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sábado, 7 de abril de 2007

LAS FLORES DEL MAL // BAUDELAIRE

LAS FLORES DEL MAL
CHARLES BAUDELAIRE
el poeta maldito

INTRODUCCION

Les Fleurs du mal (Las flores del mal) poemario de Charles Baudelaire publicado en 1857.

El libro hubiera debido llamarse en principio Los limbos o tal vez Las lesbianas, pues la intención primitiva era la de escribir un libro sobre los pecados capitales; aunque Baudelaire renunció a ello siguiendo los consejos de un amigo. Este libro abarca la práctica totalidad de su obra poética entre 1840 y la fecha de publicación. La primera edición constó de 1.300 ejemplares y se llevó a cabo el 23 de junio de 1857.

La segunda edición de 1861 elimina los poemas censurados, pero añade 30 nuevos poemas. La edición definitiva será póstuma, en 1868, y recuperará los poemas prohibidos, así como los que se publicaron en el libro Ascuas ("Épaves"), que se había publicado en Bruselas en 1866. En su versión definitiva consta de 151 poemas.


POEMAS DE : "LAS FLORES DEL MAL"
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Los Faros


Rubens, río de olvido, jardín de la pereza
Almohada de carne fresca donde no se puede amar,
Pero donde la vida afluye y se agita sin cesar,
Como el aire en el cielo y la mar en la mar.

Leonardo de Vinci, espejo profundo y sombrío,
Donde ángeles encantadores, con una suave sonrisa
Cargada de misterio, surgen a la sombra
De los glaciares y de los pinos que encierran sus tierras.

Rembradt, triste hospital colmado de murmullos,
Y un gran crucifijo decora solamente,
Donde la oración en llanto se despide de la basura,
Y donde un rayo de invierno la atraviesa bruscamente;

Miguel Angel, vago lugar donde se ven Hércules
Mezclarse a los Cristos, y se levantan todos rígidos
Fantasmas poderosos que en los crepúsculos
Desgarran su sudario estirando los dedos;

Cóleras de boxeador, impudor de fauno,
Tú que supiste recoger la belleza de los granujas,
Gran corazón lleno de orgullo, hombre débil y amarillo,
Puget, melancólico emperador de los forzados;

Watteau, ese carnaval donde tantos corazones ilustres,
Como mariposas, vagan centelleando,
Decorados frescos y ligeros iluminados por arañas
Que vuelcan la locura en este baile giratorio;

Goya, pesadilla repleta de cosas desconocidas,
De fetos que se hacen cocer en medio de los sabbats,
De viejas frente a espejos y niñas desnudas,
Para tentar a los demonios ajustando bien sus medias;

Delacroix, lago de sangre que frecuentan ángeles malvados,
Sombreado por un bosque de abetos siempre verde,
Donde bajo un cielo de pena, extrañas fanfarrias
Pasan, como un leve suspiro de Weber;

Esas maldiciones, esas blasfemias, esos lamentos,
Esos éxtasis, esos gritos, esos llantos, esos Te Deum,
Son un eco repetido por mil laberintos;
Son para los corazones mortales, un opio divino!

Es un grito repetido por mil centinelas,
Una orden transmitida por mil portavoces;
Es un faro iluminado sobre mil ciudadelas,
Un llamado de cazadores perdidos en los grandes bosques!

Porque en verdad, Señor, el mejor testimonio
Que nosotros podríamos dar de nuestra dignidad
Es el ardiente sollozo que rueda las edades
Y viene a morir al borde de tu eternidad!

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Correspondencias


La Naturaleza es un templo cuyos vivientes pilares, dejan a veces escapar confusas palabras. El hombre posa allí a través de bosques de símbolos, que lo observan con miradas familiares.

Como largos ecos que de lejos se confunden en una tenebrosa y profunda unidad —vasta como la noche y como la luz— los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como carne de niño, dulces como los oboes, verdes como las praderas. Y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes, que tienen la expansión de las cosas infinitas, como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso, que cantan los transportes del espíritu y los sentidos.


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El Crepúsculo Matutino


La diana cantaba en los patios de los cuarteles, y el viento de la mañana soplaba sobre las linternas.

Era la hora en que el enjambre de los sueños malhechores crispa sobre sus almohadas a los adolescentes morenos; en que, como un ojo sangriento que palpita y se mueve, la lámpara pone sobre el día una mancha roja; en que el alma, bajo el peso del cuerpo huraño y pesado, imita los combates de la lámpara y el día. Como un rostro en llanto que las brisas enjugan, el aire está lleno del estremecimiento de las cosas que huyen. Y el hombre está cansado de escribir y la mujer de amar.

Las casas aquí y allá comienzan a echar humo. Las mujeres de placer, con los párpados lívidos, la boca abierta, duermen con su sueño estúpido; las pobretonas, arrastrando sus senos flacos y fríos, soplan sobre sus tizones y sobre sus dedos.

Es la hora en la que entre el frío y la tacañería se agravan los dolores de las mujeres parturientas; como un sollozo cortado por una sangre espumosa, el canto del gallo desgarra a lo lejos el aire brumoso; un mar de neblinas baña a los edificios, y los agonizantes, en el fondo de los hospitales, exhalan su estertor en hipos desiguales. Los crápulas regresan, destrozados por sus andanzas.

La aurora, tiritando en traje rosa y verde, avanza lentamente sobre el Sena desierto. Y el sombrío París, frotándose los ojos —viejo trabajador— empuña sus herramientas.

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El Gato

Ven, hermoso gato, sobre mi pecho amoroso: retiene las garras de tus patas y déjame sumergir en tus hermosos ojos, en los que se mezclan el metal y el ágata.

Cuando mis dedos acarician a su antojo, tu cabeza y tu lomo elástico, y mi mano se embriaga con el placer de palpar tu cuerpo eléctrico, veo a mi mujer en espíritu; su mirada, como la tuya, amable bestia, profunda y fría, como un dardo hiende y corta, y, de los pies a la cabeza, un aire sutil, un peligroso perfume, flota alrededor de su cuerpo moreno.

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Epígrafe para un Libro Condenado


Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien, arroja este libro saturniano, orgiástico y melancólico.
Si no has estudiado tu retórica con Satán, el astuto decano, ¡arrójalo! No comprenderás nada de él, o me creerás histérico.
Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos, léeme, para aprender a amarme; alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso ¡compadéceme! Sino, ¡yo te maldigo!

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La Destrucción

A mis costados, sin cesar, se agita el Demonio; flota alrededor mío como un aire impalpable; lo aspiro y siento que abrasa mis pulmones y los llena de un deseo eterno y culpable.

A veces toma (conoce mi gran amor por el Arte) la forma de la más seductora de las mujeres y, bajo especioso pretexto de aburrimiento, acostumbra mis labios a filtros infames.

Me conduce así lejos de la mirada de Dios, jadeante y rendido de fatiga, en medio de las llanuras del Hastío, profundas y desiertas, y lanza a mis ojos llenos de confusión ¡vestidos manchados, heridas abiertas y el parto sangriento de la Destrucción!

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Remordimiento Póstumo


Cuando duermas, mi bella tenebrosa, en el fondo de un monumento construído, en mármol negro, y no tengas por alcoba y mansión más que una bóveda lluviosa y una fosa profunda; cuando la piedra, oprimiendo tu pecho miedoso y tus flancos que ablanda una molicie encantadora, impida a tu pecho latir y querer y a tus pies seguir su curso aventurero, la tumba, confidente de mi sueño infinito —porque la tumba siempre comprenderá al poeta— durante esas largas noches de las que el sueño, ha sido desterrado, te dirá: "¿De qué te sirve, cortesana imperfecta, no haber conocido lo que lloran los muertos?" —Y el gusano roerá tu piel, como un remordimiento.

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Sed Non Satiata


Extraña deidad, morena como las noches, de perfume donde se mezclan el almizcle y el tabaco —obra de algún obí, Fausto de la llanura—, bruja de flancos de ébano, hija de las negras mediasnoches, yo prefiero a la constancia, al opio, a las noches, el elixir de tu boca donde el amor se pavonea. Cuando hacia tí mis deseos parten en caravana, tus ojos son la cisterna donde beben mis hastíos.

Por esos grandes ojos negros, respiraderos de mi alma, oh demonio sin piedad, viérteme menos fuego: no soy la Estigia, para abrazarte nueve veces, ¡ay de mí!, ¡no puedo, Furia libertina, para quebrar tu ánimo y acorralarte! ¡en el infierno de tu lecho transformarme en Proserpina!

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Sueño Parisien

A Constantin Guys.


De este terrible paisaje, que jamás vieron ojos mortales, esta mañana la imagen vaga y lejana, todavía me maravilla.

¡El sueño está lleno de milagros! Por un capricho singularísimo, había desterrado de ese espectáculo al vegetal irregular y, pintor orgulloso de mi genio, saboreaba en mi cuadro la embriagadora monotonía del metal, el mármol y el agua.

Babel de escaleras y arcadas, era un palacio infinito, lleno de fuentes y cascadas que caían sobre el oro mate o bruñido; y las pesadas cataratas, como cortinas de cristal, se suspendían, deslumbrantes, de las murallas metálicas.

No árboles, sino columnatas, rodeaban los estanques dormidos, donde, como mujeres, gigantescas náyades se miraban.

Napas de agua se expandían, azules, entre muelles rosas y verdes, durante millones de leguas, hasta los confines del universo; había piedras inauditas y olas mágicas; había espejos deslumbrados por todo lo que reflejaban.

Ríos descuidados y taciturnos, desde el firmamento, vertían el tesoro de sus urnas en abismos de diamante.

Arquitecto de mis sortilegios, hacía pasar a mi antojo, bajo un túnel de pedrerías, un océano domado; y todo, hasta el color negro, parecía bruñido, claro, irrisado: el líquido engarzaba su gloria en el rayo hecho cristal.

Ningún astro, ningún vestigio de sol ni aún al final del cielo, para iluminar esos prodigios, que brillaban con un fuego propio.

Y sobre esas móviles maravillas flotaba (terrible novedad: ¡todo para los ojos nada para los oídos!) un silencio de eternidad.

II

Al reabrir los ojos llenos de llamas he visto el horror de mi bohardilla y he sentido, al volver a entrar en mi alma, el aguijón de las malditas inquietudes; el péndulo de acentos fúnebres marcaba brutalmente el mediodía, y el cielo vertía tinieblas sobre este triste mundo embrutecido.
***
DEDICATORIA FINAL DE LAS FLORES DEL MAL

"A mi queridísimo y veneradísmo maestro y amigo Théophile Gautier. Aunque te ruego que apadrines Las Flores del Mal, no creas que ande tan descarriado ni que sea tan indigno del título de poeta como para creer que estas flores enfermizas merecen tu noble patrocinio. Ya sé que en las etéreas regiones de la verdadera poesía no existe el mal y tampoco el bien, como sé que no es imposible que este mísero diccionario de la melancolía y del crimen justifique las reacciones de la moral, del mismo modo que el blasfemo viene a reafirmar la religión. Pero en la medida de mis posibilidades, y a falta de algo mejor, he querido rendir un profundo homenaje al autor de Albertus, La Comediade la Muerte y de España, al poeta impecable, al mago de la lengua francesa, de quien me declaró con tanto orgullo como humildad, el más devoto, el más respetuoso y el más envidiado de los discípulos".

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POEMAS DE "LAS FLORES DEL MAL"
CHARLES BAUDELAIRE
el poeta maldito

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