EL PARAISO PERDIDO // JOHN MILTON // LIBRO 9 - 10
LIBRO NOVENO.
SUMARIO
SATANÁS habiendo recorrido la tierra, armado de nueva malicia,
vuelve de noche al Paraíso. Se introduce en la serpiente. Adán y Eva
salen, al romper el día, a sus ocupaciones ordinarias. Eva propone separarse
de su marido para trabajar sin distraerse. Adán se opone a ello, por
temor de que el enemigo se valga de su soledad para tentarla. Eva, sentida
de aquella desconfianza en su virtud, insiste en la separación, y
Adán cede. La serpiente encontrándola sola, la habla, y lisonjea su amor
propio. Eva se admira de oírla hablar, y desea saber la causa: a lo que
responde la serpiente, atribuyéndola a la virtud de una fruta del jardín, y
conduce a Eva, a petición suya, hacía el árbol vedado, diciéndola que
aquella es la fruta, e induciéndola a que la coma. Duda al pronto; pero
al fin cae en la tentación. Va después a encontrar a Adán, llevándole un
ramo cargado de la misma fruta. Adán a primera vista se horroriza; pero
arrastrado por su excesivo amor, toma la resolución de perecer con Eva
y la come. Efectos de este pecado. Procuran al pronto cubrir su desnudez;
se introduce después la discordia entre ellos, y se culpan recíprocamente
de aquel exceso.
¡Oh tierra desgraciada! ¡Oh deplorables
Mutaciones! ¡los días ya se acaban
En el mundo celestes mensajeros
Descendían, y al hombre las amables
Ordenes del Eterno declaraban:
En que el Ángel benigno, a los primeros
Padres, con trato familiar honrando,
Y en su rústica mesa acompañando,
Por su fruta sabrosa
Dejaba la ambrosía deliciosa,
El néctar de los Dioses! ¡Qué funesta
Mudanza va a cantar la lira mía,
En lugar de tan plácida armonía
Del Cielo con la tierra! ¡Cuánto cuesta
A su dulzura repetir la horrible
Ingratitud del hombre; su piadoso
Criador desconocido
Por él, y su poder sumo ofendido;
La culpa introduciendo la insensible
Muerte en el mundo, con el espantoso
Séquito innumerable de los males,
Justa venganza de los desleales,
Que el más suave precepto quebrantaron
Y contra su Hacedor se rebelaron!
¡Asunto lamentable;
Pero más elevado y admirable
Que Aquiles, arrastrando furibundo
Alrededor de Troya, el despojado
Cadáver de Héctor, en el polvo inmundo,
Por tres veces, al fiero carro atado:
Que, la lanza de Marte ensangrentada,
O el hórrido tridente de Neptuno:
Más que el hijo de Anquises, trasladada
Su fortuna con él, al floreciente
Latino reino, y que la fiera Juno,
De Ilión las reliquias persiguiendo
Por los mares, y a Turno protegiendo,
Para acabar con ellas duramente!
Dígnate, pues, ¡oh Musa! de inspirarme.
Tú eres mi protectora,
Y sueles con frecuencia visitarme.
Ven silenciosa, te lo pido, a la hora
En que el orbe descansa adormecido,
Y ennoblece los versos numerosos
Que de mi boca corren a raudales,
Desde que di principio al escogido
Tema sublime, cuyos poderoso a
Atractivos mi lengua han fecundado.
Otros, por largo tiempo las mortales
Contiendas, las hazañas han cantado
De uno y otro soñado caballero
De los remotos siglos, olvidando
Con ingrato silencio el verdadero
Mérito y la constancia que ilustrando
Están los fastos del valor guerrero.
Celebren, pues, con pluma aduladora
Las concurridas justas, los torneos.
Los lozanos bridones, los arreos,
El garbo y la belleza encantadora
De fingidas Princesas, los soñados
Golpes de espada y lanza agigantados;
Los altos hechos de armas, la pomposa
Púrpura de los mantos, los lucidos
Broqueles de oro fino en que esculpidos
Los sucesos se ven que lustre dieron
A sus dueños: alaben la preciosa
Riqueza y discreción de las empresas:
Dispongan los festines, y las mesas
Abundantes, que al mundo sorprendieron
La turba servicial y numerosa
De gigantes, de enanos, de escuderos,
De encantados palacios, hechiceros
Verjeles, y millares de patrañas,
Como de la verdad, del juicio extrañas,
A que el vulgo da asenso,
Y en que perder el tiempo nunca pienso,
Un tema más brillante,
Más nuevo objeto, más interesante
Al hombre, viene a despertar mi lira,
Si acaso el clima helado, que conspira
Con la torpe vejez, no apaga luego
Los tristes restos de mi sacro fuego,
O mi Musa, apiadada de mi vano
Esfuerzo, no me quita de la mano
El sonoro instrumento,
Y corta él vuelo a tan osado intento.
El sol ya remataba su carrera
Del mar en los cristales; la lumbrera
De Véspero dudosa, que del día
Participa y la noche, relucía
En la mitad del orbe; se asomaban
Las sombras, y el oriente ya enlutaban,
Cuando acabando el curso vagabundo,
Satanás, despreciando las terribles
Amenazas del Cielo, vuelve al mundo.
No menos fiero, pero más prudente,
Como ya escarmentado, los posibles
Medios discurre en sí, para meterse,
Sin que le vean, como anteriormente,
De Edén en el recinto y esconderse.
Fiel a su empresa odiosa,
Como huyó con la noche tenebrosa,
Con ella vuelve, pero con cautela
En espiarle todo se desvela
Para asaltar la cerca peligrosa,
Bien que resuelto a entrar, aunque le cuesta
Perecer. Desde la época en que visto
Fue por aquel espíritu celeste
Que el sol dirige, dentro de los muros
De Edén, y, echado de entre sus oscuros
Bosques, habla fugitivo y listo
Siete veces entera vuelta dado
A aquel inmenso círculo inflamado
Que de la luz y sombra exacto mide
La marcha y en sus turnos la divide.
Cauto, a la negra noche iba siguiendo
En sus velos envuelto y siempre huyendo
De la luz, hasta tanto que en la octava
Tarde, cuando a extenderse comenzaba
Sobre Edén, de su sombra guarecido,
A ejecutar su plan llega atrevido;
Pero para evitar la vigilancia
De la guardia celeste, a gran distancia
Callado, al lado opuesto de la cerca,
Por sendas ocultísimas se acerca.
Entonces allí mismo un antro había
(Antes que por la cólera del Cielo
Se trastornase todo en aquel suelo),
En cuyo negro seno sumergido
El Tigos, de él de nuevo a luz salía
A seguir su camino interrumpido.
Por el jardín ameno discurriendo:
El enemigo aquella entrada viendo
Tan secreta y segura,
En sus ondas se arroja diligente:
Envuelto en ellas pasa aquella oscura
Cueva, y vuelve a salir con la corriente.
Para ocultar su marcha fraudulenta,
Al hollar el jardín, rodearse inventa
De un velo de vapores, recogido
Del agua misma por donde ha venido.
Resuelve al fin, para mejor cubrirse,
En un cuerpo viviente introducirse.
Durante el largo viaje ha examinado
La especie singular de cada bruto,
Sus costumbres e instinto, y reparado
Que entre ellos todos era el más astuto,
El más fino, la pérfida Serpiente,
En ella, él y su lazo juntamente
Determina ocultar, haciendo cuenta
De que si en una bestia se escondía
Que fuese un poco estúpida, daría,
Si del menor estratagema usara
O de la menor traza, una violenta
Sospecha de sus tramas infernales
Que el suceso esperado trastornara.
Sólo, entre los restantes animales,
Aquel, por su malicia, su tortuoso
Andar y por su instinto cauteloso,
Podía a su carácter fementido
Prestar un verosímil colorido.
Lo elige: mas primero, sollozando,
La pena exhala, que le está angustiando.
«¡Oh tierra! exclama (pues que así te nombras),
»Digna de ser por dioses habitada,
»¿Cómo no te avergüenzas y te asombras
» De verte por los hombres profanada?
»Tú, del brazo de Dios obra segunda,
» Mas primera en lo hermosa y lo fecunda.
»¡De qué luces tan bellas
»Te adornan, te coronan las estrellas!
»Para ti esas lumbreras se encendieron;
»Los Cielos mismos para ti se hicieron;
»Cada astro, de servirte envanecido,
»Se eleva, viaja, vuelve y sin reposo
»Alrededor de ti vuela gozoso
»A pagarte el tributo que es debido
»Como a Reina de fuegos, de colores,
»De estaciones y vivos resplandores.
»Como en el Cielo cada inteligencia
»Angélica, con ansia imponderable,
»Tira a acercarse a la divina esencia
»Cual a centro común, así se esfuerza
»Todo ese pueblo hermoso, innumerable
»De soles, a rodearte amontonado,
»Como a centro también, sin que extraviado
»Uno siquiera su carrera tuerza.
»Esos fuegos vitales son la fuente
»De todos tus tesoros y hermosura;
»Son los que vuelan con el aura pura
»Por las plantas, las frutas y las flores;
»Las forman, las elevan gradualmente
»Y la dan sus perfumes y sabores.
»Aun es mayor prodigio. A esos vivientes
»Pueblos de irracionales que renacen
»Sin cesar, dan la vida y los sentidos,
»Y con sus llamas más sutiles hacen
»En ellos los efectos aparentes
»De la razón, de modo que advertidos
»Y sagaces parecen cual si hubiera
»Ingenio en ellos que los dirigiera.,
»Estos, aunque en el rango desiguales
»Entro sí, se utilizan, y puntuales,
»Según sus clases, de diversos modos
»Al hombre sirven y obedecen todos.
»¡Oh tierra! ¡Qué pinturas primorosas
»Hermosean tus campos espaciosos!
»¡Oh alegres valles, montes orgullosos,
»Collados verdes, sombras deliciosas,
»Frescos antros, arbustos delicados,
»Árboles majestuosos,
»Audaces riscos y floridos prados,
»Ríos pomposos, rápidos torrentes,
»Arroyos, vastos lagos, claras fuentes.
»Oh cuánto vuestra vista deleitable
»Mi triste corazón encantaría,
»Si sentir el placer me fuera dable!
»¡Mas para él el placer y la alegría
»No existen ya! ¡La más negra tristeza,
»La desesperación, tienen fijada
»Dentro de él para siempre su morada!
»Para aliviar mi bárbaro tormento
»Producir debe la naturaleza
»Cómplices en mi encono y mis maldades.
»Penas que igualen a las que yo siento,
»Impulsos de furor, atrocidades;
»El extremo del mal, al fin, que llene
»Este pecho, y de rabia lo enajene.
»Tal es el solo bien que, ansioso anhelo!
»¡Oh Infierno, huir en vano he procurado,
»Del fuego de tu océano abrasado!
»¡Otro infierno más cruel llevo conmigo!
»¡Me sigue inseparable en este suelo,
»Y aun del celeste alcázar al abrigo
»Con el mismo furor me acompañara
»Si a su déspota altivo no humillara!
»Pues que este mundo es su obra preferida,
»Y el hombre imagen suya, en lo más vivo!
»Le he de ofender sin duda si le privo
»Del gozo que ahora tiene en ver cumplida
»La intención noble con que le ha criado
»No siendo esto imposible, si se logra,
»El mundo como el hombre se malogra.
»Hagámosle este ultraje duplicado,
»Supuesto que en mi suerte desastrada
»Si no a ganar, no voy a perder nada.
»Satanás no es feliz si no es vengado.
»Si llego así a triunfar de mi enemigo
»Y mis tormentos dividir consigo,
»Que lluevan sobre mí calamidades,
»Que de ese Dios excedan las crueldades
»A mis delitos, nada ya recelo;
»En todas partes hallaré consuelo.
»Perezca el hombre; quede devastado
»El jardín que para él se ha fabricado.
»Sólo el mirar al mundo me importuna;
»Que siga de su dueño la fortuna.
»Mas no sacia aún su ruina mis deseos:
»¡Objetos de mi envidia y mis dolores,
»Cielo, tierra, hombre, Dios, desvaneceos,
»Pereced todos! Mi odio no os separa.
»La guerra a haceros va indistintamente!
»¡Pábulo a mis furores.
»Aniquilaos todos juntamente!
»Que su soberbia actual les cueste cara;
»Que prueben por su turno esas, divinas
»Esencias, esos seres, el tormento
»Que hace penar mi corazón sangriento.
»Que acabe todo, y que sobre las ruinas
»Del universo en pie Satanás quede.
»¡Satanás solo! Es lo único que puede
»Satisfacerme. Entonces, victorioso,
»Al Infierno volviendo, recibido
»Con delirio gozoso,
»Decir podré a aquel pueblo sorprendido:
»Aquí tenéis el vencedor glorioso
»Del decantado Dios omnipotente;
»Postraos a sus pies; el merecido
»Homenaje prestadle acordemente;
»He deshecho en un día
»Lo que su afán en seis criado había,
»Esa obra inmensa, ese orbe celebrado
»En que había agotado
»Su poder todo y su sabiduría,
»Objeto de su viva complacencia.
»Aunque era tan reciente en la apariencia,
»Me parece probable que previendo
»Que útil a su venganza ser debía,
»La estuvo largo tiempo previniendo.
»Así, aquella obra que bondad respira,
»Hija habrá sido de su fatal ira.
»Puede también que no la haya ideado
»Sino cuando del Cielo la tercera
»Parte de moradores que quisieron,
»Ser libres y su yugo sacudieron,
»Con imprudente furia arrojó airado.
»Apenas cesaría su primera
»Cólera al ver su reino despoblado,
»Quizás de su imprudencia arrepentido,
»Que volviera a poblarse deseando,
»Y a un tiempo la ocasión aprovechando
»De desahogar aún más su desmedido
»Odio contra nosotros, trataría
»De tomar algún medio. No alcanzando
»Tal vez ya su poder, desfallecido
»Con el uso, a criar otros iguales
»Ángeles a los que el perdido había
»(Si acaso nuestros seres inmortales
»A él debemos), y que de aplausos vanos
»Y serviles inciensos le colmaran,
»Dio el ser a los humanos,
»Para que nuestros tronos ocuparan
»En su corte: a ese pueblo vil y oscuro,
»Que rico a nuestra costa, envanecido
»Con nuestra ruina, vive persuadido
»De que se ha de elevar su cieno impuro
»A lo alto del Empíreo, a la grandeza
»De que se nos privó con tal dureza.
»Tal la intención de Dios sin duda ha sido,
»Y hasta ahora su proyecto
»En todo punto se ha llevado a efecto:
»Al hombre de la tierra ya ha formado,
»Sobre ella por su rey le ha entronizado.
»Le ha puesto por dosel el firmamento:
»Los astros en perpetuo movimiento
»Sirven para alumbrarle:
»Los Ángeles son sólo diligentes
»Criados, destinados a cuidarle,
»Y a ser sus mensajeros: los ardientes
»Querubines la corte con bajeza
»Hacen a esa criatura miserable,
»Sumida de su lodo en la torpeza,
»Como si fuera al ser más respetable
»Su favor vergonzoso mendigando
»Y en su custodia sin cesar velando.
»Así el tirano el pundonor destierra
»Del Cielo, esclavizándolo a la tierra.
»Para evitar la vista penetrante
»De esos envilecidos
»Antiguos camaradas, ahora crueles
»Enemigos de todo su brillante
»Gremio, y al interés común infieles,
»He tenido que andar por escondidos
»Senderos y cubierto del oscuro
»Nocturno manto, a fin de introducirme
»Aquí ¡Feliz si encuentro más seguro
»Asilo, en que encubrirme
»Pueda a gusto, y librarme de su odioso
»Registro, refugiándome al obsceno
»Cuerpo de un reptil torpe adormecido,
»Y transformar en él el majestuoso
»Rostro del Jefe de los Serafines!
»¡Oh vergüenza! ¡Oh disfraz el más ajeno
»De un ser rival de Dios! ¡Yo que he podido
»Alborotar del Cielo los confines,
»Y hacer dudosa guerra abiertamente
»A ese señor del mundo,
»Reducido a esconderme en el inmundo
»Cuerpo de una serpiente,
»A arrastrar por el polvo, en sus tortuosos
»Pliegues, postrando mi soberbia frente!
»¡Oh infernales poderes orgullosos!
»Al mirarle abatido a tal extremo,
»¿Conoceréis a vuestro rey supremo?
»¡Hasta que sima tiene que bajarse
»La ambición, cuando trata de elevarse!
»Cuanto más alto pone el pensamiento,
»Tanto más ha de ser su abatimiento.
»¡Oh venganza! tú que has envenenado
»Mi triste corazón, ¡cuánta amargura
»Viene mezclada en tu falaz dulzura!
»Si algún consuelo me has proporcionado,
»¡Qué crueles consecuencias ha traído!
»No importa: ¡tronad, Cielos! La fiereza
»De vuestros rayos sobre mi cabeza
»Rebelde descargad, que conmovido
»No me veréis. ¡Oh suerte! Me contento
»Sólo con poder dar a ese envidioso
»Dios, mi enemigo, un golpe doloroso,
»O si a él no alcanza mi resentimiento,
»Vengarme sobre ese hijo que ha adoptado,
»Y que en su rabia al Cielo ha presentado.
»Ese Dios nuevo ha sido el que insolente
»Me ha insultado. Esto basta: mi abrasada
»Ira debe pagarle exactamente
»Odio por odio, ultraje por ultraje.»
Dichas estas palabras, concentrada
Su rabia, entre la zarza y el espino
Espesos, con silencio abre camino,
Y prosigue su viaje
A buscar la serpiente, que dormida
Encuentra, entre sus círculos metida
La lánguida cabeza blandamente.
No era entonces aquella bestia bruta.
De todo cuanto vive aborrecida,
Como ahora: era colérica y astuta;
Mas no cruel, ni pérfida: inocente,
En lugar de esconderse en la espesura,
O de los antros en la sombra oscura,
Como lo hace actualmente,
Sobre la tierna hierba se enroscaba,
Y a cielo abierto, quieta dormitaba,
En ella, Satanás con ligereza
Se mete, y en su pecho se introduce
Su instinto torpe, a obedecer reduce
De su inmortal razón a la viveza,
Y tranquilo en moverse no se afana,
Hasta tanto que llegue la mañana.
Ya el Oriente remoto se colora,
De la tierra el incienso matutino
Sube hacia Dios, al paso que la aurora
Comienza sonrosada su camino,
Y el Criador recibe con agrado
La adoración de la obra que ha criado.
Adán, en aquella hora ya despierto,
Con Eva el verde cenador dejaba,
Y con los coros mudos de concierto
De las demás criaturas, alababa
Al Señor, las primicias disfrutando
Del día; pero el tiempo iba avanzando
Su rústico trabajo los llamaba,
Y a los cuidados que el jardín pedía,
Bastar el afán de ambos no podía.
«Caro esposo, dice Eva: inútilmente
»Las fuerzas reunidas ocupamos
»De nuestros brazos, para dar salida
»A todo: el largo día en podar ramos
»Infructuosos se pasa, y al siguiente,
»Otra tal multitud vemos crecida,
»Que parece que nada hemos cortado.
»Si otras veces, las ramas, abrumadas
»Con el peso sobrado,
»Sobre fuertes horquillas sostenemos,
»Para cada una, mil aun más cargadas
»En una noche sola, por la fuerza
»Del fértil suelo, nuevamente crecen,
»Y a todas acudir nunca podemos.
»Para una que estorbamos que se tuerza.
»Las más hermosas y útiles perecen.
»¿Qué diré de las frutas y las flores?
»Todos nuestros sudores
»Para una corta parte no serían
»Bastantes, sólo de las que se crían
»Alrededor de nuestro alojamiento.
»Veamos si abreviar es asequible
»El ímprobo trabajo, de manera
»Que luzca más: quizá tu gran talento
»Hallará algún arbitrio: por mi parte
»Uno tengo pensado, que es sensible
»A mi tierno cariño, que quisiera
»De ti no separarse ni un momento;
»Pero sobre el es justo consultarte,
»Como que tienes más conocimiento,
»Puesto que me parece el más juicioso,
»Para hacer más ligero y más fructuoso
»Nuestro largo trabajo. Dividamos
»Nuestras tareas: tú, como el más fuerte,
»Podrás en el cultivo entretenerte
»De los árboles, ya uniendo al robusto
»Olmo la débil palma, ya en los ramos
»Del olivo enredando el oloroso
»Jazmín, o bien podando el lujurioso
»Nogal, según te lo dictare el gusto,
»Mientras yo en otra parte mis sudores
»Emplearé en las plantas y las flores;
»Porque, yo lo confieso, cuando unidos,
»Como sucede en todas ocasiones,
»En un mismo paraje cultivamos.
»Las plantas, casi nada trabajamos:
»En suaves caricias divertidos,
»O en dulces risas, o en conversaciones
»Mas serias comúnmente distraídos,
»Por nuestra utilidad, nos olvidamos
»De la de nuestros tiernos arbolitos,
»De la de nuestras rosas, y exquisitos
»Frutos, y luego, sin placer comemos
»Lo que sin pena alguna recogemos.»
Responde Adán: «¡Oh encanto de mi vida.
»A todas las criaturas preferida!
»Ese deseo de que apresuremos
»Nuestro trabajo agreste, aun más amable
»Te hace a mi corazón. ¡Que generoso
»Esfuerzo, en consentir sacrifiquemos
»A1 interés común, el agradable
»Placer de nuestra dulce compañía!
»¡Cuanto no habrá costado a tu amoroso
»Corazón! Has pospuesto noblemente
»La excesiva alegría
»De un gusto vano, a las solicitudes
»Justas, a las domésticas virtudes;
»Mas Dios no trata tan severamente
»A sus hijos. Sus leyes con dulzura
»Templa; permite que, en nuestras faenas,
»De tiempo en tiempo con nuestras caricias
»Volvamos las fatigas en delicias:
»Quiere, si el apetito nos apura,
»Que un rústico festín a nuestras venas
»El vigor vuelva, y que con divertidos
»Coloquios se interrumpan los seguidos
»Afanes: que jamás nos excedamos
»De modo en trabajar, que nos rindamos:
»Que del trabajo a gusto se respire,
»Y que cual mera diversión se mire:
»Aun mucho más, aprueba que empleemos
»En amables discursos la preciosa
»Razón que nos ha dado; que expresemos
»El recíproco amor, el inocente
»Afecto que ha grabado su piadosa
»Mano profundamente
»En nuestros tiernos pechos, y que usemos,
»Del don de la palabra, que ha negado
»A todo otro animal, y al hombre ha dado.
»Esta inflama el amor que a sus bondades
»Debemos tributar, y nos levanta
»A él: que de todas las necesidades
»Nuestras, es la primera y la más santa,
»Y nuestra dulce unión también anima,
»Que más de aquel Señor nos aproxima.
ȃl, mismo nuestras almas ha dispuesto
»A1 amor, sin el cual triste y ocioso
»Ningún racional puede ser dichoso,
»Y cual dulce precepto nos lo ha impuesto.
»Ese gran Dios, cuya sabiduría
»A gozar nos convida, no ha querido
»Que el hombre de trabajos consumido
»Fuera: quiso que dulce sucediese
»El descanso, que fuera su fiel guía
»En esto su razón, los dirigiese
»Y de modo entre si los combinara,
»Que una vida feliz nos resultara.
»Cuidemos, pues, de nuestras arboledas
»Limpiemos reunidos las veredas
»Cerradas por la extrema lozanía,
»De las plantas, que al fin llegará el día
»En que de dulces hijos circundados,
»Más hermosos, más frescos que las flores,
»De sus jóvenes brazos ayudados,
»Demos abasto a todas las labores.
»Apoyos de sus padres, cual retoños
»De rosas, alrededor de nuestra amada
»Habitación su turba derramada,
»Hará, nuestra delicia. ¡Con qué gusto
»Iremos instruyendo sus bisoños
»Años de las grandezas del augusto
»Divino bienhechor, de la labranza
»Y de cuanto exigiere su enseñanza!
»Con todo, si algún rato, deseosa
»De variar, te cansare mi presencia,
»No te prohibo alguna breve ausencia;
»Pues gusto de que estés siempre gozosa.
»¡Feliz a la verdad aquel que, aislado
»De los demás, encuentra en su retiro
»La alegría! Cual solo no lo mira
»Mientras consigo no está fastidiado;
»¡Mas presto echará menos el abrigo
»Consolador del pecho de un amigo!
»En cuanto a ti, perdóname si temo
»Exponerte a algún riesgo, si apartada
»Te mantienes de mí. Bien enterada,
»Estás del odio extremo,
»De la sed de venganza que alimenta
»El fiero Satanás contra nosotros.
»Sus proyectos, lo sabes, no son otros
»Que el turbar nuestra paz inapreciable,
»Seducirnos, perdernos; que no intenta
»Menos que hacernos de su miserable
»Suerte participar, y separarnos
»De nuestro padre y nuestro augusto dueño.
»Este es ¡oh horrendo Satanás! tu empeño.
»¡Tu negro corazón ardiendo en ira
»Y en cruel envidia, anhela devorarnos!
»No dudes pues, cara Eva, que ese injusto
»Enemigo conspira
»Contra nosotros. Tierno te conjuro
»Que de mí no te apartes. De mi lado
»Por el Señor tu cuerpo fue formado;
»Será siempre tu asilo el más seguro:
»Tu puesto en cualquier lance peligroso
»Es el que está más cerca de tu esposo:
»Él sabrá libertarte,
»O si no, en tu desgracia acompañarte.»
A estas palabras, Eva prevenida
De su inocencia, y, de la desconfianza
Que Adán la muestra vivamente herida,
Así responde: « ¡Noble hijo del Cielo
»Y de la tierra! bien sé a lo que alcanza
»De Satanás la rabia y la malicia:
»Sé cuánto nuestra pérdida codicia,
»Pues que tu voz, y el admirable celo
»De Rafael de su furor ardiente
»Y de todas sus trazas, claramente
»Me han enterado. Ayer, cuando las flores
»Al llegar las tinieblas, sus olores,
»Ansiosas recogían, y el glorioso
»Arcángel ya de ti se despedía,
»Yo, vuelta del trabajo, disfrutando,
»En ese cenador, que está tocando
»A nuestro alojamiento, del reposo,
»Nada de cuanto hablabais perdía,
»Cuando de ese enemigo se trataba
»Y a evitar sus ardides te exhortaba.
»Evitémoslos, pues: lo mismo digo;
»Pero que yo, de cuya inalterable
»Fidelidad Dios mismo es el testigo,
»Por mi esposo me vea condenada,
»Sólo porque aquel ente detestable
»Nuestra ruina ha jurado, a ser guardada
»Con esa desconfianza, es una dura
»Pena, que me ha colmado de amargura.
»El Ángel tal sospecha no mostraba,
»Ni yo ella de tu parte me esperaba.
»¿Qué temes, caro Adán? ¿La fuerza abierta?
»¿Y no sabes, cual yo, por cosa cierta,
»Que nosotros, que somos inmortales,
»Estamos libres de ella? ¿Por ventura
»Temes del enemigo las fatales
»Tramas? ¿Sin duda a ti se te figura
»Que a pesar de mis firmes juramentos
»De lealtad y amor, quizá algún día
»Abusará de la flaqueza mía?
»¿Y cuáles son, oh Adán, los fundamentos,
»Que mi amoroso corazón ha dado
»Para ser tan cruelmente sospechado?
»¡Oh tú, obra del Eterno, milagrosa,
»Incomparable esposa,
»La dice Adán; que de su augusta mano
»Recibiste la vida y la inocencia!
»No te temo yo a ti: temo a tu ausencia:
»¿No es un arrojo peligroso y vano
»Presentarte tú sola al enemigo?
»¿Si pudo seducir los celestiales
»Seres, presumirá nuestra flaqueza.
»Evitar por sí sola sus mortales
»Lazos? Confiada, pues, en el amigo
»Que te dio el Cielo para protegerte,
»Duplica con su auxilio tu firmeza.
»Aun yo me siento mil veces más fuerte
»Que estando solo, cuando estoy contigo.
»A tu lado, ¿qué esfuerzo no sería
»El que yo hiciese? No me atrevería
»A faltar a tu vista: una mirada
»Tuya bastara para que, animada
»Mi alma, a todo enemigo resistiera.
»Nada cerca de ti me conmoviera.
»Tú conmigo también, ¡cuán diferente
»Fuerza tendrás! Seamos mutuamente
»Tino de otro el apoyo: sé tú el mío,
»Como yo seré el tuyo: así confío,
»Que burlemos las tramas infernales,
»Y si tú, valerosa, tus leales
»Afectos probar quieres combatiendo
»A campo abierto al adversario horrendo,
»No me opongo a que muestres tu osadía;
»Pero llévame a mí en tu compañía.
Inquieto Adán así la amonestaba,
Uniendo la prudencia a la ternura;
Pero Eva, persuadida que su dura
Sospecha interiormente aun conservaba,
Exhaló de este modo su tristeza:
«¡Conque aquí sin cesar nos amenazan
»Conjuradas la fuerza y la destreza!
»Si impunemente andar nos embarazan
»Un momento uno de otro divididos,
»Somos por cierto bien desventurados.
»¿En qué está nuestra dicha? La vergüenza
»Es hija del delito, y cuando heridos
»Por él no somos, nuestro honor no pende
»De ajenos atentados.
»Del enemigo atroz la desvergüenza
»Sobre él sólo recae. En vano atiende
»A mancharnos con ella. ¿Y qué tememos?
»Nadie sin riesgo consiguió la gloria;
»Cuanto es mayor, más noble es la victoria;
»Cuanto mejor hayamos combatido,
»Con tanto mayor gozo triunfaremos.
»Dios, de lo alto del Cielo
»A nuestro heroico arrojo agradecido,
»Aprobará nuestra virtud y celo.
»Y la virtud, ¿qué mérito tuviera
»Si en calma al vicio nunca frente hiciera,
»O si en el brazo ajeno se apoyase
»Y jamás por si sola trabajase?
»Confesar este grado de flaqueza,
»Para nosotros fuera vergonzoso
»Y para nuestro Dios mismo injurioso.
»¡Ah! si el Señor tan poca fortaleza
»Nos dio, de nuestro Edén la patria amada
»Por la felicidad no es habitada.
»Mujer, Adán replica con viveza,
»No te quejes de Dios; todo ha salido
»Completo de su mano; en cualquier obra
»Suya, jamás se ve falta ni sobra;
»Todo es cual debe ser, y por ventura
»El hombre, en quien su imagen ha esculpido,
»¿Será la única triste criatura,
»Que de él haya salido mal librada?
»¡Lejos de ti ocurrencia tan malvada!
»Libre en su dicha, debe cuidadoso
»Conservarla; en él sólo está el perderla,
»Y en él sólo también el retenerla,
»Puesto que a su albedrío está fiada.
»A él dio el Cielo las riendas, mas juicioso,
»Debe por la razón ser gobernado:
»También el Cielo la razón le ha dado,
»Y a ésta ha provisto de ojos inmortales
»Que distinguen los bienes de los males,
»Y en los bienes, aquel que es aparente,
»De los que son en todo verdaderos,
»A fin de seguir siempre los senderos
» Que el Cielo justamente
»En sus sagradas leyes ha trazado;
»Imposible es que nunca te extravíes,
»Si la obedeces. Ahora nuevamente
»Te pido que de mi no te desvíes
»Por el mero capricho aventurado
»De una empresa a lo menos muy dudosa.
»A no ser que con tu tierno esposo al lado
»No disputes la palma peligrosa.
»Demasiado cercanos
»Están los riesgos, aun los más lejanos;
»No vayas a buscarlos imprudente.
»Haz, pues, la ofrenda a Dios que más le agrada,
»Que es la docilidad. Luego, paciente,
»Una ocasión aguarda no buscada
»De mostrarle tu firme amor ardiente.
»El valor sin testigos, desmayado
»Y débil, está ya medio vencido;
»Mas si juzgas que es menos peligroso
»Ahora que está tu pecho enardecido
»Combatir sola al enemigo osado,
»Que aguardar a que en tiempo inesperado
»Embista a los dos juntos cauteloso,
»Parte, Eva, pues no te hace fuerza alguna
»Mi miedo, y mi consejo te importuna.
»De todos modos, aunque estés presente,
»Siendo esto de tu parte involuntario,
»Me afligirás aun más que estando ausente.
»Recoge, pues, para tu temerario,
»Hecho tu virtud toda y tu constancia;
»Dios sus dones te dio con abundancia;
»Hizo más que debía; haz por tu lado
»Lo que debes también. Pues te ha dotado
»De razón, úsala como él desea,
»Y que tu escudo inexpugnable sea.
»Con tono humilde, mas determinada
A llevar adelante su arriesgada
Empresa, Eva responde así a su esposo:
«Pues que tú lo permites y posible
»Juzgas, cual yo, que sea más temible
»Un ataque impensado a los dos hecho
»Que mi arrojo estudiado y animoso,
»Voy al peligro a presentar mi pecho.
»¿Mas te figuras tú que ese orgulloso
»Enemigo cometa la bajeza
»De emplear su furia contra la flaqueza
»De una mujer? ¡Sin gloria si vencía,
»Qué vergüenza sí el triunfo me cedía.»
Dice, y de mano de su fiel marido,
La suya, que aun tenía enternecido
Asida, saca, parte y a carrera
Por el campo se aleja, más ligera
Que nos pinta la fábula profana
A una Ninfa del bosque, y más hermosa
Que la misma Diana,
Cuando a cazar salía presurosa.
Mas en lugar de su arco y de su aljaba,
Rastrillo y podadera Eva llevaba,
Y eran un nuevo adorno a su belleza.
Aquellos instrumentos, la destreza
De Adán tal vez había construido,
O bien de ellos le había proveído
Algún Ángel. Adán la sigue ansioso
Con tristes ojos, y a que vuelva presto
La exhorta con la voz y con el gesto,
De su cada vez más receloso.
Su esposa, respondiendo a su impaciencia,
Le grita que será breve su ausencia;
Que antes que medie el sol su luminoso
Curso, estará de vuelta en el recinto
Del verde cenador, la agreste mesa
Preparando. ¡Qué dices!... ¡Qué promesa
Haces, Eva infeliz! ¡Oh qué distinto
Hado te espera! ¡Cómo tu inocencia,
Tu, dicha para siempre se ha acabado!
¡Ni la paz deliciosa, n i el tranquilo
Sueño habitarán ya tu alegre asilo!
El enemigo, ardiendo de impaciencia
De conseguir sus miras, diligente,
Contra uno y otro esposo desgraciado,
Viene, queriendo en su espantosa ruina
Su linaje envolver. Sí: en la serpiente
Metido, el jardín todo registrando,
El atroz Satanás cauto camina
Para hallarlos, su presa devorando
Ya en esperanzas. Su mayor fortuna
Sería encontrar a Eva separada
Del vigilante Adán, cuya importuna
Prudencia, de firmeza acompañada, .
Sobre todo temía,
Seguro de que no le engañaría.
Desde el amanecer, ocultamente
Por todo aquel jardín vasto arrastraba,
Del hermoso verjel a la florida
Pradera, de ésta al monte, a la extendida
Ribera del arroyo o de la fuente
Buscándolos, mas no se lisonjeaba
De encontrar a Eva sola, pues sabía
Que de su tierno esposo no se había
Separado hasta entonces un instante.
¿Cuál, pues, su gozo fue cuando delante
De sus ojos, rodeada de una nube
Cándida de balsámicos vapores,
La halló en un bosquecillo entre las flores?
Entre ellas todas descollada sube,
Como su reina, o tal vez inclinando
El bello cuerpo, a todas eclipsando,
Respira enajenada sus olores,
Ya sus desfallecidas
Ramas sobre horquillitas, sostenidas
Poniendo, ya sus guías extraviadas
Uniendo unas con otras enlazadas:
De aquella ocupación en la dulzura,
Olvidaba que a todas excedía,
Así como en nobleza, en hermosura.
Mas ¡ay, que lejos de su fiel esposo,
Sin el único apoyo que tenía,
Pronto sabrá, que entre su turba bella
Tampoco otra se ve más frágil que ella!
Llega ya el enemigo cauteloso,
Después de recorrer prolijamente
Una selva, en que el cedro poderoso
Y el pino al cielo suben hermanados
Cual verdes obeliscos elevados:
Ya a campo descubierto, la serpiente
Rápida se resbala entre la hierba,
O si ésta no la cubre, con reserva,
Agachada sus roscas desplegando,
A su víctima viene atalayando.
Entra, en fin, en el fresco bosquecillo
En donde la belleza su sencillo
Trabajo apresuraba codiciosa
Sin temer vecindad tan peligrosa.
Como el triste habitante
De alguna ciudad vasta, fastidiado
De estar siempre entre muros encerrado,
Que de la primavera una brillante
Mañana aprovechando, sale fuera
De sus puertas, y en vez de la estrechura
De las calles y casas, de la impura
Y cargada atmósfera,
De aquel estruendo incómodo, incesante
De millares de coches, artesanos,
Carros y bestias, que apiñados llenan
Su ámbito todo y el oído atruenan,
Mudando de teatro, en un instante
Comienza a respirar los aires sanos
Y suaves del campo delicioso,
A ver las quintas, huertas, fuentes, prados,
Las colinas cubiertas de ganados,
A oír cantar al labrador gozoso,
Que con su afán da al campo nueva vida,
Y sorprendido, una desconocida
Alegría, una dulce calma siente;
Pero si se presenta de repente
A su vista curiosa,
En la extensión de aquella perspectiva.
Una belleza joven y graciosa,
Su modesta hermosura
Los adornos del vasto cuadro aviva
Y del espectador, enajenado
De una nueva alegría, el pasmo apura:
Así el corazón negro y gangrenado
Del atroz Satanás, a la dulzura
Que le causa la vista deleitosa
De aquella tierra amena y venturosa
No puede resistir. Sobre todo Eva
Su involuntaria admiración se lleva.
Se para, juzga ver un ser del Cielo.
Con efecto es un Ángel, bajo el velo
De una mujer, sin otra diferencia
Que el dulce fuego que sus ojos lanzan
Haciendo a las estrellas competencia.
Su aire noble, su gracia, la pureza
De sus colores, a los que no alcanzan
La rosa ni el jazmín, la ligereza
Del majestuoso talle y su hechicero
Pudor, desarman por el pronto al fiero
Monstruo: la ejecución de sus fatales
Intenciones suspende,
Y el demonio del mal, aquel momento,
Parece que ha reñido con los males.
Más presto en su interior, aun más violento,
El usado infernal fuego se enciende
Que tiene siempre su alma devorada.
Si de bondad mostró alguna apariencia,
No fue más que una breve intermitencia
De su ferocidad, ocasionada
Por sola una sorpresa involuntaria,
Y pronto vence la pasión contraria.
Al ver a Eva feliz, arde su pecho
De venenosa envidia y de despecho;
No pudiéndolo ser, la dicha ajena
Es para él dura, intolerable pena,
De que a tomar venganza aspira ansioso:
Bendice aquel lugar que a su rabioso
Alcance trajo la anhelada presa,
Y su cruel gozo de este modo expresa:
»¡Adónde me ha extraviado el pensamiento!
»¿Cómo ha podido la falaz dulzura
»De una compasión fútil ni un momento
»Detener mi venganza? ¿Por ventura
»He venido yo aquí con el intento
»De tomar parte en los placeres de Eva
»Y de su esposo? Vengo a destruirlos:
»Es mi único deseo, esta oportuna
»Ocasión me presenta la fortuna:
»Voy, pues, a hacer de mi poder la prueba
»No me será difícil seducirlos:
»Corrompida la esposa, ha de ayudarme
»A perder al esposo: éste es más duro
»De vencer. Su constancia y su maduro
»Juicio temo: no puedo lisonjearme
»De engañarle, pues ha dotado el Cielo
»A su varonil sexo con largueza
»De talento, de ciencia y de firmeza,
»Y con razón recelo
»Si a él acometo, de quedar vencido.
»Con la inocencia es fuerte; yo he perdido
»Con ella mi valor: de mi pasado
»Resplandor sólo un rastro me ha quedado.
»Su esposa es en verdad encantadora,
»Y si pudiera una beldad terrena
»Para dioses, cual yo, ser tentadora,
»Ella lo fuera. ¡Qué armas tan mortales
»Son la hermosura y gracia! Si mis males
»No fuesen lo que son, no es tan ajena
»La ternura de mí, que su inocencia
»No excitase mi amor y mi indulgencia
»Mas sin quererla, puedo aparentarla
»Cariño, y estoy cierto de engañarla.
»Vamos, pues, ya la tengo el lazo armado.
»Y de su ruina estoy asegurado.
Su encono el seductor así exhalaba,
De la Sierpe los pliegues dirigiendo,
Y a la joven belleza se acercaba:
Yo como las culebras, que moviendo
En silencio sus círculos tortuosos,
Arrastran torpemente por el suelo:
Ésta, sobre su cola levantada,
Extiende sus anillos majestuosos;
Su cabeza la hierba sin recelo
Domina, de una cresta coronada
De oro y púrpura; el cuello, de brillantes
Topacios y esmeraldas esmaltado,
Reluce, y de sus ojos fulminantes
Llamas despide. Desde la cabeza
Hasta el medio va el cuerpo, en espirales
De diversos matices, elevado,
Resbala lo demás con ligereza
De colores iguales
Por la grama: dirían que el garboso
Reptil venía anclando presuroso
Sobre un trono magnífico y movible.
Ya cerca de su víctima inocente
Hace mil pruebas: viene oblicuamente
Hacia ella, astuto, el paso deteniendo;
Con progreso insensible
Su infernal artificio, previniendo
La ocasión, el instante favorable
Espía. Como el diestro cortesano
Calcula con paciencia la propicia
Hora en que espera que con su malicia
Deslumbrará al incauto soberano;
Y no menos el hábil navegante,
Siguiendo de los vientos la mudanza,
Parece que huye a veces del distante
Puerto, cuando al contrario, hacia el se avanza.
Según el aire sopla, ya rizando
Las velas, ya su dirección variando;
También la Sierpe así diestra bordea,
Sus círculos recoge o desenvuelve,
Los anuda de nuevo, los envuelve,
Sobre la blanda hierba culebrea,
Y de Eva, con sus flores ocupada
Jugando y retozando por el llano,
Tira a atraer los ojos, pero en vano
Por largo rato, pues está engolfada
En su labor, al fin siente un ruido
Entre las hojas Eva, mas su oído
No lo extraña, pues suelen comúnmente
Diversos animales acercarse
Y en carreras y luchas ocuparse,
Divirtiéndola así de su inocente
Trabajo; mas se anima la Serpiente,
Y sin que ella la llame se presenta.
De hito en hito a Eva mira,
Y en actitud rendida y bondadosa
A su modo el respeto la aparenta
Más profundo, y parece que la admira:
Unas veces su frente majestuosa
Inclina solamente, otras la erguida
Cabeza hasta sus plantas abatida
Humilde el polvo de sus huellas besa,
Y parece adorarla. Eva un momento
Sus raros gestos mira, con sorpresa
Y complacencia. Satanás, contento
Del primer paso, llega más osado
Y familiar; y sea que el usado
Órgano qué la Sierpe habilitara,
O que el aire por sí sólo vibrara
El traidor, a la víctima infelice
Estas palabras reverente dice:
«¡Oh tu, a quien por su mano ha coronado
»Dios, como reina de este delicioso
»Distrito, no te admires si hechizado
»Me ves da tu belleza! ¿Por ventura
»Una Deidad cual tú, que por lo hermoso
»Pasma al Cielo, ha de hallar de qué admirarse?
»No extrañes, te suplico, ni te ofenda
»El ver que una rendida criatura
»Cual yo, a tus pies deseosa de postrarse,
»A pesar del respeto que la infunde
»Tu real presencia, desahogar pretenda
»Su admiración y amor, y a esta secreta
»Soledad penetrar ose indiscreta
»¡Oh milagroso ser, con que confunde.
» Dios todas las ideas de grandeza
»Que alcanza nuestro ingenio, tu belleza
»De su excelsa hermosura es el espejo!
»Por contemplarla y adorarte, dejo
»De todos los restantes animales,
»A mi, aunque yo lo diga, desiguales,
»La sociedad yo sólo, y mi deseo
»Hallo, más justo cuanto más te veo.
»Todo debe vivir, para ensalzarte,
»Y ser todo sensible, para amarte.
»Pero ¡qué triste imperio te se ha dado!
»Para tal reina necesarios eran
»Otros vasallos que admirar supieran
»Su mérito, y servirla como el grado
»Suyo lo exige, y no esos animales
»Tan insensibles como irracionales,
»Guiados todos de un instinto ciego.
»El hombre sólo, de celeste fuego
»Animado, es capaz de hacer el justo
»Aprecio del prodigio más augusto
»Que ha formado la mano omnipotente.
»¿Mas acaso aun el hombre es suficiente?
»A tus Virtudes necesaria fuera
»Otra más vasta y más brillante esfera.
»Si: el Empíreo sólo merecía
»Ser tu palacio (a mi equidad perdona
»Si habla sincera): de astros tu corona,
»Y de ángeles tu corte ser debía.
El tentador así con cariñosa
Tímidas expresiones, animadas
Por las lisonjas más artificiosas,
Preparaba camino a sus malvadas
Ideas, su veneno gradualmente,
De Eva en el corazón introduciendo
Absorta a un animal hablar oyendo,
Le fija, y así exclama de repente:
«¡Qué es esto! ¡Un bruto articular sonidos,
»Hablar, usar las mismas expresiones,
»Que nosotros, mostrar nuestras pasiones!
»¿Es un sueño, o me engañan mis sentidos?
»Este don era al hombre reservado,
»Y hasta ahora nunca habían disfrutado
»Nuestros vasallos de él. Sólo un confuso
»Imperfecto murmullo concedía
»El Cielo a su bajeza hasta este día.
»¿De cuándo acá se habrá franqueado el uso
»De la lengua a esa muda muchedumbre,
»Y de nuestra razón la viva lumbre,
»Para poder hablar con tal cordura?
»Con todo, éste, en su gesto, en su figura,
»Un no se qué de grande y noble ofrece,
»Que celeste en sus ojos resplandece.»
Queda un rato suspensa, y nuevamente
Sigue así: «Pero dime tú, oh Serpiente:
»Bien me consta que el Cielo te ha dotado,
»De un instinto más vivo que a los otros
»Brutos; pero en verdad nunca he sabido
»Que el uso de la voz, como a nosotros
»Hombres, te hubiese dado.
»Dime, pues: ¿Cómo ha sido,
»Y por qué a tus iguales nunca he oído
»Ese lenguaje dulce y lisonjero?»
A esto responde el pérfido embustero:
«¡Oh hechizo de belleza sin segundo,
»Admiración, amor, reina del mundo!
»A ti, mandar te toca, obedecerte,
»A mí: has de saber, pues, que yo de suerte
»Totalmente he mudado: al pronto tuve,
»Tú pudiste observarlo, la rudeza
»Aneja a la animal naturaleza:
»Un vil y ciego instinto me guiaba
»Mientras en aquel torpe estado estuve,
»En lugar de razón: me alimentaba,
»Cual las demás culebras, de groseros
»Pastos: tenía sus inclinaciones
»Materiales, y todas mis acciones,
»Conformes a la tierra en que arrastraba,
»Eran terrenas: tal fue en mis primeros
»Tiempos mi vida, hasta que casualmente
»En este jardín bello andando errante,
»Un día... ¡feliz día! ¡el más brillante
»De mi existencia! repentinamente
»Vi delante de mí un árbol frondoso,
»Cuyas fecundas ramas sostenían
»Sus frutas, que a manera de lucidos
»Globos de oro, y de púrpura teñidos.
»En todo aquel contorno deleitoso
»Vapores celestiales esparcían.
»Ni la encendida rosa,
»La violeta olorosa,
»O el romero balsámico, el olfato
»Recrean, como el fruto milagroso.
»El olor de la leche, cuando viene
»Desde el prado abundoso
»Tu lozano rebaño, no es tan grato
»Como el que aquella fruta suave tierno.
»Por más que las ovejas, cariñosa
»Ordeñes por tu propia mano hermosa.
»No puedo contenerme: corro; vuelo
»Adonde mi apetito y sed ardiente,
»Por la fruta olorosa y excelente
»Irritados, me impelen: desde el suelo
»Me enlazo con presteza a aquel robusto
»Árbol, y trepo por el tronco arriba.
»A proporción que subo, más a gusto
»Admiro, de la fruta la belleza,
»Y mi ansia de comerla más se aviva
»Junto a aquel árbol, sobre todo, viendo
»Mil animales, que a su vista ardiendo
»De sed inextinguible, con viveza
»Lo cercan afanados, procurando
»Alcanzarla, los cuerpos empinando,
»Pero en vano se esfuerzan: no pudiendo
»Cogerla, la devoran con la vista.
»Tanto del suelo dista,
»Que tú y tu esposo mismo, con trabajo
»A ella llegar podríais desde abajo.
»Veme, pues, ya en la altura, circundado
»De tesoros que exceden mi codicia,
»Coger, comerlas frutas afanado.
»Mas ¡qué sabor, oh Dioses! ¡qué delicia!
»La verde y fresca grama, el abundoso
»Prado florido al despertar la aurora,
»Que alegre baña una murmuradora
»Fuente, no exhalan tan maravilloso
»Aroma y no producen la agradable
»Sensación que aquel fruto inapreciable.
»Lleno en fin de su jugo delicioso,
»Un vigor celestial interiormente
»Siento, que anima toda mi existencia.
»Me reconozco: veo que una mente
»Racional en mí habita;
»Que mis sentidos despertando, excita
»Un íntimo deleite, una presciencia
»De la vida inmortal y venturosa,
»Más dulce que la miel, y más sabrosa
»Que la ambrosía, y que mi pensamiento
»Eleva más allá del firmamento
»Y aunque aquel rico fruto la figura
»Me dejó, en que me ves, que antes tenía,
»Disipó totalmente aquella oscura
»Noche que mis sentidos envolvía.
»Hablé como vosotros: desde luego
»Percibí, lleno de un celeste fuego,
»Que lo animal en mí, se convertía
»En un sutil espíritu divino:
»De par en par sus puertas la ignorancia
»Abrió a mi vista, y a una gran distancia,
»Libre prolongó ansiosa su camino
»Mi fantasía: pude ver sin velo
»La tierra toda; distinguir el Cielo,
»Y sentir lo que es bueno, lo que hermoso.
»En tu ser sólo, ¡objeto milagroso!
»Las dos prendas se encuentran hermanadas.
»Las bellezas celestes sonrojadas
»Te ceden de ambas el laurel glorioso;
»Y si todo tu mérito yo advierto,
»Sólo lo debo al fruto que me ha abierto
»Los ojos, antes ciegos. Él me alienta
»También a que quizá con indiscreto
»Celo me acerque a ti, sin hacer cuenta
»De la distancia a que tu ser perfecto
»Está del de este siervo, que venera
»En ti la augusta reina de esta esfera,
»La que es por sus virtudes acreedora
»Del Universo todo a ser señora.
Así con el disfraz de amor, hablaba
El odio que en su pecho se ocultaba.
«¡Oh Serpiente! replica Eva aun dudosa;
»Cuanto tú aplaudes más esa preciosa
»Fruta, para mí nueva,
»De cuyo raro efecto no hay más prueba
»Que tu aseveración, mas sospechosa
»Me debe parecer: mas dime, ¿el puesto
»En que ese árbol hallaste está distante
»De aquí? ¿Lo encontrarás, yendo delante,
»En la espesa arboleda que aquí abunda?
»A cada paso veo tal repuesto,
»De frutas, que la pródiga y fecunda,
»Naturaleza vierte a manos llenas
»Y con tan grande variedad, que apenas
»A una pequeña parte, todavía
»Podemos atender; mas vendrá día
»En que disfrutarán de esos pendientes
»Bienes mis numerosos descendientes.»
Del seductor el ánimo, levanta
Preludio tan feliz, y así responde:
«¡Oh Señora, oh beldad, que al Cielo encanta!
»No está lejos el árbol: tras de aquellos
»Floridos mirtos y rosales bellos,
»A nuestra vista desde aquí se esconde,
»Y en el llano, al bajar de la colina,
»A orillas de una fuente cristalina
»Se alza frondoso: allá un corto sendero
»Agradable conduce: yo el primero
»Yendo, para él te serviré de guía,
»Si honrarme quieres con tu compañía.
»Vamos.» dice Eva; y la maligna fiera,
Que vencedora ya se considera,
Rápida resbalando,
No arrastra, sino vuela, y culebreando
Aun el tránsito acorta. La esperanza
Brilla en sus ojos, y la cresta erguida,
Con súbita mudanza,
Aviva sus colores encendida.
Tal de alguna laguna cenagosa
El húmedo vapor suele, inflamado
En medio de la sombra tenebrosa
De la noche, lucir: el caminante,
Por el faro engañoso alucinado,
Sin el menor temor marcha adelante,
Fiándose de aquella luz funesta,
Por algún mal espíritu dispuesta
Para engañarle: sigue entre la oscura
Sombra aquel resplandor, que ya se ofrece
A su vista cercano, ya parece
Remoto: el infeliz el paso apura
Por llegar a él, hasta que por sí mismo
Cae en las ondas, o en algún abismo.
Del propio modo Satanás brillaba,
Y hacia el árbol fatal a Eva guiaba:
A aquel árbol, origen de los males,
¡Ay de mi! que sufrimos los mortales.
Eva lo ve, se para, y admirada,
«Serpiente, dice, guarda para tu uso
»Esa fruta tan bella y ponderada
»Que sublimó tu ser. Para mí, fuera
»Un delito tocarla, pues que impuso
»Dios al hombre por ley la más severa,
»Que de ella se abstuviese, y que gozara
»De toda la demás que se criara
»En el jardín. Como a él establecería,
»A nosotros nos toca obedecerla.
»¡Como! replica la Serpiente astuta,
»¿Hay en este jardín alguna fruta
»Que a los dueños del mundo haya vedado
»El mismo que para ellos la ha criado?
»Y bien, Eva replica, ¿qué extrañeza
»Hay en ese precepto, o qué dureza?
»Dios nos dio el libre goce de este hermoso
»Jardín, y de sus frutos exquisitos:
»A esto añadió otros dones infinitos:
»El de ese árbol tan sólo, cual dañoso
»A nuestra salud misma, ha prohibido,
»Diciéndonos: tened bien entendido,
»Que si alguno de entrambos se atreviere
»A tocar esa fruta, al punto muere.»
Su vil estratagema disfrazando
Satanás, con el falso colorido
De amistad, expresiones exhalando
Compasivas, del hombre se lastima,
Y de que duramente se le oprima
Con ley tan caprichosa y tan severa.
Finge la noble indignación que un justo
Irritado sintiera,
Al ver un hecho irregular e injusto.
Sirviéndole de silla su tortuoso
Cuerpo, se sienta, y la soberbia frente
Llena de majestad alza eminente:
Su aire noble, su gesto, el generoso
Y vivo fuego que su vista exprime,
A su falaz discurso de sublime
Preludio sirve. Tal, en posteriores
Tiempos, fue el uso de los oradores
De la Grecia, y después de los Romanos
Célebres, cuando Roma a los humanos
Aun libre dominaba.
Del gesto y de los ojos la elocuencia
Muda, insensiblemente preparaba
De su diestro discurso la influencia.
El orador profundo, conmovido
De los grandes asuntos que tenía
Que tratar, un momento recogido,
Con el silencio mismo se atraía
Sus oyentes, logrando penetrarles
De la importancia de lo que iba a hablarles,
Con lo que estaban viendo
En su favor los oídos previniendo.
Comenzado el discurso, ya suave
Los corazones insensiblemente
Enternecía, ya con tono grave
Su razón cautivaba: expresamente
Callaba algún momento;
Mas del gesto y la mano el movimiento
Locuaz la voz suplía: lentamente
Su Preludio unas veces detallaba;
Otras, los artificios desdeñando
De todo exordio, rápido arrostraba
La materia, tronando
Desde la alta tribuna, de manera
Que nadie a aquel impulso, resistiera.
Tal Satanás preludia, interrumpiendo
El silencio con toda la elocuencia
Que en su talento Angélico y su ciencia
Cabe, su arte infernal desenvolviendo:
«¡Oh árbol sagrado, dice, en que escondido
»Su germen tiene la sabiduría,
»De la experiencia mía
»El mundo todo aprenda sorprendido
»Tus divinas virtudes! ¡Tu rasgaste
»El velo que a mis ojos ocultaba
»Los misterios del mundo, y disipaste,
»La lobreguez profunda que embargaba
»Mis sentidos! Por ti, de la belleza
»El precio inestimable he conocido,
»Y en la naturaleza
»Exacto el bien y el mal he distinguido.
»Mas tú, oh Reina del mundo, ¿de la muerte
»Tímida te recelas? ¿De qué suerte
»Herirte puede? ¿Acaso este alimento
»Celestial, esta fruta deleitable,
»Te la podrá causar? Está segura
»De que es, cual milagrosa, saludable,
»Llena de luces el entendimiento,
»Pule el ingenio y la razón madura.
»¿Temes tú que la cólera del Cielo
»Te devore? Hacia mi los ojos vuelve,
»Yo la he comido sin ningún recelo,
»Y no sólo mi ser no se disuelve,
»Sino que su vital jugo me ha dado
»Vida más noble, y me ha inmortalizado.
»¡Cómo! ¿El pródigo Dios su mano cierra
»Sólo para vosotros? ¿Es probable
»Que lo que ha concedido a un miserable
»Bruto, niegue a los reyes de la tierra?
»¿Acaso en la bondad suya cupiera
»Castigar cual delito la ligera
»Infracción de un precepto tan odioso?
»Antes es de pensar que, generoso
»Cual ser debe, el valor aplaudiría
»Del que, la cruda muerte despreciando,
»Todas sus amenazas olvidando,
»Sus magnánimas miras dirigía
»A una suerte más noble y más dichosa,
»Y a adquirir la preciosa
»Y necesaria ciencia
»Que enseña a conocer la diferencia
»Del bien y el mal, que darnos no ha querido.
»Sí: sin duda es razón que esté instruido
»De ella el hombre; del bien para gozarlo,
»E igualmente del mal para evitarlo.,
»Dios no os puede privar, si fuere justo,
»De, adquirirla; si lo hace será injusto,
»Y no será ya un Dios, ni un bondadoso
»Bienhechor, sino un déspota envidioso;
»En cuyo caso, lejos de humillaros
»De la ocasión debéis aprovecharos
»De sacudir su yugo. ¿Y por qué causa
»Te veo a su amenaza estremecida?
»Para los seres como tú, inmortales,
»No es más la muerte que una breve pausa,
»Un sueño, que les da una nueva vida
»En que son ya Deidades celestiales.
»¿Y por qué te parece que se opone
»A que comáis la fruta milagrosa?
»¿Por qué a inspiraros tira esos terrores,
»Sino por estar cierto que se expone
»A que, de la ignorancia y los errores
»Libres, si la coméis, su vergonzosa
»Tiranía, en deidades transformados,
»Teneros ya no pueda esclavizados?
»Y esta transformación es indudable
»Si coméis esa fruta inestimable;
»Pues si ha divinizado una serpiente,
»¿Cuánto efecto no hará en vuestra eminente
»Naturaleza? Dios para vosotros
»Es lo que sois respecto de nosotros.
»Y si a vosotros esa fruta iguales
»Nos hace, os debe de él hacer rivales.
»Subid, pues, de vasallos a ser reyes,
»Y de hombres a ser Dioses. Y en efecto,
»¿En qué os excede, sin con la preciosa
»Fruta vuestro ser llega a ser perfecto?
»Libres, independientes de sus leyes,
»Poderosos como él, y sublimados
»A, una vida celeste y venturosa,
»De néctar y ambrosía embriagados
»Por siglos eternales,
»¿Qué os falta para serle en todo iguales?
»Si a esos antiguos Dioses envidiosos
»De los hombres oímos, aseguran
»Que ellos los han criado, y que si duran,
»Es por que los sostienen cuidadosos.
»Con todo, no hay más prueba.
»De esto, que el ser vuestra existencia nueva,
»Y la suya anterior. Mas se figuran,
»Sin razón, que nosotros les creemos,
»Y Pues que la menor duda no tenemos,
»De que, ese activo sol que alumbra el mundo
»A todo cuanto existe
»Ha dado el ser con su calor fecundo,
»Y por él todo sin cesar subsiste.
»¿Y quién si no su influjo es el que ha dado
»La virtud a ese fruto delicioso
»Para que infunda la sabiduría
»Y divinice a aquel que lo ha probado?
»Dios temo que sepamos;
»Mas, si es cierto que es Todopoderoso,
»Si es nuestro Rey, ¿de qué temer podría?
»Si provendrá de envidia? ¿Y no es posible
»Que aun Dios la tenga ¿Qué necesitamos
»Más que esto para estar bien persuadidos
»De que esa fruta tan apetecible,
»Ese encanto del alma y los sentidos,
»Es tesoro de vida,
»De una ciencia divina y escondida,
»Fuente de nuestra dicha en esta esfera
»Y prenda de otra eterna y venidera,
»En la mansión del Cielo deliciosa?
»Extiende, pues, la mano, y serás Diosa.»
Dijo, y de sus palabras el veneno,
En el corazón de Eva introducido,
Lo trastornó. La vista fija ansiosa
En aquel fruto de atractivos lleno,
Que por sí suficiente hubiera sido
Para tentar a la sabiduría
Misma en persona. Escucha todavía
Aquella voz que en un anterior sueño
Exhortado la había con empeño
A que el rico tesoro recogiera.
Su vista ya vencida no podía
De la fruta apartarse, y el olfato
No era posible que se resistiera
Al balsámico y grato
Olor que en los contornos esparcía.
Un vivo ardor su pecho devoraba,
Y como, alto ya el sol, mediaba el día,
El apetito más lo acrecentaba,
Nuevo atractivo dando al excelente
Sustento que a su alcance está pendiente:
Apenas puede contener la mano;
La belleza, el color, la hora la incitan;
Mas con todo, el decreto soberano
De Dios aun la contiene; mil contrarias
Ideas, mil resoluciones varias
Un combate interior en ella excitan,
En el cual aun dudosa titubea,
Y mientras silenciosa se recrea,
La virtud de la fruta recordando,
Más en la tentación se va engolfando.
Al fin exclama: «¡Oh soberano fruto,
»Hasta ahora para el hombre prohibido,
»O por mejor decir, desconocido!
»Tu divino manjar ha hecho de un bruto
»Un racional que cual nosotros tiene
»El don de la palabra, y que ahora viene
»De ensayarlo, tu justo elogio haciendo;
»Mas ¿qué mucho, si el Dios que lo ha criado,
»Sin duda a sus virtudes aludiendo,
»Por su boca al vedarlo lo ha ensalzado,
»Diciendo que por él se aprendería
»Del bien y el mal a hacer la diferencia?
»¿Y ese árbol se pretende que sería
»Fatal para nosotros? El prohibirlo
»Por razón semejante,
»Es dar mayor realce a su excelencia.
»¿Quién puede hallar el bien, si está ignorante
»De lo que es, o no sabe distinguirlo
»Del mal? Y sin el bien, ¿quién es dichoso
»Ni sabio? En consecuencia,
»El que veda los medios de adquirirlo,
»En aquel hecho mismo caprichoso,
»Veda la dicha y la sabiduría:
»Y atender a esta ley injusta y dura,
»Más sería flaqueza que cordura.
»Se nos ha dicho que a la rebeldía
»Una muerte infalible seguiría;
»Mas si es así, ¿qué es de esa ponderada
»Libertad que por Dios ha sido dada
»A los hombres? ¡Y cuánto, más valiera
»Que prenda tan funesta no nos diera!
»Por otra parte, esta feliz Serpiente.
»Que antes, sin voz ni juicio, torpemente,
»Arrastraba, ha comido esta divina
»Fruta, y no solamente no se ha muerto,
»Sino, en un ser sublime transformada,
»Siente, piensa discurre, raciocina,
»Y está aun de mayor dicha asegurada.
»Bien extraño es por cierto
»Que Dios al hombre sólo haya proscrito
»Que se prive de un bien que se, concede
»A una culebra. ¿En el será un delito
»Lo que una bestia libremente puede?
»Aun ese temerario afortunado,
»Que el primero la fruta ha comenzado,
»La oferta generosa de partirla
»Con nosotros nos hace, y en mi juicio,
»No hay asomo de riesgo en admitirla:
»Nos demuestra cariño, y de artificio
»No parece capaz: si la comemos,
»El será autor del crimen: no seremos
»Mas que cómplices suyos: mas ¿qué digo?
»¡Un crimen! ¿Por ventura el crimen cabe
»En quien, como nosotros, aun no sabe
»Lo que es el bien, y el mal, lo que es castigo
»O premio, y casi no tiene noticia
»De Dios, de su justicia,
»Ni de la muerte con que nos espanta?
»¡Tú eres de todo mal, árbol divino,
»El remedio! ¡tú, oh fruto peregrino,
»Cuyo perfume celestial encanta
»Mis sentidos, que no menos sabroso
»Has de halagar el paladar ansioso,
»Tú esparcirás en mi alma la luz pura
»De la ciencia, elevándola a la altura
»Del Cielo! Fuera dudas: con aliento
»Usemos tan benéfico alimento.»
Dice, y en el instante, ¡oh lamentable
Ceguedad! a la fruta, la culpable
Mano intrépida alarga, y con presteza
La coge y la devora.
Apenas tal exceso ha cometido,
Cuando el mundo, de horror estremecido,
Tiembla. Afligida la naturaleza,
Su destrucción irremediable llora,
Y hasta los mismos astros enlutados,
Niegan al orbe sus acostumbrados
Resplandores. Contenta la Serpiente
Con su triunfo fatal, huye a ocultarse
En algún escondrijo tenebroso.
Eva entretanto, lejos de ocuparse
En otra cosa, admira con ardiente
Ambición su funesta
Conquista, y mira aquel día espantoso
Como el de la más grata, alegre fiesta.
Nunca habla probado,
En tantas frutas como el espacioso
Jardín poblaban, otra que tuviera
Un gusto tan suave y delicado.
Sea que con su néctar produjera
Un verdadero encanto en sus sentidos.
O que su ardor da poseer la ciencia,
Y los sublimes bienes prometidos,
Su alma de modo tal embriagara,
Que su natural gusto acrecentara.
En fin, de su apetito la violencia
La hizo comer la fruta, hasta saciarse,
Y en su interior su jugo circulando,
Las fuentes de la vida emponzoñando,
Lo desordenó todo. Delirante,
Por puntos esperaba transformarse
En Deidad: su soberbia cada instante
Crecía, y sueltas sus inclinaciones
Del saludable imperio que tenía
Sobre ellas la razón hasta aquel día,
Otras tantas indómitas pasiones.
Eran ya, que con furia la arrastraban,
Y de falaces gozos la inundaban.
Llena, pues, de esperanza y de alegría
«¡Árbol celeste, exclama, demasiado
»Desconocido hasta ahora! ¡tu sagrado
»Fruto no crió Dios inútilmente!
»¡Con todo, tu riqueza abandonada,
»De las ramas pendiente
»Ha estado largo tiempo, y detestada,
»Cual si un veneno fuese; mas te juro
»Que desde aquí adelante, cuidadosa,
»De tu carga preciosa
»Todos los días correré a aliviarte,
»Hasta el momento en que tu jugo puro,
»Divino, eleve mi naturaleza
»De una Deidad celeste a la grandeza?
»Parece que los Dioses, en guardarte
»Un gran cuidado ponen envidiosos.
»¡Ah, si un bien suyo privativo fueras,
»De que otros te gozaran recelosos,
»No dejaran que aquí al riesgo estuvieras!
»Oh benéfica y útil experiencia!
»¡Salve! ¡A ti debo todo: tu la ciencia
»Me has dado: has desterrado mi ignorancia
»Por otra parte, es tanta la distancia
»Que hay del Cielo a la tierra, que es posible
»Que a la vista mi acción se haya ocultado
»De aquellos inmortales moradores.
»Quizá ese Dios también, cuya terrible
»Vigilancia ha excitado mis terrores
»Vanos hasta este punto, incomodado
»De atender a la inmensa muchedumbre
»De objetos, descansando del trabajo,
»Vueltos los ojos a la azul techumbre
»Un momento, no mira hacia aquí abajo.
»¿Mas a la vuelta qué dirá mi esposo?
»¿Le he de dar parte de este venturoso
»Suceso, dividir con él mi nueva
»Suerte inmortal, o bien hacer la prueba
»De disfrutar Yo sola del precioso
»Don, sin decirle nada?
»Con esto quedará bien compensada
»La gran ventaja que su sexo lleva
»Al mío: me amará más que al presente,
»Y estará mucho más independiente
»De su apoyo: con él podré igualarme,
»Y aun quizá del dominio apoderarme
»Que ahora sobre mí tiene. Mas ¡qué digo?
»¡Adónde mi soberbia me extravía!
»¿Yo desobedecerte? ¡esposo amado,
»Mi único protector, mi tierno amigo!
»¿Por ventura olvidarme yo podría,
»Infiel, faltando a la obligación mía,
»Del respeto que amante te he jurado?
»¿Y si Eva ser pudiese tan culpable,
»No debía temer que la espantable
»Ira de Dios de vida la privara,
»Y otra nueva Eva para Adán criara?
»¡Oh dolor! Este solo pensamiento
»De que otra esposa pueda consolarte,
»¡Oh caro Adán! el más atroz tormenta
»Es para tu Eva. No has de separarte
»De mí: una misma suerte correremos.
»Y las dichas y penas partiremos.
»Todo eres para mí. Sin tu amorosa
»Compañía, no puedo ser dichosa.
»En nada hallo placer: nada alegría
»Me causa, si no gozas tú conmigo
»De lo que gozo, y un mal no sería
»El mismo mal, partiéndolo contigo:
»Mi dicha, de la tuya dependiente,
»Desaparece estando de ti ausente,
»Y así, mil veces más perder la vida
»Quisiera, que de ti estar dividida.»
Dicho esto, de ternura enajenada,
Ante el árbol funesto arrodillada,
Mirando aquella fruta encantadora,
A la Deidad da gracias, protectora,
Que oculta dentro de ella, se imagina
Ser la que causa su virtud divina.
Marcha después adonde Adán la espera.
Este, con impaciencia cariñosa,
Que volviese aguardaba,
Y divertido en tanto se ocupaba,
Para adornar la bella cabellera
De su adorada esposa,
En tejer de mil flores enlazada
Una guirnalda, con que a su llegada
Tierno su frente coronar quería,
En la que cual la rosa luciría,
Sobre las rubias mieses empinada.
¡Con qué placeres cuenta su impaciente
Cariño, y que aun serán más lisonjeros por el retardo!
Mas con todo, siente
Yo sé qué especie de terror extraño,
Que cual siniestro precursor del daño,
A pesar suyo le hace hacer agüeros
Funestos. Así, pues, de su tardanza
Inquieto, contenerse no pudiendo,
A encontrarla se avanza,
Aquel camino rápido siguiendo
Del bosquecillo, en que por la mañana
Su corazón de vista la ha perdido.
Eva, después de haberse despedido
Del fatal árbol, a su encuentro ufana
Entonces se venía, y olvidados
Los instrumentos de labor usados,
En lugar de ellos, ¡oh dolor! se espanta
Su esposo, al ver que trae un ramo verde,
Y de él pendientes las manzanas de oro,
Por muestras del mortífero tesoro,
Cuyo perfume ya su olfato encanta.
En conjeturas su ánimo se pierde
A cual más tristes; pero apresurada
Eva a su vista ya, con agraciada
Sonrisa, del retardo el perdón pido,
Y luego, superando en la dulzura
De su voz a la fuente que murmura
Entre las guijas, dice: «¡Adán querido!
»Ya mi pena a tu vista se despide:
»Muy grande con efecto la he tenido,
»Pensando en la aflicción que sufriría
»Tu corazón, al ver que no volvía.
»Y a mí, ¡cuán largo no me ha parecido
»El tiempo de tu ausencia! En adelante
»No hemos de separarnos un instante.
»Lánguida, triste, ya por experiencia
»Conozco que con sola tu presencia
»Vivo. No quiera el Cielo que yo deje
»Otra vez al amigo, al dulce esposo,
»Cuya sombra me alienta y me protege,
»Y a cuyo lado sólo hallo reposo.
»Mas te diré qué azar o qué portento,
»Porque lo es en verdad, ha ocasionado
»Que tanto en dar la vuelta haya tardado.
»Sabe que ese árbol que con mandamiento
»Expreso que toquemos se ha prohibido,
»Como funesto al mundo, no lo ha sido
»Ni lo es, antes su fruta saludable,
»En virtud como en gusto incomparable,
»Nuestras almas benéfica ilumina
»Y al cielo las eleva y encamina.
»Este descubrimiento a la Serpiente
»Se debe: sea error, sea osadía,
»A pesar de la muerte que imponía
»El Cielo al que a comerla se atreviera,
»Sin temor la comió, y no solamente
»No ha muerto, sino al punto transformada
»De un torpe bruto que era
»En un ser racional, y asegurada
»De una dicha inmortal, piensa, imagina,
»Y cual nosotros habla, y raciocina.
»De su experiencia la verdad constante.
»No me ha dejado sombra de recelo:
»He comido la fruta, y el consuelo
»Tengo de que un efecto semejante
»Ha hecho en mí: desde aquel feliz instante,
»Totalmente mudada,
»Veo todo más claro: es más valiente
»Mi razón: más hermosa y dilatada
»La esfera que distingo: más ardiente
»Mi amor, y más sublime mi esperanza:
»Libre mi ingenio, intrépido se lanza
»En la inmortalidad, como pudiera
»El de un Ángel: no encuentra impedimentos
»Que puedan detenerle en su carrera,
»Y de una Deidad son mis pensamientos.
»¿Mas todo esto de qué me serviría,
»Si con mi esposo no lo dividiera?
»Sus favores en vano agotaría,
»Oh Adán, la dicha en mí. Si no gozases
»De ella, serían para mi un tormento.
»Lo que amas amo: lo que sientes siento:
»Dejara de existir si me faltases:
»Aun los bienes que me ha proporcionado
»La fruta, para ti los he buscado.
»Toma, pues, de mi mano este precioso
»Manjar, y como yo, sé venturoso:
»Que una misma fortuna,
»Cual nos une el amor, siempre nos una:
»Que nuestros enlazados corazones
»Los mismos bienes, las inclinaciones
»Mismas tengan. La suerte más dichosa.
»La inmortalidad misma perdería
»Resignada y gozosa,
»Si mi amor para ti lo requería;
»Pero ya no soy dueña de mi suerte,
»Ya está fija. Ea, pues, sin detenerte
»En frívolos temores, mi ventura
»Con la tuya acrecienta y asegura.»
Así risueña, que es feliz exprime;
Mas ya el delito en su semblante imprime
Su sello: asoman ya los ven vengadores
Remordimientos, y en su hermosa frente
De la vergüenza encienden los colores.
¡Y qué efecto en Adán no hace el funesto
Discurso! Cual si un rayo de repente
Sobre él cayera, atónito, abismado,
Una estatua parece:
Procura en vano recoger el resto
De su vigor, al golpe aniquilado:
Se erizan sus cabellos, se estremece
Su cuerpo todo: se detiene helada
La sangre, y de su mano desmayada.
Caen las frescas rosas que tenía,
Que con otro destino
Más dulce abrió el rocío matutino
De aquel infausto día,
La corona de mirto, y las tejidas
Flores, corno Eva bellas y escogidas,
Y como ella ¡ay! marchitas al presente.
Inmóvil, su semblante mudamente
Manifiesta su horror, la vista gira
Enajenada, y en la boca espira
Su moribunda voz. Al fin, rompiendo
Entre sollozos, estas lamentables
Palabras llega a pronunciar gimiendo
«¡Oh tu, conjunto el más maravilloso
»De cuantos beneficios inefables
»Reparte el Cielo! ¡Su última largueza
»Del mundo ornato: objeto el más hermoso,
»Que el divino poder ha producido,
»Para hechizar a la naturaleza!
»Cuanto el alma desea, cuanto agrada
»La vista: virtud, gracias, y divina
»Belleza, todo estaba reunido
»En ti sola. ¡Qué suerte desgraciada
»Sumergirte ha podido
»En tan horrenda irremediable ruina!
»Una sola mañana, un breve instante
»Para perderlo todo fue bastante!
»¡Todo faltó, faltando tu inocencia!
»¡Audaz! ¿cómo tuviste la imprudencia
»De quebrantar rebelde el mandamiento
»De tu Dios y Señor? ¿Qué malhadado
»Espíritu, contra ambos conjurado,
»Te inspiró tan infamo atrevimiento?
»Te perdiste, y contigo me has perdido,
»¡Cara Eva! pues que estoy ya decidido,
»Por más riesgo que pueda amenazarte,
»En tu suerte infeliz a acompañarte.
»Sabré morir por ti; mas no es posible
»Que sin ti viva. ¿Y qué vida sería
»La que gozase, si de tu apacible
»Dulce trato el destino me privara?
»Esta privación sola bastaría,
»Sin otro impulso, para que espirara.
»¿Cómo podré vivir sin la dulzura
»De tus miradas, con que a la ternura
»De las mías respondes? Los hermosos
»Vergeles, en que hasta ahora venturosos
»Hemos sido si yo solo quedase
»En ellos, y sin ti los habitase,
»No fueran para mí más que un desierto
»Solitario, en que todo estaba muerto,
»Donde presto el dolor me consumiera.
»¡Ah! por más que el Señor, en consolarme
»Empeñado, de mi mismo extrajera
»Otra Eva, destinada a acompañarme.
»¡Oh mitad de mi vida! ¿qué belleza
»De mi pecho la tuya borraría?
»No: mi amor vivirá perpetuamente,
»Aunque desde este día
»De una negra tristeza,
»Y de amargura sólo se alimente.
»Dios, de la sangre y la naturaleza,
»Nuestras dulces cadenas ha forjado:
»Ninguna fuerza puede su apretado
»Nudo romper. Si el Cielo te quitara
»La vida, y sin ti solo me dejara,
»Mayor que tu castigo el mío fuera.
»Arrostremos, pues, juntos su severa
»Justicia. Podrá, es cierto, destruirnos;
»Pero no uno del otro dividirnos.»
Dijo; pero apelando a la entereza
Que en un mal como aquel irremediable
En su carácter era indispensable,
A un tiempo con amor y con firmeza
Austera, sigue así: «¡Qué desastradas
»Consecuencias tendrá tu temerario
»Arrojo! Es tu delito imperdonable.
»Para, hacer un ultrajo a las sagradas
»Leyes de Dios, aun no era necesario
»Lo que has hecho; bastaba que mirases
»Con codicia la fruta prohibida;
»Que sólo en tu interior la deseases.
»¿Pues qué será no sólo el alcanzarla,
»Sino en la rebeldía endurecida,
»Con sacrílega boca devorarla?
»Mas lo hecho ya es un mal irreparable,
»Aun para el mismo Dios irrevocable;
»Que no mueras mi amor con todo espera,
»Esa fruta, que a aquel que la comiera
»De muerte amenazaba, ya al presente
»Quizá no es tan dañosa, ni sagrada,
»Supuesto que no sólo impunemente
»Ese reptil dichoso la ha comido,
»Sino que, sublimada
»Su natural bajeza, ha conseguido
»Volverse en racional, y ahora contento
»Alaba su feliz atrevimiento.
»Y con efecto, ¿quién pensar podría
»Que ese Dios tan benigno y poderoso,
»Que nos cedió la vasta monarquía
»De este orbe nuevo, quiera caprichoso,
»Apenas lo ha criado,
»Volver a destruirlo, y juntamente
»Al hombre, en quien su imagen ha grabado?
»¿Criar y destruir con tal presteza,
»Yo sería para él un indecente
»Juego, que no cabría en su grandeza?
»El criar es de un Dios; mas de un demonio
»Es el destruir. ¡Con qué gozo el Infierno
»Triunfara, al ver tan claro testimonio
»De inconstancia en los actos del Eterno!
»Ve ahí, diría, ese Dios que apenas hace
»Una cosa, al instante la deshace:
»El Angel pereció: se le ha seguido
»El hombre, y al momento ha perecido
»Como él: ¿Cuál será su obra duradera?
»Mas, en fin, sea de esto lo que quiera.
»Jamás Adán de ti ha de separarse:
»Contigo ha de acabar, o ha de salvarse.
»Que nos pierda tu culpa, o quede impune,
»Una misma fortuna a ambos nos une,
»Y nos envolverá, pues somos uno.
»Sí: cuando a ti, cara Eva, me reúno,
»Dijera que conmigo me reunía:
»Tu cuerpo de mi cuerpo ha procedido:
»Tu alma nació también del alma mía:
»Nunca de mí tú puedes desprenderte,
»Ni yo de ti: uno en otro confundido,
»Una es la vida, y lo ha de ser la muerte.
»¡Oh prodigio de amor y verdadera
»Amistad! dice su culpada esposa:
»¿Cómo pagaré yo la generosa
»Resolución con que sacrificarte
»Quieres conmigo? ¿Acaso yo pudiera
»En tal grandeza de ánimo igualarte?
»También tu ser es mucho más perfecto,
»Y cuanta gloria nuestro sexo tiene,
»Sólo del tuyo viene.
»Mas, ¡oh mi dulce apoyo, cuán completo
»Mi gozo ha sido, al ver con qué fineza
»De tu tierno cariño la grandeza
»Me has probado! ¡Qué idea del amable
»Lazo que a ambos nos uno inseparable,
»Formar me has hecho! ¡Cuál te has arrojado
»A dividir conmigo la amargura
»Del mal, como has gozado la dulzura
»De los bienes! ¡Con qué ansia cariñosa
»Mi culpa como tuya has adoptado,
»Si en comer esa fruta deleitosa
»Realmente he delinquido,
»Si es un mal el comerla! Mas si fuera
»Un mal, ¿bienes acaso produjera?
»¿Y cuántos para mí no ha producido?
»¿A qué sino a esa fruta difamada
»Del árbol de la ciencia
»Debo de todas mis felicidades
»La más preciosa, esas seguridades
»De ser por ti con tal constancia amada?
»Pero escucha. si acaso esa sentencia,
»Mortal fuero efectiva, he de deberte
»Que separes tu suerte de la mía.
»¿Tendré yo corazón para ofrecerte,
»Como segunda víctima, al airado
»Cielo, cuando yo sola le he irritado?
»Mil veces antes me aniquilaría.
»¿Pudiera, caro esposo, consolarme,
»Si a mis males injusta te asociara,
»Cuando de ti olvidado, a acompañarme
»Te ofreces con ternura nunca oída,
»Cuando tu ánimo noble no repara
»En abrazar a orillas del abismo
»A tu Eva y arrojarte en él tú mismo?
»No; no es tu esposa tan desconocida:
»Disponga, pues, como quisiere el Cielo
»De mi suerte y mi vida,
»Si eres feliz, de todo me consuelo.
»Pero, ¿qué digo? Lejos que la muerte
»Me amenace, de nueva fortaleza
»Siento llenarse mi naturaleza;
»Un oculto poder en ella vierte
»El bálsamo vital y la alegría;
»Mis ojos, que una niebla antes cubría,
»Se han abierto a la luz más admirable;
»Un torrente de gozo inagotable,
»Un mar de claridad inunda mi alma,
»Y la eterniza en hechicera calma:
»Justo es que en estos bienes que tu esposa
»Ha logrado, como ella tengas parte.
»Pierde, pues, la quimérica y odiosa
»Aprensión de morir, con que aterrarte
»La envidia ha pretendido,
»Y sé osado y feliz cual yo lo he sido.»
Calla dicho esto; pero bien segura
De su influjo, le abraza con ternura,.
Lágrimas de alegría derramando,
Y en su interior se está congratulando
De un amor que hace frente
A la muerte y al mismo Omnipotente
Por ella. A Adán le da encantadora,
Cual premio de su vil condescendencia,
La fatal fruta, menos seductora,
Por más que sea hechicera,
Que una mirada suya lisonjera.
Vence su vergonzosa complacencia
Para su esposa sus remordimientos:
Toma y come la fruta ponzoñosa,
Se estremecen de nuevo los cimientos
Del orbe a aquella audacia sediciosa,
Y la naturaleza con gemidos
Lamentables explica su quebranto:
De uno a otro polo el espantoso trueno
Repite sus horribles estampidos:
Con todo, aunque de cólera encendidos,
Los Cielos mismos derramaron llanto.
Adán, no obstante, a aquel terror ajeno,
Como si el juicio ya perdido hubiera,
Por su esposa animado,
Prolonga alegre su festín vedado y duplica su ultraje.
Ya están fuera de sí uno y otro esposo,
Embriagados del zumo venenoso
De aquel manjar: soberbios delirando,
Mil planes ambiciosos proyectando,
La tierra con desprecio consideran,
Y al Cielo audaces remontarse esperan
Por sendas nuevas: piensan que del suelo
Ya las alas extienden para el vuelo.
¡El Cielo! ¡Ah desdichados! ¡sus moradas
Están para vosotros ya cerradas!
Aun vuestro mutuo amor, antes tan puro,
Ya ha tomado del vicio el tinte oscuro,
Y transformado en fuego lujurioso,
No es más que un torpe impulso vergonzoso.
Ellos, ciegos, no notan las mudanzas
En su ser corrompido acaecidas,
Y llenos de falaces esperanzas.
De sí se olvidan y de las temidas
Amenazas de Dios. Adán, perdido
Como Eva el juicio y el común sentido,
A ella su gratitud de esta manera
Explica: «¡Qué no debo, amada esposa,
»Al amor tuyo! Nunca me atreviera,
»Si no es por ti, a probar esa preciosa
»Fruta, que sólo siento haber tardado
»En conocer, por un temor soñado.
»¿Hasta que me ha infundido su divina
»Virtud, de tu hermosura peregrina
»El precio acaso supe? ¡Dulce encanto
»De que me habla privado un vano espanto,
»A ti sola consagro en adelante
»Todas las llamas de mi amor constante
»Jamás con este ardor has sido amada,
»O por mejor decir, idolatrada!
Así Adán a su esposa manifiesta,
No ya inocente amor, sino funesta
Y tirana pasión que le domina,
Que a sujetar con su razón no atina.
No menos extraviada y descompuesta
Eva, a sus expresiones corresponde:
La virtud huye, y el pudor se esconde:
Hija del crimen, con su velo espeso
La vergüenza servil los sustituye,
Y aun ésta no resiste a cruel exceso
Del vicio, que a ella misma la destruye.
Así arrastrados de un delirio insano,
Pasan los padres del linaje humano
Las horas presurosas, divertidos
En sus conversaciones
Locas, y exageradas expresiones,
Hasta que ya los velos extendidos
De la noche al retiro los llamaron,
Y a los brazos del sueño se entregaron:
¡Sueño cruel! que apagando los ardores
De la fiebre mortífera que su alma
En un delirio alegre entretenía,
Y a la razón volviendo alguna calma,
Les presentaba todos los horrores
De su culpa, el castigo que debía
Caer sobre ellos, y otras espantosas
Ideas, quizá menos dolorosas
Que las que al despertarse
Atónitos verían realizarse.
Apenas, en efecto, fatigados
De tan fieras imágenes, llamados
Por el diurno albor están despiertos,
Cuando ven el abismo en que sumidos
Por su culpa se encuentran, destruidos
Sus proyectos y dicha. Quedan yertos
De terror, y se miran tristemente.
¿Qué se hizo su virtud, y su inocente
Alegría anterior? Ambos maldicen
La luz, qué para hacerlos desgraciados
Viene a dar en sus ojos ofuscados,
Para que sus fulgores martiricen
Sus corazones, sus ocultos senos
Manifestando de malicia llenos.
De ellos habían desaparecido
La verdad, el candor y la dulzura,
La calma y la confianza firme y pura
Que da la rectitud de la conciencia;
Al mismo tiempo había perecido
Aquella sencillez, hija del Cielo,
Que sus desnudos cuerpos de decencia
Vestía, como un noble y casto velo;
La torpeza lo rasga, y los culpados
Notan su desnudez avergonzados.
A sí mismos quisieran ocultarla,
Cuanto más uno de otro reservarla:
¡Triste degradación de la inocencia!
Nada hizo Dios que no fuese decente,
Y lo es siempre por sí; pues la indecencia,
En el pecho del hombre delincuente,
Toda la forja la concupiscencia.
Así, de sus virtudes despojados,
Y de su propia estimación privados
Por su delito, mudos, temerosos,
Mirando al suelo, van ambos esposos
Vagando del jardín por la espesura,
No ya al dulce cultivo de costumbre,
Sino a buscar alguna sombra oscura
En que ocultarse a la importuna lumbre
Del Cielo, que hasta entonces los había
Con sus luces llenado de alegría.
Adán mismo, no menos confundido
Y amedrentado que Eva, un rato larga
Guarda silencio: al cabo sin embargo
Vuelto a sí mismo, en tono dolorido,
«¡Maldita, exclama, sea la Serpiente,
»Y la hora en que cediste imprudente
»A sus instigaciones! No comprendo
»Por qué prodigio ese reptil impuro
»Habla; mas, por desgracia, es bien seguro
»Que no erró en su pronóstico, diciendo
»Que del hombre la suerte mudaría
»Y que del bien el mal distinguiría.
»¡Ciencia terrible! ¡Distinción funesta!
»¡El bien se huyó y el mal sólo nos resta
»Si: para nuestra ruina se han abierto
»Nuestros ojos: en ellos luce, es cierto.
»Un nuevo día; pero solamente
»Para que nuestras pérdidas veamos;
»Para que claramente
»Y con mayor dolor reconozcamos
»Que están ya nuestras almas despojadas
»De la felicidad y la inocencia,
»De la virtud y paz de la conciencia,
»En fin, de cuantas nobles y sagradas
»Prendas celestes nos enriquecían,
»E hijos de Dios ¡ay tristes! nos hacían.
»¡Todo lo hemos perdido por un vano,
»Orgullo! Los deseos insolentes,
»De los torpes placeres el insano
»Fatal ardor, su sello ignominioso
»Para siempre han grabada en nuestras frentes,
»Y nuestros rostros con su ruboroso
»Color tiñendo, la vergüenza cierra
»La marcha de estas plagas de la tierra.
»¿Y, de hoy en adelante, de qué modo
»A1 Señor presentarnos osaremos,
»Ni aun ¡avista de un Ángel sostendremos
»Ambos, cubiertos de este impuro lodo!
»Para nosotros ya finalizaron,
»Del Cielo las visitas deliciosas,
»Aquellas instrucciones amorosas
»Que hasta ahora nuestras almas encantaron.
»¿Y cómo nuestra vista enflaquecida
»Podría ya sufrir los resplandores
»De aquellos altos huéspedes? Rendida
»Al peso de su gloria, a los terrores,
»Que la causara sola su severa
»Presencia, desmayada pereciera.
»¿No hay desiertos, no hay bosques ignorados,
»No hay antros que me presten favorables
»Sombras en que esconderme, impenetrables?
»¡Vuelve, oh noche, a extender tus enlutados
»Eternos velos! ¡Que en tu horror profundo
»Este infeliz se abrigue
»De los ojos del mundo,
»De la venganza cruel que le persigue!
»¡Frondosos cedros, negras espesuras,
»Por piedad, amparadme!
»¡Redoblad, apiñad vuestras oscuras
»Sombras; formad un tenebroso abismo
»En que yo me refugie, y ocultadme
»Del resplandor del día, y de mi mismo!
»Veamos, a lo menos, si encontramos
»Algunas hojas grandes, que podamos
»Emplear en cubrir la ignominiosa
»Desnudez de estos cuerpos degradados.
»Evitemos con esto la penosa
»Fatiga de estar ambos sonrojados.»
Hacia el centro del bosque más espeso
Marchan entonces, y una grande higuera
Encuentran; no de aquellas que cualquiera
De nosotros conoce, que sabrosa
Fruta da, sino de otras con exceso
Mayores, y cuya hoja ancha y frondosa,
Es la más propia para aquel destino.
Corno todos, este árbol peregrino
Allí se hallaba, que ahora sólo crece
A la orilla del Ganges caudaloso.
Debajo de su sombra, un espacioso
Terreno contra el sol abrigo ofrece,
Formando con sus ramas extendidas
Verdes arcos doblados hasta el suelo,
Que aumentan cada día. pues prendidas
En el, ludas en árboles hermosos
Se vuelven, que ensanchando el denso velo,
Al viejo tronco cercan orgullosos.
Debajo de ellos, el pastor tostado
Del sol ardiente, que en aquella zona
Abrasa, encuentra para su persona,
Y no menos también para el ganado,
Un fresco y vasto asilo en que esconderse,
Mientras pasa el calor del mediodía,
Y tierna hierbecilla en que tenderse.
Allí al son del rabel, con armonía
Rústica, entona su sencillo canto,
O por entre las ramas, entre tanto
Que su ganado plácido sestea,
En mirarlo y contarlo se recrea.
De aquellas hojas pues, que a los escudos
De que las amazonas belicosas
Usaron, en tamaño disputaban,
Adán hizo cinturas, que oficiosas,
De sus cuerpos desnudos
A la decencia principal bastaban.
¡Dichosos si de su alma las impuras
Manchas del mismo modo consiguieran
Esconder! Mas en vano lo quisieran.
¡Infelices, habían ya perdido
Del candor y virtud las vestiduras
Preciosas que la gracia habla tejido!
Así cuando Colón con las hispanas
Naves descubrió osado las lejanas
Regiones de la América, se vieron
Los Indios, de cinturas emplumadas
Cubiertos, ocupar las dilatadas
Riberas de la mar, en que surgieron,
Y creyendo el vestido suficiente
Sin rubor recibir la extraña gente.
En ellos la ignorancia un suplemento
Era de la inocencia.
Dotados de mayor conocimiento,
Adán y Eva, de aquella indiferencia
No eran capaces. Ambos afligidos, .
Más su interior vergüenza lamentaban
Aún que la exterior, y no encontraban
Modo de remediarla.
Al fin, rendidos
De fatiga, en tierra se postraron,
Y con amargo llanto la regaron.
Tiemblan sintiendo sobre su cabeza
Bramar la tempestad; pero aun más dura
Es la que dentro de sus corazones
Les amenaza. Soplan con fiereza
Mil opuestas pasiones:
El pesar, las sospechas y la oscura
Desconfianza, el ardor desenfrenado
Del deleite, el temor desordenado,
El odio insano y el furor horrible,
Aquel asilo en que la paz moraba
Ocupan y revuelven a porfía.
Llega a un exceso tal su rebeldía
Contra el gobierno justo y apacible
De la recta razón que, antes reinaba
Sobre ellas, que en lugar de darlas leyes,
La tienen por su esclava,
Y todas ellas se han hecho sus reyes.
Al fin Adán, no aquel cuya alma pura
A su Eva prodigaba la ternura,
Sino Adán delincuente, Adán proscrito,
Así ahora la echa en cara su delito:
«¡Oh infiel mujer! ¿porqué no aprovechaste
»Mis consejos? ¿Por qué te separaste
»De mí? Si tu obstinada rebeldía,
»No te hubiera apartado de mis ojos,
»Nuestra felicidad existiría.
»Quien por vanos antojos,
»Como tú, a los peligros se aventura,
»Perece en ellos. Es una locura
»Propia de un temerario el provocarlos:
»El sabio hace su empeño de evitarlos.
»Así tu esposo te lo aconsejaba;
»Debías ciegamente obedecerle.
»Dios mismo lo mandaba,
»Y sólo el exponerte era ofenderle.
»¡Por qué motivo -le replica airada
»Eva- me reconvienes tan sangriento,
»Del error de un momento,
»De un crimen totalmente involuntario,
»Que aunque no hubiera estado separada
»De ti, quizá igualmente acaeciera,
»Y que tal vez mi esposo cometiera
»Como yo, sin que fuese necesario
»Que de mí se apartase, si le hubiese
»La suerte un igual lance presentado?
»Ningún motivo de odio habla yo dado
»Al seductor; y así ¿cómo podía
»Recelar que él a mí me aborreciese,
»Y que tramase la perdición mía?
»Por otra parte, ¿habrá el Señor querido
»Criar en mi una esclava, destinada
»A estar siempre a tu lado, condenada,
»Cual si un irracional hubiera sido,
»De tu capricho sólo dependiente,
»A no moverse sino de orden tuya
»Y a no hacer nunca la voluntad suya?
»Si he delinquido, tú principalmente,
»Tienes la culpa. ¿No era yo tu esposa?
»No estaba yo sujeta a tu obediencia?
»¿Pues por qué, si el peligro conociste,
»La autoridad de esposo no ejerciste
»Para impedir mi prueba perniciosa?
»¡Ahí! a no ser tanta tu condescendencia,
»Sabes que yo te hubiera obedecido.
»Era obligación mía:
»Esa flaqueza, pues, nos ha perdido:
»Sin ella nuestra dicha aun duraría.»
Estas duras palabras, en su esposo
Ocasionaron por la vez primera
La más ardiente cólera, y furioso
Dijo con bronca voz de esta manera:
»Autora de mi ruina y juntamente
»¡Ay triste! de la tuya, ¿es este el precio
»De mi amor? ¿Así pagas mi ternura?
»De tu extravío víctima inocente,
»Al extremo por ti precipitado
»De la desgracia, sin hacer aprecio
»De mi propia amargura,
»Tú lo sabes, de amor arrebatado,
»Por lograr de tus penas consolarte,
»Pudiendo continuar en ser dichoso.
»Inmortal, preferí el acompañarte
»En tu infidelidad, y al espantoso
»Abismo en que te habías sumergido
»Contigo me arrojé: la ira divina
»Por ti arrostré atrevido,
»¿Y, ahora, ¡ingrata! me imputas tu ruina?
»Dices que yo debiera haber hecho uso
»De aquella autoridad de que gozaba:
»¿Mas acaso el amor esa severa
»Opresión sufre? ¿Qué es lo que pudiera
»Hacer más que lo que hice,? No rehuso
»Ya que has dicho que no eres tú mi esclava,
»Tu mismo testimonio. ¿No te dije,
»Anuncié, repetí el riesgo inminente
»A que te conducía tu imprudente
»Capricho? ¿No predije
»Tu perdición? ¿Acaso yo debía
»Valerme contra ti de la violencia.
»Y aunque cedieses a mi tiranía,
»¿A los ojos del Cielo, la obediencia
»Sin libertad, qué vale? Dios te había
»Criado libre: lo eras, y en tu mano
»Tu suerte estaba. Si un antojo vano,
»Si una falsa virtud te han seducido,
»Quéjate de tu orgullo presumido.
»¡Temeraria! Creíste alcanzar gloria,
»El peligro arrostrando
»Y mis tiernas congojas despreciando:
»Tuviste por segura la victoria.
»Te engañaste: también yo me engañaba
»Cuando gozoso una virtud contaba,
»En cada rasgo de tu incomparable
»Belleza, y te creía inexpugnable.
»Me fié en tu constancia:
»Gradué de celo santo tu arrogancia,
»Y no dudé que tu alma generosa
»Volviese del combate más gloriosa.
»Si en esto he delinquido,
»El amor mi delito ha producido:
»Y con todo, ¿en lugar de consolarme
»Aun del tuyo te atreves a acusarme?
»¡Sexo ingrato! ¡Infeliz el que delire
»Contigo, y a ganar tu amor aspire,
»De su débil razón el soberano
»Cetro poniendo en tu ligera mano!
»Tu corazón, de ciego orgullo lleno,
»En el imperio no conoce freno,
»Y al tu empeño sale desgraciado,
»Lejos de confesar que eres culpado,
»El primero le achacas con dureza
»De habértelo cedido la flaqueza.»
Así los dos con rabia se acusaban,
Y a pagar su delito comenzaban.
LIBRO DÉCIMO
SUMARIO.
SABIDA la desobediencia del hombre, los Ángeles abandonan el paraíso.
El hijo de Dios, enviado para juzgar los culpados baja, pronuncia
la sentencia, y movido de compasión, viste su desnudez, después de lo
cual vuelve a su Padre. El pecado y la Muerte, barruntando el suceso de
Satanás, desertan de las puertas del Infierno, y vienen a buscarle a la
tierra, construyendo un puente de comunicación entre el Infierno y la
tierra. Al través del Caos. Encuentran al cabo a Satanás, y se congratulan
mutuamente. Satanás vuelve a los Infiernos, y cuenta a la asamblea
de los rebeldes su victoria sobre el hombre. En lugar de aplausos, transformados
de repente en serpientes arrastran conforme a su sentencia, y
le responden con silbidos. Se eleva cerca de ellos un bosque de frutales,
de la misma especie que el vedado. Atormentados de hambre y de sed,
acuden a comer la fruta, y se les convierte en la boca en polvo y ceniza
amarga. El Pecado y la Muerte inficionan a la naturaleza. Dios pronostica
que su Hijo destruirá algún día aquellos dos monstruos. Manda a
sus Ángeles que hagan diversas alteraciones en los Cielos y en los elementos.
Adán, conociendo cada vez mas la mutación de su estado, llora
amargamente, y rechazan con dureza a Eva, que se esfuerza a consolarle.
Al fin consigue apaciguarle, y propone dos medios violentos para
impedir la propagación de sus desgracias en su posterioridad. Adán los
reprueba, manifiesta mejores esperanzas, la recuerda la promesa que se
les ha hecho de que su linaje tomará venganza de la serpiente, la
exhorta a unirse con él para aplacar con la penitencia y las oraciones a la
Deidad ofendida.
Del Eterno la vista vigilante,
A que nada se esconde, del triunfante
Satanás ha advertido la malvada
Trama: la perdición de Eva engañada,
Y su débil marido
Por ella tristemente seducido.
Bueno, mas justo, permitió que fuera
Tentado el hombre, para que pudiera
Probar su lealtad. Libre, y armado
Por la sabiduría
De una voluntad recta y de un talento
Claro, por la razón encaminado.
Nada influía en su consentimiento:
El vencer de su arbitrio dependía,
El peligro evitando,
O al enemigo astuto rechazando,
Sea que de la fuerza abierta usara.
O que un pérfido afecto simulara.
Dios mismo les había prohibido
Por su boca la fruta envenenada
Del árbol de la ciencia.
Entrambos en la audaz desobediencia
Cómplices, del delito cometido,
Víctimas son de su justicia airada:
Nada puede salvarlos. De improviso
Abandonan a un tiempo el Paraíso
Las escuadras celestes, de tristeza
Mudas al ver del hombre, antes su amigo,
La desgraciada súbita flaqueza;
Y el degradado suelo
Dejan, tomando hacia el Empíreo el vuelo.
No conciben por qué arte el enemigo
Infernal ha podido introducirse
En Edén, y a sus guardias encubrirse.
En el Cielo, esta angélica milicia
Halla al llegar sembrada la noticia.
Aquellos ciudadanos celestiales
Lloraban ya del hombre las fatales
Miserias; mas no obstante,
No había marchitado su semblante
Aquel pesar, pues su naturaleza,
Incapaz de tristeza
Sino en cuanto su dicha permitía,
De un gozo celestial resplandecía.
Quisieran saber todos cómo ha sido
La perdición del hombre; lo acaecido
Entre él y Satanás: a los que vienen
Curiosos cercan; pero apresurados
Estos de presentarse a su divino
Señor, no se detienen,
Hasta que de su trono al pie postrados
Se presentan. Entonces de su altura.
A manera de trueno repentino,
Rompe por medio de la niebla oscura
Que la cerca, una voz, estremeciendo
El cielo todo, y clara, así diciendo:
»Espíritus celestes, ese llanto
»De vuestros corazones generosos
»Por la caída del hombre, al punto cese:
»No deben la tristeza ni el espanto
»Morar entre mis siervos venturosos.
»Mucho antes que este lance sucediese,
»El día mismo en que forzó el malvado
»Satanás el Infierno, fue anunciado
»Por mí el crimen del hombre deleznable:
»Se le advirtió del riesgo: si es culpable,
»A sí solo atribuya su caída:
»Crió a los hombres libres: por su gusto
»Han destruido el equilibrio justo
»Que puse en su razón: se han persuadido.
»Al ver por un momento suspendida
»Mi venganza, poder impunemente
»Echar mis amenazas en olvido,
»Reírse de mi cólera; mas presto,
»Ya que a vista del mundo fue ultrajada
»Mi piedad tan cruelmente.
»De él mi justicia volverá vengada.
»¡Oh hijo mío! que vayas he dispuesto
»A imponer el castigo a esos culpados.
»Cual los cielos, la tierra y los infiernos
»Obedezcan rendidos tus eternos
»Decretos, y a tus pies arrodillados
»Por su juez te conozcan; mas, del juicio
»Que hagas, templa el rigor por la clemencia
»Que el hombre reconozca un Dios propicio
»En su juez, que en él vea su divino
»Medianero futuro,
»Que, a pesar de su atroz desobediencia,
»De compasión movido le destino:
»Pues tú has de ser el que del yugo duro
»Le libre con el tiempo del pecado,
»Como a su redentor a ti te toca
»Suavizar la pena de su loca
»Transgresión: que el amor dulce modere
»El rigor justo que el exceso osado
»Por sí mismo requiere.»
A estas palabras, vuelto hacia su diestra,
Donde el Verbo divino está sentado,
En él su resplandor eterno muestra
Todo, y el Hijo, viva imagen suya,
Así responde con serena frente
A su celeste Padre: »A la orden tuya
»Parto a dar al instante cumplimiento.
»Juzgaré a ese linaje delincuente:
»Tu ira terrible quedará calmada:
»Mi gloria en complacerte está cifrada:
»Mas sabes que tengo hecho juramento
»Que cuando de los siglos la carrera
»El destinado tiempo haya traído,
»He de bajar a la terrestre esfera
»A sufrir lo que el hombre ha merecido.
»Reparador divino de la humana
»Naturaleza ser he prometido,
»Y mi promesa no debe ser vana:
»Holocausto sagrado
»Seré yo, y detendré tu brazo airado.
»A la piedad permite que propicia
»Temple la rigidez de la justicia:
»Que a la tormenta atroz de la venganza,
»Del perdón dulce siga la bonanza:
»Que en todo tu grandeza al mundo asombre,
»Y como tema, así aplauda tu nombre.
»Todos los hombres de hoy en adelante
»Deben hallar en mí amparo constante.
»En cuanto a esos esposos desgraciados,
»Antes que llegue el tiempo en que juzgados
»Hayan de ser por mí solemnemente,
»Los examinaré privadamente.
»Por lo que hace al autor de su caída,
»Su fuga y su maldad ya conocida
»La convencen. Que tiemble del terrible
»Castigo, que le espera. El insensible
»Reptil, que le ha servido de instrumento.
»No necesita de convencimiento. »
Dijo, y de la sagrada
Mansión de la deidad, en que radiante
De inmortal gloria, de su Padre al lado
Desde la eternidad está sentado,
Parte. Por la carrera dilatada
Por donde ha de pasar a la distante
Puerta que está del Cielo a los confines,
Arcángeles, Virtudes, Serafines,
Todo el celeste ejército reunido,
En filas ordenado, está tendido,
Pronto a seguirle; pero recibida
La orden, queda a las puertas detenida
Su inmensa multitud. De allí lejano
El Edén delicioso, del humano
Linaje habitación, se descubría.
Solo, sin compañía
Ni corte alguna, desde aquella altura
El Hijo del Eterno la onda pura
Del éter corta. En vano pretendiera
Un ingenio criado
Medir la rapidez con que a la esfera
Terrestre llega: aun antes que pensado.
Aquel viaje veloz está concluido.
Ya el sol, menos ardiente,
Su carrera inclinaba al Occidente;
Los céfiros suaves jugueteaban
Entre las plantas del Edén florido,
Y sus espesas hojas agitaban
Con murmullo, que el eco repetía,
Y como todo, a Adán estremecía.
Dios le llama de pronto.
Ambos esposos Infelices, turbados,
De su ira merecida temerosos,
Con que ya su conciencia los acosa,
Huyen a toda prisa, y emboscados
De una selva inmediata en la espesura,
Procuran ocultar su vergonzosa
Desnudez, y el rubor de su semblante,
De su culpa la prueba más segura.
Los distingue la vista penetrante
Del Señor, que visible a ellos se avanza,
Diciendo: «Por qué, Adán, de la presencia
»De tu Dios huyes? tú, que tal confianza
»Antes en mí tenías, que a mi encuentro
»Corrías con alegre diligencia
»A bendecirme, al punto que llegaba,
»Como Eva, que igualmente me adoraba,
»¿Por qué ahora amedrentados en el centro
»Del bosque, entre sus sombras un abrigo
»Buscáis, cual si llegara un enemigo?
»Aun este jardín bello que os he dado
»Para que su cultivo os divirtiera,
»Le veo enteramente descuidado.
»Esas graciosas flores, la primera
»Atención de Eva, lánguidas, caídas,
»Parece que me dicen afligidas
»Que el encargo que os di no habéis cumplido
»¿En qué consiste ese culpable olvido?
»¿Desconoces ya a tu amo?
»¿Por qué no venís ambos cuando os llamo?
»Ven.» Adán obedece: desconfiada
Eva lo sigue, no con el risueño
Gesto con que del crimen el empeño
Arrostrar se la vid: mas vergonzosa,
Detrás de su marido rezagada
Tirándose a ocultar. Ambos esposos,
Del delirio despiertos, la llorosa
Vista a alzar no se atreven, y parados
A una larga distancia, temerosos
Se humillan, en el polvo arrodillados.
Ni el amor a su Dios ni la ternura
Que debían tenerse mutuamente,
Se ve en su rostro como anteriormente.
Su áspero ceño, su mirada oscura,
El odio, la venganza y la tristeza,
Y de un vil egoísmo la dureza,
Juntos con el terror, sólo presentan,
Que aquellos corazones atormentan
Su indignidad forzados conociendo,
A su Dios no se atreven a acercarse:
Jamás ya volverán a renovarse
Los amables coloquios en que, abriendo
Su pecho a su Señor con dulce encanto.
Ardían en su amor sus corazones;
Hoy los abrasan solas las pasiones.
Adán responde al fin lleno de espanto
El eco de tu voz he percibido,
»Señor; pero desnudo, no he tenido
»Valor para llegar a tu presencia.
»¿Y a quién, le dice Dios, la inteligencia
»De que desnudo te hallas has debido?
»¿Cómo mi voz, que todo tu consuelo
»Antes era, te inspira ahora recelo?
»¿Desde cuándo la tornes desconfiado?
»Habla: ¿has tenido acaso la osadía
»De tocar a la fruta que he vedado
A esta tonante voz, más formidable
Para él que el rayo, exclama tristemente
Adán, que su sentencia en ella oía:
«¡Y qué haré en este lance, oh miserable!
»¿Qué partido tomar? ¡Tengo presente
»Mi juez! En este instante pavoroso,
»Es preciso, o que solo el riguroso
»Justo castigo sufra, o que a una esposa
»Que tiernamente quiero,
»Que es el único hechizo de mi vida,
»Por premio de su fe y su amor sincero,
»Acuse como autora de la odiosa
»Culpa. Quisiera más que tu encendida
»Ira sobre ni solo fulminara:
»La mitad de mi mismo al fin salvara.
»Mas tú, ¡oh Dios! ves mi suerte lamentable,
»Ves la pena interior que estoy sufriendo.
»Tu voz va a pronunciar mi irrevocable
»Sentencia. ¿Puedo yo ocultarte acaso
»La parte que ha tenido en mi fracaso?
»¿Como sufrir yo sólo el peso horrendo
»Del enojo de un Dios, el vergonzoso
»Rubor del crimen, tu severo juicio,
»Para mi aun más terrible que el suplicio?
»Y aun cuan do yo mi cómplice quisiera
»Ocultar cuidadoso,
»¿A tu irritada vista se escondiera?
»Diré, pues, que aquel ser que me dijiste,
»Que me haría dichoso, aquel modelo
»De fe, amor y constancia, en el que uniste
»Con divino desvelo,
»Todas las gracias, toda la hermosura,
»Que a una peña forzara a la ternura;
»La esposa, en fin, que tu beneficencia
»Me dio, como un dechado de inocencia
»Y de virtud, la fruta que ha cogido
»Me ha presentado, y yo la he recibido
Entonces el Señor le manifiesta
Su Majestad visible, y le contesta:
»¡Ingrato! ¿Por ventura
»Tu esposa era tu Dios, para que hiciera
»Su voluntad, y a mí la prefirieras?
»¿Te la había yo dado por segura
»Norma de tu conducta? ¿La había hecho
»Arbitra de tu suerte? ¿Poseía
»Los dones con que yo te distinguía.
»Tus varoniles prendas, tu derecho
»Al mando, de tu sexo la firmeza,
»De tu razón la sólida cordura?
»La prodigué las gracias, la dulzura,
»El pudor, la inocencia y la belleza
»Mas no la autoridad. Era su suerte
»La de amarte leal, y obedecerte:
»En el segundo rango colocada,
»Libre, pero a tus leyes arreglada
»La tuya era andar. Tú envilecido
»Tu noble imperio echaste en olvido
»A su capricho frívolo, cediste,
»Y por no disgustarla, me ofendiste.
Dicho esto, a Eva pregunta brevemente;
«¿Cual fue la causa de que tú alcanzaras
»La fruta, y mí precepto quebrantaras?
Eva, bajando vergonzosamente
La vista al suelo, dice: «La Serpiente
»Me engañó: ponderó lo buena que era,
»Y al cabo consiguió que la comiera.
A estas palabras, el Señor, airado,
Castigar quiere a un tiempo a ambos esposos,
Y vengarlos de aquel ser depravado
Que los ha seducido.
A él, pues, primeramente dirigido:
«¡Oh tú, dice, que con tus maliciosos
»Artificios al lazo has arrastrado
»Estas víctimas; órgano proscrito
»De la perfidia, origen del delito,
»Serpiente, autor de tan horribles males,
»Seas maldito entre los animales;
»Vilmente arrastres siempre por la tierra:
»Entre ti y la mujer, eterna guerra
»Haya, que dure entre sus descendientes
»Y los de tu ralea procedentes.
»Un día vendrá, un día, en que triunfante,
»Con sus pies te quebrante
»La orgullosa cabeza.
»En el punto en que logre tu fiereza
»Morderla en el talón. La has engañado,
»Pero serás por ella subyugado!»
Este oráculo santo, en los futuros
Siglos tuvo perfecto cumplimiento,
Cuando el Verbo divino el nacimiento
Tuvo en el mundo de otra Eva más pura.
Antes, su ira terrible en los oscuros
Calabozos y simas infernales
A Satanás con toda aquella impura
Turba de desleales
Secuaces arrojó precipitados;
Y aun más después, su orgullo confundiendo,
La tierra le vio hecho hombre; reviviendo
Del lóbrego sepulcro, quebrantados
Los cotos de la muerte y del Infierno,
Sobre sus ruinas un imperio eterno
Fundar, llevando por los aires, vivos,
Libres, en noble triunfo sus cautivos,
Y bienhechor del mundo, abrir la entrada
De los Cielos, al hombre antes cerrada.
Hoy, del Padre ejerciendo la severa
Justicia, pronunció de esta manera:
«Eva: con los trabajos más prolijos,
»Y dolores, darás a luz tus hijos,
»Y vivirás sujeta a tu marido
»Y tú, ¡hombre débil! que por complacencia
»Hacia ella, mi precepto has transgredido.
»Pagarás cara tu desobediencia.
»Ahora a tu vista la naturaleza
»Va a perder casi toda su belleza:
»Por tus miserias contarás tus días,
»¡Ingrato! Y el tributo voluntario
»Y rico que del campo recogías,
»Cesará: negará la avara tierra.
»A tu hambre los tesoros que en sí encierra
»Te será necesario
»Atormentarla con afán penoso,
»Y sin cesar, para que te alimente:
»Con sudor de tu rostro el doloroso
»Pan comerás: estéril, desolada,
»Sólo se mostrará espontáneamente
»De cardos y de espinos erizada.
»Polvo eres: de su seno producido,
»Volverás a ella en polvo convertido.
»Así aquel Dios, propicio y justiciero
A un tiempo, los estragos anunciaba
De la espantosa muerte, y moderaba
De su justicia eterna los terrores,
Dilatando hacia el tiempo venidero,
Y a una época distante,
Su amenaza y sus golpes vengadores.
Y en tanto su bondad, que en adelante
Su grandeza humillar tanto pensaba,
Que a sus caros discípulos sirviera
Como si el más rendido esclavo fuera,
Ya cariñosa se, ensayó aquel día;
Pues como la estación amenazaba
La próxima llegada del helado
Invierno, aquel Dios bueno, que aun quería
Mostrar su amor al hombre, aunque culpado
A los dos delincuentes, de la lana
Del ganado, les hizo, con humana
Compasión, ropas con que se vistiesen,
Y sus cuerpos del frío guareciesen:
¡Solicitud de un padre el más piadoso!
Mas no basta que el cuerpo esté vestido,
Supuesto que sus almas han perdido
La virtud, su ornamento el más precioso
Queriendo, pues, cubrir esta indecencia
A los ojos del Cielo, los reviste
De su propia inocencia.
Ya cumplido su encargo, de la triste
Pareja se separa, y vuelve, lleno
De gloria, de su Eterno padre al seno:
De lo hecho a darlo cuenta allí procede
Y piadoso intercede
Por aquellos esposos desleales;
Pero antes que el pecado
Del hombre el mundo hubiera profanado,
Cuando ya Satanás, las infernales
Puertas forzando, el vuelo a él dirigía,
La Culpa, de la Muerte acompañada,
Pensativa quedó en la abierta entrada.
Por la que un río rápido salía
De negras llamas, que en el caos horrendo
Se iban por todas partes extendiendo.
La Culpa al fin, se vuelve al hijo fiero,
Y así le dice: «Cuando considero
»Que por nosotros ahora mi querido
»Padre está mil peligros arrostrando,
»En un desconocido
»Clima, tal vez osado conquistando
»Un mundo en que vivamos agradable,
»Me avergüenzo de ver que nos estemos
»Entregados a un ocio despreciable,
»Y su ambición gloriosa no imitemos.
»El sin duda ha salido victorioso;
»Si así no fuera, el brazo poderoso
»De Dios, segunda vez a este abrasado
»Pozo le hubiera ya precipitado;
»Pues ningún otro abismo hallar pudiera
»Más cruel, para saciar su saña fiera.
»Sí: veo nuestro imperio ya extendido:
»Mi interior me lo dicta: ya ha venido
»El tiempo en que podamos sin recelo
»A esas remotas playas nuestro vuelo
»Levantar. Un poder desconocido
»Alas parece darme, y me convida
»Con atractivo fuerte a que allí acuda,
»Como a mi cara patria, en que otra vida
»Mejor disfrute, y a que por la muda
»Región del Cielo tome mi camino,
»Para llegar a aquel feliz destino;
»Que para ello hallaré una regia vía
»En la bóveda inmensa que el profundo,
»Infierno une a la tierra,
»Atravesando por el infecundo
»Vacío que a ella en derechura guía:
»Esto me inspira, y mi terror destierra.
»Veo, en efecto, del sepulcro oscuro
»Que habitamos, abierto ya espacioso
»Paso a este nuevo mundo deleitoso,
»Digno en verdad de todo nuestro apuro.
»Yo a intentarlo estoy ya determinada.
»Ni trabajos, ni penas, ni el castigo
»Con que nos amenaza ese enemigo
»Que nos echó a esta cárcel desgraciada,
»Me detendrán; pues una vez abierta
»Por mi mano, no puedo ya agraviarlo
»Mas, y sería inútil contemplarle;
»Y, o por mí corazón soy engañada,
»O la fortuna de la empresa es cierta.
»Estoy pronto a seguirte, la responde
»El esqueleto negro y descarnado:
»Nada de cuanto hablaste se me esconde,
»Lo iba a decir, y te has anticipado:
»Partamos pues, unidos al momento:
»Precediéndome tú, estoy bien seguro
»De no errar el camino: además, siento,
»Sí no me engaño, que por el oscuro
»Caos difunden ya aquellas vitales
»Playas algunos hálitos mortales,
»Que hasta aquí llegan; vamos sin tardanza,
»Que aun ya la sangre misma y la matanza
»Percibo.» Al decir esto, el cruel olfato
Hacia la tierra vuelto, largo rato
En aspirar de lejos se recrea
El aire emponzoñado. Así ventea
El voraz buitre, en vísperas del día
Del combate, la atroz carnicería,
Y el olor de los tristes funerales,
Exacto a los ejércitos siguiendo;
Tal aquel monstruo, de las infernales
Puertas, de gozo insano, está ya oliendo
Su presa, lisonjeando su apetito
Con la idea del número infinito
De ruinas y cadáveres inmundos
Que le han de dar los asolados mundos.
Ambas pestes a un tiempo, con ruidoso
Vuelo el Infierno dejan, las regiones
Del caos proceloso
Cortando, como dos exhalaciones.
Nada detener puede su impetuosa
Rapidez, ni la lucha tumultuosa
De los más vastos cuerpos encontrados,
Ni el furor de los vientos desatados.
Brama el abismo. En vano a su camino
A cada paso opone un torbellino,
Un mar intransitable, una tormenta.
Todo lo arrollan con su turbulenta
Furia: todo lo vencen, su carrera
Siguiendo, cual si nada se opusiera.
Rugiendo así, dos vientos tempestuosos
Soplan sobre los mares dilatados
Del Norte, convirtiendo en prodigiosos
Témpanos, riscos, montes congelados
Sus ondas alteradas, y barriendo
Todo aquel vasto caos, que luciendo
con fosfórica lumbre, al navegante,
Que pretende pasar a la distante
Ribera del Catay, un invencible
Muro opone, en su empresa inasequible.
Mas la Muerte se arroja de repente
Sobre el abismo airado; y con su helada
Enorme maza, del fatal tridente
Émula, hiere, y liga aquella inmensa
Muchedumbre sembrada
En el caos, de cuerpos divididos,
De agigantados montes esparcidos,
Y en una sola masa los condensa,
Con pegajoso asfalto asegurada.
De su temido ceño a una mirada
Queda sin movimiento,
Sobre un profundo y sólido cimiento,
Formando un puente inmenso, que se aferra
Del Infierno en las puertas por un lado,
Y por el otro en la remota tierra.
El arco, sobre el caos colocado,
Coge todo el abismo tenebroso:
Iguala el puente en la excesiva anchura,
De la infernal entrada la abertura.
Bien puedes de terror estremecerte,
¡Oh desdichado mundo! Ese espantoso
Puente es el de la Muerte.
De tu recinto, en prolongada cuesta
Con rapidez desciende a la funesta
Profundidad de la infernal morada,
El camino. Por él, apresurada,
Unos tras de otros tus habitadores,
Así vencidos como vencedores,
Triunfante arrastrará de la apacible
Atmósfera vital a su antro horrible.
Así, si lo pequeño es comparable
Con lo grande, aquel puente formidable
De Jerjes desde el Asia se extendía
Hasta la opuesta Europa, y paso abría
A aquella multitud innumerable
De guerreros, que a hacer la Grecia esclava
El bárbaro Monarca destinaba.
El Helesponto airado,
Sus ondas reuniendo, aquel osado
Puente deshizo, y con locura rara,
Aquel Rey orgulloso
Mandó que como a esclavo revoltoso
Mar con azotes se le castigara.
Más sólida, al embate se resiste
Del abismo irritado que la embiste
Con espantosas olas, la obra fuerte
Construida por la Culpa y por la Muerte,
Sin fin el arco firme prolongando,
Y aquel mar insondable dominando;
Pero acabada la obra, la dañina
Pareja otra vez rápida camina;
A Satanás buscando cuidadosa,
Sigue puntual su rastro, y no reposa
Hasta llegar aquel mismo paraje
Del orbe de la tierra en que él su viaje
Primero terminó, Y en donde aliento
Tomó, ya vencedor, considerando
El transitado abismo, que bramando
Hervía con horrible movimiento.
También allí ambos monstruos se detienen
Y en afirmar el cabo se entretienen
Por donde el puente está a la tierra unido
Hecho esto, vuelven a tomar el vuelo,
Y después que la tierra han recorrido,
Y registrado con igual desvelo
Los confines celestes, hacia el lado
Izquierdo el negro tártaro dejado,
Se dirigen a Edén, cuando en la altura,
Del Zodiaco descubren de repente,
Allá entro el Escorpión y el Sagitario.
Al feroz Satanás, en la figura
De un Ángel refulgente.
A la sazón, en Aries su ordinario
Curso empezaba el Sol, y cauto huía
De su luz el Arcángel: aunque había
Aquel disfraz tomado, no tardaron,
En conocer al padre los monstruosos
Hijos, y prontamente caminaron
A su encuentro gozosos.
El que desde luego que a Eva hubo vencido.
Espantado y contento con su ruina,
Receloso, de Dios había huido,
A una selva vecina
A ocultarse; mas presto, diferente
Disfraz tornando, silenciosamente
Volvió al paraje en que Eva conversaba
Con Adán y a imitarla le tentaba.
Le vio en el cenador, flaco y caído,
Comer con ansia el fruto prohibido,
Y fui testigo de su vergonzoso
Rubor, cuando industrioso
Formo de hojas de higuera su vestido.
Satanás, en sí mismo de alegría,
Mirándole perdido, no cabía;
Pero al sentir que ya se aproximaba
Su señor y su juez, huyó temblando,
Algún asilo incógnito buscando;
¡Tanto temía al mismo que insultaba!
En fin, después de dada la sentencia,
La noche aprovechando, en diligencia
Volvió hacia los esposos a acercarse,
Y pérfido aplicando el fino oído,
Por sus conversaciones, enterarse
Logró de la sentencia pronunciada
Contra el mismo; mas viendo diferido
Su castigo hasta una época ignorada,
Alegre triunfa, y arde de impaciencia
De ir a dar al Infierno aquellas nuevas,
De su victoria imaginaria pruebas.
Hacia allá vuela, y ya llega a la entrada
Del vasto puente cuando en la presencia
Se encuentra de su prole detestable.
¡Cuánta fue de ambas partes la algazara,
Al reunirse la familia rara!
El, sobre todo, al ver el admirable
Puente, pasmado de aplaudir no cesa
La grandeza y suceso de la empresa.
De la suya después ufano trata,
Y sus gloriosos hechos les relata.
Ambos su triunfo ensalzan, y gozosa
La Culpa, así le dice: «¡Oh padre amado,
»En la obra de este puente milagrosa,
»Admira una obra tuya! Con efecto,
»A ti debe el Infierno este perfecto
»Monumento. Tú sabes, qué sagrado
»Lazo, qué amor, qué dulces relaciones,
»Qué justa obligación eternamente
»Reúnen nuestros fieles corazones.
»La cuna, el interés, la semejanza,
»Una fortuna misma, una esperanza.
»Cada momento mas estrechamente,
»Nos juntan. Así, estando separada
»De ti, por mil agüeros avisada
»Interiormente del feliz suceso
»De tu empresa, la fuerza poderosa
»De la sangre, la voz más imperiosa
»De la naturaleza, y el exceso
»De mi amor, a buscarte me llamaban.
»Vastos mundos en vano intermediaban.
»Nada bastó para que yo sufriese
»Vivir sin ti. Ni el Caos, ni el Erebo
»Pudieron estorbar que te siguiese.
»Cada peligro, lejos de arredrarme
»Para mi amor sin término era un nuevo
»Aliciente: nuestro hijo a acompañarme
»Con igual ardimiento se ofrecía.
»Cerrados tanto tiempo en las odiosas
»Prisiones, a tu noble valentía
»Debernos ambos el haber podido
»Salir de aquellas simas tenebrosas,
»Y a tu ejemplo, el habernos atrevido.
»Por tu influjo, han logrado nuestras manos
»Extender a estos términos lejanos
»Tu limitado imperio, y este puente
»Soberbio, que al horrendo caos espanta,
»Y sobre él dominando se levanta,
»Construir, cual lo miras, felizmente.
»Tu, triunfador de Dios, en su escogida
»Obra, solo, glorioso le humillaste,
»Y de nuestros reveses nos vengaste.
»Dueño por fin de toda esta florida
»Tierra por tu conquista, con tu celo
»Alivio en nuestros males nos has dado,
»Y a su inhumano autor escarmentado.
»Aquí reinas, servías en el Cielo.
»Deja, pues, que ese Rey tan poderoso,
»Por ahora a gusto goce de reposo
»En su remoto alcázar eminente,
»Pues así de la guerra la fortuna
»Lo ha dispuesto: a lo menos, actualmente
»Con su presencia no nos importuna.
»Tranquilo sucesor de este extendido,
»Reino, que él libremente te ha cedido;
»Pues no lo ha disputado a tus gloriosos
»Designios, se diría que conspira
»Su voluntad contigo, y que contento
»Te cede sus dominios, con la mira
»De huir de otros combates peligrosos.
»Lejos pues de arredrarte,
»Mucho mayor aliento
»Su triunfo precedente debe darte;
»Pues que si él conociera
»Su superioridad, no te temiera;
»Y mientras que nosotros preparemos
»Nuestras fuerzas, para ir a hacerle guerra,
»Si él la empieza, el poder enseñaremos
»Del Infierno, ligado con la tierra.»
Satanás, hechizado, le responde:
«Hija querida, y tú, que un doble nudo
»De estrecho parentesco une conmigo,
»Obráis como a mi sangre correspondo.
»El universo, de admiración mudo,
»No necesitará de otro testigo,
»Que de vuestras hazañas valerosas,
»Para saber que soy vuestro ascendiente.
»Cruel enemigo del Omnipotente
»(Y Satanás de serlo se gloría),
»A vuestras atenciones generosas,
»A vuestra extraordinaria valentía,
»En mis sucesos ¡cuánto no he debido!
»No os deben menos vuestros inmortales
»Amigos del Infierno. La indecible
»Industria vuestra, dos mundos rivales,
»Por medio de este puente, ha reunido
»Con lazo indestructible,
»En una patria misma, en un estado.
»Vuestros triunfos al Cielo han espantado,
»Y yo estoy con razón envanecido
»De haber tan nobles hijos producido.
»Id pues, y mientras yo por ese puente,
»De vuestro arte milagro permanente,
»Me dirijo a las playas infernales
»A contar vuestras glorias y las mías
»A mis pueblos leales,
»Dirigid vuestros pasos presurosos,
»De Edén a los jardines deleitosos:
»Gozad allí de más felices días,
»Que hasta aquí, y en aquella afortunada
»Región fijad desde hoy vuestra morada:
»De la paz dulce y del placer del mando
»En ella para siempre disfrutando,
»En los aires, los mares y el fecundo
»Suelo reinad. Tratad a ese vencido
»Hombre, que se intitula Rey del mundo
»Cual merece: cargadle de cadenas,
»Y colmadle de oprobios y de penas:
»Destruid de una vez vuestros rivales:
»Os fío mis derechos inmortales,
»Y mis poderes todos: en mi ausencia
»Haced que se me preste la obediencia
»Por todas partes, y reconocida
»Sea mi autoridad, la que deseo
»Ejercer con vosotros dividida:
»Nada aprecio en el trono que poseo,
»Sino que en él reinéis ambos conmigo.
»¿Y habrá algún enemigo
»De tales fuerzas, que si conspiramos
»Los tres contra él unidos, no venzamos,
»Y qué esplendor será el de este brillante,
»Imperio, con tal liga, en adelante?
»Id pues, asid audaces la fortuna:
»Mostraos dignos de vuestra alta cuna,
»Y cada cual de ser mi prole ufano,
»Servid a vuestro padre y soberano.»
Dice así, y raudos como dos centellas
Ambos volando, siguen un camino
Salpicado de estrellas:
Un lóbrego nublado los precede:
Horrorizado al verlos, retrocede
Pálido el sol, y de un vapor dañino
Queda aire a su tránsito infectado.
Hace entre tanto Satanás su viaje
Al Infierno, y el Caos, irritado
De ver en sus abismos un pasaje
Libre, rugiendo, el formidable puente
Con sus olas azota inútilmente:
Aunque unas a otras, fieras, se reemplazan,
Sus firmes fundamentos las rechazan.
Llega en fin Satanás a la ancha entrada
De su reino infernal. Abandonada
Por su guardia; su pueblo, descuidando
El custodiar muros y fronteras,
Ya en los soberbios pórticos vagando
De su palacio, en donde las primeras
Cabezas del estado consultando
Estaban. La inquietud y desconfianza
Reinaban en la junta, recelosa
De algún funesto azar, por la tardanza
De su monarca. Toda la curiosa
Muchedumbre impaciente
Que los vastos contornos ocupaba,
Y mil funestos cálculos formaba,
Con sus lamentos, más a aquel prudente,
Senado entristecía,
Que, conforme a las órdenes que había
Dejado su monarca, desde el punto
De su salida estaba siempre junto
En el vasto salón, de numerosa
Guardia cercado, que la tumultuosa
Plebe, de allí apartada detuviera,
A fin que sus sesiones no impidiera,
Y atender al gobierno del estado
Pudiese, a sus desvelos confiado.
Satanás llega: toma la figura
De un ángel de la clase más oscura;
Sin ser reconocido,
Con mafia en la gran sala Introducido,
Se hace invisible y el resplandeciente
Trono ocupa, de púrpura labrado
Y de piedras riquísimas bordado.
Sin ser visto, de allí con complacencia
Observa en sus vasallos la ansia ardiente
De volver a gozar de su presencia.
Y así como rompiendo alguna oscura
Nube, una estrella más brillante, y pura
Aparece a los ojos de repente;
Así toda su gloria desplegando,
A la vista de pronto se presenta,
A aquella muchedumbre deslumbrando
Con las reliquias de sus resplandores,
Que le quedaron en la atroz tormenta
De su antigua caída.
Llenos de gozo los espectadores,
Con aplausos y vivas, su venida
Celebran, apiñándose por verle
De cerca, y sus obsequios ofrecerle.
Los primeros los nobles senadores,
Columnas de su imperio, descendiendo
De sus tronos, le cercan respetuosos
Y le colman de aplausos afectuosos.
Les corresponde atento, y extendiendo
Con majestad la mano, les impone
Silencio, y sus sucesos así expone:
»Monarcas, Tronos y Dominaciones,
»A Poderes Celestiales,
»Ya no son vanas denominaciones
»Estos títulos: hoy son verdaderos
»Dictados vuestros, y atributos reales,
»Pues mis sucesos han sobrepujado
»Nuestros mismos proyectos lisonjeros.
»Si un envidioso Dios os ha encerrado.
»Dentro de estas prisiones espantosas,
»De vuestro Rey las manos victoriosas
»Vienen a abrirlas todas, y a volveros
»La dulce libertad, la luz del día:
»Al salir de estas llamas, os espera
»Un mundo delicioso, que podría
»Causar envidia a la celeste esfera;
»Feliz, en que la cuna habéis tenido:
»Hallar y conquistar he conseguido,
»¡Pero con cuántos riesgos y fatigas!
»Esos remotos reinos. Cada instante
»La dirección perdiendo, andaba errante
»Por el vacío inmenso y las regiones
»Del proceloso caos, enemigas
»De todo ser viviente: en ocasiones,
»Sin hallar nada en que estribar pudiese
»El pie, ni aun que mis alas sostuviese,
»Y otras veces, rompiendo las airadas
»Olas de un mar inmenso amontonadas.
»El furor de este al fin, un firme puente,
»Por la Muerte y la Culpa fabricado,
»Con milagrosa industria, ha sujetado,
»Y por él pasaréis cómodamente.
»No así yo, que el primero,
»Sin tal auxilio aquel abismo fiero
»Solo vencí, ya en simas espantables
»Sumergido hasta el fondo, ya luchando,
»Diestro piloto, con los insondables
»Pielagos y huracanes que, bramando,
»Con el Cielo sus olas confundían:
»Muchas veces mis alas fatigadas
»Mantenerme en el aire no podían.
»Entre las tempestades desatadas
»Y horribles torbellinos,
»Y apurado, variando de caminos,
»Iba formando surcos trabajosos
»Para romper los velos tenebrosos
»Del Caos y la eterna Noche, unidos
»Con liga poderosa ,
»(Por que rebelde el Caos, y envidiosa
»La Noche, en ocultarme sus secretos.
»Recelando también ser comprendidos
»En mi suerte, se habían empeñado,
»Oponiéndome siempre los decretos
»Contrarios y fortísimos del Hado);
»Mas de ambos triunfe al fin, y felizmente
»Descubrí un nuevo mundo, que compuesto,
»De aire, de tierra y agua, está dispuesto
»Con tal primor, que en la naturaleza
»Quizá no hay otro más sobresaliente,
»Así en fecundidad como en belleza.
»El hombre únicamente allí reinaba:
»Pacífico y tranquilo, disfrutaba,
»Bajo el cielo más puro y más sereno,
»De un florido amenísimo terreno;
»De sus ricos tesoros las primicias,
»Feliz a arbitrio suyo saboreaba,
»Debiendo sólo a nuestra desventura
»El vivir y el gozar tales delicias:
»Su dicha puso el colmo a mi amargura:
»Le tenté con un fruto prohibido:
»Mi astucia y su flaqueza le han perdido.
»¿Mas quién lo que diré hubiera esperado?
»La ridícula ofensa de manera
»A su Hacedor ridículo ha irritado,
»Que aquellos favoritos, del hermoso
»Jardín, cuando a habitarlo han comenzado,
»Sin la menor piedad ha echado fuera,
»Y con ellos, y el mundo, en nuestras manos
»Lo abandona. Este triunfo venturoso
»No ha costado un combate, y poseemos
»Un mundo, cuyo precio aun no sabemos,
»Pero que es opulento con exceso.
»Mis afanes por fin no han sido vanos.
»¿Pero qué me diréis de la rareza
»Del juicio de ese Dios? De su ira el peso
»Sólo ha caído sobre la torpeza
»De un reptil infeliz, que de instrumento
»Ciego hice yo servir para mi intento.
»Mi suplicio, al contrario, ha diferido
»Para una época incierta, mas distante:
»Entre el hombre y mi raza ha establecido
»Eterna enemistad en adelante,
»Y contra mí, aunque ausente, dirigido,
«Llegará, ha dicho, día en que consigas,
Morderle en el talón; mas tu fiereza
Sujetará, y sus plantas enemigas
Quebrantarán entonces tu cabeza.»
»Reparad, pues, cuán poco me ha costado
»Conquistar ese mundo celebrado.
»Sus hermosos verjeles os aguardan:
»Id pues: la paz, la dicha allí se os guardan.»
A estas palabras calla, no dudoso
De que va oír mil vivas expresiones
De gozo y gratitud; aclamaciones
Que satisfagan su ánimo orgulloso.
¡Cuál es pues su dolor, cuál es su espanto
Cuando, en lugar de aplausos, de silbidos
Se estremece la sala, y revolviendo
Los ojos, ya en serpientes convertidos
Sus vasallos! Aumenta su quebranto
Y su vergüenza, comprimir sintiendo
Su misma cara y afilar su frente,
Prolongarse su cuerpo, y recogidos
En él brazos y piernas, en serpiente,
Como los circunstantes, transformarse
Furioso, ni un momento en arrojarse
Tarda del alto trono, blasfemando
En su interior, y arrastra torpemente
Por el suelo, su afrenta deplorando
En vano se resiste: en vano toma
Mil formas, sus anillos reduciendo,
O con fuerza sus roscas impeliendo:
El brazo del Señor le abate y doma.
Lo que sirvió a su triunfo de visible
Y pérfido instrumento,
Justamente ocasiona su tormento.
A hablar se esfuerza, y en lugar de lengua,
Tres dardos vibra, que con silbo horrible
La voz reemplazan. Para mayor mengua
En tanta confusión, ni aun su silbido
Es por las demás sierpes atendido,
Y se ve envuelto entro sus enroscadas
Colas, unas con otras enganchadas.
A cada instante la algazara crece,
Y el gran palacio sin cesar atruena.
El hondo Infierno de terror se llena,
Y la naturaleza se estremece:
La soberbia en el crimen los ha unido,
Y el Juez Eterno unirlos ha querido
En una misma pena.
No produjo la sangre venenosa
De la Górgona prole tan monstruosa.
Por medio de la turba al fin rompiendo
Satanás, aun soberbio, el cuello empina,
Y ya más sosegada la domina.
Presenta la figura de un horrendo
Dragón, más fiero aún, que el fabuloso
Pithón, que, según cuentan, producido
Fue del lodo de un lago cenagoso
Por los rayos del sol enardecido.
Tal Satanás feroz aun descollaba,
Y rastros de grandeza conservaba.
Como en la forma que le distinguía,
En valor a los otros excedía.
Ciegos como él de rabia, mudamente
Se la explican: él sale, y diligente
Toda la reptil turba va en seguida
De su Jefe, al paraje dirigida
En donde aquellos que ha exceptuado el Cielo
Hasta entonces del triste desconsuelo
De la transformación, la guardia hacían,
O en falanjes formados, divertían
El tiempo en ejercicios belicosos,
Aguardando impacientes que volviera
Su Rey de nueva gloria coronado,
La época anticipando con ansiosos
Votos. ¡Mas qué suceso desgraciado
Engañó esta esperanza lisonjera!
En lugar de sus huestes relucientes,
No se ve de repente en la llanura
Mas que una multitud inmensa, oscura,
De mil variadas hordas de serpientes.
Al ver sus transformados compañeros,
El contagio alcanzó a aquellos guerreros,
La sangre de sus venas congelando,
E igualmente sus cuerpos transformando
En sierpes: de las manos encogidas
Las armas se les caen, y oprimidas
Sus fauces, con silbidos lastimosos
A sus hermanos siguen arrastrando.
Como han sido unos mismos sus odiosos
Intentos, uno mismo es el castigo;
Un furor mutuo contra el enemigo,
Y el consuelo de ver al Jefe ausente,
Los dardos de sus lenguas juntamente
Hacen silbar, y atónitos, su aprecio
Explican con señales de desprecio.
Para agravar sus males, ha dispuesto
Dios elevar de pronto en aquel puesto
Un verjel abundante y deleitoso:
Ostenta en él cada árbol su precioso
Fruto, como en Edén, de oro brillante,
Y de púrpura viva coloreado,
En todo semejante
Al que en aquel recinto fue vedado.
Era tal su apariencia y su belleza,
Que aun tentaría de Eva la flaqueza.
En silencio le miran sorprendidos,
Y al ver la multitud de los frutales,
Y que en la especie, todos son iguales,
Sospechan afligidos,
Que es algún nuevo lazo; mas una hambre
Horrible, y una sed que los devora,
Los hacen arrojarse sin demora.
Hacia la fruta: un numeroso enjambre
Por cada tronco trepa, y se apresura
Para arrancar la fruta, que madura
Y jugosa convida. El que los viera
De las ramas pendientes,
Creería ver la horrenda cabellera
De Alecto. No eran más sobresalientes
A la vista, las frutas que crecían
Del lago de Sodoma en la ribera
Infame, y que de asfalto se nutrían.
Estas, los ojos solos engañaban,
Y todos los sentidos lisonjeaban
Juntos, las del Infierno; pero apenas
El fresco zumo de que estaban llenas
Bañaba el paladar, cuando una dura
Aspereza, una cáustica amargura,
En lugar de aquel néctar delicioso
Que prometía a su apetito ansioso,
A arrojar la ponzoña detestable
Los obligaba; mas la intolerable
Hambre y la sed ardiente
Hacían que los monstruos nuevamente
Volviesen a ensayarla: ¡ensayo vano!
Al quererla tragar, tan inhumano,
Tan áspero tormento
Sus fauces despedaza, que al momento
A despedirla vuelven blasfemando,
Mil Pruebas semejantes renovando.
Así ellos que sangrientos se burlaban
Del hombre, que una vez había comido
Un fruto delicioso, aunque prohibido,
En tan horrible apuro se veían,
Que aquella acre Ponzoña codiciaban,
Y aun de ella alimentarse no podían.
Después que este castigo padecieron
Algún tiempo, cesó aquella apariencia,
Y a cobrar su anterior forma volvieron.
Mas también ordenó la Providencia
Que en adelante cada año sufrieran,
Por tiempo señalado,
La misma pena, y que satisficieran
Con la vergüenza y rabia la insolencia
De haber el nuevo mundo desolado.
Entretanto, la Culpa y su homicida
Prole al hermoso Edén volando llegan,
En donde todo su furor desplegan.
La Culpa, en su recinto establecida,
Lo ocupa. Por primera diligencia,
Destierra de él la crédula inocencia;
Y a su hijo, que de cerca la ha seguido
Y el pálido caballo aun no ha traído
Para hacer su mortífera carrera,
Llena de alegre ardor, de esta manera
Le habla: «¿Qué te parece de este imperio
»Feliz y de lo poco que ha costado?
»¡Cuánto no hemos ganado
»En el cambio! Del bajo ministerio
»De alcaides de las puertas infernales,
»Nada menos logramos que el precioso
»Cetro de este universo poderoso.
»Para mí son iguales,
»La responde aquel monstruo, los horribles
»Abismos, las mansiones apacibles
»Del Edén, como todo cuanto encierra
»La extensión de los Cielos y la tierra,
»Pues jamás reconozco por morada,
»Sino aquella en que puedo mi rabiosa
»Hambre satisfacer, y es poca cosa
»De este estrecho jardín la limitada
»Capacidad, para que yo consiga
»Aplacar un instante su enemiga
»Voracidad, que nunca estar contenta
»Puede con tan ruin cebo, y me atormenta,
»¿Pues por qué, le replica la precita
»Madre, si el apetito así te excita,
»No has comenzado ya a satisfacerte
»Con tantos bienes que tu feliz suerte
»Te presenta de frutos y pescados,
»De tantas aves, fieras y ganados?
»Sí: todo cuanto siegue codiciosa
»Tu hoz, y cuanto contiene esta espaciosa
»Tierra, es tuyo: tu madre te lo cede:
»Pero primero espera
»Que mis hechizos, a que nada puede
»Resistir, los espíritus seduzcan,
»Y a mi obediencia todo lo reduzcan;
»Que a tu hambre abrirá entonces la carrera
»De la naturaleza toda entera.»
Dicho esto, vuelan ambos por diverso
Camino, a inficionar con sus mortales
Venenos la extensión del universo,
Y a llenarlo de crímenes y males.
Se han soltado los frenos
A aquellos monstruos de piedad ajenos.
La tierra, el mar, los hombres y animales,
Libres a sus furores se han dejado.
A ambos mira el Señor de su elevado
Trono, y dice a su corte circunstante:
»Observad esos monstruos que el distante
»Mundo devastan: ved con qué presteza
»Siegan a plenas manos
»Cuanto encuentran. Vigor, virtud, belleza,
»Todo espira a sus golpes inhumanos.
»No reconozco ya la desgraciada
»Tierra, por mi bondad abandonada,
»Y mi vista ofendida, y que yo hubiera
»Conservado, a no haber con su imprudencia
»Llamado el hombre a esa pareja fiera.
»Del Infierno y su Jefe la insolencia
»Ha llegado a decir que esta mudanza
»Es efecto de envidia y de venganza;
»Que por esto ese mundo les he dado,
»Y tan inocentes criaturas
»A su sangriento cetro abandonado.
»¡Cuán poco saben que de mis futuras
»Miras son sólo ciegos instrumentos!
»¡Que esos monstruos yo mismo he dirigido
»Al mundo, cierta tregua a sus tormentos,
»Dando, y que a él a otra cosa no han venido.
»¡Que a ser ejecutores
»De mis altos decretos, castigando
»Como merecen a los malhechores,
»De camino también purificando
»Las manchas que ellos y sus infernales
»Cómplices han causado en su recinto!
»Uso para mi gloria de su instinto
»Sanguinario: serán de los desleales,
»Humanos el azote, y a porfía
»De la inmundicia y la carnicería
»Se hartarán, hasta tanto,
»Que con dolor cruel y horrible espanto
»Rugiendo, tengan, ¡oh mi Hijo querido!
»Que entregar, precisados, en tus manos,
»La rica presa que de los humanos
»En muchos siglos hayan recogido
»Y que el sepulcro avaro haya escondido:
»Que vuelvas a enterrar esos inmundos
»Enemigos de nuevo en sus profundos
»Calabozos, y entonces con eterno
»Sello cierres las puertas del Infierno.
»Se verá al punto la naturaleza
»Vestirse de hermosura y de pureza,
»El Cielo renacer más luminoso,
»Y el mundo más alegre y abundoso;
»Pero mientras no llegue aquel momento,
»Los Cielos y la tierra profanados,
»Satisfarán con largo sufrimiento
»Las culpas por que han sido condenados.
Dice y el Cielo de repente encantan
Las arpas, y las liras armoniosas;
Los coros de los Ángeles levantan
Las voces; aleluyas prolongados
Por los pórticos vastos y elevados
Del palacio divino, cual ruidosas
Olas de un proceloso mar resuenan.
«¡Salve, cantan, oh ser Eterno y justo?
»¡Nada resiste a tu poder augusto!»
Otro cántico nuevo luego estrenan,
Celebrando de su Hijo soberano
La bondad suma: del linaje humano
La regeneración: el Cielo y mundo,
Purgados ya de su contagio inmundo.
Llamando entonces el Omnipotente
Por sus nombres a aquellos principales
Ministros suyos, a su celo ardiente
Encarga que trastornen con fatales,
Perpetuas variaciones,
El orden de los días y estaciones.
El Sol debe el primero su carrera
Variar, y aun los influjos de su esfera,
De tal modo que a veces sus ardores
Al mundo abrasen, y otras, concentrando
Su fuego, en él ejerza sus rigores
La aspereza mortal del frío helado.
El Norte por su parte debe enviarle
Las escarchas, las nieblas y nevadas
Que cubran sus regiones dilatadas;
El mediodía en llamas abrasarle.
Un Angel, de la noche la lumbrera
Ya a guiar, y dirige el movimiento
De los otros planetas, de manera
Que se crucen sus rayos con violento
Orden, y para el mundo hagan maligno
Su aspecto, que antes era el más benigno.
Otro, va a gobernar los superiores
Astros, y a preparar de sus funestas
Luces el triste brillo, y los horrores
Que causan sus opuestas
Influencias: este, trae las tenebrosas
Tempestades, que al sol recién nacido
Tengan con densos velos escondido,
Hasta que con sus fuegos recogiendo
Sus vapores, se truequen en copiosas
Fuentes, de lo alto rápidas lloviendo:
Otros señalan a los furibundos
Vientos sus puntos, para que soplando,
Y unos contra otros con furor luchando,
Las nubes rasguen con horribles truenos,
Y con granizo y piedra los fecundos
Campos arrasen, cuando ya estén lleno.
De ricos frutos, y cuando madura
La cosecha, parezca más segura.
Fértil como el otoño, y más hermosa
Que el verano, reinaba aun la graciosa
Primavera; mas Dios, todavía airado,
Porque ya más el sol no la animara,
Mandó que, de sus polos desquiciado,
Al Ecuador el mundo se inclinara.
Los Angeles al punto el eje asieron,
Y con penoso esfuerzo lo torcieron,
O tal vez aquel astro luminoso,
A la voz del Eterno declinando,
Y al través el Zodiaco cortando,
Cambió las estaciones totalmente,
O cuando el hombre el fruto ponzoñoso
Comió, espantada la naturaleza
De manera tembló, que el refulgente
Astro de su equilibrio la firmeza
Perdió, y se separó de su camino.
Rápido entonces, el desorden vino
A confundirlo todo, ya en la altura
Del aire, ya del orbe en la llanura.
Nacida de la Culpa sin tardanza
La Discordia, acudió a los moradores
Del globo a infundir todos sus furores.
Todos se arman, de sangre y de matanza
Sedientos: hacen guerra mortalmente
Las aves a las aves por el viento,
Los peces en el húmedo elemento
A los peces: dejando el inocente
Pasto, hasta los ganados vagabundos
Unos tras otros se embisten iracundos.
Todos los animales el respeto
Pierden al hombre, a quien reconocían
Por su rey, y agradable corte hacían.
Uno, ya desconfiado huye a su aspecto;
Otro, al pasar con ojos encendidos
De furor, le amenaza, o con rugidos.
Consternado al mirar tan espantoso
Trastorno universal, Adán quisiera
Hallar un bosque espeso en que pudiera
Disfrutar un momento de reposo;
Pero en vano. Le cerca la tormenta
Por todas partes, y la que alimenta
Su corazón, cual buitre encarnizado,
Lo sigue sin cesar, y le devora.
Con gemidos su suerte cruel deplora,
Y el dolor que le tiene acongojado.
En amargos sollozos prorrumpiendo,
Se esfuerza en aliviar, así diciendo:
«¡Después de tantas dichas tales penas!
»Huid, memorias de mis anteriores
»Placeres, ahora de mi ser ajenas,
»Ya del mal entregado a los horrores.
»¿Y es este el mundo que antes disfrutaba
»Delicioso? ¿Yo mismo, soy el que era,
»Su Rey, el que su ornato completaba?
»El Cielo mismo, que antes me quería,
»Ha trocado su amor en saña fiera:
»Derramaba en mi entonces la alegría;
»Ahora me inunda sólo de amargura:
»Huyo del mismo Dios, cuya inefable
»Voz fue en esta morada deleitable
»Tantas veces mi encanto y mi ventura.
»Le ofendí: me aborrece: lo merezco:
»¿Y al nombre de la muerte aun me estremezco?
»Ven, al contrario, ¡oh muerte suspirada!
»Da fin a mi existencia desgraciada.
»Pero esa muerte grata y merecida
»¿Acabará también con la homicida
»Serie de males de mi descendencia?
»¡Ay de mí! ¡No hay para ellos indulgencia!
»¡Todos perpetuarán los miserables
»Rastros de mis desgracias lamentables!
»¡Oh palabras, que fuisteis algún día
»De tanto gozo para el alma mía,
»Creced, multiplicad, ya, ¡oh dura suerte!
»Vuestro fruto será para la muerte.
»Mis últimos retoños, herederos
»De mis miserias, de mis desventuras,
»Tristes blasfemarán de los primeros
»Autores de su vida, en las futuras
»Edades, y en lugar de bendiciones,
»Nos colmarán de acordes maldiciones.
»¡Oh dichas pasajeras, de tormentos
»Sin fin seguidas, cuánto más valiera
»Que Dios tales delicias no nos diera!
»¿Acaso las habíamos pedido?
»Señor, si tus intentos
»Eran de ver al hombre sumergido
»En la miseria, ¿a qué con tal franqueza
»Expender en nosotros la riqueza
»De tus dones? ¿Acaso porque fuese,
»Precipitados de tan grande altura,
»Nuestra caída más funesta y dura?
»¿Quisiste que tu imagen se imprimiese
»En el hombre, en el que es en la extendida
»Naturaleza tu obra preferida,
»Y te esmeraste en perfeccionarla
»Por el placer tan sólo de borrarla?
»¿En el cieno por qué no me dejaste?
»Renunciar puedo a lo que, me donaste
»Recobra, pues, tus bienes que detesto.
»¿Por qué con ese sueño tan funesto
»De la felicidad me has afligido?
»Si querías que yo la conservara,
»En lugar de dejarme a mi flaqueza,
»¿Qué te costaba haberme sostenido,
»Con tus auxilios? ¿Para tu grandeza
»No era bastante que se me quitara,
»Sin añadir un largo y cruel suplicio?
»Mas, ¿qué digo Infeliz? ¿qué atrevimiento
»Es el mío? ¡Citarte, a ti a mi juicio!
»¡Acusarte! Perdona esta momento
»De delirio. Si el ser a mi me diste,
»Fue con el pacto de que observaría
»La leve condición que me impusiste.
»Admití el beneficio: falté al trato;
»He merecido la desgracia mía.
»¿Podría existir un hijo tan ingrato
»Que se atreva a decir a su ofendido
»Padre; ¿Por qué a la vida me sacaste?
»Acaso alguna vez te lo he pedido?
»Y eso que al azar debe su existencia,
»No a elección de su padre: y yo al contrario,
»Yo a quien ¡oh Dios! con tal bondad criaste,
»La debo a tu elección y providencia.
»Sí: confieso que he sido un temerario,
»Un ingrato, un impío.
»De Dios fue el beneficio, el crimen mío.
»Y pues tan mal sus dones he pagado,
»Debo ser duramente castigado.
»¡Oh tierra, abre tu seno tenebroso
»Y sepúltame en él! ¡De su odio horrendo
»Líbrame! ¡Que a tu fondo descendiendo,
»Encuentre, en tus entrañas guarecido,
»De un sueño eterno el plácido reposo!
»¡Que no tema ya su ira en adelante,
»Ni el terrible estampido
»Vuelva a aterrarme de su voz tonante!
»¡Borra de mi memoria la doliente
»Serie de lo pasado, y mí presente
»Aflicción a la vista de las fieras
»Desgracias que extendido mi fecundo
»Contagio, causará por todo el mundo,
»Y en sus generaciones postrimeras
»Castigará a este padre malhadado!
»¡Ah, cuándo llegará mi deseado
»Último instante! ¡Oh vida interminable,
»Más que la misma muerte intolerable!
»¿Por que no acabas? ven, ¡muerte benigna!
»Tú sola de mis votos eres digna.
»Mas con todo, una duda, un cruel recelo
»Me acibara algún tanto tu consuelo.
»¿He de fenecer todo? ¿Estoy seguro
»De que este fuego intelectual y puro,
»Que el frágil barro de mi cuerpo anima,
»También se apagará en la negra sima
»Del sepulcro, hasta la última vislumbre,
»O no lo estoy? ¡Funesta incertidumbre!
»¡Qué turbación me causa! ¿con que puede
»Verificarse que mi cuerpo muera,
»Y que con todo viva mi alma quede?
»¿Qué será entonces de mi lisonjera
»Esperanza de un dulce acabamiento?
»Mas consultemos al remordimiento
»De mi conciencia: el alma únicamente.
»Y no el cuerpo ser puede delincuente;
»¿Pues por qué ella ha de ser privilegiada
»Para sobrevivir, siendo culpada,
»Al cuerpo, de sus faltas inocente?
»¿Y podrá ser tampoco un limitado
»Objeto corno el hombre, condenado
»A un suplicio sin fin? Si sucediera
»Esto, la misma muerte inmortal fuera
»Para vengar a Dios, y no es creíble
»Que tal contradicción sea posible.
»En vano el Ser eterno lo querría:
»De sus manos mi ser escaparía.
»Por su fragilidad: igual bajeza
»De su sabiduría y su grandeza
»Indigna fuera: se tendría a menos
»De perseguir, hasta en los negros senos
»De la honda huesa, mi ceniza helada:
»¿Querría acaso, de venganza hambriento,
»Vara saciar su cólera irritada,
»Eternizar en su resentimiento
»Sus víctimas? La bárbara fiereza
»De este encono, contra un ser pasajero,
»De Dios haría un monstruo carnicero:
»Fuera contrario a la naturaleza.
»Mas si, con todo, en mi concepto errase,
»Y ministro de su ira me aguardase
»La eternidad... ¡Eternidad terrible!
»¡Mis cabellos se erizan al nombrarte!
»¡Alrededor de mí, cual espantoso
»Trueno retumbas! ¿Y será factible,
»Que Dios me haya criado, para darte
»Perpetuo pasto, y que del tenebroso
»Sepulcro salgan cuerpo y alma unidos,
»De nuevo, a igual suplicio sometidos?
»¡Suerte fatal! ¿Aun a mi descendencia
»He de dejar la muerte por herencia?
»¡Ojalá que su copa en mi agotara
»Toda, y yo solo a un tiempo su postrera
»Víctima fuese, como la primera!
»Mi posteridad toda agradecida,
»Me bendijera entonces, y ensalzara.
»¿Pero, por que razón, siendo inocente,
»Ha de ser en mis penas comprendida?
»¡Ah! no: toda mi raza es delincuente.
»De mi crimen la horrible levadura
»Corrompió toda aquella masa pura.
»Su alma, su voluntad, su entendimiento,
»Son cada uno una fuente ya dañada,
»Desde su nacimiento.
»¿Conque, ¡oh Cielo! son justos tus rigores?
»Aun mi ciega razón, por extraviada
»Que esté, se ve obligada
»A confesarlo. Lo que mis mayores
»Angustias causa, es ver de mi futura
»Generación la larga desventura
»Ya que yo solo he sido el que he agraviado
»A Dios, si su venganza descargara
»Sobre mi solo, al fin me consolara.
»¿Qué dices, miserable? ¿Si ese osado
»Voto ¡tiembla de hacerlo! consiguieras,
»La ira toda de un Dios cómo pudieras
»Sostener solo? Esa ira, con exceso
»Más temible que el rayo, el torbellino;
»Esa ira insoportable, cuyo peso
»Al universo entero oprimiría,
»Aunque, compadeciendo tu destino,
»En llevar esa carga, compañía
»Te hiciese la mujer, ¡desventurados!
»Quedarais bajo de ella aniquilados.
»Así, pues, ¡oh dolor! ¡oh lamentable
»Suerte! mis votos, ruegos y esperanzas,
»Mis miedos de lo actual, mis desconfianzas
»De lo futuro, todo en formidable
»Liga, contra mi se arma juntamente.
»¡Oh colmo de desgracias sin ejemplo!
»¡Con qué dolor amargo te contemplo!
»¡Oh Adán! Satanás sólo, ese enemigo
»¡Tormento cruel! de todo ser viviente,
»En la maldad te iguala y el castigo.
»¡Conciencia inexorable! ¡juez terrible!
»Contra Dios, contra mí, me es imposible
»Defenderme. Contigo en un profundo
»Abismo tenebroso deseara
»Hundirme, y que sobre ambos, todo el mundo
»En ruinas de una vez se desplomara.
Así, en la calma de la noche oscura,
Adán, gimiendo, exhala su amargura:
Noche funesta, ¡ay Dios! bien diferente
De aquellas que pasaba,
Cuando el favor de su Señor gozaba,
Cuando un céfiro fresco dulcemente,
De la plateada luna en compañía,
Alentando inspiraba la alegría.
Su negra lobreguez ahora acrecienta
La cruel aflicción que le atormenta.
Por sus remordimientos devorado,
En tierra, casi exánime, postrado,
Implora dolorido
El golpe tanto tiempo suspendido
Que ha de acabar sus males destruyendo
Su ser, su nacimiento maldiciendo.
«Tu ira, exclama, ¡oh Dios Todopoderoso!
»O antes bien tu bondad, me ha prometido,
»El golpe de la muerte temeroso;
»¿Habré esperado en vano aun este triste
»Don, que por pura compasión me hiciste?
»Mil veces a la muerte que viniera
»He suplicado, pero inútilmente:
»Sorda a mi voz, de mí huye diligente,
»Y con risa mis penas considera.
»¡Oh valles, bosques, fértiles, colinas,
»Arroyuelos y fuentes cristalinas!
»¿Que se hicieron aquellos deliciosos
»Acentos, que los ecos repitieron
»De las peñas y bóvedas sombrías?
»¡Se volvieron en ayes dolorosos!
»¡Ya no escucharéis más mi alegre canto!
»¡Ay de mi! ¡Para siempre fenecieron
»Aquellos breves y felices días,
»Y en aflicción se han vuelto y en espanto!»
Mientras que cedo Adán a la grandeza
De sus tormentos, Eva, que ocultaba
En lo interior del pecho su tristeza,
Y de lejos inquieta le observaba,
Al verlo en situación tan deplorable,
A ir a darlo consuelo se aventura:
Viéndola Adán, la grita con voz dura:
«¡Huye de aquí, serpiente detestable!
»Sí: ese nombre es el tuyo, lo mereces:
»Mis malos la serpiente ha producido,
»Mas en ellos su cómplice tú Las sido.
»Y a ella en crueldad y astucia te pareces.
»¡Por qué no conocí yo cuán nocivos
»Eran tus engañosos atractivos!
»¡Ah! ¿por qué no tenías su figura,
»Como, has tenido su mortal veneno?
»A no ser ¡ay de mí! por tu hermosura,
»Tu hermosura divina,
»Antes mi dicha, y ahora mi ruina,
»De este mal estuviera bien ajeno:
»No cayera en tu lazo artificioso.
»¡Ojalá que lo hubiera antes, juicioso,
»Discernido, como ahora lo discierno!
»Sí está el Cielo en tus ojos, y el Infierno
»En tu pecho. ¡Beldad, beldad funesta,
»Que mi vista sedujo, y que detesta
»Mi corazón! Feliz hasta aquel día,
»Lo, fuera aún, si tu fatal porfía,
»Hija de tu ansia indócil o imprudente,
»De gozar de una libertad soñada
»Lejos de mí, vagando ociosamente,
»Y tu vanidad necia y obstinada,
»No hubiesen hecho que te desdeñases
»De seguir mis consejos acertados,
»Y rebelde cerrases
»Los oídos, a todos mis fundados
»Presentimientos, a los cariñosos
»Temores que mi pecho acongojaban.
»¿No te dije harto de los peligrosos
»Lazos del enemigo, y tu flaqueza,
»De los peligros que te amenazaban?
»¿No hice, yo cuanto pudo, por quitarte
»Tu capricho fatal de la cabeza?
»¡Inútil fue: triunfó tu rebeldía
»De mi ternura y mi sabiduría!
»¿Y quién sabe si tuvo también parte
»En el empeño insano,
»Algún deseo oculto como vano,
»De hacer ostentación de tu hermosura.
»A los ojos del fiero
»Satanás, o tal vez el lisonjero
»Ridículo proyecto de enredarle
»En tus lazos tú misma, y su impostura
»Burlando, a tu dominio sujetarlo?
»Fuese cual fuese el fin de aquella tema,
»De la serpiente el diestro estratagema
»Te hizo caer en su red, y yo, ¡marido
»Débil, te dejé sola y sin defensa,
»Por mi necia confianza seducido,
»Expuesta a toda la malicia intensa,
»Al poder de aquel monstruo formidable!
»Te creí más virtuosa y más prudente:
»Juzgué que triunfarías fácilmente
»De un riesgo tantas veces prevenido.
»¡Crédulo, no advertí cuán deleznable
»Tu virtud era! ¡tarde lo he sabido!
»¿Por qué tu sexo frágil, ignorado
»En los Cielos, aquí reina adorado?
»No pudo Dios, cual los espirituales
»Seres, haber con sus fecundas manos
»Propagado sin él a los humanos,
»Y así evitar tan espantosos males?
»¿Qué falta hacía en la naturaleza
»Ese sexo falaz, que si la adorna
»Con su rara hermosura, la trastorna
»Y la deshonra con su ligereza?
»¡Oh sexo peligroso que agradando
»Nos pierdes! ¡Qué desgracias espantosas
»Están por ti a la tierra amenazando!
»¡Qué cúmulo de males! ¡Las esposas
»Por un interés sórdido compradas:
»Los desiguales lazos: las odiosas
»Preferencias: las prendas malogradas.
»A ciegas, la fortuna reuniendo
»Los corazones: la discordia, abriendo
»La puerta a la traición: los orgullosos
»Desdenes: los caprichos enfadosos:
»La necia vanidad, y la locura:
»La hipocresía, hermana de la dura
»Acrimonia: la paz ya desterrada:
»La doméstica guerra declarada:
»Multitud de desgracias lastimera,
»Que tú has traído al mundo la primera!»
Dice, y se aparta airado. Eva, postrada
A sus pies, le detiene sollozando,
Abraza sus rodillas; y exhalando
En amargura le dice: «¡Adán amado!
»No me abandones, no, en este extremado
»Dolor. Al Cielo invoco por testigo
»Del amor que te tengo, y del respeto
»Que está grabado en mí para contigo.
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603
»Mi crimen, más que un crimen, fue el efecto
»De un perdonable error, de una imprudencia,
»Que expía el torcedor de mi conciencia,
»Que me ha costado ya tanto gemido.
»Veme humilde, a tus plantas abrazada,
»Bañarlas con mis lágrimas ardientes.
»Hartos malos sobre ambos han caído;
»Su intolerable peso no acrecientes.
»No me niegues siquiera una mirada.
»De consuelo. No cierres el camino
»Al último recurso, que aunque avaro,
»Para aliviarnos nos dejó el destino.
»Mi eres mi única guía y solo amparo:
»De este mundo en el mísero desierto,
»Todo me tiene ya de miedo helada.
»Tú eres mi asilo, mi seguro puerto;
»¿Que haré, si de ti soy abandonada?
»No rechaces cruel a quien te adora,
»A quien, gimiendo, tu piedad implora!
»¿Y adónde huiría yo, si me impidiese
»Tu implacable rencor que te siguiese
»Quizás pocos momentos gozaremos
»A un de esta infeliz vida que nos queda.
»Al interés común tu enojo ceda:
»Nuestra dulce concordia renovemos,
»Y mutuamente nos consolaremos:
»Uno es el riesgo, y uno el enemigo:
»Para vencerlos, deja que contigo
»Me ligue: entre los dos, más fácilmente
»Lo lograremos, que si combatimos.
»Contra sus fuerzas separadamente.
»Caí lejos de ti; pero a tu lado
»Triunfaré. Con un peso duplicado,
»A mi, a pesar de que los dos sufrimos,
»Me tienen las desgracias oprimida:
»A un mismo tiempo, soy más delincuente,
»Y más digna de ser compadecida.
»Tú ofendiste a Dios únicamente:
»Yo ¡infeliz! he ofendido,
»Como a Dios, al esposo más querido.
»Iré, pues, del Eterno la clemencia,
»A implorar humillada,
»Al propio puesto en donde la sentencia,
»Fulminó: le diré que la culpada
»En provocar su cólera yo he sido,
»Y que sobre mi sola su encendido
»Enojo satisfaga. ¡Cuán dichoso
»Fin será el mío si, mi voto oyendo,
»A ti te perdonare, y yo muriendo,
»Salvándole mi amor pruebo a mi esposo!
Esto dice, y en lágrimas se ahoga.
Su humildad, sus desgracias, sus lamentos,
Su dolor vivo, sus remordimientos,
La franca confesión de su flaqueza,
Todo en el corazón de Adán aboga
En favor de su esposa arrepentida.
Viendo a sus plantas su mitad rendida,
Marchita la belleza
De aquella a la que había amado tanto,
Derramar afligida un mar de llanto
Y su amparo implorar, determinada
A morir, si ha de ser de él separada,
Su justo enojo poco a poco, espira:
En silencio la mira,
Y al fin la dice así, menos severo:
»¿Qué nuevo error, peor aún que el primero.
»¡Oh mujer imprudente!
»Viene ahora a deslumbrar tu débil mente?
»Sola a arrostrar te ofreces la tormenta,
»La ira horrenda del Todopoderoso,
»Tú, que aun no puedes con la de tu esposo?
»Con razón debes darte por contenta,
»Si sabes sostener tus solos males.
»Aun no has formado tú ideas cabales
»De nuestra desventura. Es un ensayo
»No más el que nos causa tal desmayo.
»Si yo esperanza la menor tuviera
»De doblar la severa
»Justicia del Señor, al punto iría
»A pedir que el castigo en mí agotase,
»Y a que a mi costa a ti te perdonase.
»Ante su tribunal precedería
»Tus pasos a exponerle la flaqueza
»De un sexo débil por naturaleza.
»De tu sexo, que puesto a mi cuidado,
»Jamás solo debiera haber dejado,
»Pero estas disensiones desterremos,
»Que hartas penas sin ellas padecemos.
»Levántate, Eva, y que desde este instante
»La dulce unión, la paz y el más constante
»Amor, sean de entrambos el consuelo:
»Uno al otro ayudémonos con celo
»A llevar nuestras penas. Persuadido,
»Por lo que en la sentencia hemos oído,
»Estoy de que la muerte que anhelamos.
»De nosotros aún no está cercana.
»Se viene a paso lento la inhumana,
»Para que nuestros males más sintamos.
»¡A qué subido precio de dolores
»Nos vende aun del sepulcro los horrores!
»¿Y está a las mismas penas condenada,
»Oh Dios, toda la prole que tengamos?
»¡Oh infeliz padre! ¡Oh prole desgraciada!»
A estos lamentos, Eva con modesta
Ternura de este modo lo contesta:
»La memoria fatal de mi extravío,
»Y de mí poco juicio la experiencia,
»Debieran imponerme, esposo mío,
»Un silencio perpetuo y riguroso.
»Mas, puesto que a tus brazos, generoso,
»Movido de tu amor y tu indulgencia,
»Te has dignado volverme,
»¿Cómo he de poder yo desentenderme
»De exponer cuantos medios mi desvelo
»Discurrir pueda para tu consuelo?
»Permíteme, pues, que uno te presente,
»Para calmarte en parte, suficiente.
»Según te oigo, tu pena la más viva
»Es una inmensa y triste perspectiva
»De los males que nuestra inobediencia
»A nuestros nietos deja por herencia,
»Y cuya serie, larga cual la vida,
»La muerte sola acabará homicida.
»¡Qué pena no ha de darnos, en efecto,
»Ver que nuestro linaje está sujeto
»A una sentencia que hemos merecido
»Nosotros solos, y que en su carrera,
»De las mismas desgracias oprimido
»Ha de ser, hasta su hora postrimera!
»Pues de ti pende, Adán, el que libremos
»A nuestros nietos de esta infeliz suerte.
»Todavía no existen, y sabemos
»Que sólo goza el privilegio, ¡ay triste!
»De no padecer nada, el que no existe.
»No te costará más, que resolverte
»A no dar nunca el ser a esa perdida
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607
»Raza, proscrita aun antes que nacida.
»Que la muerte voraz, chasqueada llora
»Tantas víctimas, ya que nos devore.
»Y si es que te parece cosa dura
»No gozar los derechos de un esposo,
»Ni del nombre de padre la ternura,
»En nuestra mano está el hallar reposo,
»Y acabar de sufrir, con pecho fuerte
»Llamemos juntos a esa misma muerte,
»Remedio de los males infalible:
»Y si sorda a las voces, o insensible,
»No acude, sin cansarnos más en vano,
»Que por su dardo supla nuestra mano.
»De todos modos, más vale buscarla,
»Que con tan largas penas aguardarla:
»Corramos, pues, a aquel tranquilo puerto
»De todas las tormentas de la vida.
»Para escapar de este hórrido desierto,
»La más pronta y más cómoda salida.
»Sin titubear tomemos,
»Y dulce fin a nuestros males demos,
»Que contigo, será para tu esposa
»Hasta la misma muerte deliciosa.
Dice y la muerte que ha invocado ardiente.
Su palidez ha impreso ya en su frente.
Adán, más resignado y más juicioso,
De este modo la anima cariñoso:
«¡Cara Eva! ese desprecio de la vida
»Y sus placeres, muestra que ya sabes
»Reprimir tus deseos, y las suaves
»Delicias del amor con generoso
»Corazón desdeñar; mas seducida
»Estás por tu pasión, si acaso esperas
»Eludir con la muerte los severos
»Justos decretos del Omnipotente.
»Anticipadamente
»Se burla, créeme, de esas quimeras,
»De tus vanos proyectos lisonjeros.
»La vida y muerte están a su obediencia:
»Teme irritarle más con tu impaciencia;
»Tiembla que agrave nuestra desventura,
»Que eternice la muerte, de manera
»Que nuestro ser, bajo su mano dura
»Esté siempre muriendo, y nunca muera.
»Pensemos, oh Eva, pues, con más cordura.
»Acuérdate de aquella misteriosa
»Expresión que Dios dijo
»A la Serpiente cuando la maldijo:
»Que la mujer, bajo sus pies, un día
»Su cabeza orgullosa
»Con triunfante valor quebrantaría;
»¡Tarda venganza, pero inapreciable,
»Contra el autor de nuestra lamentable
»Ruina! ¿Y quién sabe si era la Serpiente
»Satanás mismo, que de su figura
»Se habría revestido astutamente,
»Para hacer nuestra pérdida segura?
»Si esto es así, cual yo me lo sospecho,
»Se daría tal vez por satisfecho
»Con su castigo el Cielo, y apiadado,
»Perdonaría al hombre su pecado.
»Y si nuestra impaciencia adelantara
»De nuestra vida el fin, o del fecundo
»Lecho los castos frutos estorbara,
»En que sus esperanzas tiene el mundo,
»Nuestra dicha tal vez no se cumpliera,
»Y la venganza justa se perdiera
»Del lloro Satanás: el triunfaría:
»Dios con mayor rigor nos trataría
»Cual súbditos soberbios y obstinados,
»Rebeldes a sus leyes nuevamente,
»Y seriamos más desventurados.
»Tú te acordarás, Eva, cuán elemento
»Su paternal piedad templó el severo
»Rigor de su justicia, en la sentencia
»Que dio contra nosotros: ni un ligero
»Ceño, ni una expresión amarga, o dura:
»Su ira el tono tomó de la indulgencia:
»Temíamos morir en el instante,
»Y dilató la muerte a una futura
ȃpoca incierta, al parecer distante
»A ti te dio a entender que vivirías,
»Diciendo que tus hijos parirías,
»Con dolor. Tal fue todo tu castigo,
»Y la esperanza de esa prole amada,
»En aquel hecho mismo prometida,
»Te dejó de algún modo consolada.
»No menos compasión tuvo conmigo:
»Mi pena fue, volver la endurecida,
»Tierra fecunda a fuerza de labores.
»Y recoger el pan con mis sudores:
»Sentencia nada cruel, aunque severa,
»Pues más castigo la ociosidad fuera.
»Mis manos bastarán a alimentarnos
»Y Dios mismo, alabémosle, piadoso
»Nos ha vestido ya, para guardarnos
»Del calor, o del frío riguroso,
»Que desnudos podría incomodarnos.
»Con la oración, en fin, conseguiremos
»Enternecerle más. Si los horrores
»De la piedra y del hielo, o los ardores
»Del destemplado sol temer debemos,
»Dios nos enviará las industriosas
»Artes: con ellas nos defenderemos.
»Mas, de las altas cimas de los montes
»Descienden presurosas.
»Como ves, a cubrirlos horizontes
»Oscuras nieblas, y silbando el viento,
»Quiere arrancar los montes de su asiento:
»Busquemos un abrigo, y con destreza,
»Del sol amortiguado, reunidos
»En un foco los rayos esparcidos,
»Las secas hojas, de que la maleza
»Nos provee, encendamos, o ludiendo
»Unos cuerpos con otros, el ocioso
»Fuego en ellos oculto, conmoviendo,
»Inflamaremos aun más fácilmente
»La materia dispuesta, y con gozoso
»Placer, un calor dulce lograremos,
»Con que una noche cómoda pasemos,
»Sin que nos dañe el destemplado ambiente
»Así has visto, del aire en las llanuras,
»Chocar unas con otras las oscuras
»Nubes, hacer saltar el encendido
»Rayo, y con él ardiendo el pino
»Enviarnos un calor más agradable
»Que el del sol, y no menos saludable.
»Créeme, Eva querida, ha de mirarnos
»Dios con piedad: benigno ha de inspirarnos
»Artes, con que podamos los prolijos
»Trabajos abreviar, el duro suelo
»Fertilizar, y hallar consuelo
»En nuestros males, hasta que a sus hijos
»La tierra en sus entrañas cariñosa
»Guarde, tal vez para otra edad dichosa.
»Vamos al puesto en que con tal clemencia
»El Señor moderó nuestra sentencia:
»Allí, postrados ante su divino
»Acatamiento, humildes suplicando,
»Nuestra culpa sinceros detestando,
»A su bondad abramos el camino
»Con nuestro amargo llanto: deploremos,
»Oh Eva, con corazón arrepentido,
»La ingratitud en que hemos incurrido:
»A su trono eminente
»Nuestros tristes gemidos elevemos.
»Si hasta ahora ha sido sólo un indulgente
»Padre, y no un juez severo, cuando osados
»Excusábamos aún nuestros malvados
»Placeres, confiados esperemos
»Que, con nuestro dolor enternecido,
»Nos volverá su amor que hemos perdido.»
A estas palabras, en deshecho llanto
Ambos prorrumpen; lágrimas de un santo
Movimiento nacidas,
Que el mismo Dios a sus reconocidas
Almas infunde misericordioso.
Al puesto, pues, en que su riguroso
Fallo se dio caminan, y postrados,
Confiesan al Eterno sus pecados.
Amargamente su ingratitud, lloran.
Y humildes la bondad divina imploran.
Sus ardientes suspiros, sus gemidos,
Al trono eterno suben dirigidos;
De Dios desarman la ira,
Y con nueva piedad a entrambos mira.
domingo, 22 de abril de 2007
EL PARAISO PERDIDO // JOHN MILTON // LIBRO 9-10
Publicado por Unknown el 4/22/2007 04:30:00 a. m.
Etiquetas: 9-10, el mundo perdido, john milton, libros
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