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viernes, 11 de mayo de 2007

LA DIVINA COMEDIA // DANTE // INFIERNO,

LA DIVINA COMEDIA - DANTE ALIGHIERI



INFIERNO


CANTO I

A mitad del camino de la vida, 1
en una selva oscura me encontraba 2
porque mi ruta había extraviado. 3
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento! 6
Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron. 9
Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera. 12
Mas cuando hube llegado al pie de un monte, 13
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado, 15
hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier camino. 18
Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia. 21
Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua peligrosa, 24
tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja. 27
Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo. 30
Y vi, casi al principio de la cuesta,
una onza ligera y muy veloz, 32
que de una piel con pintas se cubría; 33
y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta. 36
Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él el gran amor divino 39
sus bellezas movió por vez primera; 40
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada 42
la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi. 45
Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecia el aire. 48
Y una loba que todo el apetito 49
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia. 51
Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre. 54
Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora: 57
tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla. 60
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo. 63
Cuando vi a aquel en ese gran desierto
«Apiádate de mi -yo le grité-,
seas quien seas, sombra a hombre vivo.» 66
Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos. 69
Nací sub julio César, aunque tarde, 70
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos. 72
Poeta fui, y canté de aquel justo 73
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada. 75
¿Por qué retornas a tan grande pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?» 78
« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia?
-respondí yo con frente avergonzada-. 81
Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen. 84
Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
el bello estilo que me ha dado honra. 87
Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.» 90
«Es menester que sigas otra ruta
-me repuso después que vio mi llanto-,
si quieres irte del lugar salvaje; 93
pues esta bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata; 96
y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene. 99
Con muchos animales se amanceba,
y serán muchos más hasta que venga 101
el Lebrel que la hará morir con duelo. 102
Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro. 105
Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Turno, Euríalo y Niso con heridas. 108
Éste la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
del que la hizo salir el Envidioso. 111
Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno, 114
donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte; 117
y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día; 120
y si ascender deseas junto a éstas,
más digna que la mía allí hay un alma:
te dejaré con ella cuando marche; 123
que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas. 126
En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!» 129
Yo contesté: «Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de éste o de otro mal más grande, 132
que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.» 135
Entonces se echó a andar, y yo tras él.



CANTO II
El día se marchaba, el aire oscuro
a los seres que habitan en la tierra
quitaba sus fatigas; y yo sólo 3
me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el sufrimiento
que sin errar evocará mi mente. 6
¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!
¡Memoria que escribiste lo que vi,
aquí se advertirá tu gran nobleza! 9
Yo comencé: «Poeta que me guías,
mira si mi virtud es suficiente
antes de comenzar tan ardua empresa. 12
Tú nos contaste que el padre de Silvio, 13
sin estar aún corrupto, al inmortal
reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma. 15
Pero si el adversario del pecado
le hizo el favor, pensando el gran efecto
que de aquello saldría, el qué y el cuál, 18
no le parece indigno al hombre sabio;
pues fue de la alma Roma y de su imperio
escogido por padre en el Empíreo. 21
La cual y el cual, a decir la verdad,
como el lugar sagrado fue elegida,
que habita el sucesor del mayor Pedro. 24
En el viaje por el cual le alabas
escuchó cosas que fueron motivo
de su triunfo y del manto de los papas. 27
Alli fue luego el Vaso de Elección, 28
para llevar conforto a aquella fe
que de la salvación es el principio. 30
Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga?
Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas:
y ni yo ni los otros me creen digno. 33
Pues temo, si me entrego a ese viaje,
que ese camino sea una locura;
eres sabio; ya entiendes lo que callo.» 36
Y cual quien ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha empezado, 39
así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la empresa
que tan aprisa había comenzado. 42
«Si he comprendido bien lo que me has dicho
-respondió del magnánimo la sombra
la cobardía te ha atacado el alma; 45
la cual estorba al hombre muchas veces,
y de empresas honradas le desvía,
cual reses que ven cosas en la sombra. 48
A fin de que te libres de este miedo,
te diré por qué vine y qué entendí
desde el punto en que lástima te tuve. 51
Me hallaba entre las almas suspendidas 52
y me llamó una dama santa y bella, 53
de forma que a sus órdenes me puse. 54
Brillaban sus pupilas más que estrellas;
y a hablarme comenzó, clara y suave,
angélica voz, en este modo: 57
“Alma cortés de Mantua, de la cual
aún en el mundo dura la memoria,
y ha de durar a lo largo del tiempo: 60
mi amigo, pero no de la ventura,
tal obstáculo encuentra en su camino
por la montaña, que asustado vuelve: 63
y temo que se encuentre tan perdido
que tarde me haya dispuesto al socorro,
según lo que escuché de él en el cielo. 66
Ve pues, y con palabras elocuentes,
y cuanto en su remedio necesite,
ayúdale, y consuélame con ello. 69
Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar; 70
vengo del sitio al que volver deseo;
amor me mueve, amor me lleva a hablarte. 72
Cuando vuelva a presencia de mi Dueño 73
le hablaré bien de ti frecuentemente.”
Entonces se calló y yo le repuse: 75
“Oh dama de virtud por quien supera
tan sólo el hombre cuanto se contiene
con bajo el cielo de esfera más pequeña, 78
de tal modo me agrada lo que mandas,
que obedecer, si fuera ya, es ya tarde;
no tienes más que abrirme tu deseo. 81
Mas dime la razón que no te impide
descender aquí abajo y a este centro,
desde el lugar al que volver ansías.” 84
“ Lo que quieres saber tan por entero,
te diré brevemente --me repuso
por qué razón no temo haber bajado. 87
Temer se debe sólo a aquellas cosas
que pueden causar algún tipo de daño;
mas a las otras no, pues mal no hacen. 90
Dios con su gracia me ha hecho de tal modo
que la miseria vuestra no me toca,
ni llama de este incendio me consume. 93
Una dama gentil hay en el cielo 94
que compadece a aquel a quien te envío,
mitigando allí arriba el duro juicio. 96
Ésta llamó a Lucía a su presencia; 97
y dijo: «necesita tu devoto
ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo». 99
Lucía, que aborrece el sufrimiento,
se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba, 101
sentada al par de la antigua Raquel. 102
Dijo: “Beatriz, de Dios vera alabanza,
cómo no ayudas a quien te amó tanto,
y por ti se apartó de los vulgares? 105
¿Es que no escuchas su llanto doliente?
¿no ves la muerte que ahora le amenaza
en el torrente al que el mar no supera?” 108
No hubo en el mundo nadie tan ligero,
buscando el bien o huyendo del peligro,
como yo al escuchar esas palabras. 111
“Acá bajé desde mi dulce escaño,
confiando en tu discurso virtuoso
que te honra a ti y aquellos que lo oyeron.” 114
Después de que dijera estas palabras
volvió llorando los lucientes ojos,
haciéndome venir aún más aprisa; 117
y vine a ti como ella lo quería;
te aparté de delante de la fiera,
que alcanzar te impedía el monte bello. 120
¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas?
¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?
¿por qué no tienes audacia ni arrojo? 123
Si en la corte del cielo te apadrinan
tres mujeres tan bienaventuradas,
y mis palabras tanto bien prometen.» 126
Cual florecillas, que el nocturno hielo
abate y cierra, luego se levantan,
y se abren cuando el sol las ilumina, 129
así hice yo con mi valor cansado;
y tanto se encendió mi corazón,
que comencé como alguien valeroso: 132
«!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda!
y tú, cortés, que pronto obedeciste
a quien dijo palabras verdaderas. 135
El corazón me has puesto tan ansioso
de echar a andar con eso que me has dicho
que he vuelto ya al propósito primero. 138
Vamos, que mi deseo es como el tuyo.
Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»
Asi le dije, y luego que echó a andar, 141
entré por el camino arduo y silvestre.



CANTO III
POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA. 3
LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO. 6
ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA. 9
Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: «Maestro, es grave su sentido.» 12
Y, cual persona cauta, él me repuso:
«Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu cobardía. 15
Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto.» 18
Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me introdujo. 21
Allí suspiros, llantos y altos ayes
resonaban al aiire sin estrellas,
y yo me eché a llorar al escucharlo. 24
Diversas lenguas, hórridas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
roncos gritos al son de manotazos, 27
un tumulto formaban, el cual gira
siempre en el aiire eternamente oscuro,
como arena al soplar el torbellino. 30
Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?» 33
Y él me repuso: «Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
que vivieron sin gloria y sin infamia. 36
Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos. 39
Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podrían dar gloria a los caídos.» 42
Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto
y provoca lamentos tan amargos?»
Respondió: «Brevemente he de decirlo. 45
No tienen éstos de muerte esperanza,
y su vida obcecada es tan rastrera,
que envidiosos están de cualquier suerte. 48
Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y pasa.» 51
Y entonces pude ver un estandarte,
que corría girando tan ligero,
que parecía indigno de reposo. 54
Y venía detrás tan larga fila
de gente, que creído nunca hubiera
que hubiese a tantos la muerte deshecho. 57
Y tras haber reconocido a alguno,
vi y conocí la sombra del que hizo
por cobardía aquella gran renuncia. 60
Al punto comprendí, y estuve cierto,
que ésta era la secta de los reos
a Dios y a sus contrarios displacientes. 63
Los desgraciados, que nunca vivieron,
iban desnudos y azuzados siempre
de moscones y avispas que allí había. 66
Éstos de sangre el rostro les bañaban,
que, mezclada con llanto, repugnantes
gusanos a sus pies la recogían. 69
Y luego que a mirar me puse a otros,
vi gentes en la orilla de un gran río
y yo dije: «Maestro, te suplico 72
que me digas quién son, y qué designio
les hace tan ansiosos de cruzar
como discierno entre la luz escasa.» 75
Y él repuso: «La cosa he de contarte
cuando hayamos parado nuestros pasos
en la triste ribera de Aqueronte.» 78
Con los ojos ya bajos de vergüenza,
temiendo molestarle con preguntas
dejé de hablar hasta llegar al río. 81
Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
un viejo cano de cabello antiguo, 83
gritando: «¡Ay de vosotras, almas pravas! 84
No esperéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros hasta la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego. 87
Y tú que aquí te encuentras, alma viva,
aparta de éstos otros ya difuntos.»
Pero viendo que yo no me marchaba, 90
dijo: «Por otra via y otros puertos
a la playa has de ir, no por aquí;
más leve leño tendrá que llevarte». 93
Y el guía a él: «Caronte, no te irrites:
así se quiere allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.» 96
Las peludas mejillas del barquero
del lívido pantano, cuyos ojos
rodeaban las llamas, se calmaron. 99
Mas las almas desnudas y contritas,
cambiaron el color y rechinaban,
cuando escucharon las palabras crudas. 102
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente
que los sembrara, y de su nacimiento. 105
Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no temen. 108
Carón, demonio, con ojos de fuego,
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se atrasa. 111
Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos, 114
de este modo de Adán las malas siembras
se arrojan de la orilla de una en una,
a la señal, cual pájaro al reclamo. 117
Así se fueron por el agua oscura,
y aún antes de que hubieran descendido
ya un nuevo grupo se había formado. 120
«Hijo mío -cortés dijo el maestro
los que en ira de Dios hallan la muerte
llegan aquí de todos los países: 123
y están ansiosos de cruzar el río,
pues la justicia santa les empuja,
y así el temor se transforma en deseo. 126
Aquí no cruza nunca un alma justa,
por lo cual si Carón de ti se enoja,
comprenderás qué cosa significa.» 129
Y dicho esto, la región oscura
tembló con fuerza tal, que del espanto
la frente de sudor aún se me baña. 132
La tierra lagrimosa lanzó un viento
que hizo brillar un relámpago rojo
y, venciéndome todos los sentidos, 135
me caí como el hombre que se duerme.


CANTO IV
Rompió el profundo sueño de mi mente
un gran trueno, de modo que cual hombre
que a la fuerza despierta, me repuse; 3
la vista recobrada volví en torno
ya puesto en pie, mirando fijamente,
pues quería saber en dónde estaba. 6
En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos. 9
Oscuro y hondo era y nebuloso,
de modo que, aun mirando fijo al fondo,
no distinguía allí cosa ninguna. 12
«Descendamos ahora al ciego mundo
--dijo el poeta todo amortecido-:
yo iré primero y tú vendrás detrás.» 15
Y al darme cuenta yo de su color,
dije: « ¿Cómo he de ir si tú te asustas,
y tú a mis dudas sueles dar consuelo?» 18
Y me dijo: «La angustia de las gentes
que están aquí en el rostro me ha pintado
la lástima que tú piensas que es miedo. 21
Vamos, que larga ruta nos espera.»
Así me dijo, y así me hizo entrar
al primer cerco que el abismo ciñe. 24
Allí, según lo que escuchar yo pude,
llanto no había, mas suspiros sólo,
que al aire eterno le hacían temblar. 27
Lo causaba la pena sin tormento
que sufría una grande muchedumbre
de mujeres, de niños y de hombres. 30
El buen Maestro a mí: «¿No me preguntas
qué espíritus son estos que estás viendo?
Quiero que sepas, antes de seguir, 33
que no pecaron: y aunque tengan méritos,
no basta, pues están sin el bautismo,
donde la fe en que crees principio tiene. 36
Al cristianismo fueron anteriores,
y a Dios debidamente no adoraron:
a éstos tales yo mismo pertenezco. 39
Por tal defecto, no por otra culpa,
perdidos somos, y es nuestra condena
vivir sin esperanza en el deseo.» 42
Sentí en el corazón una gran pena,
puesto que gentes de mucho valor
vi que en el limbo estaba suspendidos. 45
«Dime, maestro, dime, mi señor
-yo comencé por querer estar cierto
de aquella fe que vence la ignorancia-: 48
¿salió alguno de aquí, que por sus méritos
o los de otro, se hiciera luego santo?»
Y éste, que comprendió mi hablar cubierto, 51
respondió: «Yo era nuevo en este estado,
cuando vi aquí bajar a un poderoso,
coronado con signos de victoria. 54
Sacó la sombra del padre primero,
y las de Abel, su hijo, y de Noé,
del legista Moisés, el obediente; 57
del patriarca Abraham, del rey David,
a Israel con sus hijos y su padre,
y con Raquel, por la que tanto hizo, 60
y de otros muchos; y les hizo santos;
y debes de saber que antes de eso,
ni un esptritu humano se salvaba.» 63
No dejamos de andar porque él hablase,
mas aún por la selva caminábamos,
la selva, digo, de almas apiñadas 66
No estábamos aún muy alejados
del sitio en que dormí, cuando vi un fuego,
que al fúnebre hemisferio derrotaba. 69
Aún nos encontrábamos distantes,
mas no tanto que en parte yo no viese
cuán digna gente estaba en aquel sitio. 72
«Oh tú que honoras toda ciencia y arte,
éstos ¿quién son, que tal grandeza tienen,
que de todos los otros les separa?» 75
Y respondió: «Su honrosa nombradía,
que allí en tu mundo sigue resonando
gracia adquiere del cielo y recompensa.» 78
Entre tanto una voz pude escuchar:
«Honremos al altísimo poeta;
vuelve su sombra, que marchado había.» 81
Cuando estuvo la voz quieta y callada,
vi cuatro grandes sombras que venían:
ni triste, ni feliz era su rostro. 84
El buen maestro comenzó a decirme:
«Fíjate en ése con la espada en mano,
que como el jefe va delante de ellos: 87
Es Homero, el mayor de los poetas;
el satírico Horacio luego viene;
tercero, Ovidio; y último, Lucano. 90
Y aunque a todos igual que a mí les cuadra
el nombre que sonó en aquella voz,
me hacen honor, y con esto hacen bien.» 93
Así reunida vi a la escuela bella
de aquel señor del altísimo canto,
que sobre el resto cual águila vuela. 96
Después de haber hablado un rato entre ellos,
con gesto favorable me miraron:
y mi maestro, en tanto, sonreía. 99
Y todavía aún más honor me hicieron
porque me condujeron en su hilera,
siendo yo el sexto entre tan grandes sabios. 102
Así anduvimos hasta aquella luz,
hablando cosas que callar es bueno,
tal como era el hablarlas allí mismo. 105
Al pie llegamos de un castillo noble,
siete veces cercado de altos muros,
guardado entorno por un bello arroyo. 108
Lo cruzamos igual que tierra firme;
crucé por siete puertas con los sabios:
hasta llegar a un prado fresco y verde. 111
Gente había con ojos graves, lentos,
con gran autoridad en su semblante:
hablaban poco, con voces suaves. 114
Nos apartamos a uno de los lados,
en un claro lugar alto y abierto,
tal que ver se podían todos ellos. 117
Erguido allí sobre el esmalte verde,
las magnas sombras fuéronme mostradas,
que de placer me colma haberlas visto. 120
A Electra vi con muchos compañeros, 121
y entre ellos conocí a Héctor y a Eneas,
y armado a César, con ojos grifaños. 123
Vi a Pantasilea y a Camila, 124
y al rey Latino vi por la otra parte,
que se sentaba con su hija Lavinia. 126
Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino, 127
a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia; 128
y a Saladino vi, que estaba solo; 129
y al levantar un poco más la vista,
vi al maestro de todos los que saben, 131
sentado en filosófica familia. 132
Todos le miran, todos le dan honra:
y a Sócrates, que al lado de Platón,
están más cerca de él que los restantes; 135
Demócrito, que el mundo pone en duda,
Anaxágoras, Tales y Diógenes,
Empédocles, Heráclito y Zenón; 138
y al que las plantas observó con tino, 139
Dioscórides, digo; y via Orfeo,
Tulio, Livio y al moralista Séneca; 141
al geómetra Euclides, Tolomeo,
Hipócrates, Galeno y Avicena,
y a Averroes que hizo el «Comentario». 144
No puedo detallar de todos ellos,
porque así me encadena el largo tema,
que dicho y hecho no se corresponden. 147
El grupo de los seis se partió en dos:
por otra senda me llevó mi guía,
de la quietud al aire tembloroso 150
y llegué a un sitio en donde nada luce.

CANTO V
Así bajé del círculo primero
al segundo que menos lugar ciñe, 2
y tanto más dolor, que al llanto mueve. 3
Allí el horrible Minos rechinaba. 4
A la entrada examina los pecados;
juzga y ordena según se relíe. 6
Digo que cuando un alma mal nacida
llega delante, todo lo confiesa;
y aquel conocedor de los pecados 9
ve el lugar del infierno que merece:
tantas veces se ciñe con la cola,
cuantos grados él quiere que sea echada. 12
Siempre delante de él se encuentran muchos;
van esperando cada uno su juicio,
hablan y escuchan, después las arrojan. 15
«Oh tú que vienes al doloso albergue
-me dijo Minos en cuanto me vio,
dejando el acto de tan alto oficio-; 18
mira cómo entras y de quién te fías:
no te engañe la anchura de la entrada.»
Y mi guta: «¿Por qué le gritas tanto? 21
No le entorpezcas su fatal camino;
así se quiso allí donde se puede
lo que se quiere, y más no me preguntes.» 24
Ahora comienzan las dolientes notas
a hacérseme sentir; y llego entonces
allí donde un gran llanto me golpea. 27
Llegué a un lugar de todas luces mudo,
que mugía cual mar en la tormenta,
si los vientos contrarios le combaten. 30
La borrasca infernal, que nunca cesa,
en su rapiña lleva a los espíritus;
volviendo y golpeando les acosa. 33
Cuando llegan delante de la ruina,
allí los gritos, el llanto, el lamento;
allí blasfeman del poder divino. 36
Comprendí que a tal clase de martirio
los lujuriosos eran condenados,
que la razón someten al deseo. 39
Y cual los estorninos forman de alas
en invierno bandada larga y prieta,
así aquel viento a los malos espiritus: 42
arriba, abajo, acá y allí les lleva;
y ninguna esperanza les conforta,
no de descanso, mas de menor pena. 45
Y cual las grullas cantando sus lays
largas hileras hacen en el aire,
así las vi venir lanzando ayes, 48
a las sombras llevadas por el viento.
Y yo dije: «Maestro, quién son esas
gentes que el aire negro así castiga?» 51
«La primera de la que las noticias
quieres saber --me dijo aquel entoncesfue
emperatriz sobre muchos idiomas. 54
Se inclinó tanto al vicio de lujuria,
que la lascivia licitó en sus leyes,
para ocultar el asco al que era dada: 57
Semíramis es ella, de quien dicen 58
que sucediera a Nino y fue su esposa:
mandó en la tierra que el sultán gobierna. 60
Se mató aquella otra, enamorada, 61
traicionando el recuerdo de Siqueo;
la que sigue es Cleopatra lujuriosa. 63
A Elena ve, por la que tanta víctima 64
el tiempo se llevó, y ve al gran Aquiles 65
que por Amor al cabo combatiera; 66
ve a Paris, a Tristán.» Y a más de mil 67
sombras me señaló, y me nombró, a dedo,
que Amor de nuestra vida les privara. 69
Y después de escuchar a mi maestro
nombrar a antiguas damas y caudillos,
les tuve pena, y casi me desmayo. 72
Yo comencé: «Poeta, muy gustoso 73
hablaría a esos dos que vienen juntos
y parecen al viento tan ligeros.» 75
Y él a mí: «Los verás cuando ya estén
más cerca de nosotros; si les ruegas
en nombre de su amor, ellos vendrán.» 78
Tan pronto como el viento allí los trajo
alcé la voz: «Oh almas afanadas,
hablad, si no os lo impiden, con nosotros.» 81
Tal palomas llamadas del deseo,
al dulce nido con el ala alzada,
van por el viento del querer llevadas, 84
ambos dejaron el grupo de Dido 85
y en el aire malsano se acercaron,
tan fuerte fue mi grito afectuoso: 87
«Oh criatura graciosa y compasiva
que nos visitas por el aire perso 89
a nosotras que el mundo ensangrentamos; 90
si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo
rogaríamos de él tu salvación,
ya que te apiada nuestro mal perverso. 93
De lo que oír o lo que hablar os guste,
nosotros oiremos y hablaremos
mientras que el viento, como ahora, calle. 96
La tierra en que nací está situada
en la Marina donde el Po desciende
y con sus afluentes se reúne. 99
Amor, que al noble corazón se agarra,
a éste prendió de la bella persona
que me quitaron; aún me ofende el modo. 102
Amor, que a todo amado a amar le obliga, 103
prendió por éste en mí pasión tan fuerte 104
que, como ves, aún no me abandona. 105
El Amor nos condujo a morir juntos,
y a aquel que nos mató Caína espera.» 107
Estas palabras ellos nos dijeron. 108
Cuando escuché a las almas doloridas
bajé el rostro y tan bajo lo tenía,
que el poeta me dijo al fin: «tQué piensas?» 111
Al responderle comencé: «Qué pena,
cuánto dulce pensar, cuánto deseo,
a éstos condujo a paso tan dañoso.» 114
Después me volví a ellos y les dije,
y comencé: «Francesca, tus pesares
llorar me hacen triste y compasivo; 117
dime, en la edad de los dulces suspiros
¿cómo o por qué el Amor os concedió
que conocieses tan turbios deseos?» 120
Y repuso: «Ningún dolor más grande
que el de acordarse del tiempo dichoso
en la desgracia; y tu guía lo sabe. 123
Mas si saber la primera raíz
de nuestro amor deseas de tal modo,
hablaré como aquel que llora y habla: 126
Leíamos un día por deleite,
cómo hería el amor a Lanzarote; 128
solos los dos y sin recelo alguno. 129
Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan sólo nos venció un pasaje. 132
Al leer que la risa deseada 133
era besada por tan gran amante,
éste, que de mí nunca ha de apartarse, 135
la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día.» 138
Y mientras un espiritu así hablaba,
lloraba el otro, tal que de piedad
desfallecí como si me muriese; 141
y caí como un cuerpo muerto cae.

CANTO VI
Cuando cobré el sentido que perdí
antes por la piedad de los cuñados,
que todo en la tristeza me sumieron, 3
nuevas condenas, nuevos condenados
veía en cualquier sitio en que anduviera
y me volviese y a donde mirase. 6
Era el tercer recinto, el de la lluvia
eterna, maldecida, fría y densa:
de regla y calidad no cambia nunca. 9
Grueso granizo, y agua sucia y nieve
descienden por el aire tenebroso;
hiede la tierra cuando esto recibe. 12
Cerbero, fiera monstruosa y cruel, 13
caninamente ladra con tres fauces
sobre la gente que aquí es sumergida. 15
Rojos los ojos, la barba unta y negra,
y ancho su vientre, y uñosas sus manos:
clava a las almas, desgarra y desuella. 18
Los hace aullar la lluvia como a perros,
de un lado hacen al otro su refugio,
los míseros profanos se revuelven. 21
Al advertirnos Cerbero, el gusano,
la boca abrió y nos mostró los colmillos,
no había un miembro que tuviese quieto. 24
Extendiendo las palmas de las manos,
cogió tierra mi guía y a puñadas
la tiró dentro del bramante tubo. 27
Cual hace el perro que ladrando rabia,
y mordiendo comida se apacigua,
que ya sólo se afana en devorarla, 30
de igual manera las bocas impuras
del demonio Cerbero, que así atruena
las almas, que quisieran verse sordas. 33
Íbamos sobre sombras que atería
la densa lluvia, poniendo las plantas
en sus fantasmas que parecen cuerpos. 36
En el suelo yacían todas ellas,
salvo una que se alzó a sentarse al punto
que pudo vernos pasar por delante. 39
«Oh tú que a estos infiernos te han traído
-me dijo- reconóceme si puedes:
tú fuiste, antes que yo deshecho, hecho.» 42
«La angustia que tú sientes -yo le dijetal
vez te haya sacado de mi mente,
y así creo que no te he visto nunca. 45
Dime quién eres pues que en tan penoso
lugar te han puesto, y a tan grandes males,
que si hay más grandes no serán tan tristes.» 48
Y él a mfí «Tu ciudad, que tan repleta
de envidia está que ya rebosa el saco,
en sí me tuvo en la vida serena. 51
Los ciudadanos Ciacco me llamasteis; 52
por la dañosa culpa de la gula,
como estás viendo, en la lluvia me arrastro. 54
Mas yo, alma triste, no me encuentro sola,
que éstas se hallan en pena semejante
por semejante culpa», y más no dijo. 57
Yo le repuse: «Ciacco, tu tormento
tanto me pesa que a llorar me invita,
pero dime, si sabes, qué han de hacerse 60
de la ciudad partida los vecinos, 61
si alguno es justo; y dime la razón
por la que tanta guerra la ha asolado.» 63
Y él a mí: «Tras de largas disensiones 64
ha de haber sangre, y el bando salvaje
echará al otro con grandes ofensas; 66
después será preciso que éste caiga
y el otro ascienda, luego de tres soles,
con la fuerza de Aquel que tanto alaban. 69
Alta tendrá largo tiempo la frente,
teniendo al otro bajo grandes pesos,
por más que de esto se avergüence y llore. 72
Hay dos justos, mas nadie les escucha; 73
son avaricia, soberbia y envidia
las tres antorchas que arden en los pechos.» 75
Puso aquí fin al lagrimoso dicho.
Y yo le dije: «Aún quiero que me informes,
y que me hagas merced de más palabras; 78
Farinatta y Tegghiaio, tan honrados,
Jacobo Rusticucci, Arrigo y Mosca,
y los otros que en bien obrar pensaron, 81
dime en qué sitio están y hazme saber,
pues me aprieta el deseo, si el infierno
los amarga, o el cielo los endulza.» 84
Y aquél: « Están entre las negras almas;
culpas varias al fondo los arrojan;
los podrás ver si sigues más abajo. 87
Pero cuando hayas vuelto al dulce mundo,
te pido que a otras mentes me recuerdes;
más no te digo y más no te respondo.» 90
Entonces desvió los ojos fijos,
me miró un poco, y agachó la cara;
y a la par que los otros cayó ciego. 93
Y el guía dijo: «Ya no se levanta
hasta que suene la angélica trompa,
y venga la enemiga autoridad. 96
Cada cual volverá a su triste tumba,
retomarán su carne y su apariencia,
y oirán aquello que atruena por siempre.» 99
Así pasamos por la sucia mezcla
de sombras y de lluvia a paso lento,
tratando sobre la vida futura. 102
Y yo dije: «Maestro, estos tormentos
crecerán luego de la gran sentencia,
serán menores o tan dolorosos?» 105
Y él contestó: «Recurre a lo que sabes:
pues cuanto más perfecta es una cosa
más siente el bien, y el dolor de igual modo, 108
Y por más que esta gente maldecida
la verdadera perfección no encuentre,
entonces, más que ahora, esperan serlo.» 111
En redondo seguimos nuestra ruta,
hablando de otras cosas que no cuento;
y al llegar a aquel sitio en que se baja 114
encontramos a Pluto: el enemigo. 115

CANTO VII
«¡Papé Satán, Papé Satán aleppe!» 1
dijo Pluto con voz enronquecida;
y aquel sabio gentil que todo sabe, 3
me quiso confortar: «No te detenga
el miedo, que por mucho que pudiese
no impedirá que bajes esta roca.» 6
Luego volvióse a aquel hocico hinchado,
y dijo: «Cállate maldito lobo,
consúmete tú mismo con tu rabia. 9
No sin razón por el infierno vamos:
se quiso en lo alto allá donde Miguel
tomó venganza del soberbio estupro.» 12
Cual las velas hinchadas por el viento
revueltas caen cuando se rompe el mástil,
tal cayó a tierra la fiera cruel. 15
Así bajamos por la cuarta fosa,
entrando más en el doliente valle
que traga todo el mal del universo. 18
¡Ah justicia de Dios!, ¿quién amontona
nuevas penas y males cuales vi,
y por qué nuestra culpa así nos triza? 21
Como la ola que sobre Caribdis, 22
se destroza con la otra que se encuentra,
así viene a chocarse aquí la gente. 24
Vi aquí más gente que en las otras partes,
y desde un lado al otro, con chillidos,
haciendo rodar pesos con el pecho. 27
Entre ellos se golpean; y después
cada uno volvíase hacia atrás,
gritando «¿Por qué agarras?, ¿por qué tiras?» 30
Así giraban por el foso tétrico
de cada lado a la parte contraria,
siempre gritando el verso vergonzoso. 33
Al llegar luego todos se volvían
para otra justa, a la mitad del círculo,
y yo, que estaba casi conmovido, 36
dije: «Maestro, quiero que me expliques
quienes son éstos, y si fueron clérigos
todos los tonsurados de la izquierda.» 39
Y él a mí. «Fueron todos tan escasos
de la razón en la vida primera,
que ningún gasto hicieron con mesura. 42
Bastante claro ládranlo sus voces,
al llegar a los dos puntos del círculo
donde culpa contraria los separa. 45
Clérigos fueron los que en la cabeza
no tienen pelo, papas, cardenales,
que están bajo el poder de la avaricia.» 48
Y yo: «Maestro, entre tales sujetos
debiera yo conocer bien a algunos,
que inmundos fueron de tan grandes males.» 51
Y él repuso: «Es en vano lo que piensas:
la vida torpe que los ha ensuciado,
a cualquier conocer los hace oscuros. 54
Se han de chocar los dos eternamente;
éstos han de surgir de sus sepulcros
con el puño cerrado, y éstos, mondos; 57
mal dar y mal tener, el bello mundo
les ha quitado y puesto en esta lucha:
no empleo mas palabras en contarlo. 60
Hijo, ya puedes ver el corto aliento,
de los bienes fiados a Fortuna,
por los que así se enzarzan los humanos; 63
que todo el oro que hay bajo la luna,
y existió ya, a ninguna de estas almas
fatigadas podría dar reposo.» 66
«Maestro --dije yo-, dime ¿quién es esta
Fortuna a la que te refieres
que el bien del mundo tiene entre sus garras?» 69
Y él me repuso: «Oh locas criaturas,
qué grande es la ignorancia que os ofende; 71
quiero que tú mis palabras incorpores. 72
Aquel cuyo saber trasciendo todo,
los cielos hizo y les dio quien los mueve
tal que unas partes a otras se ilulninan, 75
distribuyendo igualmente la luz;
de igual modo en las glorias mundanales
dispuso una ministra que cambiase 78
los bienes vanos cada cierto tiempo
de gente en gente y de una a la otra sangre,
aunque el seso del hombre no Lo entienda; 81
por Lo que imperan unos y otros caen,
siguiendo los dictámenes de aquella
que está oculta en la yerba tal serpiente. 84
Vuestro saber no puede conocerla;
y en su reino provee, juzga y dispone
cual las otras deidades en el suyo. 87
No tienen tregua nunca sus mudanzas,
necesidad la obliga a ser ligera;
y aún hay algunos que el triunfo consiguen. 90
Esta es aquella a la que ultrajan tanto,
aquellos que debieran alabarla,
y sin razón la vejan y maldicen. 93
Mas ella en su alegría nada escucha;
feliz con las primeras criaturas
mueve su esfera y alegre se goza. 96
Ahora bajemos a mayor castigo; 97
caen las estrellas que salían cuando
eché a andar, y han prohibido entretenerse.» 99
Del círculo pasamos a otra orilla
sobre una fuente que hierve y rebosa
por un canal que en ella da comienzo. 102
Aquel agua era negra más que persa;
y, siguiendo sus ondas tan oscuras,
por extraño camino descendimos. 105
Hasta un pantano va, llamado Estigia, 106
este arroyuelo triste, cuando baja
al pie de la maligna cuesta gris. 108
Y yo, que por mirar estaba atento,
gente enfangada vi en aquel pantano
toda desnuda, con airado rostro. 111
No sólo con las manos se pegaban,
mas con los pies, el pecho y la cabeza,
trozo a trozo arrancando con los dientes. 114
Y el buen maestro: «Hijo, mira ahora
las almas de esos que venció la cólera,
y también quiero que por cierto tengas 117
que bajo el agua hay gente que suspira,
y al agua hacen hervir la superficie,
como dice tu vista a donde mire. 120
Desde el limo exclamaban: «Triste hicimos
el aire dulce que del sol se alegra,
llevando dentro acidïoso humo: 123
tristes estamos en el negro cieno.»
Se atraviesa este himno en su gaznate,
y enteras no les salen las palabras. 126
Así dimos la vuelta al sucio pozo,
entre la escarpa seca y lo de enmedio;
mirando a quien del fango se atraganta: 129
y al fin llegamos al pie de una torre.

CANTO VIII
Digo, para seguir, que mucho antes 1
de llegar hasta el pie de la alta torre,
se encaminó a su cima nuestra vista, 3
porque vimos allí dos lucecitas,
y otra que tan de lejos daba señas,
que apenas nuestros ojos la veían. 6
Y yo le dije al mar de todo seso:
«Esto ¿qué significa? y ¿qué responde
el otro foco, y quién es quien lo hace?» 9
Y él respondió: «Por estas ondas sucias
ya podrás divisar lo que se espera,
si no lo oculta el humo del pantano.» 12
Cuerda no lanzó nunca una saeta
que tan ligera fuese por el aire,
como yo vi una nave pequeñita 15
por el agua venir hacia nosotros,
al gobierno de un solo galeote,
gritando: «Al fin llegaste, alma alevosa.» 18
«Flegias, Flegias, en vano estás gritando 19
díjole mi señor en este punto-;
tan sólo nos tendrás cruzando el lodo.» 21
Cual es aquel que gran engaño escucha
que le hayan hecho, y luego se contiene,
así hizo Flegias consumido en ira. 24
Subió mi guía entonces a la barca,
y luego me hizo entrar detrás de él;
y sólo entonces pareció cargada. 27
Cuando estuvimos ambos en el leño,
hendiendo se marchó la antigua proa
el agua más que suele con los otros. 30
Mientras que el muerto cauce recorríamos
uno, lleno de fango vino y dijo:
«¿Quién eres tú que vienes a destiempo?» 33
Y le dije: « Si vengo, no me quedo;
pero ¿quién eres tú que estás tan sucio?»
Dijo: «Ya ves que soy uno que llora.» 36
Yo le dije: «Con lutos y con llanto,
puedes quedarte, espíritu maldito,
pues aunque estés tan sucio te conozco.» 39
Entonces tendió al leño las dos manos;
mas el maestro lo evitó prudente,
diciendo: «Vete con los otros perros.» 42
Al cuello luego los brazos me echó,
besóme el rostro y dijo: «!Oh desdeñoso,
bendita la que estuvo de ti encinta! 45
Aquel fue un orgulloso para el mundo;
y no hay bondad que su memoria honre:
por ello está su sombra aquí furiosa. 48
Cuantos por reyes tiénense allá arriba,
aquí estarán cual puercos en el cieno,
dejando de ellos un desprecio horrible.»` 51
Y yo: «Maestro, mucho desearía
el verle zambullirse en este caldo,
antes que de este lago nos marchemos.» 54
Y él me repuso: «Aún antes que la orilla
de ti se deje ver, serás saciado:
de tal deseo conviene que goces.» 57
Al poco vi la gran carnicería
que de él hacían las fangosas gentes;
a Dios por ello alabo y doy las gracias. 60
«¡A por Felipe Argenti!», se gritaban, 61
y el florentino espiritu altanero
contra sí mismo volvía los dientes. 63
Lo dejamos allí, y de él más no cuento.
Mas el oído golpeóme un llanto,
y miré atentamente hacia adelante. 66
Exclamó el buen maestro: «Ahora, hijo,
se acerca la ciudad llamada Dite, 68
de graves habitantes y mesnadas.» 69
Y yo dije: «Maestro, sus mezquitas 70
en el valle distingo claramente,
rojas cual si salido de una fragua 72
hubieran.» Y él me dijo: «El fuego eterno
que dentro arde, rojas nos las muestra,
como estás viendo en este bajo infierno.» 75
Así llegamos a los hondos fosos
que ciñen esa tierra sin consuelo;
de hierro aquellos muros parecían. 78
No sin dar antes un rodeo grande,
llegamos a una parte en que el barquero
«Salid -gritó con fuerza- aquí es la entrada.» 81
Yo vi a más de un millar sobre la puerta
de llovidos del cielo, que con rabia
decían: «¿Quién es este que sin muerte 84
va por el reino de la gente muerta?»
Y mi sabio maestro hizo una seña
de quererles hablar secretamente. 87
Contuvieron un poco el gran desprecio
y dijeron: « Ven solo y que se marche
quien tan osado entró por este reino; 90
que vuelva solo por la loca senda;
pruebe, si sabe, pues que tú te quedas,
que le enseñaste tan oscura zona.» 93
Piensa, lector, el miedo que me entró
al escuchar palabras tan malditas,
que pensé que ya nunca volvería. 96
«Guía querido, tú que más de siete
veces me has confortado y hecho libre
de los grandes peligros que he encontrado, 99
no me dejies -le dije- así perdido;
y si seguir mas lejos nos impiden,
juntos volvamos hacia atrás los pasos.» 102
Y aquel señor que allí me condujera
«No temas -dijo- porque nuestro paso
nadie puede parar: tal nos lo otorga. 105
Mas espérame aquí, y tu ánimo flaco
conforta y alimenta de esperanza,
que no te dejaré en el bajo mundo.» 108
Así se fue, y allí me abandonó
el dulce padre, y yo me quedé en duda
pues en mi mente el no y el sí luchaban. 111
No pude oír qué fue lo que les dijo:
mas no habló mucho tiempo con aquéllos,
pues hacia adentro todos se marcharon. 114
Cerráronle las puertas los demonios
en la cara a mi guía, y quedó afuera,
y se vino hacia mí con pasos lentos. 117
Gacha la vista y privado su rostro
de osadía ninguna, y suspiraba:
« ¡Quién las dolientes casa me ha cerrado!» 120
Y él me dijo: «Tú, porque yo me irrite,
no te asustes, pues venceré la prueba,
por mucho que se empeñen en prohibirlo. 123
No es nada nueva esta insolencia suya,
que ante menos secreta puerta usaron,
que hasta el momento se halla sin cerrojos. 126
Sobre ella contemplaste el triste escrito:
y ya baja el camino desde aquélla,
pasando por los cercos sin escolta, 129
quien la ciudad al fin nos hará franca.


CANTO IX
El color que sacó a mi cara el miedo 1
cuando vi que mi guía se tornaba,
lo quitó de la suya con presteza. 3
Atento se paró como escuchando,
pues no podía atravesar la vista
el aire negro y la neblina densa. 6
«Deberemos vencer en esta lucha
-comenzó él- si no... Es la promesa.
¡Cuánto tarda en llegar quien esperamos.» 9
Y me di cuenta de que me ocultaba
lo del principio con lo que siguió,
pues palabras distintas fueron éstas; 12
pero no menos miedo me causaron,
porque pensaba que su frase trunca
tal vez peor sentido contuviese. 15
« ¿En este fondo de la triste hoya
bajó algún otro, desde el purgatorio
donde es pena la falta de esperanza?» 18
Esta pregunta le hice y: «Raramente
-él respondió- sucede que otro alguno
haga el camino por el que yo ando. 21
Verdad es que otra vez estuve aquí,
por la cruel Eritone conjurado, 23
que a sus cuerpos las almas reclamaba. 24
De mí recién desnuda era mi sombrío,
cuando ella me hizo entrar tras de aquel muro,
a traer un alma del pozo de Judas. 27
Aquel es el más bajo, el más sombrío,
y el lugar de los cielos más lejano;
bien sé el camino, puedes ir sin miedo. 30
Este pantano que gran peste exhala
en torno ciñe la ciudad doliente,
donde entrar no podemos ya sin ira.» 33
Dijo algo más, pero no lo recuerdo,
porque mi vista se había fijado
en la alta torre de cima ardorosa, 36
donde al punto de pronto aparecieron
tres sanguinosas furias infernales
que cuerpo y porte de mujer tenían, 39
se ceñían con serpientes verdes;
su pelo eran culebras y cerastas
con que peinaban sus horribles sienes: 42
Y él que bien conocía a las esclavas
de la reina del llanto sempiterno
Las Feroces Erinias -dijo- mira: 45
Meguera es esa del izquierdo lado,
esa que llora al derecho es Aleto;
Tesfone está en medio.» Y más no dijo. 48
Con las uñas el pecho se rasgaban,
y se azotaban, gritando tan alto,
que me estreché al poeta, temeroso. 51
«Ah, que venga Medusa a hacerle piedra 52
-las tres decían mientras me mirabanmalo
fue el no vengarnos de Teseo.» 54
«Date la vuelta y cierra bien los ojos;
si viniera Gorgona y la mirases
nunca podrías regresar arriba.» 57
Asf dijo el Maestro, y en persona
me volvió, sin fiarse de mis manos,
que con las suyas aún no me tapase. 60
Vosotros que tenéis la mente sana,
observad la doctrina que se esconde
bajo el velo de versos enigmáticos. 63
Mas ya venía por las turbias olas
el estruendo de un son de espanto lleno,
por lo que retemblaron ambas márgenes; 66
hecho de forma semejante a un viento
que, impetuoso a causa de contrarios
ardores, hiere el bosque y, sin descanso, 69
las ramas troncha, abate y lejos lleva;
delante polvoroso va soberbio,
y hace escapar a fieras y a pastores. 72
Me destapó los ojos: «Lleva el nervio
de la vista por esa espuma antigua,
hacia allí donde el humo es más acerbo.» 75
Como las ranas ante la enemiga
bicha, en el agua se sumergen todas,
hasta que todas se juntan en tierra, 78
más de un millar de almas destruidas
vi que huían ante uno, que a su paso
cruzaba Estigia con los pies enjutos. 81
Del rostro se apartaba el aire espeso
de vez en cuando con la mano izquierda;
y sólo esa molestia le cansaba. 84
Bien noté que del cielo era enviado,
y me volví al maestro que hizo un signo
de que estuviera quieto y me inclinase. 87
¡Cuán lleno de desdén me parecía!
Llegó a la puerta, y con una varita
la abrió sin encontrar impedimento. 90
«¡Oh, arrojados del cielo, despreciados!
-gritóles él desde el umbral horrible-.
¿Cómo es que aún conserváis esta arrogancia? 93
¿Y por que os resistis a aquel deseo
cuyo fin nunca pueda detenerse,
y que más veces acreció el castigo? 96
¿De qué sirve al destino dar de coces?
Vuestro Cerbero, si bien recordáis,
aún hocico y mentón lleva pelados.» 99
Luego tomó el camino cenagoso,
sin decirnos palabra, mas con cara
de a quien otro cuidado apremia y muerde, 102
y no el de aquellos que tiene delante.
A la ciudad los pasos dirigimos,
seguros ya tras sus palabras santas. 105
Dentro, sin guerra alguna, penetramos;
y yo, que de mirar estaba ansioso
todas las cosas que el castillo encierra, 108
al estar dentro miro en torno mío;
y veo en todas partes un gran campo,
lleno de pena y reo de tormentos. 111
Como en Arlés donde se estanca el Ródano, 112
o como el Pola cerca del Carnaro,
que Italia cierra y sus límites baña, 114
todo el sitio ondulado hacen las tumbas,
de igual manera allí por todas partes,
salvo que de manera aún más amarga, 117
pues llamaradas hay entre las fosas;
y tanto ardían que en ninguna fragua,
el hierro necesita tanto fuego. 120
Sus lápidas estaban removidas,
y salían de allí tales lamentos,
que parecían de almas condenadas. 123
Y yo: « Maestro, qué gentes son esas
que, sepultadas dentro de esas tumbas,
se hacen oír con dolientes suspiros?» 126
Y dijo: «Están aquí los heresiarcas,
sus secuaces, de toda secta, y llenas
están las tumbas más de lo que piensas. 129
El igual con su igual está enterrado, 130
y los túmulos arden más o menos.»
Y luego de volverse a la derecha, 132
cruzamos entre fosas y altos muros.


CANTO X
Siguió entonces por una oculta senda
entre aquella muralla y los martirios
mi Maestro, y yo fui tras de sus pasos. 3
«Oh virtud suma, que en los infernales
circulos me conduces a tu gusto,
háblame y satisface mis deseos: 6
a la gente que yace en los supulcros
¿la podré ver?, pues ya están levantadas
todas las losas, y nadie vigila.» 9
Y él repuso: «Cerrados serán todos
cuando aquí vuelvan desde Josafat
con los cuerpos que allá arriba dejaron. 12
Su cementerio en esta parte tienen
con Epicuro todos sus secuaces 14
que el alma, dicen, con el cuerpo muere. 15
Pero aquella pregunta que me hiciste
pronto será aquí mismo satisfecha,
y también el deseo que me callas.» 18
Y yo: «Buen guía, no te oculta nada
mi corazón, si no es por hablar poco;
y tú me tienes a ello predispuesto.» 21
«Oh toscano que en la ciudad del fuego 22
caminas vivo, hablando tan humilde,
te plazca detenerte en este sitio, 24
porque tu acento demuestra que eres
natural de la noble patria aquella
a la que fui, tal vez, harto dañoso.» 27
Este son escapó súbitamente
desde una de las arcas; y temiendo,
me arrimé un poco más a mi maestro. 30
Pero él me dijo: « Vuélvete, ¿qué haces?
mira allí a Farinatta que se ha alzado;
le verás de cintura para arriba.» 33
Fijado en él había ya mi vista;
y aquél se erguía con el pecho y frente
cual si al infierno mismo despreciase. 36
Y las valientes manos de mi guía
me empujaron a él entre las tumbas,
diciendo: «Sé medido en tus palabras.» 39
Como al pie de su tumba yo estuviese,
me miró un poco, y como con desdén,
me preguntó: «¿Quién fueron tus mayores?» 42
Yo, que de obedecer estaba ansioso,
no lo oculté, sino que se lo dije,
y él levantó las cejas levemente. 45
«Con fiereza me fueron adversarios
a mí y a mi partido y mis mayores,
y así dos veces tuve que expulsarles.» 48
« Si les echaste -dije- regresaron
de todas partes, una y otra vez;
mas los vuestros tal arte no aprendieron.» 51
Surgió entonces al borde de su foso
otra sombra, a su lado, hasta la barba: 53
creo que estaba puesta de rodillas. 54
Miró a mi alrededor, cual si propósito
tuviese de encontrar conmigo a otro,
y cuando fue apagada su sospecha, 57
llorando dijo: «Si por esta ciega
cárcel vas tú por nobleza de ingenio,
¿y mi hijo?, ¿por qué no está contigo?» 60
Y yo dije: «No vengo por mí mismo,
el que allá aguarda por aquí me lleva
a quien Guido, tal vez, fue indiferente.» 63
Sus palabras y el modo de su pena
su nombre ya me habian revelado;
por eso fue tan clara mi respuesta. 66
Súbitamente alzado gritó: «¿Cómo
has dicho?, ¿Fue?, ¿Es que entonces ya no vive?
¿La dulce luz no hiere ya sus ojos?» 69
Y al advertir que una cierta demora
antes de responderle yo mostraba,
cayó de espaldas sin volver a alzarse. 72
Mas el otro gran hombre, a cuyo ruego
yo me detuve, no alteró su rostro,
ni movió el cuello, ni inclinó su cuerpo. 75
Y así, continuando lo de antes,
«Que aquel arte -me dijo- mal supieran,
eso, más que este lecho, me tortura. 78
Pero antes que cincuenta veces arda 79
la faz de la señora que aquí reina,
tú has de saber lo que tal arte pesa. 81
Y así regreses a ese dulce mundo,
dime, ¿por qué ese pueblo es tan impío
contra los míos en todas sus leyes?» 84
Y yo dije: «El estrago y la matanza
que teñirse de rojo al Arbia hizo, 86
obliga a tal decreto en nuestros templos.» 87
Me respondió moviendo la cabeza:
«No estuve solo álli, ni ciertamente
sin razón me movi con esos otros: 90
mas estuve yo solo, cuando todos
en destruir Florencia consentían,
defendiéndola a rostro descubierto.» 93
«Ah, que repose vuestra descendencia
-yo le rogué-, este nudo desatadme
que ha enmarañado aquí mi pensamiento. 96
Parece que sabéis, por lo que escucho, 97
lo que nos trae el tiempo de antemano,
mas usáis de otro modo en lo de ahora.» 99
«Vemos, como quien tiene mala luz,
las cosas -dijo- que se encuentran lejos,
gracias a lo que esplende el Sumo Guía. 102
Cuando están cerca, o son, vano es del todo
nuestro intelecto; y si otros no nos cuentan,
nada sabemos del estado humano. 105
Y comprender podrás que muerto quede
nuestro conocimiento en aquel punto
que se cierre la puerta del futuro.» 108
Arrepentido entonces de mi falta,
dije: «Diréis ahora a aquel yacente
que su hijo aún se encuentra con los vivos; 111
y si antes mudo estuve en la respuesta,
hazle saber que fue porque pensaba
ya en esa duda que me habéis resuelto.» 114
Y ya me reclamaba mi maestro;
y yo rogué al espíritu que rápido
me refiriese quién con él estaba. 117
Díjome: «Aquí con más de mil me encuentro;
dentro se halla el segundo Federico, 119
y el Cardenal, y de los otros callo.» 120
Entonces se ocultó; y yo hacia el antiguo
poeta volví el paso, repensando
esas palabras que creí enemigas. 123
Él echó a andar y luego, caminando,
me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?»
Y yo le satisfice la pregunta. 126
« Conserva en la memoria lo que oíste
contrario a ti -me aconsejó aquel sabioy
atiende ahora -y levantó su dedo-: 129
cuando delante estés del dulce rayo
de aquella cuyos ojos lo ven todo 131
de ella sabrás de tu vida el viaje. 132
Luego volvió los pies a mano izquierda:
dejando el muro, fuimos hacia el centro
por un sendero que conduce a un valle, 135
cuyo hedor hasta allí desagradaba.


CANTO XI
Por el extremo de un acantilado,
que en circulo formaban peñas rotas,
llegamos a un gentío aún más doliente; 3
y allí, por el exceso tan horrible
de la peste que sale del abismo,
al abrigo detrás nos colocamos 6
de un gran sepulcro, donde vi un escrito
«Aquí el papa Anastasio está encerrado 8
que Fotino apartó del buen camino.» 9
«Conviene que bajemos lentamente,
para que nuestro olfato se acostumbre
al triste aliento; y luego no moleste.» 12
Así el Maestro, y yo: «Compensación
-díjele- encuentra, pues que el tiempo en balde
no pase.» Y él: «Ya ves que en eso pienso. 15
Dentro, hijo mío, de estos pedregales 16
-luego empezó a decir- tres son los círculos
que van bajando, como los que has visto. 18
Todos llenos están de condenados,
mas porque luego baste que los mires,
oye cómo y por qué se les encierra: 21
Toda maldad, que el odio causa al cielo,
tiene por fin la injuria, y ese fin
o con fuerza o con fraude a otros contrista; 24
mas siendo el fraude un vicio sólo humano,
más lo odia Dios, por ello son al fondo
los fraudulentos aún más castigados. 27
De los violentos es el primer círculo;
mas como se hace fuerza a tres personas,
en tres recintos está dividido; 30
a Dios, y a sí, y al prójimo se puede
forzar; digo a ellos mismos y a sus cosas,
como ya claramente he de explicarte. 33
Muerte por fuerza y dolientes heridas
al prójimo se dan, y a sus haberes
ruinas, incendios y robos dañosos; 36
y así a homicidas y a los que mal hieren,
ladrones e incendiarios, atormenta
el recinto primero en varios grupos. 39
Puede el hombre tener violenta mano
contra él mismo y sus cosas; y es preciso
que en el segundo recinto lo purgue 42
el que se priva a sí de vuestro mundo,
juega y derrocha aquello que posee,
y llora allí donde debió alegrarse. 45
Puede hacer fuerza contra la deidad,
blasfemando, negándola en su alma,
despreciando el amor de la natura; 48
y el recinto menor lleva la marca
del signo de Cahors y de Sodoma, 50
y del que habla de Dios con menosprecio. 51
El fraude, que cualquier conciencia muerde,
se puede hacer a quien de uno se fía,
o a aquel que la confianza no ha mostrado. 54
Se diría que de esta forma matan
el vínculo de amor que hace natura;
y en el segundo círculo se esconden 57
hipocresía, adulación, quien hace
falsedad, latrocinio y simonía,
rufianes, barateros y otros tales. 60
De la otra forma aquel amor se olvida
de la naturaleza, y lo que crea,
de donde se genera la confianza; 63
y al Círculo menor, donde está el centro
del universo, donde asienta Dite,
el que traiciona por siempre es llevado.» 66
Y yo: «Maestro, muy clara procede
tu razón, y bastante bien distingue
este lugar y el pueblo que lo ocupa: 69
pero ahora dime: aquellos de la ciénaga,
que lleva el viento, y que azota la lluvia,
y que chocan con voces tan acerbas, 72
¿por qué no dentro de la ciudad roja
son castigados, si a Dios enojaron?
y si no, ¿por qué están en tal suplicio?» 75
Y entonces él: «¿Por qué se aleja tanto
-dijo- tu ingenio de lo que acostumbra?,
¿o es que tu mente mira hacia otra parte? 78
¿Ya no te acuerdas de aquellas palabras
que reflejan en tu ÉTICA las tres. 80
inclinaciones que no quiere el cielo, 81
incontinencia, malicia y la loca
bestialidad? ¿y cómo incontinencia
menos ofende y menos se castiga? 84
Y si miras atento esta sentencia,
y a la mente preguntas quién son esos
que allí fuera reciben su castigo, 87
comprenderás por qué de estos felones
están aparte, y a menos crudeza
la divina venganza les somete.» 90
«Oh sol que curas la vista turbada,
tú me contentas tanto resolviendo,
que no sólo el saber, dudar me gusta. 93
Un poco más atrás vuélvete ahora
-díjele--, allí donde que usura ofende
a Dios dijiste, y quítame el enredo.» 96
«A quien la entiende, la Filosofía
hace notar, no sólo en un pasaje
cómo natura su carrera toma 99
del divino intelecto y de su arte;
y si tu FÍSICA miras despacio,
encontrarás, sin mucho que lo busques, 102
que el arte vuestro a aquélla, cuanto pueda,
sigue como al maestro su discípulo,
tal que vuestro arte es como de Dios nieto. 105
Con estas dos premisas, si recuerdas
el principio del Génesis, debemos
ganarnos el sustento con trabajo. 108
Y al seguir el avaro otro camino, 109
por éste, a la natura y a sus frutos,
desprecia, y pone en lo otro su esperanza. 111
Mas sígueme, porque avanzar me place;
que Piscis ya remonta el horizonte
y todo el Carro yace sobre el Coro, 114
y el barranco a otro sitio se despeña.


CANTO XII
Era el lugar por el que descendimos
alpestre y, por aquel que lo habitaba,
cualquier mirada hubiéralo esquivado. 3
Como son esas ruinas que al costado
de acá de Trento azota el río Adigio,
por terremoto o sin tener cimientos, 6
que de lo alto del monte, del que bajan
al llano, tan hendida está la roca
que ningún paso ofrece a quien la sube; 9
de aquel barranco igual era el descenso;
y allí en el borde de la abierta sima,
el oprobio de Creta estaba echado 12
que concebido fue en la falsa vaca;
cuando nos vio, a sí mismo se mordía,
tal como aquel que en ira se consume. 15
Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte
piensas que viene aquí el duque de Atenas, 17
que allí en el mundo la muerte te trajo? 18
Aparta, bestia, porque éste no viene
siguiendo los consejos de tu hermana,
sino por contemplar vuestros pesares.» 21
Y como el toro se deslaza cuando
ha recibido ya el golpe de muerte,
y huir no puede, mas de aquí a allí salta, 24
así yo vi que hacía el Minotauro;
y aquel prudente gritó: «Corre al paso;
bueno es que bajes mientras se enfurece.» 27
Descendimos así por el derrumbe
de las piedras, que a veces se movían
bajo mis pies con esta nueva carga. 30
Iba pensando y díjome: «Tú piensas
tal vez en esta ruina, que vigila
la ira bestial que ahora he derrotado. 33
Has de saber que en la otra ocasión
que descendí a lo hondo del infierno,
esta roca no estaba aún desgarrada; 36
pero sí un poco antes, si bien juzgo,
de que viniese Aquel que la gran presa
quitó a Dite del círculo primero, 39
tembló el infecto valle de tal modo
que pensé que sintiese el universo
amor, por el que alguno cree que el mundo 42
muchas veces en caos vuelve a trocarse; 43
y fue entonces cuando esta vieja roca
se partió por aquí y por otros lados. 45
Mas mira el valle, pues que se aproxima
aquel río sangriento, en el cual hierve 47
aquel que con violencia al otro daña.» 48
¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia,
que así nos mueves en la corta vida,
y tan mal en la eterna nos sumerges! 51
Vi una amplia fosa que torcía en arco,
y que abrazaba toda la llanura,
según lo que mi guía había dicho. 54
Y por su pie corrían los centauros,
en hilera y armados de saetas, 56
como cazar solían en el mundo. 57
Viéndonos descender, se detuvieron,
y de la fila tres se separaron
con los arcos y flechas preparadas. 60
Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena
venís vosotros bajando la cuesta?
Decidlo desde allí, o si no disparo.» 63
«La respuesta -le dijo mi maestrodaremos
a Quirón cuando esté cerca:
tu voluntad fue siempre impetuosa.» 66
Después me tocó, y dijo: «Aquel es Neso, 67
que murió por la bella Deyanira,
contra sí mismo tomó la venganza. 69
Y aquel del medio que al pecho se mira,
el gran Quirón, que fue el ayo de Aquiles; 71
y el otro es Folo, el que habló tan airado. 72
Van a millares rodeando el foso,
flechando a aquellas almas que abandonan
la sangre, más que su culpa permite.» 75
Nos acercamos a las raudas fieras:
Quirón cogió una flecha, y con la punta,
de la mejilla retiró la barba. 78
Cuando hubo descubierto la gran boca,
dijo a sus compañeros; «¿No os dais cuenta
que el de detrás remueve lo que pisa? 81
No lo suelen hacer los pies que han muerto.»
Y mi buen guía, llegándole al pecho,
donde sus dos naturas se entremezclan, 84
respondió: «Está bien vivo, y a él tan sólo
debo enseñarle el tenebroso valle:
necesidad le trae, no complacencia. 87
Alguien cesó de cantar Aleluya,
y ésta nueva tarea me ha encargado:
él no es ladrón ni yo alma condenada. 90
Mas por esta virtud por la cual muevo
los pasos por camino tan salvaje,
danos alguno que nos acompañe, 93
que nos muestre por dónde se vadea,
y que a éste lleve encima de su grupa,
pues no es alma que viaje por el aire.» 96
Quirón se volvió atrás a la derecha,
y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,
y hazles pasar si otro grupo se encuentran.» 99
Y nos marchamos con tan fiel escolta
por la ribera del bullir rojizo,
donde mucho gritaban los que hervían. 102
Gente vi sumergida hasta las cejas,
y el gran centauro dijo: « Son tiranos
que vivieron de sangre y de rapiña: 105
lloran aquí sus daños despiadados;
está Alejandro, y el feroz Dionisio 107
que a Sicilia causó tiempos penosos. 108
Y aquella frente de tan negro pelo,
es Azolino; y aquel otro rubio, 110
es Opizzo de Este, que de veras 111
fue muerto por su hijastro allá en el mundo.»
Me volví hacia el poeta y él me dijo:
«Ahora éste es el primero, y yo el segundo.» 114
Al poco rato se fijó el Centauro
en unas gentes, que hasta la garganta
parecían, salir del hervidero. 117
Díjonos de una sombra ya apartada:
«En la casa de Dios aquél hirió - 119
el corazón que al Támesis chorrea.» 120
Luego vi gentes que sacaban fuera
del río la cabeza, y hasta el pecho;
y yo reconocí a bastantes de ellos. 123
Asi iba descendiendo poco a poco
aquella sangre que los pies cocía,
y por allí pasamos aquel foso. 126
«Así como tú ves que de esta parte
el hervidero siempre va bajando,
-dijo el centauro- quiero que conozcas 129
que por la otra más y más aumenta
su fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio
en donde están gimiendo los tiranos. 132
La diving justicia aquí castiga
a aquel Atila azote de la tierra 134
y a Pirro y Sexto; y para siempre ordeña 135
las lágrimas, que arrancan los hervores,
a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo 137
qué en los caminos tanta guerra hicieron.» 138
Volvióse luego y franqueó aquel vado.


CANTO XIII
Neso no había aún vuelto al otro lado,
cuando entramos nosotros por un bosque
al que ningún sendero señalaba. 3
No era verde su fronda, sino oscura;
ni sus ramas derechas, mas torcidas;
sin frutas, mas con púas venenosas. 6
Tan tupidos, tan ásperos matojos
no conocen las fieras que aborrecen
entre Corneto y Cécina los campos. 9
Hacen allí su nido las arpías, 10
que de Estrófane echaron al Troyano
con triste anuncio de futuras cuitas. 12
Alas muy grandes, cuello y rostro humanos
y garras tienen, y el vientre con plumas;
en árboles tan raros se lamentan. 15
Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte,
sabrás que este recinto es el segundo
-me comenzó a decir- y estarás hasta 18
que puedas ver el horrible arenal;
mas mira atentamente; así verás
cosas que si te digo no creerías.» 21
Yo escuchaba por todas partes ayes,
y no vela a nadie que los diese, 23
por lo que me detuve muy asustado. 24
Yo creí que él creyó que yo creía
que tanta voz salía del follaje,
de gente que a nosotros se ocultaba. 27
Y por ello me dijo: «Si tronchases
cualquier manojo de una de estas plantas,
tus pensamientos también romperias.» 30
Entonces extendí un poco la mano,
y corté una ramita a un gran endrino;
y su tronco gritó: «¿Por qué me hieres? 33
Y haciéndose después de sangre oscuro
volvió a decir: «Por qué así me desgarras?
¿es que no tienes compasión alguna? 36
Hombres fuimos, y ahora matorrales;
más piadosa debiera ser tu mano,
aunque fuéramos almas de serpientes.» 39
Como. una astilla verde que encendida
por un lado, gotea por el otro,
y chirría el vapor que sale de ella, 42
así del roto esqueje salen juntas
sangre y palabras: y dejé la rama
caer y me quedé como quien teme. 45
«Si él hubiese creído de antemano
-le respondió mi sabio-, ánima herida,
aquello que en mis rimas ha leído, 48
no hubiera puesto sobre ti la mano:
mas me ha llevado la increible cosa
a inducirle a hacer algo que me pesa: 51
mas dile quién has sido, y de este modo
algún aumento renueve tu fama
alli en el mundo, al que volver él puede.» 54
Y el tronco: «Son tan dulces tus lisonjas
que no puedo callar; y no os moleste
si en hablaros un poco me entretengo: 57
Yo soy aquel que tuvo las dos llaves 58
que el corazón de Federico abrían
y cerraban, de forma tan suave, 60
que a casi todos les negó el secreto;
tanta fidelidad puse en servirle
que mis noches y días perdí en ello. 63
La meretriz que jamás del palacio 64
del César quita la mirada impúdica,
muerte común y vicio de las cortes, 66
encendió a todos en mi contra; y tanto
encendieron a Augusto esos incendios
que el gozo y el honor trocóse en lutos; 69
mi ánimo, al sentirse despreciado,
creyendo con morir huir del desprecio,
culpable me hizo contra mí inocente. 72
Por las raras raíces de este leño,
os juro que jamás rompí la fe
a mi señor, que fue de honor tan digno. 75
Y si uno de los dos regresa al mundo,
rehabilite el recuerdo que se duele
aún de ese golpe que asesta la envidia.» 78
Paró un poco, y después: «Ya que se calla,
no pierdas tiempo -dijome el poetahabla
y pregúntale si más deseas.» 81
Yo respondí: «Pregúntale tú entonces
lo que tú pienses que pueda gustarme;
pues, con tanta aflicción, yo no podría.» 84
Y así volvió a empezar: «Para que te haga
de buena gana aquello que pediste,
encarcelado espíritu, aún te plazca 87
decirnos cómo el alma se encadena
en estos troncos; dinos, si es que puedes,
si alguna se despega de estos miembros.» 90
Sopló entonces el tronco fuememente
trocándose aquel viento en estas voces:
«Brevemente yo quiero responderos; 93
cuando un alma feroz ha abandonado
el cuerpo que ella misma ha desunido
Minos la manda a la séptima fosa. 96
Cae a la selva en parte no elegida;
mas donde la fortuna la dispara,
como un grano de espelta allí germina; 99
surge en retoño y en planta silvestre:
y al converse sus hojas las Arpías,
dolor le causan y al dolor ventana. 102
Como las otras, por nuestros despojos,
vendremos, sin que vistan a ninguna;
pues no es justo tener lo que se tira. 105
A rastras los traeremos, y en la triste
selva serán los cuerpos suspendidos,
del endrino en que sufre cada sombra.» 108
Aún pendientes estábamos del tronco
creyendo que quisiera más contarnos,
cuando de un ruido fuimos sorprendidos, 111
Igual que aquel que venir desde el puesto
escucha al jabalí y a la jauría
y oye a las bestias y un ruido de frondas; 114
Y miro a dos que vienen por la izquierda, 115
desnudos y arañados, que en la huida,
de la selva rompían toda mata. 117
Y el de delante: «¡Acude, acude, muerte!»
Y el otro, que más lento parecía,
gritaba: «Lano, no fueron tan raudas 120
en la batalla de Toppo tus piernas.»
Y cuando ya el aliento le faltaba,
de él mismo y de un arbusto formó un nudo. 123
La selva estaba llena detrás de ellos
de negros canes, corriendo y ladrando
cual lebreles soltados de traílla. 126
El diente echaron al que estaba oculto
y lo despedazaron trozo a trozo;
luego llevaron los miembros dolientes. 129
Cogióme entonces de la mano el guía,
y me llevó al arbusto que lloraba, 131
por los sangrantes rotos, vanamente. 132
Decía: «Oh Giácomo de Sant' Andrea,
¿qué te ha valido de mí hacer refugio?
¿qué culpa tengo de tu mala vida?» 135
Cuando el maestro se paró a su lado,
dijo: «¿Quién fuiste, que por tantas puntas
con sangre exhalas tu habla dolorosa?» 138
Y él a nosotros: «Oh almas que llegadas
sois a mirar el vergonzoso estrago,
que mis frondas así me ha desunido, 141
recogedlas al pie del triste arbusto.
Yo fui de la ciudad que en el Bautista 143
cambió el primer patrón: el cual, por esto 144
con sus artes por siempre la hará triste;
y de no ser porque en el puente de Arno
aún permanece de él algún vestigio, 147
esas gentes que la reedificaron
sobre las ruinas que Atila dejó, 149
habrían trabajado vanamente. 150
Yo de mi casa hice mi cadalso.»


CANTO XIV
Y como el gran amor del lugar patrio
me conmovió, reuní la rota fronda,
y se la devolví a quien ya callaba. 3
Al límite llegamos que divide
el segundo recinto del tercero,
y vi de la justicia horrible modo. 6
Por bien manifestar las nuevas cosas,
he de decir que a un páramo llegamos,
que de su seno cualquier planta ahuyenta. 9
La dolorosa selva es su guirnalda,
como para ésta lo es el triste foso;
justo al borde los pasos detuvimos. 12
Era el sitio una arena espesa y seca,
hecha de igual manera que esa otra
que oprimiera Catón con su pisada. 15
¡Oh venganza divina, cuánto debes
ser temida de todo aquel que lea
cuanto a mis ojos fuera manifiesto! 18
De almas desnudas vi muchos rebaños,
todas llorando llenas de miseria,
y en diversas posturas colocadas: 21
unas gentes yacían boca arriba;
encogidas algunas se sentaban,
y otras andaban incesantemente. 24
Eran las más las que iban dando vueltas,
menos las que yacían en tormento,
pero más se quejaban de sus males. 27
Por todo el arenal, muy lentamente,
llueven copos de fuego dilatados,
como nieve en los Alpes si no hay viento. 30
Como Alejandro en la caliente zona 31
de la India vio llamas que caían
hasta la tierra sobre sus ejércitos; 33
por lo cual ordenó pisar el suelo
a sus soldados, puesto que ese fuego
se apagaba mejor si estaba aislado, 36
así bajaba aquel ardor eterno;
y encendía la arena, tal la yesca
bajo eslabón, y el tormento doblaba. 39
Nunca reposo hallaba el movimiento
de las míseras manos, repeliendo
aquí o allá de sí las nuevas llamas. 42
Yo comencé: «Maestro, tú que vences
todas las cosas, salvo a los demonios
que al entrar por la puerta nos salieron, 45
¿Quién es el grande que no se preocupa 46
del fuego y yace despectivo y fiero,
cual si la lluvia no le madurase?» 48
Y él mismo, que se había dado cuenta
que preguntaba por él a mi guía,
gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto. 51
Aunque Jove cansara a su artesano 52
de quien, fiero, tomó el fulgor agudo
con que me golpeó el último día, 54
o a los demás cansase uno tras otro,
de Mongibelo en esa negra fragua,
clamando: “Buen Vulcano, ayuda, ayuda” 57
tal como él hizo en la lucha de Flegra,
y me asaeteara con sus fuerzas,
no podría vengarse alegremente.» 60
Mi guía entonces contestó con fuerza
tanta, que nunca le hube así escuchado:
«Oh Capaneo, mientras no se calme 63
tu soberbia, serás más afligido:
ningún martirio, aparte de tu rabia,
a tu furor dolor será adecuado.» 66
Después se volvió a mí con mejor tono,
«Éste fue de los siete que asediaron
a Tebas; tuvo a Dios, y me parece 69
que aún le tenga, desdén, y no le implora;
mas como yo le dije, sus despechos
son en su pecho galardón bastante. 72
Sígueme ahora y cuida que tus pies
no pisen esta arena tan ardiente,
mas camina pegado siempre al bosque.» 75
En silencio llegamos donde corre
fuera ya de la selva un arroyuelo, 77
cuyo rojo color aún me horripila: 78
como del Bulicán sale el arroyo 79
que reparten después las pecadoras, t
al corrta a través de aquella arena. 81
El fondo de éste y ambas dos paredes
eran de piedra, igual que las orillas;
y por ello pensé que ése era el paso. 84
«Entre todo lo que yo te he enseñado,
desde que atravesamos esa puerta
cuyos umbrales a nadie se niegan, 87
ninguna cosa has visto más notable
como el presente río que las llamas
apaga antes que lleguen a tocarle.» 90
Esto dijo mi guía, por lo cual
yo le rogué que acrecentase el pasto,
del que acrecido me había el deseo. 93
«Hay en medio del mar un devastado
país -me dijo- que se llama Creta;
bajo su rey fue el mundo virtuoso. 96
Hubo allí una montaña que alegraban
aguas y frondas, se llamaba Ida:
cual cosa vieja se halla ahora desierta. 99
La excelsa Rea la escogió por cuna 100
para su hijo y, por mejor guardarlo,
cuando lloraba, mandaba dar gritos. 102
Se alza un gran viejo dentro de aquel monte, 103
que hacia Damiata vuelve las espaldas
y al igual que a un espejo a Roma mira. 105
Está hecha su cabeza de oro fino,
y plata pura son brazos y pecho,
se hace luego de cobre hasta las ingles; 108
y del hierro mejor de aquí hasta abajo,
salvo el pie diestro que es barro cocido:
y más en éste que en el otro apoya. 111
Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas
por una raja que gotea lágrimas, 113
que horadan, al juntarse, aquella gruta; 114
su curso en este valle se derrama:
forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;
corre después por esta estrecha espita 117
al fondo donde más no se desciende:
forma Cocito; y cuál sea ese pantano 119
ya lo verás; y no te lo describo.» 120
Yo contesté: «Si el presente riachuelo
tiene así en nuestro mundo su principio,
¿como puede encontrarse en este margen?» 123
Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,
y aunque hayas caminado un largo trecho
hacia la izquierda descendiendo al fondo, 126
aún la vuelta completa no hemos dado;
por lo que si aparecen cosas nuevas,
no debes contemplarlas con asombro.» 129
Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan
Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras, 131
y el otro dices que lo hace esta lluvia.» 132
«Me agradan ciertamente tus preguntas
-dijo-, mas el bullir del agua roja
debía resolverte la primera. 135
Fuera de aquí podrás ver el Leteo,
allí donde a lavarse van las almas,
cuando la culpa purgada se borra.» 138
Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse
del bosque; ven caminando detrás:
dan paso las orillas, pues no queman, 141
y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»


CANTO XV
Caminamos por uno de los bordes,
y tan denso es el humo del arroyo,
que del fuego protege agua y orillas. 3
Tal los flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo el viento que en invierno sopla,
a fin de que huya el mar hacen sus diques; 6
y como junto al Brenta los paduanos 7
por defender sus villas y castillos,
antes que Chiarentana el calor sienta; 9
de igual manera estaban hechos éstos,
sólo que ni tan altos ni tan gruesos,
fuese el que fuese quien los construyera. 12
Ya estábamos tan lejos de la selva
que no podría ver dónde me hallaba,
aunque hacia atrás yo me diera la vuelta, 15
cuando encontramos un tropel de almas 16
que andaban junto al dique, y todas ellas
nos miraban cual suele por la noche 18
mirarse el uno al otro en luna nueva;
y para vernos fruncían las cejas
como hace el sastre viejo con la aguja. 21
Examinado así por tal familia,
de uno fui conocido, que agarró
mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!» 24
y yo, al verme cogido por su mano
fijé la vista en su quemado rostro,
para que, aun abrasado, no impidiera, 27
su reconocimiento a mi memoria;
e inclinando la mía hacia su cara
respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?» 30
«Hijo, no te disguste -me repusosi
Brunetto Latino deja un rato
a su grupo y contigo se detiene.» 33
Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;
y si queréis que yo, con vos me pare,
lo haré si place a aquel con el que ando.» 36
«Hijo -repuso-, aquel de este rebaño
que se para, después cien años yace,
sin defenderse cuando el fuego quema. 39
Camina pues: yo marcharé a tu lado;
y alcanzaré más tarde a mi mesnada,
que va llorando sus eternos males.» 42
Yo no osaba bajarme del camino
y andar con él; mas gacha la cabeza
tenía como el hombre reverente. 45
Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino
antes de postrer día aquí te trae?
¿y quién es éste que muestra el camino?» 48
Y yo: «Allá arriba, en la vida serena
-le respondí- me perdí por un valle,
antes de que mi edad fuese perfecta. 51
Lo dejé atrás ayer por la mañana;
éste se apareció cuando a él volvía,
y me lleva al hogar por esta ruta.» 54
Y él me repuso: «Si sigues tu estrella
glorioso puerto alcanzarás sin falta,
si de la vida hermosa bien me acuerdo; 57
y si no hubiese muerto tan temprano,
viendo que el cielo te es tan favorable,
dado te habría ayuda en la tarea. 60
Mas aquel pueblo ingrato y malicioso
que desciende de Fiesole de antiguo, 62
y aún tiene en él del monte y del peñasco, 63
si obras bien ha de hacerse tu contrario:
y es con razón, que entre ásperos serbales
no debe madurar el dulce higo. 66
Vieja fama en el mundo llama ciegos,
gente es avara, envidiosa y soberbia:
líbrate siempre tú de sus costumbres. 69
Tanto honor tu fortuna te reserva,
que la una parte y la otra tendrán hambre 71
de ti; mas lejos pon del chivo el pasto. 72
Las bestias fiesolanas se apacienten
de ellas mismas, y no toquen la planta,
si alguna surge aún entre su estiércol, 75
en que reviva la simiente santa
de los romanos que quedaron, cuando
hecho fue el nido de tan gran malicia.» 78
«Si pudiera cumplirse mi deseo
aún no estaríais vos -le repliquéde
la humana natura separado; 81
que en mi mente está fija y aún me apena,
querida y buena, la paterna imagen
vuestra, cuando en el mundo hora tras hora 84
me enseñabais que el hombre se hace eterno;
y cuánto os lo agradezco, mientras viva,
conviene que en mi lengua se proclame. 87
Lo que narráis de mi carrera escribo,
para hacerlo glosar, junto a otro texto, 89
si hasta ella llego, a la mujer que sabe. 90
Sólo quiero que os sea manifiesto
que, con estar tranquila mi conciencia,
me doy, sea cual sea, a la Fortuna. 93
No es nuevo a mis oídos tal augurio:
mas la Fortuna hace girar su rueda
como gusta, y el labrador su azada.» 96
Entonces mi maestro la mejilla
derecha volvió atrás, y me miró;
dijo después: «Bien oye el precavido.» 99
Pero yo no dejé de hablar por eso
con ser Brunetto, y pregunto quién son
sus compañeros de más alta fama. 102
Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;
de los demás será mejor que calle,
que a tantos como son el tiempo es corto. 105
Sabe, en suma, que todos fueron clérigos
y literatos grandes y famosos,
al mundo sucios de un igual pecado. 108
Prisciano va con esa turba mísera, 109
y Francesco D'Accorso; y ver con éste, 110
si de tal tiña tuvieses deseo, 111
podrás a quien el Siervo de los Siervos
hizo mudar del Arno al Bachiglión, 113
donde dejó los nervios mal usados. 114
De otros diría, mas charla y camino
no pueden alargarse, pues ya veo
surgir del arenal un nuevo humo. 117
Gente viene con la que estar no debo:
mi “Tesoro” te dejo encomendado, 119
en el que vivo aún, y más no digo.» 120
Luego se fue, y parecía de aquellos
que el verde lienzo corren en Verona 122
por el campo; y entre éstos parecía 123
de los que ganan, no de los que pierden.


CANTO XVI
Ya estaba donde el resonar se oía
del agua que caía al otro círculo,
como el que hace la abeja en la colmena; 3
cuando tres sombras juntas se salieron,
corriendo, de una turba que pasaba
bajo la lluvia de la áspera pena. 6
Hacia nosotros gritando venían:
«Detente quien parece por el traje
ser uno de la patria depravada.» 9
¡Ah, cuántas llagas vi en aquellos miembros,
viejas y nuevas, de la llama ardidas!
me siento aún dolorido al recordarlo. 12
A sus gritos mi guía se detuvo;
volvió el rostro hacia mí, y me dijo: « Espera,
pues hay que ser cortés con esta gente. 15
Y si no fuese por el crudo fuego
que este sitio asaetea, te diría
que te apresures tú mejor que ellos.» 18
Ellos, al detenernos, reemprendieron
su antiguo verso; y cuando ya llegaron,
hacen un corro de sí aquellos tres, 21
cual desnudos y untados campeones,
acechando a su presa y su ventaja,
antes de que se enzarcen entre ellos; 24
y con la cara vuelta, cada uno
me miraba de modo que al contrario
iba el cuello del pie continuamente. 27
«Si el horror de este suelo movedizo
vuelve nuestras plegarias despreciables
-uno empezó- y la faz negra y quemada, 30
nuestra fama a tu ánimo suplique
que nos digas quién eres, que los vivos
pies tan seguro en el infierno arrastras. 33
Éste, de quien me ves pisar las huellas,
aunque desnudo y sin pellejo vaya,
fue de un grado mayor de lo que piensas, 36
pues nieto fue de la bella Gualdrada;
se llamó Guido Guerra, y en su vida
mucho obró con su espada y con su juicio. 39
El otro, que tras mí la arena pisa,
es Tegghiaio Aldobrandi, cuya voz 41
en el mundo debiera agradecerse; 42
y yo, que en el suplicio voy con ellos,
Jacopo Rusticucci; y fiera esposa 44
más que otra cosa alguna me condena.» 45
Si hubiera estado a cubierto del fuego,
me hubiera ido detrás de ellos al punto,
y no creo que al guía le importase; 48
mas me hubiera abrasado, y de ese modo
venció el miedo al deseo que tenía,
pues de abrazarles yo me hallaba ansioso. 51
Luego empecé: «No desprecio, mas pena
en mi interior me causa vuestro estado,
y es tanta que no puedo desprenderla, 54
desde el momento en que mi guía dijo
palabras, por las cuales yo pensaba
que, como sois, se acercaba tal gente. 57
De vuestra tierra soy, y desde siempre
vuestras obras y nombres tan honrados,
con afecto he escuchado y retenido. 60
Dejo la hiel y voy al dulce fruto
que mi guía veraz me ha prometido,
pero antes tengo que llegar al centro.» 63
«Muy largamente el alma te conduzcan
todavía -me dijo aquél- tus miembros,
y resplandezca luego tu memoria, 66
di si el valor y cortesía aún se hallan
en nuestra patria tal como solían,
o si del todo han sido ya expulsados; 69
que Giuglielmo Borsiere, el cual se duele 70
desde hace poco en nuestro mismo grupo,
con sus palabras mucho nos aflige.» 72
«Las nuevas gentes, las ganancias súbitas, 73
orgullo y desmesura han generado,
en ti, Florencia, y de ello te lamentas.» 75
Así grité levantando la cara;
y los tres, que esto oyeron por respuesta,
se miraron como ante las verdades. 78
«Si en otras ocasiones no te cuesta
satisfacer a otros -me dijeron-,
dichoso tú que dices lo que quieres. 81
Pero si sales de este mundo ciego
y vuelves a mirar los bellos astros,
cuando decir “estuve allí” te plazca, 84
háblale de nosotros a la gente.»
Rompieron luego el círculo y, huyendo,
alas sus raudas piernas parecían. 87
Un amén no podría haberse dicho
antes de que ellos se hubiesen perdido;
por lo que el guía quiso que partiésemos. 90
Yo iba detrás, y no avanzamos mucho
cuando el agua sonaba tan de cerca,
que apenas se escuchaban las palabras. 93
Como aquel río sigue su carrera
primero desde el Veso hacia el levante,
a la vertiente izquierda de Apenino, 96
que Acquaqueta se llama abajo, antes
de que en un hondo lecho se desplome,
y en Forlí ya ese nombre no conserva, 99
resuena allí sobre San Benedetto,
de la roca cayendo en la cascada
en donde mil debieran recibirle; 102
así en lo hondo de un despeñadero,
oímos resonar el agua roja,
que el oído ofendía al poco tiempo. 105
Yo llevaba una cuerda a la cintura 106
con la que alguna vez hube pensado
cazar la onza de la piel pintada. 108
Luego de haberme toda desceñido,
como mi guía lo había mandado,
se la entregué recogida en un rollo. 111
Entonces se volvió hacia la derecha
y, alejándose un trecho de la orilla,
la arrojó al fondo de la escarpadura. 114
«Alguna novedad ha de venirnos
-pensaba para mí- del nuevo signo,
que el maestro así busca con los ojos.» 117
iCuán cautos deberían ser los hombres
junto a aquellos que no sólo las obras,
mas por dentro el pensar también conocen! 120
«Pronto -dijo- verás sobradamente
lo que espero, y en lo que estás pensando:
pronto conviene que tú lo descubras.» 123
La verdad que parece una mentira
debe el hombre callarse mientras pueda,
porque sin tener culpa se avergüence: 126
pero callar no puedo; y por las notas,
lector, de esta Comedia, yo te juro, 128
así no estén de larga gracia llenas, 129
que vi por aquel oire oscuro y denso
venir nadando arriba una figura,
que asustaría el alma más valiente, 132
tal como vuelve aquel que va al fondo
a desprender el ancla que se agarra
a escollos y otras cosas que el mar cela, 135
que el cuerpo extiende y los pies se recoge.


CANTO XVII
«Mira la bestia con la cola aguda, 1
que pasa montes, rompe muros y armas;
mira aquella que apesta todo el mundo.» 3
Así mi guía comenzó a decirme;
y le ordenó que se acercase al borde
donde acababa el camino de piedra. 6
Y aquella sucia imagen del engaño
se acercó, y sacó el busto y la cabeza,
mas a la orilla no trajo la cola. 9
Su cara era la cara de un buen hombre,
tan benigno tenía lo de afuera,
y de serpiente todo lo restante. 12
Garras peludas tiene en las axilas;
y en la espalda y el pecho y ambos flancos
pintados tiene ruedas y lazadas. 15
Con más color debajo y superpuesto
no hacen tapices tártaros ni turcos,
ni fue tal tela hilada por Aracne. 18
Como a veces hay lanchas en la orilla,
que parte están en agua y parte en seco;
o allá entre los glotones alemanes 21
el castor se dispone a hacer su caza,
se hallaba así la fiera detestable
al horde pétreo, que la arena ciñe. 24
Al aire toda su cola movía,
cerrando arriba la horca venenosa,
que a guisa de escorpión la punta armaba. 27
El guía dijo: «Es preciso torcer
nuestro camino un poco, junto a aquella
malvada bestia que está allí tendida.» 30
Y descendimos al lado derecho,
caminando diez pasos por su borde,
para evitar las llamas y la arena. 33
Y cuando ya estuvimos a su lado,
sobre la arena vi, un poco más lejos,
gente sentada al borde del abismo. 36
Aquí el maestro: «Porque toda entera
de este recinto la experiencia lleves
-me dijo-, ve y contempla su castigo. 39
Allí sé breve en tus razonamientos:
mientras que vuelvas hablaré con ésta,
que sus fuertes espaldas nos otorgue.» 42
Así pues por el borde de la cima
de aquel séptimo circulo yo solo
anduve, hasta llegar a los penados. 45
Ojos afuera estallaba su pena,
de aquí y de allí con la mano evitaban
tan pronto el fuego como el suelo ardiente: 48
como los perros hacen en verano,
con el hocico, con el pie, mordidos
de pulgas o de moscas o de tábanos. 51
Y después de mirar el rostro a algunos,
a los que el fuego doloroso azota,
a nadie conocí; pero me acuerdo 54
que en el cuello tenía una bolsa
con un cierto color y ciertos signos,
que parecían complacer su vista. 57
Y como yo anduviéralos mirando,
algo azulado vi en una amarilla,
que de un león tenía cara y porte. 60
Luego, siguiendo de mi vista el curso,
otra advertí como la roja sangre,
y una oca blanca más que la manteca. 63
Y uno que de una cerda azul preñada 64
señalado tenía el blanco saco,
dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa? 66
Vete de aquí; y puesto que estás vivo,
sabe que mi vecino Vitaliano 68
aquí se sentará a mi lado izquierdo; 69
de Padua soy entre estos florentinos:
y las orejas me atruenan sin tasa
gritando: “¡Venga el noble caballero 72
que llenará la bolsa con tres chivos!”»
Aquí torció la boca y se sacaba
la lengua, como el buey que el belfo lame. 75
Y yo, temiendo importunar tardando
a quien de no tardar me había advertido,
atrás dejé las almas lastimadas. 78
A mi guía encontré, que ya subido
sobre la grupa de la fiera estaba,
y me dijo: «Sé fuerte y arrojado. 81
Ahora bajamos por tal escalera:
sube delante, quiero estar en medio,
porque su cola no vaya a dañarte.» 84
Como está aquel que tiene los temblores
de la cuartana, con las uñas pálidas,
y tiembla entero viendo ya el relente, 87
me puse yo escuchando sus palabras;
pero me avergoncé con su advertencia,
que ante el buen amo el siervo se hace fuerte. 90
Encima me senté de la espaldaza:
quise decir, mas la voz no me vino
como creí: «No dejes de abrazarme.» 93
Mas aquel que otras veces me ayudara
en otras dudas, luego que monté,
me sujetó y sostuvo con sus brazos. 96
Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:
las vueltas largas, y el bajar sea lento:
piensa en qué nueva carga estás llevando.» 99
Como la navecilla deja el puerto
detrás, detrás, así ésta se alejaba;
y luego que ya a gusto se sentía, 102
en donde el pecho, ponía la cola,
y tiesa, como anguila, la agitaba,
y con los brazos recogía el aíire. 105
No creo que más grande fuese el miedo
cuando Faetón abandonó las riendas, 107
por lo que el cielo ardió, como aún parece; 108
ni cuando la cintura el pobre Ícaro
sin alas se notó, ya derretidas,
gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»; 111
que el mío fue, cuando noté que estaba
rodeado de aire, y apagada
cualquier visión que no fuese la fiera; 114
ella nadando va lenta, muy lenta;
gira y desciende, pero yo no noto
sino el viento en el rostro y por debajo. 117
Oía a mi derecha la cascada
que hacía por encima un ruido horrible,
y abajo miro y la cabeza asomo. 120
Entonces temí aún más el precipicio,
pues fuego pude ver y escuchar llantos;
por lo que me encogí temblando entero. 123
Y vi después, que aún no lo había visto,
al bajar y girar los grandes males,
que se acercaban de diversos lados. 126
Como el halcón que asaz tiempo ha volado,
y que sin ver ni señuelo ni pájaro
hace decir al halconero: «¡Ah, baja!», 129
lento desciende tras su grácil vuelo,
en cien vueltas, y a lo lejos se pone
de su maestro, airado y desdeñoso, 132
de tal modo Gerión se posó al fondo,
al mismo pie de la cortada roca,
y descargadas nuestras dos personas, 135
se disparó como de cuerda tensa.


CANTO XVIII
Hay un lugar llamado Malasbolsas 1
en el infierno, pétreo y ferrugiento,
igual que el muro que le ciñe entorno. 3
Justo en el medio del campo maligno
se abre un pozo bastante largo y hondo,
del cual a tiempo contaré las partes. 6
Es redondo el espacio que se forma
entre el pozo y el pie del duro abismo,
y en diez valles su fondo se divide. 9
Como donde, por guarda de los muros,
más y más fosos ciñen los castillos,
el sitio en donde estoy tiene el aspecto; 12
tal imagen los valles aquí tienen.
Y como del umbral de tales fuertes
a la orilla contraria hay puentecillos, 15
así del borde de la roca, escollos
conducen, dividiendo foso y márgenes,
hasta el pozo que les corta y les une. 18
En este sitio, ya de las espaldas
de Gerión nos bajamos; y el poeta
tomó a la izquierda, y yo me fui tras él. 21
A la derecha vi nuevos pesares,
nuevos castigos y verdugos nuevos,
que la bolsa primera abarrotaban. 24
Allí estaban desnudos los malvados;
una mitad iba dando la espalda,
otra de frente, con pasos más grandes; 27
tal como en Roma la gran muchedumbre, 28
del año jubilar, alli en el puente
precisa de cruzar en doble vía, 30
que por un lado todos van de cara
hacia el castillo y a San Pedro marchan;
y de otro lado marchan hacia el monte. 33
De aquí, de allí, sobre la oscura roca,
vi demonios cornudos con flagelos,
que azotaban cruelmente sus espaldas. 36
¡Ay, cómo hacían levantar las piernas
a los primeros golpes!, pues ninguno
el segundo esperaba ni el tercero. 39
Mientras andaba, en uno mi mirada
vino a caer; y al punto yo me dije:
«De haberle visto ya no estoy ayuno.» 42
Y así paré mi paso para verlo:
y mi guía conmigo se detuvo,
y consintió en que atrás retrocediera. 45
Y el condenado creía ocultarse
bajando el rostro; mas sirvió de poco,
pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas, 48
si los rasgos que llevas no son falsos,
Venedico eres tú Caccianemico; 50
mas ¿qué te trae a salsas tan picantes?» 51
Y repuso: «Lo digo de mal grado;
pero me fuerzan tus claras palabras,
que me hacen recordar el mundo antiguo. 54
Fui yo mismo quien a Ghisolabella
indujo a hacer el gusto del marqués,
como relaten la sucia noticia. 57
Y boloñés no lloró aquí tan sólo,
mas tan repleto está este sitio de ellos,
que ahora tantas lenguas no se escuchan 60
que digan "Sipa" entre Savena y Reno; 61
y si fe o testimonio de esto quieres,
trae a tu mente nuestro seno avaro.» 63
Hablando así le golpeó un demonio
con su zurriago, y dijo: « Lárgate
rufián, que aquí no hay hembras que se vendan.» 66
Yo me reuní al momento con mi escolta;
luego, con pocos pasos, alcanzamos
un escollo saliente de la escarpa. 69
Con mucha ligereza lo subimos
y, vueltos a derecha por su dorso,
de aquel círculo eterno nos marchamos. 72
Cuando estuvimos ya donde se ahueca
debajo, por dar paso a los penados,
el guía dijo: « Espera, y haz que pongan 75
la vista en ti esos otros malnacidos,
a los que aún no les viste el semblante,
porque en nuestro sentido caminaban.» 78
Desde el puente mirábamos el grupo
que al otro lado hacia nosotros iba,
y que de igual manera azota el látigo. 81
Y sin yo preguntarle el buen Maestro
«Mira aquel que tan grande se aproxima,
que no le causa lágrimas el daño. 84
¡Qué soberano aspecto aún conserva!
Es Jasón, que por ánimo y astucia 86
dejó privada del carnero a Cólquida. 87
Éste pasó por la isla de Lemmos,
luego que osadas hembras despiadadas
muerte dieran a todos sus varones: 90
con tretas y palabras halagüeñas
a Isifile engañó, la muchachita
que antes había a todas engañado. 93
Allí la dejó encinta, abandonada;
tal culpa le condena a tal martirio;
también se hace venganza de Medea. 96
Con él están los que en tal modo engañan:
y del valle primero esto te baste
conocer, y de los que en él castiga.» 99
Nos hallábamos ya donde el sendero
con el margen segundo se entrecruza,
que a otro arco le sirve como apoyo. 102
Aquí escuchamos gentes que ocupaban
la otra bolsa y soplaban por el morro,
pegándose a sí mismas con las manos. 105
Las orillas estaban engrumadas
por el vapor que abajo se hace espeso,
y ofendía a la vista y al olfato. 108
Tan oscuro es el fondo, que no deja
ver nada si no subes hasta el dorso
del arco, en que la roca es más saliente. 111
Allí subimos; y de allá, en el foso
vi gente zambullida en el estiércol,
cual de humanas letrinas recogido. 114
Y mientras yo miraba hacia allá abajo,
vi una cabeza tan de mierda llena,
que no sabía si era laico o fraile. 117
Él me gritó: « ¿Por qué te satisface
mirarme más a mí que a otros tan sucios?»
Le dije yo: « Porque, si bien recuerdo, 120
con los cabellos secos ya te he visto,
y eres Alesio Interminei de Lucca: 122
por eso más que a todos te miraba.» 123
Y él dijo, golpeándose la chola: 124
«Aquí me han sumergido las lisonjas,
de las que nunca se cansó mi lengua.» 126
Luego de esto, mi guía: «Haz que penetre
-dijo- tu vista un poco más delante,
tal que tus ojos vean bien el rostro 129
de aquella sucia y desgreñada esclava, 130
que allí se rasca con uñas mierdosas,
y ahora se tumba y ahora en pie se pone: 132
es Thais, la prostituta, que repuso
a su amante, al decirle "¿Tengo prendas
bastantes para ti?": “aún más, excelsas”. 135
Y sea aquí saciada nuestra vista.»


CANTO XIX
¡Oh Simón Mago! Oh mfseros secuaces 1
que las cosas de Dios, que de los buenos
esposas deben ser, como rapaces 3
por el oro y la plata adulteráis!
sonar debe la trompa por vosotros,
puesto que estáis en la tercera bolsa. 6
Ya estábamos en la siguiente tumba,
subidos en la parte del escollo
que cae justo en el medio de aquel foso. 9
¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras
en el cielo, en la tierra y el mal mundo,
cuán justamente tu virtud repartes! 12
Yo vi, por las orillas y en el fondo,
llena la piedra livida de hoyos,
todos redondos y de igual tamaño. 15
No los vi menos amplios ni mayores
que esos que hay en mi bello San Juan, 17
y son el sitio para los bautismos; 18
uno de los que no hace aún mucho tiempo 19
yo rompí porque en él uno se ahogaba:
sea esto seña que a todos convenza. 21
A todos les salían por la boca
de un pecador los pies, y de las piernas
hasta el muslo, y el resto estaba dentro. 24
Ambas plantas a todos les ardían;
y tan fuerte agitaban las coyundas,
que habrían destrozado soga y cuerdas. 27
Cual suele el llamear en cosas grasas
moverse por la extrema superficie,
así era allí del talón a la punta. 30
«Quién es, maestro, aquel que se enfurece
pataleando más que sus consortes
-dije- y a quien más roja llama quema?» 33
Y él me dijo: «Si quieres que te lleve
allí por la pendiente que desciende,
él te hablará de sí y de sus pecados.» 36
Y yo: «Lo que tú quieras será bueno,
eres tú mi señor y no me aparto
de tu querer: y lo que callo sabes.» 39
Caminábamos pues el cuarto margen:
volvimos y bajamos a la izquierda
al fondo estrecho y agujereado. 42
Entonces el maestro de su lado
no me apartó, hasta vernos junto al hoyo
de aquel que se dolía con las zancas. 45
«Oh tú que tienes lo de arriba abajo,
alma triste clavada cual madero,
-le dije yo-, contéstame si puedes.» 48
Yo estaba como el fraile que confiesa 49
al pérfido asesino, que, ya hincado,
por retrasar su muerte le reclama. 51
Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?, 52
¿ya estás aquí plantado, Bonifacio?
En pocos años me mintió lo escrito. 54
¿Ya te cansaste de aquellas riquezas
por las que hacer engaño no temiste,
y atormentar después a tu Señora?» 57
Me quedé como aquellos que se encuentran,
por no entender lo que alguien les responde,
confundidos, y contestar no saben. 60
Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto:
“No soy aquel, no soy aquel que piensas.”»
Yo respondí como me fue indicado. 63
Torció los pies entonces el espíritu,
luego gimiendo y con voces llorosas,
me dijo: «¿Entonces, para qué me buscas? 66
si te interesa tanto el conocerme,
que has recorrido así toda la roca,
sabe que fui investido del gran manto, 69
y en verdad fui retoño de la Osa,
y tan ansioso de engordar oseznos,
que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado. 72
Y bajo mi cabeza están los otros
que a mí, por simonía, precedieron,
y que lo estrecho de la piedra aplasta. 75
Allí habré yo de hundirme también cuando
venga aquel que creía que tú fueses,
al hacerte la súbita pregunta. 78
Pero mis pies se abrasan ya más tiempo
y más estoy yo puesto boca abajo,
del que estarán plantados sus pies rojos, 81
pues vendrá luego de él, aún más manchado,
desde el poniente, un pastor sin entrañas,
tal que conviene que a los dos recubra. 84
Nuevo Jasón será, como nos muestra
MACABEOS, y como a aquel fue blando
su rey, así ha de hacer quien Francia rige.» 87
No sé si fui yo loco en demasía,
pues que le respondí con tales versos:
«Ah, dime ahora, qué tesoros quiso 90
Nuestro Señor antes de que a San Pedro
le pusiese las llaves a su cargo?
Únicamente dijo: “Ven conmigo”; 93
ni Pedro ni los otros de Matías 94
oro ni plata, cuando sortearon
el puesto que perdió el alma traidora. 96
Quédate ahí, que estás bien castigado,
y guarda las riquezas mal cogidas,
que atrevido te hicieron contra Carlos. 99
Y si no fuera porque me lo veda
el respeto a las llaves soberanas
que fueron tuyas en la alegre vida, 102
usaría palabras aún más duras;
porque vuestra avaricia daña al mundo,
hundiendo al bueno y ensalzando al malo. 105
Pastores, os citó el evangelista, 106
cuando aquella que asienta sobre el agua
él vio prostituida con los reyes: 108
aquella que nació con siete testas,
y tuvo autoridad con sus diez cuernos,
mientras que su virtud plació al marido. 111
Os habéis hecho un Dios de oro y de plata:
y qué os separa ya de los idólatras,
sino que a ciento honráis y ellos a uno? 114
Constantino, ¡de cuánto mal fue madre, 115
no que te convirtieses, mas la dote
que por ti enriqueció al primer patriarca!» 117
Y mientras yo cantaba tales notas,
mordido por la ira o la conciencia,
con fuerza las dos piernas sacudía. 120
Yo creo que a mi guía le gustaba,
pues con rostro contento había escuchado
mis palabras sinceramente dichas. 123
Entonces me cogió con los dos brazos;
y luego de subirme hasta su pecho,
volvió a ascender la senda que bajamos. 126
No se cansó llevándome agarrado,
hasta ponerme en la cima del puente
que del cuarto hasta el quinto margen cruza. 129
Con suavidad aquí dejó la carga,
suave, en el escollo áspero y pino
que a las cabras sería mala trocha. 132
Desde ese sitio descubrí otro valle.



CANTO XX
De nueva pena he de escribir los versos
y dar materia al vigésimo canto
de la primer canción, que es de los reos. 3
Estaba yo dispuesto totalmente
a mirar en el fondo descubierto,
que me bañaba de angustioso llanto; 6
por el redondo valle vi a unas gentes
venir, calladas y llorando, al paso
con que en el mundo van las procesiones. 9
Cuando bajé mi vista aún más a ellas,
vi que estaban torcidas por completo
desde el mentón al principio del pecho; 12
porque vuelto a la espalda estaba el rostro,
y tenían que andar hacia detrás,
pues no podían ver hacia delante. 15
Por la fuerza tal vez de perlesía 16
alguno habrá en tal forma retorcido,
mas no lo vi, ni creo esto que pase. 18
Si Dios te deja, lector, coger fruto
de tu lectura, piensa por ti mismo
si podría tener el rostro seco, 21
cuando vi ya de cerca nuestra imagen
tan torcida, que el llanto de los ojos
les bañaba las nalgas por la raja. 24
Lloraba yo, apoyado en una roca
del duro escollo, tal que dijo el guía:
«¿Es que eres tú de aquellos insensatos?, 27
vive aquí la piedad cuando está muerta:
¿Quién es más criminal de lo que es ése 29
que al designio divino se adelanta? 30
Alza tu rostro y mira a quien la tierra 31
a la vista de Tebas se tragó;
y de allí le gritaban: “Dónde caes 33
Anfiareo?, ¿por qué la guerra dejas?”
Y no dejó de rodar por el valle
hasta Minos, que a todos los agarra. 36
Mira cómo hizo pecho de su espalda:
pues mucho quiso ver hacia adelante,
mira hacia atrás y marcha reculando. 39
Mira a Tiresias, que mudó de aspecto 40
al hacerse mujer siendo varón
cambiándose los miembros uno a uno; 42
y después, golpear debía antes
las unidas serpientes, con la vara,
que sus viriles plumas recobrase. 45
Aronte es quien al vientre se le acerca, 46
que en los montes de Luni, que cultiva
el carrarés que vive allí debajo, 48
tuvo entre blancos mármoles la cueva
como mansión; donde al mirar los astros
y el mar, nada la vista le impedía. 51
Y aquella que las tetas se recubre,
que tú no ves, con trenzas desatadas,
y todo el cuerpo cubre con su pelo, 54
fue Manto, que corrió por muchas tierras; 55
y luego se afincó donde naci,
por lo que un poco quiero que me escuches: 57
Después de que su padre hubiera muerto,
y la ciudad de Baco esclavizada,
ella gran tiempo anduvo por el mundo. 60
En el norte de Italia se halla un lago,
al pie del Alpe que ciñe Alemania
sobre el Tirol, que Benago se llama. 63
Por mil fuentes, y aún más, el Apenino
ente Garda y Camónica se baña,
por el agua estancada en dicho lago. 66
En su medio hay un sitio, en que el trentino 67
pastor y el de Verona, y el de Brescia,
si ese camino hiciese, bendijera. 69
Se halla Pesquiera, arnés hermoso y fuerte, 70
frontera a bergamescos y brescianos,
en la ribera que en el sur le cerca. 72
En ese sitio se desborda todo
lo que el Benago contener no puede,
y entre verdes praderas se hace un río. 75
Tan pronto como el agua aprisa corre,
no ya Benago, mas Mencio se llama
hasta Governo, donde cae al Po. 78
Tras no mucho correr, encuentra un valle,
en el cual se dilata y empantana;
y en el estio se vuelve insalubre. 81
Pasando por allí la virgen fiera,
vio tierra en la mitad de aquel pantano,
sin cultivo y desnuda de habitantes. 84
Allí, para escapar de los humanos,
con sus siervas quedóse a hacer sus artes,
y vivió, y dejó allí su vano cuerpo. 87
Los hombres luego que vivían cerca,
se acogieron al sitio, que era fuerte,
pues el pantano aquel lo rodeaba. 90
Fundaron la ciudad sobre sus huesos;
y por quien escogió primero el sitio,
Mantua, sin otro augurio, la llamaron. 93
Sus moradores fueron abundantes,
antes que la torpeza de Casoldi, 95
de Pinamonte engaño recibiese. 96
Esto te advierto por si acaso oyeras
que se fundó de otro modo mi patria,
que a la verdad mentira alguna oculte.» 99
Y yo: «Maestro, tus razonamientos
me son tan ciertos y tan bien los creo,
que apagados carbones son los otros. 102
Mas dime, de la gente que camina,
si ves alguna digna de noticia,
pues sólo en eso mi mente se ocupa.» 105
Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro 106
la barba ofrece por la espalda oscura,
fue, cuando Grecia falta de varones 108
tanto, que había apenas en las cunas
augur, y con Calcante dio la orden
de cortar en Aulide las amarras. 111
Se llamaba Euripilo, y así canta
algún pasaje de mi gran tragedia:
tú bien lo sabes pues la sabes toda. 114
Aquel otro en los flancos tan escaso,
Miguel Escoto fue, quien en verdad 116
de los mágicos fraudes supo el juego. 117
Mira a Guido Bonatti, mira a Asdente,
que haber tomado el cuero y el bramante
ahora querría, mas tarde se acuerda; 120
Y a las tristes que el huso abandonaron, 121
las agujas y ruecas, por ser magas
y hechiceras con hierbas y figuras. 123
Mas ahora ven, que llega ya al confín
de los dos hemisferios, y a las ondas
bajo Sevilla, Caín con las zarzas, 126
y la luna ayer noche estaba llena:
bien lo recordarás, que no fue estorbo
alguna vez en esa selva oscura.» 129
Así me hablaba, y mientras caminábamos.

CANTO XXI
Así de puente en puente, conversando
de lo que mi Comedia no se ocupa,
subimos, y al llegar hasta la cima 3
nos paramos a ver la otra hondonada
de Malasbolsas y otros llantos vanos;
y la vi tenebrosamente oscura. 6
Como en los arsenales de Venecia
bulle pez pegajosa en el invierno
al reparar sus leños averiados, 9
que navegar no pueden; y a la vez
quién hace un nuevo leño, y quién embrea
los costados a aquel que hizo más rutas; 12
quién remacha la popa y quién la proa;
hacen otros los remos y otros cuerdas;
quién repara mesanas y trinquetas; 15
asi, sin fuego, por divinas artes,
bullía abajo una espesa resina,
que la orilla impregnaba en todos lados. 18
La veía, mas no veía en ella
más que burbujas que el hervor alzaba,
todas hincharse y explotarse luego. 21
Mientras allá miraba fijamente,
el poeta, diciendo: «¡Atento, atento!»
a él me atrajo del sitio en que yo estaba. 24
Me volvi entonces como aquel que tarda
en ver aquello de que huir conviene,
y a quien de pronto le acobarda el miedo, 27
y, por mirar, no demora la marcha;
y un diablo negro vi tras de nosotros,
que por la roca corriendo venía. 30
¡Ah, qué fiera tenía su apariencia,
y parecían cuán amenazantes
sus pies ligeros, sus abiertas alas! 33
En su hombro, que era anguloso y soberbio,
cargaba un pecador por ambas ancas,
agarrando los pies por los tendones. 36
«¡Oh Malasgarras --dijo desde el puente-,
os mando a un regidor de Santa Zita! 38
Ponedlo abajo, que voy a por otro 39
a esa tierra que tiene un buen surtido:
salvo Bonturo todos son venales; 41
del “ita” allí hacen “no” por el dinero.» 42
Abajo lo tiró, y por el escollo
se volvió, y nunca fue un mastín soltado
persiguiendo a un ladrón con tanta prisa. 45
Aquél se hundió, y se salía de nuevo;
mas los demonios que albergaba el puente
gritaron: «¡No está aquí la Santa Faz, 48
y no se nada aquí como en el Serquio!
así que, si no quieres nuestros garfios,
no te aparezcas sobre la resina.» 51
Con más de cien arpones le pinchaban,
dicen: «Cubierto bailar aquí debes,
tal que, si puedes, a escondidas hurtes.» 54
No de otro modo al pinche el cocinero
hace meter la carne en la caldera,
con los tridentes, para que no flote. 57
Y el buen Maestro: «Para que no sepan
que estás agua -me dijo- ve a esconderte
tras una roca que sirva de abrigo; 60
y por ninguna ofensa que me hagan,
debes temer, que bien conozco esto,
y otras veces me he visto en tales líos.» 63
Después pasó del puente a la otra parte;
y cuando ya alcanzó la sexta fosa;
le fue preciso un ánimo templado. 66
Con la ferocidad y con la saña
que los perros atacan al mendigo,
que de pronto se para y limosnea, 69
del puentecillo aquéllos se arrojaron,
y en contra de él volvieron los arpones;
mas él gritó: «¡Que ninguno se atreva! 72
Antes de que me pinchen los tridentes,
que se adelante alguno para oírme,
pensad bien si debéis arponearme.» 75
«¡Que vaya Malacola!» -se gritaron;
y uno salió de entre los otros quietos,
y vino hasta él diciendo: «¿De qué sirve?» 78
«Es que crees, Malacola, que me habrías
visto venir -le dijo mi maestroseguro
ya de todas vuestras armas, 81
sin el querer divino y diestro hado?
Déjame andar, que en el cielo se quiere
que el camino salvaje enseñe a otros.» 84
Su orgullo entonces fue tan abatido
que el tridente dejó caer al suelo,
y a los otros les dijo: «No tocarlo.» 87
Y el guía a mí: «Oh tú que allí te encuentras
tras las rocas del puente agazapado,
puedes venir conmigo ya seguro.» 90
Por lo que yo avancé hasta él deprisa;
y los diablos se echaron adelante,
tal que temí que el pacto no guardaran; 93
así yo vi temer a los infantes 94
yéndose, tras rendirse, de Caprona,
al verse ya entre tantos enemigos. 96
Yo me arrimé con toda mi persona
a mi guía, y los ojos no apartaba
de sus caras que no eran nada buenas. 99
Inclinaban los garfios: «¿Que le pinche
-decíanse- queréis, en el trasero?»
Y respondían: «Sí, pínchale fuerte.» 102
Pero el demonio aquel que había hablado
con mi guía, volvióse raudamente,
y dijo: «Para, para, Arrancapelos.» 105
Luego nos dijo: « Más andar por este 106
escollo no se puede, pues que yace
todo despedazado el arco sexto; 108
y si queréis seguir más adelante
podéis andar aquí, por esta escarpa:
hay otro escollo cerca, que es la ruta. 111
Ayer, cinco horas más que en esta hora, 112
mil y doscientos y sesenta y seis
años hizo, que aquí se hundió el camino. 114
Hacia allá mando a alguno de los míos
para ver si se escapa alguno de esos;
id con ellos, que no han de molestaros. 117
¡Adelante Aligacho, Patasfrías, 118
-él comenzó a decir- y tú, Malchucho;
y Barbatiesa guíe la decena. 120
Vayan detrás Salido y Ponzoñoso,
jabalí Colmilludo, Arañaperros,
el Tartaja y el loco del Berrugas. 123
Mirad en torno de la pez hirviente;
éstos a salvo lleguen al escollo
que todo entero va sobre la fosa.» 126
«¡Ay maestro, qué es esto que estoy viendo!
-dije- vayamos solos sin escolta,
si sabes ir, pues no la necesito. 129
Si eres tan avisado como sueles,
¿no ves cómo sus dientes les rechinan,
y su entrecejo males amenaza?» 132
Y él me dijo: «No quiero que te asustes;
déjalos que rechinen a su gusto,
pues hacen eso por los condenados.» 135
Dieron la vuelta por la orilla izquierda,
mas primero la lengua se mordieron
hacia su jefe, a manera de seña, 138
y él hizo una trompeta de su culo.


CANTO XXII
Caballeros he visto alzar el campo,
comenzar el combate, o la revista,
y alguna vez huir para salvarse; 3
en vuestra tierra he visto exploradores,
¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas, 5
hacer torneos y correr las justas, 6
ora con trompas, y ora con campanas,
con tambores, y hogueras en castillos,
con cosas propias y también ajenas; 9
mas nunca con tan rara cornamusa,
moverse caballeros ni pendones,
ni nave al ver una estrella o la tierra. 12
Caminábamos con los diez demonios,
¡fiera compaña!, mas en la taberna
con borrachos, con santos en la iglesia. 15
Mas a la pez volvía la mirada,
por ver lo que la bolsa contenía
y a la gente que adentro estaba ardiendo. 18
Cual los delfines hacen sus señales 19
con el arco del lomo al marinero,
que le preparan a que el leño salve, 21
por aliviar su pena, de este modo
enseñaban la espalda algunos de ellos,
escondiéndose en menos que hace el rayo. 24
Y como al borde del agua de un charco
hay renacuajos con el morro fuera,
con el tronco y las ancas escondidas, 27
se encontraban así los pecadores;
mas, como se acercaba Barbatiesa,
bajo el hervor volvieron a meterse. 30
Yo vi, y el corazón se me acongoja,
que uno esperaba, así como sucede 32
que una rana se queda y otra salta; 33
Y Arañaperros, que a su lado estaba,
le agarró por el pelo empegotado
y le sacó cual si fuese una nutria. 36
Ya de todos el nombre conocía,
pues lo aprendí cuando fueron nombrados,
y atento estuve cuando se llamaban. 39
«Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle
los garfios en la espalda y desollarlo»
gritaban todos juntos los malditos. 42
Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes,
saber quién es aquel desventurado,
llegado a manos de sus enemigos.» 45
Y junto a él se aproximó mi guía;
preguntó de dónde era, y él repuso:
«Fui nacido en el reino de Navarra. 48
Criado de un señor me hizo mi madre,
que me había engendrado de un bellaco,
destructor de si mismo y de sus cosas. 51
Después fui de la corte de Teobaldo: 52
allí me puse a hacer baratertas;
y en este caldo estoy rindiendo cuentas.» 54
Y Colmilludo a cuya boca asoman,
tal jabalí, un colmillo a cada lado,
le hizo sentir cómo uno descosía. 57
Cayó el ratón entre malvados gatos;
mas le agarró en sus brazos Barbatiesa,
y dijo: « Estaros quietos un momento.» 60
Y volviendo la cara a mi maestro
«Pregunta -dijo- aún, si más deseas
de él saber, antes que esos lo destrocen». 63
El guía entonces: «De los otros reos,
di ahora si de algún latino sabes
que esté bajo la pez.» Y él: «Hace poco 66
a uno dejé que fue de allí vecino.
¡Si estuviese con él aún recubierto
no temería tridentes ni garras!» 69
Y el Salido: «Esperamos ya bastante»,
dijo, y cogióle el brazo con el gancho,
tal que se llevó un trozo desgarrado. 72
También quiso agarrarle Ponzoñoso
piernas abajo; mas el decurión
miró a su alrededor con mala cara. 75
Cuando estuvieron algo más calmados,
a aquel que aún contemplaba sus heridas
le preguntó mi guía sin tardanza: 78
«¿Y quién es ése a quien enhoramala
dejaste, has dicho, por salir a flote?»
Y aquél repuso: «Fue el fraile Gomita, 81
el de Gallura, vaso de mil fraudes;
que apresó a los rivales de su amo,
consiguiendo que todos lo alabasen. 84
Cogió el dinero, y soltóles de plano,
como dice; y fue en otros menesteres,
no chico, mas eximio baratero. 87
Trata con él maese Miguel Zanque 88
de Logodoro; y hablan Cerdeña
sin que sus lenguas nunca se fatiguen. 90
¡Ay de mí! ved que aquél rechina el diente:
más te diría pero tengo miedo
que a rascarme la tiña se aparezcan.» 93
Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste,
cuyos ojos herirle amenazaban,
dijo: « Hazte a un lado, pájaro malvado.» 96
«Si queréis conocerles o escucharles
-volvió a empezar el preso temerosoharé
venir toscanos o lombardos; 99
pero quietos estén los Malasgarras
para que éstos no teman su venganza,
y yo, siguiendo en este mismo sitio, 102
por uno que soy yo, haré venir siete
cuando les silbe, como acostumbramos
hacer cuando del fondo sale alguno.» 105
Malchucho en ese instante alzó el hocico,
moviendo la cabeza, y dijo: «Ved
qué malicia pensó para escaparse.» 108
Mas él, que muchos trucos conocía
respondió: «¿Malicioso soy acaso,
cuando busco a los míos más tristeza?» 111
No se aguantó Aligacho, y, al contrario
de los otros, le dijo: «Si te tiras,
yo no iré tras de ti con buen galope, 114
mas batiré sobre la pez las alas;
deja la orilla y corre tras la roca;
ya veremos si tú nos aventajas.» 117
Oh tú que lees, oirás un nuevo juego:
todos al otro lado se volvieron,
y el primero aquel que era más contrario. 120
Aprovechó su tiempo el de Navarra;
fijó la planta en tierra, y en un punto
dio un salto y se escapó de su preboste. 123
Y por esto, culpables se sintieron,
más aquel que fue causa del desastre,
que se marchó gritando: «Ya te tengo.» 126
Mas de poco valió, pues que al miedoso
no alcanzaron las alas: se hundió éste,
y aquél alzó volando arriba el pecho. 129
No de otro modo el ánade de golpe,
cuando el halcón se acerca, se sumerge,
y éste, roto y cansado, se remonta. 132
Airado Patasfrías por la broma,
volando atrás, lo cogió, deseando
que aquél huyese para armar camorra; 135
y al desaparecer el baratero,
volvió las garras a su camarada,
tal que con él se enzarzó sobre el foso. 138
Fue el otro gavilán bien amaestrado,
sujetándole bien, y ambos cayeron
en la mitad de aquel pantano hirviente. 141
Los separó el calor a toda prisa,
pero era muy difícil remontarse,
pues tenían las alas pegajosas. 144
Barbatiesa, enfadado cual los otros,
a cuatro hizo volar a la otra parte,
todos con grafios y muy prestamente. 147
Por un lado y por otro descendieron:
echaron garfios a los atrapados,
que cocidos estaban en la costra, 150
y asi enredados los abandonamos.


CANTO XXIII
Callados, solos y sin compañía
caminábamos uno tras del otro,
lo mismo que los frailes franciscanos. 3
Vuelto había a la fábula de Esopo 4
mi pensamiento la presente riña,
donde él habló del ratón y la rana, 6
porque igual que «enseguida» y «al instante»,
se parecen las dos si se compara
el principio y el fin atentamente. 9
Y, cual de un pensamiento el otro sale,
así nació de aquel otro después,
que mi primer espanto redoblaba. 12
Yo así pensaba: «Si estos por nosotros
quedan burlados con daño y con befa,
supongo que estarán muy resentidos. 15
Si sobre el mal la ira se acrecienta,
ellos vendrán detrás con más crueldad
que el can lleva una liebre con los dientes.» 18
Ya sentía erizados los cabellos
por el miedo y atrás atento estaba
cuando dije: «Maestro, si escondite 21
no encuentras enseguida, me amedrentan
los Malasgarras: vienen tras nosotros:
tanto los imagino que los siento.» 24
Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio,
tu imagen exterior no copiaría
tan pronto en mí, cual la de dentro veo; 27
tras mi pensar el tuyo ahora venía,
con igual acto y con la misma cara,
que un único consejo hago de entrambos. 30
Si hacia el lado derecho hay una cuesta,
para poder bajar a la otra bolsa,
huiremos de la caza imaginada.» 33
Este consejo apenas proferido,
los vi venir con las alas extendidas,
no muy de lejos, para capturarnos. 36
De súbito mi guía me cogió
cual la madre que al ruido se despierta
y ve cerca de sí la llama ardiente, 39
que coge al hijo y huye y no se para,
teniendo, más que de ella, de él cuidado,
aunque tan sólo vista una camisa. 42
Y desde lo alto de la dura margen,
de espaldas resbaló por la pendiente,
que cierra la otra bolsa por un lado. 45
No corre por la aceña agua tan rauda,
para mover la rueda del molino,
cuando más a los palos se aproxima, 48
cual mi maestro por aquel barranco,
sosteniéndome encima de su pecho,
como a su hijo, y no cual compañero. 51
Y llegaron sus pies al lecho apenas
del fondo, cuando aquéllos a la cima
sobre nosotros; pero no temíamos, 54
pues la alta providencia que los quiere
hacer ministros de la quinta fosa,
poder salir de allí no les permite. 57
Allí encontramos a gente pintada 58
que alrededor marchaba a lentos pasos,
llorando fatigados y abatidos. 60
Tenían capas con capuchas bajas
hasta los ojos, hechas del tamaño
que se hacen en Cluní para los monjes: 63
por fuera son de oro y deslumbrantes,
mas por dentro de plomo, y tan pesadas
que Federico de paja las puso. 66
¡Oh eternamente fatigoso manto!
Nosotros aún seguimos por la izquierda
a su lado, escuchando el triste lloro; 69
mas cansados aquéllos por el peso,
venían tan despacio, que con nuevos
compañeros a cada paso estábamos. 72
Por lo que dije al guía: «Ve si encuentras
a quien de nombre o de hechos se conozca,
y los ojos, andando, mueve entorno.» 75
Uno entonces que oyó mi hablar toscano,
de detrás nos gritó: « Parad los pasos,
los que corréis por entre el aire oscuro. 78
Tal vez tendrás de mí lo que buscabas.»
Y el guía se volvió y me dijo: «Espera,
y luego anda conforme con sus pasos.» 81
Me detuve, y vi a dos que una gran ansia
mostraban, en el rostro, de ir conmigo,
mas la carga pesaba y el sendero. 84
Cuando estuvieron cerca, torvamente,
me remiraron sin decir palabra;
luego a sí se volvieron y decían: 87
«Ése parece vivo en la garganta;
y, si están muertos ¿por qué privilegio
van descubiertos de la gran estola?» 90
Dijéronme: «Oh Toscano, que al colegio
de los tristes hipócritas viniste,
dinos quién eres sin tener reparo.» 93
«He nacido y crecido -les repuseen
la gran villa sobre el Arno bello, 95
y con el cuerpo estoy que siempre tuve. 96
¿Quién sois vosotros, que tanto os destila
el dolor, que así veo por el rostro,
y cuál es vuestra pena que reluce?» 99
«Estas doradas capas -uno dijoEste
son de plomo, tan gruesas, que los pesos
hacen así chirriar a sus balanzas. 102
Frailes gozosos fuimos, boloñeses; 103
yo Catalano y éste Loderingo
llamados, y elegidos en tu tierra, 105
como suele nombrarse a un imparcial
por conservar la paz; y fuimos tales
que en torno del Gardingo aún puede verse.» 108
Yo comencé: «Oh hermanos, vuestros males »
No dije más, porque vi por el suelo
a uno crucificado con tres palos. 111
Al verme, por entero se agitaba,
soplándose en la barba con suspiros;
y el fraile Catalán que lo advirtió, 114
me dijo: «El condenado que tú miras, 115
dijo a los fariseos que era justo
ajusticiar a un hombre por el pueblo. 117
Desnudo está y clavado en el camino
como ves, y que sienta es necesario
el peso del que pasa por encima; 120
y en tal modo se encuentra aquí su suegro 121
en este foso, y los de aquel concilio
que a los judíos fue mala semilla.» 123
Vi que Virgilio entonces se asombraba 124
por quien se hallaba allí crucificado,
en el eterno exilio tan vilmente. 126
Después dirigió al fraile estas palabras:
«No os desagrade, si podéis, decirnos
si existe alguna trocha a la derecha, 129
por la cual ambos dos salir podamos,
sin obligar a los ángeles negros,
a que nos saquen de este triste foso.» 132
Repuso entonces: «Antes que lo esperes,
hay un peñasco, que de la gran roca
sale, y que cruza los terribles valles, 135
salvo aquí que está roto y no lo salva.
Subir podréis arriba por la ruina
que yace al lado y el fondo recubre.» 138
El guía inclinó un poco la cabeza:
dijo después: « Contaba mal el caso
quien a los pecadores allí ensarta.» 141
Y el fraile: « Ya en Bolonia oí contar
muchos vicios del diablo, y entre otros
que es mentiroso y padre del embuste.» 144
Rápidamente el guía se marchó,
con el rostro turbado por la ira;
y yo me separé de los cargados, 147
detrás siguiendo las queridas plantas.


CANTO XXIV
En ese tiempo en el que el año es joven 1
y el sol sus crines bajo Acuario templa,
y las noches se igualan con los días, 3
cuando la escarcha en tierra se asemeja
a aquella imagen de su blanca hermana,
mas poco dura el temple de su pluma; 6
el campesino falto de forraje,
se levanta y contempla la campiña
toda blanca, y el muslo se golpea, 9
vuelve a casa, y aquí y allá se duele,
tal mezquino que no sabe qué hacerse;
sale de nuevo, y cobra la esperanza, 12
viendo que al monte ya le cambió el rostro
en pocas horas, toma su cayado,
y a pacer fuera saca las ovejas. 15
De igual manera me asustó el maestro
cuando vi que su frente se turbaba,
mas pronto al mal siguió la medicina; 18
pues, al llegar al derruido puente,
el guía se volvió a mí con el rostro
dulce que vi al principio al pie del monte; 21
abrió los brazos, tras de haber tomado
una resolución, mirando antes
la ruina bien, y se acercó a empinarme. 24
Y como el que trabaja y que calcula,
que parece que todo lo prevea,
igual, encaramándome a la cima 27
de un peñasco, otra roca examinaba,
diciendo: «Agárrate luego de aquélla;
pero antes ve si puede sostenerte.» 30
No era un camino para alguien con capa,
pues apenas, él leve, yo sujeto,
podíamos subir de piedra en piedra. 33
Y si no fuese que en aquel recinto
más corto era el camino que en los otros,
no sé de él, pero yo vencido fuera. 36
Mas como hacia la boca Malasbolsas
del pozo más profundo toda pende,
la situación de cada valle hace 39
que se eleve un costado y otro baje;
y así llegamos a la punta extrema,
donde la última piedra se destaca. 42
Tan ordeñado del pulmón estaba
mi aliento en la subida, que sin fuerzas
busqué un asiento en cuanto que llegamos. 45
«Ahora es preciso que te despereces
-dijo el maestro-, pues que andando en plumas
no se consigue fama, ni entre colchas; 48
el que la vida sin ella malgasta
tal vestigio en la tierra de sí deja,
cual humo en aire o en agua la espuma. 51
Así que arriba: vence la pereza
con ánimo que vence cualquier lucha,
si con el cuerpo grave no lo impide. 54
Hay que subir una escala aún más larga; 55
haber huido de éstos no es bastante:
si me entiendes, procura que te sirva.» 57
Alcé entonces, mostrándome provisto
de un ánimo mayor del que tenía,
« Vamos -dije-. Estoy fuerte y animoso.» 60
Por el derrumbe empezamos a andar,
que era escarpado y rocoso y estrecho,
y mucho más pendiente que el de antes. 63
Hablando andaba para hacerme el fuerte;
cuando una voz salió del otro foso,
que incomprensibles voces profería. 66
No le entendí, por más que sobre el lomo
ya estuviese del arco que cruzaba:
mas el que hablaba parecía airado. 69
Miraba al fondo, mas mis ojos vivos,
por lo oscuro, hasta el fondo no llegaban,
por lo que yo: «Maestro alcanza el otro 72
recinto, y descendamos por el muro;
pues, como escucho a alguno que no entiendo,
miro así al fondo y nada reconozco. 75
«Otra respuesta -dijo- no he de darte
más que hacerlo; pues que demanda justa
se ha de cumplir con obras, y callando.» 78
Desde lo alto del puente descendimos
donde se cruza con la octava orilla,
luego me fue la bolsa manifiesta; 81
y yo vi dentro terrible maleza
de serpientes, de especies tan distintas,
que la sangre aún me hiela el recordarlo. 84
Más no se ufane Libia con su arena; 85
que si quelidras, yáculos y faras
produce, y cancros con anfisibenas, 87
ni tantas pestilencias, ni tan malas,
mostró jamás con la Etiopía entera,
ni con aquel que está sobre el mar Rojo. 90
Entre el montón tristísimo corrían
gentes desnudas y aterrorizadas,
sin refugio esperar o heliotropía: 93
esposados con sierpes a la espalda;
les hincaban la cola y la cabeza
en los riñones, encima montadas. 96
De pronto a uno que se hallaba cerca,
se lanzó una serpiente y le mordió
donde el cuello se anuda con los hombros. 99
Ni la O tan pronto, ni la I, se escribe,
cual se encendió y ardió, y todo en cenizas
se convirtió cayendo todo entero; 102
y luego estando así deshecho en tierra
amontonóse el polvo por si solo,
y en aquel mismo se tornó de súbito. 105
Así los grandes sabios aseguran
que muere el Fénix y después renace, 107
cuando a los cinco siglos ya se acerca: 108
no pace en vida cebada ni hierba,
sólo de incienso lágrimas y amomo,
y nardo y mirra son su último nido. 111
Y como aquel que cae sin saber cómo,
porque fuerza diabólica lo tira,
o de otra opilación que liga el ánimo, 114
que levantado mira alrededor,
muy conturbado por la gran angustia
que le ha ocurrido, y suspira al mirar: 117
igual el pecador al levantarse.
¡Oh divina potencia, cuán severa,
que tales golpes das en tu venganza! 120
El guía preguntó luego quién era:
y él respondió: «Lloví de la Toscana,
no ha mucho tiempo, en este fiero abismo. 123
Vida de bestia me plació, no de hombre,
como al mulo que fui: soy Vanni Fucci 125
bestia, y Pistoya me fue buena cuadra.» 126
Y yo a mi guía: «Dile que no huya,
y pregunta qué culpa aquí le arroja;
que hombre le vi de maldad y de sangre.» 129
Y el pecador, que oyó, no se escondía,
mas volvió contra mí el ánimo y rostro,
y de triste vergüenza enrojeció; 132
y dijo: «Más me duele que me halles
en la miseria en la que me estás viendo,
que cuando fui arrancado en la otra vida. 135
Yo no puedo ocultar lo que preguntas:
aquí estoy porque fui en la sacristía
ladrón de los hermosos ornamentos, 138
y acusaron a otro hombre falsamente;
mas porque no disfrutes al mirarme,
si del lugar oscuro tal vez sales, 141
abre el oído y este anuncio escucha:
Pistoya de los negros enflaquece: 143
luego en Florencia cambian gente y modos. 144
De Val de Magra Marte manda un rayo
rodeado de turbios nubarrones;
y en agria tempestad impetuosa, 147
sobre el campo Piceno habrá un combate; 148
y de repente rasgará la niebla,
de modo que herirá a todos los blancos. 150
¡Esto te digo para hacerte daño!»


CANTO XXV
El ladrón al final de sus palabras,
alzó las manos con un par de higas, 2
gritando: «Toma, Dios, te las dedico.» 3
Desde entonces me agradan las serpientes,
pues una le envolvió entonces el cuello,
cual si dijese: «No quiero que sigas»; 6
y otra a los brazos, y le sujetó
ciñéndose a sí misma por delante.
que no pudo con ella ni moverse. 9
¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas 10
incinerarte, así que más no dures,
pues superas en mal a tus mayores! 12
En todas las regiones del infierno
no vi a Dios tan soberbio algún espíritu,
ni el que cayó de la muralla en Tebas. 15
Aquel huyó sin decir más palabra;
y vi venir a un centauro rabioso,
llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?» 18
No creo que Maremma tantas tenga,
cuantas bichas tenía por la grupa,
hasta donde comienzan nuestras formas. 21
Encima de los hombros, tras la nuca,
con las alas abiertas, un dragón
tenía; y éste quema cuanto toca. 24
Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco, 25
que, bajo el muro del monte Aventino,
hizo un lago de sangre muchas veces. 27
No va con sus hermanos por la senda,
por el hurto que fraudulento hizo
del rebaño que fue de su vecino; 30
hasta acabar sus obras tan inicuas
bajo la herculea maza, que tal vez
ciento le dio, mas no sintió el deceno.» 33
Mientras que así me hablaba, se marchó,
y a nuestros pies llegaron tres espíritus, 35
sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos, 36
hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»:
por lo cual dimos fin a nuestra charla,
y entonces nos volvimos hacia ellos. 39
Yo no les conocí, pero ocurrió,
como suele ocurrir en ocasiones,
que tuvo el uno que llamar al otro, 42
diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?»
Y yo, para que el guía se fijase,
del mentón puse el dedo a la nariz. 45
Si ahora fueras, lector, lento en creerte
lo que diré, no será nada raro,
pues yo lo vi, y apenas me lo creo. 48
A ellos tenía alzada la mirada,
y una serpiente con seis pies a uno,
se le tira, y entera se le enrosca. 51
Los pies de en medio cogiéronle el vientre,
los de delante prendieron sus brazos,
y después le mordió las dos mejillas. 54
Los delanteros lanzóle a los muslos
y le metió la cola entre los dos,
y la trabó detrás de los riñones. 57
Hiedra tan arraigada no fue nunca
a un árbol, como aquella horrible fiera
por otros miembros enroscó los suyos. 60
Se juntan luego, tal si cera ardiente
fueran, y mezclan así sus colores,
no parecían ya lo que antes eran, 63
como se extiende a causa del ardor,
por el papel, ese color oscuro,
que aún no es negro y ya deja de ser blanco. 66
Los otros dos miraban, cada cual
gritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!
¡mira que ya no sois ni dos ni uno! 69
Las dos cabezas eran ya una sola,
y mezcladas se vieron dos figuras
en una cara, donde se perdían. 72
Cuatro miembros hiciéronse dos brazos;
los muslos con las piernas, vientre y tronco
en miembros nunca vistos se tornaron. 75
Ya no existian las antiguas formas:
dos y ninguna la perversa imagen
parecía; y se fue con paso lento. 78
Como el lagarto bajo el gran azote
de la canícula, al cambiar de seto,
parece un rayo si cruza el camino; 81
tal parecía, yendo a las barrigas
de los restantes, una sierpe airada,
tal grano de pimienta negra y livida; 84
y en aquel sitio que primero toma
nuestro alimento, a uno le golpea;
luego al suelo cayó a sus pies tendida. 87
El herido miró, mas nada dijo;
antes, con los pies quietos, bostezaba,
como si fiebre o sueño le asaltase. 90
Él a la sierpe, y ella a él miraba;
él por la llaga, la otra por la boca
humeaban, el humo confundiendo. 93
Calle Lucano ahora donde habla
del mísero Sabello y de Nasidio, 95
y espere a oír aquello que describo. 96
Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa; 97
que si aquél en serpiente, en fuente a ésta
convirtió, poetizando, no le envidio; 99
que frente a frente dos naturalezas
no trasmutó, de modo que ambas formas
a cambiar dispusieran sus materias. 102
Se respondieron juntos de tal modo,
que en dos partió su cola la serpiente,
y el herido juntaba las dos hormas. 105
Las piernas con los muslos a sí mismos
tal se unieron, que a poco la juntura
de ninguna manera se veía. 108
Tomó la cola hendida la figura
que perdía aquel otro, y su pellejo
se hacía blando y el de aquélla, duro. 111
Vi los brazos entrar por las axilas,
y los pies de la fiera, que eran cortos,
tanto alargar como acortarse aquéllos. 114
Luego los pies de atrás, torcidos juntos, 115
el miembro hicieron que se oculta el hombre,
y el misero del suyo hizo dos patas. 117
Mientras el humo al uno y otro empaña
de color nuevo, y pelo hace crecer
por una parte y por la otra depila, 120
cayó el uno y el otro levantóse,
sin desviarse la mirada impía,
bajo la cual cambiaban sus hocicos. 123
El que era en pie lo trajo hacia las sienes,
y de mucha materia que allí había,
salió la oreja del carrillo liso; 126
lo que no fue detrás y se retuvo
de aquel sobrante, a la nariz dio forma,
y engrosó los dos labios, cual conviene. 129
El que yacía, el morro adelantaba,
y escondió en la cabeza las orejas,
como del caracol hacen los cuernos. 132
Y la lengua, que estaba unida y presta
para hablar antes, se partió; y la otra
partida, se cerró; y cesó ya el humo. 135
El alma que era en fiera convertida,
se echó a correr silbando por el valle,
y la otra, en pos de ella, hablando escupe. 138
Luego volvióle las espaldas nuevas,
y dijo al otro: «Quiero que ande Buso
como hice yo, reptando, su camino.» 141
Así yo vi la séptima zahúrda
mutar y trasmutar; y aquí me excuse
la novedad, si oscura fue la pluma. 144
Y sucedió que, aunque mi vista fuese
algo confusa, y encogido el ánimo,
no pudieron huir, tan a escondidas 147
que no les viese bien, Puccio Sciancato
-de los tres compañeros era el único
que no cambió de aquellos que vinieron- 150
era el otro a quien tú, Gaville, lloras,


CANTO XXVI
¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande,
que por mar y por tierra bate alas,
y en el infierno se expande tu nombre! 3
Cinco nobles hallé entre los ladrones
de tus vecinos, de donde me vino
vergüenza, y para ti no mucha honra. 6
Mas si el soñar al alba es verdadero, 7
conocerás, de aquí a no mucho tiempo,
lo que Prato, no ya otras, te aborrece. 9
No fuera prematuro, si ya fuese:
¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe!
que más me pesará, cuanto envejezco. 12
Nos marchamos de allí, y por los peldaños
que en la bajada nos sirvieron antes,
subió mi guía y tiraba de mí. 15
Y siguiendo el camino solitario,
por los picos y rocas del escollo,
sin las manos, el pie no se valía. 18
Entonces me dolió, y me duele ahora,
cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo,
y el ingenio refreno más que nunca, 21
porque sin guía de virtud no corra;
tal que, si buena estrella, o mejor cosa,
me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie. 24
Cuantas el campesino que descansa
en la colina, cuando aquel que alumbra
el mundo, oculto menos tiene el rostro, 27
cuando a las moscas siguen los mosquitos,
luciérnagas contempla allá en el valle,
en el lugar tal vez que ara y vendimia; 30
toda resplandecía en llamaradas
la bolsa octava, tal como advirtiera
desde el sitio en que el fondo se veía. 33
Y como aquel que se vengó con osos, 34
vio de Elías el carro al remontarse,
y erguidos los caballos a los cielos, 36
que con los ojos seguir no podia,
ni alguna cosa ver salvo la llama,
como una nubecilla que subiese; 39
tal se mueven aquéllas por la boca
del foso, mas ninguna enseña el hurto,
y encierra un pecador cada centella. 42
Yo estaba tan absorto sobre el puente,
que si una roca no hubiese agarrado,
sin empujarme hubiérame caído. 45
Y viéndome mi guía tan atento
dijo: « Dentro del fuego están las almas,
todas se ocultan en donde se queman.» 48
«Maestro -le repuse-, al escucharte
estoy más cierto, pero ya he notado
que así fuese, y decírtelo quería: 51
¿quién viene en aquel fuego dividido,
que parece surgido de la pira
donde Eteocles fue puesto con su hermano?» 54
Me respondió: «Allí dentro se tortura
a Ulises y a Diomedes, y así juntos 56
en la venganza van como en la ira; 57
y dentro de su llama se lamenta
del caballo el ardid, que abrió la puerta
que fue gentil semilla a los romanos. 60
Se llora la traición por la que, muerta,
aún Daidamia se duele por Aquiles,
y por el Paladión se halla el castigo.» 63
«Si pueden dentro de aquellas antorchas
hablar -le dije- pídote, maestro,
y te suplico, y valga mil mi súplica, 66
que no me impidas que aguardar yo pueda
a que la llama cornuda aquí llegue;
mira cómo a ellos lleva mi deseo.» 69
Y él me repuso: «Es digno lo que pides
de mucha loa, y yo te lo concedo;
pero procura reprimir tu lengua. 72
Déjame hablar a mí, pues que comprendo
lo que quieres; ya que serán esquivos
por ser griegos, tal vez, a tus palabras.» 75
Cuando la llama hubo llegado a donde
lugar y tiempo pareció a mi guía,
yo le escuché decir de esta manera: 78
«¡Oh vosotros que sois dos en un fuego,
si os merecí, mientras que estaba vivo,
si os merecí, bien fuera poco o mucho, 81
cuando altos versos escribí en el mundo,
no os alejéis; mas que alguno me diga
dónde, por él perdido, halló la muerte.» 84
El mayor cuerno de la antigua llama
empezó a retorcerse murmurando,
tal como aquella que el viento fatiga; 87
luego la punta aquí y acá moviendo,
cual si fuese una lengua la que hablara,
fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando 90
me separé de Circe, que sustrajóme
más de un año allí junto a Gaeta,
antes de que así Eneas la llamase, 93
ni la filial dulzura, ni el cariño
del viejo padre, ni el amor debido,
que debiera alegrar a Penélope, 96
vencer pudieron el ardor interno
que tuve yo de conocer el mundo,
y el vicio y la virtud de los humanos; 99
mas me arrojé al profundo mar abierto, 100
con un leño tan sólo, y la pequeña
tripulación que nunca me dejaba. 102
Un litoral y el otro vi hasta España,
y Marruecos, y la isla de los sardos,
y las otras que aquel mar baña en torno. 105
Viejos y tardos ya nos encontrábamos,
al arribar a aquella boca estrecha
donde Hércules plantara sus columnas, 108
para que el hombre más allá no fuera:
a mano diestra ya dejé Sevilla,
y la otra mano se quedaba Ceuta.» 111
«Oh hermanos -dije-, que tras de cien mil
peligros a occidente habéis llegado,
ahora que ya es tan breve la vigilia 114
de los pocos sentidos que aún nos quedan,
negaros no queráis a la experiencia,
siguiendo al sol, del mundo inhabitado. 117
Considerar cuál es vuestra progenie:
hechos no estáis a vivir como brutos,
mas para conseguir virtud y ciencia.» 120
A mis hombres les hice tan ansiosos
del camino con esta breve arenga,
que no hubiera podido detenerlos; 123
y vuelta nuestra proa a la mañana, 124
alas locas hicimos de los remos,
inclinándose siempre hacia la izquierda. 126
Del otro polo todas las estrellas
vio ya la noche, y el nuestro tan bajo
que del suelo marino no surgía. 129
Cinco veces ardiendo y apagada
era la luz debajo de la luna,
desde que al alto paso penetramos, 132
cuando vimos una montaña, oscura
por la distancia, y pareció tan alta
cual nunca hubiera visto monte alguno. 135
Nos alegramos, mas se volvió llanto:
pues de la nueva tierra un torbellino
nació, y le golpeó la proa al leño. 138
Le hizo girar tres veces en las aguas;
a la cuarta la popa alzó a lo alto,
bajó la proa -como Aquél lo quiso- 141
hasta que el mar cerró sobre nosotros.


CANTO XXVII
Quieta estaba la llama ya y derecha
para no decir más, y se alejaba
con la licencia del dulce poeta, 3
cuando otra, que detrás de ella venía,
hizo volver los ojos a su punta,
porque salía de ella un son confuso. 6
Como mugía el toro siciliano 7
que primero mugió, y eso fue justo,
con el llanto de aquel que con su lima 9
lo templó, con la voz del afligido,
que, aunque estuviese forjado de bronce,
de dolor parecía traspasado; 12
así, por no existir hueco ni vía
para salir del fuego, en su lenguaje
las palabras amargas se tornaban. 15
Mas luego al encontrar ya su camino
por el extremo, con el movimiento
que la lengua le diera con su paso, 18
escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo
la voz y que has hablado cual lombardo,
diciendo: “Vete ya; más no te incito”, 21
aunque he llegado acaso un poco tarde,
no te pese el quedarte a hablar conmigo:
¡Mira que no me pesa a mí, que ardo! 24
Si tú también en este mundo ciego
has oído de aquella dulce tierra
latina, en que yo fui culpable, dime 27
si tiene la Romaña paz o guerra;
pues yo naci en los montes entre Urbino
y el yugo del que el Tiber se desata.» 30
Inclinado y atento aún me encontraba,
cuando al costado me tocó mi guía,
diciéndome: «Habla tú, que éste es latino.» 33
Yo, que tenía la respuesta pronta,
comencé a hablarle sin demora alguna:
«Oh alma que te escondes allá abajo, 36
tu Romaña no está, no estuvo nunca,
sin guerra en el afán de sus tiranos;
mas palpable ninguna dejé ahora. 39
Rávena está como está ha muchos años: 40
le los Polenta el águila allí anida,
al que a Cervia recubre con sus alas. 42
La tierra que sufrió la larga prueba 43
hizo de francos un montón sangriento,
bajo las garras verdes permanece. 45
El mastín viejo y joven de Verruchio, 46
que mala guardia dieron a Montaña,
clavan, donde solían, sus colmillos. 48
Las villas del Santerno y del Camone 49
manda el leoncito que campea en blanco,
que de verano a invierno el bando muda; 51
y aquella cuyo flanco el Savio baña, 52
como entre llano y monte se sitúa,
vive entre estado libre y tiranía. 54
Ahora quién eres, pido que me cuentes:
no seas más duro que lo fueron otros;
tu nombre así en el mundo tenga fama.» 57
Después que el fuego crepitó un momento
a su modo, movió la aguda punta
de aquí, de allí, y después lanzó este soplo: 60
«Si creyera que diese mi respuesta
a persona que al mundo regresara,
dejaría esta llama de agitarse; 63
pero, como jamás desde este fondo
nadie vivo volvió, si bien escucho,
sin temer a la infamia, te contestó: 66
Guerrero fui, y después fui cordelero,
creyendo, así ceñido, hacer enmienda,
y hubiera mi deseo realizado, 69
si a las primeras culpas, el gran Preste,
que mal haya, tornado no me hubiese;
y el cómo y el porqué, quiero que escuches: 72
Mientras que forma fui de carne y huesos
que mi madre me dio, fueron mis obras
no leoninas sino de vulpeja; 75
las acechanzas, las ocultas sendas
todas las supe, y tal llevé su arte,
que iba su fama hasta el confín del mundo. 78
Cuando vi que llegaba a aquella parte
de mi vida, en la que cualquiera debe
arriar las velas y lanzar amarras, 81
lo que antes me plació, me pesó entonces,
y arrepentido me volví y confeso,
¡ah miserable!, y me hubiera salvado. 84
El príncipe de nuevos fariseos, 85
haciendo guerra cerca de Letrán,
y no con sarracenos ni judíos, 87
que su enemigo todo era cristiano, 88
y en la toma de Acre nadie estuvo
ni comerciando en tierras del Sultán; 90
ni el sumo oficio ni las sacras órdenes
en sí guardó, ni en mí el cordón aquel
que suele hacer delgado a quien lo ciñe. 93
Pero, como a Silvestre Constantino, 94
allí en Sirati a curarle de lepra,
así como doctor me llamó éste 96
para curarle la soberbia fiebre:
pidióme mi consejo, y yo callaba,
pues sus palabras ebrias parecían. 99
Luego volvió a decir: «Tu alma no tema;
de antemano te absuelvo; enséñame
la forma de abatir a Penestrino. 102
El cielo puedo abrir y cerrar puedo,
porque son dos las llaves, como sabes,
que mi predecesor no tuvo aprecio.» 105
Los graves argumentos me punzaron
y, pues callar peor me parecia,
le dije: “Padre, ya que tú me lavas 108
de aquel pecado en el que caigo ahora,
larga promesa de cumplir escaso 110
hará que triunfes en el alto solio.” 111
Luego cuando morí, vino Francisco, 112
mas uno de los negros querubines
le dijo: “No lo lleves: no me enfades. 114
Ha de venirse con mis condenados,
puesto que dio un consejo fraudulento,
y le agarro del pelo desde entonces; 117
que a quien no se arrepiente no se absuelve,
ni se puede querer y arrepentirse,
pues la contradicción no lo consiente.” 120
¡Oh miserable, cómo me aterraba
al agarrarme diciéndome: “¿Acaso
no pensabas que lógico yo fuese?” 123
A Minos me condujo, y ocho veces
al duro lomo se ciñó la cola,
y después de morderse enfurecido, 126
dijo: “Este es reo de rabiosa llama”,
por lo cual donde ves estoy perdido
y, así vestido, andando me lamento.» 129
Cuando hubo terminado su relato,
se retiró la llama dolorida,
torciendo y debatiendo el cuerno agudo. 132
A otro lado pasamos, yo y mi guía,
por cima del escollo al otro arco
que cubre el foso, donde se castiga 135
a los que, discordiando, adquieren pena.


CANTO XXVIII
Aun si en prosa lo hiciese, ¿quién podría
de tanta sangre y plagas como vi
hablar, aunque contase mochas veces? 3
En verdad toda lengua fuera escasa
porque nuestro lenguaje y nuestra mente
no tienen juicio para abarcar tanto. 6
Aunque reuniesen a todo aquel gentío 7
que allí sobre la tierra infortunada
de Apulia, foe de su sangre doliente 9
por los troyanos y la larga guerra
que tan grande despojo hizo de anillos,
cual Livio escribe, y nunca se equivoca; 12
y quien sufrió los daños de los golpes
por oponerse a Roberto Guiscardo;
y la otra cuyos huesos aún se encuentran 15
en Caperano, donde fue traidor 16
todo el pullés; y la de Tegliacozzo,
que venció desarmado el viejo Alardo, 18
y cuál cortado y cuál roto su miembro
mostrase, vanamente imitaría
de la novena bolsa el modo inmundo. 21
Una cuba, que duela o fondo pierde,
como a uno yo vi, no se vacía,
de la barbilla abierto al bajo vientre; 24
por las piernas las tripas le colgaban,
vela la asadura, el triste saco
que hace mierda de todo lo que engulle. 27
Mientras que en verlo todo me ocupaba,
me miró y con la mano se abrió el pecho
diciendo: «¡Mira cómo me desgarro! 30
imira qué tan maltrecho está Mahoma! 31
Delante de mí Alí llorando marcha, 32
rota la cara del cuello al copete. 33
Todos los otros que tú ves aquí,
sembradores de escándalo y de cisma
vivos fueron, y así son desgarrados. 36
Hay detrás un demonio que nos abre,
tan crudamente, al tajo de la espada,
cada cual de esta fila sometiendo, 39
cuando la vuelta damos al camino;
porque nuestras heridas se nos cierran
antes que otros delante de él se pongan. 42
Mas ¿quién eres, que husmeas en la roca,
tal vez por retrasar ir a la pena,
con que son castigadas tus acciones?» 45
«Ni le alcanza aún la muerte, ni el castigo
-respondió mi maestro- le atormenta;
mas, por darle conocimiento pleno, 48
yo, que estoy muerto, debo conducirlo
por el infierno abajo vuelta a vuelta:
y esto es tan cierto como que te hablo.» 51
Mas de cien hubo que, cuando lo oyeron,
en el foso a mirarme se pararon
llenos de asombro, olvidando el martirio. 54
« Pues bien, di a Fray Dolcín que se abastezca,
tú que tal vez verás el sol en breve, 56
si es que no quiere aquí seguirme pronto, 57
tanto, que, rodeado por la nieve,
no deje la victoria al de Novara, 59
que no sería fácil de otro modo.» 60
Después de alzar un pie para girarse,
estas palabras díjome Mahoma;
luego al marcharse lo fijó en la tierra. 63
Otro, con la garganta perforada,
cortada la nariz hasta las cejas,
que una oreja tenía solamente, 66
con los otros quedó, maravillado,
y antes que los demás, abrió el gaznate,
que era por fuera rojo por completo; 69
y dijo: «Oh tú a quien culpa no condena
y a quien yo he visto en la tierra latina,
si mucha semejanza no me engaña, 72
acuérdate de Pier de Medicina, 73
si es que vuelves a ver el dulce llano,
que de Vercelli a Marcabó desciende. 75
Y haz saber a los dos grandes de Fano, 76
a maese Guido y a maese Angiolello,
que, si no es vana aquí la profecía, 78
arrojados serán de su bajel,
y agarrotados cerca de Cattolica,
por traición de tirano fementido. 81
Entre la isla de Chipre y de Mallorca
no vio nunca Neptuno tal engaño,
no de piratas, no de gente argólica. 84
Aquel traidor que ve con sólo uno,
y manda en el país que uno a mi lado
quisiera estar ayuno de haber visto, 87
ha de hacerles venir a una entrevista;
luego hará tal, que al viento de Focara
no necesitarán preces ni votos.» 90
Y yo le dije: «Muéstrame y declara,
si quieres que yo lleve tus noticias,
quién es el de visita tan amarga.» 93
Puso entonces la mano en la mejilla
de un compañero, y abrióle la boca,
gritando: «Es éste, pero ya no habla; 96
éste, exiliado, sembraba la duda, 97
diciendo a César que el que está ya listo
siempre con daño el esperar soporta.» 99
¡Oh cuán acobardado parecía,
con la lengua cortada en la garganta,
Curión que en el hablar fue tan osado! 102
Y uno, con una y otra mano mochas,
que alzaba al aire oscuro los muñones,
tal que la sangre le ensuciaba el rostro, 105
gritó: «Te acordarás también del Mosca, 106
que dijo: “Lo empezado fin requiere”,
que fue mala simiente a los toscanos.» 108
Y yo le dije: «Y muerte de tu raza.» 109
Y él, dolor a dolor acumulado,
se fue como persona triste y loca. 111
Mas yo quedé para mirar el grupo,
y vi una cosa que me diera miedo,
sin más pruebas, contarla solamente, 114
si no me asegurase la conciencia,
esa amiga que al hombre fortifica
en la confianza de sentirse pura. 117
Yo vi de cierto, y parece que aún vea,
un busto sin cabeza andar lo mismo
que iban los otros del rebaño triste; 120
la testa trunca agarraba del pelo,
cual un farol llevándola en la mano;
y nos miraba, y «¡Ay de mí!» decía. 123
De sí se hacía a sí mismo lucerna,
y había dos en uno y uno en dos:
cómo es posible sabe Quien tal manda. 126
Cuando llegado hubo al pie del puente,
alzó el brazo con toda la cabeza,
para decir de cerca sus palabras, 129
que fueron: «Mira mi pena tan cruda
tú que, inspirando vas viendo a los muertos;
mira si alguna hay grande como es ésta. 132
Y para que de mí noticia lleves
sabrás que soy Bertrand de Born, aquel 134
que diera al joven rey malos consejos. 135
Yo hice al padre y al hijo enemistarse:
Aquitael no hizo más de Absalón 137
y de David con perversas punzadas: 138
Y como gente unida así he partido,
partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!,
de su principio que está en este tronco. 141
Y en mí se cumple la contrapartida.»


CANTO XXIX
La mucha gente y las diversas plagas,
tanto habian mis ojos embriagado,
que quedarse llorando deseaban; 3
mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?
¿Por qué tu vista se detiene ahora
tras de las tristes sombras mutiladas? 6
Tú no lo hiciste así en las otras bolsas;
piensa, si enumerarlas crees posible,
que millas veintidós el valle abarca. 9
Y bajo nuestros pies ya está la luna:
Del tiempo concedido queda poco,
y aún nos falta por ver lo que no has visto.» 12
«Si tú hubieras sabido -le repusela
razón por la cual miraba, acaso
me hubieses permitido detenerme.» 15
Ya se marchaba, y yo detrás de él,
mi guía, respondiendo a su pregunta
y añadiéndole: «Dentro de la cueva, 18
donde los ojos tan atento puse,
creo que un alma de mi sangre llora
la culpa que tan caro allí se paga.» 21
Dijo el maestro entonces: «No entretengas
de aquí adelante en ello el pensamiento:
piensa otra cosa, y él allá se quede; 24
que yo le he visto al pie del puentecillo
señalarte, con dedo amenazante,
y llamarlo escuché Geri del Bello. 27
Tan distraído tú estabas entonces
con el que tuvo Altaforte a su mando, 29
que se fue porque tú no le atendías.» 30
«Oh guía mío, la violenta muerte
que aún no le ha vengado -yo repuseninguno
que comparta su vergüenza, 33
hácele desdeñoso; y sin hablarme
se ha marchado, del modo que imagino;
con él por esto he sido más piadoso.» 36
Conversamos así hasta el primer sitio
que desde el risco el otro valle muestra,
si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo. 39
Cuando estuvimos ya en el postrer claustro
de Malasbolsas, y que sus profesos
a nuestra vista aparecer podían, 42
lamentos saeteáronme diversos,
que herrados de piedad dardos tenían;
y me tapé por ello los oídos. 45
Como el dolor, si con los hospitales
de Valdiquiana entre junio y septiembre,
los males de Maremma y de Cerdeña, 48
en una fosa juntos estuvieran,
tal era aquí; y tal hedor desprendía,
como suele venir de miembros muertos. 51
Descendimos por la última ribera
del largo escollo, a la siniestra mano;
y entonces pude ver más claramente 54
allí hacia el fondo, donde la ministra
del alto Sir, infafble justicia,
castiga al falseador que aquí condena. 57
Yo no creo que ver mayor tristeza
en Egina pudiera el pueblo enfermo, 59
cuando se llenó el aire de ponzoña, 60
pues, hasta el gusanillo, perecieron
los animales; y la antigua gente,
según que los poeta aseguran, 63
se engendró de la estirpe de la hormiga;
como era viendo por el valle oscuro
languidecer las almas a montones. 66
Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,
yacía uno del otro, y como a gatas,
por el triste sendero caminaban. 69
Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,
mirando y escuchando a los enfermos,
que levantar sus cuerpos no podían. 72
Vi sentados a dos que se apoyaban, 73
como al cocer se apoyan teja y teja,
de la cabeza al pie llenos de pústulas. 75
Y nunca vi moviendo la almohaza
a muchacho esperado por su amo,
ni a aquel que con desgana está aún en vela, 78
como éstos se mordían con las uñas
a ellos mismos a causa de la saña
del gran picor, que no tiene remedio; 81
y arrancaban la sarna con las uñas,
como escamas de meros el cuchillo,
o de otro pez que las tenga más grandes. 84
«Oh tú que con los dedos te desuellas
-se dirigió mi guía a uno de aquéllosy
que a veces tenazas de ellos haces, 87
dime si algún latino hay entre éstos
que están aquí, así te duren las uñas
eternamente para esta tarea.» 90
«Latinos somos quienes tan gastados
aquí nos ves -llorando uno repuso-;
¿y quién tú, que preguntas por nosotros?» 93
Y el guía dijo: «Soy uno que baja
con este vivo aquí, de grada en grada,
y enseñarle el infierno yo pretendo.» 96
Entonces se rompió el común apoyo;
y temblando los dos a mí vinieron
con otros que lo oyeron de pasada. 99
El buen maestro a mí se volvió entonces,
diciendo: «Diles todo lo que quieras»;
y yo empecé, pues que él así quería: 102
«Así vuestra memoria no se borre
de las humanas mentes en el mundo,
mas que perviva bajo muchos soles, 105
decidme quiénes sois y de qué gente:
vuestra asquerosa y fastidiosa pena
el confesarlo espanto no os produzca.» 108
«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena 109
-repuso uno- púsome en el fuego,
pero no me condena aquella muerte. 111
Verdad es que le dije bromeando:
“Yo sabré alzarme en vuelo por el aire”
y aquél, que era curioso a insensato, 114
quiso que le enseñase el arte; y sólo
porque no le hice Dédalo, me hizo
arder así como lo hizo su hijo. 117
Mas en la última bolsa de las diez,
por la alquimia que yo en el mundo usaba,
me echó Minos, que nunca se equivoca.» 120
Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca
gente tan vana como la sienesa?
cierto, ni la francesa llega a tanto.» 123
Como el otro leproso me escuchara,
repuso a mis palabras: «Quita a Stricca, 125
que supo hacer tan moderados gastos; 126
y a Niccolò, que el uso dispendioso
del clavo descubrió antes que ninguno,
en el huerto en que tal simiento crece; 129
y quita la pandilla en que ha gastado
Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,
y el Abbagliato ha perdido su juicio. 132
Mas por que sepas quién es quien te sigue
contra el sienés, en mí la vista fija,
que mi semblante habrá de responderte: 135
verás que soy la sombra de Capoccio, 136
que falseé metales con la alquimia;
y debes recordar, si bien te miro, 138
que por naturaleza fui una mona.»


CANTO XXX
Cuando Juno por causa de Semele 1
odio tenia a la estirpe tebana,
como lo demostró en tantos momentos, 3
Atamante volvióse tan demente, 4
que, viendo a su mujer con los dos hijos
que en cada mano a uno conducía, 6
gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos
a la leona al pasar y a los leoncitos!»;
y luego con sus garras despiadadas. 9
agarró al que Learco se llamaba,
le volteó y le dio contra una piedra;
y ella se ahogó cargada con el otro. 12
Y cuando la fortuna echó por tierra 13
la soberbia de Troya tan altiva,
tal que el rey junto al reino fue abatido, 15
Hécuba triste, mísera y cautiva,
luego de ver a Polixena muerta,
y a Polidoro allí, junto a la orilla 18
del mar, pudo advertir con tanta pena,
desgarrada ladró tal como un perro;
tanto el dolor su mente trastornaba. 21
Mas ni de Tebas furias ni troyanas
se vieron nunca en nadie tan crueles,
ni a las bestias hiriendo, ni a los hombres, 24
cuanto en dos almas pálidas, desnudas,
que mordiendo corrían, vi, del modo
que el cerdo cuando deja la pocilga. 27
Una cogió a Capocchio, y en el nudo
del cuello le mordió, y al empujarle,
le hizo arañar el suelo con el vientre. 30
Y el aretino, que quedó temblando,
me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi, 32
que rabioso a los otros así ataca.» 33
«Oh -le dije- así el otro no te hinque
los dientes en la espalda, no te importe
el decirme quién es antes que escape.» 36
Y él me repuso: «El alma antigua es ésa
de la perversa Mirra, que del padre 38
lejos del recto amor, se hizo querida. 39
El pecar con aquél consiguió ésta
falsificándose en forma de otra,
igual que osó aquel otro que se marcha, 42
por ganarse a la reina de las yeguas,
falsificar en sí a Buoso Donati, 44
testando y dando norma al testamente.» 45
Y cuando ya se fueron los rabiosos,
sobre los cuales puse yo la vista,
la volví por mirar a otros malditos. 48
Vi a uno que un laúd parecería
si le hubieran cortado por las ingles
del sitio donde el hombre se bifurca. 51
La grave hidropesía, que deforma
los miembros con humores retenidos,
no casado la cara con el vientre, 54
le obliga a que los labios tenga abiertos,
tal como a causa de la sed el hético,
que uno al mentón, y el otro lleva arriba. 57
«Ah vosotros que andáis sin pena alguna,
y yo no sé por qué, en el mundo bajo
-él nos dijo-, mirad y estad atentos 60
a la miseria de maese Adamo: 61
mientras viví yo tuve cuanto quise,
y una gota de agua, ¡ay triste!, ansío. 63
Los arroyuelos que en las verdes lomas
de Casentino bajan hasta el Arno,
y hacen sus cauces fríos y apacibles, 66
siempre tengo delante, y no es en vano;
porque su imagen aún más me reseca
que el mal con que mi rostro se descarna. 69
La rígida justicia que me hiere
se sirve del lugar en que pequé
para que ponga en fuga más suspiros. 72
Está Romena allí, donde hice falsa
la aleación sigilada del Bautista,
por lo que el cuerpo quemado dejé. 75
Pero si viese aquí el ánima triste
de Guido o de Alejandro o de su hermano, 77
Fuente Branda, por verlos, no cambiase. 78
Una ya dentro está, si las rabiosas
sombras que van en torno no se engañan,
¿mas de qué sirve a mis miembros ligados? 81
Si acaso fuese al menos tan ligero
que anduviese en un siglo una pulgada,
en el camino ya me habría puesto, 84
buscándole entre aquella gente infame,
aunque once millas abarque esta fosa,
y no menos de media de través. 87
Por aquellos me encuentro en tal familia:
pues me indujeron a acuñar florines
con tres quilates de oro solamente.» 90
Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos
que humean, cual las manos en invierno,
apretados yaciendo a tu derecha?» 93
«Aquí los encontré, y no se han movido
-me repuso- al llover yo en este abismo 97
ni eternamente creo que se muevan. 96
Una es la falsa que acusó a José;
otro el falso Sinón, griego de Troya: 98
por una fiebre aguda tanto hieden.» 99
Y uno de aquéllos, lleno de fastidio
tal vez de ser nombrados con desprecio,
le dio en la dura panza con el puño. 102
Ésta sonó cual si fuese un tambor;
y maese Adamo le pegó en la cara
con su brazo que no era menos duro, 105
diciéndole: «Aunque no pueda moverme,
porque pesados son mis miembros, suelto
para tal menester tengo mi brazo.» 108
Y aquél le respondió: « Al encaminarte
al fuego, tan veloz no lo tuviste:
pero sí, y más, cuando falsificabas.» 111
Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;
mas tan veraz testimonio no diste
al requerirte la verdad en Troya.» 114
«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste
-dijo Sinón- y aquí estoy por un yerro,
y tú por más que algún otro demonio.» 117
«Acuérdate, perjuro, del caballo
-repuso aquel de la barriga hinchada-;
y que el mundo lo sepa y lo castigue.» 120
«Y te castigue a ti la sed que agrieta
-dijo el griego- la lengua, el agua inmunda
que al vientre le hace valla ante tus ojos.» 123
Y el monedero dilo: «Así se abra
la boca por tu mal, como acostumbra;
que si sed tengo y me hincha el humor, 126
te duele la cabeza y tienes fiebre;
y a lamer el espejo de Narciso, 128
te invitarían muy pocas palabras.» 129
Yo me estaba muy quieto para oírles
cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!
no comprendo qué te hace tanta gracia.» 132
Al oír que me hablaba con enojo,
hacia él me volví con tal vergüenza,
que todavía gira en mi memoria. 135
Como ocurre a quien sueña su desgracia,
que soñando aún desea que sea un sueño,
tal como es, como si no lo fuese, 138
así yo estaba, sin poder hablar,
deseando escusarme, y escusábame
sin embargo, y no pensaba hacerlo. 141
«Falta mayor menor vergüenza lava
-dijo el maestro-, que ha sido la tuya;
así es que ya descarga tu tristeza. 144
Y piensa que estaré siempre a tu lado,
si es que otra vez te lleva la fortuna
donde haya gente en pleitos semejantes: 147
pues el querer oír eso es vil deseo.»


CANTO XXXI
La misma lengua me mordió primero,
haciéndome teñir las dos mejillas,
y después me aplicó la medicina: 3
así escuché que solía la lanza 4
de Aquiles y su padre ser causante
primero de dolor, después de alivio, 6
Dimos la espalda a aquel mísero valle
por la ribera que en torno le ciñe,
y sin ninguna charla lo cruzamos. 9
No era allí ni de día ni de noche,
y poco penetraba con la vista;
pero escuché sonar un alto cuerno, 12
tanto que habría a los truenos callado,
y que hacia él su camino siguiendo,
me dirigió la vista sólo a un punto. 15
Tras la derrota dolorosa, cuando 16
Carlomagno perdió la santa gesta,
Orlando no tocó con tanta furia. 18
A poco de volver allí mi rostro,
muchas torres muy altas creí ver;
y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?» 21
Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas
demasiado a lo lejos, te sucede
que en el imaginar estás errado. 24
Bien lo verás, si llegas a su vera,
cuánto el seso de lejos se confunde;
así que marcha un poco más aprisa.» 27
Y con cariño cogióme la mano,
y dijo: «Antes que hayamos avanzado,
para que menos raro te parezca, 30
sabe que no son torres, mas gigantes, 31
y en el pozo al que cerca esta ribera
están metidos, del ombligo abajo.» 33
Como al irse la niebla disipando,
la vista reconoce poco a poco
lo que esconde el vapor que arrastra el aire, 36
así horadando el aura espesa y negra,
más y más acercándonos al borde,
se iba el error y el miedo me crecía; 39
pues como sobre la redonda cerca
Monterregión de torres se corona, 41
así aquel margen que el pozo circunda 42
con la mitad del cuerpo torreaban
los horribles gigantes, que amenaza 44
aún desde el cielo Júpiter tronando. 45
Y yo miraba ya de alguno el rostro,
la espalda, el pecho y gran parte del vientre,
y los brazos cayendo a los costados. 47
Cuando dejó de hacer Naturaleza
aquellos animales, muy bien hizo,
porque tales ayudas quitó a Marte; 51
Y si ella de elefantes y ballenas
no se arrepiente, quien atento mira,
más justa y más discreta ha de tenerla; 54
pues donde el argumento de la mente
al mal querer se junta y a la fuerza,
el hombre no podría defenderse. 57
Su cara parecía larga y gruesa
como la Piña de San Pedro, en Roma, 59
y en esta proporción los otros huesos; 60
y así la orilla, que les ocultaba
del medio abajo, les mostraba tanto
de arriba, que alcanzar su cabellera 63
tres frisones en vano pretendiesen;
pues treinta grandes palmos les veía
de abajo al sitio en que se anuda el manto. 66
«Raphel may amech zabi almi», 67
a gritar empezó la fiera boca,
a quien más dulces salmos no convienen. 69
Y mi guía hacia él: « ¡Alma insensata,
coge tu cuerno, y desfoga con él
cuanta ira o pasión así te agita! 72
Mirate al cuello, y hallarás la soga
que amarrado lo tiene, alma turbada,
mira cómo tu enorme pecho aprieta.» 75
Después me dijo: «A sí mismo se acusa.
Este es Nembrot, por cuya mala idea
sólo un lenguaje no existe en el mundo. 78
Dejémosle, y no hablemos vanamente,
porque así es para él cualquier lenguaje,
cual para otros el suyo: nadie entiende.» 81
Seguimos el viaje caminando
a la izquierda, y a un tiro de ballesta,
otro encontramos más feroz y grande. 84
Para ceñirlo quién fuera el maestro,
decir no sé, pero tenía atados
delante el otro, atrás el brazo diestro, 87
una cadena que le rodeaba
del cuello a abajo, y por lo descubierto
le daba vueltas hasta cinco veces. 90
«Este soberbio quiso demostrar 91
contra el supremo Jove su potencia
-dijo mi guía- y esto ha merecido. 93
Se llama Efialte; y su intentona hizo
al dar miedo a los dioses los gigantes:
los brazos que movió, ya más no mueve.» 96
Y le dije: «Quisiera, si es posible,
que del desmesurado Briareo 98
puedan tener mis ojos experiencia.» 99
Y él me repuso: «A Anteo ya verás 100
cerca de aquí, que habla y está libre,
que nos pondrá en el fondo del infierno. 102
Aquel que quieres ver, está muy lejos,
y está amarrado y puesto de igual modo,
salvo que aún más feroz el rostro tiene.» 105
No hubo nunca tan fuerte terremoto,
que moviese una torre con tal fuerza,
como Efialte fue pronto en revolverse. 108
Más que nunca temí la muerte entonces,
y el miedo solamente bastaría
aunque no hubiese visto las cadenas. 111
Seguimos caminando hacia adelante
y llegamos a Anteo: cinco alas
salían de la fosa, sin cabeza. 114
«Oh tú que en el afortunado valle 115
que heredero a Escipión de gloria hizo,
al escapar Aníbal con los suyos, 117
mil leones cazaste por botín,
y que si hubieses ido a la alta lucha
de tus hermanos, hay quien ha pensado 120
que vencieran los hijos de la Tierra;
bájanos, sin por ello despreciarnos,
donde al Cocito encierra la friura. 123
A Ticio y a Tifeo no nos mandes; 124
éste te puede dar lo que deseas; 125
inclínate, y no tuerzas el semblante. 126
Aún puede darte fama allá en el mundo,
pues que está vivo y larga vida espera,
si la Gracia a destiempo no le llama.» 129
Así dijo el maestro; y él deprisa
tendió la mano, y agarró a mi guía,
con la que a Hércules diera el fuerte abrazo. 132
Virgilio, cuando se sintió cogido,
me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»;
luego hizo tal que un haz éramos ambos. 135
Cual parece al mirar la Garisenda 136
donde se inclina, cuando va una nube
sobre ella, que se venga toda abajo; 138
tal parecióme Anteo al observarle
y ver que se inclinaba, y fue en tal hora
que hubiera preferido otro camino. 141
Mas levemente al fondo que se traga 142
a Lucifer con Judas, nos condujo;
y así inclinado no hizo más demora, 144
y se alzó como el mástil en la nave.


CANTO XXXII
Si rimas broncas y ásperas tuviese, 1
como merecerfa el agujero
sobre el que apoyan las restantes rocas 3
exprimiría el jugo de mi tema
más plenamente; mas como no tengo,
no sin miedo a contarlo me dispongo; 6
que no es empresa de tomar a juego
de todo el orbe describir el fondo,
ni de lengua que diga «mama» o «papa». 9
Mas a mi verso ayuden las mujeres 10
que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,
y del hecho el decir no sea diverso. 12
¡Oh sobre todas mal creada plebe,
que el sitio ocupas del que hablar es duro,
mejor serla ser cabras u ovejas! 15
Cuando estuvimos ya en el negro pozo, 16
de los pies del gigante aún más abajo,
y yo miraba aún la alta muralla, 18
oí decirme: «Mira dónde pisas:
anda sin dar patadas a la triste
cabeza de mi hermano desdichado.» 21
Por lo cual me volví, y vi por delante
y a mis plantas un lago que, del hielo,
de vidrio, y no de agua, tiene el rostro. 24
A su corriente no hace tan espeso
velo, en Austria, el Danubio en el invierno,
ni bajo el frío cielo allá el Tanais, 27
como era allí; porque si el Pietrapana 28
o el Tambernic, encima le cayese, 29
ni «crac» hubiese hecho por el golpe. 30
Y tal como croando está la rana,
fuera del agua el morro, cuando sueña
con frecuencia espigar la campesina, 33
lívidas, hasta el sitio en que aparece 34
la vergüenza, en el hielo había sombras,
castañeteando el diente cual cigüeñas. 36
Hacia abajo sus rostros se volvían:
el frío con la boca, y con los ojos
el triste corazón testimoniaban. 39
Después de haber ya visto un poco en torno, 40
miré, a mis pies, a dos tan estrechados,
que mezclados tenían sus cabellos. 42
«Decidme, los que así apretáis los pechos
-les dije- ¿Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;
y al alzar la cabeza, chorrearon 45
sus ojos, que antes eran sólo blandos
por dentro, hasta los labios, y ató el hielo
las lágrimas entre ellos, encerrándolos. 48
Leño con leño grapa nunca une
tan fuerte; por lo que, como dos chivos,
los dos se golpearon iracundos. 51
Y uno, que sin orejas se encontraba
por la friura, con el rostro gacho,
dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo? 54
Si saber quieres quién son estos dos,
el valle en que el Bisenzo se derrama
fue de Alberto, su padre, y de estos hijos. 57
De igual cuerpo salieron; y en Caína
podrás buscar, y no encontrarás sombra
más digna de estar puesta en este hielo; 60
no aquel a quien rompiera pecho y sombra, 61
por la mano de Arturo, un solo golpe;
no Focaccia; y no éste, que me tapa 63
con la cabeza y no me deja ver,
y fue llamado Sassol Mascheroni: 65
si eres toscano bien sabrás quién fue. 66
Y porque en más sermones no me metas,
sabe que fui Camincion dei Pazzi; 68
y espero que Carlino me haga bueno.» 69
Luego yo vi mil rostros por el frío 70
amoratados, y terror me viene,
y siempre me vendrá de aquellos hielos. 72
Y mientras que hacia el centro caminábamos,
en el que toda gravedad se aúna,
y yo en la eterna lobreguez temblaba, 75
si el azar o el destino o Dios lo quiso,
no sé; mas paseando entre cabezas,
golpeé con el pie el rostro de una. 78
Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?
Si a aumentar tú no vienes la venganza
de Monteaperti, ¿por qué me molestas?» 81
Y yo: «Maestro mío, espera un poco
pues quiero que me saque éste de dudas;
y luego me darás, si quieres, prisa.» 84
El guía se detuvo y dije a aquel
que blasfemaba aún muy duramente:
« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?» 87
«Y tú ¿quién eres que por la Antenora
vas golpeando -respondió- los rostros,
de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?» 90
«Yo estoy vivo, y acaso te convenga
-fue mi respuesta-, si es que quieres fama,
que yo ponga tu nombre entre los otros.» 93
Y él a mí: «Lo contrario desearía;
márchate ya de aquí y no me molestes,
que halagar sabes mal en esta gruta.» 96
Entonces le cogí por el cogote,
y dije: «Deberás decir tu nombre,
o quedarte sin pelo aquí debajo.» 99
Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,
no te diré quién soy, ni he de decirlo,
aunque mil veces golpees mi cabeza.» 102
Ya enroscados tenía sus cabellos,
y ya más de un mechón le había arrancado,
mientras ladraba con la vista gacha, 105
cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?
¿No te basta sonar con las quijadas,
sino que ladras? ¿quién te da tormento?» 108
«Ahora -le dije yo- no quiero oírte,
oh malvado traidor: que en tu deshonra,
he de llevar de ti veraces nuevas.» 111
«Vete -repuso- y di lo que te plazca,
pero no calles, si de aquí salieras,
de quien tuvo la lengua tan ligera. 114
Él llora aquí el dinero del francés: 115
“Yo vi -podrás decir- a aquel de Duera,
donde frescos están los pecadores.” 117
Si fuera preguntado “¿y esos otros?”,
tienes al lado a aquel de Beccaría, 119
del cual segó Florencia la garganta. 120
Gianni de Soldanier creo que está 121
allá con Ganelón y Teobaldelo, 122
que abrió Faenza mientras que dormía.» 123
Nos habíamos de éstos alejado,
cuando vi a dos helados en un hoyo,
y una cabeza de otra era sombrero; 126
y como el pan con hambre se devora,
así el de arriba le mordía al otro
donde se juntan nuca con cerebro. 129
No de otra forma Tideo roía
la sien a Menalipo por despecho, 131
que aquél el cráneo y las restantes cosas. 132
«Oh tú, que muestras por tan brutal signo
un odio tal por quien así devoras,
dime el porqué -le dije- de ese trato, 135
que si tú con razón te quejas de él,
sabiendo quiénes sois, y su pecado,
aún en el mundo pueda yo vengarte, 138
si no se seca aquella con la que hablo.»


CANTO XXXIII
De la feroz comida alzó la boca
el pecador, limpiándola en los pelos
de la cabeza que detrás roía. 3
Luego empezó: «Tú quieres que renueve
el amargo dolor que me atenaza
sólo al pensarlo, antes que de ello hable. 6
Mas si han de ser simiente mis palabras
que dé frutos de infamia a este traidor
que muerdo, al par verás que lloro y hablo. 9
Ignoro yo quién seas y en qué forma
has llegado hasta aquí, mas de Florencia
de verdad me pareces al oírte. 12
Debes saber que fui el conde Ugolino 13
y este ha sido Ruggieri, el arzobispo; 14
por qué soy tal vecino he de contarte. 15
Que a causa de sus malos pensamientos,
y fiándome de él fui puesto preso
y luego muerto, no hay que relatarlo; 18
mas lo que haber oído no pudiste,
quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,
escucharás: sabrás si me ha ofendido. 21
Un pequeño agujero de «la Muda» 22
que por mí ya se llama «La del Hambre»,
y que conviene que a otros aún encierre, 24
enseñado me había por su hueco
muchas lunas, cuando un mal sueño tuve
que me rasgó los velos del futuro. 27
Éste me apareció señor y dueño,
a la caza del lobo y los lobeznos 29
en el monte que a Pisa oculta Lucca. 30
Con perros flacos, sabios y amaestrados,
los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis 32
al frente se encontraban bien dispuestos. 33
Tras de corta carrera vi rendidos
a los hijos y al padre, y con colmillos
agudos vi morderles los costados. 36
Cuando me desperté antes de la aurora,
llorar sentí en el sueño a mis hijitos
que estaban junto a mí, pidiendo pan. 39
Muy cruel serás si no te dueles de esto,
pensando lo que en mi alma se anunciaba:
y si no lloras, ¿de qué llorar sueles? 42
Se despertaron, y llegó la hora
en que solían darnos la comida,
y por su sueño cada cual dudaba. 45
Y oí clavar la entrada desde abajo
de la espantosa torre; y yo miraba
la cara a mis hijitos sin moverme. 48
Yo no lloraba, tan de piedra era;
lloraban ellos; y Anselmuccio dijo: 50
«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?» 51
Pero yo no lloré ni le repuse
en todo el día ni al llegar la noche,
hasta que un nuevo sol salía a mundo. 54
Como un pequeño rayo penetrase
en la penosa cárcel, y mirara
en cuatro rostros mi apariencia misma, 57
ambas manos de pena me mordía;
y al pensar que lo hacía yo por ganas
de comer, bruscamente levantaron, 60
diciendo: « Padre, menos nos doliera
si comes de nosotros; pues vestiste
estas míseras carnes, las despoja.» 63
Por más no entristecerlos me calmaba;
ese día y al otro nada hablamos:
Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste? 66
Cuando hubieron pasado cuatro días,
Gaddo se me arrojó a los pies tendido, 68
diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?» 69
Allí murió: y como me estás viendo,
vi morir a los tres uno por uno
al quinto y sexto día; y yo me daba 72
ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.
Dos días les llamé aunque estaban muertos:
después más que el dolor pudo el ayuno.» 75
Cuando esto dijo, con torcidos ojos
volvió a morder la mísera cabeza,
y los huesos tan fuerte como un perro. 78
¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
del hermoso país donde el «sí» suena!,
pues tardos al castigo tus vecinos, 81
muévanse la Gorgona y la Capraia, 82
y hagan presas allí en la hoz del Arno,
para anegar en ti a toda persona; 84
pues si al conde Ugolino se acusaba
por la traición que hizo a tus castillos,
no debiste a los hijos dar tormento. 87
Inocentes hacía la edad nueva,
nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada 89
y a los otros que el canto ya ha nombrado.» 90
A otro lado pasamos, y a otra gente 91
envolvía la helada con crudeza,
y no cabeza abajo sino arriba. 93
El llanto mismo el lloro no permite,
y la pena que encuentra el ojo lleno,
vuelve hacia atras, la angustia acrecentando; 96
pues hacen muro las primeras lágrimas,
y así como viseras cristalinas,
llenan bajo las cejas todo el vaso. 99
Y sucedió que, aun como encallecido
por el gran frío cualquier sentimiento
hubiera abandonado ya mi rostro, 102
me parecía ya sentir un viento,
por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,
¿No están extintos todos los vapores?» 105
Y él me repuso: «En breve será cuando
a esto darán tus ojos la respuesta,
viendo la causa que este soplo envía.» 108
Y un triste de esos de la fría costra
gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,
que el último lugar os ha tocado, 111
del rostro levantar mis duros velos,
que el dolor que me oprime expulsar pueda,
un poco antes que el llanto se congele.» 114
Y le dije: «Si quieres que te ayude,
dime quién eres, y si no te libro,
merezca yo ir al fondo de este hielo.» 117
Me respondió: «Yo soy fray Alberigo; 118
soy aquel de la fruta del mal huerto,
que por el higo el dátil he cambiado.» 120
«Oh, ¿ya estás muerto --díjele yo- entonces?
Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo
en el mundo, no tengo ciencia alguna. 123
Tal ventaja tiene esta Tolomea,
que muchas veces caen aquí las almas 125
antes de que sus dedos mueva Atropos; 126
y para que de grado tú me quites
las lágrimas vidriadosas de mi rostro,
sabe que luego que el alma traiciona, 129
como yo hiciera, el cuerpo le es quitado
por un demonio que después la rige,
hasta que el tiempo suyo todo acabe. 132
Ella cae en cisterna semejante;
y es posible que arriba esté aún el cuerpo
de la sombra que aquí detrás inverna. 135
Tú lo debes saber, si ahora has venido: 136
que es Branca Doria, y ya han pasado muchos
años desde que fuera aquí encerrado.» 138
«Creo -le dije yo- que tú me engañas;
Branca Doria no ha muerto todavía,
y come y bebe y duerme y paños viste.» 141
«Al pozo -él respondió- de Malasgarras,
donde la pez rebulle pegajosa,
aún no había caído Miguel Zanque, 144
cuando éste le dejó al diablo un sitio
en su cuerpo, y el de un pariente suyo 146
que la traición junto con él hiciera. 147
Mas extiende por fin aquí la mano;
abre mis ojos.» Y no los abrí; 149
y cortesia fue el villano serle. 150
¡Ah genoveses, hombres tan distantes
de todo bien, de toda lacra llenos!,
¿por qué no sois del mundo desterrados? 153
Porque con la peor alma de Romaña 154
hallé a uno de vosotros, por sus obras
su espiritu bañando en el Cocito, 156
y aún en la tierra vivo con el cuerpo.


CANTO XXXIV
«Vexilla regis prodeunt inferni 1
contra nosotros, mira, pues, delante
-dijo el maestro- a ver si los distingues.» 3
Como cuando una espesa niebla baja,
o se oscurece ya nuestro hemisferio,
girando lejos vemos un molino, 6
una máquina tal creí ver entonces;
luego, por aquel viento, busqué abrigo
tras de mi guía, pues no hallé otra gruta. 9
Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,
donde todas las sombras se cubrían, 11
traspareciendo como paja en vidrio: 12
Unas yacen; y están erguidas otras,
con la cabeza aquella o con las plantas;
otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve. 15
Cuando avanzamos ya lo suficiente,
que a mi maestro le plació mostrarme
la criatura que tuvo hermosa cara, 18
se me puso delante y me detuvo,
«Mira a Dite -diciendo-, y mira el sitio 20
donde tendrás que armarte de valor.» 21
De cómo me quedé helado y atónito,
no lo inquieras, lector, que no lo escribo,
porque cualquier hablar poco sería. 24
Yo no morí, mas vivo no quedé:
piensa por ti, si algún ingenio tienes,
cual me puse, privado de ambas cosas. 27
El monarca del doloroso reino,
del hielo aquel sacaba el pecho afuera;
y más con un gigante me comparo, 30
que los gigantes con sus brazos hacen:
mira pues cuánto debe ser el todo
que a semejante parte corresponde. 33
Si igual de bello fue como ahora es feo,
y contra su hacedor alzó los ojos,
con razón de él nos viene cualquier luto. 36
¡Qué asombro tan enorme me produjo 37
cuando vi su cabeza con tres caras!
Una delante, que era toda roja: 39
las otras eran dos, a aquella unidas
por encima del uno y otro hombro,
y uníanse en el sitio de la cresta; 42
entre amarilla y blanca la derecha
parecia; y la izquierda era tal los que
vienen de allí donde el Nilo discurre. 45
Bajo las tres salía un gran par de alas,
tal como convenía a tanto pájaro:
velas de barco no vi nunca iguales. 48
No eran plumosas, sino de murciélago
su aspecto; y de tal forma aleteaban,
que tres vientos de aquello se movían: 51
por éstos congelábase el Cocito;
con seis ojos lloraba, y por tres barbas
corría el llanto y baba sanguinosa. 54
En cada boca hería con los dientes
a un pecador, como una agramadera, 56
tal que a los tres atormentaba a un tiempo. 57
Al de delante, el morder no era nada
comparado a la espalda, que a zarpazos
toda la piel habíale arrancado. 60
«Aquella alma que allí más pena sufre
-dijo el maestro- es Judas Iscariote,
con la cabeza dentro y piernas fuera. 63
De los que la cabeza afuera tienen,
quien de las negras fauces cuelga es Bruto:
-¡mirale retorcerse! ¡y nada dice!- 66
Casio es el otro, de aspecto membrudo.
Mas retorna la noche, y ya es la hora
de partir, porque todo ya hemos visto.» 69
Como él lo quiso, al cuello le abracé;
y escogió el tiempo y el lugar preciso,
y, al estar ya las alas bien abiertas, 72
se sujetó de los peludos flancos:
y descendió después de pelo en pelo,
entre pelambre hirsuta y costra helada. 75
Cuando nos encontramos donde el muslo 76
se ensancha y hace gruesas las caderas,
el guía, con fatiga y con angustia, 78
la cabeza volvió hacia los zancajos,
y al pelo se agarró como quien sube,
tal que al infierno yo creí volver. 81
«Cógete bien, ya que por esta escala
-dijo el maestro exhausto y jadeante
es preciso escapar de tantos males.» 84
Luego salió por el hueco de un risco,
y junto a éste me dejó sentado;
y puso junto a mí su pie prudente. 87
Yo alcé los ojos, y pensé mirar
a Lucifer igual que lo dejamos,
y le vi con las piernas para arriba; 90
y si desconcertado me vi entonces,
el vulgo es quien lo piensa, pues no entiende
cuál es el trago que pasado había. 93
«Ponte de pie -me dijo mi maestro-:
la ruta es larga y el camino es malo,
y el sol ya cae al medio de la tercia.» 96
No era el lugar donde nos encontrábamos
pasillo de palacio, mas caverna
que poca luz y mal suelo tenía. 99
«Antes que del abismo yo me aparte,
maestro -dije cuando estuve en pie-,
por sacarme de error háblame un poco: 102
¿Dónde está el hielo?, ¿y cómo éste se encuentra
tan boca abajo, y en tan poco tiempo,
de noche a día el sol ha caminado?» 105
Y él me repuso: « Piensas todavía
que estás allí en el centro, en que agarré
el pelo del gusano que perfora 108
el mundo: allí estuviste en la bajada;
cuando yo me volví, cruzaste el punto
en que converge el peso de ambas partes: 111
y has alcanzado ya el otro hemisferio
que es contrario de aquel que la gran seca 113
recubre, en cuya cima consumido 114
fue el hombre que nació y vivió sin culpa;
tienes los pies sobre la breve esfera
que a la Judea forma la otra cara. 117
Aquí es mañana, cuando allí es de noche:
y aquél, que fue escalera con su pelo,
aún se encuentra plantado igual que antes. 120
Del cielo se arrojó por esta parte; 121
y la tierra que aquí antes se extendía,
por miedo a él, del mar hizo su velo, 123
y al hemisferio nuestro vino; y puede
que por huir dejara este vacío
eso que allí se ve, y arriba se alza.» 126
Un lugar hay de Belcebú alejado
tanto cuanto la cárcava se alarga,
que el sonido denota, y no la vista, 129
de un arroyuelo que hasta allí desciende 130
por el hueco de un risco, al que perfora
su curso retorcido y sin pendiente. 132
Mi guía y yo por esa oculta senda
fuimos para volver al claro mundo;
y sin preocupación de descansar, 135
subimos, él primero y yo después,
hasta que nos dejó mirar el cielo
un agujero, por el cual salimos 138
a contemplar de nuevo las estrellas. 139

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