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domingo, 29 de noviembre de 2009

EL HECHIZO MAS FUERTE


EL HECHIZO MAS FUERTE
L. Sprague De Camp
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Vista débilmente a través de una llovizna otoñal, que hacía brillar el empedrado a la luz
del ocaso, la ciudad de Kern - antigua, colorida, bulliciosa y vital -, se extendía sobre las
aguas del océano Occidental. Las banderas desplegadas de la ciudad se agitaban, con
los pliegues húmedos, en los mástiles situados sobre las torres de vigilancia, a lo largo
de los muros, donde los centinelas hacían guardia y observaban a través de la
oscuridad.
A lo largo de la amplia calle Océano, como se denominaba la calzada situada frente al
mar, unas pocas personas se movían en las tinieblas, mientras el agua gorgoteaba en
los albañales. La mayor parte de las rechonchas barcazas de transporte que llevaban
de un lado a otro el comercio de Kern, así como las estilizadas galeras que lo protegían
de los corsarios de las islas Gorgon, habían sido dejadas fuera de servicio durante la
estación, sacadas del agua y colocadas en cobertizos situados a lo largo de la playa al
sur del paseo que daba al mar. Por lo tanto, había muy pocas naves utilizando los
muelles y embarcaderos de la calle Océano, a excepción de las cajas usuales donde se
colocaba el pescado, la mayor parte de las cuales estaba expuesta a la tormenta.
Un carro de dos caballos pasó traqueteando, con unas ruedas de bronce golpeando
estrepitosamente sobre el empedrado y con su conductor llevando bien sujetas las
riendas de las cabalgaduras semisalvajes. El pasajero estaba envuelto hasta los ojos,
para protegerse de la humedad, pero las luces procedentes de las casas iluminaban los
adornos dorados del vehículo, poniendo así de manifiesto que el personaje debía
pertenecer a la oligarquía de príncipes mercaderes.
Suar Peial, apretando bajo su capa un par de abultados objetos, andaba por la calle,
prestando muy poca atención a las dudosas personas que miraban hacia el exterior
desde las puertas y callejuelas. Estas personas, después de observar la estatura de
Suar y la delgada vaina que se veía por debajo de la capa, miraban hacia otro lado para
observar otras cosas más tranquilizadoras.
Un ruido, procedente de una calleja, atrajo la atención de Suar. Con una simple mirada,
se dio cuenta de que se estaba librando una lucha. Un hombre, con la espalda apoyada
en un ángulo de la pared, se defendía de las patadas y golpes de una especie de porra
con la que le atacaba un grupo de cinco. El aspecto de estos últimos, tan andrajosos
como las hojas caídas de los robles que bordeaban las avenidas de Kern, indicaron a
Suar que se trataba de los típicos ladrones del barrio.
Un hombre sensato que viviera en aquella zona se limitaría a pasar tranquilamente de
largo, aparentando no haber visto ni oído nada. Pero si Suar era sensato, no estaba
dispuesto a serlo en Kern. Lo habría sido en su casa, en Zhysk, en el mar Sireniano;
incluso podría haber llegado a ser rey de Zhysk. Pero tal y como se presentaban las
cosas, aquel hombre estaba destinado a caer bajo las porras y espadas de sus
atacantes en cuestión de segundos. Aun cuando hubiera sido el doble de grande y
hubiera estado mucho mejor armado, no podía enfrentarse con cinco al mismo tiempo.
Si sus cobardes asaltantes hubieran estado dispuestos a arriesgar uno o dos embates
más duros, el hombre ya habría sido dominado.
Suar se quitó la capa, envolvió con ella los objetos que llevaba, desenvainó su delgado
estoque de bronce y se dirigió resueltamente hacia el lugar de la pelea. A medida que
avanzaba, escogió como primer contrincante al que llevaba la porra. En cuanto a los
otros, dos llevaban espadas cortas, de hoja ancha, y los otros dos, simples cuchillos. De
haber dispuesto de un escudo o de una armadura, Suar habría tenido muy poco que
temer de la porra, pero, al no disponer de defensa adecuada, temía enfrentarse a ella
con su estoque, de unos setenta centímetros de largo.
El hombre que llevaba el garrote se volvió al oírle aproximarse y saltó hacia atrás. Los
otros cuatro también se apartaron de su víctima, en una actitud con la que parecían
dispuestos a huir inmediatamente. Entonces, el de la porra dijo:
- Sólo es uno. ¡Matémosle también!
Dio un paso hacia adelante, haciendo oscilar el arma. Suar no trató de evitar el ataque;
antes, por el contrario, sus largos y huesudos brazos y piernas se lanzaron hacia
adelante en una poderosa embestida, atravesando con la punta de su estoque el brazo
del hombre. Después, Suar saltó hacia atrás, tratando de recuperarse antes de que lo
alcanzara la porra. No lo consiguió del todo. Aunque el golpe quedó debilitado por la
herida sufrida en el brazo del ladrón, la madera alcanzó el cráneo de Suar, le raspó la
oreja derecha y pegó sobre su hombro del mismo lado; sintió el doloroso golpe, pero no
lo bastante fuerte como para inutilizarle. Después, la porra cayó al suelo cuando su
propietario abrió la mano a causa de su herida en el brazo.
Cuando el hombre se quedó allí, sosteniéndose el brazo herido y mirándole
estúpidamente, la espada de Suar se movió de nuevo con rapidez, como la lengua de
una serpiente, y la punta se introdujo en el amplio pecho del ladrón. El hombre de la
porra lanzó una maldición, tosió, se dobló y cayó sobre el barro de la calleja. Cuando
los demás comenzaron a acercarse más a Suar, rodeándole, éste lanzó una estocada
contra el espadachín más cercano a él, que retrocedió, sin ser alcanzado;
inmediatamente después, Suar se revolvió contra uno de los que llevaban cuchillo. El
hombre intentó coger la hoja con su mano libre, pero Suar evitó el agarrón y le clavó la
espada en el cuerpo.
Todo esto se había desarrollado en menos tiempo de lo que un hombre tranquilo tarda
en respirar tres veces. En aquel instante, un sonido seco atrajo la atención de todos. La
víctima original se había arrojado contra la espalda de su atacante más cercano tras
recoger la porra del suelo, propinándole un poderoso golpe en la cabeza.
Después, quedaron tres ladrones tirados en el barro y los otros dos echaron a correr,
huyendo. Uno de los que yacían en el suelo seguía moviéndose y gimiendo.
Suar miró al hombre que había rescatado. No podía distinguir mucho bajo aquella luz
penumbrosa, pero se dio cuenta de que llevaba pantalones de tartán y el majestuoso
bigote de los bárbaros del noreste. El hombre retrocedió un poco, cogiendo con fuerza
la porra, como si aún no estuviera muy seguro de las intenciones de Suar.
- Puedes apartar eso, camarada - dijo Suar, envainando su espada -. No soy ningún
ladrón, sino un simple poetastro.
- ¿Quién eres, entonces? - preguntó el pequeño hombre.
Al igual que Suar, hablaba el hesperiano bastardo de los puertos del océano Occidental,
aunque con un extraño acento.
- Soy Suar Peial de Amferé, de profesión cantante de canciones dulces. Y vos, buen
señor, ¿quién sois?
El hombre emitió algunos sonidos muy curiosos a través de su garganta, como si
estuviera imitando el ladrido de un perro.
- ¿Qué habéis dicho? - preguntó Suar.
- Dije que mi nombre es Ghw Gleokh. Supongo que debo daros las gracias por haberme
rescatado.
- Vuestra elocuencia me abruma. ¿Sois extranjero?
- Así es - contestó Ghw Gleokh -. Ayudadme a vendar estas heridas. - Y mientras Suar
le vendaba dos ligeras heridas que Ghw había recibido, éste preguntó -: ¿Me podéis
decir dónde diablos se puede comprar en Kern un poco de vino para remojarse el
gaznate?
- Me dirigía a la taberna de Derende para ejercer mi oficio - contestó Suar -. No tengo
ninguna objeción que poner a que me acompañéis.
Mientras hablaba, Suar limpió la espada en las ropas del cuerpo que tenía más cerca, la
envainó y se volvió. Recogió su capa y los objetos que tenía enrollados en ella y
reanudó su camino. Ghw Gleokh echó a trotar detrás de él con la espada ancha del
hombre muerto, pues él no poseía ninguna.
Suar se dirigió directamente a la taberna de Derende y apartó la cortina de cuero que
servía de puerta. Tuvo que agacharse para no dar con la cabeza en la parte superior
del marco de la entrada, pues él procedía de Poseidonis, al otro lado de los mares
occidentales - o Pusad, como también se le llamaba -, donde un metro noventa de
altura era una estatura normal. El fuego crepitaba en la chimenea central, y su
resplandor iluminaba los rostros barbudos y sin barba, mientras que el humo formaba
una capa azulada que se deslizaba lentamente por el agujero existente en el techo. Era
un fuego pequeño, pues en Kern nunca hacía verdadero frío.
Suar se abrió paso por entre los bancos abarrotados, saludó a un par de conocidos y
colocó sus objetos sobre el mostrador de servicio de Derende. Uno era una maltrecha y
vieja lira, el otro un saco de provisiones que olía fuertemente a pescado, a pesar de los
muchos olores que se notaban en la taberna.
- ¡Oh, si es el poeta! - exclamó Derende, apretando su enorme barrigón contra el otro
lado del mostrador -. ¿Estás bien, vagabundo?
- Bastante bien, mesonero - contestó Suar -. Te traigo, para que cocinéis mi cena, a la
propia reina de las criaturas marinas, a la perla de los peces. ¡Mira!
Desató el cordel que ataba el saco de provisiones y dejó sobre el mostrador un gran
pulpo. Ghw, que se había empinado detrás de él para poder ver, retrocedió, lanzando
un terrible grito.
- ¡Dioses! - gritó -. ¡Ese es el monstruo universal! ¿Estáis seguro de que está muerto?
- Completamente seguro - contestó Suar, sonriendo burlonamente.
- No cabe duda de que lo habéis robado a algún pobre pescador - gruñó Derende.
- ¡Qué mal juzga el mundo a un artista! - exclamó Suar -. si os dijera que lo he
conseguido honradamente, no me creeríais, así es que, ¿para qué discutir? En
cualquier caso, cocinadlo bien con aceite de oliva y unas pocas verduras, y servidlo con
el mejor vino verde de Zhynsk.
Derende comenzó a recoger el pulpo.
- Las verduras y el aceite las podéis tener gratis a cambio de vuestro canto, pero en
cuanto al vino, tendréis que pagarlo.
- ¡Vaya! Esta mañana aún tenía algunas monedas, pero me enzarcé en un juego y las
perdí. Si me fiáis hasta que cante y pase la bandeja...
- En ese caso - dijo Derende, sacudiendo la cabeza -, la cerveza de cebada será buena
para vos.
- ¡Por las cuerdas de la lira! - exclamó Suar -, ¿Cómo esperáis que cante habiendo
bebido esa agua de fregar platos? - después, haciendo gestos hacia las demás
personas que llenaban la taberna, dijo -: ¿Suponéis que todas estas personas están
aquí porque les gusta vuestra cerveza amarga y por vuestra cara bonita? Vienen a
escucharme. ¿Quién llena vuestro nauseabundo tugurio noche tras noche?
- Escuchadme - dijo Derende -. Tendrá que ser cerveza, o ya podéis marcharos con
vuestros cantos a otra parte. Traeré una mujer; alguna moza de pechos robustos que
no sólo cantará para ellos sino que, además...
Ghw Gleokh se adelantó entonces y colocó sobre el mostrador una pequeña moneda
de cobre en forma de una cabeza en miniatura, en la que estaba grabado el pez volador
de Kern.
- Tome - dijo, con su misterioso acento -. Dénos una buena jarra de vino.
Derende sonrió al ver la moneda.
- Así está mejor, maese Derende - dijo Suar -. Y ahora, viejo barril de manteca, ¿habéis
visto a mi amigo Midawan, el herrero?
- No esta noche - contestó Derende, sacando una botella de cuero y un par de jarras de
cuero embreado.
- Sin duda alguna, vendrá más tarde - comentó Suar -. ¿Hay alguna nueva noticia?
- El Senado ha contratado a un nuevo hechicero - replicó Derende -. Un tarteso llamado
Barik.
- ¿Y qué ocurrió con el antiguo?
- Lo empalaron a causa de la tormenta de arena.
- ¿A qué se refiere? - preguntó Ghw con interés.
- Conjuró una tormenta de arena para aplastar una incursión de camellos de lixitanos
del desierto - explicó Derende -, pero se equivocó de dirección y enterró a un puñado de
nuestros propios guerreros. ¿Y qué noticias tenéis vos, Suar?
- ¡Oh! El joven Okkozen, el hijo del cónsul Bulkajmi, fue arrestado por conducir
imprudentemente su carro estando bebido. Gracias a sus buenas relaciones, el
magistrado lo dejó libre después de haberle dado una buena reprimenda. Geddel, el
comerciante, ha sido asesinado en las montañas Atlanteas por una bruja a la que trató
de engañar a la hora de pagarle sus hechizos mortales. - Suar se volvió entonces hacia
su compañero y dijo -: Mi buen Ghw, encontremos un lugar donde sentarnos, aunque
tengamos que hacer levantar de su asiento a uno de estos grasientos kerneanos. Vais a
compartir mi hermoso pulpo, y yo, a cambio, masticaré un trozo de vuestro pan.
- El pan lo podéis tener a cambio de lo que os debo - dijo Ghw en tono áspero -, pero ni
con una espada al rojo vivo me obligarán a comer un solo trozo de ese terrible monstruo
marino.
- Tanto peor para vos - comentó Suar y, mirando sobre las cabezas de los presentes,
señaló hacia un lugar -. Allí hay un banco vacío. Vamos.
El banco era uno de los dos situados a ambos lados de una mesa, ubicada en una
esquina.
Dos hombres estaban sentados frente a ellos, con las espaldas apoyadas contra la
pared y unas capas negras extendidas sobre sus cabezas. Al principio, Suar los tomó
por euskerianos a causa de las capas, pero al sentarse se dio cuenta de que su aspecto
resultaba un tanto extraño. El más joven y alto comía pan y queso, mientras que el más
viejo y pequeño no comía, sino que inhalaba el humo picante que se elevaba de un
diminuto brasero puesto en la mesa, frente a él. no prestaron ninguna atención a los
recién llegados.
Suar desenrolló su capa y la colocó debajo del banco, poniendo al descubierto la falda
a franjas de los oriundos de Poseidonis, así como una vieja camisa de lo que hacía
mucho tiempo, había sido una lana exquisita, y que ahora se veía muy remendada. Se
colocó en el extremo del banco, de cara a la pared, frente al pequeño extranjero vestido
de negro, mientras que Ghw se quitó su capa y se colocó en el otro extremo. Suar llenó
las jarras de vino, mientras Ghw cortaba rebanadas del pan de cebada que llevaba,
ligeramente humedecido por la lluvia. Poco después, los dos se encontraban
masticando y engullendo.
- Mi querido y viejo camarada - dijo Suar, con la boca llena -, ¿qué es esa cosa curiosa
con la que estabais golpeando a los ladrones, como Zormé apaleando a los
brutonianos? Me parece que nunca he visto nada igual.
Ghw, que era un hombre de baja estatura, con el pelo rojo y unos brazos de longitud
simiesca, lanzó una terrible mirada a su compañero.
- Eso es algo de lo que no me gusta hablar - gruñó Ghw.
- Allá vos si queréis ser un piojo - comentó Suar, encogiéndose de hombros.
Rasgó las cuerdas de su lira y dirigiéndose al hombre pequeño que estaba sentado
frente a él, dijo:
- Perdonadme, caballero, pero ese humo no me parece una dieta muy alimenticia. Si
gustáis tomar un trozo de la mejor ensalada de pulpo que se ha hecho en Kern, me
complacerá mucho guardaros uno en cuanto llegue, pues el monstruo resulta
demasiado grande, incluso para mi amplia capacidad.
El hombre levantó por fin la mirada. Sus pupilas no eran más que unos simples puntos
bajo el brillo parpadeante de la luz que se encontraba en el pequeño brasero, situado
en el centro de la mesa.
- Vuestras intenciones son meritorias - dijo -, y por ellas seréis honrado en los libros de
los dioses. Pero habéis de saber, mortal, que cuando el alma está alimentada, el cuerpo
se ocupa de sí mismo.
- Vos también sois mortal - observó Suar -. Bueno, me parece que voy a tener que
comerme ese bicho yo solo...
- No será así - dijo una nueva voz -. Lo he traído para compartirlo con vos.
Un hombre moreno, de altura media y unos enormes músculos, con pelo y rasgos algo
negroides, se encontraba en uno de los extremos de la mesa, sosteniendo un gran plato
de madera sobre el que se habían amontonado los trozos humeantes del pulpo
cocinado.
- Aparta esa luz, vieja jirafa, y que se vaya este tipo de pelo rojo.
El hombre dejó el plato sobre la mesa, se acercó una silla, y dejó en la mesa un trozo
de queso, media hogaza de pan y una bolsa llena de pastillas, que eran su contribución
a la comida.
- No - dijo Suar -, este hombre de pelo rojo es amigo mío, porque acabo de salvarle la
vida.
Suar narró brevemente la historia de la batalla, hinchándola un poco, y añadió:
- Se llama Ghw Gleokh, si es que lo podéis creer. Si no lo podéis pronunciar, aclaraos
un poco la garganta y os acercaréis lo suficiente a la pronunciación correcta. Supongo
que procede de una de las tribus de bárbaros y sangrientos celtas. ¿No es así, Ghw?
- Todo correcto, excepto esa observación de que somos bárbaros. Soy un gálata.
¿Quién es este hombre?
- Mi viejo amigo Midawan, el herrero - contestó Suar -. Como desayuno, se come
cabezas de lanza de bronce. Procede de Tegrazen, en el sur, que se encuentra junto a
las fronteras con el País Negro. Aunque es de ascendencia parcialmente negra, jura
una y otra vez que nunca ha probado carne humana. Yo le tomo el pelo con eso cuando
me fastidia.
- Algún día me tomarás el pelo un poco más de lo que estaré dispuesto a soportar - dijo
Midawan, sentándose en la silla, al extremo de la mesa -, y te haré un nudo con ese
cuello de cisne que tienes. Vamos, gálata, ¡toma un tentáculo!
- ¡Apartad de mí esa babosa criatura marina! - dijo Ghw -. ¿Es que en toda Kern no hay
un buen asado?
- Desde luego - contestó Suar -. Pero sólo para los ricos. Nosotros, la gente corriente,
nos consideramos afortunados si podemos probar un trozo de asado durante la Fiesta
de Korb. No era así en el país de donde procedo, en el que engullíamos filetes de
bisonte todos los días. Y, hablando de caza, esa misteriosa barra vuestra, ¿es alguna
especie de arma o instrumento de caza?
Para entonces, Ghw Gleokh había bebido ya el vino suficiente como para haberse
suavizado. Lanzó un sonoro eructo y dijo:
- Podéis decirlo así; podéis decirlo. En realidad, es una herramienta mágica que posee
el más alto poder. Cuando se la utiliza adecuadamente, ningún hombre y ninguna bestia
puede resistirla.
En aquel momento habló el hombre más joven y alto que llevaba la capa y estaba
sentado al otro lado e la mesa:
- ¡Vaya! Escuchen la fanfarronada de ese bárbaro.
- Caballero - dijo Ghw, poniéndose rígido -, no os conozco, pero no permito que ninguna
gentuza me hable de esa manera.
- En cuanto a eso - dijo el joven de la capa -, soy Qahura, aprendiz de mago, y éste es
mi maestro, Semkaf. Venidos de la ciudad de Tifón, en el país de Setesh, cuya magia
está tan lejos de la vuestra, como la vuestra pueda estarlo de la de un niño.
- Tranquilizaos, tonto - murmuró el viejo mago, el que fuera identificado con el nombre
de Semkaf.
- Pero, maestro, no es correcto permitir que estos salvajes se mofen y se burlen de
nosotros. Se les tiene que dar una lección.
- Si hay aquí alguien que deba enseñarle algo a alguien, seré yo - dijo Ghw, elevando la
voz -. Soy un druida iniciado de los gálatas, conocido por todos, mientras que nunca oí
hablar de vuestra Tifón y hasta dudo que exista.
- Claro que existe - dijo Qahura -, como aprenderíais en cuanto nos visitarais y fuerais
desollado en cualquiera de nuestros altares para el sacrificio. Tifón se eleva, en negro y
púrpura, surgiendo de los márgenes místicos el mar de Tesh, entre las tumbas
piramidales de los reyes que reinaron con el mayor esplendor sobre Setesh, cuando la
poderosa Torrutseish no era más que un pueblo, y cuando la dorada Kern no era más
que un trozo de playa vacío. Ningún hombre viviente conoce la historia completa de
Tifón, ni las circunvoluciones de sus calles y de sus pasajes secretos, ni los enormes
tesoros de sus reyes, ni de los poderes ocultos de sus hechiceros. En cuanto a vos -
espetó el aprendiz -, si sois un druida, ¿dónde están vuestro manto blanco y vuestra
corona de muérdago? ¿Qué estáis haciendo en Kern?
- ¡Oh! Eso, mi rimbombante y joven amigo, es una cuestión de política tribal. Nuestro
arquedruida murió repentinamente, y algunos tuvieron la mala intención de asegurar
que yo lo había matado.
- Evidentemente - dijo Qahura -, esa magia druídica de que os jactáis no fue suficiente
para evitar las hojas de los cuchillos. ¿Podéis hacer algo que no sea la simple lectura
de las señales del tiempo atmosférico?
- Todo lo que vos podáis hacer y mucho más. Por ejemplo, ¿queréis ver a los héroes de
Gálata?
Sin esperar la contestación, Ghw extendió una mano sobre la mesa, dando algunos
pases y murmurando unas palabras. Inmediatamente, aparecieron sobre la mesa un
grupo de pequeñas figuras, del tamaño de un dedo meñique; algunas iban a pie, otras a
caballo y otras montaban en unos carros de ruedas escitas. Algunas llevaban
pantalones bárbaros, mientras que otras iban desnudas y llevaban el cuerpo pintado
con chillones colores. Se movieron precipitadamente y sus gritos sonaron en los oídos
de Suar como el zumbido de los mosquitos. Un par de ellos comenzaron a luchar con
espadas del tamaño de astillas.
- ¡Vaya! - exclamó Qahura -. Pequeños maniquíes, pero cualquiera de los gatos
sagrados de Setesh acabaría rápidamente con todos ellos.
Lanzó a su vez algunas palabras y un gran gato amarillo apareció sobre la mesa.
Agarró a uno de los gálatas en miniatura y comenzó a zarandearlo como si se tratara de
un pequeño ratoncillo. Con un gesto, Ghw eliminó a los otros héroes, aunque el gato
continuó zarandeando a su víctima.
- Todo lo que vos podáis hacer, lo puedo hacer yo también, y mejor - dijo Ghw -.
Conjuráis a un familiar en forma de un gato, yo haré lo mismo, pero con forma de lobo,
y ya veremos...
- ¡Caballeros! - exclamó Suar, colocando una mano sobre el brazo de Ghw -. Antes de
que continúe esta competencia, haciendo aparecer leones y mamuts, consideren que la
taberna de Derende no es el lugar más adecuado para que luchen entre sí esa clase de
criaturas. Nos destrozarían, a nosotros y a los demás clientes, como si fuéramos
pequeñas sabandijas. Y, lo que es más importante, aún no he cantado mis canciones,
ni pasado mi platillo. Os pido que esperéis hasta que se aclare el tiempo y podamos
dirigirnos hacia cualquier lugar abierto, al otro lado de las murallas, para que entonces
podáis convocar cada uno todos vuestros séquitos demoníacos. A los kerneanos les
agradará mucho el juego.
- Hay algo de bueno en eso que decís, poeta - dijo Qahura -. Sin embargo, debe quedar
bien entendido que nosotros, los de Setesh, sentimos el máximo desprecio por
cualquier hechizo que este druida expulsado pueda poner en marcha. Mi propio
maestro Semkaf manda a la gran serpiente Apepis, que podría tragarse al maestro Ghw
y a todas sus miniaturas de un solo bocado.
- Me parece que no será así - dijo Ghw, cogiendo algo de debajo del banco -. Este es el
hechizo más fuerte de todos. Sólo tengo que dirigirlo hacia vos o a cualquiera de
vuestros monstruos para que caigan muertos como si hubieran sido sacudidos por un
rayo.
Mostró en la mano el objeto con el que se había estado defendiendo contra los
ladrones. Se trataba de un tubo de bronce de unos sesenta centímetros, abierto por un
extremo y cerrado por el otro, sujeto por bandas de bronce a una pieza de madera
labrada que se extendía más allá del extremo cerrado, y que terminaba en una especie
de culata cuadrada.
El viejo de Setesh tuvo que hacer un esfuerzo para salir de su estupor.
- Esto es interesante, gálata - admitió -. Aunque estoy de acuerdo con todo lo que dice
Qahura y mucho más, nunca había visto una vara mágica como ésa. ¿Cómo actúa?
Ghw bebió un largo trago de vino, hipó y rebuscó algo en un talego. Sacó finalmente un
puñado de una sustancia oscura y granular, que vertió sobre el extremo abierto del
tubo, introduciéndola en éste.
- Se inserta este polvo mágico, así - dijo -. Después, se introduce esta bola de plomo,
hecha para que quepa sin dificultades en el interior del tubo, y se coloca sobre el
polvo..., así. Se empuja la bala hacia abajo con un palo en cuyo extremo hay varios
trapos, con objeto de colocarla en su sitio..., así. Se echa después un poco del polvo en
este pequeño agujero..., así. Después se enciende este polvo con cualquier llama
adecuada y, produciendo una poderosa llamarada la bala es impulsada, atravesando
cualquier objeto que se interponga en su camino. Pero no temáis; valoro demasiado
estos polvos como para desperdiciarlos haciendo una demostración ante un par de
saltimbanquis degenerados como vosotros.
- ¿Por qué no lo usasteis contra los ladrones? - preguntó Suar.
- Porque el tubo no estaba cargado y porque, aun cuando lo hubiera estado, no
disponía de fuego con el cual ponerlo en marcha.
Los ojos despiertos de Semkaf miraban fijamente el artilugio.
- ¿Y cuál es la composición de ese polvo? - preguntó.
Ghw hizo girar la cabeza con una solemnidad de beodo.
- ¡Eso nunca lo sabréis por mí! Me fue confiado por parte del desgraciado arquedruida,
justo antes de su accidente. Cuando se encontraba tendido, moribundo a causa del
corte que él mismo se había hecho, me confió el instrumento y todos sus secretos.
Midawan el herrero, que se había mantenido demasiado ocupado hasta ese momento
como para tomar parte en la conversación, dijo:
- No me gusta vuestro instrumento mágico, extranjero. Si tiene el suficiente polvo detrás
de la bola, destrozará mi escudo o mi peto más fuerte. ¿Qué sería entonces de mi
oficio? ¡Al fondo del océano!
- No sería sólo eso - comentó Suar -. Si estas mejoras estuvieran introducidas en el
ejército, el viejo y noble arte de la esgrima no tardaría en desaparecer. Ahora que los
hombres luchan cargados como langostas con planchas y láminas de bronce, antes que
un estoque prefieren llevar esas enormes espadas de hoja ancha, para abrirse paso así
por entre las defensas del enemigo. Son como simples golpes de leñador.
- Los tiempos cambian y uno tiene que cambiar con ellos - dijo Midawan.
- Cierto, pero eso también se aplica a vos - observó Suar -. Así es que será mejor que
comencéis a elaborar una serie de faroles de bronce y espejos para el día en que esos
instrumentos se hayan adueñado de los campos de batalla.
Semkaf se inclinó entonces hacia Ghw Gleokh.
- Desearía vuestro instrumento, mortal. Dádmelo.
- ¡Cómo! ¡Insolente bribón! - replicó Ghw -. ¿Estáis loco? Nosotros matamos a los
hombres por menos de lo que habéis dicho.
- ¡Caballeros! - dijo Suar -. ¡Aquí no, os lo ruego! O esperad al menos a que haya
terminado la Canción de Vrir y haya recogido mi dinero. Os llenaré los corazones de
emoción... - y se apresuró a tocar la lira.
- ¿Qué son vuestras canciones para mí? - preguntó Semkaf -. Yo no poseo emociones
mortales. Quiero...
- Así pues, sois como esos glotones cerdos de Kern - dijo Suar -. No apreciáis las artes,
como ellos. Sólo se preocupan por el dinero. De cualquier modo, ese instrumento no os
servirá de nada si no sabéis la fórmula del polvo.
- Eso lo puedo saber en cuanto quiera a través de mis propias artes - replicó Semkaf -.
Vamos, amigo Ghw, os ofrezco a cambio lo que es de mayor valor para vos.
- ¿Y qué es eso, bufón! - preguntó Ghw.
- Únicamente vuestra vida.
Ghw lanzó un escupitajo a través de la mesa e inmediatamente después cogió su jarra
de vino y lanzó lo que en ella quedaba contra el rostro del de Setesh.
- ¡Eso es para vos!
Semkaf se secó su escuálido rostro con la punta de su capa y volvió su cabeza de
halcón hacia su aprendiz, murmurando:
- Estos salvajes me están hartando. Mátales, Qahura.
Qahura humedeció un dedo en su jarra de vino, trazó un símbolo sobre la mesa y
comenzó a recitar algo. Antes de que pudiera terminar la primera frase en la
desconocida lengua que empleaba, Ghw Gleokh elevó su instrumento de tubo con la
mano derecha y se apoyó la culata de madera contra el hombro, de modo que la parte
abierta del tubo apuntara contra el pecho de Qahura. Con la mano izquierda, cogió la
llama del brasero y la aplicó al pequeño agujero situado sobre la parte superior del tubo.
Se oyó un ruido sibilante y del agujero surgió un penacho de llama amarillenta y unas
chispas. Casi instantáneamente, la habitación se estremeció con el estampido de una
tremenda explosión. La llama y el humo surgidos por el extremo abierto del tubo
impidieron el poder ver a Qahura.
Mientras la habitación aún estaba llena de los ecos de la explosión, todos los rostros se
volvieron hacia la mesa de Suar. Después, se escucharon terribles gritos y el sonido de
las sillas y mesas arrastradas, cuando todos los presentes intentaron salir de allí al
mismo tiempo, abalanzándose unos sobre otros, llenos de pánico. El gato conjurado por
Qahura se desvaneció en el mismo instante de la explosión. Suar tosió ante el olor del
sulfuro quemado.
Cuando empezó a aclararse el humo, Qahura, con los párpados caídos y la boca
abierta, cayó sobre la mesa, con el rostro, ennegrecido por el humo, sobre el vino
derramado. Por encima de su cuerpo, Semkaf y Ghw se quedaron mirando fijamente el
uno al otro. Ghw había dejado el tubo a un lado, sacando la espada de hoja ancha que
le quitara al ladrón, pero ahora parecía estar luchando contra una extraña parálisis que
le atenazaba. Suar trató de levantarse, descubriendo que se había enredado las
piernas con el banco, la capa y el estoque.
- Os he subestimado - dijo Semkaf, sacándose de uno de los dedos un anillo en forma
de reptil y realizando movimientos místicos con él, al tiempo que decía: ¡Antif maa-yb,
'oth-m-hru, Apepite!
Suar percibió un terrible hedor a reptil y el seco deslizarse de unas escamas. No vio
nada pero, a su derecha, Midawan el herrero retrocedió como si hubiera sentido un
contacto invisible y Ghw Gleokh lanzó un grito horrendo. Algo se agarró al gálata,
haciéndole caer del banco al suelo. Suar, que aún intentaba ponerse de pie, se quedó
atónito al observar que el brazo derecho del ex-druida había desaparecido hasta la
altura del hombro.
Los demás clientes casi habían vaciado ya el local, saliendo al exterior a través de
todas las aberturas existentes. Todos desaparecieron en un momento.
Con un rápido movimiento, Midawan sacó un cuchillo de hoja ancha de su cinto y saltó
diagonalmente sobre la mesa, desde el extremo donde se hallaba sentado, yendo a
caer casi sobre el regazo de Suar, en el mismo lugar donde antes estuviera sentado
Ghw. Al mismo tiempo que cayó, su brazo derecho se extendió, introduciendo el
cuchillo en el pecho de Semkaf, cortándole a mitad de otra frase de anatema y condena.
En el suelo, Ghw realizaba extrañas convulsiones, como si una inmensa e invisible
serpiente le estuviera estrujando mortalmente. Su cuerpo se dobló y se sacudió y los
huesos crujieron como astillas.
Suar se libró de su enredo, se levantó rápidamente, retrocediendo hasta la puerta. El y
Midawan eran las últimas personas que quedaban en la taberna, a excepción de los
tres magos. Cuando Suar echaba a correr hacia la puerta, arrastrando la capa y
llevándose su preciosa lira, se detuvo un instante para mirar hacia atrás.
Ahora, Semkaf estaba echado hacia adelante, con el rostro sobre la mesa, como su
aprendiz, y a su lado. Sobre el suelo, Ghw Gleokh, ensangrentado y distorsionado,
había dejado de retorcerse. Ahora estaba quieto en el suelo, pero tanto su cabeza
como su otro brazo también habían desaparecido. En aquella última mirada, Suar vio
como la zona de invisibilidad descendía hasta que sólo quedó la mitad inferior del
cuerpo de Ghw y sus piernas. Parecía como si estuviera viendo a una rana que fuera
tragada por la cabeza de una serpiente invisible...
Ya en el exterior, Suar y Midawan corrieron tres manzanas a lo largo de la calle
Océano antes de detenerse para respirar.
- ¿Por qué mataste a Semkaf? - preguntó Suar -. En realidad, no era una pelea nuestra.
- ¿Es que no le oíste decir a Qahura que nos matara a todos? Estos brujos no son
precisamente amables cuando lanzan sus maldiciones.
- ¿Y cómo pudiste hacerlo cuando Ghw no pudo?
- No lo sé. Supongo que fue porque llevé cuidado de no mirarle a los ojos, y quizás
porque estaba algo debilitado por aquella droga que estaba inhalando; me parece que
era el olor de la rosa de la muerte.
- Pero ahora, su demonio privado ha quedado suelto sin nadie capaz de hacerlo
regresar a su propio mundo.
- Normalmente, esas cosas regresan por sí solas - comentó Midawan, encogiéndose de
hombros -. Eso es, al menos, lo que he oído decir. Si mañana oímos decir que Apepis
aún anda suelta por la ciudad, podemos ir a ver a mis primos, en Tegrazen. Además, de
no haberle matado, Semkaf se habría enterado de los secretos del tubo tronador y si
esa cosa llega a ser utilizada por todos, mi negocio habría terminado por venirse abajo.
Suar Peial se dio cuenta entonces de que Midawan llevaba el ingenio de tubo en
cuestión. Al hablar, el herrero hizo girar el instrumento por encima de su cabeza y lo
lanzó con fuerza hacia la bahía. Suar escuchó un débil chapoteo cuando el arma chocó
invisiblemente contra el agua, hundiéndose en la oscuridad.
- ¡Eh! - exclamó Suar -. Si tú no lo querías, yo podría haber vendido el bronce por el
precio de varias comidas. Como esta noche no he tenido oportunidad de cantar, no sé
cuando podré volver a comer ni cuando podré beber una jarra de vino, o presumir con
una moza.
- Es mucho mejor que esas cosas estén fuera del alcance de cualquiera - dijo Midawan
-. Por mi parte, puedo invitarte a una comida o dos. Ya sabes que eso en realidad no
me preocupa. tendremos que mejorar nuestras artes; pero ningún juguete mágico como
ése nos dejará nunca fuera del negocio. Sí, señor, las armaduras continuarán
existiendo.
FIN

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