-

.

SEARCH GOOGLE

..

-

lunes, 25 de junio de 2007

LA EDAD MEDIA // UNA INTERPRETACION



La Edad Media

...recorrer una parte del camino no significa equivocanse de camino...


Transcurrió una semana sin que Sofia supiera nada más de Alberto Knox. Tampoco recibió más postales del Líbano, pero hablaba constantemente con Jorunn de las que habían encontrado en la Cabaña del Mayon ,Jorunn estaba muy nerviosa, pero al no suceder nada más, el susto iba quedando olvi­dado entre los deberes y el badmington.
Sofia repasó las cartas de Alberto muchas veces para ver si encontraba algo que pudiera arrojar alguna luz sobre Hilde y todo lo que tenía que ver con ella. De esa forma también tuvo la oportunidad de digerir la filosolía de la antigüedad. Ya no le costaba ningún trabajo distinguir entre Demócrito y Sócrates, Platón y Aristóteles.
El viernes 25 de mayo estaba en la cocina haciendo la co­mida para su madre, a punto de volver del trabajo. Eso era lo acordado para los viernes. Ese día preparaba una sopa de sobre de pescado, con albóndigas y zanahorias. Muy sencillo.
Había empezado a soplar el viento. Mientras removía la sopa, Sofia se volvió hacia la ventana y miró fuera. Los abedules se balanceaban como espigas de trigo.
De repente algo golpeó el cristal de la ventana. Sofia se volvió de nuevo y descubrió un trozo de cartón pegado en el vi­drio.
Se acercó a la ventana y vio que era una postal. A través del cristal pudo leer: «Hilde Moller Knag c/o Sofia Amundsen...».
Justo lo que había pensado. Abrió la ventana y recogió la postal. ¿Habría llegado volando desde el Libano?
También esta postal tenía fecha del viernes 15 de junio.
Sofía quitó la cacerola de la placa y se sentó junto a la mesa de la cocina. La postal decía:

Qurida Hilde. No sé si esta postal te llegará el día de tu cunípleaños. Espero que así sea o que si no, al menos, no hayan transcurrido demasiados días. Que transcurra una semana o dos para Sofia no sig­nifica necesariamente que transcurra tanto tiempo para nosotros. Yo volveré a casa la víspera de San Juan. Entonces nos sentaremos juntos en el balancín mirando al mar Hilde. Tenemos tantas cosas de qué hablar.
Abrazos de tu papá, que a veces se deprime por ese conflicto de mil años entre judíos, cristianos y musulmanes: constantemente me obligo a mi mismo a recordar que esas tres religiones tienen sus raíces en Abraham. ¿Rezarán entonces al mismo Dios? Pues no. En este sitio Cain y Abel aún no han terminado su pelea.

P D. ¿Puedo acaso decirte que des recuerdos a Sofia ? Pobre chica, aún no entiende el porqué de las cosas. ¿Lo entiendes tú, quizás?

Sofia se inclinó sobre la mesa. Estaba agotada. Desde luego que no entendía nada. ¿Lo entendería Hilde?
Si el padre de Hilde le enviaba saludos a Sofia, signifi­caba que Hilde sabía más de Sofia que Sofia de Hilde. Todo re­sultaba tan complicado que Sofia volvió a las cacerolas.
Una postal que se posa en la ventana así como así. Correo aéreo, en el verdadero sentido de la palabra.
En cuanto hubo vuelto a poner la cacerola en la placa, sonó el teléfono.
Ojalá fuera papá. Si volviera a casa le contaría todo lo que le había sucedido en las últimas semanas. No, sería Jorunn o mamá... Sofia corrió hasta el aparato.
-Sofia Amundsen.
-Soy yo -dijo alguien al otro lado del teléfono.
Sofía estaba segura de tres cosas: no era papá. Pero era una voz de hombre. Estaba además convencida de que había oído exactamente la misma voz en otra ocasión.
-¿Quién es? -preguntó.
-Soy Alberto.
-Ah...
Sofia no sabía qué contestar. Se acordaba de la voz del vi­deo sobre Atenas.
-¿Estas bien?
-Pues si...
-Pero a partir de ahora no habrá más cartas. Tenemos que vernos personalmente, Sofia. Empieza a urgir, ¿sabes?
-¿Porqué?
-Estamos a punto de ser cercados por el padre de Hilde.
-¿Cómo cercados?
-Por todos los lados, Sofia. Ahora tenemos que colabo­rar.
-¿Cómo...?
-Aunque no serás de mucha ayuda hasta que se haya ha­blado de la Edad Media. Deberemos hacer el Renacimiento y el siglo XVII también. Además Berkeley juega un papel clave.
-De ése había un cuadro en la Cabaña del Mayor ¿verdad?
-Si. Quizás sea precisamente sobre él sobre el que se li­bre la batalla.
-Suena como a una especie de guerra.
-Lo llamaría más bien una lucha espiritual. Tendremos que llamar la atención de Hilde y conseguir que se ponga de nuestra parte, antes de que su padre vuelva a Lillesand.
-No entiendo nada.
-Bueno. quizás los filósofos te abran los ojos. Búscame en la Iglesia de María mañana de madrugada a las cuatro. Pero ven sola, hija mía.
-¿Tendré que ir en plena noche?
Clic.
-¡Oiga!
¡Qué tío más malo! ¡Había colgado! Sofia volvió co­rriendo a la cocina. La sopa estaba a punto de salirse. Echó el pescado v las zanahorias y bajó el fuego.
¿En la Iglesia de María? Era una vieja iglesia medieval de piedra. Sofia creía que sólo se usaba para conciertos y misas muy especiales. En verano estaba abierta de vez en cuando para los turistas. ¿Pero cómo iba a estar abierta en plena no­che?
Cuando llegó su madre, Sofia ya había metido la postal del Líbano en el armario junto a las demás cosas de Alberto y Hilde. Después de comer se fue a casa de}orunn.
-Tenemos que hacer un acuerdo un poco especial dijo a su amiga en cuanto ésta abrió la puerta.
Y no dijo nada más hasta que se hubieron encerrado en la habitación de Jorunn.
-Es un poco problemático -prosiguió Sofia.
-¡Venga!
-Tendré que decir a mamá que me quedo a dormir aquí.
-Muv bien.
-Pero no es verdad, ¿comprendes? Estaré en otro sitio.
-Eso es peor ¿Es algún lío de chicos?
-No, pero es un lío de Hilde,
Jorunn silbó suavemente, y Sofia la miró fijamente a los ojos.
-Vendré aquí tarde esta noche -dijo-. Pero tendré que salir a escondidas alrededor de las tres. Tendrás que encu­brirme hasta que vuelva.
- ¿Pero a dónde vas a ir, Sofia?, ¿qué vas a hacer?
-Lo siento. He recibido órdenes de no decir nada.
No era nada difícil obtener permiso para dormir en casa de alguna amiga. Más bien al contrario. Sofia tenía de vez en cuando la sensación de que a su madre le gustaba tener la casa para ella sola.
-¿Vendrás a la hora de comer mañana, verdad? -fue el único comentario de su madre.
-Si no vengo, sabes dónde estoy.
¿Por qué decía eso, si ése era precisamente el punto débil?
La estancia en casa de su amiga empezó como todas las veces que se quedaba a dormir allí, charlando hasta bien en­trada la noche, con la única diferencia de que Sofia puso el despertador a las tres, cuando, sobre la una, se dispusieron por fin a dormir.
Jorunn apenas se despertó cuando Solía paró el desper­tador dos horas más tarde.
-Ten cuidado –dijo Jorunn.
Sofia empezó a andar. Había varios kilómetros hasta la Iglesia de María, y aunque sólo había dormido un par de ho­ras se sentía totalmente despejada. Sobre las colinas, al este, flotaba una nube roja.
Cuando por fin se encontró ante la vieja iglesia de piedra eran ya las cuatro. Sofia empujó la pesada puerta. ¡Estaba abierta!
La iglesia estaba vacía y silenciosa. A través de las vidrieras flotaba una luz azulada que revelaba miles de minúsculas partículas de polvo en el aire. Era como si el polvo se reuniera en gruesas vigas que atravesaran la nave de la iglesia. Sofia se sentó en un banco en el medio. Allí se quedó sentada mirando al altar y a un viejo crucifijo pintado con colores opacos.
Pasaron unos minutos. De repente empezó a sonar el ór­gano. Sofia no se atrevió a darse la vuelta. Sonaba como un viejo salmo, quizás de la Edad Media también.
Luego todo volvió a quedar en silencio, pero pronto oyó unos pasos que se acercaban por detrás de ella. ¿Debería vol­verse ya? Optó por clavar su mirada en el Jesús crucificado.
Las pisadas la sobrepasaron. Y vio una figura acercarse. Llevaba un hábito marrón de monje. Sofía podría haber ju­rado que se trataba de un monje de la Edad Media.
Tenía miedo pero no estaba aterrorizada. Cuando el monje llegó al presbiterio dio un rodeo y subió al púlpito. Se inclinó sobre él, miró a Sofia y dijo algo en latín.
Gloria patri et filio et spiritu sancto. Sicut erat in prin­cipio er nunc et semper in saecola saecolorum.
-¡Habla noruego tonto! -exclamó Sofia.
Las palabras retumbaron en la vieja iglesia de piedra.
Entendió que el monje tenía que ser Alberto Knox. Ysin embargo se arrepintió de haberse expresado de un modo tan poco solemne en una vieja iglesia. Pero tenía miedo, y cuando se tiene miedo resulta una especie de consuelo romper con to­das las reglas y tabúes.
-¡Chis...!
Alberto levantó una mano, como hacen los curas cuando quieren que los feligreses se sienten.
-¿Qué hora es, hija mía? -pregunto.
-Las cuatro menos cinco -contestó Sofía. Ya no tenía miedo.
-Entonces ha llegado la hora. En este momento co­mienza la Edad Media.
-¿La Edad Media empieza a las cuatro? -preguntó So­fia perpleja.
-Alrededor de las cuatro, sí. Luego fueron las cinco y las seis y las siete. Pero era como si el tiempo se hubiera detenido. Se hicieron las ocho y las nueve y las diez. Pero seguía siendo Edad Media, ¿sabes? Ya es hora de levantarse a un nuevo día, pensarás. Pues sí, entiendo lo que quieres decir. Pero es fin de semana, sabes, un fin de semana sin fin. Se hicieron las once y las doce v la una, lo que corresponde a lo que llamamos la Alta Edad Media. Fue cuando se construyeron las grandes catedrales en Europa. Alrededor de las catorce horas algún que otro gallo cantó. Y entonces, no hasta entonces, empieza a desvanecerse.
-Entonces la Edad Media duró nueve horas -dijo Sofia. Alberto movió la cabeza, que asomó por debajo de la ca­pucha del hábito marrón, y miró a la congregación que en ese momento sólo se componía de una muchacha de catorce años.
-Sí, si una hora son cien años. Imaginemos que Jesús na­ció a medianoche. Pablo inició sus viajes misioneros un poco antes de las doce y media y murió en Roma un cuarto de hora más tarde. Hasta cerca de las tres la Iglesia cristiana estaba mas o menos prohibida pero en el año 313 el cristianismo era una retigión aceptada en el Imperio Romano. Eso era bajo el reínado del emperador Constantino que se dejo bautizar en su lecho de muerte muchos años después. Desde el año 380 el cristinanismo fue la religión del Estado en todo el Imperio Romano.
-¿Pero no se disolvió el Imperio Romano?
-Sí, había empezado ya a derrumbarse. Nos encontra­mos ante uno de los cambios culturales más importantes de toda la Historia. Alrededor del año 300, Roma estaba amenazada tanto por las tribus que llegaban desde el norte, como por una disolución interna. En el año 330 el emperador Constantino traslada la capital del Imperio Romano a Constantinopla ciudad que él mismo había fundado a la entrada del Mar Negro. Esta nueva ciudad era considerada por algunos como «la otra Roma”. En el año 395 el Imperio Romano fue dividido en dos: el imperio romano occidental, con Roma en el centro, y el imperio romano oriental, con la nueva ciudad de Constantinopla como capital. En el año 410 Roma fue saqueada por pueblos bárbaros, en el 476 todo el Estado romano occidental pereció. El imperio romano oriental subsistió como Estado hasta el año 1453, en que turcos conquistaron Constantinopla.
-¿Fue entonces cuando la ciudad tomó nombre, Estam­bul?
-Cierto. Otra fecha digna de recordar es el año 529. Entonces la Iglesia cerró la academia de Platón en Atenas. En ese mismo año se fundó la Orden de los Benedictinos como la primera gran orden religiosa. De esta manera el año 529 se convierte en un símbolo de cómo la Iglesia cristiana puso una tapadera encima de la filosofia griega. A partir de entonces los conventos tuvieron el monopolio de la enseñanza, la reflexión y la contemplación. Pronto serán las cinco v media...
Sofia ya había entendido hacía rato lo que Alberto que­ría decir con todas esas horas. La medianoche era el año 0, la una equivalía al año 100 después de Cristo, las 6 era el año 600 después de Cristo, y las 14 horas era el año 1400 después de Cristo...
Alberto prosiguió.
-Por «Edad Media» se entiende en realidad un período de tiempo entre otras dos épocas. La expresión surgió en el Renacimiento, en el que se consideró la Edad Media como una «larga noche de mil años» que había «enterrado» a Europa en­tre la Antigüedad y el Renacimiento. La expresión «medieval» se usa incluso hoy en día en un sentido peyorativo para expre­sar todo aquello que es autoritario y rígido. Pero otros han con­siderado la Edad Media como un «tiempo de mil años de creci­miento». Fue, por ejemplo, en la Edad Media cuando comenzo a configurarse el sistema escolar. Ya a principios de la época surgieron las primeras escuelas en los conventos. A partir del año 1100 se contó con las escuelas de las catedrales y alrededor del año 1200 se fundaron las primeras universidades. Incluso hoy en día las materias están divididas en diferentes grupos o «facultades», como en la Edad Media.
-Mil años son muchos años.
-Pero el cristianismo necesitó tiempo para penetrar en el pueblo. En el transcurso de la Edad Media se fueron desarrollando también las diferentes naciones, con ciudades y castillos, música y poesía populares. ¿Qué habría sido de los cuen­itos populares y las baladas sin la Edad Media? Bueno, ¿qué habría sido Europa sin la Edad Media, Sofía? ¿Una provincia romana? La resonancia que tienen nombres como Inglaterra, Alemania o Noruega se encuentra precisamente en esta in­mensa profundidad que se llama Edad Media. En esta profundi­dnd nadan muchos peces gordos, aunque no siempre los vea­mos. Snorri fue un hombre de la Edad Media, también lo fueron Olaf el Santo y Carlomagno. Por no decir Romeo y Julieta.
Y un montón de apuestos príncipes y majestuosos reyes, valientes caballeros andantes v bellas doncellas, vidrieros anó­nimos y constructores geniales de órganos. Y aún no he men­cionado ni a los frailes de los conventos, ni a los peregrinos, ni a las curanderas.
-Tampoco has mencionado a los sacerdotes.
-Cierto. El cristianismo no llegó a Noruega hasta el año 1000, pero sería una exageración decir que toda Noruega se convirtió en país cristiano después de la batalla de Stiklestad. Antiguas ideas paganas seguían vivas bajo la superficie cris­tiana. y con los elementos cristianos se mezclaron muchos pre­cristianos. Por ejemplo en lo que se refiere a la celebración noruega de la Navidad había una mezcla entre costumbres cris­tianas y antiguas costumbres nórdicas que dura hasta nuestros días. ¿Conoces la frase que dice que los viejos cónyuges aca­ban por parecerse el uno al otro? Así sucede que la torta navi­deña, el cerdito navideño y la cerveza navideña, se asocian a los Reyes de Oriente y al pesebre de Belén. No obstante debemos subrayar que el cristianismo poco a poco empezaba a do­minar en lo que se refiere al concepto de la vida. Hablamos, por tanto, a menudo de la Edad Media como una «cultura cristiana unitaria».
-¿Entonces no fue sólo oscura y triste?
-Los primeros siglos después del año 400 fueron verda­deramente años de decadencia cultural. Los tiempos de los Romanos habían sido una época de mucha cultura, con gran­des ciudades que tenían sus sistemas públicos de cloacas, baños y bibliotecas; por no mencionar la grandiosa arquitectura. Toda esta cultura se desintegró en los primeros siglos de la Edad Media, también en lo que se refiere al comercio y a la economía monetaria. En la Edad Media se volvió a la economía en especie, a la economía del intercambio. A partir de ahora la economía se caracterizaría por lo que llamamos feudalismo que quiere decir que algunos importantes señores feudales eran propietarios de la tierra que los campesinos tenían que traba­jar para ganarse el sustento. También la población disminuyó fuertemente durante aquellos primeros siglos. Basta con men­cionar que Roma era una ciudad que llegaba al millón de habi­tantes en la antigüedad y que ya en el año 600 la población de la antigua metrópolis había descendido a 40.000. De modo que una modesta población andaba entre los restos de edificios ma­jestuosos de los tiempos gloriosos de esta ciudad venida a me­nos. Cuando necesitaban material de construcción tenían rui­nas de sobra de donde coger. Esto ha irritado enormemente a los arqueólogos de nuestros días a los que les hubiera gustado que las gentes de la Edad Media no hubieran tocado los viejos monumentos.
-Eso es fácil de decir después.
-La importancia política de Roma acabó ya hacia finales del siglo IV. No obstante, el obispo de Roma pronto se converti­ría en la cabeza de toda la Iglesia católica romana, y recibió el nombre de «Papa», o «Padre», y poco a poco fue considerado el vicario de Jesús en la Tierra. De esa manera Roma funcionó como capital cristiana durante casi toda la Edad Media. No ha­bía muchos que se atrevieran a hablar en contra de Roma, aun­que poco a poco los reyes y príncipes de los nuevos Estados na­cionales iban adquiriendo tanto poder que alguno de ellos se atreevió a oponerse al gran poder de la Iglesia.
Sofía miró al sabio monje.
-Dijiste que la Iglesia cerró la Academia de Platón en Atenas. ¿Todos los filósofos griegos fueron olvidados?
-Sólo en parte. Se conocían algunos escritos de Aristó­teles y otros de Platón. Pero el antiguo Imperio Romano se iba dividiendo en tres zonas culturales. En Europa Occidental tuvi­mos la cultura cristiana de lengua latina, con Roma como capi­tal. En Europa Oriental surgió una cultura cristiana de lengua griega y con Constantinopla como capital. Más adelante la ciu­dad adquirió el nombre griego de Bizancio. Por lo tanto, ha­blamos a menudo de una Edad Media bizantina, a diferencia de la Edad Media católica romana. No obstante, también el norte de Africa y el Oriente Medio habían pertenecido al Imperio Romano. Esta región desarrolló una cultura musul­mana de lengua árabe. Tras la muerte de Mahoma en el año 632, el Oriente Medio y el norte de Africa fueron conquistados por el islam. Pronto también España fue incorporada a la re­gión cultural musulmana. El islam tuvo sus lugares sagrados, ta­les como La Meca, Medina, Jerusalén y Bagdad. Los árabes también se quedaron con la antigua ciudad helénica de Alejan­dría. De esa forma, gran parte de la ciencia griega fue here­dada por los árabes. Durante toda la Edad Media los árabes fueron los más importantes en ciencias tales como matemáti­cas, química, astronomía o medicina. Incluso hoy en día segui­mos utilizando los números arábigos. Así pues, en varios cam­pos la cultura árabe era superior a la griega.
-Pregunté que qué le pasó a la fliosofia griega.
-¿Te imaginas un ancho río que durante algún tiempo se divide en tres ríos distintos, para volver ajuntarse luego otra vez en un gran río?
-Sí, me lo imagino.
-Entonces también te imaginarás cómo la cultura gre­corromana se perpetuó, en parte en la cultura católica romana en el oeste, en parte a través de la cultura romana oriental en el este, y en parte a través de la cultura árabe en el sur. Platón en el este y este y Aristoteles con los árabes en el sur. Pero también había algo de todo en los tres ríos. Lo importante es que a finales de la Edad Media los tres ríos se fueron a unir en el norte de Italia. La influencia árabe llegó a través de España, la griega de Grecia y Bizancio. Ahora empieza el Renacimiento; ahora empieza el «renacimiento» de la cultura antigua. De alguna manera esto quiere decir que la cultura de la antigüedad había sobrevivido a la larga Edad Media.
-Entiendo.
-Pero no hay que anticipar los hechos. Primero charla­remos un poco sobre la filosofia de la Edad Media, hija mía. Y ya no te hablaré desde el púlpito. Voy a bajar.

Sofía notaba en los ojos que sólo había dormido unas ho­ras. Ver descender del púlpito de la Iglesia de María al extraño monje fue como vivir un sueño.
Alberto se acercó hasta el presbiterio. Primero miró ha­cia el altar donde estaba el viejo crucifijo. Luego se volvió hacia Sofía y se acercó con pasos lentos para sentarse junto a ella en el banco.
Resultaba extraño estar tan cerca de él. Debajo de la ca­pucha Sofia vió dos ojos negros. Pertenecían a un hombre de mediana edad con perilla.
¿Quién eres?, pensó. ¿Por qué has aparecido en mi vida?
-Nos iremos conociendo mejor -dijo él, como si hu­biese leído sus pensamientos...
Mientras estaban así sentados, haciéndose cada vez más intensa la luz que entraba por las vidrieras, Alberto Knox em­pezó a hablar de la filosolía de la Edad Media.
-Los filósofos de la Edad Media dieron más o menos por sentado que el cristianismo era lo verdadero -empezó a decir.
-La cuestión era si había que creer en los milagros cris­tianos o si también era posible acercarse a las verdades cristia­nas mediante la razón. ¿Qué relación había entre los filósofos griegos y lo que decía la Biblia? Había una contradicción entre la Biblia y la razón, o eran compatibles la fé y la razón? Casi toda la filosofia medieval versó sobre esta única pregunta.
Sofía asintió impaciente. Ya había contestado a esta pre­gunta sobre la fe y la razón en el control de religión.
-Veamos este planteamiento del problema en los dos fi­lósofos más importantes de la Edad Media. Podemos empezar con San Agustin que vivió del 354 al 430. En la vida de esta persona podemos estudiar la transición entre la Antigüedad tardía y el comienzo de la Edad Media. San Agustín nació en la pe­queña ciudad de Tagaste, en el norte de Africa, pero ya con dieciséis años se fue a estudiar a Cartago. Más tarde viajó a Roma y a Milán, y vivió sus últimos años como obispo en la ciudad de Hipona, situada a unas millas al oeste de Cartago. Sin embargo no fue cristiano toda su vida. San Agustín pasó por muchas religiones y corrientes filosóficas antes de convertirse al cristianismo.
-¿Puedes ponerme algunos ejemplos?
-Durante un período fue maniqueo. Los maniqueos eran una secta religiosa muy típica de la Antigüedad tardía. Era una doctrina de salvación mitad religiosa, mitad filosófica. La idea era que el mundo está dividido en bien y mal, en luz y oscuridad, espíritu y materia. Con su espíritu las personas podían elevarse por encima del mundo de la materia y así poner las ba­ses para la salvación del alma. Pero esta fuerte diferenciación entre el bien y el mal no le dio ninguna paz a San Agustín. De joven estaba muy interesado por lo que solemos llamar el «pro­blema del mal», es decir, la cuestión del origen del mal. Durante otra época estuvo influenciado por la filosolía estoica, y según los estoicos no existía esa fuerte separación entre el bien y el mal. Pero sobre todo estuvo influido San Agustín por la otra tendencia filosófica importante de la Antigüedad tar­día, es decir, por el neoplatonismo, en el que se encontró con la idea de que toda la existencia tiene una naturaleza divina.
-¿Y entonces se convirtió en un obispo neoplatónico?
-Pues casi sí. Primero se volvió cristiano, pero el cristia­nismo de San Agustín tiene fuertes rasgos de la manera de ra­zonar del platonismo. Así comprenderás, Sofia, que no se trata de ninguna ruptura traumática con la filosolía griega aunque estemos entrando en la Edad Media cristiana. Gran parte de la filosofia griega fue llevada a la nueva época a través de los Padres de la Iglesia como San Agustín.
-¿Quieres decir que San Agustín fue cincuenta por ciento cristiano y cincuenta por ciento neoplatónico?
-Evidentemente él mismo opinaba que era cien por cien cristiano. Pero no veía una gran distinción entre el cristia­nismo y la filosofia de Platón. Pensó que la coincidencia entre la filosofia de Platón y la doctrina cristiana era tan clara que se preguntaba si Platón no habría conocido partes del Antiguo Testamento. Esto es muy dudoso, claro está. Podríamos decir que fue San Agustín el que «cristianizó» a Platón.
-Por lo menos no se despidió de todo lo que tenía que ver con la filosolía aunque empezara a creer en el cristianismo, ¿verdad?
-Pero señaló que, en cuestiones religiosas, la razón sólo puede llegar hasta unos límites. El cristianismo también es un misterio divino al que sólo nos podemos acercar a través de la fé. Pero si creemos en el cristianismo, Dios «iluminará» nuestra alma para que consigamos unos conocimientos sobrenaturales de Dios. El mismo San Agustín había descubierto que la filosofía sólo podía llegar hasta ciertos límites. Hasta que no se convirtió al cristianismo, su alma no encontró la paz. «Nuestro corazón está intranquilo hasta encontrar descanso en Ti», es­cribe.
-No entiendo muy bien cómo la teoría de las Ideas de Platón podía unirse con el cristianismo -objetó Sofía-. ¿Qué pasa con las Ideas eternas?
-Ls verdad que San Agustín piensa que Dios creó el mundo de la nada. Ésta es una idea bíblica. Los griegos ten­dían a pensar que el mundo había existido siempre. Pero él opinaba que antes de crear Dios el mundo, las «ideas» existían en los pensamientos de Dios. Incorporó de esta manera las ideas platónicas en Dios, salvando así el pensamiento platónico de las ideas eternas.
-Qué listo.
-Pero esto demuestra cómo San Agustín y otros Padres de la Iglesia se esforzaron al máximo por unificar la manera de pensar judía con la griega. En cierta manera fueron ciudada­nos de dos culturas. También en la problemática del mal, San Agustín recurre al neoplatonismo. Opina, como Plotino, que el mal es la «ausencia de Dios». El mal no tiene una existencia propia, es algo que no es. Porque la Creación de Dios es en rea­lidad sólo buena. El mal se debe a la desobediencia de los hom­bres, pensaba San Agustín. O, para decirlo con sus propias pa­labras: «La buena voluntad es obra de Dios, la mala voluntad es desviarse de la obra de Dios».
-¿También opinaba que los seres humanos tienen un alma divina?
-Si y no. San Agustín dice que hay un abismo infran­queable entre Dios y el mundo. En este punto se apoya firme­mente sobre cimientos bíblicos, y rechaza la idea de Plotino de que todo es Uno. Pero también subraya que el ser humano es un ser espiritual. Tiene un cuerpo material, que pertenece al mundo fisico donde la polilla y el óxido corroen, pero también tiene un alma que puede reconocer a Dios.
-¿Qué sucede con el alma humana cuando morimos?
-Según San Agustín toda la humanidad entró en perdi­ción después del pecado original. Y sin embargo, Dios ha de­terminado que algunos seres humanos serán salvados de la perdición eterna.
-Entonces opino que igual podría haber decidido que nadie fuera a la perdición -objetó Sofia.
-Pero en este punto San Agustín rechaza cualquier de­recho del hombre a criticar a Dios. En este contexto se remite a algo que escribió San Pablo en su Carta a los romanos:

¿ Pero quién eres tú, hombre, que protestas contra Dios? ¿ Puede lo que está formado decir al que lo formó: «¿Por qué me hiciste así?». No es el alfarero el señor de la arcilla para que del mismo material pueda hacer una vasija fina y una vasija barata?

-¿Entonces quiere decir que Dios está sentado en el cie­lo jugando con los seres humanos?
-La idea de San Agustín es que ningún ser humano se merece la salvación de Dios. Y sin embargo Dios ha elegido a al­gunos que se salvarán de la perdición. Para Él, por lo tanto, no existe ningún secreto sobre quién se salva y quién se pierde, ya que está decidido de antemano. Somos arcilla en la mano de Dios. Dependemos totalmente de su misericordia.
-Entonces volvió en cierto modo a la vieja fe en el destino.
-Algo así. Pero San Agustín no les quita a los hombres la ponsabilidad de sus propias vidas. Nos aconsejo que viviesemos de manera que por nuestro ciclo vital pudiéramos darnos cuenta de que pertenecemos a los elegidos. Porque no niega que tengamos un libre albedrío. Pero Dios «ha visto de antemano» como vamos a vivir.
-¿No es eso un poco injusto? -preguntó Sofia-. Só­crates opinaba que todos los seres humanos tenían las mismas posibilidades porque todos tenían la misma capacidad de razo­nar. Pero San Agustín dividió la humanidad en dos grupos. Uno de los dos grupos se salvará el otro se perderá
-Sí, con la teología de San Agustin nos hemos alejado ya un poco del humanismo de Atenas. Pero no fue San Agustin el que dividió la humanidad en dos grupos. Se apoya en la doctrina de la Biblia sobre la salvacion y la perdicion. En una gran obra llamada “ La ciudad de Dios”, profundiza sobre este pensa­miento.
-¡Cuenta!
-La expresión «Ciudad de Dios» o «Reino de Dios» pro­cede de la Biblia y de la predicación de Jesús. San Agustín piensa que la Historia trata de la lucha que se libra entre la «Ciudad de Dios» y la «Ciudad terrena». Las dos «ciudades» no son ciudades políticas fuertemente separadas entre ellas. Luchan por el poder en cada persona. No obstante, la Ciudad de Dios está presente de un modo más o menos claro en la Iglesia, y la Ciudad terrena está presente en los Estados políti­cos, por ejemplo en el Imperio Romano, que se desintegró pre­cisamente en la época de San Agustín. Esta idea se iba ha­ciendo cada vez más clara conforme la Iglesia y el Estado luchaban por el poder a lo largo de la Edad Media. «No existe ninguna salvación fuera de la Iglesia», se había dicho ya. La Ciudad de Dios de San Agustín se identificó por tanto, final­mente, con la Iglesia como organización. Hasta la Reforma en el siglo XVI, no se protestaría contra la idea de que el hombre tuviera que pasar por la iglesia para recibir la gracia de Dios.
-Entonces ya era hora.
-También debemos fijarnos en el hecho de que San Agustín fuera el primer filósofo, de los que hemos estudiado, que introdujo la propia Historia en su filosofía. La lucha entre el bien y el mal no era en absoluto algo nuevo. Lo nuevo es que esta lucha se libra dentro de la Historia. En este sentido no hay mucho platonismo en San Agustín sino que se encuentra fir­memente plantado en la visión lineal de la Historia tal como la encontramos en el Antiguo Testamento. La idea es que Dios necesita la Historia para realizar su «Ciudad de Dios». La Historia es necesaria para educar a los hombres y destruir el mal. O, como dice San Agustín: «La providencia divina con­duce la Historia de la humanidad desde Adán hasta el final de la Historia, como si se tratara de la historia de un sólo indivi­duo que se desarrolla gradualmente desde la infancia hasta la vejez».
Sofía miró su reloj.
-Son las ocho -dijo-. Pronto tendré que irme.
-Pero primero voy a hablarte del otro gran filósofo me­dieval. ¿Nos sentamos fuera?
Alberto se levantó del banco, juntó las palmas de las ma­nos y comenzó a salir lentamente de la iglesia. Parecía como si estuviese rezando a Dios o como si meditara algunas verdades espirituales. Sofia le siguió; le pareció que no tenía eleccion.

Fuera había todavía una fina capa de neblina sobre el suelo. El sol había salido hacia mucho, pero aún no había pe­netrado del todo en la neblina matutina. La Iglesia de María se encontraba en las afueras de un viejo barrio de la ciudad.
Alberto se sentó en un banco delante de la iglesia. Sofia pensaba en lo que podría ocurrir si alguien pasaba por allí. Ya era bastante insólito estar sentado en un banco a las ocho de la mañana, pero aún más insólito era estar sentada junto a un monje medieval.
-Son las 8-empezó Alberto- Han pasado unos cua­trocientos años desde San Agustín. Ahora comienza la larga jornada escolar. Hasta las diez los colegios de los conventos son los únicos que se ocupan de la enseñanza. Entre las 10 y las 11 se fundan las primeras escuelas de las catedrales y sobre las 12 las primeras universidades. En la misma época se construyen además las grandes catedrales góticas. También esta iglesia se construyó en el siglo XIII. En esta ciudad no había recursos para construir una gran catedral.
-Supongo que tampoco haría falta -comentó Sofia-. No hay cosa peor que las iglesias vacías.
-Bueno, las grandes catedrales no se construyeron úni­camente para acoger a grandes congregaciones. Se levantaron en honor a Dios y eran en si una especie de servicio divino. Pero también ocurrió otra cosa en este periodo de la Edad Media, algo que tiene importancia para filósofos como noso­tros.
-¡Cuéntame!
Alberto prosiguió.
-La influencia de los árabes en España comenzó a ha­cerse notar. Durante toda la Edad Media los árabes tuvieron una viva tradición aristotélica y desde finales del siglo XII ára­bes eruditos iban al norte de Italia invitados por los príncipes de esa región. De esta manera muchos de los escritos de Aristoteles fueron conocidos y poco a poco traducidos del griego y del árabe al latín Esto desperto un nuevo interes por cuestiones científicas, ademas de re'vivir la antigua polemica sobre la relación entre las revelaciones cristianas y la filosofía griega. En los asuntos de ciencias naturales ya no se podía pasar por alto a Aristóteles. -¿Pero en qué ocasiones había que escuchar al filosofo y en cuáles había que apoyarse exclusivamente en la Bi­blia? ¿Me sigues?
Sofia asintió brevemente, y el monje prosiguió.
-El filósofo más grande y más importante de la Alta Edad Media fue Tomás de Aquino, que vivió de 1225 a 1274. Nació en la pequeña ciudad de Aquino, entre Roma y Nápoles, pero trabajó también como profesor de filosofía en la universi­dad de París. Lo llamo «filósofo», pero también fue, en la misma medida, teólogo. En aquella época no había en realidad una verdadera distinción entre «filosofía» y «teología». Para re­sumir podemos decir que Tomás de Aquino cristianizó a Aristóteles de la misma manera que San Agustín había cristia­nizado a Platón al comienzo de la Edad Media.
-¿No era un poco raro cristianizar a filósofos que vivie­ron muchos cientos de años antes de Jesucristo?
-En cierta manera sí. Pero cuando hablamos de la «cristianización» de los dos grandes filósofos griegos quere­mos decir que fueron interpretados y explicados de tal ma­nera que no se consideraran una amenaza contra la doctrina cristiana. De Tomás de Aquino se dice que «cogió el toro por los cuernos».
-No sabia que la filosofía tuviera que ver con las corri­das de toros.
-Tomás de Aquino fue de los que intentaron unir la fi­losofía de Aristóteles y el cristianismo. Decimos que creó la gran síntesis entre la fe y el saber. Y lo hizo precisamente en­trando en la filosofía de Aristóteles y tomándole sus palabras.
-O por los cuernos. No he dormido apenas esta noche, de modo que me temo que tendrás que explicarte mejor.
-Tomás de Aquino pensó que no tenía por qué haber una contradicción entre lo que nos cuenta la filosofía o la razón y lo que nos revela la fe. Muy a menudo el cristanismo y la fi­losolía nos dicen lo mismo. Por lo tanto podemos, con la ayuda de la razón, llegar a las mismas verdades que las que nos cuenta la Biblia.
-¿Cómo es posible eso? ¿La razón nos puede decir que Dios creó el mundo en seis días? ¿O que Jesús era hijo de Dios?
-No, a esa clase de «dogmas de fe», sólo tenemos acceso a través de la fe y de la revolación cristiana. Pero Tomás opinaba que también existen una serie de « verdades teológicas na turales». Con esto se refería a verdades a las que se puede llegar, tanto a través de la revelación cristiana como a través de nuestra razón innata o natural. Una verdad de ese tipo es, por ejemplo la que dice que hay un Dios. Tomás opinaba que hay dos caminos que conducen a Dios. Un camino es a través de la fe v la revelación. El otro camino es a través de la razón v las ob­servaciones hechas con los sentidos. Bien es verdad que, de estos caminos, el de la fe y la revelación es el más seguro, porque es fácil desorientarse si uno se fía exclusivamente de la razón. Pero el punto clave de Tomás es que no tiene que haber nece­sanamente una contradicción entre un filósofo como Aristó­teles v la doctrina cristiana.
-¿Entonces igual podemos apoyarnos en Aristóteles que en la Biblia?
-No, no. Aristóteles sólo llega hasta un punto en el ca­mino porque no llegó a conocer la revelación cristiana. Pero recorrer una parte del camino no significa equivocarse de ca­mino. Por ejemplo, no es incorrecto decir que Atenas está en Europa. Pero tampoco es muy preciso. Si un libro sólo te dice que Atenas es una ciudad europea, quizás sea también conve­niente consultar un libro de geografía en el que se te propor­cione toda la verdad: Atenas es la capital de Grecia, que a su vez es un pequeño país en la parte sureste de Europa. Si tienes suerte, a lo mejor también te cuenta algo de la Acrópolis por no decir de Sócrates, Platón v Aristóteles.
-Pero también era verdad el primer dato sobre Atenas.
-Exactamente! Lo que quiso mostrar Tomás es que solo existe una verdad. Cuando Aristóteles señala algo que nues­tra razón reconoce como verdad, entonces tampoco contra­dice la doctrina cristiana. Podemos acercarnos plenamente a una parte de la verdad mediante nuestra razón y nuestras observaciones hechas con los sentidos son precisamente esas ver­dades las que menciona Aristóteles cuando describe el reino animal y el reino vegetal. Otra parte de la verdad nos la ha reve­lado Dios a través de la Biblia. Pero las dos partes de la verdad se superponen la una a la otra en muchos puntos importantes. También hay algunas cuestiones sobre las que la Biblia y la ra­zón nos dicen exactamente lo mismo.
-¿Por ejemplo que existe un Dios?
-Exactamente. También la filosolía de Aristóteles supo­nía que había un Dios, o una causa primera, que pone en mar­cha todos los procesos de la naturaleza. Pero no nos propor­ciona ninguna descripción más detallada de Dios. En este punto tenemos que apoyarnos exclusivamente en la Biblia y en la palabra de Cristo.
-¿Es tan seguro que realmente existe un Dios?
-Naturalmente es algo que se puede discutir. Pero in­cluso hoy en día la mayor parte de la gente está de acuerdo en que al menos la razón del ser humano no puede probar que no haya un Dios. Tomás fue más allá. Pensaba que basándose en la filosofía de Aristóteles se podía probar la existencia de Dios.
-No está mal.
-También con la razón podemos reconocer que todo lo que hay a nuestro alrededor tiene que tener una «causa origi­nal», decía. Dios se ha revelado ante los hombres tanto a través de la Biblia como a través de la razón. De esta manera, existe una «teología revelada» y una «teología natural». Lo mismo ocurre con la moral. En la Biblia podemos leer cómo quiere Dios que vivamos. Pero a la vez Dios nos ha provisto de una conciencia que nos capacita para distinguir entre el bien y el mal sobre una base natural. Hay pues «dos caminos» también para la vida moral podemos saber que está mal herir a otras personas, aunque no hayamos leído en la Biblia: «Haz con tu prójimo lo que quieres que tu prójimo haga contigo». Pero también en este punto lo más seguro es seguir los mandamientos de la Biblia.
-Creo que lo entiendo -dijo Sofía-. Es más o menos como que podemos saber que hay tormenta tanto viendo los relámpagos como oyendo los truenos.
-Correcto. Aunque seamos ciegos podemos oír que truena. Y aunque seamos sordos podemos ver los relámpagos. Lo mejor es, claro está, ver y oír. Pero no hay ninguna «contra­dicción» entre lo que vemos y lo que oímos. Al contrario, las dos impresiones se complementan.
-Entiendo.
-Déjame añadir otra imagen. Si lees una novela, por ejemplo Victoria de Knut Hamsun...
-De hecho la he leído...
-¿Conoces algo sobre el autor leyendo simplemente la novela que ha escrito?
-Al menos puedo saber que existe un autor que la ha escrito.
-¿Puedes saber algo más de él?
-Tiene una visión bastante romántica del amor.
-Cuando lees esta novela, que es creación de Hamsun, obtienes una impresión de la naturaleza de Hamsun. Pero no puedes contar con encontrar datos personales sobre el autor. Por ejemplo, ¿puedes saber mediante la lectura de Victoria la edad que tenía el autor al escribir la novela, dónde vivía o cuántos hijos tenía?
-Claro que no.
-Ese tipo de datos los podrás encontrar en una biogra­fía sobre Knut Hamsun. Solamente en una biografía o autobiografía, sabrás más acerca del autor como «persona».
-Sí, así es.
-Más o menos así es la relación entre la obra de crea­ción de Dios y la Biblia. Sólo mediante la observación de la na­turaleza podemos reconocer que hay un Dios. No resulta difícil ver que ama las flores y los animales, si no, no los hubiera creado. Pero sólo en la Biblia encontramos información sobre la persona de Dios, es decir, en su «autobiografía».
-Qué ejemplo más bueno!
-Mmm...
Por primera vez Alberto se quedó pensativo, sin decir nada.
-¿Esto tiene algo que ver con Hilde? -se le escapó a Sofía.
- Pero si no sabemos con seguridad si existe alguna «Hilde»
-Pero sabemos que se colocan señales de ella en mu­chos sitios. Postales y pañuelos de seda, una cartera verde, un calcetín...
Alberto asintió.
-Y parece que esas señales dependen de dónde quiera colocarlas el padre de Hilde. Pero hasta ahora sólo sabemos que hay una persona que nos manda todas las postales. Ojalá hubiera escrito un poco sobre él también. Bueno, ya volvere­mos a ese asunto.
-Son las 12. Tengo que volver a casa antes de que se aca­be la Edad Media.
-Acabaré con unas palabras sobre cómo Tomás de Aquino se quedó con la filosofía de Aristóteles en todos los puntos en los que ésta no contradecía la teología de la Iglesia.
Este es el caso de la lógica de Aristóteles, de su filosofía del conocimiento así como la de la naturaleza. ¿Te acuerdas de la descripción de Aristóteles de una cadena evolutiva desde plan­tas y animales a seres humanos?
Sofía asintió.
-Aristóteles pensaba que esta escala señalaba a un Dios que constituía una especie de cumbre de existencia. Este es­quema se adaptaba fácilmente a la teología cristiana. Según Tomás hay un grado evolutivo de existencia, desde plantas y animales hasta seres humanos, desde los seres humanos a los ángeles, y desde los ángeles a Dios. El hombre tiene, al igual que los animales, un cuerpo con órganos sensoriales, pero el ser humano tiene también una razón con «pensamientos pro­fundos». Los ángeles no tienen tal cuerpo, por lo tanto tienen también una inteligencia inmediata e instantánea. No necesitan “pensárselo» como los seres humanos, no necesitan dedu­cir algo de un punto a otro. Saben todo lo que pueden saber los hombres sin tener que ir paso a paso como nosotros. Como los ángeles no tienen cuerpo, tampoco morirán nunca. No son eternos como Dios, porque también ellos fueron creados por Dios. Pero no tienen ningún cuerpo del que puedan separarse; por tanto, no morirán nunca.
-Suena maravilloso.
-Pero por encima de los ángeles domina Dios. Él puede verlo y saberlo todo en una sola y continua visión.
-Entonces nos está viendo ahora.
-Sí quizás nos esté viendo. Pero no ahora. Para Dios no existe el tiempo como existe para nosotros. Nuestro «ahora» no es el «ahora» de Dios. Aunque para nosotros pasen unas se­manas, no necesariamente pasan unas semanas para Dios.
-Eso es un poco horrible -se le escapó a Sofía.
Se tapó la boca con una mano. Alberto la miró, y Sofía prosisiguió.
-He recibido otra postal del padre de Hilde. Escribió algo así como que si pasa una semana o dos para Sofía no signi­fica necesariamente que pase tanto tiempo para nosotros. ¡Casi lo mismo que lo que acabas de decir sobre Dios!
Sofía pudo ver cómo la cara bajo la capucha se encogía en un gesto impetuoso.
-¡Debería avergonzarse!
Sofía no entendió lo que quería decir con eso, quizás sólo fuera una manera de hablar, Alberto prosiguió.
-Desgraciadamente Tomás de Aquino también se que­dó con la visión que de la mujer tenía Aristóteles. Te acordarás de que Aristóteles pensaba que la mujer era algo así como un hombre imperfecto. Opinaba además que los hijos sólo here­daban las cualidades del padre. Como la mujer era pasiva v re­ceptiva, el hombre era el activo y el que daba la forma. Estos pensamientos armonizaban, según Tomás de Aquino, con las palabras de la Biblia, donde se dice, entre otras cosas, que la mujer fue creada de una costilla del hombre.
-¡Tonterías!
-Conviene añadir que el que algún mamífero pone huevos no se supo hasta 1827. Por lo tanto quizás no fuera tan extraño que se pensara que el hombre era el que daba la forma y la vida en la procreación. Además debemos tener en cuenta que según Tomás la mujer es inferior al hombre sólo física­mente. El alma de la mujer tiene el mismo valor que la del hombre. En el cielo hay igualdad entre hombres y mujeres, simplemente porque dejan de existir todas las diferencias físi­cas entre los sexos.
-¡Qué desconsuelo! ¿No había filósofas en la Edad Media?
-La Iglesia estuvo fuertemente dominada por los hom­bres, lo cual no significa que no hubiese pensadoras. Una de ellas fue Hildegarda de Fibingen...
Sofía abrió los ojos de par en par.
-¿Tiene ella algo que ver con Hilde?
-¡Qué de preguntas haces! Hildegarda era una monja del valle del Rhin que vivió de 1098 a 1179. A pesar de ser mujer era predicadora botánica y científica. Podría simbolizar la idea de que a menudo las mujeres eran las más realistas, por no de­cir las más científicas, en la Edad Media.
-He preguntado que si tiene algo que ver con Hilde.
-Entre los judios y los cristianos había una creencia que decía que Dios no sólo era hombre. También tenía un lado fe­menino o una «naturaleza materna». Porque también las muje­res están creadas a imagen y semejanza de Dios. En griego este lado femenino de Dios se llamaba Sophia. «Sophia» o «Sofía» significa «sabiduría».
Sofía se sentía abatida. ¿Por qué nadie le había contado esto antes? ¿Y por qué ella nunca había preguntado?
Alberto prosiguió:
-Tanto entre los judíos como en la iglesia ortodoxa Sophia, o la naturaleza materna de Dios, jugó cierto papel du­rante la Edad Media. En Occidente cayó en el olvido. Entonces llega Hildegarda. Cuenta que Sophia se le apareció. Iba vestida con una túnica dorada decorada con valiosas joyas.
Ahora Sofía se levantó del banco. Sophia se le había apa­recido a Hildegarda...
-Quizás yo me aparezca a Hilde.
Se volvió a sentar. Por tercera vez Alberto le puso la mano en el hombro.
-Eso es algo que tenemos que averiguar. Pero ya es casi la 1. Tú tendrás que comer, y una nueva época se está acercan­do. Te convoco a una reunión sobre el Renacimiento. Hermes te buscará en el jardín.
Y el extraño monje se levantó y comenzó a caminar hacia la iglesia. Sofía se quedó sentada pensando en Hildegarda y Sophia, Hilde y Sofía. De pronto se sobresaltó. Se levantó del asiento y llamó al profesor de filosofía vestido de monje.
-¿También hubo un Alberto en la Edad Media?
Alberto caminó un poco más despacio, giró suavemente la cabeza y dijo:
-Tomás de Aquino tenía un famoso profesor de filoso­fía. Se llamaba Alberto Magno...
Metió la cabeza por la puerta de la Iglesia de María y de­sapareció.
Sofía no se resignó. Volvió a entrar en la iglesia. Pero no había absolutamente nadie. ¿Había desaparecido Alberto por el suelo?
Mientras salía de la iglesia se fijó en una imagen de la Virgen Maria. Se colocó muy cerca del cuadro y lo miró fija­mente. De repente descubrió una gotita de agua bajo uno de los ojos de la Virgen. ¿Sería una lágrima?
Sofía salió corriendo de la iglesia y no paró hasta casa de Jorunn.

No hay comentarios:

¿QUIERES SALIR AQUI? , ENLAZAME

-