancia la llamamos. 75

Y de esto que creemos es preciso
silogizar, sin más pruebas visibles:
por ello la llamamos argumento.» 78

Escuché entonces: «Si cuanto se adquiere
por la doctrina abajo, así entendierais,
no cabría el ingenio del sofista.» 81

Así me dijo aquel amor ardiente;
luego añadió: «Muy bien has sopesado 83
el peso y la aleación de esta moneda; 84

mas dime si la llevas en la bolsa.»
«Sí dije , y tan brillante y tan redonda,
que en su cuño no cabe duda alguna.» 87

Luego salió de la luz tan profunda
que allí brillaba: «Esta preciosa gema
que de toda virtud es fundamento, 90

¿de dónde te ha venido?» Y yo: «Es la lluvia
del Espíritu Santo, difundida
sobre viejos y nuevos pergaminos, 93

el silogismo que esto me confirma
con agudeza tal, que frente a ella
cualquier demostración parece obtusa.» 96

Y después escuché: «¿La antigua y nueva
proposición que así te han convencido
por qué las tienes por habla divina?» 99

Y yo: «Me lo confirman esas obras
que las siguieron, a las que natura
ni bate el yunque ni calienta el hierro.» 102

«Dime me respondió ¿quién te confirma
que hubiera aquellas obras? Pues el mismo
que lo quiere probar, sin más, lo jura.» 105

Si el mundo al cristianismo se ha inclinado, 106
le dije sin milagros, esto es uno
aún cien veces más grande que los otros: 108

pues tú empezaste pobre y en ayunas
en el campo a sembrar la planta buena
que fue antes vid y que ahora se ha hecho zarza.» 111

Esto acabado, la alta y santa corte
cantó por las esferas: «Dio Laudamo»
con esas notas que arriba se cantan. 114

Y aquel varón que así de rama en rama,
examinando, me había llevado,
cerca ya de los últimos frondajes, 117

volvió a decir: «La Gracia que enamora
tu mente, ha hecho que abrieras la boca
hasta aquí como abrirse convenía, 120

de tal forma que apruebo lo que has dicho;
mas explicar qué crees debes ahora,
y de dónde te vino la creencia.» 123

«Santo padre, y espíritu que ves
aquello en que creíste, de tal modo,
que al más joven venciste hacia el sepulcro, 126

tú quieres comencé que manifieste
aquí la forma de mi fe tan presta,
y también su motivo preguntaste. 129

Y te respondo: creo en un Dios solo
y eterno, que los cielos todos mueve
inmóvil, con amor y con deseo; 132

y a tal creer no tengo sólo prueba
física o metafísica, también
me la da la verdad, que aquí nos llueve 135

por Moisés, por profetas y por salmos,
y por el Evangelio y por vosotros
que con ardiente espíritu escribisteis; 138

y creo en tres personas sempiternas,
y en una esencia que es tan una y trina,
que el "son" y el "es" admite a un mismo tiempo. 141

Con la profunda condición divina
que ahora toco, la mente me ha sellado
la doctrina evangélica a menudo. 144

Aquí comienza todo, esta es la chispa
que en vivaz llama luego se dilata,
y brilla en mí cual en el cielo estrella.» 147

Como el señor que escucha algo agradable,
después abraza al siervo, complacido
por la noticia, cuando aquél se calla; 150

de este modo, cantando, me bendijo,
ciñéndome tres veces al callarme,
la apostólica luz, que me hizo hablar: 153
¡tanto le complacieron mis palabras!

CANTO XXV

Si sucediera que el sacro poema 1
en quien pusieron mano tierra y cielo,
y me ha hecho enflaquecer por muchos años, 3

venciera la crueldad que me ha exiliado
del bello aprisco en el que fui cordero,
de los hostiles lobos enemigo; 6

con otra voz entonces y cabellos,
poeta volveré, y sobre la fuente
de mi bautismo habrán de coronarme; 9

porque en la fe, que hace que conozcan
a Dios las almas, aquí vine, y luego
Pedro mi frente rodeó por ella. 12

Después vino una luz hacia nosotros
de aquella esfera de la que salió
el primer sucesor que dejó Cristo; 15

y mi Señora llena de alegría
me dijo: «Mira, mira ahí al barón
por quien abajo visitan Galicia.» 18

Tal como cuando el palomo se pone
junto al amigo, y uno y otro muestra
su amistad, al girar y al arrullarse; 21

así yo vi que el uno al otro grande
príncipe glorïoso recibía,
loando el pasto que allí se apacienta. 24

Mas concluyendo ya los parabienes,
callados coram me se detuvieron, 26
tan ígneos que la vista me vencían. 27

Entonces dijo Beatriz riendo:
«Oh ínclita alma por quien se escribiera
la generosidad de esta basílica, 30

haz que resuene en lo alto la esperanza:
puedes, pues tantas veces la has mostrado, 32
cuantas jesús os prefirió a los tres.» 33

«Alza el rostro y sosiega, pues quien viene
desde el mundo mortal hasta aquí arriba,
en nuestros rayos debe madurarse.» 36

Este consuelo del fuego segundo
me vino; y yo miré a aquellos dos montes
que me abatieron antes con su peso. 39

«Pues nuestro emperador te ha concedido
que antes de muerto puedas con sus condes
avistarte en la sala más secreta, 42

y viendo la verdad de este palacio,
la esperanza, que abajo os enamora,
a ti y a otros pueda consolaros, 45

dime qué es, y di cómo florece
en tu mente: y de dónde te ha venido.»
Así continuó la luz segunda. 48

Y la piadosa que guió las plumas
de mis alas a vuelo tan cimero,
previno de este modo mi respuesta: 51

«La iglesia militante hijo ninguno 52
tiene que más espere, como escrito
está en el sol que alumbra nuestro ejército: 54

por eso le otorgaron que de Egipto
venga a Jerusalén para que vea, 56
antes de concluir en su milicia. 57

Los otros puntos, que no por saber
le preguntaste, mas para que muestre
lo mucho que te place esta virtud, 60

a él se los dejo, pues que son sencillos
y no se jactará; que él os responda,
y esto merezca la divina gracia.» 63

Como el alumno que al doctor secunda
pronto y con gusto en eso que es experto,
para que se demuestre su valía. 66

«La esperanza repuse es cierta espera
de la gloria futura, que produce
la gracia con el mérito adquirido. 69

Muchas estrellas me han dado esta luz; 70
mas quien primero la infundió en mi pecho
fue el supremo cantor del rey supremo. 72

"Que esperen en ti dice en su divino 73
cántico los que saben de tu nombre":
¿quién que tenga mi fe no lo conoce? 75

Y con su inspiración tú me inspiraste
con tu carta después; y ahora estoy lleno, 77
y en los otros revierto vuestra lluvia.» 78

Dentro del vivo seno, cuando hablaba,
de aquel incendio tremolaba un fuego
raudo y súbito a modo de relámpago. 81

Luego dijo: «El amor en que me inflamo
aún por la virtud que me ha seguido
hasta el fin del combate y el martirio, 84

aún quiere que te hable, pues te gozas
con ella, y me complace que me digas
qué es lo que la esperanza te promete.» 87

Y yo: «Los nuevos y los viejos textos
fijan la meta, y esto me lo indica, 89
de quien desea ser de Dios amigo. 90

Dice Isaías que todos vestidos 91
en su patria estarán con dobles vestes:
¿y es que esta dulce vida no es su patria? 93

Y tu hermano de forma aún más patente, 94
al hablar de las blancas vestiduras,
esta revelación nos manifiesta. 96

Y primero, después de estas palabras,
«Sperent in te» se oyó sobre nosotros; 98
y replicaron todos los benditos. 99

Luego tras esto se encendió una luz 100
tal que, si en Cáncer tal fulgor hubiese, 101
sólo un día sería el mes de invierno. 102

Y como se alza y va y entra en el baile
una cándida virgen, para honrar
a la novicia, y no por vanagloria, 105

así vi yo al encendido esplendor
acercarse a los dos que daban vueltas
al ritmo que su ardiente amor marcaba. 108

Se ajustó allí a su canto y a su rueda;
y atenta los miraba mi señora,
como una esposa inmóvil y callada. 111

«Es éste quien yaciera sobre el pecho
de nuestro pelicano, y éste fue 113
desde la cruz propuesto al gran oficio.» 114

Dijo así mi señora; mas por esto
su vista no dejó de estar atenta 116
despues como antes de que hubiera hablado. 117

Como es aquel que mira y que pretende
ver eclipsarse el sol por un momento,
y que, por ver, no vidente se vuelve 120

con el último fuego hice lo mismo
hasta que se me dijo: «¿Por qué ciegas
para ver una cosa que no existe? 123

Mi cuerpo es tierra en tierra, y lo será
con todos los demás, hasta que el número
al eterno propósito se iguale. 126

Con las dos vestes en el santo claustro
sólo están las dos luces que ascendieron; 128
y esto habrás de decir en vuestro mundo.» 129

Con esta voz el inflamado giro
se detuvo y con él la mezcolanza
que se formaba del sonido triple, 132

como para evitar riesgo o fatiga,
los remos que en el agua golpeaban,
todos se aquietan al sonar de un silbo. 135

¡Qué grande fue mi turbación entonces,
al volverme a Beatriz para mirarla,
y no la pude ver, aunque estuviese 138
en el mundo feliz, y junto a ella!

CANTO XXVI

Mientras yo deslumbrado vacilaba,
de la fúlgida llama deslumbrante
salió una voz a la que me hice atento. 3

«En tanto que retorna a ti la vista
que por mirarme dijo, has consumido,
bueno será que hablando la compenses. 6

Empieza pues; y di a dónde diriges 7
tu alma, y date cuenta que tu vista
está en ti desmayada y no difunta: 9

porque la dama que por la sagrada
región te lleva, en la mirada tiene
la virtud de la mano de Ananías.» 12

«A su gusto -repuse pronto o tarde
venga el remedio, pues que fueron puertas
que ella cruzó con fuego en que ardo siempre 15

El bien que hace la dicha de esta corte,
es Alfa y es O de cuanta escritura
lee en mí el Amor o fuerte o levemente.» 18

Aquella misma voz que los temores
del súbito cegar me hubo quitado,
a que siguiese hablando me animaba; 21

y dijo: «Por aún más angosta criba 22
te conviene cerner; decirnos debes
quién a tal blanco dirigió tu arco.» 24

Y yo: «Por filosóficas razones
y por la autoridad que de ellas baja
tal amor ha debido en mí imprimirse: 27

que el bien en cuanto bien, al conocerse, 28
nos enciende el amor, tanto más grande
cuanta mayor bondad en sí retiene. 30

Y así a una esencia que es tan ventajosa,
que todo bien que esté fuera de ella
no es nada más que un brillo de su rayo, 33

más que a otra es preciso que se mueva
la mente, amando, de los que conocen
la verdad que esta prueba fundamenta. 36

Tal verdad demostró a mi entendimiento 37
aquel que me enseñó el amor primero
de todas las sustancias sempiternas. 39

Lo demostró la voz del Creador
que a Moisés dijo hablando de sí mismo:
«Yo haré que veas el poder supremo.» 42

Y tú lo demostraste, al comenzar
el alto pregón que grita el arcano
de aquí allá abajo más que cualquier otro. 45

Y escuché: «Por la humana inteligencia 46
y por la autoridad con él concorde,
de tu amor tiende a Dios lo soberano. 48

Mas dime aún si sientes otras cuerdas
que a él te atraigan, de modo que me digas
con cuántos dientes este amor te muerde.» 51

No estaba oculta la santa intención
del Águila de Cristo, y me di cuenta
a qué tema quería conducirme. 54

Por eso repliqué: «Cuantos mordiscos
pueden volver a Dios un corazón,
juntos mi caridad han fomentado: 57

que el que yo exista y el que exista el mundo, 58
la muerte que Él sufrió y por la que vivo,
y lo que esperan como yo los fieles, 60

con el conocimiento que antes dije,
me han sacado del mar del falso amor,
y del derecho me han puesto en la orilla. 63

Las frondas que enfrondecen todo el huerto
del eterno hortelano, yo amo tanto,
cuanto es el bien que de Él desciende a ellas.» 66

Cuando callé, un dulcísimo canto
resonó por el cielo, y mi señora
«Santo, santo», decía con los otros. 69

Y como ahuyenta el sueño una luz viva,
pues la vista se acerca al resplandor
que atraviesa membrana tras membrana, 72

y al despertado aturde lo que mira,
pues tan torpe es la súbita vigilia
mientras la estimativa no le ayuda; 75

lo mismo de mis ojos cualquier mota
me quitaron los ojos de Beatriz,
con rayos que mil millas refulgían: 78

y vi después mucho mejor que antes;
y casi estupefacto pregunté
por una cuarta luz tras de nosotros. 81

Y mi señora: «Dentro de ese rayo
goza de su hacedor la primer alma
que hubo creado la primer potencia.» 84

Como la fronda que inclina su copa
del viento atravesada, y la levanta
por la misma virtud que la endereza, 87

hice yo mientras ella estaba hablando,
asombrado, y después me recobré
con las ganas de hablar en las que ardía. 90

«Oh fruto que maduro únicamente
fuiste creado --dije , antiguo padre
de quien cualquier esposa es hija y nuera, 93

con la más grande devoción te pido
que me hables: advierte mi deseo,
que no lo expreso para oírte antes.» 96

Un animal a veces en un saco
se revuelve de modo que sus ansias
se advierten al mirar lo que le cubre; 99

y de igual forma el ánima primera
escondida en su luz manifestaba
cuán gustosa quería complacerme. 102

Y dijo: «Sin que lo hayas proferido,
mejor he comprendido tu deseo
que tú cualquiera cosa verdadera; 105

porque la veo en el veraz espejo
que hace de sí reflejo en otras cosas,
mas las otras en él no se reflejan. 108

Quieres oír cuánto hace que me puso
Dios en el bello Edén, desde donde ésta 110
a tan larga subida te dispuso, 111

y cuánto fue el deleite de mis ojos, 112
y la cierta razón de la gran ira,
y el idioma que usé y que inventé. 114

Ahora, hijo mío, no el probar del árbol
fue en sí misma ocasión de tanto exilio,
mas sólo el que infringiese lo ordenado. 117

Donde tu dama sacara a Virgilio,
cuatro mil y tres cientas y dos vueltas
de sol tuve deseos de este sitio; 120

y le vi que volvía novecientas
treinta veces a todas las estrellas
de su camino, cuando en tierra estaba. 123

La lengua que yo hablaba se extingió
aun antes que a la obra inconsumable
la gente de Nembrot se dedicara: 126

que nunca los efectos racionales,
por el placer humano que los muda
siguiendo al cielo, duran para siempre. 129

Es obra natural que el hombre hable;
pero en el cómo la naturaleza
os deja que sigáis el gusto propio. 132

Antes que yo bajase a los infiernos,
I se llamaba en tierra el bien supremo 134
de quien viene la dicha que me embarga; 135

Y Él después se llamó: y así conviene, 136
que es el humano uso como fronda
en la rama, que cae y que otra brota. 138

En el monte que más del mar se alza,
con vida pura y deshonesta estuve,
desde la hora primera a la que sigue
a la sexta en que el sol cambia el cuadrante.» 141

CANTO XXVII

«.Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo
-empezó- Gloria» -todo el Paraíso,
de tal modo que el canto me embriagaba. 3

Lo que vi parecía una sonrisa
del universo; y mi embriaguez por esto
me entraba por la vista y el oído. 6

¡Oh inefable alegría! ¡Oh dulce gozo!
¡Oh de amor y de paz vida completa!
¡Oh sin deseo riqueza segura! 9

Delante de mis ojos encendidas
las cuatro antorchas vi, y la que primero
vino, empezó a avivarse de repente, 12

y su aspecto cambió de tal manera,
cual cambiaría jove si él y Marte
cambiaran su plumaje siendo pájaros. 15

La providencia, que allí distribuye
cargas y oficios, al dichoso coro
puesto había silencio en todas partes, 18

cuando escuché: «Si mudo de color
no debes asombrarte, pues a todos
éstos verás cambiarlo mientras hablo. 21

Quien en la tierra mi lugar usurpa, 22
mi lugar, mi lugar que está vacante
en la presencia del Hijo de Dios, 24

en cloaca mi tumba ha convertido
de sangre y podredumbre; así el perverso
que cayó desde aquí, se goza abajo.» 27

Del color con que el sol contrario pinta
por la mañana y la tarde las nubes,
entonces vi cubrirse todo el cielo. 30

Y cual mujer honrada que está siempre
segura de sí misma, y culpas de otras,
sólo con escucharlas, ruborizan, 33

así cambió el semblante de Beatriz;
y así creo que el cielo se eclipsara
cuando sufrió la suprema potencia. 36

Luego continuaron sus palabras
con una voz cambiada de tal forma,
que más no había cambiado el semblante: 39

«No fue nutrida la Esposa de Cristo
con mi sangre, de Lino, o la de Cleto, 41
para ser en el logro de oro usada; 42

mas por lograr este vivir gozoso
Sixto y Urbano y Pío y Calixto 44
tras muchos sufrimientos la vertieron. 45

No fue nuestra intención que a la derecha
de nuestros sucesores, se sentara
parte del pueblo, y parte al otro lado; 48

ni que las llaves que me confiaron,
se volvieran escudo en los pendones
que combatieran contra bautizados; 51

ni que yo fuera imagen en los sellos,
de privilegios vendidos y falsos,
que tanto me avergüenzan y me irritan. 54

En traje de pastor lobos rapaces
desde aquí pueden verse prado a prado:
Oh protección divina, ¿por qué duerme? 57

Cahorsinos y Gascones se apresuran 58
a beber nuestra sangre: ¡oh buen principio,
a qué vil fin has venido a parar! 60

Pero la providencia, que de Roma
con Escipión guardar la gloria pudo, 62
pronto nos salvará, según lo pienso; 63

y tú, hijo mío, que a la tierra vuelves
por tu peso mortal, abre la boca,
y tú no escondas lo que yo no escondo.» 66

Cual vapores helados nos envía
abajo el aire nuestro, cuando el cuerno
de la cabra del cielo el sol tropieza, 69

así yo vi que el éter adornado
subía despidiendo los vapores
triunfantes, que estuvieron con nosotros. 72

Con mis ojos seguia sus semblantes,
hasta que la distancia, al ser ya mucha,
les impidió seguir detrás de ellos. 75

Por ello mi señora, al verme libre
de mirar hacia arriba, dijo: «Baja
la vista y mira cuánta vuelta has dado.» 78

Desde el momento en que mire primero
vi que había corrido todo el arco
que hace del medio al fin el primer clima; 81

viendo, pasado Cádiz, la insensata
ruta de Ulises, y la playa donde
fue dulce carga Europa al otro lado. 84

Y hubiera descubierto aún más lugares
de aquella terrezuela, pero el sol
bajo mis pies distaba más de un signo. 87

La mente enamorada, que requiebra
siempre a mi dama, más que nunca ardía
por dirigir de nuevo a ella mis ojos; 90

y si es el cebo el arte o la natura 91
que atrae los ojos, y la mente atrapan
ya con la carne viva o ya pintada, 93

juntas nada serían comparadas
al divino placer que me alumbró,
al dirigirme a sus ojos rientes. 96

Y el vigor que me dio aquella mirada,
me dio impulso hasta el cielo más veloz
al separarme del nido de Leda. 99

Sus partes mas cercanas o distantes
son tan iguales, que decir no puedo
la que escogió Beatriz para mi entrada. 102

Mas ella que veía mis deseos,
empezó con sonrisa tan alegre,
cual si Dios en su rostro se gozase: 105

«El ser del mundo, que detiene el centro
y hace girar en torno a lo restante,
tiene aquí su principio como meta; 108

y este cielo no tiene más comienzo
que la mente divina, donde prende
la influencia y amor que él llueve y gira. 111

El amor y la luz, a éste rodean 112
como a los otros éste; y solamente
a este círculo entiende quien lo ciñe. 114

Su movimiento no mide con otro,
pero los otros se miden con éste,
cual se divide el diez por dos o cinco; 117

y cómo el tiempo tenga en este vaso
su raíz y en los otros la enramada,
ahora podrás saberlo claramente. 120

¡Oh tú, concupiscencia que en tu seno
los mortales ahogas, sin que puedan
sacar los ojos fuera de tus ondas! 123

La voluntad florece en los humanos;
mas la lluvia constante hace volverse
endrinas las ciruelas verdaderas. 126

La inocencia y la fe sólo en los niños
se encuentran repartidas; luego escapan
antes de que se cubran las mejillas. 129

Tal, aún balbuciente, guarda ayuno,
y luego traga, con la lengua suelta,
cualquier comida bajo cualquier luna; 132

y tal, aún balbuciente, ama y escucha
a su madre, y teniendo el habla entera,
verla en la sepultura desearía. 135

Así se vuelve negra la piel blanca
en el rostro de aquella hermosa hija
de quien lleva la noche y trae el día. 138

Y tú, para que de esto no te asombres,
piensa que no hay quien en la tierra mande;
y así se pierde la humana familia. 141

Mas antes de que enero desinvierne, 142
por la centésima parte olvidada,
de tal manera rugirán los cielos, 144

que la tormenta que tanto se espera,
donde la popa está pondrá la proa,
y así la flota marchará derecha; 147
y tras las flores vendrán buenos frutos.

CANTO XXVIII

Luego que contra la vida presente
de los ruines mortales, me mostró
la verdad quien mi mente emparaísa, 3

cual la llama de un hacha en un espejo
ve quien con ella por detrás se alumbra,
antes de que la vea o la imagine, 6

y atrás se vuelve para ver si el vidrio
le dice la verdad, y ve que casa
con ella cual la música y su texto; 9

de igual forma recuerda mi memoria
que hice mirando a los hermosos ojos
donde hizo Amor su cuerda para herirme. 12

Y al volverme y al golpear los míos
lo que en aquellos cielos aparece,
cada vez que en sus giros se repara, 15

vi un punto que irradiaba tan aguda 16
luz, que la vista que enfocaba en ella
por tan grande agudeza se cerraba; 18

y la estrella que aquí menor parece,
luna parecería junto a ella,
si se pusieran una junto a otra. 21

Acaso tanto cuanto cerca vemos
de su halo la luz que lo desprende
cuando son más espesos sus vapores, 24

distante de ese punto un círculo ígneo
giraba tan veloz, que vencería
el curso que más raudo el mundo ciñe; 27

y aquél era por otro rodeado,
y de un tercero aquél, y éste de un cuarto,
de un quinto el cuarto, y por un sexto el quinto. 30

El séptimo seguía tan extenso
sobre ellos, que de Juno el emisario 32
abarcarlo del todo no podría. 33

Y el octavo, y el nono; y cada uno
más lento se movía, cuanto estaba
en número del uno más distante; 36

y una más clara llama desprendía
el más cercano de la lumbre pura,
pues más, yo creo, de ella participa. 39

Al verme preocupado mi señora
y sorprendido, dijo: «De ese punto
depende el cielo y toda la natura. 42

Ve el círculo que está de él más cercano;
y sabrás que tan rápido se mueve
por el amor ardiente que le impulsa.» 45

«Si estuviera dispuesto --dije el mundo
con el orden que veo en estas ruedas,
satisfecho me habría lo que dices; 48

mas el mundo sensible nos enseña
que las vueltas son tanto más veloces,
cuanto del centro se hallan más lejanas. 51

Por lo cual, si debiera terminarse
mi desear en este templo angélico
que sólo amor y luz lo delimitan, 54

aún debiera escuchar cómo el ejemplo
y su copia no marchan de igual modo, 56
que en vano por mí mismo pienso en ello.» 57

«Si tus dedos no son para tal nudo 58
suficientes, no debes extrañarte,
¡tan difícil lo ha hecho el no intentarlo!» 60

Dijo así mi señora; y luego: «Atiende
si es que quieres saciarte, a lo que digo;
y sobre estas cuestiones sutiliza. 63

Las esferas corpóreas son más amplias
o estrechas según sea la virtud
que se difunde por todas sus partes. 66

Da una bondad mayor mayores bienes;
y a un bien mayor contiene un mayor cuerpo,
siendo sus partes igual de perfectas. 69

Así pues este círculo que arrastra
todo el otro universo, corresponde
con aquel que más ama y que más sabe: 72

y si aplicaras pues a la virtud
tus medidas, y no a las apariencias
de los seres que en círculo se muestran, 75

la proporción perfecta admirarías
de más con más, y de menor con menos,
cada cielo, con cada inteligencia.» 78

Como se queda espléndido y sereno
el aéreo hemisferio cuando sopla
Bóreas con su mejilla más suave, 81

y se disuelven y limpian las brumas
que le turbaban, y sonríe el cielo
con las bellezas todas de su corte; 84

así hice yo, después que mi señora
tan claro respondió, y como en el cielo
brilla una estrella supe la verdad. 87

Y cuando terminaron sus palabras,
no de otro modo el hierro centellea
candente, cual los círculos hicieron. 90

Su incendio cada chispa propagaba;
y tantas eran, que el número de ellas
más que el doblar del ajedrez subía. 93

Yo escuchaba hosanar de coro en coro
al punto fijo que los tiene ubi 95
y siempre los tendrá, en que siempre fueron. 96

Y aquella que las dudas de mi mente
sabía, dijo: «Los primeros círculos 98
te muestran Serafines y Querubes. 99

Tras sus vínculos siguen tan aprisa
por parecerse al punto cuanto puedan;
y tanto pueden cuanto están más altos. 102

Esos amores que en torno se encuentran,
llámanse Tronos del poder divino,
y acaba en ellos el primer ternario; 105

y deberás saber que todos gozan
cuando se profundiza su mirada
en la verdad que aquieta el intelecto. 108

De aquí se puede ver cómo se funda
la beatitud en el acto de ver,
no en el de amar, que detrás de aquél viene; 111

y del ver son los méritos medida, 112
que genera la gracia y buen deseo:
así es como sucede grado a grado. 114

El siguiente ternario que florece
en esta sempiterna primavera
que nocturno carnero no despoja, 117

perpetuamente «Hosanna» jubilea
en triple melodía, por los tres
órdenes de alegría en que se enterna. 120

En esa jerarquía hay otras diosas:
Dominaciones, y después Virtudes;
de Potestades es el tercer orden. 123

Luego en los dos penúltimos festejos
Principados y Arcángeles dan vueltas;
todo el último de ángeles dichosos. 126

Estos órdenes miran a lo alto,
y abajo tanto influyen, que hacia Dios
son arrastrados y de todo arrastran. 129

Y Dionisio con tanto deseo 130
a contemplar se dedicó estos órdenes
que como yo, los nombra y los distingue. 132

Pero de él se apartó luego Gregorio;
y en cuanto abrió los ojos en el cielo
de sí mismo por esto se reía. 135

Y si mostrado fue tanto secreto
por un mortal, no quiero que te admires:
porque se lo enseñó quien vio aquí arriba, 138
y otras muchas verdades de este mundo!»

CANTO XXIX

Cuando uno y otro hijo de Latona,
por debajo de Libra y del Carnero,
son límites los dos de un horizonte, 3

cuanto hay desde el momento de equilibrio
hasta que el uno u otro de aquel cinto,
cambiando de hemisferio, se desata, 6

tanto, la risa pintada en su rostro,
muda estuvo Beatriz mirando fijo
el punto que me había derrotado. 9

Dijo después: «Diré, sin que preguntes,
lo que quieres oír, porque lo he visto
donde convergen todo quando y ubi. 12

No por acrecentar sus propios bienes, 13
que es imposible, mas porque su luz
pudiese, en su esplendor decir "Subsisto", 15

allí en su eternidad, fuera de toda
comprensión y de tiempo, libremente,
se abrió en nuevos amores el eterno. 18

No es porque antes ocioso estuviera;
pues ni después ni antes precedió 20
el discurrir de Dios sobre estas aguas. 21

Forma y materia, ya puras o juntas, 22
salieron a existir sin fallo alguno,
como de arco tricorde tres saetas. 24

Y como en vidrio, en ámbar o en cristales
el rayo resplandece, de tal modo
que el llegar y el lucir es todo en uno, 27

de igual forma irradió el triforme efecto
de su Sir a su ser a un tiempo mismo
sin que hubiese ninguna diferencia. 30

Concreado fue el orden y dispuesto 31
a las sustancias; y del mundo cima
fueron aquellas hechas acto puro; 33

a la potencia pura puso abajo;
la potencia y el acto, en medio, atadas
tal nudo que jamás se desanuda. 36

Jerónimo escribió que muchos siglos 37
antes fueron los ángeles creados
de que el resto del mundo fuera hecho; 39

mas en muchos parajes que escribieron
los inspirados, se halla esta verdad;
y si bien juzgas te avendrás a ello; 42

y en parte la razón también lo prueba,
pues no admite motores que estuviesen
sin su perfecto estado mucho tiempo. 45

Ya sabes dónde y cuándo estos amores
y cómo fueron hechos: ya apagados
tres ardores ya están en tu deseo. 48

Hasta veinte, contando, no se llega
tan pronto, como parte de los ángeles
turbó el más bajo de los elementos. 51

La otra quedóse, y dio comienzo el arte
que puedes ver, y con tanto deleite,
que de sus giros nunca se ha apartado. 54

La ocasión de caer fue la maldita
soberbia de quien viste que oprimían
las pesadumbres todas de este mundo. 57

Esos que ves aquí fueron humildes,
admitiendo existir por la bondad
que a tanto conocer hizo capaces: 60

por lo que fue su vista acrecentada
por méritos y gracia iluminante,
y tienen voluntad constante y plena; 63

y no quiero que dudes, mas que sepas,
que recibir la gracia es meritorio
según como el afecto la recibe. 66

Por lo que a este colegio se refiere
ya comprendes bastante, si entendiste
lo que te dije, ya sin otra ayuda. 69

Mas como en las escuelas de la tierra
se enseña que la angélica natura
es tal que entiende, que recuerda y quiere, 72

aún te diré, para que pura sepas
la verdad, que allí abajo se confunde,
porque equivocan los significados. 75

Estas sustancias, desde que gozaron
de la cara de Dios, no apartan de ella
la mirada, a quien nada está escondido: 78

Así pues no interceptan su mirada
nuevos objetos, y no necesitan
recordar con conceptos divididos; 81

y así allá abajo, sin dormir, se sueña,
creyendo y no creyendo en lo que dicen;
pero éstos tienen más vergüenza y culpa. 84

Vais por distintas rutas los que abajo
filosofáis: pues que os empuja tanto
el afán de que os tengan como sabios. 87

Y aún esto es admitido aquí en lo alto
con un rigor menor que si se olvida
la sagrada escritura o se confunde. 90

No meditáis en cuánta sangre cuesta
sembrarla allá en el mundo, y cuánto agrada
el que con ella humilde se conforma. 93

Por la apariencia pruebas dan de ingenio
y de imaginación; y quien predica
dase a esto y se calla el Evangelio. 96

Que se volvió la luna, dice el uno, 97
en la pasión de Cristo, y se interpuso
para ocultar la luz del sol abajo; 99

y otro que por sí misma se escondió
la luz, y que en la India y en España
hubo eclipse lo mismo que en Judea. 102

No hay en Florencia tantos Lapi y Bindi 103
cuantas fábulas tales en un año,
aquí y allá en los púlpitos se gritan: 105

y así las ovejuelas, que no saben,
vuelven del prado pacidas de viento,
y que el daño no vean no es excusa. 108

No dijo a su primer convento Cristo:
"Id y patrañas predicad al mundo";
sino les dio cimientos de certeza; 111

y ésta sonó en sus bocas solamente,
de modo que luchando por la fe
del Evangelio escudo y lanza hicieron. 114

Y ahora con bufonadas y con trampas
se predica, y con tal que cause risa,
la capucha se hincha y más no pide. 117

Mas tal pájaro anida en el capuz, 118
que si lo viese el vulgo, allí vería
qué indulgencias tendrá confiando en ése: 120

que en la tierra acrecientan la estulticia,
de tal manera que, sin prueba alguna
de su certeza, corren tras de ellas. 123

Esto engorda al cebón de San Antonio, 124
y a otros muchos más cerdos todavía,
que pagan con monedas no acuñadas. 126

Mas como es larga ya la digresión,
vuelve los ojos a la recta vía,
y se abrevien el tiempo y el camino. 129

Esta naturaleza tanto aumenta
en número al subir, que no hay palabras
ni conceptos mortales que las sigan; 132

y si recuerdas lo que se revela
en Danïel, verás que en sus millares 134
y millares su número se esconde. 135

La luz primera que toda la alumbra, 136
de tantas formas ella en sí recibe,
cual son las llamas a las que se une. 138

Y así, al igual que al acto que concibe
sigue el afecto, de amor la dulzura
ardiente o tibio en ella es diferente. 141

Ve pues la excelsitud y la grandeza
del eterno poder, puesto que tantos
espejos hizo en que multiplicarse, 144
permaneciendo en sí uno como antes.

CANTO XXX

Acaso a seis mil millas de distancia 1
hierve aquí la hora sexta, y este mundo
horizontal reclina ya la sombra, 3

cuando el centro del cielo, tan profundo,
se pone de tal forma, que en el fondo
van desapareciendo las estrellas; 6

y cuando se adelanta la sirviente
clarísima del sol, apaga el cielo
una por una hasta la más hermosa. 9

No de otro modo el triunfo que se goza
en torno al punto que antes me cegara,
creyéndolo incluido en lo que incluye, 12

se apagó poco a poco de mi vista;
por lo cual el amor y el no ver nada
me hicieron que a Beatriz volviera el rostro. 15

Si cuanto de ella he dicho hasta el presente
fuese encerrado todo en una loa,
poco sería a conseguir mi intento. 18

La belleza que vi no sobrepasa
solamente a nosotros, mas yo creo
que sólo su creador la goce entera. 21

Vencido me confieso en este paso
más que nunca en un punto de su obra
fue superado el trágico o el cómico: 24

pues, como el sol la vista menos firme,
así el recuerdo de su dulce risa
a mí mismo me priva de mi mente. 27

Desde el día primero que su rostro
en esta vida vi, hasta esta visión,
he podido seguirla con mi canto; 30

mas es forzoso que desista ahora
de seguir su belleza, poetizando,
cual todo artista que a su extremo llega. 33

Y ella, cual yo la dejo a voz más digna
que la de mi trompeta, que se acerca
a dar fin a materia tan difícil, 36

con ademán y voz de guía experto
«Hemos salido ya -volvió a decirme-
del mayor cuerpo al cielo que es luz pura: 39

luz intelectüal, plena de amor;
amor del cierto bien, pleno de dicha;
dicha que es más que todas las dulzuras. 42

Aquí verás a una y otra milicia
del paraíso, y una de igual modo
que en el juicio final habrás de verla.» 45

Como un súbito rayo que nos ciega
los visivos espíritus, e impide
que vea el ojo aun cosas muy brillantes, 48

así circumbrillóme una luz viva, 49
y cubrióme la cara con tal velo
de su fulgor, que nada pude ver. 51

«El amor que este cielo tiene inmóvil
siempre recibe en él de igual manera,
por disponer una vela a su llama.» 54

Apenas penetraron dentro de mí
estas breves palabras, comprendí
que sobre mi virtud estaba alzado; 57

y de una vista nueva disfrutaba
tal, que ninguna luz es tan brillante,
que con mis ojos no la resistiera; 60

y vi una luz que un río semejaba 61
fulgiendo fuego, entre sus dos orillas
pintadas de admirable primavera. 63

Salían del torrente chispas vivas,
que entre las flores se desparramaban,
cual rubíes que el oro circunscribe; 66

después, como embriagadas del aroma,
al raudal asombroso se arrojaban
de nuevo, y si una entraba otra salía. 69

«El gran deseo que ahora te urge y quema,
de que te diga qué es esto que ves,
más me complace cuanto más intento; 72

mas de este agua es preciso que bebas
antes que tanta sed en ti se sacie.»
De este modo me habló el sol de mis ojos. 75

Y después: «Son el río y los topacios
que entran y salen, y el prado riente,
sólo de su verdad velados prólogos. 78

No que de suyo estén aún inmaduros;
más el defecto está de parte tuya,
que aún no tienes visión tan elevada.» 81

No hay un chiquillo que corra tan raudo
con la vista a la leche, si despierta
mucho más tarde de lo que acostumbra, 84

como yo, para hacer mejor espejo
mis ojos, agachándome a las ondas,
que para enmejorarnos van fluyendo; 87

y en el momento que bebió de aquellas
el borde de mis párpados, creí
que redonda se hacía su largura. 90

Después, como la gente enmascarada,
que otra que antes parece, si se quita
el semblante no suyo que la esconde, 93

así en mayores gozos se trocaron
las chispas, y las flores, y ver pude
las dos cortes del cielo manifiestas. 96

¡Oh divino esplendor por quien yo vi
el alto triunfo del reino veraz,
ayúdame a decir cómo lo vi! 99

Hay arriba una luz que hace visible
el Creador a aquellas crïaturas
que en su visión tan sólo paz encuentran. 102

Y en circular figura se derrama,
tanto que al sol sería demasiado
cinturón con su gran circunferencia. 105

De un rayo reflejado en lo más alto
del Primer Móvil viene su apariencia, 107
que de él recibe su poder y vida. 108

Y cual loma en el agua de su base
se espejea cual viéndose adornada,
cuando de hierba y flores es más rica, 111

superando a la luz en torno suyo,
vi espejearse en más de mil peldaños
cuanto arriba volvió de entre nosotros. 114

Y si el último grado luz tan grande
abarca, ¡cuál la anchura no sería
de esta rosa en las hojas más lejanas! 117

Mi vista ni en lo ancho ni en lo alto
desfallecía, comprendiendo todo
el cuánto y cómo de aquella alegría. 120

Allí el cerca ni el lejos quita o pone:
que donde Dios sin ministros gobierna,
las leyes naturales nada pueden. 123

A lo amarillo de la rosa eterna, 124
que se degrada y se extiende y transmina
loas al sol que siempre es primavera, 126

como a aquel que se calla y quiere hablar
me llevó Beatriz y dijo: «¡Mira
el gran convento de las vestes blancas! 129

Ve cómo abre su círculo este reino,
mira nuestros escaños tan repletos,
que poca gente más aquí se espera. 132

Y en el gran trono en que pones los ojos,
por la corona que está sobre él puesta,
antes de que a estas bodas te conviden, 135

vendrá a sentarse el alma, abajo augusta,
del gran Enrique, que a guiar a Italia 137
vendrá sin que a ésta encuentre preparada. 138

Esa ciega codicia que os enferma
os ha vuelto lo mismo que al chiquillo
que muere de hambre y echa a la nodriza. 141

Y habrá un prefecto en el foro divino
entonces tal, que oculto o manifiesto,
no seguirá con él la misma ruta. 144

Mas Dios lo aguantará por poco tiempo 145
en la santa tarea, y será echado
donde Simón el mago el premio tiene, 147
y hará al de Anagni hundirse más abajo. 148

CANTO XXXI

En forma pues de una cándida rosa 1
se me mostraba la milicia santa
desposada por Cristo con su sangre; 3

mas la otra que volando ve y celebra
la gloria del señor que la enamora
y la bondad que tan alta la hizo, 6

cual bandada de abejas que en las flores
tan pronto liban y tan pronto vuelven
donde extraen el sabor de su trabajo, 9

bajaba a la gran flor que está adornada
de tantas hojas, y de aquí subía
donde su amor habita eternamente. 12

Sus caras eran todas llama viva,
de oro las alas, y tan blanco el resto,
que no es por nieve alguna superado. 15

Al bajar a la flor de grada en grada,
hablaban de la paz y del ardor
que agitando las alas adquirían. 18

El que se interpusiera entre la altura 19
y la flor tanta alada muchedumbre
ni el ver nos impedía ni el fulgor: 21

pues la divina luz el universo
penetra, según éste lo merece,
de tal modo que nada se lo impide. 24

Este seguro y jubiloso reino,
que pueblan gentes antiguas y nuevas,
vista y amor a un punto dirigía. 27

¡Oh llama trina que en sólo una estrella
brillando ante sus ojos, las alegras!
¡Mira esta gran tempestad en que estamos! 30

Si viniendo los bárbaros de donde 31
todos los días de Hélice se cubre,
girando con su hijo, en quien se goza, 33

viendo Roma y sus arduos edificios,
estupefactos se quedaban cuando
superaba Letrán toda obra humana; 36

yo, que desde lo humano a lo divino,
desde el tiempo a lo eterno había llegado,
y de Florencia a un pueblo sano y justo, 39

¡lleno de qué estupor no me hallaría!
En verdad que entre el gozo y el asombro
prefería no oír ni decir nada. 42

Y como el peregrino que se goza
viendo ya el templo al cual un voto hiciera,
y espera referir lo que haya visto, 45

yo paseaba por la luz tan viva,
llevando por las gradas mi mirada
ahora abajo, ahora arriba, ahora en redor, 48

veía rostros que el amor pintaba,
con su risa y la luz de otro encendidos, 50
y de decoro adornados sus gestos. 51

La forma general del Paraíso
abarcaba mi vista enteramente,
sin haberse fijado en parte alguna; 54

y me volví con ganas redobladas
de poder preguntar a mi señora
las cosas que a mi mente sorprendían. 57

Una cosa quería y otra vino:
creí ver a Beatriz y vi a un anciano
vestido cual las gentes glorïosas. 60

Por su cara y sus ojos difundía
una benigna dicha, y su semblante
era como el de un padre bondadoso. 63

«¿Dónde está ella?» Dije yo de pronto.
Y él: «Para que se acabe tu deseo
me ha movido Beatriz desde mi Puesto: 66

y si miras el círculo tercero
del sumo grado, volverás a verla
en el trono que en suerte le ha cabido.» 69

Sin responderle levanté los ojos,
y vi que ella formaba una corona
con el reflejo de la luz eterna. 72

De la región aquella en que más truena 73
el ojo del mortal no dista tanto
en lo más hondo de la mar hundido, 75

como allí de Beatriz la vista mía;
mas nada me importaba, pues su efigie
sin intermedio alguno me llegaba. 78

«Oh mujer que das fuerza a mi esperanza,
y por mi salvación has soportado
tu pisada dejar en el infierno, 81

de tantas cosas cuantas aquí he visto,
de tu poder y tu misericordia
la virtud y la gracia reconozco. 84

La libertad me has dado siendo siervo
por todas esas vías, y esos medios
que estaba permitido que siguieras. 87

En mí conserva tu magnificencia 88
y así mi alma, que por ti ha sanado,
te sea grata cuando deje el cuerpo.» 90

Así recé; y aquélla, tan lejana
como la vi, me sonrió mirándome; 92
luego volvió hacia la fuente incesante. 93

Y el santo anciano: «A fin de que concluyas
perfectamente dijo, tu camino,
al que un ruego y un santo amor me envían, 96

vuelven tus ojos por estos jardines;
que al mirarlos tu vista se prepara
más a subir por el rayo divino. 99

Y la reina del cielo, en el cual ardo
por completo de amor, dará su gracia,
pues soy Bernardo, de ella tan devoto.» 102

Igual que aquel que acaso de Croacia,
viene por ver el paño de Verónica,
a quien no sacia un hambre tan antigua, 105

mas va pensando mientras se la enseñan:
«Mi señor Jesucristo, Dios veraz,
¿de esta manera fue vuestro semblante?»; 108

estaba yo mirando la ferviente
caridad del que aquí en el bajo mundo,
de aquella paz gustó con sus visiones. 111

«Oh hijo de la gracia, el ser gozoso
-empezó no es posible que percibas,
si no te fijas más que en lo de abajo; 114

pero mira hasta el último los círculos,
hasta que veas sentada a la reina
de quien el reino es súbdito y devoto.» 117

Alcé los ojos; y cual de mañana
la porción oriental del horizonte,
está más encendida que la otra, 120

así, cual quien del monte al valle observa,
vi al extremo una parte que vencía
en claridad a todas las restantes. 123

Y como allí donde el timón se espera
que mal guió Faetonte, más se enciende, 125
y allá y aquí su luz se debilita, 126

así aquella pacífica oriflama
se encendía en el medio, y lo restante
de igual manera su llama extinguía; 129

y en aquel centro, con abiertas alas,
la celebraban más de un millar de ángeles,
distintos arte y luz de cada uno. 132

Vi con sus juegos y con sus canciones
reír a una belleza, que era el gozo 134
en las pupilas de los otros santos; 135

y aunque si para hablar tan apto fuese
cual soy imaginando, no osaría
lo mínimo a expresar de su deleite. 138

Cuando Bernardo vio mis ojos fijos
y atentos en lo ardiente de su fuego,
a ella con tanto amor volvió los suyos, 141
que los míos ansiaron ver de nuevo.

CANTO XXXII


Absorto en su delicia, libremente
hizo de guía aquel contemplativo,
y comenzaron sus palabras santas: 3

«La herida que cerró y sanó María,
quien tan bella a sus plantas se prosterna
de abrirla y enconarla es la culpable. 6

En el orden tercero de los puestos,
Raquel está sentada bajo ésa, 8
como bien puedes ver, junto a Beatriz. 9

Judit y Sara, Rebeca y aquella
del cantor bisabuela que expiando 11
su culpa dijo: "Miserere mei", 12

de puesto en puesto pueden contemplarse
ir degradando, mientras que al nombrarlas
voy la rosa bajando de hoja en hoja. 15

Y del séptimo grado a abajo, como
hasta aquél, se suceden las hebreas,
separando las hojas de la rosa; 18

porque, según la mirada pusiera
su fe en Cristo, son esas la muralla
que divide los santos escalones. 21

En esa parte donde está colmada
por completo de hojas, se acomodan
los que creyeron que Cristo vendría; 24

por la otra parte por donde interrumpen
huecos los semicírculos, se encuentran 26
los que en Cristo venido fe tuvieron. 27

Y como allí el escaño glorioso
de la reina del cielo y los restantes
tan gran muralla forman por debajo, 30

de igual manera enfrente está el de Juan 31
que, santo siempre, desierto y martirio
sufrió, y luego el infierno por dos años; 33

y bajo él separando de igual modo
mira a Benito, a Agustín y a Francisco
y a otros de grada en grada hasta aquí abajo. 36

Ahora conoce el sabio obrar divino:
pues uno y otro aspecto de la fe
llenarán de igual modo estos jardines. 39

Y desde el grado que divide al medio
las dos separaciones, hasta abajo,
nadie por propios méritos se sienta, 42

sino por los de otro, en ciertos casos: 43
porque son todas almas desatadas
antes de que eligieran libremente. 45

Bien puedes darte cuenta por sus rostros
y también por sus voces infantiles,
si los miras atento y los escuchas. 48

Dudas ahora y en tu duda callas;
mas yo desataré tan fuerte nudo
que te atan los sutiles pensamientos. 51

Dentro de la grandeza de este reino
no puede haber casualidad alguna,
como no existen sed, hambre o tristeza: 54

y por eterna ley se ha establecido
tan justamente todo cuanto miras,
que corresponde como anillo al dedo; 57

y así esta gente que vino con prisa
a la vida inmortal no sine causa
está aquí en excelencias desiguales. 60

El rey por quien reposan estos reinos
en tanto amor y en tan grande deleite,
que más no puede osar la voluntad, 63

todas las almas con su hermoso aspecto
creando, a su placer de gracia dota
diversamente; y bástete el efecto. 66

Y esto claro y expreso se consigna
en la Escritura santa, en los gemelos
movidos por la ira ya en la madre. 69

Mas según el color de los cabellos, 70
de tanta gracia, la altísima luz
dignamente conviene que les cubra. 72

Así es que sin de suyo merecerlo
puestos están en grados diferentes,
distintos sólo en su mirar primero. 75

Era bastante en los primeros siglos 76
ser inocente para estar salvado,
con la fe únicamente de los padres; 78

al completarse los primeros tiempos,
para adquirir virtud, circuncidarse
a más de la inocencia era preciso; 81

pero llegado el tiempo de la gracia,
sin el perfecto bautismo de Cristo,
tal inocencia allá abajo se guarda. 84

Ahora contempla el rostro que al de Cristo 85
más se parece, pues su brillo sólo
a ver a Cristo puede disponerte.» 87

Yo vi que tanto gozo le llovía,
llevada por aquellas santas mentes
creadas a volar por esa altura, 90

que todo lo que había contemplado,
no me colmó de tanta admiración,
ni de Dios me mostró tanto semblante; 93

y aquel amor que allí bajara antes
cantando: «Ave María, gratia plena»
ante ella sus alas desplegaba. 96

Respondió a la divina cancioncilla
por todas partes la beata corte,
y todos parecieron más radiantes. 99

«Oh santo padre que por mí consientes
estar aquí, dejando el dulce puesto
que ocupas disfrutando eterna suerte, 102

¿quién es el ángel que con tanto gozo
a nuestra reina le mira los ojos,
y que fuego parece, enamorado?» 105

A la enseñanza recurrí de nuevo
de aquel a quien María hermoseaba,
como el sol a la estrella matutina. 108

Y aquél: «Cuanta confianza y gallardía
puede existir en ángeles o en almas,
toda está en él; y así es nuestro deseo, 111

porque es aquel que le llevó la palma
a María allá abajo, cuando el Hijo
de Dios quiso cargar con nuestro cuerpo. 114

Mas sigue con la vista mientras yo
te voy hablando, y mira los patricios
de este imperio justísimo y piadoso. 117

Los dos que están arriba, más felices
por sentarse tan cerca de la Augusta
son casi dos raíces de esta rosa: 120

quien cerca de ella está del lado izquierdo
es el padre por cuyo osado gusto
tanta amargura gustan los humanos. 123

Contempla al otro lado al viejo padre
de la Iglesia, a quien Cristo las dos llaves
de esta venusta flor ha confiado. 126

Y aquel que vio los tiempos dolorosos
antes de muerto, de la bella esposa
con lanzada y con clavos conquistada, 129

a su lado se sienta y junto al otro
el guía bajo el cual comió el maná
la gente ingrata, necia y obstinada. 132

Mira a Ana sentada frente a Pedro, 133
contemplando a su hija tan dichosa,
que la vista no mueve en sus hosannas; 135

y frente al mayor padre de familia,
Lucía, que moviera a tu Señora 137
cuando a la ruina, por no ver, corrías. 138

Mas como escapa el tiempo que te aduerme 139
pararemos aquí, como el buen sastre
que hace el traje según que sea el paño; 141

y alzaremos los ojos al primer
amor, tal que, mirándole, penetres
en su fulgor cuanto posible sea. 144

Mas para que al volar no retrocedas,
creyendo adelantarte, con tus alas
la gracia orando es preciso que pidas: 147

gracia de aquella que puede ayudarte;
y tú me has de seguir con el afecto,
y el corazón no apartes de mis ruegos.» 150
Y entonces dio comienzo a esta plegaria.

CANTO XXXIII

«¡Oh Virgen Madre, oh Hija de tu hijo,
alta y humilde más que otra criatura,
término fijo de eterno decreto, 3

Tú eres quien hizo a la humana natura
tan noble, que su autor no desdeñara
convertirse a sí mismo en su creación. 6

Dentro del viento tuyo ardió el amor,
cuyo calor en esta paz eterna
hizo que germinaran estas flores. 9

Aquí nos eres rostro meridiano
de caridad, y abajo, a los mortales,
de la esperanza eres fuente vivaz. 12

Mujer, eres tan grande y vales tanto,
que quien desea gracia y no te ruega
quiere su desear volar sin alas. 15

Mas tu benignidad no sólo ayuda
a quien lo pide, y muchas ocasiones
se adelanta al pedirlo generosa. 18

En ti misericordia, en ti bondad,
en ti magnificencia, en ti se encuentra
todo cuanto hay de bueno en las criaturas. 21

Ahora éste, que de la ínfima laguna
del universo, ha visto paso a paso
las formas de vivir espirituales, 24

solicita, por gracia, tal virtud,
que pueda con los ojos elevarse,
más alto a la divina salvación. 27

Y yo que nunca ver he deseado
más de lo que a él deseo, mis plegarias
te dirijo, y te pido que te basten, 30

para que tú le quites cualquier nube
de su mortalidad con tus plegarias,
tal que el sumo placer se le descubra. 33

También reina, te pido, tú que puedes
lo que deseas, que conserves sanos,
sus impulsos, después de lo que ha visto. 36

Venza al impulso humano tu custodia:
ve que Beatriz con tantos elegidos
por mi plegaria te junta las manos!» 39

Los ojos que venera y ama Dios,
fijos en el que hablaba, demostraron
cuánto el devoto ruego le placía; 42

luego a la eterna luz se dirigieron,
en la que es impensable que penetre
tan claramente el ojo de ninguno. 45

Y yo que al final de todas mis ansias
me aproximaba, tal como debía,
puse fin al ardor de mi deseo. 48

Bernardo me animaba, sonriendo
a que mirara abajo, mas yo estaba
ya por mí mismo como aquél quería: 51

pues mi mirada, volviéndose pura,
más y más penetraba por el rayo
de la alta luz que es cierta por sí misma. 54

Fue mi visión mayor en adelante
de lo que puede el habla, que a tal vista,
cede y a tanto exceso la memoria. 57

Como aquel que en el sueño ha visto algo,
que tras el sueño la pasión impresa
permanece, y el resto no recuerda, 60

así estoy yo, que casi se ha extinguido
mi visión, mas destila todavía
en mi pecho el dulzor que nace de ella. 63

Así la nieve con el sol se funde;
así al viento en las hojas tan livianas
se perdía el saber de la Sibila. 66

¡Oh suma luz que tanto sobrepasas
los conceptos mortales, a mi mente
di otro poco, de cómo apareciste, 69

y haz que mi lengua sea tan potente,
que una chispa tan sólo de tu gloria
legar pueda a los hombres del futuro; 72

pues, si devuelves algo a mi memoria
y resuenas un poco en estos versos,
tu victoria mejor será entendida. 75

Creo, por la agudeza que sufrí
del rayo, que si hubiera retirado
la vista de él, hubiéseme perdido. 78

Y esto, recuerdo, me hizo más osado
sosteniéndola, tanto que junté
con el valor infinito mi vista. 81

¡Oh gracia tan copiosa, que me dio
valor para mirar la luz eterna,
tanto como la vista consentía! 84

En su profundidad vi que se ahonda,
atado con amor en un volumen,
lo que en el mundo se desencuaderna: 87

sustancias y accidentes casi atados
junto a sus cualidades, de tal modo
que es sólo débil luz esto que digo. 90

Creo que vi la forma universal
de este nudo, pues siento, mientras hablo,
que más largo se me hace mi deleite. 93

Me causa un solo instante más olvido 94
que veinticinco siglos a la hazaña
que hizo a Neptuno de Argos asombrarse. 96

Así mi mente, toda suspendida,
miraba fijamente, atenta, inmóvil,
y siempre de mirar sentía anhelo. 99

Quien ve esa luz de tal modo se vuelve,
que por ver otra cosa es imposible
que de ella le dejara separarse; 102

Pues el bien, al que va la voluntad,
en ella todo está, y fuera de ella
lo que es perfecto allí, es defectuoso. 105

Han de ser mis palabras desde ahora,
más cortas, y esto sólo a mi recuerdo, 107
que las de un niño que aún la leche mama. 108

No porque más que un solo aspecto hubiera
en la radiante luz que yo veía,
que es siempre igual que como era primero; 111

mas por mi vista que se enriquecía
cuando miraba su sola apariencia,
cambiando yo, ante mí se transformaba. 114

En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores; 117

Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera. 120

¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino
a mi concepto! y éste a lo que vi,
lo es tanto que no basta el decir «poco». 123

¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas! 126

El círculo que había aparecido 127
en ti como una luz que se refleja,
examinado un poco por mis ojos, 129

en su interior, de igual color pintada,
me pareció que estaba nuestra efigie:
y por ello mi vista en él ponía. 132

Cual el geómetra todo entregado
al cuadrado del círculo, y no encuentra,
pensando, ese principio que precisa, 135

estaba yo con esta visión nueva:
quería ver el modo en que se unía
al círculo la imagen y en qué sitio; 138

pero mis alas no eran para ello:
si en mi mente no hubiera golpeado
un fulgor que sus ansias satisfizo. 141

Faltan fuerzas a la alta fantasía;
mas ya mi voluntad y mi deseo
giraban como ruedas que impulsaba 144
Aquel que mueve el sol y las estrellas.

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