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viernes, 16 de noviembre de 2007

2ªparte NOVELA DE OCULTISMO INICIATICO ROSACRUCIS

2ª PARTE
NOVELA DE OCULTISMO INICIATICO

__ROSACRUCIS__




XI
Sin que lo supiera nadie, la señora Reiman había tenido una entrevista con la viuda
de Kersen, en que la primera había ofendido en lo más íntimo y sagrado a la madre
de Elsa, acusándola a ésta, de que solo la guiaba el interés de atrapar a un marido
rico para su hija ciega.
En esta ocasión, el alma pervertida y negra de la una, habría herido hondamente la
blancura inocente de la otra. Pero podemos sospechar lo que pasó entre las dos, por
las frases lanzadas por la señora Kersen a Bernardo, pidiendo a éste no volviera a la
casa.
La señora Reiman, que había llegado a su casa después de dar una vuelta, pues quiso
que primero se le pasara el enojo ocasionado por la señora Kersen, ordeno esta vez
ella misma el aposento de su esposo, con especial cuidado, poniéndole los mejores
bocados, como también una fuente con fresas silvestres azucaradas, su fruta
predilecta y, además, un ramillete de rosas frescas.
Ella se sonrió al presentir el triunfo que iba a obtener, gracias a su astucia. Le
constaba que su esposo volvería a caer en el garlito cuando viera la solicitud y el
tierno cuidado de que ella lo rodeaba. El amor del hombre, pensó, entra por el
estómago. Esto es universalmente sabido. Así pues, ¿por qué iba a ser justamente su
marido una excepción, él que siempre tenía un buen apetito y chasqueaba la lengua
cuando sentía olor a buen asado?, calculó ella.
Esta receta es a veces de un efecto sorprendente en naturalezas varoniles.
Él tenía que llegar de un momento a otro. La hora a que generalmente llegaba a casa,
ella no la sabía. En los últimos tiempos no se había preocupado de ello, pues ya hacía
mucho que el uno pasaba al lado del otro como extraño. Seguramente debía haber
algo extraño entre ellos, que los alejaba.
Sus ojos se vitrificaron mirando fijamente en el vacío, cuando se puso a pensar en
ello.
De pronto presentóse a su imaginación la señora Kersen. Esta había pregonado a voz
en grito, por decirlo así, que era la elegida de su corazón, y ahora quería cautivar
además a su hijo.
¡Qué mujer!
Sus pensamientos no pudieron seguir adelante. la puerta se abrió precipitadamente y
frente a ella hallábase su esposo, quien con mirada de asombro la contemplaba de
arriba abajo...
—Parece que mi presencia poco te alegra —empezó la señora Reiman con una
irónica sonrisa.
—Efectivamente, estoy admirado...
De repente se interrumpió.
—¿O es que ocurre algo especial? —preguntó con brevedad.
—Es que, de otra manera, no tienes costumbre de venir a mi cuarto y menos a estas
horas.
Hizo como si no viera el cuidado con que estaba preparada la mesa, y no quiso
dignarse mirar las rosas.
—Habla, pues. ¿Qué sucede? —insistió él—. Aun tengo que escribir algunas cartas.
Por consiguiente, explícate pronto.
Costábale a ella gran trabajo dominarse.
—¿Es que tienes mucha prisa hoy en liberarte de mi presencia? —le preguntó
maliciosamente—. Me acuerdo de un tiempo en que me buscabas.
El se rió forzadamente.
—¡Ya! ¡Ríete! Cuando vamos entrando en años, las mujeres solo hacemos un papel
secundario ante vosotros.
Extrañado de su reproche, alzó la vista hacia ella.
—¿Cómo te sobrevienen tales pensamientos? En todo caso, yo no te he dado motivo
alguno para estas quejas. Tienes todo lo que deseas, riquezas y un muchacho sano y
formal.
La señora Reiman notó que su método era falso y que tenía que acudir a una nueva
táctica para influir en su marido.
—Tienes razón —contestó después de reflexionar un rato—, estoy desagradecida...
Cuando todo lo que tengo, lo tengo por ti...
Hipócritamente, lanzó un gemido sordo, al pronunciar estas palabras.
—Pero yo estoy enferma, enferma de verdad. Por ello tienes que disculparme.
Él la escuchó admirado.
—¿Tú estás enferma...?
—¡Sí, naturalmente que lo estoy!
—¿Vuelves a tener quizás tus nervios irritados?
—Puede ser... Por lo visto, ya no puedo soportar bien el aire de la gran ciudad, el
barullo, el ruido, día por día; hasta de noche me despierto sobresaltada.
—Entonces vete a algún lugar tranquilo, en donde tus nervios vuelvan a recuperar su
equilibrio. Nuestro médico ya te indicará alguno apropiado.
Ella quedóse mirando vagamente.
—¡No, no quiero salir! Tengo que quedarme cerca de Berlín.
—¡Ah! Bueno. Entonces...
—Pero bien tenemos nuestra pequeña casita en Schmargendorf. Bien podemos vivir
allí —lo interrumpió ella—. Está tranquila y silenciosamente entre praderas y
bosques y tiene también un hermoso jardín.
—¡Qué...? Esto no puede ser —exclamó él, levantándose de la mesa—. No vas de
ninguna manera. La pequeña casa pertenece a la señora Kersen.
—¿A la señora Kersen? —repitió ella, haciéndose la altamente admirada. y luego
añadió:
—Pero solo mientras no la ocupemos nosotros, como los verdaderos y legítimos
propietarios, que bien lo somos.
—¿Propietarios? Ya no lo somos. La casa pertenece a la señora Kersen. Su marido
me la compró antes de morir.
—¡Ah!, ¿sí? Pues tú no me habías dicho nada de ello.
—¡Cómo! ¿Sostienes que no he dicho nada? Tú estás informada hasta del más ínfimo
detalle.
—¿Es que la hipoteca de que una vez hablaste, ya está paga? Bien tenías una suma
mayor sobre la casa.
—Efectivamente, y ella me paga los intereses.
—Entonces denunciarás tu hipoteca —exclamó ella con dureza—. De esta manera
volveremos en posesión de nuestra casa; lo que estamos obligados a hacer por
nuestro hijo, nuestro heredero.
Él contempló a su mujer con agudeza.
—¿Me estás hablando en serio? ¿Quieres que denuncie la hipoteca a la señora
Kersen?
—Pues sí. Me parece lo natural. ¿Y por qué no?
—Pues yo no pienso, en absoluto, en tal cosa. Yo creo que no tienes tus sentidos
cabales.
—¿Y tampoco si lo pido por consideración a mi salud?
—Tampoco entonces. La mujer estaría arruinada. Considera tan sólo, que entró en la
casa como mujer joven y allí dio a luz a su desgraciada hija. Allí aprendió su hija ciega
a correr y jugar, de manera que conoce camino y sendero. Sabe encontrar todos los
rincones de la casa. A esta pobre mujer, ya de por sí tan digna de lástima, le quitaría
con ello...
(La señora Reiman rióse con dureza.)
...su único sostén. Le costaría la vida, pues desde la muerte de su marido se ha
cultivado ella misma en el pequeño jardín, todas las legumbres, frutas y cuanto
necesita. No, no; es un absurdo, no puedo hacerlo. Sería además una vil ingratitud
hacia su difunto esposo, que fue para mi fábrica un funcionario hábil y sumamente
concienzudo, pudiéndole nombrar, ya después de pocos años, apoderado mío.
Además, fue mi amigo en el sentido más noble de la palabra. En su lecho mortuorio,
le juré ser siempre un amigo leal de su familia y esto lo cumpliré absolutamente, tenlo
presente. Además, la hipoteca ha sido registrada como no denunciable mientras vivan
las dos.
—¡Pero tiene que salir de allí! —objetó con altos gritos la señora Reiman a su
marido—. ¡Tiene que salir a la fuerza! ¿Que se deje comprar una casa por su cuñado
rico (ese aventurero venido de México: ese ricacho de que tanto pregonan por aquí, y
del que tanto ruido mete)! —gimió ella—. Sí, dicen que tiene dinero a montones; que
sabe hacer oro, el charlatán ése. Pero, naturalmente, él... se esquiva, y deja que
personas extrañas se cuiden de su hermana.
—No debes hablar de personas que aun no conoces —replicó Reiman, mientras su
mujer, al darse cuenta de que el proyecto de su aparente enfermedad, tan bien
preparado, quedaba frustrado, mostró ahora sin disimulo alguno todo su odio, e
insistió.
—Me lo he jurado a mí misma: esa mujer tiene que salir de allí.
Reiman abrió desmesuradamente los ojos. Hasta llegó a dudar del juicio cabal de su
esposa.
—¡Pues sí! —¡Tiene que salir! —volvió a gritarle de nuevo—. ¿O te crees tú que
estoy dispuesta a seguir admitiendo vuestras secretas citas?
Esto ya fue demasiado, y Reiman pudo darse cuenta de lo que su mujer se proponía.
—¡Estás loca! ¡No las tienes todas contigo! —dijo, encolerizado.
Pero la señora Reiman no se dejó intimidar por la furia de su marido.
—¡Oh! —exclamó—, yo lo sé todo. A mí ya no me puedes hacer creer este cuento de
vuestra pura amistad o tonterías parecidas. ¿Lo que es? ¡Tu querida! Tu concubina,
que hasta quiere cautivar a mi hijo para su muchacha.
ante tales palabras, Reiman ya no pudo contenerse más
—¡Te prohíbo —exclamó lleno de ira— hablar en tales términos de esa mujer, que en
todas partes es mirada con el mayor respeto! ¡Vergüenza debiera darte una sospecha
tan vil, contra esa mujer que fue lo bastante magnánima para concederte su
protección.
—¡Ya, ya! —replicó ella, exacerbada—. ¡Para aprisionarte, luego, tanto más!
—La peor de las bajezas es la ingratitud..., y yo sentiría muchísimo tenerte que
contar entre tales naturalezas —profirió él en su manera tranquila y prudente—. Pero
—prosiguió elevando la voz—, guárdate de tender el arco demasiado, pues podría
romperse y yo lo sentiría mucho por ti.
—¡Ah! ¡Me amenazas! ¡Me quieres echar! ... ¿A tal punto han llegado ya las cosas,
que tú me amenazas con echarme? —gritó ella temblando con todo su cuerpo—. ¡Y
por una mujer así...
De repente, rompió a llorar desconsolada...
Él dejó tranquilamente que se expansionara. El viejo Reiman se dio cuenta de que el
estado de irritación de su mujer era enfermizo. por consiguiente le dijo, compasivo,
después de algún rato:
—Lo mejor, Augusta, será seguramente que te vayas a la cama. Tus nervios
excesivamente excitados, necesitan descanso.
Con estas palabras, condujo a su mujer, que seguí llorando arrebatadamente, y que,
por lo visto, se hallaba histérica, a su dormitorio.
Reiman quedó meditando sobre el matrimonio, el histerismo y la sensualidad.
XII
Mientras las condiciones fisiológicas y psicológicas difieren, nuestro poder de
percepción tiene que ser diferente; por eso el músico, el pintor, es un especialista,
desde el punto de vista psicológico.
El Rosa-Cruz debe refinar sus sentidos y sentimientos y lo consigue solo cultivando
con ahínco los estudios herméticos.
Debe ser soñador, idealista, refinadamente artista. El verdadero Rosa-Cruz será
pintor, músico, poeta, aunque no sepa manejar pinceles, piano o ignorerimar, pero
todavía no será por eso mago, ni lo llevara al extremo necesario, si no domina la
pasión material, mientras no mate su ego animal.
Tenemos, pues, tres categorías de seres: los insensibles, los hipersensibles y el
consiguiente término medio; existen aún impresionables solo para ciertas cosas, pero
no hay ninguno que no haya sentido la excitación, el deseo de poseer a una mujer;
hasta los eunucos, los hermafroditas, tienen momentos, aunque pasajeros, en que
desean hacer suya a una mujer.
Ello es necesario, es una condición biológica en el hombre; pero ahí está el gran
problema, de como aprovecharlo, para bien o mal, para alimentar el animal o cultivar
a Dios, para denigrarse o elevarse, para ir adelante o retroceder.
La potencia sexual es la vida, el poder, la fuerza; vemos a un tísico que apenas puede
levantarse, un reumático a quien sus dolores no le permiten moverse; hasta ponerlos
en contacto con una mujer, para que recuperen toda su fuerza, toda su agilidad.
Hay seres inferiores, a los cuales se les pueden mutilar los miembros, una pierna por
ejemplo, sin que sientan dolor en el acto sexual.
El esclavo solo puede elevarse a poder mandar, después de ser libre. Un hombre
esclavizado por sus instintos bajos, por sus pasiones, no podrá influir, no dominar a
otros. Solo los hipnotistas natos, que suelen nacer como fenómenos, pueden
influenciar, a pesar de dar rienda suelta a sus vicios; pero el que quiere aprender a
hipnotizar, es decir, a dominar a otros, sin haberse dominado a sí mismo, no logrará
su objeto.
Veamos cómo influye la potencia sexual sobre la fuerza mental.
La glándula pineal, rompecabezas de los sabios, esa pequeña glándula de nuestro
cerebro, según los hindúes, es una ventana de Brahma, es un acumulador para el
hipnotista y para el mago. Desarrollada esa glándula, hace efectuar a los fakires
aquellos fenómenos tan sorprendentes, de fascinación de masas.
Esta glándula hallábase muy desarrollada en los Santos que operaban milagros, y las
tienen agrandadas los negociantes que comercian con éxito, y también los Edison, y
todos los que se adelantan a su época. Se halla atrofiada en los idiotas, en los
hombres de poca fuerza de voluntad, en fin, en la mayoría de los humanos. Es
menester para el ocultista, desarrollar esa glándula, y el secreto lo posee la magia
sexual en cumplir la ley: “No fornicarás”.
Pero tiene sus peligros, y por eso es necesario explicarse, para evitar a los
aspirantes a Rosa-Cruz el cometer errores, y que caigan en los extremos; creo que
es menester abrirles los ojos e indicarles donde pueden hallar algo grande, avisarles
que el refrenar demasiado, acarrearía enfermedades nerviosas, muchas veces
incurables.
Naturalmente, no se puede dar la clave lisa y llana, ésta debe descubrirla cada cual,
según su adelanto.
Sucederá que este libro, en manos de cualquiera, será solo novela, una tontería; pero
en poder del llamado, será una luz, un faro útil que dejará leer entre líneas un secreto
enorme, grandioso, sublime.
La mujer ha sido creada para perpetuar la especie; el hombre halla en ella su dicha,
debe ser su compañera, y, como tal, debe desearla, impulsado por el amor; pero
¿sucede en la mayoría de los casos?, ¿es realmente amor o deseo? Ciertamente lo
último es lo frecuente. La mujer despierta ante todo, ansias de poseerla; mientras
esas ansias no se satisfacen, vibra en el hombre lo más elevado, lo más grande, lo
más divino; el amor, una vez satisfecho, generalmente concluye. Se ama al ser
ausente; se ama, de verdad, a la mujer que no se consigue; hasta a la que se pierde,
como al morir, o al abandonarnos. Si, ya poseída la mujer, el verdadero amor se
pierde, y solo se vuelve a recuperar después de algún tiempo al perderla, en esto
está el misterio del Génesis. Eva comiendo la manzana, perdió el derecho al paraíso.
Ciertamente, el matrimonio es la unión del sexo masculino con el femenino, para
perpetuar la especie; pero es menester que en el matrimonio solo se entregue uno al
otro, en un éxtasis de amor inconsciente, pues hasta desear el goce material, para
que el hombre se rebaje al animal, que solo apetece la satisfacción de apetitos
brutales. Más; se denigra más bajo que el animal irracional; pues éste, por leyes
fisiológicas, tiene cierto tiempo de brama, en que solo guiado por el instinto se une
con su género opuesto, y el hombre, que tiene en su voluntad cometer ese acto o no,
es responsable si hace mal uso de él.
La naturaleza jamás deja de castigar; por eso vemos matrimonios que antes de
casarse se amaban y aunque dure la ilusión más o menos tiempo, la reacción nunca
deja de esperarse; hay todavía otros que se soportan por rutina o debilidad, pero no
gozan la verdadera felicidad a que puede aspirar y tiene derecho el ser humano.
Para el acto se necesitan momentos psicológicos determinados, en que se
experimenta una voluptuosidad suprema, en que ambos sienten delicias indiscutibles;
si en ese momento la pareja hubiese experimentado simultáneamente algún deseo, y
éste hubiese tomado forma en el plano astral, habrían traído la realización de ese
deseo; habrían cometido un acto de magia.
Hay un acto de magia sexual, hay cierto connubio que sabe efectuar el mago, para
sus fenómenos, en que puede con su fuerza mental, en este momento preciso, sanar o
matar, enriquecer o arruinar, al que se propone. Para ello hay una clave, un secreto,
que podéis buscar, yo tendré buen cuidado de no divulgarlo.
Pero esto no interesa a todos los lectores; es menester haber estudiado algo de
ocultismo. Para el público sería ese secreto una arma horrible, con que podía
impunemente cometer crímenes, sin que la justicia humana le alcanzara.
El matrimonio, que debe simbolizar, en el hogar, el cielo en la tierra, se convierte
después del casamiento y en poco tiempo, en más o menos infierno. Si al principio
existió la unión espiritual, luego el hombre que esperaba algo superior, lo que no
puede satisfacer, busca a otras mujeres, trata de alcanzar la dicha fuera del hogar,
vienen las comparaciones, y el castillo de naipes, pompas de jabón, se deshacen,
resultando que, generalmente, de una víctima y un victimario, casi siempre el último
es el hombre, pero también los hay víctimas. El lazo fluidico de su unión, se deshace
poco a poco; y, si no uno, ambos concluyen mal, cuando no saben o no quieren
soportarse.
El verdadero amor, no tiene nada que ver, ni con la ceremonia religiosa, ni con el
pacto social, ésos son convencionalismos sociales, que a veces hacen más daño que
beneficio. La verdadera unión se hace en espíritu; y cuando todas las circunstancias
están previstas, por las leyes superiores, se efectúa sin poderlo evitar, siendo la
mujer soltera o casada, virgen o no. Es una atracción misteriosa e inexplicable.
Muchas veces los jueces castigan casos de inocentes, verdaderamente
irresponsables; mujeres que se entregan, impulsadas por amor, y, ya satisfechas, se
arrepienten, acusan y hacen castigar, siendo ellas las principales culpables. Hay ahí
un hipnotismo inconsciente, en el cual ya uno u otro obedece irremisiblemente;
castigarlos, es igual que condenar a un loco o a uno que cometió un delito en estado
hipnótico, que está previsto en la medicina legal. Mucho más cruel es la sociedad, en
repudiar o despreciar a estas víctimas. ¿Sabe ella acaso el fenómeno íntimo que se
efectúa? ¿Conoce como la serpiente fascina, hipnotiza, al pajarillo que luego devora?
El Rosa-Cruz mago siente la misma excitación nerviosa al operar, que otro ser lleno
de deseo. Si supieran los hombres lo que pudieran hacer en este momento de
nerviosidad, seguro que lo harían todo, menos seguir a la mujer.
Todo fenómeno en el plano material, es provocado en el plano espiritual y solo las
uniones que se efectúan ahí, son duraderas; solo en ellas está el verdadero goce, que
los demás humanos ignoran; solo en la unión espiritual, residen el placer, el éxito y el
poder.
Por eso, jóvenes, huid, aunque sean hermosas, de las mujeres sin alma e incapaces
de unirse espiritualmente. Evitad casaros por interés o por otros motivos. Examinad
primero, si vuestra amada os pertenece en espíritu; sin ello, no podéis ser feliz por
tiempo indefinido, ni acaparar fortuna, sino en raras ocasiones...
¡Cuántos fueron hombres de suerte o fortuna antes de casarse! Después, desde que
se unieron a su mujer, todo fracasó: los persiguió una mala estrella, debido a que
antes sus empresas eran manejadas por fuerzas mentales potentes, que perdieron al
gastarse en la unión sexual. A la inversa, hombres que nunca consiguieron antes
nada, bastó que se casaran, para que el éxito, la fortuna, les fuese favorable, debido a
que el fluido sexual de la mujer les faltaba, y ahora el de ambos estaban afines, y el
poder de que carecían, les vino inconscientemente.
Otro problema necesario de advertir y que hace tan decrépita, enfermiza, impotente a
la generación actual, es el vicio de la masturbación, tan arraigado en la juventud de
ambos sexos. Si supieran los padres y los maestros el grave daño que hacen al no
advertir el peligro a sus hijos y discípulos, tomarían medidas adecuadas para el caso.
Todos, en los primeros años en la escuela, lo hemos tenido, y comprendemos el
perjuicio que nos ha ocasionado; pero una cobardía moral mal comprendida, nos
impide abrir los ojos a nuestros pequeños.
¡Cuántas voluntades se agotan, cuántos rostros, que pudieron haber sido bellos, se
marchitan, cuantas existencias se truncan, por no dar la voz de alarma!
Los estudios de Rosa-Cruz nos enseñan que el semen es el astral líquido del hombre,
es la vida, encierra el poder.
Si no hacéis uso de vuestros órganos genitales, se atrofian y ya no sois hombres, os
convertís en seres impotentes. Por eso el problema es tan difícil, y no existe mas que
este dilema: O cometéis el acto, como un acto necesario, como el comer, con un ser al
cual no queréis, ni apreciáis, y sin mezclar vuestros sentimientos espirituales; o lo
hacéis en un éxtasis de amor, con el ser a que estáis seguros de permanecer unidos
por toda la vida.
En la patria de Sócrates, en aquella hermosa Grecia pagana, la hetaira era sagrada,
era elevada al rango de sacerdotisa del amor: ella servía para satisfacer las
necesidades de los Atenienses, sin que éstos gastasen sus energías intelectuales. Y,
como tal, la prostitución es hasta hoy una necesidad social, en lo único que hacemos
mal es en humillar y escarnecer tanto a esos seres y enaltecer demasiado a ciertas
mujeres casadas. Mal que nos pese, debemos aceptar la definición de Pablo Robin,
que dice: “La principal diferencia entre las mujeres consiste en que, las calificadas de
honradas, trafican al por mayor, y las prostitutas, al menudeo. Estas venden sus
besos por necesidad a todo el mundo, aquellas los suministran a un contratista
vitalicio”.
Pretender satisfacer el acto con el ser querido y experimentar goces animales, no es
posible, más fácil es juntar el aceite con el agua. El mismo espíritu lo castiga,
acabando vuestra fuerza de voluntad, trayendo dolores y enfermedades, y así perdéis
el paraíso prometido.
El Gran Todo, el Alma Cósmica, es el gran almacén universal, de ahí se reparte todo,
como por reflejo. La vida individual es solo una parte de la vida universal, como el
amor particular es una chispa del gran amor universal.
Con amar a un ser, hacemos vibrar todas las vibraciones del amor universal y siendo
el amor origen, principio, energía impulsadora de todo, los átomos químicos no son en
su principio íntimo sino compuestos de amor, y al unirse el átomo oxígeno e
hidrógeno en agua, se realiza un maridaje pasional.
El amor, como ya he dicho, es el origen de todo lo que se agita y muere.
Dios es amor y su amor realizó la creación.
Cuando el hombre se une en el acto secreto a la mujer, es un Dios, pues en este
momento se convierte en creador. Los videntes dicen que en el momento preciso del
amor, del espasmo, ven a los dos seres envueltos en una ráfaga de luz, muy brillante;
se envuelven en las fuerzas más sutiles y potentes que hay en la naturaleza. Si saben
aprovechar el momento, si saben retener esa vibración, con ella pueden operar, como
el mago para purificarse y conseguir todo. Si no saben respetar esa luz, los
abandonará, para recluirse en las corrientes universales, pero dejando tras de sí las
puertas abiertas, por donde se introduce el mal. El amor se convierte en odio, la
ilusión deja lugar a la decepción.
Como el amor, todas las manifestaciones de la naturaleza tienen en el plano material
sus acumuladores. La mujer joven, generalmente, es un acumulador de lozanía, de
salud y belleza, trasmisible como todo a otros. Todo ser es un vampiro, que puede
atraerse esas cualidades para sí. Las corrientes fluidas materiales, una vez chocadas,
una vez confundidas entre sí, se neutralizan y se repelen; las corrientes espirituales,
por metafísicas, no son alcanzadas por esas leyes físicas.
Meditad, hombres casados, ¿Habéis alcanzado en el matrimonio el éxito, la
satisfacción que esperabais? No os engañéis, no os hagáis ilusiones, no os ofusquéis
por la voz de la materia y tengáis que decir: Tiene razón y ahora me explico muchas
cosas, que antes no comprendía.
En el Perú, en la India y en México hay brujos, hechiceros, de los cuales los que no
averiguan se ríen.
Estas brujas o hechiceras han conocido ciertos secretos por tradición de sus
antepasados, para hacer mal. Los hay, que hacen muñecos de cera y los clavan con
alfileres; yo he conocido casos patentes, en que operaban con éxito, pues la mayor
parte emplean la magia sexual, y como primer agente, la sangre, el líquido menstrual
y el semen. Hace años, en Santiago de Chile, un amante, por vengarse de su ex
querida, operaba en su contra, valiéndose de ropa usada. Llegué a ver en el hospital
la muerte del mismo, y al dar cuenta a la justicia se rieron del demandante y el asunto
quedó sin castigo. Hoy mismo conozco un caso en que un conocido mío, valiéndose de
sangre adherida a un paño y de una capa que usaba su amante, opera contra ellos.
Cuando vea el resultado publicaré mis observaciones, con detalles amplios, por ser
estudios curiosísimos, que aunque muchos no creen en brujerías y clasifican estos
hechos en el escalafón de supercherías, en el ánimo publico esta que son cosas reales
y que a cada rato nos vemos enfrente de casos inexplicable de enfermedade s, que no
encontramos la causa.
Por de pronto, puedo anticipar que la amante de referencia, se volvió loca irascible.
¡Cuántas veces vemos hijas que abandonan el hogar con un tenorio de barrio, que no
supieron apreciar el dolor de una madre desilusionada; se enferman o mueren o les
acontece cualquier otra desgracia!
Conocí el caso de un galán que perdió la vista, sin que la ciencia pudiera encontrar la
causa. Se dice: ¡Castigo de Dios!, imaginando que existe un Dios personal, que con
un látigo en la mano, corrige a sus criaturas. No, querido lector; es la influencia de la
mentalidad de la madre que vibra sobre el traidor, hasta destruirlo. Si aquel se
hubiese unido a su amante en un sentimiento de verdadero amor, las corrientes
mentales de la madre no le alcanzarían, pues el amor puro es una coraza férrea que
todo lo rechaza; pero si sólo existió el deseo carnal, no hay excepción, serán
castigados, tanto él como ella, según la magnitud de la falta y el poder mental que
pide venganza.
La magia es la exteriorización de la fuerza de voluntad. Esta puede servirse como
vehículo del amor o del odio; el primero lo emplea el mago blanco; el último el negro.
Sus alcances dependen de la intensidad, cómo, y el tiempo que sabe vibrar, pero el
resultado es inevitable, forzoso.
¡Cuántas veces llegan a nuestros consultorios estos enfermos que dicen estar
embrujados, que alguien les ha hecho daño! Los médicos se ríen de estos casos y
para deshacerse del cliente, recetan bromuros, y sin embargo, hay en el fondo una
verdad; estos individuos están atormentados, heridos y perjudicados por la corriente
mental del que querían impunemente dañar en otros tiempos. Es la ley de Karma que
los alcanzó; la mano de Dios que supo castigar. Lo que el brujo hace a sabiendas,
ellas se lo proporcionan inconscientemente.
Cuando el Rosa-Cruz ve a mujer bella y hermosa, debe tratar de atraerse esas bellas
cualidades para sí, cargarse de fluido bello y sano. No por eso daña a la mujer,
porque su poder acumulador no se agota; mientras más esparce, más acumula.
Cuando un viejo decrépito se casa con una muchacha joven, lo vemos de pronto
rejuvenecerse, y a ella languidecer; concluye, se agota. Es que el anciano atrae
demasiado la vitalidad de la cónyuge. Más tarde se establece cierto equilibrio, hasta
que la fuerza prestada se vuelve y ella torna a su esplendor y lozanía. Sucede lo
contrario cuando una vieja se une con un hombre más joven, su vejez se precipita y el
galán busca de satisfacerse, engañándola.
Para el matrimonio moderno, no se tiene en cuenta nada de estas cosas, ni las
condiciones fisio-psicológicas de los contrayentes; lo esencial es llenar las fórmulas
sociales; se casa el dinero con el dinero. He ahí el motivo de la degeneración actual,
y obligación es de los que saben, incitar una corriente de propaganda en pro de
salvadoras ideas a este respecto.
He leído un trabajo sumamente interesante ante el Congreso Internacional de
Higiene y Demografía celebrado en Berlín en 1907, sobre la disminución rápida de la
población en Francia, en que el autor quiere descubrir causas por todas partes, sin
que se le ocurra la verdadera, es decir, el relajamiento de los placeres sexuales. En
Francia, donde el refutamiento por conseguir goces ha llegado a un grado tal, que la
misma naturaleza se revela, hace que ya no haya hijos; y ese pueblo que lucía en su
Metrópoli el nombre cerebro del mundo será el prostíbulo, si el vértigo del
relajamiento y la perversión sexual no se detiene. No quiere decir esto que sea aquel
el único factor que atrae este resultado. En Francia los matrimonios, generalmente,
no quieren tener hijos, y procuran, por todos los medios artificiales, no concebirlos.
A diario acuden a nuestros estudios médicos, ciertos enfermos, cuyo aspecto fuerte y
robusto nos lleva a falsas conclusiones. Los creemos completamente sanos y el
mismo examen clínico nos confirma la opinión de que este paciente no debía haber
venido hacia nosotros; y, sin embargo, estas personas están muy enfermas, sufren lo
indecible y la mayor parte de los médicos las declaran incurables.
Eso hacen los honrados. los explotadores, los traficantes de la medicina, suelen
recetarles tónicos, unas veces también sedantes, las otras afrodisíacos, aunque casi
todos ellos, en su fuero interno, están completamente convencidos de que todo es
inútil, que todo sale sobrando.
Los enfermos a que me refiero, son los que sufren de neurastenia sexual. Son
hombres que sienten deseos como los demás, ansias de efectuar el connubio. Tienen
erecciones normales; pero, en el mismo momento del acto, fracasan; les basta
aproximarse a la hembra para que la erección ceda en absoluto, quedando
naturalmente con un estado nervioso, con una desesperación espantosa y terrible.
Esta enfermedad puede durar años. No es, como se cree muchas veces, consecuencia
de abusos, ni tiene ninguna causa inmediata. Se podría decir que viene esta
enfermedad por que sí.
El médico que no estudia el parapsiquismo, es incapaz de comprender este estado
patológico y mucho menos de darle un tratamiento adecuado. La corriente nerviosa
en el ser masculino, es una electricidad positiva. Eso, en primer lugar. Y, en segundo,
en una proporción necesaria, es un magnetismo negativo; el uno representa la
materia en nosotros, y la otra, la materia del arcano mater.
Casos iguales pasan en muchas mujeres de temperamento ardiente. Sienten ansias
de unirse con un hombre; pero, en el momento de llegar al hecho, sienten una
sensación de repugnancia y lo rechazan, dejando al hombre desconcertado. Es que en
la intimidad de nuestro ser tenemos que ser algo hermafroditas; hemos de tener algo
de hombre y algo también de mujer en proporción normal. Cuando hay
desproporciones, se da origen a esta enfermedad que describo.
Se ha tratado de curar este mal mediante el hipnotismo, y, en algunas veces, con
resultado halagador, pero en la mayoría resulta impracticable, porque es muy difícil
lograr un sueño hipnótico en estas pacientes. Para esto, solo hay un recurso único
absolutamente eficaz, pero que al mismo tiempo es una gran clave de la magia
sexual.
Dado el estado actual de la sociedad, por consideración a los lectores armados de
falso pudor, y para esta vez valerme del método de la escuela oficial, daré la receta
en latín, que consiste en una suave inmissio membri virilis in vaginam sine ejaculatio
seminis.
Esto no solamente es un remedio seguro para esta enfermedad, sino que también es
un remedio para muchos otros males y a veces el secreto para armonizar los
matrimonios, que hace desaparecer las rencillas, del lugar, como por encanto.
Probadlo.
La posición descrita puede durar una hora y se sentirá una sensación de bienestar
inefable.
Pecho contra pecho, los dos plexos solares en inmediato contacto, todos los centros
astrales sobrepuestos, permiten un intercambio para establecer una justa
androginidad.
Me cuesta trabajo contenerme. Quisiera escribir mucho más sobre esto. pero es...
prohibido para el iniciado...
Estas cosas se pueden tratar de persona a persona, pero no aquí.
Hay todavía un asunto que debo mencionar y que interesa a todos los hombres.
Cuando se ha llevado el exceso sexual, y esto sucede con frecuencia, al máximo,
viene la reacción consiguiente, que llamamos impotencia.
Esta impotencia es diferente de la que dije antes.
La medicina moderna, que ha degenerado en un repugnante comercio, anuncia con
grandes caracteres la curación de este mal y emplea los llamados afrodisíacos.
Yohimbina, Fosfuro de zinc, estricnina, cantárida, mirra, asafétida, gálvano, azafrán,
etcétera. Estas sustancias atacan directamente al sistema nervioso y al cerebro,
agotan las facultades intelectuales y acortan la vida.
¡Desgraciados, infelices, los que caen en manos de profesionales sin conciencia, que
os someten por este medio a un suicidio paulatino!
Es evidente que la impotencia es una enfermedad como otra cualquiera, y, al no
curarla, no solo los órganos genitales se pueden atrofiar, sino que la preocupación
constante de un hombre que ha perdido sus facultades genésicas, acarrea la
neurastenia. Pero con los productos artificiales de la quimioterapia, resulta muchas
veces el remedio peor que la enfermedad. ¿Qué hacer? Ocurrir a la madre
naturaleza, buscar los medios naturales, los agentes físicos para conseguir el alivio.
La fisio y la psicoterapia provocan curaciones maravillosas en estos casos.
En las altas llanuras del Asia Central, el almizclero hembra, en la época de celo
(meses de Mayo y Junio), percibe a centenares de leguas el olor característico del
macho, emanado de un producto que todos conocemos y que es pagado a precios
exorbitantes.
En la nariz del animal aludido, se encuentran los ramos nerviosos que provocan esa
secreción amorosa que preside a las funciones genitales.
Cuando vemos a los toros u otros animales oler antes de verificar el acto, es que se
cargan de unas emanaciones vitales que salen de la hembra, que les dan ánimo y
potencia sexual.
Sabemos que la perfumería barata, solo inspira repugnancia, sobre todo a las mujeres
del gran mundo. Acontece lo contrario con los perfumes finos, cuya base es el
almizcle, el ámbar gris, el cipeto, etcétera, y que son de uso íntimo; no tienen otro
objeto, para las mujeres, que provocar al hombre, pues les trae la sensación genital
por medio del órgano del olfato y estimula esa fuerza misteriosa en que reside el
poder genésico de todo lo creado.
La fisioterapia consigue la curación de la impotencia de una manera segura, siempre
que no haya ya lesión material del sistema nervioso, ni del órgano sexual.
Malherbe es el inventor de un método curativo, el cual consiste en excitar los puntos
genitales de la nariz.
Conocemos todos la suma de conocimientos del gran fisiologista americano Brown-
Sequard, cuyo sistema de curación fue tratado de inmortal por espíritus timoratos,
que se alejaban de la realidad de la vida, y consiste en excitar el aparato sexual, sin
llegar a consumar el acto, y así trata de tonificar el cerebro.
Este sabio no fue ocultista, pero intuitivamente se acercó a un gran secreto.
Excitar el aparato, para producir semen y no derramarlo, sino obligarlo a que se
asimile, es nutrir el sistema nervioso y prolongar la vida en general. Se puede decir:
“El semen se cerebriza, y, excitando el cerebro, éste se seminiza”. Pero es menester
saberlo hacer; llevarlo al extremo, es de lo más peligroso.
Así como se hace la transmisión por las ondas hertzianas; así como por la telepatía se
pueden comunicar los pensamientos a otros, las manifestaciones de un ser bello y
sano, pasan a otro, falto de estas cualidades. He ahí un secreto de cómo podréis
llegar a la salud, a la belleza y a los poderes deseados. El deseo refrenado hará
transmitir el líquido astral hacia vuestra glándula pineal, y, si repetís ese ejercicio por
largo tiempo, os haréis hombres-dioses. Si al contrario, gastáis impunemente esas
fuerzas en holocausto de la materia, os acercáis al animal, falto de voluntad y de
razón.
Al principio, se siente el deseo, la admiración provoca la pasión, pero poco a poco os
convertís en acumuladores inconscientes y tendréis salud, poder, belleza, inteligencia.
La Biblia enseña al hombre el camino de todas las conquistas, por ese decreto: “No
fornicarás”.
Me viene un tropel de ideas, reminiscencias de mis estudios sobre magia sexual,
pero no me atrevo a escribirlas, por temor de dar armas a manos que no conocen su
manejo o por no ser comprendido. Entiendo que son ideas demasiado avanzadas, que
no todos son aptos para digerirlas.
Los esposos quedan unidos a sus hijos por toda la vida, bases fluidicas, y por ellas les
trasmiten constantemente su salud, su saber y su voluntad; si gastan sus energías en
placeres inmoderados, no tendrán que transmitirles a los que dieron el ser. Sus hijos
serán tontos y enfermos, por culpa del egoísmo de sus padres, que solo deseaban
gozar. Igual pasa con los esposos entre sí; gastan y pierden las fuerzas físicas y
mentales, y, cuando los necesitan para el éxito de sus negocios, fracasan. El éxito de
nuestras empresas, sean cuales fueren, depende de nuestras fuerzas mentales, y
éstas a su vez del desgaste de nuestra potencial genital. De manera que “No
fornicarás” quiere decir: Sin abandonar los órganos sexuales, para que no se
atrofien, no abuséis de ellos, para no perder el poder material ni mental. No lo hagáis
con un ser que no haya sido o no sea siempre de vosotros, porque esas fuerzas son
esencialmente individuales. Si se mezcla el fluido con el de otro, con un antecesor,
recibiréis la influencia de todos sus males, es el vehículo donde se transmite su
desgracia, su mala suerte.
El mago al principio de su iniciación puede querer, pero solo una vez y cultivar ese
amor. Si sabe el secreto íntimo puede cortar las malas vibraciones anteriores y amar
de nuevo sin perjudicarse. Pero ¡son tan raros los que saben ese secreto! Menos los
profanos, para ellos, todo el éxito, todo su bienestar depende del cumplimiento de ese
mandamiento: “No fornicarás”, que no exige abstinencia absoluta, pero no permite la
fornicación material. Para el abusador, para el pasional, no hay poderes posibles.
Nuevas encarnaciones tendrán que purificarlo.
La iniciación avanzada nos lleva a un estado de sentir todos los goces del amor, sin
contacto. Entonces comienza la verdadera introducción de la alta magia; entonces nos
elevamos a semidioses.
Al principio basta con una abstinencia de cuarenta días al año; son los cuarenta días
que Cristo se recluyó en la montaña y fue provocado por Satán, que no fue un ser
personal, sino la excitación de sus sentidos sexuales. En el resto del año, solo debía
buscarse la satisfacción por necesidad, los días viernes, pues ese día preside el
planeta Venus, y éste, como nos enseñan los astrólogos, preside el amor. En los
demás días hace, más bien, mayor daño, ese contacto carnal.
El presente problema, desde cualquier punto de vista que se tome, es tan complicado,
tan arduo, que ha sido muy poco estudiado, y menos dado a la publicidad por los
ocultistas. Existe, sin embargo, una sociedad secreta, rama de los Rosa-Cruz: “Los
Hermanos Herméticos de Luxor”, que reparten entre sus afiliados manuscritos que
contienen grandes secretos y por los cuales se obtienen misteriosos poderes.
Como no es dado divulgar lo que yo he podido saber de estos secretos; por razones
de higiene, y para indicar a los estudiantes del ocultismo un camino de alta
trascendencia, donde deben inquirir, creo no hacer mal dando las primeras ideas para
desarrollarlas poco a poco.
¡Hoy, solo, meditar! El amor como impulsador del acto material y como fuerza
creatriz de todo lo existente, es la clave del éxito, de la vida material e intelectual, es
la llave con la cual el hombre puede entrar al anfiteatro de la ciencia trascendental y
elevarse al plano divino. ¿Queréis espiritualizaros? ¿Queréis poderes? ¿Queréis
salud, belleza, talento...? Escuchad a los iniciados que escribieron en la Biblia: “No
fornicarás”.
XIII
Los días siguientes transcurrieron en indolente monotonía. Parecía como si la noche
se hubiese tragado la disputa. Ninguno de ambos esposos volvió a tratar de la
cuestión. Pero la señora Reiman evitaba aún más que antes el encuentro con su
marido. Interiormente estaba enojada por haberse comprometido tanto delante de él.
Ahora, él sabía con certeza, que no era enfermedad el aliciente de su conducta, sino
celos y que ella sentía odio hacia la Kersen, haciéndolo todo para disputar a
Bernardo a la ciega. Entonces sus pensamientos volvieron a dirigirse nuevamente
contra la señora Kersen.
“¡Oh, esta mujer!” Ella estaba junto a la ventana torturándose los labios a mordiscos.
Todo estaba girando en caos tenebroso a su alrededor, sofocando irremisiblemente el
renacimiento de pensamientos mejores. De todas maneras, quería influir sobre su
hijo, para que suspendiera todo trato con los Kersen. Pero, ¿cómo?, ¿con qué medios?
—¡Dios mío! ¿Es tan débil mi voluntad de madre que no pueda hacer ningún uso de
ella? —pensaba.
También aquí sentía la pared divisoria que se hallaba entre su hijo y ella. El concepto
de “madrastra” no era, por cierto, ninguna palabra hueca y sin sentido. Ella trataba
de encontrar el puente que pudiera conducirla hacia él. Una risa sardónica reflejóse
en su semblante mientras desechaba uno que otro medio para tal objeto. Su
impaciencia incitante la hizo marchar de la ventana. De repente, un pensamiento la
hizo estremecer. Su faz se esclareció. El profesor Mertin, el maestro de su hijo que
tanta influencia tenía sobre él. A él se había de confiar. Ahora en los días antes del
examen, había llegado el momento oportuno para ello. El ya hallaría la manera
conveniente para curarlo de su insensato fanatismo por la ciega, y una vez librado de
estas trabas, se pondría por sí mismo al lado de ella y pediría con ella al padre la
denuncia de la hipoteca.
Efectivamente, éste era el único recurso salvador con el cual saciaría su venganza.
Esta tonta, tenía que venir irremisiblemente en su busca a pedirle perdón por la
ofensa que le había hecho. No había sido increíble que la señora Kersen se saliera
corriendo dejándola en medio del cuarto como a una tonta, gritándole aún que ella
había sido la elegida por su esposo. ¡Qué necio había sido de su parte hacerle
recordar esto nuevamente; cuando debía saber muy bien que la más fuerte era ella,
pues el dinero confiere al que lo tiene, al mismo tiempo, un cierto poder!
Echó la cabeza hacia atrás y sus ojos brillaron llenos de triunfo. con una mirada a su
reloj cubierta de brillantes, exclamó:
—Aún hay tiempo. Si no me equivoco, el profesor recibe a esta hora.
Y, rápidamente decidida, llamó a su doncella para que la ayudara a vestirse.
Antes de salir, le encargó que cuando su marido o su hijo preguntaran por ella, les
dijera que había ido a visitar a su amiga, la señora del consejero Wilckens.
Y enseguida se puso en camino, sonriendo llena de confianza.
Al entrar en la casa del profesor, dio con su hija Elfrida, con la cual se conocían de
vista; y parece que una corriente telepática se comunicó entre ambas mujeres.
Elfrida pensó: “Esta es la ocasión de influir a la madre para conquistar a su hijo
Bernardo, de quien sabemos estaba enamorada”. Y la madre se dijo: “Esta es la
mujer que debo elegir como esposa de Bernardo, para poder quitar a la ciega de en
medio”.
La conversación entre ambas mujeres fue un totun revolutum, pero la radio telepatía
entre ambos cerebros excitados, había establecido su comunicación, y, al levantarse,
la muchacha al llamado del alma de llaves, tanto ella como la madrastra de Bernardo,
creían haberse entendido.
XIV
El semestre de estudios acababa de llegar a su fin a causa de los exámenes que iban
a celebrarse, de manera que el profesor Mertin, que aun daba clases
complementarias a varios de sus discípulos para prepararlos para el examen, estaba
doblemente ocupado. Esta era la época en que el exceso de labor excitante y el poco
descanso nocturno, lo tenían muy fatigado y de mal humor. Estaba justamente en su
hora de consulta.
La señora Reiman era la última. Reflexionaba si debía fingir alguna enfermedad
cualquiera, para tratar el asunto de su hijo como asunto secundario, o si fuera mejor
que tratara directamente del asunto que allí la había llevado. Repetidas veces se
levantó nerviosa, yendo de un lado a otro, pero no lograba tomar decisión alguna. El
tiempo de espera se le hacía larguísimo.
Por fin, el último de los pacientes había abandonado por otra puerta el cuarto de
consulta y el profesor Mertin entró en la sala de espera con su traje blanco de
operaciones, con las siguientes palabras:
—Bueno, señora, ¿quiere usted pasar? Es usted la última. Señalóle una silla y con
legítimo acento profesional prosiguió:
—Y bien, ¿qué es lo que le pasa?
—Señor profesor, no se trata de mí. Yo vengo por mi hijo.
—¿Sí? ¿Qué le sucede a ese joven? ¿No podía usted traerlo consigo?
—No, señor profesor.
—Bueno, pues entonces cuénteme usted lo que le ocurre. A ver si nos arreglamos sin
su presencia.
—No, señor profesor, mi hijo no está enfermo.
—Pues entonces, ¿qué es lo que usted quiere de mí, señora? —preguntó él algo
incomodado.
—Mi hijo es un discípulo de usted, señor profesor... Bernardo Reiman.
—¡Ah! ¡Eso...! ¡Ahora lo comprendo! —exclamó el profesor Mertin—. Es muy grato
para mí conocer a usted, señora, pero no debe usted preocuparse para nada, puede
estar absolutamente tranquila. Su hijo de usted, no necesita mi ayuda, pues hará un
examen brillante. Es uno de mis mejores discípulos.
—No, no, señor profesor. No se trata del examen, sino de un... un... amorío que mi
hijo tiene.
—¡Qué me dice usted! ¿Un amorío? —y añadió para sus adentros: ¿Y qué me importa
a mí todo eso?
Sólo, para decir cualquier cosa, terminó:
—¡Ya, ya! La juventud, señora. Pero en su mayoría son cosas pasajeras. Ahora
iniciará pronto su profesión de médico y entonces ya olvidará a las muchachas.
—No, señor profesor; ya está demasiado prendado de esta mujer. Perdóneme usted
si le hago algunas aclaraciones sobre las circunstancias inmediatas.
Fue quizás cierta curiosidad la que indujo al profesor Mertin a dejarse relatar por la
madre de Bernardo algo sobre esta cuestión.
Y la señora Reiman se puso ahora a exponer al viejo profesor el asunto, con aquella
nerviosa minuciosidad histérica, que le era característica. Allí tuvo que salir la
historia de su propia vida, y luego, toda la historia de la familia Kersen; de manera
que el pobre profesor, ya dejó de escucharla a la tercera frase, prestándole
únicamente un poco de atención, cuando creía que iba a concluir.
Fueron muchas las muestras de impaciencia que hizo; pero ella no parecía
comprender que el asunto tenía que ser sumamente aburrido para él, y que lo
consideraba como un robo de su tiempo tan precioso. por consiguiente, aprovechóse
él de la primera pausa que la señora hizo para tomar aliento, para interrumpirla:
—Lo siento muchísimo, señora, pero he de declararle que no puedo mezclarme de
ninguna manera en cuestiones particulares de mis discípulos. Por consiguiente,
lamento de veras, no poderla servir y he de suplicarle me exima usted de este asunto.
Usted ha de comprender, señora, que ahora tengo mis atenciones y preocupaciones
en los exámenes.
—Ya, señor profesor, pero...
Mertin ya estaba fastidiado de la cosa. No quería escuchar nada más y no la dejó
proseguir.
—Señora Reiman, lo siento muchísimo. ¿Me hace el favor...?
En vista del enojo que se marcaba ahora tan visiblemente en las facciones del
profesor, la señora Reiman no tuvo más remedio que despedirse sin haber logrado su
propósito.
Al abandonar el cuarto, habíase ruborizado hasta la frente.
El profesor sin haber escuchado nada de lo que le había contado la señora Kersen,
exclamó, cuando se vio solo:
—¡Qué latosas son algunas mujeres!
XV
Entretanto, Bernardo había hecho una visita a Elsa. Quería exponerle aun antes de
su examen el propósito suyo de emprender un viaje a España. Ya en otras ocasiones
habían hablado con Elsa de este proyectado viaje que había aconsejado el Cónsul
Rasmussen con el objeto de ampliar allí sus estudios sobre la ciencia Rosa-Cruz; si
bien Bernardo estaba obligado a guardar sigilo de muchos de los secretos y
comunicaciones del maestro Rasmussen, otros podían servir de motivo de
conversación, después, entre la pareja. Cuando llegaban a este tema, eran horas
inefables. Se sentían transportados al espacio, y convivían con los hermanos
mayores, en aquellas esferas. Teóricamente, ya sabían cómo dar el paso —que para
la humanidad es tan siniestro— de la muerte; pero Bernardo necesitaba iniciarse,
para poder llevar a la práctica tan hermosas teorías aprendidas. Rasmussen habíale
ofrecido darle instrucciones precisas para su viaje a Barcelona y su iniciación en la
montaña de Montserrat.
Encontró a la ciega sentada en el jardín en una silla, haciendo labores de mano.
Estando aun a veinte pasos de distancia, ya recibió los saludos de su amada. con el
oído atento, y torciendo la cabeza, exclamó:
—¡Bernardo..., Bernardo! Está bien que vengas, justamente estaba pensando en ti.
—¿Es verdad, Elsa? Fue seguramente una excepción.
Pero Elsa iba poniéndose visiblemente más triste cada vez, pues no podía resignarse
a tener que pasar semanas enteras sin la presencia de Bernardo. De pronto,
extendiendo el brazo en el aire, buscó su mano.
Bernardo que había comprendido su movimiento, vino en su ayuda. Pero luego ya vio
que a Elsa se le saltaban las lágrimas. sujetándolo convulsivamente, dijo ella:
—Bernardo, Bernardo mío, no debes dejarme sola; ¡yo te amo!
Bernardo quedó completamente sorprendido del arranque sentimental de Elsa,
sintiéndose invadido de una compasión profunda hacia ella. Lleno de ternura llevó su
mano de alabastro, en la que se distinguían venas azules, a sus labios. Ella se sintió
dominada de una profunda felicidad, y un intenso calor le llegó hasta la frente.
—¡Niña mía! Yo estoy siempre contigo, aun cuando esté lejos de ti. ¿No sabes eso?
Él contempló su cara ardiente, sobre la que las pestañas oscuras yacían como velos
de luto, y se sintió dominado de un sentimiento de dolor. Involuntariamente tuvo que
pensar en las estrellas brillantes de Elfrida, que en aquella noche le habían sonreído
tan llenas de promesas. ¡Ay! ¿Por qué faltaba a la carita de Elsa este brillo? ¿Por qué
sus estrellas debían quedar sumergidas en noche eterna?
—¡Elsa querida! —prorrumpió en su dolor—. Yo parto para lograr estudios que aquí
no me pueden enseñar. Tú eres la blanca flor por la que vivo y muero. Si no es
permitido traerte la luz como te lo prometí, la vida no tiene, para mí, valor alguno —
dijo él, abrazándola dulcemente.
Elsa bajó la cabeza y unas lágrimas, como nacidas de una santa revelación,
humedecieron las rosas en su seno. Bernardo vio cómo su pecho de color de marfil
subía y bajaba de emoción. Entonces alzó su barba y besó las perlas húmedas que
pendían de sus pestañas, haciéndolas desaparecer. Fue el primer beso que la pareja
se daba. Desde el jardín llegaba el regocijo de las aves y el chirriar de un grillo. Elsa
no oía nada. En sí misma había tan poderoso zumbido y campanilleo y canto, que
dominaba todo lo demás. En su corazón había brotado el amor, cual un despertar de
primavera.
—¡Si tú pudieras verme! —exclamó él—, ¡qué feliz sería yo!
Una dolorosa sonrisa pasó por el semblante de ella.
—¿Quién te dice que no te veo? Yo te veo por medio de tu alma que habla conmigo.
El acento de tu voz me revela tu imagen. ¡Tu voz es tan suave y flexible, y, no
obstante, llena de vigor...! Según eso, tu exterior tiene que ser muy hermoso. Y, cosa
curiosa; a veces te veo verdaderamente, y ahora se presenta tu imagen con toda
claridad ante mi alma. Cómo sucede esto, yo mismo no lo sé. Es tan precisa, que
podría dibujarla como las rosas y otras flores. dime: ¿No llevas hoy un traje gris?
—Efectivamente —confirmó él—. ¿Cómo es posible que lo veas?
—Veo tu rubio cabello que hoy se levanta en rizos insubordinados.
—Sí, sí; muy cierto.
—Y tu nariz, tan recta y hermosa.
—Por cierto, recta lo es, y no puede ser fea, si tú lo dices.
De pronto se ofuscaron sus facciones y horrorizada se levantó, exclamando:
—¡Oh, veo un gran peligro para ti! Bernardo, te lo suplico; no te vayas.
—Espero que en este respecto seas una profetisa falsa.
Notábase cierta seriedad en su voz, por más que trataba de dar a sus palabras un
aire de broma.
Pero luego volvió Elisa a exclamar en alta voz, cubriendo su cara con ambas manos:
—¡No quiero ver nada! ¡No quiero ver nada! ¡Dios mío! ¡Eso sí que no! ¡Eso no!
Luego se puso a temblar con todo su cuerpo. Su cara estaba desencajada y su
respiración era jadeante.
—¡Oh, qué terrible es todo esto!
Tenía que haber visto un cuadro espantoso. Bernardo se sintió tan conmovido, que no
pudo proferir palabra alguna. Silencioso la tomó del brazo y la condujo hacia el jardín.
El sol poniente fulguraba en un rojo sangriento en el cielo. No se sentía el menor
aleteo de aire. Bajo su luz dorada caminaban los dos por los caminos circundados de
flores del jardín.
—¡Elsa amada! —con estas palabras interrumpió el silencio—. Estamos solos y no sé
lo que los próximos días nos aportarán; si tendré otra vez ocasión y tiempo de hablar
a solas contigo. Por consiguiente, prométeme una cosa Elsa. No debes entregarte ya
tanto a estas cosas místicas.
Elsa que aun se hallaba bajo la impresión dominante de lo que acababa de ver, le
escuchaba admirada.
—Yo no puedo hacer nada en pro ni en contra, y además doy gracias a Dios, que en
medio de mi permanente tenebrosidad, me concede momentos de esta visualidad
espiritual.
—Bueno. Entonces prométeme que guando veas algo que te asuste, no te
preocuparás por ello.
—Muy bien. Te lo prometo.
-—Perfectamente. No olvides que en pensamiento estoy siempre contigo, y conserva
siempre la fe en que, cuando regrese, haré todo lo posible para darte la vista, y que
tengo que lograrlo. Cree en ello, Elsa, lo mismo que crees en Dios. Y luego te pediré,
en cambio, como esposa mía. Quiero poseer mi obra y guardarte como mi joya más
preciosa, hasta el fin de mi vida.
—¿Y si no lo lograras? —preguntó ella en voz baja.
—Tengo que lograrlo.
—Pero, ¿y si no lo llegas a lograr? ¿Seguirás pretendiéndome aún como a tu mujer?
¿A la pobre ciega?
Su corazón latíale hasta el cuello, al hacer esta pregunta y hubo una pausa. Él volvió
a pensar en los risueños ojos pardos de Elfrida en que brillaban ardores tan fugaces.
—¿Por qué no me contestas? —insistió Elsa compungida.
—Porque leo la duda de tu pregunta.
—No, yo no dudo de tu saber, y aun menos de tu voluntad, pero yo sé que aun los
más grandes exploradores han buscado inútilmente la solución de su problema, hasta
que la muerte los sorprendió en ello. También a ti podría ocurrirte igual.
—Fácil no lo es —objetó él, algo contrariado por las dudas de Elsa.
—No, no lo es. Así, pues, esperare hasta que hayas conseguido la gran obra.
—Yo ya quisiera acceder inmediatamente a tu ruego, pero me parece como si con
ello me viera trabado en mi afán explorador, puesto que ya tendría la recompensa por
anticipado. Así, en cambio, me estimula doblemente a conquistar la joya, por medio
de un esfuerzo incansable, y creo que tendré razón.
—Sí, seguramente la tendrás —replicóle Elsa con un cierto tono de amargura.
—¡Querida mía! ¡Sé prudente! —contestóle Bernardo, a quien no se le había
escapado el vibrar de su voz—. Tú sabes muy bien que eres lo más precioso que
tengo. Mis aspiraciones y mi vida tuyas son.
La atrajo hacia sí y selló esta promesa sosegada, nuevamente con un largo y cálido
beso.
En este mismo momento se acercó la señora Kersen, rápidamente, desde un camino
lateral. Había visto a los dos desde lejos y estaba a punto de llamarlos al emparrado,
en donde la cena ya estaba servida. Su frente estaba llena de arrugas y sus ojos
contemplaban asustados a su hija. Luego, se posaron casi amenazantes sobre
Bernardo. Quería hablar, pero parecía como si no hallara palabras sobre lo que
acababa de ver. por fin y con acento amargamente serio exclamó:
—¡Bernardo! ¡Venga usted! Tengo que hablarle.
Sin proferir una palabra más, tomo a Elsa de la mano y condujo a su hija a un banco
que se hallaba a lo largo de la casa.
—Espérate aquí hasta que vuelva —le dijo.
Cuando hubo llegado con Bernardo al cuarto, cerró primero las ventanas, para que no
pudiera pasar ninguna palabra de lo que tenia que decir al joven.
—Ya veo, Bernardo —empezó con acento doloroso—, qué desgraciadamente ha
ocurrido lo que yo me figuraba.
Bernardo, inconsciente de agravio alguno, insinuó:
—Permítame usted, señora Kersen, estoy totalmente confundido. Yo no sé de
verdad...
—...Déjese de disculpas, se lo suplico —interrumpióle ella—. Usted ha abusado de
mi confianza, haciendo concebir falsas ilusiones a mi pobre hija. Bien tiene que
decirse que ha obrado sin conciencia con su deslealtad hacia esta pobre ya tan
desgraciada, haciéndola más desgraciada aún, pues usted sabe tan bien como yo, que
en un matrimonio jamás hay que pensar.
La señora Kersen solo le indicó que había tenido una entrevista con su madrastra.
bernardo quería replicar, pero ella le cortó la palabra:
—No bastaba ya con que su señora madre me ofendiera con inculpaciones
ignominiosas; también usted me ofende, pues mi hija no es ningún juguete para usted
—dijo ásperamente—. Me sabe muy mal que justamente ahora, que está usted en
vísperas de su examen y su partida, tenga que prohibirle la entrada en mi casa.
Bernardo había empalidecido hasta los labios.
—El honor me lo impone —prosiguió ella—, pues como mujer que está sola, tengo
que evitar toda sospecha; y más, por lo que respecta a mi hija. Usted bien lo sabe, el
honor de una mujer es como un espejo: un soplo y queda empañado.
Llena de emoción, vio su cara llena de espanto. Un sufrimiento sordo se expresaba
en sus ojos.
—Señora Kersen, por favor: permítame una palabra tan solo.
—Hable usted.
—Espero que no habré descendido tanto en su consideración, que ya no pueda dar fe
a mis palabras.
Y viendo que ella callaba, prosiguió:
—Usted sólo ha visto, estimada señora Kersen, que yo abrazaba a Elsa y le daba un
beso. Esto me degrada ante sus ojos como un hombre frívolo. Y efectivamente, si
esto hubiera ocurrido con intención sensual, tendría usted mucha razón. Pero siento
profundamente que no haya usted oído la conversación que antes sostuvimos, pues
creo que entonces hubiera usted sido más indulgente conmigo. Desde hoy me
considero como prometido de su hija. Yo no me casaré jamás con otra que Elsa,
venga lo que quiera.
La señora Kersen quería entrar en objeciones; pero Bernardo, imperturbable,
prosiguió:
—Y ningún poder del mundo podrá hacerme cambiar de parecer. Solo una cosa he
jurado a Elsa; esto es; no pretenderla como esposa mía, sino después de haber
logrado que pueda ver.
—¡Pobre hija mía! —dijo la señora Kersen, sonriendo amargamente—. ¡Entonces no
se casará nunca!
—Pues sí señora —respondió Bernardo, lleno de confianza—. Yo quiero estudiar el
caso y espero que su hermano me ayudara en ello.
Una sonrisa incrédula deslizóse rápidamente por el semblante de la señora Kersen, al
decir enseguida en tono serio:
—Yo, naturalmente, nada puedo objetar contra su voluntad, pero lo que sí tengo que
exigir, es que desde ahora se mantenga usted alejado de Elsa; y, en lo que se refiere
a los espons ales, usted seguramente convendrá conmigo, en el punto en que está.
Espero que juzgará usted mi conducta debidamente y que nos separaremos. Y
alargándole la mano, prosiguió: Realmente, no puedo ni debo obrar de otro modo. No
solo tengo que causar una pena enorme a mi hija, sino que también quiero el bien de
usted, pues su vida no está hecha para ligarse a una ciega. Por de pronto, está usted
aún en la edad que todo lo puede (en que nada es irrealizable, que no conoce
obstáculos de ninguna clase), pero después y a medida que vaya entrando en años y
pueda distinguir el amor verdadero de la compasión, entonces, si no ha cambiado
usted de parecer, me será muy bien venido como yerno, como hijo querido.
Al pronunciar estas palabras, volvió a estrecharle la mano en testimonio de perdón, y
él correspondió con solemnidad.
—Mucho le agradezco la noble opinión que de mí tiene. Yo no puedo ni quiero
contestarle más que asegurarle que Elsa será, para mí, siempre, el acicate de mi
vida, hasta que haya logrado mi objetivo. Y ahora permítame usted, señora Kersen,
que me despida de usted, igualmente que de Elsa. Quizás será por largo tiempo,
puesto que primero nos separará mi viaje, y luego tengo que corresponder a sus
deseos.
E inclinándose, besó respetuosamente la mano endurecida por el trabajo, de la
señora Kersen. Luego se dirigió al jardín para despedirse de Elsa. Pero, ¿qué era
aquello?... El banco estaba vacío. Se fue al pabellón que tan bien conocía, pero
tampoco estaba. fuése entonces siguiendo el camino, pero no se la veía en ninguna
parte.
La señora Kersen salió también de la casa, y se puso a buscar a Elsa, pero todo fue
en vano. La llamaron en altas voces. La buscaron dentro y fuera de la casa. Por
último, fueron acompañados también por algunos vecinos. Pero todas sus llamadas
resultaron inútiles.
La señora Kersen estaba completamente desconcertada. ¿Dónde podía hallarse su
hija? Seguramente se había marchado por sí sola y había equivocado el camino, y, en
su ceguedad, seguramente se había extraviado.
—Allí, ¡oh, Dios misericordioso! ¿No se habrá ido al puente? —reflexionó ella de
pronto—. Entonces de habrá caído al río y se ha ahogado.
—¡Corred al puente, al puente! ¡Mi hija se ha caído al río! —gritó la señora Kersen,
con voz penetrante, que se oía hasta muy lejos.
Bernardo, cuya frente se había cubierto de un sudor frío a causa del terror que sintió,
corrió a más correr y pronto alcanzó el puente. Una mirada, un salto, y cuando la
señora Kersen llegó lamentándose grandemente, él ya tenía a Elsa en sus vigorosos
brazos y marchaba con ella hacia la próxima orilla. Efectivamente, bajo la impresión
de su acceso sonanmbúlico, Elsa había abandonado su lugar como soñando, llegando
así al camino que conduce al puente, y, a causa de un mal paso, se había caído al
agua. Gracias a Dios, Bernardo había llegado a tiempo, en el momento preciso.
XVI
La señora Reiman había esperado en vano la influencia del profesor Mertin acerca
de su hijo, había regresado a la casa, con un humor peor que antes. Había logrado
justamente lo contrario de lo que había querido. Si su hijo llegaba a enterarse por
alguien del paso que ella había dado, tenía que producirse una tirantez entre ambos,
que ya no tendría remedio. Y la situación podía ponerse peor aún, si su hijo era
aprobado en los exámenes, pues en este caso, adquiriría una cierta independencia al
titularse doctor Reiman.
En estos días Bernardo estaba muy raras veces en casa. Luchaban en su interior las
ideas aprendidas de antaño y las enseñanzas nuevas que aportaba el Rosa-Cruz.
Había mucho de apegado, de aferrado, de encariñado, en la filosofía consoladora que
recibió en los bancos de la escuela; y había, por otro lado, mucho que rayaba en lo
fantástico, en lo que predicaba Rasmussen. Y, sin embargo, la lógica y la ciencia
estaban de parte del último. Pero se estableció en su interior un divorcio de dos
épocas: se desligaba el pasado del presente. Había momentos en que se sentía con
impulsos de propagandista, de predicador.
—Yo no puedo quedarme contemplando tranquilamente, cómo va fermentando y
ensanchándose en todas partes la mentira, y cómo va progresando siempre más —
decía. Y, con esta excusa, se lanzaba siempre a la calle. Había en él, y alrededor de
él, un desasosiego que el comportamiento de los suyos aumentaba. La madrastra, al
hablar con él, solo traía el eterno tema de Elsa.
Y aunque en el interior de la señora Reiman se levantaba un remolino que casi le
paralizaba el corazón, ¿quién se interesaba por ello? Cada uno seguía solo su propio
camino.
Llena de odio interior por esta causa, los ojos se le arrasaban en lágrimas. Furiosa,
se ponía a patalear la suave alfombra. ¿A quién se debía que nadie, ni siquiera su
marido, la comprendiera? No la quería comprender y solo tenía siempre reproches
para con ella. A él le era completamente igual lo que atraía a su hijo hacia la ciega; y
lo excusaba, y hasta alababa todo lo que ella, como madre, quería mantener lejos de
él, por creerlo peligroso e inadecuado. Ella no pensaba en absoluto en la seriedad
terrible de estos días; en que Bernardo estaba amenazado por la espada de
Damocles, que iba a acabar con todos los proyectos para el porvenir, poniendo fin a
cuanta discordia existiera en el seno de las familias. Tan vehemente era el odio que
la dominaba, que todo lo demás le era completamente igual, no dándose cuenta de los
grandes acontecimientos de esos días.
De pronto abrióse la puerta y Bernardo atravesó el umbral con la tez pálida como un
muerto, sin poder proferir palabra. En sus brazos sentía aún la carga del cuerpo,
extenuado hasta la muerte. Unos momentos más, y, ya su Elsa hubiera sido
arrebatada de este mundo.
El no vio como su madre se le acercó con sonrisa amorosa y no notó el cuidado que
por él sentía. Él veía tan solo el semblante, blanco como la cera, de Elsa, rodeado de
su largo y chorreante cabello cual si fueran serpientes negras.
—¿Qué te pasa, Bernardo? Tienes un aspecto terrible. ¡Si hasta tienes fiebre! ¿Es
que tienes miedo por los exámenes? ¡No faltaba más; con tus conocimientos...!
Pero, al acercarse más, se dio cuenta de que estaba totalmente mojado.
—¿Qué ha pasado? —exclamo.
—Elsa ha sufrido un accidente. Yo la he sacado del río —exclamó confundido.
Y como su madre, asustada de lo que acababa de oír, le mirase sin proferir palabra,
prosiguió:
—El médico no sabe todavía si quedará con vida, pues esta como muerta y casi sin
respirar. ¡Ay, Dios mío! ¡Y yo probablemente tengo que partir y no podré verla más!
Al pronunciar estas palabras le saltaron las lágrimas y oscilante y agotado se dejó
caer en la silla.
Era la primera vez, desde los años de su infancia, que ella veía llorar a su hijo, y esto
a causa de una ciega, cuando al parecer de ella, toda persona cabal solo podía
alegrarse de que hubiera una desgraciada así menos en el mundo.
Ella no comprendía a su hijo. Solo ahora se dio cuenta de hasta dónde había llegado
el “entrampamiento” de parte de los Kersen. Y sintió como un gran alivio al ver que
el destino venía en su ayuda.
Casi no podía dominar la alegría por lo ocurrido cuando dijo:
—¿Cómo puede afectarte esto de tal manera? Pues, si Elsa muriera, la señora
Kersen se vería libre de una carga.
¿Era esta su madre, que tan inhumanamente le hablaba, sin sentimiento de ninguna
clase? No, sólo ahora lo reconocía; así podía hablar únicamente una persona extraña,
una madrastra. Pero ¿no sabía ella que Elsa formaba parte de su vida? ¿Que era por
medio de Elsa, como quería llegar a ser maestro? ¿Uno de quien todo el mundo
hablaría? ¿Y le decía entonces palabras tan inusitadas?
Se levantó indignado.
—¡Madre! —profirió entre dientes—. Si no fueras tú, te diría: “¡Qué vergüenza que
exista una falta tal de sentimientos!”
Y enseguida se precipitó fuera del cuarto, sin proferir una sola palabra más. Tan solo
oyó aún la carcajada penetrante de su madrastra. Pero las palabras se le perdieron.
XVII
Para Bernardo vinieron ahora semanas bien pesadas. Se había dejado entregar por el
profesor Mertin, el tema para su doctorado, que tenía que efectuar para alcanzar el
grado académico. Como el candidato se interesaba con preferencia por la
oftalmología, el profesor le dio naturalmente un trabajo en este terreno. este se
denominaba:
“Análisis del oftalmoscopio en caso de otitis media purulenta”.
Bernardo se dedicó con gran celo al trabajo. El no quería obtener el “rite”, ni
tampoco el “magna cum lauda”, pues lo que quería alcanzar era un “summa cum
laude”.
Durante semanas enteras se enterró en las obras de un “Margagnis” sobre
“otorrhoea cerebralis, Itard”.
Después, con las obras de Schiess, Gemuseis, Laqueur, Buchanan, Leslic, Wood,
Grossmann, Ware y Virchow, estudió el interesante tema del proceso inflamatorio de
las membranas oculares y la formación ósea intraocular. Nuestro joven ocultista
buscó cuanto pudo, en autores célebres, para ensanchar sus conocimientos médicos.
Ante todo, le interesaron, y muy especialmente, los fragmentos de osificación del
hueso temporal, innatos, y nada raros, que se suelen formar con frecuencia en la
cavidad del oído, en la extremidad del conducto auditivo, pero también en el canlis
caroticus y en el canalis facialis, casi siempre en la que permiten la libre entrada de
la inflamación en nervus acusticus y los faciales, o por medio de las venas aqueductus
vestibuli y cochleae.
Y luego proseguía:
Como factor principal en el origen de las alteraciones del fondo del ojo en casos de
encefalia, recalcó V. Graefe el estrechamiento de espacio en la caja del cráneo y el
aumento de la presión intercraneal. Pero en ello se daba perfecta cuenta de que el
estancamiento, por sí solo, no podía dar, en muchos casos, la explicación para los
sucesos patológicos, sino que frecuentemente había de estar también de por medio un
proceso de inflamación. Así distinguió dos formas de neuroretinitis en casos de
afección cerebral. La primera la llamaba papila de estancamiento, que era atribuida a
desórdenes en la circulación; la segunda, neuritis descendens, que no debía ser otra
cosa que la propagación de una inflamación de las meninges hasta el ojo a lo largo de
las vainas de los nervios ópticos. Desgraciadamente, en la práctica era difícil
distinguir a ambos entre sí, pues en muchos casos se presentaba estancamiento e
inflamación a la vez.
Trató asimismo sobre tres casos, con análisis patológico, en la papilla nervi optici, y,
por fin, mencionó la neuritis óptica, cuya importancia depende ante todo de la
circunstancia de que ya puede presentar una afección intracraneal, en una época en
que aun no se distinguen otros fenómenos de irritación cerebrales, sobre todo en la
región de los demás nervios cerebrales.
Por último Bern ardo dio las gracias al profesor Mertin por el tema asignado; y por la
amable facilitación del material.
Nuestro candidato para medico había entregado su trabajo escrito, y se había
anunciado para el examen de doctor, pues el examen verbal era inevitable, toda vez
que el reglamento de promoción indicaba que una “promotio in absentia” no estaba
permitida en ninguno de los casos.
Los días de exámenes se fueron acercando... y comenzaron por fin.
Bernardo debía someterse al examen “rigorosum”, que se componía de una parte
práctico-clínica y de otra teórico-verbal.
El examen práctico-clínico se extendía a medicina interna, cirugía y a obstetricia y
ginecología en la cama de la enferma. Tuvo que establecer el diagnóstico en dos
enfermos, sin hacer ninguna interrogación, a lo que siguió otro examen más, riguroso
también.
Concluido, tuvo que abandonar por algún rato el cuarto del rectorado, a fin de que los
señores examinadores pudieran cambiar opiniones y ponerse de acuerdo.
Impaciente, iba Bernardo de un extremo a otro del largo corredor hasta que, por fin,
el bedel superior le rogó que volviera a entrar.
Cuál no sería la alegría del candidato, cuando de boca del presidente de la Comisión,
le fue comunicado que se le había otorgado el calificado de summa curri laude.
Conmovido y lleno de alegría estrechó las manos del profesor Mertin y salió
apresuradamente para dar a sus familiares la grata noticia.
En casa le esperaba una mesa opíparamente puesta; el comienzo de los festejos y de
las visitas a los parientes y conocidos que irremisiblemente habían de verificarse. Su
nueva categoría había que celebrarla y rociara detenidamente. Bernardo cumplió las
palabras de “Goethe en el “Buscador de Tesoros”:
“Tras semanas fatigosas,
Alegres fiestas han de seguir”.
Entre los compañeros de estudios, habíanse percatado que Bernardo se ocupara de
Ocultismo últimamente, algunos muy católicos dudaban si el estudio de esa materia
era malo o no. pero Bernardo sabía muy bien que:
Los católicos sinceros, los de fe y convicción, no los de simple bautismo, que tienen la
conciencia dormida, sino aquellos que saben la responsabilidad en que incurren ante
la autoridad religiosa, y sus sucesores, habían tenido hasta ahora cierto recelo para
participar en los estudios del ocultismo, relacionados con la orden Rosa-Cruz.
Organizado por “Das neue Licht” (La nueva luz) revista que se edita en Viena, se
organizó una especie de congreso católico de ocultismo bajo la dirección del sabio
padre jesuita doctor George Bichlmair, firmándose unas conclusiones después de su
celebración, que en síntesis dicen: “La iglesia católica, apostólica y romana, reconoce
las investigaciones de un ocultismo serio y le da la importancia que se debe dar a
todo estudio científico que pretenda un esclarecimiento verdadero; acepta todos los
fenómenos parapsíquicos; declara como posibles todos los fenómenos psíquicos y
psicológicos, y solo establece la diferencia que existe entre la aparición de los santos
y los fenómenos espiritistas”.
No hace mucho tiempo, el catolicismo y sus representantes, declaraban guerra
abierta al ocultismo; y son satisfactorias para todos, católicos, y amigos del
ocultismo, las declaraciones del padre jesuita, que ponen en claro la verdadera
situación de los que quieren y desean cumplir con la Iglesia.
XVIII
Después de algunos días empe zó el joven Reiman a hacer las visitas de obligación, en
las que tenía que presentarse como médico aprobado.
Es ésta una costumbre alemana muy inveterada.
Su primera visita lo llevó, como es de estilo, a casa de su maestro, el profesor
Mertin.
Al atravesar la puerta, fue recibido por Elfrida, que, tendiéndole la mano, le dijo:
—¡Ah! ¡El flamante señor doctor! ¿Por fin se le vuelve a ver a usted alguna vez? ¡Yo
ya creía que usted de había marchado y que nos había olvidado ya!
Bernardo quedó totalmente aturdido, pues en su voz se oía resonar la más franca
alegría.
—Según he oído, quería usted hablar a papá, pero él está aún lejos de aquí, gracias a
Dios. Pero ante todo, quiero felicitarle por el “cum laude”. Me alegro con usted.
Sírvase sentarse. Tiene que esperar aún una media horita y conformarse con mi
compañía durante este tiempo —dijo en su manera francachona.
—Lo que es sumamente grato para mí, señorita —contestó Bernardo, contemplando
sonriendo la cara sonrosada, y los ojos castaños, alegres, que aun ninguna pena
habían conocido.
Los rayos del sol jugueteaban con su cabello; y el vestido ligero de azul claro que se
ajustaba suelto a su cuerpo gentil, permitía adivinar lo bien desarrollado que estaba
este capullo. Una ola ardiente le invadió. ¿Seria el bochorno del mediodía o el vino
que había tomado? No lo sabía.
—Pero ¿usted me ha echado, realmente, tan de menos, que el tiempo le haya
parecido tan largo? —le preguntó en voz baja, para decirle algo.
—Naturalmente que sí —respondióle Elfrida con toda sinceridad—. A diario he
tenido que pensar en ustedes; pues estuvo muy interesante la noche en que
Rasmussen realizó su milagro.
—¡Ah! ¿Por esto, usted ha pensado solamente en el Rosa-Cruz? —interrogóle
Bernardo con marcada intención.
—No, Reiman; es a usted a quien no he podido olvidar, el interés que tengo por el
uno, no es el mismo, respecto del otro.
—Pues francamente, en verdad que yo no sabría por qué hubiera podido merecer
esta distinción —replicó Bernardo, con el corazón alterado.
—Pero, ¿es que todo debe merecerse?
—A decir verdad, sí.
—¡Ea! Déjeme usted tranquila con su filosofía —respondió Elfrida con un cierto
mohín—. Se da y recibe, sin preguntar mucho, si se merece o no.
Bernardo se echó a reír divertido. “Es como una mariposa abigarrada cuyas alas
tornasoladas se admiran en la lumbre del sol” —pensó él.
—De seguro que usted no me ha echado de menos durante todo este tiempo—
preguntó ella con acento provocador.
—¡Pues ya lo creo! Muchas veces he tenido que pensar en sus ojos —respondió
Bernardo con un cierto acento de flirteo inconsciente, pero al mismo tiempo había
algo doloroso en su voz, que contrastaba curiosamente con la expresión radiante de
su semblante.
La mirada de ambos se encontraron.
Las sienes de Elfrida fueron invadidas por ardiente sangre. En este momento
atravesó el profesor Mertin el umbral de la puerta.
—¡Ah! ¡mi querido doctor Reiman! Así, pues, que se va a marchar pronto. Su viaje a
España es una idea excelente. A ver si nos trae algo de nuevo.
Tengo noticias de allá, de un ocultista de fama universal, el Dr. Barraquer, que hace
operaciones sorprendentes.
El espanto marcóse en la cara de Elfrida. Casi azorada, interrogativa, contemplaba a
Reiman.
—Para mí representa un viaje de estudio, que más adelante me ha de ser de utilidad.
Solo he venido, para expresar a usted, señor profesor, por todo lo bello y magno que
he podido escuchar en sus clases y conferencias, mis más sentidas gracias, rogándole
al mismo tiempo, que también en lo sucesivo quiera serme un buen consejero y
maestro en el ejercicio de mi carrera.
—Usted tiene que volver pronto. ¡Tiene que volver! —prorrumpió Elfrida con
vehemencia, de modo que su padre la miró admirado.
La muchacha giró la cabeza hacia un costado. No quería que viera las lágrimas que
se le saltaban.
La cara del profesor cubrióse de una débil sombra. Vio claramente que su hijita se
había enamorado del joven Reiman. se pasó la mano por su barba gris, y luego se
dirigió a Bernardo, con las siguientes palabras:
—Puede usted estar seguro de que se ha erigido en mi un recuerdo imperecedero.
—Y en mí aun mucho más —intervino Elfrida.
El profesor Mertin quedó muy confuso y contempló a su hija lleno de admiración.
—Pero si es la cosa más natural, toda vez que el señor Reiman es amigo de nuestra
casa.
Con estas palabras quería el padre debilitar la franca confesión de Elfrida.
—Muchísimas gracias, señor profesor, por el honor que siempre sabré apreciar —
respondió Reiman, con una ligera inclinación.
—Ya lo sé... Pero, hija, estamos aquí sin nada que tomar. Ve, dile a la señora
Gruenfeld, que nos haga preparar algo para comer, con una botella de buen
Tarragona. Aun tiene usted tiempo, ¿no es verdad, mi estimado Reiman?
—Bueno, señor profesor; si usted lo permite, una horita —respondió Bernardo
mirando al reloj.
Elfrida se había levantado inmediatamente para responder al deseo de su padre. Una
íntima alegría llenaba todo su ser, al ver que Reiman aun se quedaba.
A éste es a quien amo. Será mío se dijo, sonriendo al salir. De si encontraría su amor
correspondido, de esto no dudaba siquiera. Hasta aquí todos sus deseos los había
visto realizados. Entonces ¿por qué no éste? Su padre no podía tener nada contra
Reiman, pues era rico y de buena casa. Hoy mismo tenía que hallar claridad sobre
ello, hoy mismo. Pues ¿no había leído con frecuencia en novelas, del amor a primera
vista, de parejas que quedaban prendados inmediatamente? ¿Por qué no podía
sucederle así a ella? ¡Si este Reiman no fuera tan exageradamente tímido, o, por lo
menos, algo más accesible...! Bien tenía que haber notado cómo ella le quería...
La señora Gruenfeld se le acercó con lentitud. Ya hacía algún tiempo que padecía de
dolores reumáticos.
—¡Papá me encarga que le diga, que procure usted un almuerzo especialmente
bueno, para tres personas, con una botella de Tarragona, y enseguida!
—¡Ah, ¿sí? Pero supongo que, por lo menos, me lo suplica...
La señora Gruenfeld cuidaba de su persona y exigía ciertos comedimientos.
—Sí, sí; naturalmente —contestóle Elfrida con acento desdeñoso. Ella vivía siempre
en discordia con la señora Gruenfeld, que siempre tenía algo que reprenderle como si
aun fuera una niña de teta, no obstante que, por decirlo así, ya estaba a punto de
prometerse.
Bien pronto la señora Gruenfeld tuvo puesta la mesa en la fresca galería; fiambres,
carne asada, huevos y una lata de sardinas. Todo esto quedaba aún como sobra del
día anterior. Y puso una botella de vino, en una cubeta de hielo. La criada trajo
algunos panecillos frescos, con algo de pan negro. Elfrida, que había ido presurosa al
jardín, puso un precioso ramo de rosas encarnadas sobre la mesa, una de las cuales
colocó en su cabello, y le daba a su carita un encanto mayor.
Rápidamente regresó al lado de los que la aguardaban.
—¿Quieren tener la bondad de pasar? ¡Ahora vamos a celebrar al nuevo doctor!
Con estas palabras y la gracia que le era propia, se colgó del brazo de su padre,
mientras que contemplaba a Bernardo con una mirada radiante.
El almuerzo y el vino eran del sumo agrado de Bernardo; y ello tanto más, cuanto
que, desde muy temprano, solo había tomado muy poca cosa y su garganta se le
había secado con el calor y así el fogoso vino le desató pronto la lengua.
Encontraba a Elfrida soberbiamente hermosa. con entusiasmo contemplaba sus ojos
encantadores, en los que había un mar de felicidades.
—¿No es cierto, papá? ¿No es tu mayor felicidad la de hacerme feliz? —exclamó de
pronto la niña, sin motivo alguno.
—Naturalmente. Y espero que lo seas también —contestóle su padre sonriendo.
—Pero podría faltarme aún algo para ello, repuso Elfrida.
Su sangre joven corría demasiado impetuosamente por sus venas, y su fantasía
estaba, como siempre, rebosante de las historias de amor leídas.
—Indudablemente, su señor padre cumplirá todos sus deseos, en cuanto esté a su
alcance; pues no todos están en posesión de una hija tan hermosa y encantadora —
dijo Bernardo con ojos llenos de ardiente brillo.
Elfrida se puso roja como la rosa que llevaba en su cabello.
¡Me ama! decíase regocijada para sí misma—. ¡Me quiere! Hoy arreglamos esto...
Mertin levantó la cabeza. El acento con que el joven acababa de pronunciar sus
últimas palabras, era algo extraño, y quedó bastante sorprendido.
Luego volvió su mirada lentamente hacia Elfrida, diciéndole:
—Yo quisiera saber qué clase de deseo es el que he de cumplirte.
Las miradas de Elfrida se dirigían a Bernardo solicitando su ayuda. pero como éste
permanecía callado, dijo ella con candidez obstinada:
—¿No te das cuenta de que ya no soy ninguna niña, y de que, para la felicidad de una
joven, se requiere algo más, papá, que bonitos vestidos, conciertos y un estómago
satisfecho? ¿No piensas que aun existen otras cosas que están fuera de todo alcance
de los placeres comunes?
Admirado oyó el profesor la acusación de su hija, y los ojos se le abrieron, se dio
cuenta de lo que pasaba. No, así no hablaba ninguna niña. Esto era la exclamación de
un corazón que, indomado, despierta, ansiando al ser amado. Pero, sin embargo, en
ella se oía más la fogosa obstinación, que a la joven señorita. Sentía, apenado, que le
había faltado la madre que supiera guiar con sentimientos fino el despertar de su
joven hija, por el justo camino.
Pero luego se consoló con el pensamiento: “¡Si aun es una jovencita en agraz...!”
Ya vendrá el tiempo de buscarle marido, pero como una ráfaga le pasó por la mente,
que este marido podría ser Bernardo y acentuó:
—Hija, ¿qué es lo que hoy tienes? No te comprendo —dijo todo asombrado—. Me
parece que no es el momento adecuado para tales conversaciones y deseos.
—Pues sí, justamente ahora —replicó Elfrida—. Mañana ya será demasiado tarde,
¿no es así, señor Reiman?
El interpelado se estremeció. Apenas si sabía lo que ella le preguntaba. Estaba en
una disposición de animo estúpida en que como si le hubieran atontado la cabeza de
un golpe, hubiera dicho que sí a todo, aun al mayor disparate.
—Sí... ¡Ah...! ¡Seguro! ¡Sí! —balbuceó Bernardo, a quien la pesadez se le hacía cada
vez más grande en la cabeza—. Mañana ya será demasiado tarde. La señorita tiene
mucha razón —agregó sin pensarlo. Qué y para qué serían demasiado tarde, él mismo
no lo sabía, el buen cielo lo aclararía.
Elfrida movíase nerviosa e intranquila, de un lado a otro, en su silla.
—Vemos que usted se queda tranquilamente sentado y esperando que las estrellas
se caigan del cielo. ¡Y que tenga yo que ponerle cada palabra en la boca...! —se le
escapó con áspero acento.
De súbito, sonó vigorosamente la campanilla afuera.
Y enseguida presentó la criada una tarjeta al profesor.
Este, después de leerla, se levantó de pronto con las siguientes palabras:
—Usted me dispensará, querido Reiman, un momento.
Y se fue al salón, en donde le esperaba un señor de edad.
¡Gracias a Dios! —pensó Elfrida—. ¡Por fin se va y nos deja solos!
Ella misma ya no sabía casi cómo salir de esta situación tan cómica.
—¿Qué clase de deseos tiene uste d, señorita? —preguntó Reiman en voz baja, a la
vez que se sentaba a su lado.
—¿Y usted no lo sabe?
Un asombro desmesurado estaba en sus ojos interrogadores al ver que Bernardo se
sonreía.
Pero ya estaba resuelta; si Reiman, como ella esperaba, no decía nada; aunque
mujer, estaba dispuesta a invertir los papeles, y declararse.
Bernardo, entonces, continuó:
—¿De dónde quiere usted que lo sepa? Pues no, no sé leer los pensamientos.
—¿Y tampoco es conocedor de los corazones? —preguntóle burlona Elfrida.
—Pero ¿por qué?
—Porque, si no, tendría usted que comprenderme —dijole ella con voz baja y
doliente.
El se inclinó hacia ella sintiéndose invadido por el aroma que emanaba la rosa en su
cabello.
—Pero ¿no puedo yo cumplir sus deseos? —respondióle Bernardo galante, pues algo
tenía que decir.
—Sí, sí; únicamente usted puede hacerlo.
Y se lo quedó contemplando con sus grandes ojos oscuros, fascinantes, con una
mirada fulgente y anhelosa...
Bernardo empezó entonces a comprender. Pero ya era tiempo de reflexionar. En su
interior, ya no era él; y, de repente, le subió una ola erótica por su interior; la sangre
se puso a hervir ardorosa en todo su cuerpo... El no sabía como fue.
Fuerzas extrañas operaban allí.
Las miradas de Elfrida tenían en este momento algo de fascinador, y le robaron toda
reflexión. Inconsciente, como si actuara en él otra persona, una voluntad extraña, de
pronto tomó su esbelta figura en sus brazos, la estrechó fuertemente y, dominado por
una pasión repentina, casi inconsciente, la besó frenética y fuertemente.
Era la bestia humana en acción.
Una de las cualidades especiales de Elfrida, había sido siempre la de dejarse
arrebatar. Jamás había aprendido a imponerse a sus sentimientos. Además, como ya
se dijo, estaba la joven bajo la influencia de malas e incitantes novelas que sabía
proporcionarse secretamente. En este momento parecía ser también presa de un
sentimiento parecido al de Bernardo. Llena de anhelo y pasión, le cogió de la cabeza
posando un ardiente beso sobre sus labios.
En este preciso ins tante abrióse la puerta. El profesor Mertin estaba como enclavado
en el umbral contemplando el cuadro que Bernardo y su hija le ofrecían.
El pobre Bernardo repetía la escena ante el profesor Mertin, como pocos días antes
en el jardín de la señora Kersen, cuando igualmente llegó en el fatal instante en que
tenía a Elsa en sus brazos.
Elfrida había oído seguramente los pasos de su padre. Pero era astuta. se volvió
hacia él, sin delatar el menor susto, y, mirándole medio confusa y semidichosa, le
dijo:
—¡Padre...! ¡Padre...! ¡Nos amamos! ¡Nos hemos prometido!
—¿Qué, estás loca? —se le escapó.
Para Mertin era también una situación embarazosa.
Bernardo sentía que todo giraba a su alrededor. Estaba como embriagado. ¿Qué
podía hacer? ¿Contradecir a Elfrida? ¿Confe sar al profesor que no la había amado
nunca? ¿Que este beso había sido el resultado de una excitación momentánea
inconsciente...? Algo tenía que decir. ¡Una disculpa! Pero no hallaba palabras, un algo
invisible le anudaba la garganta.
Para el profesor Mertin la situación seguía también penosa. Pero ¿qué podía hacer?
No quería continuar en el tono comenzado; después de todo, el nuevo doctor Reiman
era un partido brillante para su hija. la agitación extraordinaria de Reiman, se la
explicaba por fin como pasión verdadera hacia su hija y por tanto dijo brevemente:
—¡Vamos, hijos! ¡Qué rápido ha sido! —Y pensó para sí: Pero me parece que mejor
se me hubiera preguntado a mí. Que alguna vez se me hubiera hablado de esto, pues
debo aceptar que los jóvenes desde tiempo se entendían—. Luego prosiguió:
—Así, pues, el compromiso de esponsales que mi hija quiere celebrar con usted,
admite aún algún tiempo, señor Reiman. Esperemos, primero, que regrese usted de
España. Por de pronto, lo guardaremos secreto; todo tiene que quedar entre
nosotros.
Al escuchar estas palabras, Bernardo sintió cómo su espíritu se despejaba. Poco a
poco fue dándose cuenta de la tontería que había cometido, y de que ahora estaba
prometido secretamente dos veces.
Efectivamente, en todo caso, nadie debía saberlo; sobre todo Elsa, ¡tu Elsa! Y ya
quería presentársele la imagen de su verdadera novia ante su vista espiritual, cuando
el profesor Mertin continuó:
—Yo ya sé, señor Reiman, que es usted un caballero. Y si usted ama a mi hija
verdaderamente y mi hija a usted, no tendré más tarde nada que objetar.
Bernardo sentíase como azorado y solo supo balbucear:
—Muchas gracias, muchas gracias, señor profesor.
Y tomando su sombrero, despidióse brevemente de los dos y se marchó.
En la calle hubiera podido atropellar a cualquier persona. No miraba ni a derecha ni a
izquierda. Llegado a su cuarto, volvió a deslizarse ante su mente el suceso en la casa
del profesor y la cuestión con Elfrida fue pareciéndole sumamente ridícula. Pero
seguía sin poderse dar cuenta de cómo había sido posible que se dejase arrastrar tan
lejos. ¿O era que quizás amaba a Elfrida en verdad? ¡No! ¡De ninguna manera! El
solo amaba a Elsa. Pues a las dos, no podía amarlas. Por fin adquirió dominio en su
corazón esta última, la magnífica, casta, tierna e inocente flor humana, que hasta
entonces había llenado toda su existencia. Pero ¿cómo iba a escaparse de este lazo
en que él mismo tan voluntariamente se había dejado coger?
Era una suerte, por lo menos, que tuviese ya hecho su examen de doctor. De no ser
así, ahora le hubiera resultado imposible. En su fantasía volvía a revivir las dos
escenas amorosas con Elsa y con Elfrida, y las consiguientes explicaciones con los
padres respectivos.
Pues bien; no había que darle vueltas. Hacía un par de días había solicitado la mano
de Elsa, y hoy tenía que agradecer la buena disposición de su maestro y futuro
suegro. El doctor Bernardo Reiman sentíase ya casi como polígamo; era que
efectivamente tenía dos novias.
Pensativo y cabizbajo, hallábase de pie ante su escritorio frotándose la frente con la
mano. De pronto llamaron a la puerta y la sirvienta le trajo una carta.
¿Qué es esto? —murmuró—. La letra le era desconocida. Era la de Elfrida. en un
pequeño papel de carta, había escrito lo siguiente:
Queridísimo Bernardo:
Papá tiene que ir esta noche a una conferencia. También la señora Gruenfeld está
fuera de casa. Vente a las ocho y media, estoy completamente sola.
Mil besos de tu novia.
ELFRIDA”.
¡Qué disparate, novia! ¡No faltaba más! ¡Lo que haré es no ir nunca más—fueron los
primeros pensamientos de Bernardo, y, colérico, echó la carta sobre la mesa.
Pero luego reflexionó y se dijo:
No... Será mejor que vaya. Así tendré oportunidad de poner las cosas en su punto. Sí,
voy a decirle, ahora para siempre, que no la amo, que no la amaré, que no la podré
amar nunca, que la escena de esta mañana ha sido sin reflexión y que mi corazón
pertenece a Elsa.
La tarde se le hizo larga. No podía esperar el momento en que hablaría con Elfrida.
Ni al mediodía ni a la noche había tomado parte en las comidas en casa de sus
padres. Sin encontrar reposo, había errado por el parque municipal, y, medio
cansado, entró a la hora fijada en el piso de Mertin.
Elfrida lo recibió llevando un tocado verdaderamente fascinador. Se había puesto un
precioso vestido de seda, color rosáceo, que con su corte extremado delataba las
exuberantes formas de su cuerpo seductor. El escote cubría en parte el lozano seno
de la joven, en parte dejaba adivinar provocante la división de los dos pechos.
habíase envuelto en una verdadera nube de perfume de saúco sensual y
embriagador.
En el momento en que bernardo se presentó, estaba su cara revestida de un color
sonrosado subido. Apenas lo vio, lo atrajo hacia sí, cubriéndolo de ardientes besos,
que le hicieron perder el juicio. Todos sus buenos propósitos se habían acabado
ahora.
Al pobre enamorado fuéle del todo imposible pronunciar la menor palabra. Era como
un pajarito que se sentía atraído por la mirada hechicera de una serpiente.
Elfrida trajo pronto licores y antes de que bernardo se hubiera dado cuenta, el
consumo de alcohol lo había vencido.
La araña en el centro del cuarto estaba dispuesta de manera que las cuatro lámparas
superiores esparcían una luz blanca, pero la inferior una luz encarnada. Elfrida apagó
pronto la blanca y penetrante luz; y a ambos los alumbraba, en cambio, la luz de su
rojo ardor y amor sensual con tanta más fuerza... Y entonces sobrevino lo que tenía
que sobrevenir.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Elfrida había sido irrevocablemente suya.
Primero, Bernardo no había sabido lo que le pasaba; pero ahora, después de gozar el
amor carnal, le vino a la conciencia con tanta más claridad, terror y arrepentimiento,
lo que había hecho y a lo que se había dejado seducir.
Ambos se creían las víctimas irresponsables de una fascinación erótica. Y a él le
sobrevino una verdadera aversión contra esta muchacha tan joven y fresca. Ella
parecía que no quería darse cuenta de sí misma, y solo quería besar y ser besada,
para cambiar nuevos fuegos de amor.
Bernardo se sintió convencido por asco contra ella, contra sí mismo, contra la
situación toda. La repelió y salió corriendo con precipitación, sin despedirse siquiera.
En la calle, bernardo recordó de repente la visión que había tenido días antes. Al
decirle Elsa que no fuera a España, ya en aquel momento se dio cuenta que,
entidades del espacio, elementales, que actuaban sobre la mente de su novia, querían
estorbarle el camino de la Iniciación. ¿No sería hoy lo mismo? ¿No serían aquellos
demonios, de los cuales habían sido ahora juguetes y víctimas, él y Elfrida? Ya
Rasmussen le había advertido, varias veces, que las entidades bajas se valían de
todas las ocasiones y de todos los medios, para distraerlo de su objetivo...
Era cerca de media noche cuando volvió a encontrarse en su cuarto. En el camino ya
se había pintado las consecuencias inevitables de su conducta. A pesar de que había
obrado bajo la influencia de un poder extraño diabólico, no podía evitar su
arrepentimiento.
¿Cómo se portará Elfrida? —era uno de sus pensamientos principales que le
ocupaban—. De seguro que no expondría a su padre el transcurso verdadero del
suceso, sino que le haría creer que él la había seducido, y aun posiblemente que la
había violentado. ¿Qué es lo que el profesor Mertin haría? En todo caso, exigiría, con
toda seguridad, que se casara inmediatamente con ella.
Luego vio en su espíritu las consecuencias que el acontecimiento tenía que producir
en la pobre Elsa, tan digna de lástima. Vio cómo su corazón tenía que partirse. Creía
oír ya las justificadas amonestaciones de la madre de la una, previendo asimismo
cómo el padre de la otra la castigaría por su increíble ligereza.
Una voz interior le dijo después que quizás había puesto en peligro todo su porvenir:
Si aun hubiese podido amar a Elfrida, entonces todo hubiera podido arreglarse
casándose. Pero él sentía un aborrecimiento irresistible hacia esta muchacha de una
sensualidad tan excesiva. De tanta constricción y arrepentimiento, no sabía a dónde
escapar de sí mismo. el único consuelo se lo daba la idea de su próxima partida a
España y entonces se decía:
—¡Quién tiempo tiene, tiene vida!
Por el momento no le quedaba otra solución que tener paciencia.
Iba a desnudarse para poder acostarse, cuando vio que sobre la mesa de noche había
una carta. Era de Rasmussen e inmediatamente supo de que se trataba. era
indudablemente una contestación a su última carta, en que Rasmussen, a título de
epístola didáctica de maestro a discípulo le decía lo siguiente:
“Mi estimado amigo Reiman:
Mucho me alegró la noticia de que usted haya sido aprobado en su examen de una
manera tan brillante y de todo corazón le expreso mis mejores albricias por su título
de doctor en medicina, y que, para su porvenir, sea un emblema que lo lleve de éxito
en éxito a cumplir la misión de la cual un filósofo latino decía: Opus sanctus est sedare
dolorem. Que le sea a usted permitido ser un verdadero samaritano en el camino de
la vida.
Me pregunta usted qué debe seguir haciendo para que logre la iniciación en la orden
del Rosa-Cruz en España y como debe prepararse.
No hay que confundir la hermandad de los Rosa-Cruz, con otras sociedades, digamos,
por ejemplo: una sociedad de geografía estadística, una orden religiosa, la
francmasonería, un centro espiritualista o de la Sociedad Teosófica. A todas éstas se
logra entrar mediante pago o por vocación, en que uno adquiere compromisos con la
sociedad u orden en que entra y por otro lado la orden o sociedad tiene deberes con
el nuevo admitido. Como sacerdote, basta recibir las órdenes regulares y ceñirse el
hábito. En una sociedad se extiende el título de socio; en la francmasonería, dicen
que dan patentes, etc. etc.
Generalmente es cuestión de recomendaciones y pagos más o menos.
Ciertamente que existen también sociedades en Europa y en Estados Unidos que
llevan el nombre de sociedad Rosa-Cruz, muy respetables algunas de ellas pero
aunque de estos centros se logre a veces la admisión en la verdadera congregación
astral, no es necesario pertenecer a ellos.
Ya sabe usted, la verdadera fraternidad Rosa-Cruz existe invisible para los ojos
materiales en el plano astral y la iniciación solo se puede lograr cuando se esta
preparado. Para el Rosa-Cruz el dinero no existe... todo depende del adelanto del
neófito, que se conoce por su aura, por las señas de la mano, y por aviso del Gurú.
El primer grado, se obtiene en ciertos centros, uno de ellos es el que existe en el
Cerro de Chapultepec, en México, donde recibió Montenero, del que le hablé, su
primer grado. En Espopaña, tenemos un centro más elevado todavía. Este existe en
la provincia de Cataluña, la montaña de Montserrat. Ahí puede usted recibir el
segundo grado.
Esto que le han dicho sobre la alimentación, es tontería. Naturalmente, que la
alimentación vegetariana sea la más conveniente para el hombre desde el punto de
vista físico, es incuestionable; pero cuando el chela esta preparado para la iniciación
de encarnaciones anteriores, puede comer y beber de todo. Como dijo muy bien
Jesús, no es lo que entra por la boca, sino lo que sale, lo que hace daño al hombre.
¿Que provecho puede hacer a los miembros de cierta sociedad, propagar la
alimentación de cosas crudas, y que en las relaciones con sus llamados hermanos
todo sea hervido, y no haya más que disidencias, discordias y difamaciones? Ya
cuando logre usted la clarividencia, después de la iniciación, vera qué diferente es
todo, y cómo vivimos engañados, respecto de los hombres. Verá que el aura de uno
que se tenia por bueno y santo, demuestra que es malvado y perverso; y que en torno
de otro, a quien difamaba y despreciaba, relucen los colores puros del Maestro.
La orden de la Rosa-Cruz no tiene nada que ver con la masonería de que usted me
habla. Verdad que también la francmasonería tiene en el grado 18 príncipes de Rosa-
Cruz y que lo tomó del Cristianismo.
Rosa-Cruz puros eran los grandes príncipes de la Iglesia, en la Edad Media; y lo
siguen siendo ocultamente muchos, hoy día, a los que no les es dado exteriorizar su
filiación.
No podré dar a usted más detalles. Ciertos sueños, lúcidos algunos, otros cuyo
contenido no ha podido usted recordar al día siguiente, fueron motivados por cierta
labor hecha por usted por los maestros, Gurús del invisible, de una manera
preparatoria.
Puede usted ya, cuando crea conveniente, emprender un viaje a Barcelona, y
atenerse a las instrucciones verbales que le he dado; lo más conveniente será que
pase usted por París, donde el maestro Papus dejó ciertos iniciados en las ciencias
herméticas, que se reúnen en la rue Savoi, en el salón del barrio latino. Ya los
hermanos, allá, saben quién es usted, y pasarán con usted una noche. En Barcelona
irá usted a alojarse mejor al Hotel Majestic, en el Paseo de Gracia, y esperará allí
los acontecimientos.
sin que me sea posible dar a usted hoy mayores detalles, tiene mucho gusto en
saludarle su amigo,
RASMUSSEN”
Antes de decidirse a verificar el corto viaje que había emprendido Rasmussen a la
provincia desde donde ahora escribía, habían proyectado ambos que Bernardo fuese
también a la América del Sur: al Perú. le decía el Maestro:
Cuando llegue a Cuzco, por lo menos así era cuando yo pasé por ahí, los indios le
ofrecerán ídolos que dicen haber excavado en uno de los templos antiguos.
Al examinar aquellos dioses, generalmente se descubre que son hechos en Alemania
y llevan aún la marca de fábrica de su reciente manufacturación.
Londres posee un Museo más y los que visiten hoy día la capital británica, deben
aprovechar su estancia para conocerlo. Es un Museo de las falsificaciones, del
Burlington Fine Arts Club.
Sabemos que los Museos de arte antiguo son muy exigentes en la admisión de
objetos y que existen en ellos peritos especialistas de mucha experiencia para
examinar la autenticidad de las obras, y hasta, por ejemplo, que prueben que un
cuadro de pintura es una copia, para ser rechazado, y ya no tiene valor alguno.
La Exposición que se ha inaugurado recientemente en Londres, se empeña en hacer
todo lo contrario; ella solo admite y premia las falsificaciones, las copias, las
imitaciones y las premia muy bien.
La empresa ha tenido gran éxito; acuden de todas partes del mundo los visitantes, en
su mayor parte artistas, pero sobre todo los propietarios de casas que trafican con
objetos de arte.
Las ventajas que tienen los visitantes de semejante Exposición, es conocer las cosas
falsificadas, pues allí pueden comparar y estudiar las imitaciones célebres.
Existen artistas acabados, que falsifican, que hacen imitaciones de cuadros antiguos,
con una destreza, con una habilidad admirable.
En Alemania hay fábricas enteras, donde imitan muebles antiguos, que junto con los
cuadros nuevos, es decir,, recientemente pintados, se ponen como si se tratase de un
jamón en la chimenea de la cocina para que el humo le dé apariencia de antiguo.
Luego a estos objetos les falsifican documentos, en que consta que proceden de
conventos, de castillos feudales, etc., y documentos acompañan a las obras como una
especie de fe de bautismo que facilitan encontrar incautos que compren los cuadros.
En la exposición, el Berlington Club ha traído los originales de muchos cuadros para
ponerlos al lado de la falsificación y así poner mas de relieve el timo.
De tiempo en tiempo han sido robados cuadros de autores célebres, cuya autenticidad
estaba fuera de duda; pues ahora en esta exposición se han encontrado que estos
cuadros habían servido para ocultar bajo un cuadro imitado, otro bueno; fue
suficiente raspar uno para que quedara libre el primero.
Se ha visto en esta exposición, que Rembrandt es el pintor antiguo más difícil de
imitar, y que las copias se conocían enseguida.
De todas partes del mundo han acudido los hombres de ciencia y los peritos de
pinturas de mas fama, y el museo va a quedar como permanente.
Ahora viene otro aspecto práctico. Los ingleses ricos que tienen dudas sobre la
legitimidad de alguna obra de arte de su propiedad, las mandan para hacerlas
examinar.
En Madrid he tenido ocasión de visitar muchas casas de aristócratas, donde me han
enseñado cuadros de Murillo, de Goya y Velásquez, y yo creo que una exposición
semejante no estaría mal por aquí, pero se debería buscar un local amplio... muy
amplio.
XIX
Elfrida estaba radiante de alegría, por más que su prometido secreto, como ella solía
denominar a Bernardo, no se había dejado ver ya desde algunas semanas. Estaba en
su carácter probablemente, que permaneciera tan callado, a la manera de las grandes
naturalezas; y con toda seguridad iba a ser un gran hombre; su mismo papá se lo
había dicho y éste sabía siempre muy bien lo que decía. Lo que sí no le gustaba, en
absoluto, era que a nadie, ni siquiera a su primo Hans ni a la señora Gruenfeld, podía
explicarles que estaba prometida. Por esto, estaba cavilando cómo podría hacer
cambiar de parecer a su padre, pues de otro modo Hans podía llegar a figurarse que
él era su único pretendiente. Y en cuanto a alusiones, bastantes había hecho ya.
Nada; sería la esposa de Reiman. Como hija que era de un profesor, su marido tenía
que ser más tarde profesor también y no un triste hidalgo de polaina, como lo era
Hans. Y tuvo que echarse a reír ante la idea de que ella, como él muy probablemente
se lo figuraba, y quién sabe en lejana finca, se estaría inspeccionando las cuadras,
con las faldas arremangadas, vigilando a las sirvientas, ayudando a desatar la leche y
manipulando en la cocina lo mismo que en las bodegas. Eso le faltaba, que en vez del
fino perfume de las rosas, la envolviera el vaho de las cuadras.
—No, Hans; en mi vida seré yo moza de cuadras. ¡Yo soy la prometida de Bernardo!
—díjose a sí misma en alta voz—. Que se enteren los vientos que soy su prometida.
Rechinó la puerta del jardín; y Hans con quien justamente estaba conversando en
pensamiento, se le acercó con paso acelerado a través del jardín.
—¡Pero, si estás corriendo como si se te hubiesen desbocado los caballos! —exclamó
ella sonriendo.
Un momento después, hallábase Hans von Reichenau a su lado, con la cara toda
encendida; y puestos sus negros ojos investigadores en ella, interrogóla brevemente:
—¿Es cierto lo que hace un momento dijiste, en alta voz para ti, antes de que yo
penetrara en el jardín?
Elfrida retrocedió asustada unos pasos, mirándole de hito en hito con sus grandes
ojazos. Jamás había visto a su primo de esta manera. Le parecía todo extraño con su
respiración jadeante, la mirada casi amenazadora y la tosca seriedad que se leía en
su semblante.
—¿Cómo puedo yo saber que los caballos se te han desbocado? —respondióle ella
con forzada sonrisa.
—¡Disparate! —la recriminó—. Quiero decir: si es cierto que eres la prometida de
Reiman.
Elfrida sintió cómo su corazón le palpitaba hasta el cuello.
—Pero ¿tú has oído algo? —le preguntó.
—¡Vamos! —insistió Hans—. ¡Dime la verdad! Bien claro lo he oído, gracias a Dios.
—Y si así fuera, ¿a ti qué te importa? —replicó ella con acento arrogante.
—¡Oh, pues, mucho! Tu madre nos ha prometido a los dos en su lecho de muerte,
cuando tú aun estabas en pañales. Nosotros pertenecemos el uno al otro, y ningún
extraño podrá separarnos.
Un deseo irresistible de burlarse se apoderó de ella y se echó a reír de su chiste,
como ella lo llamaba.
—Tú te ríes de ello... pero, no obstante, es la pura verdad. Pre gunta a tu padre, que
él mismo me lo ha dicho.
Elfrida púsose seria al momento. ¿Mi padre a ti? ¿Y a mí no me ha dicho una sola
palabra siquiera? ¿Sólo a ti?
—Pues claro, porque tú eres demasiado niña aún.
—Entonces, ha sido un grande error, de parte de los dos, que vosotros, y tú sobre
todo, tendréis que expiar ahora. Yo soy la prometida de Bernardo Reiman. Mi padre
está de acuerdo con que nos casemos después de su regreso de España.
Ya lo sabes, pues. ¡Y tienes que conformarte!
Con plena decisión se lo dijo.
—Pero yo no me conformo con ello —profirió él—. Primero me lo tiene que decir tu
padre mismo.
Quiero tener certeza completa.
—Además, y ante todo, tendrías que preguntarme, primero, si te quiero yo, si mi
corazón siente por ti... Seguramente que yo te quiero mucho como mi primo y amigo,
pero como esposo..., nunca, jamás. Como futuro esposo mío, no entras en absoluto en
consideración.
El se la quedó contemplando perplejo. ¿Era éste el gato silvestre, la rapazuela, que él
quería amansar? ¿Era ésta la Elfrida, con su cabecita caprichosa? Parecióle, de
pronto, otra; que se había vuelto otra. después de una breve pausa, preguntó, con
ronco acento:
—¿Es ésta tu última palabra, Elfrida?
¡Singular la dolorosa impresión que le hizo esta pregunta! Desvió su mirada de él y se
puso a contemplar el jardín. Al pie del manzano floreciente, una ardilla subía alegre
por el tronco, haciendo murmurar el follaje. Algunos petirrojos saltaban de rama en
rama preocupados en su juego de amor. El sol estaba en declive, inundándolo todo
con sus rayos dorados.
Como aun siguiera callada, volvió a preguntar, con más insistencia que antes:
—Elfrida, escucha lo que te digo: ¿Es ésta tu última palabra?
Y, como ella prosiguiera en su mutismo, agregó:
—¿Te has olvidado ya de nuestros juegos infantiles en que jugábamos a marido y
mujer? Aun te veo como joven madre en que tan encantadora eras con tus muñecas,
por lo cual ya de muchacho te adoraba yo como un ser superior. Y poco a poco el
amor fuése arraigando y tomando un incremento cada vez mayor, hasta tal punto, que
hoy no puedo ni siquiera ya vivir sin ti. Tú sabes, yo soy rico. Puedo y quiero cuidarte
como si fueras una princesa. Todo lo pongo a tus pies. Ya conoces las grandes y tan
extensas tierras señoriales de mis padres, cuyo único heredero soy yo. Todo es para
ti, solo para ti ha de ser. Es por este motivo, por la que he aprendido la agricultura, y
tengo alegría con ella; asimismo, bien seguro estoy de que tú, justamente, con este
sentimiento que tienes por la naturaleza, la llegarías a amar de la misma manera.
Ella lo contempló toda extrañada. En sus ojos se veía una gran admiración.
—Mucho me extraña que sólo hoy me hables de amor.
—Pero ¿es necesario que se diga esto? ¿No lo sientes ya desde años el amor que te
profeso?
—No puedo, Hans —profirió—. ¡Soy la novia de Reiman!
Hans de Reichenau lanzó una ronca carcajada.
—¡Pero eso son tonterías, Elfrida!
—No, nada de tonterías, es la pura verdad —articuló ella toda compungida.
Se oyeron pasos y ambos dirigieron la vista hacia la puerta. Era el profesor Mertin
que, de regreso de su cátedra, atravesaba el umbral.
—¡Hola, hijos!
Al ver que los dos callaban, levantó la vista.
—¿Qué os ocurre? ¿Qué habéis vuelto a reñir? —díjoles burlonamente.
—Tío... yo..., yo...
Hans no supo cómo proseguir, y se limpió el sudor de la frente. Extrañado
contemplaba Mertin a su sobrino.
—Pero ¿qué tienes?
—¡Ah, sí; justo! ¡Mis felicitaciones más sinceras, mi enhorabuena! —balbuceó Hans
de Reichenau.
—¿Felicitaciones? Pero ¿para qué? Mi santo ya pasó, bien lo sabes.
—¡Por haberse prometido Elfrida! —exclamó Hans.
—¿Por haberse prometido Elfrida? ¡Si estáis locos...! ¿Y tú te crees eso?
—Ella misma me lo acaba de decir hace un rato, que se ha prometido con Reiman.
—Y efectivamente lo estoy —dijo ella, llena de obs tinación—. ¿O se te ha olvidado
ya que nos presentamos como prometidos? Solo nos exigiste que nuestra unión
permaneciera secreta, si bien no sé por qué motivo.
El profesor Mertin se echó a reír.
—¡Ah! sí; justo. Eso fue el día en que Reiman nos hizo su visita de despedida y en
que, embriagado por el vino, dijo que sí a todo lo que tú proponías. Cierto, muy
cierto; fue entonces cuando tú me anunciaste haberte prometido con Reiman, no él;
lo que naturalmente no tomé en serio. Yo estoy casi seguro de que Reiman ya no se
acuerda para nada de toda la cuestión.
—Pero esto es enorme de tu parte, papá. Parece increíble que digas una cosa así —
exclamó ella toda excitada—. El asunto es serio, y sigue serio; pues yo solo me
casaré con Reiman y con nadie más en el mundo.
—Pues entonces, tranquilízate un poco, hija mía —prosiguió su padre—, y escucha,
pues tengo que contarte un epílogo ocurrido después de haberte tú prometido con
Reiman: Has de saber, que ha poco recibí la visita de la madre de Reiman, la que me
suplicaba influyere sobre su hijo Bernardo para que dejara a una joven que estaba
ciega. Pues por amor a esta joven, hasta quería hacerse oculista para tratar en lo
posible de curar su ceguera. Como era natural, le he dicho a su madre que yo no
podía ocuparme en los asuntos particulares de los estudiantes, en cuanto no
perjudicasen el buen decoro de los estudiantes en general, o fuesen de carácter
deshonroso. Cada uno de estos jóvenes tiene su muchachita; y mucho tendría yo que
hacer, si quisiera contentar a todas las madres. Lo único que pude prometerle fue
que guardaría silencio de su visita. Pero ahora que veo que mi Elfridita aun sigue
encaprichada en esta idea, le tengo que hablar de esta rival y espero que esto la
curará.
Y repito, yo no he tomado en serio el incidente cómico con Bernardo Reiman.
Elfrida había escuchado con celo creciente. De la verdad de lo que su padre le decía,
ni que dudar había. De la vergüenza que sintió, se le subió una oleada de sangre a la
cabeza, incendiándosele las mejillas al pensar que era engañada, y que era
desatendida a causa de una pobre ciega. Ahora ya sabía el porqué. Pero, sin
embargo, quería atenerse hasta el último extremo a su derecho, hasta que él mismo
se retractara.
—Qué importancia tiene si un joven, y sobre todo un estudiante, tiene una amiguita,
esto poco me importa. Ahora que soy su novia, seguramente se abstendrá de tales
tonterías —dijo, consolándose a sí misma con tal argumento.
Hans se echó a reír con despecho mal disimulado, pero luego se le escapó el
juramento de que ya se la pagaría quien engañara a su prima. De ninguna manera
podría él aceptar esta situación. Exigía que se jugase con las cartas abiertas; si no,
pasaría una desgracia. Y aquí las cartas estaban mal, y todo, solo por culpa de
Elfrida; pues era ella la única responsable de ese acto. El mismo lo había encontrado
en las primeras horas de la mañana. Luego habían celebrado la despedida con otros
colegas, tomando ya entonces más de una copa de vino. Y después, nuevamente en su
casa.
—Es muy natural que cualquier joven se prometa contigo, si tú te echas en sus
brazos —le objetaba para luego agregar: Vamos, pues, primita, dame la mano y no
nos acordemos más de la broma de haberte prometido. Ven acá; sé razonable.
Su acento era suave como el de un niño. Ya iba a tenderle la mano, cuando su
obstinación recrudeció.
—¡No! —exclamó y retiró su mano—. Primero quiero saber a lo que he de atenerme
y quiero cerciorarme de cómo está la cosa con la ciega.
—Bueno, entonces esperaré —contestó Hans, respirando con alivio, pues ahora
volvía a tener esperanzas. Y quiero saber la determinación de mi madre.
¿Qué es eso? ¿Es que Hans había dicho algo?
Su mirada dirigióse interrogadora a su sobrino.
—Yo le he hablado a Elfrida de ello porque creía que ya lo sabía —contestó Hans.
—Lo que por él has sabido —le dijo su padre—, es el deseo de tu madre por el gran
cariño que os profesaba cuando niños.
Cuando ella murió, tú tenías tres años. Pero yo me quedé callado porque quería que
tú misma te eligieras al compañero de tu vida. Y solo te habría hablado de ello, si tu
elección hubiese recaído en Hans. Sin embargo, no te apruebo ni acepto el haberte
prometido con Reiman. Ahora ya conoces también los motivos que tengo para ello.
—Sin embargo, he de rogarte que no te opongas a que me considere como novia de
Reiman, mientras no esté aclarada la cosa con la ciega. Iré a ver a la señora Reiman
y me proporcionaré pormenores sobre ello.
—Hazlo así, no tengo inconveniente; además no tiene importancia. Lo principal
parece que tú no quieres comprenderlo; esto es: que Reiman tiene que pedirme tu
mano en toda forma a mí mismo, a no ser que haya hecho ya anteriormente otra
elección; sólo entonces podremos hablar de que estás prometida con él.
Elfrida comprendió que su padre tenía sobrada razón, lo que la enfadó a causa de
Hans, que estaba presente en este altercado.
—Esto me es completamente igual —objetó con obsesión—. ¡Pero a un hidalgo de
polaina lo aceptaré aun mucho menos!
Y, con estas palabras y lagrimas en los ojos, salió precipitadamente del aposento,
cerrando la puerta violentamente tras de sí.
—¡Deja que se apacigüe, Hans! ¡Si es tan cándida aún...! Cuando haya pasado el
primer tumulto, con seguridad que volverá hacia ti, pues en el fondo de su alma es a ti
a quien ama. O, si no, tendría yo que ir muy equivocado, lo que no puedo creer. Pero
una cosa tienes que prometerme, Hans. En caso que la cosa saliese en contra de
nuestros deseos, tú tendrás que soportar, como un hombre, lo que no se puede
remediar y seguirás siendo siempre mi muchacho querido.
Mertin le tendió la mano, la que Hans tomó cordialmente con las siguientes palabras:
—¡Muchas gracias, querido tío! Que todo se trueque en nuestro bien.
Con estas palabras despidióse Hans de Reichenau del padre de Elfrida.
XX
...Bernardo pasó una temporada rara, su periodo preparatorio...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El Maestro Rasmussen le había dado instrucciones prácticas, tan exóticas, tan
desconocidas en absoluto...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
De noche, tenía sueños curiosos, que a veces recordaba con toda lucidez; a veces,
solo a medias...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Comprendió, de pronto, que la visión que había tenido Elsa —el incidente con
Elfrida—, había sido provocada por seres invisibles, para estorbarle la Iniciación...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Muchas cosas que hasta ahora habían sido oscuras, incomprensibles para él, se
aclaraban...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Comprendió también que, para su Iniciación, el matrimonio no solo no era prohibido,
sin o que se imponía...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Su mujer, algún día, sería sacerdotisa...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Vio que le habían sido necesarias todas las personas con quienes había vivido: su
padre..., Elsa..., y hasta su madrastra...
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Sintió que, aunque había sido vencido en las pruebas físicas; en otras a que le habían
sometido en el Astral, durante el sueño, había salido vencedor...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La prueba más difícil había sido la decisiva: y fue la que le permitió ir a Montserrat...
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Había sabido callar...
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Callar...
Comprendió que también es malo, cuando es preciso hablar...
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El misterio de Wagner...
Parsifal no llegó a ser rey del Graal, porque no preguntó el porqué de los dolores de
Amfortas...
Si hubiese sido Parsifal, habría preguntado. Y esta sola pregunta, este solo momento
de hablar, le habría valido lo más grande, lo más excelso y divino que se puede lograr
en este mundo.
LA INICIACIÓN
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
XXI
Bernardo descendía del tren en la estación de Francia y se encaminó al hotel
Majestic.
No se había valido de ningún Baedecker para informarse sobre la ciudad condal.
Había tenido cierto prejuicio contra España. La frase: “El África principia en los
Pirineos”, la había tomado muy en serio, y se sorprendió al atravesar bulevares tan
elegantes como el Paseo de Gracia. Enfrente del hotel, ante su vista se destacaba el
Tibidabo, y la Atalaya le parecía que indicaba la verdad de la frase de donde ha
tomado el nombre, de la leyenda bíblica, cuando Jesús estaba con el demonio en la
punta de la montaña y le decía: “Toda esta belleza de la tierra te daré, si te arrodillas
y me adoras”. Y, para conquistarle, decía: Tibi dabo.
En el hotel se dejó indicar cualquier pieza, ya que le era igual el piso que podían
darle, pues como el Rosa-Cruz le había dicho que esperara en el hotel, que lo iría a
buscar para darle el segundo grado y éste seria dado fuera de Barcelona, se dijo:
Para estar un día aquí, me es igual y no exijo confort.
Barcelona era una de las ciudades más hermosas del mundo.
Observó que los catalanes eran un pueblo trabajador y de talento. Entre ellos, había
algunos desequilibrados que soñaban con separatismo, olvidando que, ni por la
tradición, ni por la historia, ni por razones étnicas, pueden jamás atentar contra la
integridad de su patria. Por si esto fuese poco, hasta el mismo móvil egoísta debía
impeler a los tales, a no dejarse arrastrar por esas ideas absurdas y antipatrióticas.
Encantadoras encontró las costumbres regionales; las sardanas; las típicas fiestas
mayores, con sus clásicos entoldados (envelats), con los que las muchachas, sin
distinción de clases, sueñan todo el año, teniendo como único acicate, el firme y
decidido deseo de rivalizar entre ellas, con sus mejores galas.
El idioma catalán, tan armonioso y rico, que parece inventado para los cantos épicos,
por su melodiosa fuerza, sedujo a Bernardo. Y no podía comprender cómo esos
hombres, tan buenos y laboriosos, que al través del lenguaje veía contagiados por
aquellos ilusos, a quienes antes aludí, gritaban: “Visca Catalunya!”; y no gritaban:
“¡Viva España!”
La majestuosidad del Mediterráneo llama la atención de todo el que viene a
Barcelona, y nos despierta ideas sobre esta gran laguna.
Bernardo se había puesto a meditar sobre la inmensidad del Océano.
El mar es una masa de agua que cubre las dos terceras partes del globo, en íntima
conexión con todos sus Océanos, a tal grado, que un médico homeópata de la escuela
oficial de México, creía que cuando se botaba un globulito de remedio en la bahía de
Vera Cruz se deberían sentir sus efectos en las aguas de Vizcaya.
Así como la superficie de la tierra está poblada de seres, desde el interior de la mina
más profunda hasta la cima del Himalaya, el mar, a pesar de los millones de peces
que observamos, tiene partes completamente despobladas, grandes, inmensas
regiones donde la vida se hace imposible por falta de luz.
Estas partes que se asemejan a un inmenso desierto, son las grandes profundidades y
de éstas las hay que son de grandes dimensiones, ya que una comisión de alemanes,
sobre un barco de observación, pudieron sondear profundidades de 5.000 a 6.000
metros, que son frecuentes, pero en las que la vida es casi nula o por lo menos
incomprensible para nosotros, porque toda vida requiere luz y ésta solo traspasa los
primeros 300 metros; mas allá todo es oscuridad y frío, queda siempre alrededor de
cero grado.
Los peces y otros animales marinos buscan las aguas poco hondas y aman las
proximidades de las costas donde encuentran mas alimentos.
En ciertas regiones del mar, viven verdaderos monstruos y si muchos naturalistas
han negado la existencia de la serpiente marítima, han tenido que corregir su juicio al
leer la obra del inglés Mitchell Hedges que realmente vio aquellos monstruos.
Hedges vio peces que pesaban 50 quintales.
En el océano Pacífico existen escorpiones marítimos de 9 pulgadas de largo y muy
venenosos. En otros mares existe una especie de murciélagos acuáticos cuyo peso
también pasa de 40 quintales.
Pero no solo esos monstruos que recuerdan épocas prehistóricas, sino que hay
especies marítimas que recuerdan animales domésticos. Así, por ejemplo, en ciertas
islas del Pacífico hay vacas marítimas; después hay elefantes y una serie de animales
que atacan a los hombres, tan pronto encuentran ocasión para ello.
Durante el verano, esos peces peligrosos que de común viven mar afuera, buscan las
costas. Por eso, siempre es un peligro nadar demasiado lejos: nunca se sabe lo que
puede acontecer, ni qué se puede encontrar.
Parece que las aguas del Mediterráneo son las más inofensivas. Sin embargo, hay
una especie de tiburones que viven aquí cerca y que pueden llegar hasta las aguas de
Barcelona; por lo mismo, siempre es recomendable conformarse con los baños de la
costa misma y nadar cerca, sin buscar el peligro.
En el Astral existen estos monstruos que el Rosa-Cruz puede evocar.
Bernardo tenía facultades para llevarla varita adivinadora; siendo estudiante en
Alemania había descubierto corrientes de agua, en terrenos al parecer secos.
Aquí en Barcelona, vio un sistema completamente nuevo para esas labores
provechosas.
Sabemos que desde el centro de la tierra hay corrientes magnéticas que todavía se
registran a muchos kilómetros en la atmósfera.
Actualmente, existe una balanza de torsión para explorar el interior de la tierra y
descubrir arterias de agua o vetas de metales.
Todos sabemos cuán costoso es a veces buscar una veta argentífera. Los mineros
gastan miles y miles inútilmente, cuando tienen la desgracia de dar con bolsones de
metal, semejantes o confundibles con una veta cortada; y entonces siguen la
dirección a ciegas, y gastan en esos trabajos, muchas veces, toda su fortuna.
Para encontrar agua en Alemania se usaba mucho la vara adivinadora; una especie
de barrita de madera o metal que llevaba una persona con facultades especiales,
caminando sobre un terreno dado. Si bien es verdad que con este medio se
descubrieron muchas veces fuentes de agua y se dio con buenas minas, el resultado
no era matemático; dio unas veces resultado; otras veces, no. La balanza nueva,
dicen que es un invento absolutamente seguro y que se han encontrado vetas de
metal en Escandinavia, en el fondo de un lago profundo y que, además de estar
tapado por el hielo tenía una capa de arena en el fondo.
Dice Derstorf, que esta balanza mide por el grado de torsión, a la cual queda sujeta
un hilito extraordinariamente delgado de platino-iridio.
Por ejemplo: concreciones salinas, en relación con las rocas que las rodean
representan una falta de masa. Pues bien; estas concreciones salinas, en
comparación con la roca estéril, son mucho menos espesas y producen así una
modificación en el campo de gravitación. Al revés: las vetas metálicas representan
excesos de masa, en comparación con la roca, y muestran modificaciones en el campo
de gravitación.
Parece que el aparato es sencillo y que no lo venden a precio exagerado, de modo
que todo minero lo puede adquirir.
Las montañas de la península ibérica encierran grandes tesoros en plata y oro. Los
antiguos han explotado minas que hoy ya no se conocen. El inventor tiene, pues, en
España, y en la América latina, un gran campo de acción. Pero no solo en la minería;
en la agricultura falta agua, y sabemos que existen por todas partes corrientes
subterráneas, difíciles de encontrar hasta ahora.
La balanza de torsión, pues, es un invento de mucha importancia, y pronto sabremos
el resultado que ha tenido en las diferentes partes del mundo.
Nuestros antepasados tenían la costumbre de enterrar el dinero para esconderlo de
los ladrones y se supone que en muchas murallas de edificios antiguos, se encuentran
monedas de oro guardadas. Ahora, con la balanza, se podrá ver al través de los
muros, sin destruirlos. Y, con este aviso, damos la voz de alerta a las personas que
habitan casas sospechosas; porque, con la balanza alemana, pueden ganar la lotería
de Navidad sin jugar.
Tanto en el cuerpo humano como en los instrumentos, solo es cuestión de aumentar
la sensibilidad.
El individuo que puede llevar con éxito la varita, no es nada más que un
hipersensible.
Un americano que recibió sus enseñanzas en Charlottenburgo, ha hecho un invento
notable, al presenta a la Academia un instrumento con el cual se puede medir la
millonésima parte de un milímetro, es decir, observar algo con mucha más precisión
que con el ultramicroscopio más perfecto. El ultramicroscopio hará una revolución, no
solo en la física, sino hasta en la química y biología.
Por de pronto, ha podido medir el crecimiento de una planta durante diez minutos; y
se vio que los vegetales no se desarrollan uniformemente, sino a saltos, y que luego
decrecen, según la influencia de la luz. Describe el crecimiento de la planta una
especie de espiral.
Para los agricultores, es de importancia el invento, porque con el micrómetro se
podrá ver la influencia efectiva de los abonos de una manera absolutamente
matemática. Asimismo, se acabarán las discusiones sobre la influencia de la luz
ultravioleta, porque ahora se vera lo que hay de cierto.
Todo lo que se ha discutido sobre la construcción o constitución del átomo, recibirá
una explicación precisa; pues el ultra micrómetro podrá medir objetos mucho más
pequeños como los que hemos tenido por átomos.
Como, por influencia del calor, los cuerpos se dilatan y nunca se pudo saber con
precisión hasta qué grado; ahora, con el ultra micrómetro, se verá eso
admirablemente. Por tal circunstancia dará explicación y nortes nuevos a los
químicos, en muchas materias.
El aumento de la temperatura se podrá medir en su grado mínimo, lo que
aprovechará la meteorología.
Admirables son los sismógrafos, y con ellos podíamos, en Barcelona, saber cuando se
verificaba un temblor en el Japón. Pero allí cabían dudas sobre la localización; se
sabía que había habido un movimiento sísmico, y no se sabía dónde. Ahora sí:
aplicando el nuevo aparato, se sabrá enseguida el lugar exacto.
Bazzoni, que así se llama el inventor, pudo localizar un camión cargado que venía a
muchos kilómetros de distancia.
En mecánica, el resultado fue colosal.
Un eje pulido que servía para un instrumento de precisión y que se creía redondo,
resultó una verdadera montaña rusa, donde habían subidas y bajadas enormes.
Medidos de ahora en adelante estos ejes con el ultra micrómetro, y lográndolos
realmente redondos, evitando todo roce, toda frotación, nos acercamos al movimiento
perpetuo.
En fin, es incalculable el alcance de este nuevo invento y lo mejor es que no resulta
caro; cualquiera se lo podrá construir en su laboratorio, puesto que se trata de una
combinación de espejos fácil de montar.
Nunca se habían inventado tantas cosas y tan notables como en los últimos meses, y,
sin embargo, no se ha dado a todos estos adelantos importancia como antaño se
hacía, porque el mundo está ocupado en asuntos políticos, pero como un invento se
enlaza con otro, dentro de poco se verán verdaderas maravillas.
Si la humanidad hubiese gastado el dinero que se derrochó en la guerra para matar,
en la aplicación de estos inventos, cada uno de los cuales sirve para hacernos la vida
más llevadera, ¡qué bien estaríamos! Pero las naciones no aprenden; de nuevo se
gastará en máquinas de guerra, y todo el mundo se armará. Sin embargo, los inventos
beneficiosos, alguna vez se abren paso. Este último —el ultra micrómetro— tiene
una aplicación enorme, para la Quirología.
En los hombres se logra aumentar la sensibilidad, por medio del ejercicio de Tatwas.
Toda realización de fenómenos ocultos, tiene por base el manejo de los Tatwas
(véase mi libro el Tatwametro o las Vibraciones del Éter). La vida planetaria no es
más que consecuencia de vibración del éter, él es la liga física universal, el vehículo
de todas las fuerzas. El éter gobierna la electricidad, el magnetismo, la cohesión y la
gravitación. Verdad es que la ciencia oficial, aun no sabe lo que es el éter, pero la
orden Rosa-Cruz lo conoce hace siglos y siempre se ha valido de él para realizar sus
milagrosas operaciones.
Así como el estudiante de letras deberá principiar por el A B C y el que quiere
aprender las matemáticas ha de haber aprendido la tabla de multiplicar, el chela
Rosa-Cruz debe ejercitarse en el manejo de los Tatwas.
El conocimiento de los Tatwas es muy antiguo.
Los arqueólogos han podido comprobar ciertos principios y métodos Rosa-Cruz, al
hacer sus excavaciones. En Egipto, era costumbre en los sacerdotes escribir reglas
instructivas sobre tablillas, para que les sirviesen de guía a los muertos y supieran
comportarse al despertar en el más allá. De estas tablillas se ha formado una obra
que se llama el “Libro de los Muertos” y que ha dado mucha luz para la magia
práctica. Es de advertir, que los hermanos mayores cuidan indefectiblemente de que
cuando son tablas demasiado peligrosas las destruyan antes de que los arqueólogos
den con ellas. Generalmente las llevan a los centros nuestros. Por el “Libro de los
Muertos” se ve cuán adelantados estaban los Egipcios.
El hombre, para sus observaciones, solo puede valerse de sus cinco sentidos para
adquirir una convicción, pero la ciencia ha probado que hay animales que no tienen
más que dos sentidos y aun hay algunos que solo poseen uno. Si la teoría de Darwin
llega a confirmarse y yo no lo dudo que en parte sucederá, el hombre antes carecía
de ciertos sentidos que actualmente posee. El hombre de la cueva no puede
compararse con un sabio actual. Así, pues, como los sentidos se han ido
desarrollando poco a poco en el pasado, para conocer el mundo actual, en otro lapso
del porvenir, desarrollaremos otros sentidos, para conocer el mundo invisible.
Los hombres de ciencia, siempre han creído encontrar una identidad del alma con el
cerebro, y creen que, mientras más voluminosa o más perfecta y normal sea la masa
encefálica, más inteligente tiene que ser el hombre. Esto no siempre es verdad; pues
no debe olvidarse que, cuando se hizo la autopsia de los cadáveres de Brummssen y
Mommsen, se vio que tenían la masa cefálica completamente reseca.
Últimamente en el Middlesexspital de Londres, se han hecho experiencias muy
concluyentes sobre la relación que existe entre el dador de la sangre y el receptor en
las transfusiones, pues el enfermero Lee que en veinte casos había prestado su
sangre a enfermos graves, pudo decir con certeza matemática si el paciente moriría o
viviría, más aún, cuando la persona moría después que llevaba sangre de él, aun
estando muy distante, él lo sabía. Esto es una prueba que la sangre en su parte astral
no se desune, fenómenos que es completamente desconocido por la medicina.
Dos días hacía que Bernardo regresaba a cada instante al hotel, a enterarse, en la
portería, de si alguien había preguntado por él. Pero siempre la misma respuesta: No
ha venido nadie, señor.
La situación era desesperante. ¿Qué habría pasado? ¿Se habría olvidado Rasmussen
de escribir oportunamente a sus hermanos de aquí para que le dieran el segundo
grado o se habría perdido la carta?
Todavía le perseguía la idea de que en todo debía de haber alguna equivocación.
Quizá debió haberle confundido Rasmussen con otro. Esto de insistirle siempre que
debía recibir el segundo grado, cuando no había recibido todavía el primero, le
preocupaba.
Para conocer el medio, había ido a visitar los centros teosóficos, pero la recepción
que le hicieron la última vez, le obligó a no volver más.
Al llegar la tarde del cuarto día, se dijo: Ya mañana no esperaré aquí en balde. Me
iré a visitar la montaña de Montserrat.
XXII
Muy de madrugada, tomó el tren en la misma estación de Francia, donde había
llegado, siguiendo el consejo del mozo del hotel. Salió para Martorell. Era una
mañana hermosa, día 27 del mes.
Muchas veces el Rosa-Cruz le había dicho, que este día se debía reservar para las
oraciones, que era el día predilecto para ponerse en comunicación con los maestros
del invisible. Muchas veces había formado la cadena con los maestros y lo que le
daba pena era que hoy se encontrara tan solo. ¡La decepción que le habían causado
algunos teósofos de Barcelona, los que se hacían llamar espiritualistas y hasta Rosa-
Cruz, había sido tan grande...! Hacía años que se repetían en sus obras las mismas
cosas, nada más que cambiando la frase, ensanchándola de vez en cuando, pero
siempre alrededor de un círculo vicioso, entre el dogma del Karma y la
reencarnación. Hoy se sentía inclinado a la meditación. ¡Los ensueños que había
tenido todas las veces anteriores, durante los seis días que esperó, fueron ensueños
tan raros...! Había visto seres que se aproximaban a su lecho, había despertado
muchas veces con cierta angustia, etcétera...
Bajó en Martorell, donde le habían dicho que había automóviles. Buscó por todas
partes, pero no pudo ver ninguno, hasta que de pronto divisó una especie de auto de
turistas con imperial y se dijo: Allá arriba me voy, pues estaré solito y nadie me
molestará para tomar la impresión de Montserrat. Abajo, el conductor estaba
acomodando a la gente. Creía Bernardo que no habría nadie que quisiera compartir
con él los asientos de arriba. Más, de pronto, salen del edificio de la estación un
grupo de seis viajeros más, y entre ellos un médico a quien había consultado una
noche, y una señora que en varias ocasiones había creído ver en la Rambla. todavía
no había salido de su sorpresa, cuando el médico que había levantado la cabeza le
dijo:
“—¡Qué, amigo! ¿También a Montserrat? Pues allá vamos, para estar con usted”. Y,
en un santiamén, se habían acomodado los llegados últimamente.
—Voy a tener el gusto de presentarle a la señora Saisa.
Señora, ahí tiene usted a un colega alemán que ha venido a conocer nuestra tierra.
El camino iba, primero, a Esparraguera, por una calle angosta por donde a cada paso
había el peligro de atropellar a alguien: las bombillas del alumbrado se podían coger
con las manos. Después, a los tres pueblos del Bruch.
Al último, ya están cerca de la montaña, y se divisa en la piedra un triángulo, como si
la montaña tuviera una ventana al espacio infinito. ¡Qué vegetación tan rara! Sigue el
camino una especie de serpentina que circunda a la montaña, hasta de repente llegar
al patio mismo del convento.
Primero fueron todos a la Iglesia a recogerse ante la santa Imagen. La señora le
había contado el cuento de Fray Garí. con elegante dicción había dicho:
El conde de Barcelona tuvo una hija de rara belleza, pero a la muchacha le daban
ataques epilépticos. Se consultó a todos los médicos, para curar aquellos ataques,
pero nadie podía curarla. No se trataba de una epilepsia común. Era una especie de
posesión; pues, tan pronto la muchacha perdía el sentido, hablaba un ser en ella: era
la voz del demonio; y, después del exorcismo, hecho por un sacerdote de aquí, la
entidad que se valía de la boca de la muchacha enferma, decía que no se curaría,
hasta ser llevada ante un santo sacerdote que a la fecha dirigía o era abate del
convento de Montserrat. El mismo espíritu le había dicho que debía confiar a la
muchacha por varios días al Abad, y que si éste se opusiera, por ser un
quebrantamiento de la clausura, el conde de Barcelona debía imponer toda su
autoridad y obligar al fraile a que admitiera a la muchacha.
El conde de Barcelona obedeció la indicación y llevó a su hija a Montserrat. Como
creía el padre, opuso resistencia, pero el conde le obligó a desistir de ella y le entregó
a la hija. Sola ésta ya con Fray Garí, que así se llamaba el sacerdote, a éste el
demonio le abrió los ojos físicos y quiso contemplar esta belleza extraordinaria. En la
noche siguiente, la muchacha cae con sus ataques de epilepsia y fue a tentar con sus
carnes voluptuosas al fraile. Este al principio huyó y se escapó; pero, al fin, fue
vencido y comió el fruto del árbol prohibido. Consumado el acto, la entidad que se
había posesionado de la criatura, lanzó una carcajada infernal, burlándose del
sacerdote que había faltado a sus deberes de celibato; y éste, entonces, llevado por la
cólera, se echó encima de aquella, le puso las manos en la garganta, y la estranguló.
El estertor de la muerte se confundía con la carcajada lanzada por el demonio. Pero
luego vino el espanto al fraile; y entonces, por el temor del castigo que podía venirle
por parte del conde de Barcelona, sigilosamente, se llevó el cadáver y lo enterró
junto a una roca de la montaña, cubriéndolo, primeramente, con la tierra fresca, y
después con unos matorrales silvestres.
Al querer regresar al convento, sintió una voz que decía: “Te convertirás en un
animal, hasta que una criatura te perdone tu crimen”.
Al acercarse al convento, la transformación ya se había efectuado. Vio que unos
leñeros que estaban trabajando en la montaña, huían espantados; y entonces advirtió
que la ropa le había desaparecido, cubriéndole el cuerpo una espesa pelambre.
Llegado al convento, los legos tomaron palos para espantarlo, y el animal no tuvo
otro remedio que refugiarse en la montaña.
Allí quedó; pero nadie sabía que el criminal y el fraile eran idénticos.
La desaparición, pues, de Fray Garí y la de la criatura, llamaron poderosamente la
atención en Cataluña. El conde de Barcelona hizo todo lo posible para saber el
paradero, pero todas las investigaciones resultaron inútiles. El Abate convertido en
animal merodeaba por la montaña y la hija del conde de Barcelona yacía sepultada
en el matorral desconocido.
Siete años habían pasado. Leñeros y cazadores habían visto muchas veces el animal
raro en la montaña de Montserrat, pero nunca nadie pudo cazarlo. El conde de
Barcelona, que había sufrido mucho con la pérdida de su hija amada, tuvo que
conformarse al cabo de tiempo, y este consuelo fue más efectivo el día en que la
esposa del conde estaba en vísperas de ser de nuevo madre.
Con este motivo, el conde había invitado a muchos amigos a una cacería, que se hacía
en la montaña de Montserrat, y en ella se logró lo que no había logrado nadie: los
cazadores pudieron agarrar el animal vivo, y se lo llevaron al conde. Este dio orden
de que llevaran la presa a su casa, pues quería dar una sorpresa a sus invitados, para
el próximo bautizo de su hija.
Llegó el día del bautizo y el momento de presentar el animal en el salón, donde se
encontraba la recién nacida. ¡Ante la expectación de las gentes, se operó entonces un
milagro! La criatura que sólo contaba días, levantó la cabeza y, con voz de persona
mayor, dijo: “Fray Garí, estás perdonado”.
Instantáneamente, desapareció la envoltura de oso y volvió a ser el viejo sacerdote
desaparecido.
La sorpresa de los circunstantes fue estupenda.
Con la transmutación, le volvió el recuerdo, y acercándose al conde, le dijo: “Vamos
a buscar a vuestra hija, que aún está en Montserrat”.
Como era natural, los interesados se trasladaron inmediatamente a la montaña.
Al acercarse Fray Garí al lugar donde la enterró, se vio que estaba cubierto de rosas
hermosísimas. Salió la hija viva, para colgarse al cuello del padre. En reconocimiento
de este milagro, ella hizo votos; y fue la primera Abadesa de Montserrat.
La leyenda da cuenta aquí, primero, de una posesión, estado patológico que ha
combatido eficazmente la Iglesia, por medio de exorcismos. A pesar de esto, lo
niegan muchos sacerdotes, cuando lo afirman los espiritualistas. Después, se habla
de la aparición del diablo, como se habla muchas veces, en las crónicas religiosas, de
la aparición de Ángeles.
¿Es posible esto?
Ángel, quiere decir mensajero. Un ángel, pues, es un espíritu, de quien Dios se sirve
para trasmitir sus órdenes o mandatos.
¿Tienen cuerpo los ángeles? Me dirán que no la inmensas mayoría de los teólogos. Y
¿por qué? Porque son espíritus, y un espíritu no tiene cuerpo. “Un espíritu no tiene
carne, ni huesos, como veis que yo los tengo”, dijo Jesús, una vez que se apareció a
sus apóstoles después de resucitado. Convengo en que un ángel, Gurú, o ser astral,
no tenga un cuerpo compacto como el nuestro, con carne, huesos, nervios, cartílagos,
sangre, linfa y demás humores; pero sería adelantarse, asegurar o suponer que
pueda tener un cuerpo astral, aéreo o fluídico. Si el espíritu del hombre va envuelto
de un cuerpo grosero, y esto es evidente, ¿por qué razón no podrá un ángel o un Gurú
tener como envoltura un cuerpo tenue, fluidico o aéreo, astral? Además, esto no
contraria para nada el dogma católico.
La Biblia, que es la fuente principal de la Teología, nos declara infinidad de casos, en
que los ángeles se aparecieron con cuerpo. En forma de estrella se apareció a los
Reyes magos, pero en forma humana a los pastores de las cercanías de Belén, a
Tobías y a Abraham en el valle de Mambré. pero para que nadie crea que soy un
iluso o hablo de mi cosecha, citaré un párrafo de San Agustín que da pie a grandes
consideraciones:
“Sí, es creíble que los ángeles de sustancia espiritual, se enamoraron de la
hermosura de las mujeres y se casaron con ellas, y de ellos nacieron los gigantes”.
Dice sobre este texto bíblico, lo siguiente: “Que hace Dios ángeles suyos a los
espíritus y a sus ministros fuego ardiente”. Si añadió o entendió sus cuerpos, o si es
que sus ministros deben hervir en caridad como en fuego espiritual, aunque la misma
verísima Escritura afirma que los ángeles aparecieron a los hombres en tales
cuerpos, que no solo los pudiesen ver, sino también palpar. Pero, porque es fama
vulgarísima, y muchos lo confirman, o porque lo han experimentado, o porque lo han
oído a los que lo han experimentado, en cuya fe no se debe poner duda, que los
silvanos, panes y faunos, a quienes el vulgo llama incubos, han sido muchas veces
traviesos con las mujeres, que las han pretendido y conocido carnalmente, y que
ciertos demonios a quienes los franceses llaman dusios, procuran y en efecto cumplen
con ellas esta inmundicia, porque lo afirman tales y tantos, que negarlo parece falta
de vergüenza; no me atrevo a determinar cosa aquí inconsideradamente, en razón de
si algunos espíritus de cuerpos aéreos, pueden padecer esta torpeza, de manera que
como les es posible, se mezclen sensiblemente con las mujeres. (Libro 5 de la Ciudad
de Dios, c. 23).
Con la conversación amena de Saisa, la cual hizo gala de sus grandes conocimientos
folklóricos, y dejó entrever un alma desarrollada de artista, le entraron sospechas de
que Saisa conocía algo de ocultismo; y, sin más preámbulos, le preguntó si conocía
algo de la sociedad de los Rosa-Cruz.
Sin inmutarse, sin dar muestra de sorpresa, dijo:
—Sí, sé algo; pero no hablemos ahora de esto. El Doctor que nos dirige en estos
estudios, nos ha aconsejado el silencio; y yo sé que usted ha sabido callar, y sigue
callando. Y mire mejor las montañas. Vea usted; ahí se destaca el Cavall Bernat. De
esta piedra cuentan que, al subir el hombre, baja mujer; o al revés; las mujeres que
suben, se convierten en hombres.
—¡Ah! Esto quiere decir que el cambio se efectúa arriba, en la parte más alta... Por
ello, arriba se es asexual o hermafrodita.
—Precisamente allá regresamos al origen, a la creación. ¿No dice la Biblia que Dios
hizo a la criatura, hombre y mujer; añadiendo enseguida: “Y lo hizo a su imagen”...?
Quiere decir que en la leyenda del Cavall Bernat hay encerrado un gran misterio de
la Magia sexual. El Dro siempre dice que el Cavall Bernat es un falus natural, y
debía llevar la inscripción: “No fornicarás”.
El desarrollo de los poderes latentes en el hombre, la conquista de la magia práctica,
es la aspiración de todo aquel que haya leído obras herméticas, que haya visto
experimentar, alguna vez, a un iniciado.
Los ocultistas, los teósofos, hallan por todas partes claves, y suponen que es
necesaria la alimentación vegetariana; otros piensan que los ejercicios respiratorios,
aspirando el aire por la ventanilla derecha y expulsándolo por la izquierda, pueden
ser el camino.
¡Sí! ¡sí! Es un camino, cuando se hace sin saber que lo que se hace conduce al
manicomio; que provoca el desequilibrio.
El 95% de los ocultistas no escriben más que por vanidad. Su mayor placer es contar
a otros sus proezas, sus experiencias, y llegan a adquirir cierto delirio de grandeza,
en que se consideran superiores a los demás seres humanos. Por su filosofía, son más
felices que otros; pero poco tiempo después, viene la rutina, y sufren, desean como
los demás, porque su responsabilidad fue mayor; conocían fuerzas, habían adquirido
teorías que no llevaron a la práctica, en su desarrollo; les pasa con los poderes, como
con los negocios, que se chotean.
Sin género de duda, los ejercicios de Prana y otros métodos son medios que
coadyuvan, pero no son esenciales: hasta salen sobrando, cuando se conquista la
verdadera clave.
Solo hay un camino que conduce a la luz; el dominio de las pasiones, el dominio de los
deseos. “Claro —dirán los ocultistas—. Verdad de Pero Grullo”. No; el asunto es
más hondo, inmensamente más trascendental. Dejar de fumar, no comer carne, eso
es dejar pequeños vicios; pasión es otra cosa.
Yo he visto hasta morfinómanos que han dejado su vicio por cinco o seis años y
después volvieron con mayor fuerza; hay quienes principian por fumar menos y lo
dejan, pero no por eso fueron magos. ¡Ah!, si todos los vegetarianos, y los que no
fuman, fuesen magos, no necesitaríamos devanarnos los sesos, para arrancar los
grandes secretos a la naturaleza; no sería necesario observar el dogma y el ritual de
la magia.
Es menester cumplir la ley de Dios. “Otra verdad de Pero Grullo”, “Yo no robo, yo
no mato, yo no codicio la mujer de mi prójimo”. En fin, todos son dechados de
virtudes, cuando se trata de juzgarse a sí mismos. ¡Cuántos hipócritas pasan por
buenos” ¡Cuántos otros lo son por vanidad o conveniencia! Aunque por naturaleza, el
Rosa-Cruz, es decir, el aspirante, sea bueno, relativamente, no le basta.
Fijaos en que los mandamientos bíblicos son diez, y el complementario de Cristo:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Más aún: “Amarás a tu enemigo”.
El que realmente desconoce el odio, la envidia, es algo más avanzado. Pero, de ahí, a
amar a sus enemigos, hay una gran distancia.
El mundo está tan pervertido, que generalmente las personas por las cuales nos
hemos sacrificado, las que no deben más, saben corresponder menos, nos guardan
hasta un rencor íntimo, por haberles servido, por debernos alguna atención. Un
corazón bien dispuesto puede perdonar, olvidar las ofensas; pero amar al enemigo,
besar el látigo del verdugo, ¡cuán difícil es! Y, sin embargo, para la alta Iniciación, es
preciso, indispensable. Todos esos peros son generalidades. pasemos, pues, a la
esencia de este precepto:
“No fornicarás”.
¿Quién ha cumplido, o, más bien, quien ha comprendido ese mandamiento de Dios,
estampado en la Biblia, que es uno de los libros ocultos, uno de los textos herméticos
sagrados de más importancia?
El amor a la belleza, es indispensable para el ocultista, para el Rosa-Cruz. Sin él, no
se llega a nada; sin él, no hay adelanto posible.
Ahora el summum de la belleza está personificado en la mujer ideal. Una flor, un
cuadro, una escena, la naturaleza en su conjunto, podemos contemplar; la música nos
hiere espiritualmente. Pero la mujer nos habla, nos mira, nos provoca, nos alcanza
más intensamente; y es, por lo tanto, el conjunto que más nos impresiona.
Hay hombres que son incapaces de sentir la música; les es, como a Napoleón, el
ruido más soportable. Ver la vida de un cuadro es mucho más difícil: Son mucho más
frecuentes los seres incapaces de comprender la pintura, que la música.
Yo no sé pintar, pero he descubierto centenares de matices verdes en un árbol, en
donde otros solo verán verde común.
¿Quién siente con todas las delicias de los perfume s, el olor del pasto después de una
lluvia, cuando sale el sol?
Como hay inimpresionalbes, también encontramos personas hipersensibles. Yo he
conocido a alguien que puede formar verdaderas sinfonías de perfumes de flores. Los
místicos han escrito algo sobre esto. Pero, ¡cuán raros son los que entienden el
misterio de tales cosas!
El trío “Materia, Energía y Conciencia”, se impone en los alimentos desde el
momento en que los ingerimos.
Ya en la boca, mezclado con saliva, el bocado va encaminado ya a aumentar nuestra
carne, o sea, materia o grasa, o a convertirse en cerebro, o sea, fuerza mental o
nerviosa, o va a convertirse en semen, o sea, potencia sexual, que debe representar
la conciencia. Saber comer, es saber lograr la transmutación según las necesidades
de cada uno.
Saisa hizo entrever algo del Templo oculto de Montserrat, y que allá le había llamado
la atención la difusión de luz sobrenatural en que vio aquí las emanaciones de las
piedras. Parecíale que todo Montserrat estuviese hecho de piedras preciosas; que de
cada uno surgía una emanación especial, emanación que correspondía al amor de las
personas. Ya con eso pudo explicarse el resultado benéfico o maligno de ciertas
alhajas.
Y, en cierto efecto, así como los signos del Zodíaco corresponden a los hijos de
Jacob; sucede lo mismo con las piedras, o sea, de la siguiente manera:
Rubén-Carneol
Simeón-Topacio
Leví-Esmeralda
Judá-Rubí
Isachar-Zafiro
Sebulón-Diamante
José-Ámbar
Benjamín-Ágata
Dan-Amatista
Neftalí-Turquesa
Gat-Ópalo
Asser-Jaspe.
Estas piedras, que deben usarse como amuleto, corresponden a los meses del año y a
los 12 Apóstoles; a saber:
San Pedro-Jaspe
San Pablo-Esmeralda
San Jacobo-Calcedonio
San Felipe-Ópalo
San Bartolomé-Carneol
San Mateo-Crisolita
Santo Tomás-Berilo, o Agua marina
San Tadeo-Crisoprasa
San Jacobo-Topacio
San Simón-Ámbar
San Andrés-Amatista
San Matías-Diamante.
La importancia que tienen las piedras para la Iniciación, se desprende asimismo del
Apocalipsis de San Juan, que, como es sabido, es un libro iniciático.
Allí dice, en el capítulo 21, vers. 18-21:
18. “Y el material de su muro era de jaspe; mas la ciudad era de oro puro, semejante
al vidrio limpio”.
19. “Y los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda piedra
preciosa. El primer fundamento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonio;
el cuarto, esmeralda;
20. El quinto, sardónica; el sexto, sardio; el séptimo, crisolita; el octavo, berilo; el
nono, topacio; el décimo, crisoprasa: el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista”.
21. “Y las doce puertas eran doce perlas, en cada una, una: cada puerta era de una
perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio transparente”.
Volvieron otra vez a hablar de la S. T. fundada por Blavatsky, y que con tanto celo la
maestra cuidaba. Blavatsky estuvo en conexión con los verdaderos adeptos. Ella
tuvo su Gurú que se llamaba K. H. y ella misma confiesa que de él recibió
instrucciones precisas para fundar la sociedad teosófica. No era ella, pues, nada más
que un intermediario entre los maestros de sabiduría de la Logia Blanca, y los
miembros de la sociedad teosófica misma.
No debe confundirse esto como se ha pretendido en algunos países, con la simple
mediumnidad. Para ser el representante visible de los maestros de la sabiduría, se
necesita ser más que médium: se requiere ser iniciado. Es indispensable pertenecer a
la Sociedad Rosa-Cruz. Blavatsky fue Rosa-Cruz, y en ella hemos tenido una de las
iniciadas ostensibles del siglo pasado.
Muerta Blavatsky, los sucesores, o, digámoslo claro, la señora Besant, debe haber
perdido la conexión. No vamos a creer que el Gurú K. H. haya muerto. Para estos
maestros, la muerte no existe: y, si el Gurú se ha retirado, si no asiste con igual
eficacia a la señora Besant como a Blavatsky, sus razones tendrá.
No quiere decir esto que la señora Besant no tenga sus méritos. Los tiene, y muy
grandes; sus libros son interesantes, han esparcido luz en las tinieblas, y su labor ha
sido imperecedera. Pero, durante la última guerra, olvidaron los miembros de la
sociedad teosófica y aun lo siguen olvidando, uno de los principios fundamentales de
la sociedad: la fraternidad universal. Mientras en Alemania los teósofos eran
perseguidos, encarcelados por su labor pacifista, Besant y los suyos en Inglaterra,
excitaban a la lucha, animaban a la guerra. Ella misma tuvo epítetos, comparaciones
y adjetivos, de lo más denigrante y ofensivo que se puede concebir, contra los
alemanes; y el que siembra vientos, no tiene mas remedio que recoger tempestades.
Las desuniones que han venido después, en cuestiones teosóficas, en todas partes,
dan a la par pena y vergüenza. En América creen que allí la S. T. anda mal, y que
aquí en España, todo es color de rosa. Pues sepan que, si allá están mal, aquí están
peor; estadísticamente cuentan con muchos miembros, pero a las reuniones solo
asisten unos cuantos curiosos, intolerantes y fanáticos.
Yo he tenido la rara fortuna de haber sido amigo personal, discípulo unas veces,
condiscípulo las otras, de Franz Hartmann, el conde de Des, de Papus: y recibí mi
patente de la Sociedad Teosófica, de manos de Olcott. Steiner, Franz Hartmann,
Papus, Sarak, yo y muchos otros, hemos sido los más calumniados por los teósofos,
ya en particular o como centro. Que esto dista mucho de fraternidad, no cabe duda.
La S. T. tuvo origen Rosa-Cruz: la misma maestra lo confiesa. Si los sucesores se
desvían del camino, como se están desviando, no tendremos más remedio que volver
a tomar el pendón primordial que hemos dejado: volver a ceñirnos el manto de Rosa-
Cruz.
Sucede casi siempre que unos se interesan por el psiquismo y se afilian a los
espíritus: luego, desilusionados, se pasan a la teosofía, donde después de nuevos
desengaños concluyen por ser buenos Rosa-Cruz. Cuestión de progreso.
Mario Roso de Luna es un coloso. Intelectualmente, poniéndolo en una balanza, no
subiría un ápice del suelo, si en otro platillo se pusieran todos los teósofos de España
juntos, y, sin embargo, cuánto ha tenido que luchar este verdadero teósofo, y cuánta
pena le habrá causado, cuando decía, en un diario de Madrid, que él nunca estuvo
conforme con la señora Besant y clasifica el último manejo de la sociedad teosófica,
de un verdadero golpe de estado.
Añade, que ve el porvenir de la S. T. muy oscuro, en que los blavatskianos tiren por
un lado, y los besantinos, por otro; y que él cesará definitivamente de ser miembro de
la S. T., sin que por eso deje de ser teósofo, como ya ha sucedido a tantos hombres
de ciencia en todos los países.
Hay Logias Blancas en las diferentes partes del mundo. No es que unas valgan más
que las otras; la iniciación es una; y así como la Blavatsky escogió el ambiente
favorable en la India, otros lo han hecho en Yucatán. Hartmann en Bohemia, y yo,
más vale confesarlo, en la montaña de Montserrat.
Que haya cierto grado de intimidad entre el Gurú y el chela, es muy posible.
Blavatsky conoció de nombre a su Gurú, el ya varias mencionado K. H.; y el que
aparecía al conde de Das, se llamaba Saki. Yo he estado con él cuando lo invocaba.
Por eso, poco daño le han hecho los calumniadores. Alberto de Sarak, o conde de
Das, tendría sus humanos defectos, como los tuvo Franz Hartmann, y como los tengo
muy sobrados yo. Pero ¿qué nos importa el juicio del mundo si a los adeptos, nuestro
maestro y Gurú, aquel ser excelso, depurado, no nos abandona y nos perdona, y cada
vez que acudimos a él en solicitud de algo, ya sea para nosotros o nuestros amigos,
nos ayuda como el padre ayuda a sus hijos, como el maestro socorre al discípulo? Si
logramos muchas veces un éxito, si logramos la curación de una enfermedad que para
los humanos es imposible, a él se debe que nos ha socorrido. No es nuestro el mérito.
Todo elogio corresponde a aquel maestro, conocedor de las fuerzas psíquicas y de las
leyes eternas que con nosotros aplica, y del cual, a veces, solo somos instrumento.
El filósofo que no está en contacto o relación con un Gurú, no es más que un pobre
lector de libros que se llena la cabeza de ideas ajenas, pero no realiza progreso
alguno, paga cuotas y casi se puede decir que pierde el tiempo.
Lo juicioso, racional y justo sería que los teósofos, en vez de combatirnos como Rosa-
Cruz y considerarnos como una especie de competencia, que es ridículo, nos debería
tomar como especialistas, siendo teósofos como somos, en la verdadera acepción de
la palabra, y abrirnos las puertas de sus centros, ya para aprender algo, si creen que
nos pueden enseñar, o aprender de nosotros, ya que es sabido que en general, somos
más adelantados.
Lo mejor de la S. T. es el estudio comparativo de las religiones.
Todas las religiones tienen una base común. Solo se diferencian en la manera de
presentar sus dogmas y principios. Es a semejanza de levantar un edificio un
arquitecto, en que una vez usa columnas egipcias, o se vale del estilo dórico bizantino,
romano, o puede sentir más inclinación por el estilo cosmatesco o los del claustro de
Santa Escolástica; pero, todos, no tienen mas objeto que sostener un edificio.
Las columnas son las únicas que difieren en su modo de ser y el aspecto del adorno
es diverso.
Igual son las religiones: en sí, todas son una; si alguna vez es una columna cristiana o
budista, otra vez la de Confucio o la de Mahoma que se nos presenta, eso ni pone ni
quita mérito al edificio levantado.
El sentimiento religioso es innato en todos los seres. Lo que es repugnante es un ente
sin religión.
La palabra religión, viene de religare volver a ligar nuestro ego interno con Dios en
el Gran Todo.
Los religiosos en la antigüedad, eran la salvaguardia de la sabiduría, eran los que
conocían los secretos íntimos de la naturaleza, los que tenían la clave de los arcanos,
dentro de su sistema religioso.
No siendo posible que todas las grandes masas, que por su estado intelectual
difieren, pudieran conocer estos secretos, tuvieron que hacerse forzosamente
selecciones; no era posible enseñárselo a todos, sino iniciar a unos pocos, a unos
privilegiados.
Estos llamábanse Maestros de la Sabiduría.
Si indagamos la historia, encontramos completamente confirmado esto, y que una,
quizás la más antigua, que es la hermandad de los Rosa-Cruz y ella es a mi ver la
más antigua, porque no es de esta tierra, como dijo el Gran Nazareno: “Mi reino no
es de esta tierra”. La verdadera congregación, con sus adeptos, o mahatmas, o
Gurús, Rosa-Cruz, existe en Jinas, en el Astral invisible para el vulgo y solamente
tienen acceso a ella, algunos que logran el paso de la puerta del Santuario, por la
iniciación. Son los que dejan pasar los guardianes del umbral.
Esas sociedades herméticas han tenido en la parte externa, exotérica, sus
asociaciones, que dedicadas al estudio, preparan a los asociados para que puedan
penetrar en las hermandades invisibles, ocultas, llamadas las Logias Blancas.
Sicut superius, sicut inferius (lo que hay arriba hay abajo), es un principio muy
antiguo. Lo que vemos aquí, viene de allá. Ciertas ceremonias que hacemos aquí en
la sociedad y en las religiones modernas, se hacen y hacían también en el mundo
invisible, en el mundo de Jinas.
Una de esas ceremonias, de origen divino, es la que se celebra, con algunas
variantes, en nuestra religión cristiana, en el Sacramento Sagrado de la Misa,
constituido por el Nazareno en casa de José de Arimatea.
Cuenta la Biblia, que cuando llegó el día de Pascua, Jesús mando a uno de sus
apóstoles a preparar la santa cena, y ésta se verificó en casa de l senador romano
José de Arimatea, muy adicto a las enseñanzas de Nazareno.
La conspiración contra Jesús comenzaba en los mismos momentos en que los
congregados en la casa del senador, los miembros de la congregación, los hermanos
esenios, pues a esa sociedad oculta pertenecían Jesús y los apóstoles, celebraban un
ágape, y después tuvieron que partir precipitadamente.
Fuera que José de Arimatea fuese avisado, o que él ya estuviese al tanto del
ambiente político, escondió los servicios que pertenecían a esta ceremonia, y, en
primer lugar, el cáliz que usaban los esenios, y que tenía según la tradición, un origen
tan angelical como diabólico.
Prevenía de aquella revuelta de los ángeles, encabezada por Lucifer, a los cuales
hubo que reducir al orden, por las legiones mandadas por San Miguel. Este arcángel
tuvo que luchar cuerpo a cuerpo con el Príncipe de las Tinieblas, que así se llamaba
desde ese instante, aunque había sido el Lucifer y hacedor de la luz. De un lanzazo,
de una estocada bien dirigida, hizo saltar de la corona de Lucifer una esmeralda
hueca que llevaba engarzada en la corona que ceñía su frente.
San Miguel recogió esa joya, y, en recuerdo de la lucha, guardó la lanza vencedora, y
aquella esmeralda conquistada, como trofeo.
Los esenios poseyeron después esa reliquia santa, que fue la misma que usaba el
Salvador del Mundo en el ágape con sus apóstoles.
Quiso el destino, que la lanza fuese a parar después a manos de los romanos, y la
tradición dice que fue la que usó Longinos al abrir el costado del Señor.
Muerto Jesús en el Calvario, la autoridad romana siguió haciendo pesquisas, como
hace hoy el capitán general de una región, cuando ha sabido de una reunión secreta
de políticos, y encarga a la policía recoger las proclamas, las armas y todo lo que
pudiera constituir el cuerpo del delito de la asamblea.
Los conjurados, al adivinar las consecuencias, tratan de ocultar todo lo que puede
perjudicarlos; y, generalmente, cuando la policía hace el registro, ya es tarde, y nada
encuentra.
Igual pasaría allá en Jerusalén, en la época de que tratamos. José de Arimatea, que
no sufrió la persecución inmediata como Jesús y sus apóstoles, tuvo tiempo y ocasión
de esconder el cáliz y la lanza; pero la policía no se conformó con las explicaciones
que diera el senador. Y cuenta la historia tradicional, o, si mejor queréis, la tradición
histórica, que lo tuvieron cuarenta y dos años preso, creyéndolo obligar, por esa
medida opresora, a declarar dónde había escondido la lanza y el cáliz. Lo mismo que
se hace en México con los alcaldes que tienen armas enterradas. Se los mete en la
cárcel; y siempre quedan mal: si declaran las armas que tienen, los castigan por
haberlas tenido; y, si no declaran nada, por no haberlas tenido. Y sucede que, tan
pronto pueden, voluntariamente se expatrían, para unirse en el extranjero con sus
partidarios políticos; y comen allí el pan amargo del destierro. Igual lo hizo nuestro
senador José de Arimatea: llevando lo único: el cáliz y la lanza; y así se fue en busca
de cristianos a Roma. Allá se encontró con las persecuciones neronianas, y tampoco
pudo unirse con ninguna asociación secreta.
Buscar otro refugio, partir de allí, y juntarse con correligionarios, era su constante
anhelo.
En aquel cáliz, había recogido el Hermano Esenio la sangre del Maestro, de Nuestro
Señor. Era sang-real. En ello ven muchos el origen de la palabra San-Greal. El Santo
Hombre, José de Arimatea, portador del divino cáliz, dejó en su peregrinación rastros
en Italia; y sostiénese, hasta hoy en día, la idea de que existe el cáliz del Graal en
algunas partes de Italia. Habiéndose dirigido después a Irlanda, volvemos a
encontrar, no solamente rastros, sino documentación que patentiza el paso de José de
Arimatea llevando el Graal.
Este hombre cumplía una misión. Cierta noche, le había aparecido un ángel que,
mostrándole por medio de una visión la montaña de Montserrat, le dijo: “Este Graal
lo llevarás a esta montaña, que es sagrada. Este cáliz, no solamente es un objeto de
un poder divino, mágico, inmenso, sino símbolo de la pureza del cristianismo
primero”.
Y, dicho esto, desapreció. Como entre las instrucciones que le dio el ángel, le señaló
el país de Cataluña, y, en él, como dijimos, la montaña de Montserrat, allá fue José
de Arimatea a buscar el lugar predilecto, el lugar escogido por el ángel. Y llegó el día
en que pudo dar por terminada su misión: y el cáliz quedó guardado en la montaña de
Montserrat, donde sigue escando.
Vino el tiempo en que, por conveniencias secretas o por degradación de los mismos
hombres, la prístina pureza se alteró: y entonces, así como una madre cariñosa se
tapa los ojos para no ver los desvíos de sus hijos amados, este caliz se hizo invisible,
cualidad que se propagó al templo donde lo guardan y la región inmediata. Lo guardó
y depositó allí, hasta que una nueva humanidad se levantase, hasta que el reino de
Cristo pudiese volver sobre la tierra.
En la edad media se buscó mucho ese cáliz por caballeros alemanes.
Los antiguos germanos tenían la costumbre de instruir a sus hijos en un doble
sentido: en el manejo de las armas, y en el estudio de sus religiones. Las caballerías
medioevales no fueron mas que reminiscencias de las costumbres nacidas en los
bosques de las orillas del Rhin. Y así como el Caballero luchaba en favor de su
Dama, símbolo del ego interno al través de todas las leyendas caballerescas de un
Rey Arturo, existe un Graal, un cáliz que se buscó conquistar por las caballerías.
¿Está esta relación folklórica, de acuerdo con lo que hemos dicho de José de
Arimatea? Puede ser.
Las copas que hoy día se dan a los vencedores en los torneos, son reminiscencias de
aquel cáliz que se buscaba en la Edad Media, pero los conquistadores tenían que ser
hombres de temple, hombres de carácter, hombres que valían por sí mismos. Y ahí
tenemos la etimología de la palabra “Parsival”: del catalán “per si val”, que se
pronuncia con la e muy abierta, que casi es a. El ser que vale por sí mismo. Por eso
sostengo que la etimología es netamente catalana.
La leyenda de la virgen que estuvo un tiempo escondida de los moros, va pareja con
la leyenda del Graal, que se esconde del mundo profano indigno de verlo. Pero, así
como Sigilda renació envuelta en rosas del lecho donde la había dejado Fray Garí,
después que la inocencia, representada por un niño, la había perdonado; así llegará el
día que ante nuestros ojos se descubra esta Santa Señal.
Wagner, que era un genio que perteneció también a una sociedad secreta, recibió la
iniciación, vino a Montserrat y vio las escenas tal como las traspasó después a su
grandioso Parsifal. Y, así como la misa es una copia de aquel ágape primero, en casa
de José de Arimatea; Parsival es una copia de un templo real que existe en la
montaña de Montserrat.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los turistas habían llegado al laguito de Parsifal, allí donde el héroe del drama de
Wagner había herido al Cisne Blanco. El Doctor dijo: Creo que nadie nos verá. Aquí,
detrás entre los matorrales, es el punto donde podemos formar la unión.
Muchas veces habían ido los mismos días 27, para formar la cadena; para pedir a los
maestros del invisible, que formaran invisiblemente sobre ellos la cadena de
protección para así establecer una conexión, dándose unos a otros la mano, una
especie de acumulador de energía astral que pudiesen llevar de la montaña santa de
Montserrat. Muchas veces habían tenido grandes resultados con este ejercicio. A su
regreso y durante un mes, sentían unas fuerzas de salud extraordinarias; personas
enfermas, con quienes se ponían en contacto, curaban rápidamente; cada uno parecía
una especie de panacea; hasta en los asuntos materiales se establecía un éxito.
Pero algo había faltado siempre, se esperaba algo imprevisto y hoy debía realizarse
lo ansiado.
Pero ante todo debían orar.
La oración es un don divino, y por eso somos partidarios de la oración. Nunca
dejamos de elevar nuestra voz hacia Aquel que en nosotros mora, piensa y ama.
Muchos ocultistas y teósofos creen que la oración no es necesaria, que nos rige la ley
de karma y que esta ley nos da lo que merecemos y lo que necesitamos.
¿Para qué orar?
Los poetas, que vierten muchas veces frases huecas, dicen: ¿Para qué se requiere la
oración y las palabras, cuando cada sonrisa del niño inocente, cada lagrima del ser
que sufre, es una oración?
No negamos esto; creemos que así sea. Pero nosotros pedimos también oraciones de
palabras. No nos satisfacen, por cierto, las oraciones acostumbradas en las iglesias,
que no merecen el nombre de tales, cando son palabras huecas, indignas del excelso
nombre de oración.
La verdadera oración es cosa muy distinta. Es algo divinamente grandioso, porque es
la comunión con el Maestro; es una conversación con el Ser mismo. Orar es vibrar
con la Causa, Ley y Principio divino en nosotros y en el Universo...: es hablar con
Dios.
Pero ¿es posible eso? ¿Se puede hablar y conversar con Dios? ¿No significará querer
personificar, casi materializar a Dios? ¡Parece éste, a primera vista, tan
inverosímil...!
Y sin embargo, se puede hablar con Dios, establecer un diálogo con él... Se dirá que
para hablar con otro es necesario que los dos hablen el mismo lenguaje; que, si no,
resulta un monólogo, que anula la dialogación.
Dice von Eckarshausen: “El lenguaje es la formación armónica de las palabras o
signos fonéticos, para expresar figuras fonéticas, según leyes determinadas y
esencialmente fijas; y las palabras son la envoltura expresiva de los pensamientos
realizados, son ideas, hechos, consonantes y vocales”.
Las Sagradas escrituras, hablan casi en cada página de la palabra y del nombre de
Dios. En muchas ocasiones relata que Dios habló a los hombres. Y, como Dios es la
justicia misma, no sería posible que hubiese hablado en tiempos de Moisés, los
profetas y Jesús, y que guardase silencio ahora, que callase, valiéndose solo de
bocas ajenas, del Santo Padre o de los sacerdotes en el púlpito.
No es posible esto. La causa debe ser otra.
¿No será que hemos olvidado llamarle y hablar con él?
Nosotros así lo creemos.
Dios habló, habla y hablará siempre. Aprendamos pues, a interrogarle y contestarle
con su palabra, por la oración.
Dice Eliphas Levi, que el Universo es un pensamiento eternamente sostenido por
Dios. Pero este misterio lo dejó el abate Constat incompleto, pues al realizarse el
pensamiento, fue y es la palabra, el sonido de las vocales divinas, lo que sostiene el
Universo.
“En el principio fue el Verbo... Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”, dice la
Biblia.
Meditemos sobre esto, ya que tales palabras encierran un gran secreto. La palabra
de Dios, son los mantrams sagrados. Ellos significan: Amor, Sabiduría, Justicia y
Armonía. Y muchas cosas más, todas del concepto elevado y divino. las palabras
humanas, que son eco de las divinas, se componen de letras, forman ideas, y el
vehículo de estas ideas, son fuerzas, sintetizadas en los devas, en los maestros, en los
mahatmas, en los ángeles, en los gurús, que acuden al llamado mantrámico del que
sabe llamar...
Dice la Biblia que es necesario que volvamos a ser como los niños, es decir, que
primero principiemos a balbucear, deletrear, y después, a hablar.
Ahora, solo pueden entenderse personas que conocen y hablan el mismo idioma. Del
mismo modo, solo pueden hablar, es decir, pronunciar las palabras de la oración, los
mantrams, los que se identifican con Dios, los que han aprendido su pronunciación en
la iniciación.
Los hindúes en sus oraciones, pronuncian esos mantrams, cuyo significado solo ellos
conocen y cuya fuerza y poder utilizan.
Nosotros, los Rosa-Cruz, hacemos lo mismo.
Pero, sea cual fuere la forma en que los pronuncien, usan las mismas vocales que
posee nuestro idioma: I, E, O, U, A. En estas letras residen las fuerzas ocultas. En
estas vocales según el anagrama que formamos, hacemos los mantrams.
Nosotros tenemos en Occidente, iguales mantrams, sonidos y palabras. Busquemos
su construcción y origen y entonces Oremus.
La misa, en su Kyrie eleison... Sursum corda..., Agnus Dei..., es la guardadora de
mantrams poderosos, cuya clave ha perdido la iglesia actual. Hay algunos, aunque
raros sacerdotes, que conocen su pronunciación. Yo soy amigo de algunos de ellos
que la saben.
Todo el padrenuestro es un conjunto mantrámico para quien sabe rezarlo; es una
clave, un poder de un valor inmenso.
Al decir, pues, el divino Nazareno: “Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”,
levantó algo el velo de un gran secreto.
Tratemos de descubrirlo y entonces, podremos hablar con Dios y sabremos orar.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El doctor se dirigió enseguida a los reunidos y dijo:
—Ahora, queridos hermanos, ayudadme a dar forma práctica a un mantram,
ayudadme a llamar a los Rosa-Cruz del invisible. Repetid conmigo...
Aum... aum..... aum....
Apenas tomada la mano después de haber pronunciado algunas palabras
incomprensibles, mantrams de iniciado, cuatro de los asistentes quedaron sujetos a
un sueño hipnótico. Solo el Doctor, Bernardo y Saisa permanecían con conciencia. Un
instante hubo que veían toda la montaña envuelta en una nube, una neblina que
llegaba directamente frente a sus ojos, pero poco a poco se fue deshaciendo la nube y
la montaña convirtióse en un Templo magnífico. Algo indescriptible por su belleza.
Los hermanos maestros de la Magia Blanca con su túnica blanca, se habían postrado
a ambos lados de un camino central que iba al Templo, y, cogidos de la mano del
Doctor, entraban Saisa y Bernardo. En su cuerpo astral, frente al altar, el iniciado
mayor los esperaba en actitud de recepción. De una orquesta invisible se sentían los
acordes de la marcha nupcial de Tannhauser. Bernardo comprendió entonces por qué
le habían hablado del segundo grado: tuvo la facultad de la vista retrospectiva, y se
vio, en una vida anterior, en la montaña de Chapultepec, donde recibió de manos de
Rasmussen el primer grado. Saisa entonces había vivido en el mismo país, había
vivido bajo el nombre de Samuel Santos, en el Estado de San Luis, donde esta familia
aun hoy existe. Ambos, pues, habían recibido juntos el primer grado y hoy los
hermanos del invisible, los teósofos, los llaman los señores del Karma; los habían
juntado otra vez.
La experiencia en el astral era, y no era, nueva para ellos. En sueños lúcidos, habían
tenido experiencias, pero no se habían dado cuenta cabal de lo que los invisibles
hacían con ellos. En este momento, libres de los estorbos de la carne material, podían
llenar el vacío entre sueño y sueño; y ahora comprendían cómo habían sido objeto de
enseñanza durante los últimos años. Ahora comprendían los sinsabores del pobre
Doctor, que al saber muchas veces lo que pasaba, no podía explicarlo.
No hubo necesidad de pruebas y experiencias. El maestro les comunicó la clave del
oculto poder; les dio una serie de palabras, clave con la cual podían acudir cada vez
que lo desearan a esta Logia Blanca; salir en cuerpo astral, y regresar a su cuerpo
material cuando quisieran. Para las próximas semanas, les dio instrucciones sobre lo
que debían hacer y dejar de hacer en su vida diaria.
¡Cosa extraña! Entre los Gurús, estaba Rasmussen, pero por un instante faltaba el
doctor. Y es que los dos, Rasmussen y el último, eran uno solo; que en este momento,
el Gurú se había valido del cuerpo del medico. Ahora comprendió Bernardo que el
Maestro había cumplido, al decirle que lo iría a buscar al hotel.
Era suficiente haber estado en el Templo, para formar parte íntima de la comunidad,
para participar de todos los poderes. La energía que salía de una especie de altar
radiante, de una luz especial donde guardábase el cáliz que había servido a Nuestro
Señor en el Santo Graal, se comunicaba a los asistentes.
No es permitido describir aquí pormenores; el hecho es señalar que aquello existe en
estado invisible, en la montaña de Montserrat, y que allí residen grandes poderes.
Súbitamente oyen la frase del Doctor: “Así sea”. Y entonces se disuelve la cadena
material. Los cuatro asistentes, cuyos nombres no hacen al caso, no se habían dado
cuenta de lo que había pasado. En ese estado del astral, la noción del tiempo se
pierde. Ellos, los cuatro, no se habían dado cuenta de que hubiese habido ninguna
interrupción. Bernardo y Saisa, al contrario, tenían la sensación de haber estado
semanas en el Templo. Bernardo sentía que su venida a Cataluña no había sido en
balde, pues había logrado su objeto. De ahora en adelante sería un hermano iniciado
al lado de Rasmussen, esparciendo la luz de los Rosa-Cruz. Saisa había recibido el
encargo de fomentar entre un círculo reducido, la fraternidad de los caballeros y
damas de Montserrat; y ella, desde ahora, estaba en comunicación directa con los
hermanos mayores del invisible. La iniciación en la montaña de Montserrat había
tenido en ambas un efecto residual.
Bernardo después de su Iniciación se quedó por algún tiempo en España, visitando la
capital y la parte sur del Reino. Como era natural, al regresar de ésta, estaba
encantado de sus bellezas y de sus pobladores. Era llegando a Alemania un hombre
dichoso.
Podía llamar a su Gurú, y éste vendría siempre a su llamado.
XXIII
Meses habían pasado, Rasmussen había prometido a Bernardo, hacer la curación de
Elsa. El día tan ansiado se aproximaba. El Rosa-Cruz se venía preparando desde
hacía varios días, guardando cierta dieta. Bernardo había hecho otro tanto.
En aureola de colores verde y oro, brillaba el sol en Oeste. Una inmensa nube, como
los brazos de una sepia gigante, trataba de aprisionar al astro rey; pero los rayos
penetrantes de Helios, parecían apartarla y dejarse ver sin interrupción. El suelo
había quedado húmedo a causa de una llovizna que, como un epílogo de varios días
borrascosos, había limpiado la atmósfera, dando al ambiente un olor agradable a
ozono.
En casa de la señora Kersen, hallábanse reunidos tres seres que conocemos; el
Rosa-Cruz mexicano, Bernardo y Elsa. La conversación era pesada. Se sentía el
tictac del antiguo reloj, y el gotear desde el tejado de la casa.
Por la ventana, entraba una corriente de aire fresco, como el aliento de un espíritu,
que parecía empujar el aire gastado del cuarto, para reemplazarlo por algo lleno de
salud. Era como si los tres sintieran la respiración de la tarde al mismo tiempo. La
conversación se avivaba. La mirada de Rasmussen descansaba sobre los bordes
dorados de aquella inmensa sepia alrededor del sol.
“La hora es propicia, hoy debe ser, hoy te conjuraré, el ojo del sol volverá brillar para
ti: es menester que consuma la oscuridad”.
Om-om-om... En este instante, como el susurro especial de un viento invadía la
estancia.
Elsa hacia un movimiento como de escalofríos.
—¿Quieres que cierre la ventana, Elsa? —preguntó Bernardo, con tierna solicitud.
—¡No! —interrumpió súbitamente Rasmussen—. Nuestros ojos no lo pueden ver
aún. Mi Gurú Nahuatl hoy me asiste.
—Maestro —interrogó Bernardo—: ¿es uno de aquellos que vi en Montserrat?
—No —respondió Rasmussen—. Mi Gurú reside en México, pero acude aquí a mi
llamado.
Elsa concentrada sobre las últimas palabras de Rasmussen, repite quedamente: “El
ojo del sol vuelve a brillar: que la oscuridad se va a consumir, él lo ha dicho”.
Después de un corto momento, se llenan repentinamente de lágrimas los ojos de Elsa
y poco a poco principian convulsiones que aumentan, haciendo temblar todo el cuerpo
delicado de la joven.
—¡Hoy recibiré la luz, Bernardo! ¡Que felicidad! Este, incorporándose, exclamó:
—Sí, Elsa. Desde que regresé de Montserrat, sé que te vas a curar.
luego guardó silencio hasta que de pronto Elsa, algo sobrexcitada, preguntó:
—¿Qué pasa?
—¡Es el Gurú mismo! ¡Yo siento con mis oídos espirituales su voz! —aseveró
Bernardo.
—Ya estáis en contacto —dijo calladamente Rasmussen—, la curación comienza y
del resultado estoy seguro.
Se había levantado el Rosa-Cruz y con aire majestuoso, levantó ambos brazos,
poniéndolos en actitud de oración frente a los rayos solares. Es la hora del Tatwa
Prithvi.
Elsa irguió la cabeza. Sentía como si le penetrara luz. Sobre su frente había un reflejo
bendito. Por fuera de la casa, se sentía constantemente el susurro del viento. El reloj
de la Iglesia dio seis campanadas.
—Es la hora de oro —dice Rasmussen.
—¿No ves —dice calladamente a Bernardo— aquella estrella vespertina que
principia a brillar y a alumbrarnos la tarde? ¿La ves, Bernardo?
Bernardo contesta:
—Sí. Es Hésperus.
Elsa se había levantado como atraída por una corriente mágica. Su frente parecía
ponerse en línea recta con aquel punto señalado en el cielo. “La hora del Tatwa
Prithvi, la hora de oro —repetía ella también con voz temblorosa—. Ahora sé lo que
es el Tatwa necesario; ahora sé lo que significa la hora de oro”.
Sus manos iban a tientas como buscando algo en el espacio, hasta que encontró la
mano de Rasmussen. Temblorosamente apretó esta mano contra su frente.
Callaba...
Levantó más la cabeza. se veía que hablaba con labios temblorosos, sin moverse,
como una estatua, como una diosa hecha de fuerzas mágicas y de luz, y sonreía...
Los minutos pasaban. Un silencio absoluto llenaba el espacio. Inmóvil permanecía
Elsa con la mano del Rosa-Cruz sobre su frente. Parecía como si todo su cuerpo
estuviera pegado a esta mano. Poco a poco cambiaba esta actitud de éxtasis en un
sueño tranquilo. Iba a caerse, cuando Bernardo la tomó en sus brazos, depositándola
sobre un diván que estaba al lado de la estufa.
El Rosa-Cruz tomó su propio manto, cubriéndola toda.
—Ahora debemos retirarnos, debemos dejar la labor al Gurú Nahuatl a solas.
Las vibraciones de nuestras materias perjudicarían al cuerpo astral del Gurú
Nahuatl, cuando viene de tan lejos. Yo, como iniciado, podría quedarme, pero me
retiraré con ustedes. Mas tarde, Bernardo, cuando hayas avanzado más, por el
camino emprendido, podrás ver muchas veces estas materializaciones de mi maestro,
como has visto en Barcelona el tuyo.
Al retirarse los dos, el Rosa-Cruz cerró la puerta, añadiendo:
—Hay maestros que se materializan y andan por las calles de las ciudades, como
nosotros; y los transeúntes no se imaginan su existencia.
Al final del corredor, en la puerta de la calle, estaba parada la señora Kersen. Un
olor fragante a pastelería recién hecha, salía del comedor. Venía a convidarlos a
tomar café, sin darse cuenta de lo que en aquel momento habían tratado. Tanto
Rasmussen como el joven habían olvidado participar a la señora Kersen que se iba a
tratar de la curación de su hija.
Al ver la casa sería de Rasmussen, interrogó de repente:
—¡Qué! ¿Hay algo de verdad?
—Sí, hemos dejado a Elsa allá dentro. Vamos a tratarla...
Súbitamente se puso pálida la madre, y con acento lastimoso interrogóle al Rosa-
Cruz:
—¿Crees tú que no pasará nada? ¿No corre mi hija ningún peligro?
Bernardo excitado, no pudiendo esperar la respuesta de Rasmussen, contestó por él:
—Yo estoy completamente seguro del resultado.
—¡Qué sea en nombre de Dios! —dijo la señora—. ¡Que el Salvador cumpla el deseo
más grande que he tenido en mi vida!
Habían entrado en la pieza contigua y entonces Rasmussen les indicó se tomasen de
la mano para formar una cadena.
—Pronunciad conmigo la palabra AUM. Tomad fuertemente la cadena, para que los
hermanos del invisible que asisten al Gurú, puedan formar un triángulo igual.
De repente, una sacudida violenta pasó por el cuerpo del Rosa-Cruz.
—Ya está hecho. Al Gurú dirijamos nuestra gratitud. Ya ha venido.
La madre, no pudiendo contener los sollozos, oraba:
—¡Señor, Señor! ¡Cuánta es tu misericordia, si salvas a mi hija! —Ya podemos
soltarnos. Tomemos asiento.
Sobre la mesa había un jarrón con violetas de los Alpes, color morado; en la ventana
había fucsias, y en el jardín el tornasol se mecía al impulso de la brisa de la tarde. En
un cuadro de la pared había una labor de mano, que la señora había hecho de niña,
que decía: “Voluntad y Fe”, e indicando el cuadro dijo la madre:
—¡Ahora creo!
—Si tu fe es sincera —decía Rasmussen—, ayudará mucho a la curación.
Luego, continuando la conversación decía:
La humanidad actual, ha perdido la noción de la fe. Lo que está más en boga, es la fe
del carbonero, la aceptación sin meditación de opiniones ajenas; la verdadera fe es
vívida, es voluntad, es acción. La fe debe asumir una sustancia en nosotros. Voy a
enseñarte una cosa interesante, Bernardo. Mírame de frente, un poco más arriba del
entrecejo.
Bernardo obedeció.
—¿Qué ves?
—¡Ah!, veo que brota luz.
—Sí, ves; es luz lo que brota.
El vino de luz. Es la fuerza del Santo Graal. Es una fuerza que podemos desarrollar
en nosotros, dominando el impulso sexual. Es la sustancia que nos ocupa en nuestras
operaciones de magia. Es la sustancia-fuerza, Cristo en nosotros. Es ella la que
puede redimirnos, que cura, que sana. En el Universo es la causa causarum de todo:
en él reside el misterio de la generación universal. Pero espérate. Acompañadme.
Rasmussen se había levantado. Parecía un sonámbulo; y, cogiendo de la mano a
Bernardo, lo llevó bruscamente a la habitación donde estaba Elsa. La madre había
seguido también inconscientemente. Al entrar, encontraron a la ciega sentada en el
sofá, donde anteriormente la había dejado acostada. Su cabeza iba siempre hacia
arriba, pero permanecía con los ojos cerrados.
Bernardo, fijándose en ella, exclamó:
—Ahora veo en Elsa también un reflejo de luz en su frente.
—Fue necesario encender la glándula pinealis, la ventana del alma —agregó
Rasmussen—. Con este reflejo espiritual, todos los hombres podrían ver, aunque sus
ojos se apagasen.
Como médico, deberá saber usted no provocar de una manera periférica, sino por una
inducción central. El nervio óptico está en relación con esta glándula tan importante.
Como médico —decía Rasmussen—, yo diría al poner el diagnóstico: Elsa nació con
el nervio óptico atrofiado. Estaba demasiado angosto, reducido, estrecho para
comunicar el ojo con el cerebro. La labor del Gurú fue cargarla de vitalidad para que
la corriente vital, como la electricidad, pasara de la glándula pinealis, por el nervio,
hacia el ojo, y la cargara de luz.
Fíjese, mi querido amigo: El noventa por ciento de los ciegos podrían ver, si
pudiéramos cargarles la glándula pineal con esa fuerza viril, y actuar desde este
centro sobre los ojos.
La ciega que parecía no había puesto atención en la conversación de los hombres, se
levantó con los brazos levantados, cual si buscara algo.
—Dame tu mano de nuevo, tío —dijo entonces—. Ya no quisiera dormir, ni soñar,
sino despertar y ver. Es ahora cuando me puedes dar la luz, la vista. El Maestro
estuvo aquí y me lo ha dicho.
Otra vez había tomado la mano del Rosa-Cruz poniéndosela en su frente, y
permaneciendo él en esta actitud que anteriormente hemos descrito.
—Yo soñaba... No, no soñaba, sino veía —dijo Elsa—. Delante de mí había un
hombre vestido con una túnica blanca, adornada, creo, con palomas, y en la cabeza un
cáliz. En una mano, llevaba también un cáliz que resplandecía de luz. Me dio de
beber. Al pasar en mí, esta luz líquida, me invadía todo mi ser, me cargaba de algo
divino. Pude ver en el acto.
En este momento la ciega abrió los ojos. Rasmussen pronunció unas palabras
desconocidas. Mantrams, en que había cierto acento especial sobre las vocales.
Al que sabe, la palabra da poder. Nadie la pronunció, nadie la pronunciará, sino aquel
que lo tiene encarnado. El contenido de la palabra, es poder, omnipotencia.
Luego, pronunció nuevas fórmulas, incomprensibles para los demás; y, de repente,
extendió su mano sobre la enferma en actitud de bendecirla, y dijo: “Yo quiero que tú
veas”. De pronto, tomó la cabeza con ambas manos, tenebroso, y la acercó a sus
labios, como si quisiera besarla. Pero no la besaba; sino que la soplaba en la misma
parte que antes había sido objeto de conversación, o sea, en la parte que
correspondía a la glándula pineal. En este instante, la pieza era invadida de una luz
especial verde. Elsa tornó entonces los ojos hacia los dos hombres; y en ella, en su
mirar, se veía por primera vez, vida. Ella miraba; era la primera mirada.
La señora Kersen, que había seguido todo lo que había pasado en sus pequeños
detalles, exclamó:
—¡Dios mío! ¡Dios mío!
La hija que por la voz reconoció a su madre, se lanzó hacia ella y se abrazaron y
besaron largo rato. después, dando la mano al hermano, dijo:
—¡Gracias a Dios y a ti, se ha salvado mi hija! ¡Qué dicha tan suprema, haber
asistido a un milagro semejante! ¡Hoy el Señor nos ha bendecido inmerecidamente!
Elsa, que se había soltado de la madre, empezó a mirar al tío, a la madre y a
Bernardo, con expresión interrogante. Paseó luego sus miradas por toda la pieza,
deteniéndola en los cuadros, y dijo: —Bien parecidas he imaginado algunas de estas
cosas. ¡Sin embargo, otras son tan distintas...!
Un fenómeno curioso hay que anotar:
Todos los relojes de la casa se pararon al mismo tiempo que el Gurú operara el
milagro en Elsa.
Este fenómeno de pararse los relojes, se ha observado muchas veces en diversos
lugares, al acontecer algún fallecimiento.
John Ellig, que ha hecho los estudios detenidos sobre tan extraño fenómeno, hace
notar, en la “Revista Parapsicología”, que también sucede que se paren los relojes
cuando los moradores reciben impresiones fuertes.
Una caravana de turistas alemanes fue sorprendida por un alud de nieve, en los
Alpes Suizos. Al ocurrir el hecho, se salvó milagrosamente uno de los turistas, por
partirse el alud. Pero, en presencia suya, aconteció la muerte accidentada de sus
compañeros. Al llegar al hotel y dar cuenta de la triste nueva, supo el sobreviviente
que el hotelero había recibido telegramas de la casa del turista, en el que le
preguntaban si había muerto; puesto que allí se habían parado los relojes, y había una
distancia de ciento cincuenta kilómetros.
¿Cómo explicamos los Rosa-Cruz esto? Pues por la presencia de hermanos mayores,
que acuden siempre a los lechos mortuorios, y a los grandes accidentes, y pueden, en
tales instantes, por las emanaciones de las víctimas, parar los relojes, a fin de dar,
con este fenómeno de efectos físicos, una prueba de su asistencia.
Mientras el Rosa-Cruz, después de haber realizado esta curación milagrosa,
guardaba una calma absoluta que parecía extraña a un acontecimiento semejante, en
el cerebro de Bernardo estallaba una tempestad. Su ánimo era parecido al de
Abraham, cuando éste, según la leyenda, ahogaba los fetiches de sus padres. Todo el
edificio, cual un castillo de naipes, había temblando en su base triangular. Él había
vivido algo, allá en Montserrat, y hoy aquí, que estaba en pugna con su pensar lógico
de médico.
Un nervio atrofiado, anatómicamente enfermo, había recuperado su actividad. Un
alambre roto e inservible, había dejado pasar una chispa.
¡Un milagro! No podía ser de otra manera.
Todas las cosas suceden a base de leyes inalterables; y, mientras en su cerebro iban
como rayos todos estos pensamientos nuevos, se realizaba algo más extraño todavía,
algo más maravilloso.
La mirada de Elsa, interrogante como una efigie que despierta, había divagado por el
cuarto, hasta volverse a encontrar con la de él. Pero ¿qué veía en esta mirada?
Nunca podría olvidar, en el resto de su vida, estos primeros destellos de su vista.
¡Qué dichosos se consideraba Bernardo, con que esta primera mirada fuera para él,
llena de un amor puro, virginal, ardiente! Era una dicha casi inconcebible, considerar
que esa mirada, que era grandiosa, que transparentaba el alma de su amada, era
para él.
Bernardo creía que había visto en algún Museo, una mirada semejante en el cuadro
de alguna Virgen de Andrea del Sarto, de una madre amorosa de Murillo u otro gran
clásico. Era como una Santa María; y a él le atraían estas miradas. Entonces, se
postró a sus pies, y, tomando una de sus manos, la llenó de besos, besos ardientes,
besos de amor. Elsa, que los sentía, confundida acaso, no sabía que hacer, y quiso
postrarse ante su tío, ante su salvador. Pero éste, tomándola amorosamente por una
mano, dijo: “Nunca dobles tu rodilla ante los hombres; pero dóblala ante el
bienhechor que te ha sacado de las tinieblas y te ha traido a la luz del día”.
Tomó entonces de su bolsillo una cruz de marfil rodeada en el centro con rosas de
oro.
—Pon tus manecitas, sobrina mía, sobre este símbolo.
La cruz está extendida y la rosa florece en ella. ¡Que las manos de todos los hombres
se conviertan en una cruz semejante, que da vida! No fui yo quien te curé; fue la
fuerza santa, simbolizada por esta imagen.
Luego agregó:
Ahora, hija mía, no debemos exponer tus ojos a la luz, tan rápidamente. Es preciso
que tu nervio óptico se acostumbre poco a poco a la luz del día.
Pidió entonces a su hermana un pañuelo negro y le tapó los ojos diciendo: Ahora
necesitamos, durante siete días, hacerte mirar al sol naciente; pero el resto del día,
debes descansar con los ojos vendados.
Ahora, deja que formemos contigo la cadena para dar las gracias a la Fuerza
Omnipotente.
Después de haber formado la cadena, el Rosa-Cruz levantó su mano hacia el Oriente,
y en tono sacerdotal dijo: “Benditos sean los que han vivido antes de nosotros, los
que estén con nosotros y los que nos sigan; y gracias sean dadas a sus maestros,
directores invisibles. Benditos sean también los que están sobre nosotros, los que
habitan abajo, a la derecha, a la izquierda; y véngannos las fuerzas incorporadas a
ellos. Benditos sean los que nos aman y nos comprenden y benditos los que nos odian
porque no nos comprenden; y gracias sean a las almas encarnadas en ellos.
Bendícenos, fuerza concentrada en los Nauas, en la Logia Blanca de Montserrat y
las otras esparcidas en el mundo; y permite que los hermanos invisibles cuiden de
esta niña, de esta criatura, hasta el fin de sus días. Amén”.
Todos repitieron: “Amén”.
Después de haberse levantado, el maestro siguió: “Lo que ha operado aquí, es la
cruz, el símbolo de la cruz, pero no el símbolo de la cruz con la muerte, sino con las
rosas en flor”.
Y con eso; volvía a enseñarles el símbolo, la cruz que llevaba en su mano.
“Nosotros somos cristianos, y cristianos de veras, que conocemos todos los
misterios, y respetamos y practicamos todos los sacramentos; todavía más que
aquellos que lo son porque recibieron el bautismo. Nosotros admitimos la cruz que da
vida, y no como símbolo de la muerte. Nosotros sentimos el Cristo, en nosotros, más
que los otros que siguen al Cristo histórico. Nosotros creemos que no existe la
muerte; los que caen desvanecidos en esta vida, vuelven a renacer como el fuego.
INRI, “Igne natura renovatur integra”.
“En la Naturaleza, todo se renueva por el fuego”.
“La tierra nos reclama por cierto tiempo, pero nos hace renacer y reencarnar a cada
instante. Los hombres no conocen este fenómeno, y, así como mueren y nacen los
hombres, así muriendo y naciendo se suceden los pueblos.”
Dirigiendo un dedo al Sol, que iba poniéndose, dijo: “Allá nacerá un pueblo nuevo, la
raza del provenir”.
El Rosa-Cruz, despidiéndose de todos, dio la mano a cada uno y se retiró. También
Bernardo dejó a Elsa sola con su madre.
En las semanas que siguieron, Elsa fue poco a poco acostumbrándose a la luz,
siguiendo las instrucciones precisas que el Rosa-Cruz había dado.
Un fenómeno curioso era que ella no podía ver la diferencia entre los animales; y así,
confundía constantemente los perros y los gatos y también tomaba las plantas cuando
se mecían en el viento, por seres vivientes. Cosa extraña le pasaba también con las
personas; pues, al principio, le era difícil diferenciarlas por las facciones de la cara.
Por otro lado, tenía la particularidad de ver el aura de las personas; y así, las que
eran coléricas, las veía envueltas en una capa de rojo; a los avaros y envidiosos, los
veía envueltos en una aura verde sucio. A su madrecita, siempre la había visto
envuelta en un color rosado-azulenco, limpio y puro. Cuando recibían visita, no
necesitaban que le explicaran la condición de las personas, pues ella misma las veía.
¡Ojalá que esta cualidad la tuvieran todas las personas! Pero solamente los Rosa-
Cruz tienen la clave para comunicarla.
Ahora, para Elsa empezaba la vida.
Había puestos sus primeras miradas en este mundo que antes solo había visto en su
luz interna. Ahora, vio que existía realmente este mundo de maravillas, tantas veces
explicado por bernardo.
En ella, todo era optimismo. Todo eran bellas esperanzas. Cuando echaba una mirada
en este laboratorio de la naturaleza, lleno de preciosidades, que antes mentalmente
se había imaginado, sentía una sensación de voluptuoso bienestar, que solo son
capaces de sentir aquellos que están animados de puro amor universal.
Cuando en sus paseos diarios iba por el prado, su dicha era ine fable, al poder ver las
rosas, los claveles, los alelíes, los geranios y jazmines, con sus colores rojos blancos
y amarillos, que antes solo podía diferenciar por el olor.
Cuando veía el nacer y el morir de las plantas en la naturaleza, en un santo
ensimismamiento, elevaba sus oraciones al Cielo. Nunca persona más pura había
sido más dichosa, ni persona más dichosa, había sido más pura que nuestra Elsa.
Bernardo era un constante camarada que la acompañaba en estos paseos, y,
entonces hacían proyectos y soñaban con el porvenir. ¡Todo lo que había pasado,
había venido de una manera tan repentina...!
Él la tomaba en sus brazos; la acariciaba... Ella se entregaba por entero a él; y él, que
no había tenido jamás otros amores, se entregaba a ella con todas las fue rzas de su
alma...

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